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Aquí un bonito final feliz, porque mientras Wukong sufra mi bae está feliz

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Capítulo 2

Una cosa era saber que el regreso sería mucho más largo y extenuante que la ida, pero otra muy diferente era enfrentarse a ello. Cada vez le es más difícil abrir un nuevo portal y, cuando lo logra, la distancia que recorre se va acortando junto a la poca energía en su cuerpo.

Macaque quiere concentrase en el hecho de que rescató a su Sol, por los dioses como quiere hacerlo, pero a medida que la adrenalina empieza a disminuir de su cuerpo, el peso de Wukong sobre su espalda, donde lo había puesto la segunda vez que le falló abrir sus portales, parece aumentar. No lo ayuda en lo absoluto, por supuesto, que no ha tenido un día de descanso adecuado y apenas ha comido más que lo necesario.

Respirando forzosamente se detiene un segundo para aclarar su vista, sintiendo las sombras ceñirse a sus tobillos a la espera, no de que continue sino de que flaquee. Traga con fuerza moviéndose sobre sus pies con la esperanza de disiparlas un poco, lo suficiente como para poder descargar energía sin tener que pensar que, en cualquier momento, si se descuida, van a tragarlos por completo sin dejar rastros. Aunque, francamente piensa riendo sin humor, sería mejor si su única preocupación fuera evitar que sus propios poderes lo consuman hasta borrar cualquier rastro de su persona; eso sin duda alguna sería mucho más benevolente que si el Cielo lograse encontrarlos.

No es que, por supuesto, desee que las sombras tomen completo control y lo consuman por mostrar debilidad, pero de esa forma su castigo sería una muerte rápida contrario a lo que podría ordenar el Emperador de Jade que les hagan; a Wukong, por ''atreverse'' a desobedecer sus órdenes y, a él, por asesinar a un monje a su servicio. Se estremece ligeramente por la combinación de la mera idea de su posible castigo y la sensación de las sombras deslizándose de sus tobillos a sus piernas. Se sacude nuevamente acomodando a Wukong mejor en su espalda listo para continuar.

—Falta poco, mi Sol —susurra pretendiendo que Wukong puede escucharlo—, puedo oír esos estúpidos pájaros que te empeñaste en criar en la montaña —aprieta su agarre concentrando toda la energía que le queda en un nuevo portal.

Para su fortuna, la poca energía que consigue acumular es suficiente para abrir un portal lo suficientemente grande para ambos, y con algo más de suerte logren llegar a su hogar o, por lo menos, a la cascada que sirve de entrada a la cueva de Wukong. Las consecuencias de agotar su fuerza, desgraciadamente, no se hace esperar cuando el peso del cuerpo en su espalda parece duplicarse haciendo flaquear sus rodillas, cosa que aprovechan las sombras a sus pies para deslizarse a través de su cuerpo anidándose en su interior haciéndole tropezar en el interior del portal. El dolor repentino que se dispara por todo su cuerpo provoca que su agarre se afloje por lo que el cuerpo de Wukong se desliza de su espalda cuando cae al otro lado del portal al pie de la cascada.

Trata de girarse para poder levantarse, pero no consigue nada más que empeorar el dolor que agarrota sus músculos a medida que un horrible peso se expande por su pecho haciendo que el respirar se vuelva más laborioso con cada inspiración. Va a morir, piensa parpadeando para alejar las lágrimas que nublan su visión.

Va a morir sin poder despedirse de Sun Wukong aunque le alivia de haberlo salvado.

—Lo... siento —susurra girando su rostro lentamente, lo suficiente para poder tener la silueta del otro mono en su rango de visión. Intenta alargar su mano para tomar la de Wukong, pero ya no puede sentir su propio cuerpo y su visión se empieza a oscurecer.

Lo único que desea, mientras su conciencia se desvanece, es haber dejado a Wukong en el interior de su cueva, al menos, y no a la intemperie. Pero, por lo menos, en la Flower and Fruit Mountain nadie podría lastimarlo nunca más.

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En el interior de la cueva, resguardados por la fuerte cascada que impide el paso de cualquiera que pudiera siquiera atreverse a intentar entrar, los pequeños monitos que habitan la montaña se mueven desesperadamente alrededor de los cuerpos de quienes consideraban sus lideres y protectores. Algunos que solían esperar el regreso de su Rey cerca de la cascada vieron el momento justo en que el portal de sombras se abrió y corrieron a avisarle al resto, sin embargo, al regresar y acercarse a ambos cuerpos se alarmaron por las heridas de su Rey y el evidente mal estado de su otro protector.

Sin dudarlo, se organizaron para llevarlos al interior de la cueva para que pudieran estar más protegidos, pero ahora tras horas de espera a que despertaran y varios intentos de lavar sus heridas, están empezando a entrar en pánico temiendo lo peor. ¿Qué sería de ellos si sus protectores no despertarían? Si, tenían suficiente comida en la montaña para seguir existiendo mucho tiempo más, pero sin nadie que cuidara de ellos cualquiera podría intentar y destruir su hogar.

Agitados, se mueven de un lado a otro tratando de encontrar una solución cuando una gran bocanada de aire se escucha alrededor alertándolos. Gritan cuando notan que su Rey finalmente ha despertado, pero se detienen antes de acercarse más al escuchar su gruñido, gorjeando bajo en respuesta esperanzados de que su Rey los reconociera.

Por su parte, Wukong toma una forzosa bocanada de aire abriendo sus ojos, desorientado, emitiendo un pequeño gruñido cuando su cabeza punza como siempre lo hace luego de ser castigado. Pasa una mano por su rostro tratando de aclarar su vista llevando sus dedos de forma inconsciente hacia su frente, gruñendo nuevamente por el frío metal maldiciéndose internamente por haber aceptado ese estúpido viaje, por haber dejado que se la colocaran en primer lugar, por haber abandonado su hogar y no haberle hecho caso a...

Sus pensamientos se ven interrumpidos cuando, al aclararse su mente, finalmente capta el sonido de una cascada. No cualquier cascada, no, el sonido de su cascada, que reconocería donde fuera, acompañado por el trinar de sus aves y el suave sonido de su manada... pero eso es imposible, debería estar muy lejos de ellos. ¿Estaba soñando? ¿O acaso el dolor era tanto que había empezado a alucinar? Bueno, el dolor que siente en todo su cuerpo sin duda alguna lo haría alucinar y no sería la primera vez que soñaba con volver a su hogar junto a sus súbditos.

Aunque, piensa sentándose, en sus sueños siempre era recibido por su hermoso rayo de Luna... ¡Macaque! Piensa con desespero, ¿dónde está...?

Un gruñido adolorido pero débil a su lado le hace ponerse en posición defensiva ignorando el dolor que se dispara por su costado ante su brusco movimiento, pero toda señal de agresión se drena de su cuerpo al ver quién se encuentra a su lado.

—Liu Er —susurra horrorizado al notar el estado tan deplorable en que se encuentra su sombra. Con dificultad se arrastra para estar más cerca tocando su mejilla, temiendo causarle más dolor del que obviamente está sintiendo.

—Mi Luna —gorjea apoyando su frente en la suya tratando de borrar la imagen de su delgado, desaliñado y herido cuerpo. Ahoga un sollozo cuando estando más cerca puede notar como su respiración va disminuyendo con cada segundo.

Es en ese momento que las imágenes de todo lo que pasó se desbordan como cascada por su mente.

Su... el Maestro Tang molesto por un comentario que hizo, el dolor de la diadema que parecía 10 veces peor que las veces anteriores, sus súplicas para ser perdonado y Macaque... su Liu Er apareciendo entre los árboles, y la orden del monje de acabar con él. Ahoga un gruñido al pensar en siquiera levantar su bastón contra su Luna, quién lo había buscado... lo fue a buscar y lo rescató huyendo con él poniendo en riesgo su pellejo.

Macaque moriría por su culpa.

—No... —susurra enderezándose alarmado —. No, no voy a permitirlo, no puedo perderte.

Decidido se pone en pie apartándose con renuencia del cuerpo de Macaque mirando a su alrededor tratando de pensar en que hacer. Antes, en una situación como esta, habría encontrado la forma de colarse al Celestial Realm a buscar algo conque curarlo, sin embargo, intuye que no sería muy bienvenido allí; menos ahora que está seguro Macaque probablemente asesinó a Tang Sanzang para poder rescatarlo y el Emperador de Jade no se tomaría eso con ligereza.

—Oh —masculla entre dientes al caer en cuenta que su tiempo estaba contado por más de una razón. Sabe de primera mano que el Monje tenía una forma de comunicarse con alguna deidad para mantenerlos al día de su viaje y una vez quién sea que estuviera a cargo de monitorearlos no recibiera el siguiente mensaje, o lo que fuera, sabrían que algo habría pasado.

Sobre todo, sabrían que el monje no había muerto por sus manos debido a las limitantes de la Diadema y sus ojos se posarían en la siguiente persona lo suficientemente cercana a él con la capacidad de ir en contra de las leyes del Celestial Realm como él y, más importante aún, por él. Eso es, por supuesto, un problema para el futuro, en ese momento debe asegurarse que su Rayo de Luna tuviera un día más, muchos días más, toda una eternidad a su lado para buscar una solución a ello.

—¿Qué debería hacer? ¿Cómo podría...? —murmura caminando con algo de dificultad hacia sus cosas mirando entre ellas en busca de algún objeto, cuando uno de sus monitos se acerca corriendo hacia él gorjeando. Distraído, parpadea tratando de comprender que quiere decirle, pero la preocupación le impide concentrarse cosa que el monito nota porque parece suspirar con exasperación adentrándose entre la montaña de sus pequeños tesoros regresando en pocos segundos con algo en la mano.

—¡Por supuesto! —grita al reconocer la jarra del Vino de la Inmortalidad—. Bien pensado, gracias —agradece tomando la jarra regresando con Macaque arrodillándose a su lado una vez más.

Siendo tan cuidadoso como le es posible alza su cabeza con una mano abriendo su boca con la otra para luego verter en ella lo que queda del vino, alzando su cuello cuando es necesario para forzarlo a tragar. Una vez se acaba el vino deja la jarra a un lado esperando unos segundos, pero nada pasa; obviamente sabe que el vino no lo curaría, pero esperaba que le diera la suficiente fuerza para despertar, y aunque nota que su respiración parece estabilizarse un poco no es... no es...

—No es suficiente —dice luchando nuevamente con lágrimas en sus ojos mirando al monito de hace un momento, ahora acompañado por otros quienes miran el cuerpo de Macaque con pesar.

Negándose a rendirse, se levanta nuevamente sobresaltando a los monos, quienes no dudan en seguirle una vez empieza a caminar en dirección a su huerto dónde espera que su árbol de duraznos de la inmortalidad haya sobrevivido a no ser atendido adecuadamente. Con alivio descubre que sigue intacto y con algunos frutos maduros listos para ser cosechados; antes de acercarse para tomarlos, sus monitos escalan el tronco empezando a recoger todos los que caben en sus manos bajando rápidamente alzando sus brazos para presentarle los frutos.

—Esos... esos deben ser suficientes —asiente tomando algunos para ayudarlos regresando al lado de Macaque.

Por un segundo, observa la fruta en sus manos sin saber exactamente como proceder al tratarse de algo duro y mucho más solido que el vino. Luego de considerarlo deja los que tomo en el suelo quedándose con uno solo el cual procede a apretar entre sus manos hasta que finalmente se convierte en una pasta entre sus manos.

—Lo siento —dice acomodando la pasta en una de sus manos poniendo la semilla a un lado—, sé que en realidad no te gustan los duraznos, pero es necesario —abre su boca con la otra mano dejando caer poco a poco la pasta haciendo lo posible porque lo trague.

Cuando termina el primero, toma otro para repetir el proceso, y luego otro y otro; con cada uno que lo fuerza a comer el cuerpo de Macaque empieza a recuperar cierto color y su respiración se hace más fuerte, hasta llegar a 6 duraznos donde finalmente se detiene. Limpia sus manos lo mejor que puede contra su ropa para poder tomar una de las manos de Macaque dejando un pequeño beso en esta.

—Por favor —suplica por lo bajo apretando con suavidad la mano contraria, mascullando entre dientes pequeñas palabras de aliento y ruegos que son interrumpidas por el ruido de una fuerte bocanada de aire seguida rápidamente por un pequeño arranque de tos.

Macaque abre los ojos jadeando bajo mirando a su alrededor algo desorientado, seguro de que está en alguna clase de infierno porque de lo contrario, ¿por qué diablos su boca sabría a duraznos?

Sin embargo, la idea de que no está vivo se disipa de su mente cuando de pronto un peso cae contra su pecho y un montón de chillidos y gorjeos hacen pitar sus oídos. Baja la vista tosiendo nuevamente cuando logra recuperar algo de aire reconociendo la cabeza de su estúpido Sol... ¡En casa! Había logrado llevarlos a casa.

Sin dudarlo regresa el abrazo con tanta fuerza como le es posible, ignorando el pequeño bufido de dolor que emite el mono en sus brazos, merecido se lo tenía por saltar sobre él sin darle tiempo a ajustarse al hecho de que no está muerto aún. Lo que no puede ignorar son las lágrimas que corren por sus mejillas, ni la humedad contra su pecho y, sobre todo, los pequeños sollozos de Wukong que murmura una y otra vez que lo lamenta y lo feliz que está de que esté vivo.

Ahogando sus propios sollozos Macaque besa su cabeza, evitando lo mejor que puede la diadema, acariciando suave su espalda envolviendo sus colas gorjeando por lo bajo, asegurando que está perdonado... por ahora.

Están muy, muy jodidos.

Ambos lo saben, en cualquier momento enviarían a alguien por su cabeza y aceptará el castigo con orgullo. Aceptarán, piensan a la vez aferrándose con más fuerza al otro, aceptarán sus castigos con orgullo.

Por ahora disfrutaran de la pequeña burbuja de paz en la que están.

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