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Capítulo 16

Para cuando Enya llegó a Kibah, ya tenía el control total de su cuerpo. En un principio pensó que la sangre que Jacob le había inyectado se había purificado, pero descartó esa idea al recordar lo mucho que tardó en purificar la contaminación que una simple herida le había causado. Creyó que el objetivo de Jacob y el de "su señor" era traerla hasta allí y que la sangre inyectada había cumplido su función y ahora permanecía latente, a la espera de una nueva instrucción; lo que no sabía era el porqué. ¿Qué querían de ella? ¿Por qué Jacob la había llamado anomalía? ¿Sabría que estaba habitando el cuerpo de otra? ¿Sabría incluso sobre su misión? ¿Sobre su pacto? Con todas esas dudas danzando libremente por su mente, caminó a través de los hermosos bosques de Kibah. 

La belleza de aquel lugar logró absorberla y sus pasos se ralentizaron. Admiró cada uno de los recovecos de aquel bosque y jugó con las flores que iba encontrando, colocándolas en su melena y creando una corona vegetal. Comió cada fruto que encontró sin preocuparse por si era venenoso o no. Enya nunca había sido tan despreocupada en toda su vida. Pero estaba en trance, y su estado de alerta natural había desaparecido por completo.

—¿Qué hace una criatura tan preciosa en estos bosques? —preguntó una voz que sonaba mucho más dulce de lo que era en realidad.

Enya giró sobre sí misma con una amplia sonrisa en su rostro. Contempló a la persona frente a ella, que tenía el rostro y el torso de un humano, pero las patas de una cabra y alargó su mano hacia él, ofreciéndosela. Este la besó sin contemplaciones.

—Una Dhira de fuego —dijo el extraño.

Pero Enya cambió de pronto la expresión y endureció la mirada. Su sonrisa desapareció y su barbilla se elevó en un intento de mostrar superioridad.

—Esta manzana ya ha sido mordida, fauno —dijo con una voz ronca y profunda.

—¿Quién pasearía a su presa por los dominios de otro depredador? —preguntó molesto el fauno, alejándose de la Dhira unos pasos.

—Son tus tierras porque yo te las he cedido.

—¡Zorath!

La voz proyectada a través de los labios de Enya no contestó. El fauno hizo una reverencia y se marchó y Enya simplemente lo observó, con la magnánima expresión aún presente en su rostro.

Salió del bosque aturdida, sin saber muy bien cómo lo había cruzado. Sus piernas le dolían y había sudor por todo su cuerpo, como si hubiese estado saltando y brincando durante horas. Estaba sedienta, así que se dirigió a un pequeño riachuelo que encontró cerca y bebió agua como si un segundo más sin ella significase la muerte. 

Se tomó unos minutos para recobrar fuerzas y se tumbó en el césped con los brazos y las piernas completamente estirados. Intentó recuperar la compostura, pero el recuerdo de que estaba en un lugar desconocido, de que había sido controlada por Jacob o por el supuesto señor al que servía y de que no sabía qué querían hacer con ella no le permitió calmar su respiración, y una presión angustiante atacó su estómago. Cerró los ojos con fuerza, se recogió sobre sí misma, flexionando sus extremidades y se tumbó de lado.

—¿No vas a ayudarme ahora? —dijo en voz alta—. ¿Cómo voy a cumplir mi parte del trato si no sobrevivo?

Pero no obtuvo respuesta.

—¿¡Por qué me pediste esto a mí!? Llevo meses aquí y sigo igual que al principio. ¡Ni siquiera sé cómo voy a conseguir el corazón de ese demonio!

—Así que lo que quieres es mi corazón —dijo ella misma, pero esta vez sin estar usando su voz ni su voluntad.

—¿Quién eres? —preguntó Enya continuando el extraño monólogo.

—Pronto lo descubrirás.

Y el cuerpo volvió a moverse sin su consentimiento. Caminó bordeando el río hasta llegar a un enorme lago de aguas cristalinas. Los reflejos de la luz del sol rebotaban de tal manera en la superficie del agua que el lago parecía contener un millar de diamantes. Pese al miedo que sentía, Enya admiró la belleza de aquel lugar y se sintió reconfortada. Como si lo bello apaciguara el mal. Como si permitirlo no fuese peligroso.

Caminó hasta toparse con el agua, y sin ella quererlo, utilizó su poder para hacerse un camino en él. El agua se separó y dejó a la vista el fondo rocoso de la piscina natural. Cuando lo atravesó y sus pies tocaron tierra nuevamente, el agua volvió a su lugar y el lago recobró su habitual normalidad. Enya estaba de pie en una pequeña isleta que estaba en el centro del gran lago y frente a ella había una gran torre construida por la misma naturaleza. Subió las escaleras que rodeaban la torre y llegó a lo alto. Su cuerpo estaba siendo controlado, pero no pudo dejar de experimentar el horror cuando sus pies la condujeron hasta el borde de la torre. Sin poder evitarlo, se precipitó y cayó al vacío. Ya solo podía rezar por sobrevivir a la caída.




Todos soltaron un grito cuando vieron a Enya saltar desde lo alto de la torre. No pudieron verla caer porque saltó en dirección contraria a la que se encontraban, pero se apresuraron a atravesar el lago para socorrerla si había logrado sobrevivir. Iryan y Zander nadaron a toda velocidad, atravesando las aguas del lago de forma intrépida y sin darle la oportunidad a Rhiannon a ofrecerles su ayuda. La maga utilizó su magia para flotar hasta la otra orilla.

 Rodearon la torre y donde debería yacer el cuerpo de Enya no había nada. Miraron hacia lo alto de la torre y tampoco vieron nada. Subieron, pues, para intentar descubrir lo ocurrido, pero nada parecía fuera de lo normal.

—Saltó desde aquí mismo —dijo Zander—. Todos la vimos.

—¿Qué habrá pasado? —se extrañó Rhiannon.

Iryan estaba tan desconcertado como ellos. Miró en varias direcciones buscando una explicación, pero sabía que sus ojos no se la proporcionarían. Posó, entonces, sus ojos en el suelo y frunció el ceño en un intento por estrujar su mente. "Solo el camino que se dirige hacia lo más profundo...".

—Tenemos que saltar —dijo sorprendiendo a los demás.

—¿Por qué? —dijo Zander.

—No lo sé. Es una corazonada —dijo y se dirigió al borde.

—Tu corazón es un suicida —espetó Zander.

Sus pies se colocaron lo más al borde que pudieron y su respiración se agitó. Una corazonada no concedía el valor necesario para tal acción, pero desde hacía mucho tiempo, merecía la pena intentarlo. 

El rastreador había dejado de funcionar y ya no tenían forma de saber dónde estaba Enya. Su corazón le decía que tenía que saltar para encontrarse con ella y su corazón era el que más ansiaba verla, así que saltó y fue el suelo lo que encontró, pero no el de la isla en medio del lago y no de una forma brusca o brutal. 

Algo desequilibrado, logró caer de pie sobre un suelo árido y oscuro. La luz apenas existía y la poca que había era tenue y de un tono rojizo. Se había teletransportado a una ubicación distinta. Zander y Rhiannon aparecieron en el mismo lugar después que él y el Zhalto con mechones de oro posó su mano sobre el hombro de Iryan.

—Suicida, pero perspicaz —corrigió.

—Supongo que a esto se referían cuando decían que las leyes de la física funcionan de diferente manera aquí. —dijo Rhiannon limpiándose el polvo del vestido, pues había sido la única en caer de rodillas.

En el ambiente se percibía una presión extraña, como si la gravedad ejerciera una fuerza mayor sobre los hombros. El aire era caliente y costaba respirar. El suelo, las rocas y todo cuanto se pudiese ver eran de color negro y en el aire flotaba ceniza del mismo color. El trío caminó en línea recta hacia el único lugar posible: un gran círculo de piedra en el que Enya y alguien más estaban de pie y mirándose el uno al otro. Alrededor del círculo se levantaban columnas de piedra con capiteles en los que había esculpidas bestias horribles. Por más que avanzaban, no lograban acercarse. La imagen de Enya permanecía lejana y sus pasos no alcanzaban nunca su destino.

—¿Qué está pasando? —preguntó Iryan ansioso.

—Debe ser algún tipo de hechizo —dijo Rhiannon.

—¿Quién podría...?

Pero al ver quién era la persona que estaba situada junto a Enya no pudo terminar la oración.

—¿Jacob? —Se horrorizó Iryan—. ¿Qué hace Jacob con ella?

—¿Creéis que habrá sido él el que la secuestró? —preguntó Rhiannon.

—¿Por qué lo haría? —dijo Zander.

—No lo sé.

Cuando Jacob se percató de la presencia de los intrusos, abandonó su lugar junto a la Dhira y se dirigió hacia ellos. Se detuvo pocos metros antes de llegar a su ubicación y despejó las dudas que todos tenían en un instante.

—Que hayáis venido no es más que una molestia —dijo el mago con una expresión de suficiencia—. Pero no podréis hacer nada para evitarlo.

—¿Evitar el qué? ¿Qué quieres hacerle? —preguntó Rhiannon.

—Yo nada. Mi señor es el que tiene asuntos con ella.

Y entonces un gran demonio alado apareció y descendió justo enfrente de Enya. Era como un enorme dragón con cuernos largos y retorcidos y una cola que terminaba en un hueso de cinco puntas. Cuando aterrizó se cubrió con sus enormes alas y su tamaño se redujo hasta igualar el de la chica frente a él. Las alas se abrieron de nuevo y dejaron ver al demonio, que ahora tenía aspecto humano. 

Su pelo era una melena roja y viscosa que se deshacía y chorreaba hasta llegar al suelo. Parecía sangre. Sus ojos eran dorados y sus pupilas eran el doble de grandes y el doble de oscuras que las de una persona normal. Su pecho estaba descubierto. Era pálido e imberbe, pero sus pies estaban cubiertos por plumas negras y parecían las garras de un pájaro. Pese a sus características, el demonio poseía una belleza exótica. Sus ojos rasgados parecían poder penetrar lo más profundo del alma y sus facciones, perfectamente delineadas, eran capaces de hacer creer a cualquiera que era la criatura más hermosa del mundo.

—Vuestra amiga no es de este mundo —comenzó a explicar Jacob—. O de este entonces, mejor dicho. Es una aberración creada por una existencia que ha perdido la cordura y ha jugado a ser dios.

—¿Qué quieres decir con que Enya no es de este mundo? —preguntó Zander.

—No sabemos muy bien cómo ha ocurrido, pero Zorath cree que la han convocado del futuro. De un entonces que aún no ha ocurrido.

—Eso no puede ser verdad.

—¿No? ¿Y sus recuerdos? ¿Y la recuperación milagrosa? El cuerpo que ahora habita estaba muriendo. El alma que antes lo habitaba se rindió y perdió su capacidad de contener vida en él.

—¿Y quién la convocó? ¿Y por qué? —dijo Rhiannon.

—Eso intentamos averiguar. Pero es una ley que no debería haber sido rota. Nadie puede jugar con las almas humanas. Sus vidas pueden ser arrebatadas, pero sus almas siempre deben permanecer intactas.

—¡Déjate de estupideces y déjanos pasar! —inquirió Iryan.

—No será posible.

—¿Por qué lo has hecho? —preguntó Rhiannon.

—No tengo el tiempo ni las ganas para explicártelo.




En cuanto el demonio apareció ante ella, Enya recuperó el control de su cuerpo, pero se quedó paralizada. La criatura se acercó a ella con pasos largos y calmados y sus ojos no se despegaron de los suyos. Dejó que se acercara hasta poder tocarla, cosa que jamás habría permitido en cualquier otra situación, y menos sabiendo el peligro en el que estaba. El demonio alargó uno de sus delgados dedos y levantó con delicadeza el mentón de la Dhira.

—¿Por qué una criatura tan pura y tan hermosa podría querer arrebatar uno de mis corazones? —preguntó con una voz tan grave y tan agradable como la de una tormenta oída desde el interior del cálido hogar.

—¿Tu corazón? —consiguió articular Enya, aún medio aturdida.

—Eso dijiste.

—¿Eres tú a quien tengo que quitárselo?

—Si no lo sabes tú...

Como si ya fuera algo común, Enya perdió el control de su cuerpo. Estaba comenzando a hartarse, pese a ser ella un parásito más. Su mente quedó en segundo plano y no pudo hacer más que observar lo que aconteció a continuación.

Su mano se alzó hasta alcanzar el pecho del demonio y justo antes de llegar a tocarlo, la sangre de demonio que aún restaba en su organismo la detuvo.

—¿Qué intentas hacer estando bajo mi control? —dijo el demonio.

La mirada de la Dhira era penetrante y ansiosa, muy distinta a la que tenía segundos atrás.

—Ya no eres tú... Hay alguien más. El que la ha incitado a cometer tal estupidez, supongo. ¿Y quieres robarme un corazón sin siquiera presentarte?

Para sorpresa del demonio, la mano de Enya volvió a moverse de pronto. El ángel había utilizado su aliento para eliminar la sangre contaminada y Enya sintió un dolor indescriptible. Los músculos se le tensaron y la piel se le puso de gallina. Quería gritar, pero el cuerpo no era suyo.

 Los dedos, que ya habían alcanzado el desnudo pecho del demonio, comenzaron a hundirse en él. Las uñas de la Dhira se alargaron de forma antinatural y consiguió apuñalarlo con ellas y agarrar uno de los pequeños corazones que palpitaban en el pecho de la criatura. Notaba el calor en su mano, las palpitaciones y las diferentes venas y arterias que estaban unidas a él. Notó como estas se desgarraban cuando comenzó a tirar de él y escuchó el espeluznante bramido que soltó el demonio en cuanto comenzó la sádica operación. Sintió repulsión por lo que sus propias manos estaban realizando y se resistió tanto que el ángel notó cierta resistencia en sus temerarias acciones.

—Has usado tu aliento... —murmuró Zorath entre gemidos—. Eres un ángel... Te castigarán por esto. Tu destino será incluso peor que el nuestro.

—No me importa dejar de ser un ángel. Haré lo que sea por recuperarla.

—¿Por eso has traído a la humana? ¿Para que su cuerpo aguantara un poco más y pudieras utilizarla para revivir a tu amante con mi corazón?

—Eres el demonio de la sangre. Tu corazón es compatible con cualquier cosa, incluso mi sangre, por poderosa que sea. Cuando tenga tu corazón, le inyectaré mi sangre y conseguirá curarse.

Cuando Enya escuchó esto se sorprendió tanto que el control de su cuerpo volvió por un segundo y aflojó la mano que apretaba el corazón, aliviando el insoportable dolor que Zorath estaba sintiendo y permitiéndole agarrar el brazo de Enya para forcejear e intentar zafarse de ella. El ángel retomó el control segundos después y volvió a apretar con fuerza.

—Ni siquiera morirás si te lo arrebato. —dijo el ángel.

—¿Y por eso debería entregártelo de buena gana? —contestó molesto el demonio—. Nadie debería jugar a ser dios. La muerte nos rige a todos y es nuestro deber aceptarla.

—Si puedo salvarla ¿Por qué no lo haría?

—Crees conocerme bien, pero estás muy equivocado. No puedes salvarla. Si la muerte fue a visitarla y la besó en la frente, su marca nunca la abandonará. Mi corazón y tu sangre solo cambiarían las circunstancias de su muerte.

—¡Eso no lo sabes!

—Lo sé. El destino también ha jugado conmigo. Sus caprichos han sido maestro de muchos demonios, incluido yo.

—¡No podrás impedírmelo!  —gritó el ángel mientras estiraba con fuerza y arrancaba el corazón del demonio.

Zorath cayó al suelo de rodillas. Un chorro de sangre salió despedido de su pecho y el rojo se derramaba sin cesar.

—Vendrán a por ti —advirtió el demonio, aún en el suelo—. Te arrebatarán todo lo divino y serás tan horrendo como nosotros.

—Pero ella vivirá.

El ángel se comió el corazón del demonio y en el momento en el que este se adhirió a su nuevo cuerpo, el ángel fue expulsado del cuerpo de Enya. Su control se desvaneció por completo y la Dhira solo pudo caer y gritar por todo el dolor que aún sentía.

—Cada uno de mis corazones tiene una condición. —explicó el demonio arrodillado frente a ella, que ya conseguía empezar a recomponerse. —El que me ha arrebatado requiere de un alma justa; por eso lo ha expulsado. Él ya no podrá controlarte, pero mi sangre te matará sin su aliento. Puede que incluso con él.

Todos vieron como Enya le arrancaba el corazón a Zorath y Jacob no podía creer lo que veían sus ojos. La preocupación que le atravesó logró deshacer su hechizo y el trío expectante aprovechó para acercarse al mago y reducirlo. Zander se abalanzó sobre él y lo mantuvo sujeto, presionando su rodilla contra su espalda y retorciendo su brazo.

—¡Ve con ella! —gritó el Zhalto e Iryan salió corriendo en busca de Enya.

Cuando llegó, se agachó y posó su brazo en la espalda de la Dhira. Notar el calor que desprendía a través de su ropa le hizo sentir una paz que nunca había experimentado. Le recordó al sentimiento que tuvo cuando Tariq les hizo hacer aquella estúpida prueba para emparejarlos en su clase. La tenía a su alcance, donde podía protegerla, y eso era mucho más reconfortante que nada que hubiese conocido.

—¡Enya! ¿Estás bien?

—Me duele muchísimo todo el cuerpo —consiguió decir la Dhira.

—¿Por qué? ¿Qué te ha hecho?

—No ha sido él —dijo y se desplomó en el suelo incapaz de sostener su propio peso.

—¿¡Qué le pasa!? —le preguntó el Zhalto al demonio.

—Mi corazón y mi sangre han desequilibrado su poder y la está matando. Es demasiado como para que pueda purificarlo a tiempo.

—¡Dame tu poder Enya! ¡Hagamos lo mismo que la última vez!

El demonio se percató de la ennegrecida mano de Iryan.

—Estás maldito.

—¿Y qué? Gracias a esta maldición puedo ayudarla.

—Moriréis los dos.

Pero Iryan hizo caso omiso de las advertencias de Zorath y le volvió a pedir a Enya que le diese su poder.

—Confía en mí —dijo cuando la Dhira negaba con la cabeza ante su petición.

Enya lo miró a los ojos, consiguió ponerse de rodillas nuevamente y dirigió sus palmas al cielo.

—"Ashra Dom".

—Curiosas las palabras que has escogido para tu ritual —dijo el demonio para sí mismo.

El poder comenzó a fluir hacia el cuerpo de Iryan y su marca se extendió por su brazo, por su hombro y llegó a alcanzar su pecho. Un dolor punzante atravesó su corazón y la respiración comenzó a fallarle. Las manos le temblaban, pero consiguió alcanzar el pequeño frasco que tenía guardado en un pequeño bolso que llevaba atado a la cintura y bebió su contenido.

—Aliento de ángel... —murmuró el demonio—. Puede que consigas salvarla a ella, pero no podrás salvar tu vida. El aliento de ángel es demasiado para un simple humano.

La marca negra decreció y el dolor punzante cesó. Pero solo para dar paso a uno aún más insoportable. Iryan comenzó a gritar y Enya intentó detener su poder, pero Iryan agarró con fuerza sus muñecas e impidió que pudiera detener el rito. El dolor de Enya comenzó a menguar y recobró algo de fuerza. Ahora podía ver con claridad cuánto estaba sufriendo Iryan y le suplicó que la dejara detenerse.

—¡No! ¡Sigue dándome tu poder hasta que logres equilibrarlo! Puedo soportarlo.

Enya comenzó a llorar de la impotencia y de la incertidumbre. ¿Tendría razón Iryan? ¿Sería capaz de soportarlo?

El demonio consiguió incorporarse. Teniendo más de un corazón, la pérdida de uno no suponía más que la pérdida de una extremidad. Salvo que, en el caso de los demonios, la curación de las heridas era mucho más rápida, por lo que su vida nunca corrió peligro.

Iryan comenzó a flaquear. Sus manos dejaron de poder sostener las muñecas de Enya y se deslizaron hacia el suelo. No pudo ni utilizarlas para soportar su propio peso, así que cayó al suelo, inconsciente. Enya no detuvo el traspaso de poder hasta que este estuvo estable, intentando cumplir la petición del Zhalto. Abrió los ojos, pero las lágrimas no le dejaban ver. Limpió su rostro y encontró el cuerpo de Iryan tendido en el suelo. El dolor aún no había desaparecido, los músculos seguían quejándose y le costaba horrores moverse. Sin embargo, se agachó con rapidez y zarandeó el cuerpo del Zhalto con fuerza. Al no obtener respuesta, cesó en su intento por despertarlo y lo recostó de nuevo en el suelo. Acercó su rostro a la boca de Iryan, que estaba entreabierta, y percibió la ausencia de su respiración. 

Revisó sus constantes agarrándolo por la muñeca. No lograba percibir sus latidos, así que respiró hondo e intentó dejar de temblar. Volvió a agarrarle la muñeca y siguió sin notar nada.

—Estaba advertido. —interrumpió Zorath—. Y aun así decidió salvarte.

Iryan estaba muerto.



Tomar la decisión de ir a ese mundo había provocado la muerte de alguien. Pese a haberla tomado con la intención de ayudar, de sobrevivir, Iryan había muerto y su vida no valía menos que la de ella. Perder a un ser querido, a un amigo, a un compañero, era doloroso, pero no tanto como sentir la culpa crecer desde tu pecho y deslizarse por tus venas como una enfermedad.

 Enya jamás pudo prever las consecuencias de sus decisiones y estas fueron terribles y permanentes, como su abuela le enseñó hace tiempo. No podía creer que recordase una lección tan importante solo cuando la muerte volvió a aparecer ante sus ojos y se preguntó si había sido su culpa; si realmente era una inútil incapaz de aprender de los errores; si debería haber pedido ayuda antes, o haber pedido la opinión de alguien más inteligente.

De pronto, una intensa luz envolvió el cuerpo de Iryan y una sensación electrizante recorrió cada centímetro del cuerpo de Enya. Sin que ella realizara el rito, un flujo visible y resplandeciente de energía comenzó a viajar entre sus cuerpos, y una gran descarga sacudió el pecho de Iryan. Cuando el brillo se desvaneció, la respiración de Iryan regresó, y el corazón de Enya se contrajo.

 "Que mueran por mí". Recordó. Esa fue su condición, e Iryan la había cumplido. Es cierto que el destino es caprichoso y es cierto que toda condición puede ser cumplida.

Iryan era ahora el Zhalto de Enya y el vínculo se había creado.


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