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Capítulo 15

POV Enya:

Enya no sabía dónde estaba. Notaba como su cuerpo se movía, pero no era capaz de controlarlo. Mientras estaba inconsciente, el ángel le advirtió de que le habían inyectado una gran cantidad de sangre de demonio y que la estaban controlando debido a ella. No obtuvo respuesta cuando preguntó qué podría hacer al respecto. No porque el ángel no quisiera dársela, sino porque no la tenía. 

Al abrir los ojos vio un paisaje totalmente distinto al que estaba acostumbrada. El cielo era gris, como si una gran tormenta estuviese a punto de empezar. Los pocos árboles que podía ver estaban secos y las plantas mustias. No había apenas agua. El suelo era rocoso y una fina capa de arena lo cubría. Mientras caminaba podía escuchar chillidos y rugidos de lo más escalofriantes. A medida que pasaban los minutos, Enya comenzaba a sentir, cada vez, más control sobre su cuerpo. Primero notó que podía mover la punta de sus dedos. Poco después, comenzó a mover los labios y con un poco de paciencia consiguió mover su brazo izquierdo. Aprovechó para apretar un punto de su cinturón que consiguió soltarlo, de modo que se deslizó de su cintura y cayó al suelo. "Con suerte lo encontrarán." Pensó.

FIN POV Enya



El rastreador dejó de funcionar poco después de atravesar la frontera. Los restos de poder que quedaban dentro de Iryan se habían agotado. Siguieron la misma dirección que llevaban hasta llegar a lo que parecía una arboleda. Los árboles estaban tan juntos que parecía imposible pasar entre ellos y en sus ramas no crecían hojas ni flores. Incluso los troncos estaban torcidos hacia afuera, como si ellos también quisieran escapar de aquel bosque.

—¿Deberíamos rodearlo? —preguntó Rhiannon.

—¿Qué otra opción tenemos? —dijo Zander.

Pero entonces los árboles comenzaron a moverse. Las ramas se agitaron y las raíces salieron de la tierra. Los troncos crujieron y un camino se abrió para ellos.

—No me fío —dijo Zander.

—Tenemos que intentarlo —comentó Iryan y comenzó a andar hacia el interior del bosque.

A medida que avanzaban se arrepentían más de haberse adentrado en aquel bosque tan tétrico. El camino que debían seguir lo marcaban los árboles que se abrían a su paso. Si intentaban ir en una dirección distinta, los troncos se juntaban tanto que era imposible avanzar. Estaban atrapados. Siguieron la ruta marcada y llegaron a una cabaña en mitad de un claro.

—¿Una cabaña en Dándris? —se extrañó Rhiannon—. No debería haber humanos aquí.

—Hay demonios con apariencia humana —dijo Iryan—. Quizás algunos también adoptan nuestras costumbres.

La puerta de la cabaña se abrió y una mujer joven apareció bajo el umbral.

—¿¡Vais a entrar u os quedaréis ahí pasmados!?

Humana o no, los había visto y creyeron que debían hacerle caso. Entraron en la cabaña y la mujer les ofreció algo de beber. Se negaron.

—Supongo que ver una mujer en Dándris os ha dejado sin palabras. —dijo con un tono más amable de lo que esperaban—. Pues aquí la más sorprendida soy yo. No esperaba ver humanos a este lado de la barrera. Supongo que ha aguantado suficientes años.

—¿Quién eres? —preguntó Zander.

—Soy humana, si eso es lo que os preocupa. En cuanto a mi identidad... eso es un poco más difícil de explicar, así que lo dejaremos para otra ocasión. ¿Habéis sido vosotros?

—¿Qué? —Rhiannon no entendía la pregunta.

—La barrera. ¿La habéis traspasado vosotros?

Cuando dijo esto último, su mirada se endureció.

—No. Una amiga nuestra desapareció. La barrera cayó cuando la perseguíamos. No sabemos muy bien lo que ha pasado.

—Así que ha sido vuestra amiga.

—¡No! —interrumpió bruscamente Iryan—. No lo sabemos. —se corrigió.

—Bueno. No importa. La barrera ya no está y eso es lo que cuenta.

—¿Por qué un humano está viviendo en Dándris? ¿Cómo es posible? —preguntó Rhiannon.

La mujer la miró con ternura.

—Soy una Dhira. Una sombra. Y bien sabéis que las Dhiras viven muchos años.

—No tantos. Han pasado cientos desde que se levantó la barrera. —dijo Iryan.

—Supongo que tengo buena genética.

La mujer comenzó a trastear en uno de sus armarios y sacó un montón de trastos y telas polvorientas.

—¿Vais tras ella? Tras vuestra amiga.

—Sí —contestó Iryan.

—Necesitaréis esto, pues. —Les ofreció todo el batiburrillo de artilugios que había apilado en su mesa.

Todos se quedaron inmóviles. No tenían idea de qué eran muchas de las cosas que había y tampoco se fiaban demasiado de la mujer que se las ofrecía.

—En serio. Soy humana. Si fuese vuestra enemiga, habría roto la barrera hace muchísimo tiempo.

—¿Qué quieres que hagamos con esto? —dijo Zander curioseando.

—Si vais a adentraros más en las tierras baldías de Dándris tendréis que ir preparados.

—¿Por qué nos ayudas? —preguntó Iryan muy serio.

La mujer lo miró a los ojos. Analizando la profundidad en ellos.

—Supongo que has crecido solo. ¿Quién fue? ¿Tu madre? ¿Tu padre?

—No sé de qué estás hablando.

—Alguno de los dos tuvo que morir.

—¿Eres una bruja?

—Solo soy observadora. Eres desconfiado, introvertido y, menos de lo que te gustaría, pero autosuficiente. Hace falta una gran pérdida para desarrollar esas cualidades a una edad tan temprana.

—Hay que reconocer que te ha descrito a la perfección. —intervino Zander.

—No has respondido a mi pregunta. —Lo ignoró Iryan.

—Tú tampoco a la mía.

—Fue mi madre.

—Porque soy uno de los vuestros. No fue mi elección terminar atrapada en este lado y tampoco creo que sea mi culpa haber sobrevivido.

—¿Qué es esto? —preguntó Rhiannon, interrumpiendo la conversación.

—Eso es una "vitta". Sirve para detectar demonios mayores. Puedes llevártela si quieres. No ocupa mucho espacio. Ahora, si me lo permitís, me gustaría equiparos con lo que considero necesario para que tengáis alguna posibilidad de sobrevivir.

Rhiannon echó una mirada suplicante a Iryan.

—Parece de fiar.

—Como quieras. —accedió, al fin.

—Bien. Pues empecemos por esta pequeña y curiosa maga de aquí. Aparte de la vitta, te voy a dar dos artefactos más. Este de aquí es un "hidroescatador". Recolecta agua. Si lo activas, sale volando en busca de todas las fuentes de agua posibles. Ríos, tierra, plantas, nubes... Cuando está lleno vuelve a su estuche. Aquí en Dándris es bastante útil y ocupa mucho menos de lo que parece. El otro artefacto que quería darte era este de aquí —dijo cogiendo algo de una estantería. —Son "mentientes". Ponte uno de ellos.

Rhiannon obedeció y se puso uno de los pendientes que la mujer le ofrecía en la oreja izquierda.

"¿Puedes oírme?"

—¿Cómo lo has hecho? —dijo Rhiannon en voz alta.

"No hables. Piénsalo."

"Increíble"

—¿Verdad que son geniales? —dijo la mujer mientras se quitaba el otro pendiente.

—¿Alguien me lo explica? —pidió Zander.

—Hemos hablado telepáticamente.—aclaró Rhiannon ¿Qué distancia abarcan?

—No he podido probarlos con nadie, así que no tengo idea, pero están diseñados para largas distancias. Te toca a ti fortachón —dijo dirigiéndose a Zander.

Zander soltó los trastos que tenía en sus manos y que todavía no había averiguado para qué servían.

—Veo que llevas una espada. Te hará falta esto.

La mujer le tiró una cuerda de color rojo y Zander la cogió al vuelo.

—La hoja de tu espada se sobrecalentará cuando luches contra algún demonio. La temperatura de sus cuerpos es realmente alta y el acero reacciona así cuando entra en contacto con su sangre. Enróllalo alrededor del mango y la hoja permanecerá templada.

La mujer se fue a otra habitación y volvió con un maletín de cuero.

—Esto es para ti —dijo refiriéndose a Iryan.

Sacó del maletín una poción que contenía un líquido blanquecino muy brillante.

—Es aliento de ángel.

—¿Para qué sirve? —preguntó Rhiannon mientras Iryan lo cogía.

—Purifica la sangre de demonio.

—Esto nos hubiese venido genial hace un tiempo —dijo Zander.

—No estoy tan segura. Os lo doy porque puede que la necesitéis, pero es una poción peligrosa. Purificar la sangre de un demonio del cuerpo es un proceso complicado y lento. La poción lo acelera increíblemente, tanto, que el cuerpo no es capaz de soportarlo.

—¿Y qué pasaría si lo tomamos? —preguntó Iryan.

—Hasta donde yo sé, el dolor es terrible. No sé hasta qué punto el cuerpo humano es capaz de soportar el dolor, pero esta poción roza o supera ese límite.

—¿Y por qué la usaríamos? —preguntó Rhiannon.

—Muerte o dolor. Esas son las dos opciones. Aunque puede que ocurran ambas cosas si la bebes.

—¿Por qué me la das a mí?

La mujer agarró el brazo de Iryan y le arremangó la camisa.

—Te he dicho que soy observadora. Estás maldito.

Iryan se zafó de su agarre y se tapó el brazo ennegrecido rápidamente.

—¿Es en serio? —preguntó Rhiannon.

—Es hereditario. Fue a mi abuelo al que maldijeron. Fue un demonio mayor.

—¿Es peligroso?

—Solo si se expande.

—Cosa que puede ocurrir con facilidad cuando estás en Dándris. —intervino la mujer—. La sangre de demonio es lo que activa las maldiciones.

—¿Por qué no nos lo habías dicho? —se quejó Rhiannon.

—¿Qué hubiese cambiado?

—Te habría mandado a ti a por refuerzos y no a Breen.

—Voy a salvar a Enya, no a recular.

—Bonitas palabras para alguien que no para de ponerla en peligro —dijo Zander.

Iryan soltó la poción en la mesa y agarró a Zander por el cuello de la camisa.

—Qué tiene que decir un Zhalto que ni siquiera es capaz de cumplir su condición.

—¡Ni yo ni nadie podría cumplir su condición! —se quejó el rubio.

Iryan soltó a Zander y salió de la cabaña. Los demás cogieron todo lo que la Dhira de Dándris les había ofrecido y salieron también.

—No nos has dicho tu nombre —mencionó Rhiannon.

—Lea, Lea Valtorin.

El grupo agradeció a Lea su ayuda y se dirigió al bosque.

—¡Zhaltos!

Iryan y Zander se giraron.

—Toda condición se puede cumplir, por imposible que parezca. Siempre hay un camino.

Ambos la miraron durante un rato. Zander se giró sin contestar y reanudó la marcha, pero Iryan asintió con la cabeza y le dedicó a la Dhira de sombra una pequeña sonrisa.

Cuando salieron del bosque volvieron a encontrarse con un páramo lúgubre y desértico. Mirases donde mirases solo se podía ver planicie. El cielo seguía gris y no parecía que esas tierras hubieran visto jamás el sol o el azul que lo encuadra. No había rastro de vida.

Los tres andaban mucho más deprisa de lo que pensaban. Fue por eso que el empujón que Zander le dio a Rhiannon la derribó mucho más bruscamente de lo que el Zhalto pretendía.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó molesta y dolorida Rhiannon, que estaba tirada en el suelo.

Zander no contestó y tanto él como Iryan se ocultaron tras la roca junto a la que yacía ahora la maga.

—Mira —dijo Zander tras pedirle que guardara silencio colocando su dedo índice sobre sus labios.

Una bestia de gran tamaño apareció de entre las sombras de una zona rocosa. Por las proporciones parecía un caballo, pero su pelaje era viscoso y negruzco, tanto, que por sus patas se deslizaba un líquido oscuro y pegajoso que manchaba el suelo que pisaba, dejando un rastro de oscuridad.

—Habrá sido la sangre de demonio —murmuró Rhiannon.

—¿Cuánto tiempo pueden aguantar en ese estado? —preguntó Iryan.

—No lo sé. Depende de la cantidad de sangre con la que se haya infectado. Parece moribundo.

La bestia continuó avanzando lentamente, obviando por completo la presencia de aquellos que la observaban. Su olfato la estaba guiando hacia una pequeña prenda de ropa que estaba tirada en el suelo varios metros por delante de ella.

—¿Qué es aquello? —preguntó Zander señalándola.

—¿El qué?

—Allí.

Iryan entornó los ojos y divisó el cinturón que Enya había dejado caer.

—¡Es de Enya! —dijo abandonando su escondite y dirigiéndose hacia la bestia, que ya casi alcanzaba su objetivo.

—¡Iryan! ¡La sangre! ¡No dejes que te toque! —gritó Rhiannon.

La bestia se percató entonces de los intrusos, sobre todo del que se acercaba, cada vez más, al objetivo que estaba intentando alcanzar. Furiosa y utilizando las pocas fuerzas que le quedaban, levantó sus patas delanteras, las agitó en el aire y relinchó. Iryan le lanzó su partesana y acertó en una de sus patas. El animal se revolvió e intentó arremeter contra el joven, que ya solo se encontraba a medio metro de distancia. Cuando una de sus patas traseras intentó golpearle, Iryan rodó sobre sí mismo y esquivó el ataque, pero el animal volvía a estar sobre sus patas traseras, y las delanteras descendían con fuerza para aplastarle. Zander agarró los brazos de su compañero y estiró lo más fuerte que pudo, consiguiendo salvarle del letal golpe. Se colocó frente a él y clavó su espada en el cuello del animal. Algo de la viscosidad chorreó sobre el brazo de Zander, que apartó la mano en cuanto sintió el abrasivo calor y se limpió rápidamente en la tela de sus pantalones.

—¿¡En qué pensabas!? —se quejó el rubio.

—Es el cinturón de Enya. Quizás contenga más restos y podamos activar de nuevo el rastreador.

Rhiannon, que había llegado a la escena poco después que Zander, se acercó al cinturón y lo recogió del suelo. Sacó el rastreador de su bolso y lo colocó sobre la prenda, que reposaba en la palma de su mano. Segundos después, los aros que rodeaban la esfera en el extremo del artefacto comenzaron a girar. El rastreador se activó de nuevo y señaló en una nueva dirección.

—La tenemos —dijo Rhiannon aliviada.

Zander recuperó su espada e hizo lo propio con la lanza de Iryan. Se la devolvió y le lanzó una mirada de desaprobación, como diciéndole que la próxima vez pensara un poco más las cosas.

 Todos se dieron prisa en reanudar la marcha en cuanto el rastreador les proporcionó una ruta. Durante el trayecto, varios dragones sobrevolaron la zona y les obligaron a cubrirse para no ser vistos. Finalmente, llegaron a un lugar que jamás habían pensado ver en lo largas que pudieran llegar a ser sus vidas: Kibah. Una isla flotante que antes de que aparecieran los demonios pertenecía al reino de Veeran. En Kibah siempre hubo una cantidad de vida increíble. La fauna y la flora eran mucho más variadas y exóticas que en el resto del reino. Kibah era el hogar de un sin fin de especies que los humanos respetaban y cuidaban con tesón. Perder Kibah cuando las bestias y los demonios aparecieron fue causa de una desesperación difícil de soportar para muchos.

—¿Esa es la isla flotante de Kibah? —dijo Rhiannon.

—Creo que sí —contestó dudoso Zander—. ¿Cuántas islas flotantes más hay?

—Ninguna —respondió Iryan.

—El rastreador apunta hacia arriba —comentó Rhiannon.

—¿Y cómo vamos a subir? —se preocupó Zander.

—El profesor Cho explicó en clase que Kibah funcionaba diferente al resto del mundo. Que sus leyes físicas no son como las nuestras. —explicó Rhiannon.

—¿Y sabes cómo subir?

—No tengo idea —confesó—. Lo único que mencionó el profesor Cho es una cita de un libro antiguo que le pareció curiosa y que, según él, era un acertijo que "jamás podríamos intentar descifrar".

—¿Y qué decía?

—"Solo el camino que se dirige hacia lo más profundo te ayudará a llegar a lo alto."

—Sí que parece un acertijo —dijo Iryan.

—¿Qué podría significar? —se preguntó Zander.

—No podemos permitirnos el lujo de pararnos a pensarlo —recordó Iryan—. Deberíamos pensar en otra forma de subir. ¿Podrías utilizar tu magia para subirnos, Rhiannon?

—Podría intentarlo, pero tendría que quedarme aquí abajo. Puedo usar magia de viento, pero no puedo realizar el hechizo mientras vuelo por los aires.

—Súbenos. Nos ocuparemos del resto —dijo Zander—. En cuanto estemos arriba, vuelve con Lea.

—¿Y cómo bajaréis después?

—Resolveremos los problemas conforme vayan apareciendo y de uno en uno —contestó Iryan.

—Muy bien. Dadme un momento.

Rhiannon miró en varias direcciones antes de comenzar a mover sus manos. Primero comenzó a murmurar palabras irreconocibles para los Zhaltos. Luego, deslizó los brazos arriba y abajo y de izquierda a derecha en momentos inesperados, realizando movimientos sinuosos y bruscos. De vez en cuando paraba en seco, cogía una gran bocanada de aire e iniciaba nuevamente el ritual.

—¿Vas a tardar mucho? —preguntó Zander cuando habían transcurrido cinco minutos.

—No soy una Dhira —dijo Rhiannon algo molesta.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Necesito que el elemento que utilizo esté presente para poder darle uso —explicó—. ¿Cuánto viento hay aquí ahora mismo?

—Apenas nada.

—Pues sí, tardaré mucho en recolectar el suficiente aire. A menos que quieras estrellarte contra el suelo.

—Tomate el tiempo que necesites —respondió Zander y no volvió a abrir la boca.

Pasados quince minutos más, Rhiannon se detuvo de golpe. Ráfagas de viento zarandeaban su melena de un lado a otro y el polvo se levantaba del suelo y revoloteaba a su alrededor.

—Hay algo raro —dijo la maga.

—¿Qué pasa?

—El viento. Una de las corrientes proviene de un lugar extraño.

—¿A qué te refieres?

Rhiannon no contestó y comenzó a caminar lentamente. Las bruscas ráfagas de viento desaparecieron y solo quedó una leve brisa que la condujo hasta una zona igual de desolada y vacía que la anterior.

—Aquí. —Indicó la maga y dejó de utilizar su magia.

—Claro que sí. —intervino Zander—. Deshaz el hechizo. Solo has estado veinte minutos preparándolo.

—Una corriente de aire provenía de aquí abajo —dijo Rhiannon agachándose y palpando el suelo—. ¡Aquí!

Iryan se agachó también y notó como una corriente de aire salía a través de una grieta del suelo. Comenzó a limpiar el polvo que tapaba el suelo y descubrió una abertura cuadrangular.

—Zander, ayúdame.

Zander se acercó y ambos flexionaron sus piernas para coger la baldosa de piedra y poder levantarla, pero pesaba mucho más de lo que esperaban.

—Os ayudaré. —dijo Rhiannon realizando un movimiento mucho más simple con sus manos.

Una ráfaga de aire proveniente del otro lado de la baldosa la empujó hacia arriba y los Zhaltos la apartaron rápidamente para que sus manos no fueran aplastadas en su descenso. Cuando se asomaron al agujero que había quedado en el suelo, unas escaleras descendían hacia las profundidades del misterioso hueco.

—¡El camino hacia lo más profundo! —gritó Zander.

—¿Creéis que si bajamos podremos llegar hasta Kibah? —preguntó Rhiannon.

—Solo hay una forma de averiguarlo —dijo Iryan.

Descendieron por las escaleras, que eran tan estrechas que solamente una persona cabía, y llegaron hasta una salida rocosa. Cuando emergieron de la oscuridad y se asomaron, vieron un paisaje totalmente diferente al anterior: Una exuberante vegetación que cubría toda la isla en diversos tonos de verde, Un sinfín de ríos, lagos y cascadas rodeados por árboles de todo tipo, una fragancia cítrica y dulce al mismo tiempo y sonidos que alertaban de la vida que existía en el interior de aquellos frondosos bosques.

—Mi tío me dijo una vez que perder Kibah no era como perder una extremidad; era como perder el corazón y que te obligaran a seguir viviendo. Ahora entiendo a lo que se refería —dijo Rhiannon maravillada por la vista.

—Su belleza es un engaño ahora. —advirtió Iryan—. Pensado para que bajes la guardia y sus fauces no te recuerden a la muerte. No olvides que aquí viven demonios.

Siguieron su camino guiados por el rastreador. Rhiannon aprovechó para desplegar el hidroescatador. El artefacto, que era rectangular, se dividió en varias partes y cada una de ellas se alejó volando en direcciones distintas, en busca de agua. Tardó media hora en volver a unirse y guardarse en su estuche. Si el agua estaba almacenada dentro, ninguno supo imaginar dónde estaba, pues el artefacto era igual de pequeño que antes.

El rastreador comenzó entonces a moverse de una forma familiar y desesperanzadora.

—Está dejando de funcionar —avisó Iryan.

—No importa —dijo Zander—. Ya no lo vamos a necesitar.

Enya se encontraba frente a ellos. De pie en lo alto de una torre que había en una isleta situada en el centro de un gran lago.


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