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Veintisiete

En sentido del viento frío de Verni

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Sallow era un apellido que ella había escuchado mencionar cientos de veces. Cercano, familiar, querido, pero al mismo tiempo le hacía sentir cierta presión en el pecho que no dejaba de recordarle lo muy poco que lo conocía.

Al principio, pensó que quizás se sentiría feliz por Hakone, sin embargo, una gran incomodidad rellenaba sus pulmones como su de un grueso humo se tratase. Estaba decepcionada y no sabía por qué. Quizás por la idea que irrumpía en su cabeza que le decía a altos decibeles "Él no confía en ti".

Apretó fuertemente el libro escrito por Tsuki Ione. Había una posibilidad de que él realmente no supiera la historia del príncipe Angra y de su supuesta descendencia que culminaba con él.

«¿A quién quiero engañar?», pensó «Por supuesto que lo sabe. Es solo que es un experto fingiendo que no».

Decidió continuar con su lectura. No podría ni debería hablar de aquel tema con él. Úzui se lo había contado todo por alguna razón, pero no lograba comprender por qué.

Esas ideas revoloteaban en su mente creando un caos completo que provocó que tuviera que leer varias veces el mismo párrafo para comprender lo que el libro decía.

Aquella mañana era especialmente fría, tanto, que el viejo Aris tuvo piedad de la pobre Ina lo suficiente como para prestarle una frazada para cubrir sus piernas además de servirle ya en dos ocasiones una bebida oscura y caliente de la que ella jamás había oído hablar.

«Café, como el color». 

Le recordaba ligeramente al alma de San.

Bebió cuidadosamente un sorbo, intentando despejar su mente para adentrarse nuevamente en los pensamientos de Ione:


Mis primeros meses en Alantra fueron bastante normales. Tenía la obligación de trabajar para vivir como cualquier otra persona de este mundo y de cualquier otro. Ayudé a todas en sus labores, pero realmente nunca se me dio bien la entretención, así que pasé la mayoría de mis días cocinando con Yen, Ilda y Constantina o con Priscilla gestionando papeles que ella nunca me dejó leer.

Priscilla es increíble y también lo era cuando la conocí. No solo porque era la persona más hermosa que alguna vez mis ojos habían visto, sino porque era fuerte, no le temía a nada o al menos no lo demostraba, se encargaba de mantener todo en orden y podría hacer de todo sin ayuda de nadie. Independiente y preocupada por sus hermanas, así fue como la comencé a ver cuando me enamoré de ella, cuando su belleza exterior dejó de importarme.

Pese a la situación en la que me encuentro ahora, no me arrepiento absolutamente de nada de lo que tiempo después sucedió entre nosotros. Jamás pensé que enamorarme de un ángel como ella dolería tanto, pero sé que, si tuviera la oportunidad de volver al pasado, tomaría las mismas decisiones que me llevaron hacia ella...y hacia ti.


Ina dedicó toda su mañana a la lectura del libro, el cual, por fortuna no era muy largo ante la mirada inquisitiva del viejo Aris.

Sintió la necesidad de adentrarse en la lectura para saber más de la historia de ese hombre, no solo porque aquella alma que cargaba parecía insistirle en hacerlo, sino porque ella misma ya se sentía cansada de no encontrar en absoluto respuestas que pudieran responderle de una vez quien era ella.

El libro estaba dedicado a la pequeña luna roja, como llamaba Ione a su futuro hijo o hija. Cada día estaba más convencida de que se trataba de ella misma, sin embargo, eso solo respondía la pregunta de quién era ella, pero no la de quién era ella en el mundo.

Ione afirmaba encontrarse en Alantra, sin embargo, aquellas eran solo conjeturas de él, pues había logrado leer una oración borrosa que decía que las doce mujeres de la isla jamás refirieron a su hogar como tal.

Además, si lo que Caeru decía era verdad, ella no habría podido ser el fruto del amor entre Ione y Priscilla puesto que ella no podía tener hijos como los demás mortales.

Todo la confundía demasiado. Pensó que quizás estaba buscando respuestas en el lugar equivocado.

Continuó leyendo sin transcribir, las palabras de Ione la habían consumido pese a la dificultad que tuvo para comenzar a concentrarse en ella.


Podría decir que todo fue perfecto entre nosotros sin mentir. Yo estaba y sigo enamorado hasta la médula de cada uno de los cabellos de Priscilla y ella afirma que también lo está de mí, lo que me convierte en la persona más afortunada y feliz de todo el mundo explorado y ¿por qué no? También del que no.

Le pedí muchísimas veces que se casara conmigo, pero ella nunca aceptó y yo no entendía por qué hasta el día en que me di cuenta de que poco a poco yo iba envejeciendo, pero ella y sus hermanas continuaban igual de radiantes que el primer día.

No se supone que sea la clase de cambios de los que alguien quiere darse cuenta ni tampoco son de los que se pueden percibir tan fácilmente. Mi pequeña luz de luna, probablemente entenderás lo que digo cuando veas el paso de los años influir en ti, pero no en Pari ni Paroya ni en ninguna otra.

El darme cuenta de esto hizo que también pensara en la cantidad de veces que había visto trabajar a Ireia con sus plantas medicinales. Conmigo trabajó decenas de veces, al igual que con los animales heridos que aparecían ante ella como si le pidieran ayuda. Con sus hermanas, cero.


Ina se sobresaltó. Sabía lo que aquel párrafo significaba.

Ione había descubierto que no había nada que pudiese herir a esas mujeres, tal y como le sucedía a ella.

Golpeó su cabeza con su puño suavemente intentando recordar. En el fuerte Treng-Cai, cuando ella era apenas una niña, jamás habían regresado heridas de los llamados que aquellos guardias le hacían. Ni un solo rasguño, ni un solo moretón, ni una sola herida en absoluto. Solo una mirada perdida y el cabello desordenado.

¿Cómo era capaz de recordar aquello? Ni siquiera sabía cuanto tiempo había sucedido de aquel entonces, ni tampoco podía recordar los detalles. No había rostros, la vestimenta era estándar y el ambiente físico no llamaba la atención. Pero una mirada como esa jamás la olvidaría, en especial desde cuando se encontró a sí misma participando de ella.

Eran iguales. Con el paso del tiempo, ella se había convertido en sus hermanas, las mujeres sobre las que se encontraba leyendo.

Ione continuaba explicando en su relato todas las cosas de las que eran capaces aquellas mujeres. Habló de una gran resistencia, sensibilidad con las vidas de animales e insectos, de una dieta sin ingesta absoluta de carne, de la capacidad de sentir almas y de su cuerpo indestructible, pero no había ni una sola palabra acerca de luces en sus ojos ni tampoco de transformaciones extrañas que amenazaran la vida de cualquier habitante de la isla.

No había registro alguno de lo que a ella le había ocurrido en el templo y en la habitación de Hakone, así como tampoco del hecho de que ellas podrían ser capaces de disolver almas dejando ojos calcinados en sus portadores. Estaba sola con eso.

El viejo Aris emitió un bufido cuando Aline entró a la biblioteca haciendo que la puerta hiciera un ruido estruendoso al chocar contra la pared por el fuerte golpe.

—¡Aquí estás, Ina! —dijo con volumen alto, haciendo que el bibliotecario hiciese un sonido con sus labios para hacerla callar— ¡No me haga callar! Nadie viene aquí.

—¿Me buscas? —Ina dejó de lado el delgado libro con cuidado, interponiendo un pequeño papel entre sus hojas para no olvidar la página que se encontraba leyendo.

—Te necesito. En el laboratorio. Ahora. ¿Sabes dónde está Yunis?

Ina negó con la cabeza. No la había visto desde el día anterior, lo que hizo que su corazón diera un respingo. ¿Estaba bien ella?

Se disculpó y despidió de Aris y salió rápidamente hacia donde la llamaban, mientras que Aline corría en dirección contraria hacia los dormitorios femeninos para buscar a su compañera.

Estaba inquieta. ¿Había cometido un error con algo?, ¿se había equivocado con la cantidad de hidróxido sódico en su mezcla para hacer un jabón y había provocado una quemadura irreversible? No. Si las habían llamado a todas era porque se trataba de algo más grande.

Recordó haber visto a Minerva llorando y mordió su labio. ¿Acaso algo había sucedido con ella?

Ese pensamiento desapareció de su mente al abrir la puerta del despacho de su jefa. Allí pudo ver a cuatro personas además de ella, que se dieron media vuelta para verla entrar.

Dos mujeres que habían estado con ella durante sus días de recuperación en el hospital, eran asistentes de Evee y, junto a ellas, Asami y Hakone.

Hakone. Su respiración se aceleró. No sabía qué decir, como tratarlo o si debería hacer el atrevimiento de mirarlo. La información que Úzui le había entregado lo hacía estar mucho más alejado de ella en cuanto a jerarquía. Ya no era solo el comandante de las fuerzas de orden, sino también llevaba el apellido de la otra familia real que había sido desterrada.

Abrió la boca para decir algo sin siquiera pensarlo, cuando fue interrumpida por otra voz.

—Señorita Irene, por favor, entre.

Implacable. Distante. Cordial. Así había sonado la voz de Hakone diciendo su nombre.

¿Por qué le había hablado así? ¿Acaso ya era consciente de su posición en la cadena de mando?, ¿había asumido que ella era menos que una trabajadora Mihrina, una trabajadora y refugiada extranjera?

Se perdió en sus pensamientos hasta que escuchó la puerta abrirse nuevamente, esta vez, con Tamara, Yunis y Aline del otro lado.

Una vez que todas se hubiesen acomodado alrededor del escritorio de Minerva, esta comenzó a hablar:

—Chicas, sé que este es su día libre y que no debería molestarlas con trabajo, pero se acerca el día del despegue de la caravana hacia el sur del país y debemos afinar algunos detalles que nos han quedado pendientes.

Ina miró a su alrededor sin comprender de qué hablaban. Hakone, que se había instalado a su lado, notó la mirada que siempre mostraba su rostro ante un evento que no comprendía.

—La caravana es una tradición —comenzó, aún usando el tono cordial con el que le había hablado—. Fue iniciada por el comandante Rist, mi antecesor, y trata de emprender un viaje todos los años hacia los pueblos y ciudadelas del reino para ayudar con comida y medicina a quienes lo necesitan.

La herborista pudo sentir un pequeño rastro de felicidad en el comandante al hablar de aquel evento. Parecía orgulloso de esa parte de su trabajo.

—Así es —complementó Minerva—. En la caravana viaja el comandante de las fuerzas de orden, un guardia elegido por él, dos enfermeras y dos herboristas. El año pasado, Tamara y Aline viajaron, por lo que, señor comandante, sugiero que esta vez vayan mis otras dos trabajadoras.

Un viaje. La idea la entusiasmaba, sentía muchas ganas de salir de aquellas paredes para conocer el resto del país. Sabía que el mundo era mucho más grande que las altas paredes que rodeaban su nuevo hogar y sentía muchas ansias de descubrir hasta donde era capaz de llegar.

Hakone suspiró. Había algo en él que Ina no lograba comprender. ¿Preocupación?, ¿disconformidad?

—Si me lo permite, señora Mün, me gustaría sugerir la idea de repetir el mismo grupo que asistió el año anterior.

Minerva alzó una ceja al mismo tiempo que Asami y sus compañeras le dedicaban miradas indiscretas a Ina, quien solo dirigía su vista a un punto específico del escritorio de su jefa. ¿Había oído bien?

—Comandante Sallow —respondió Minerva entre una casi imperceptible risa nerviosa—, Yunis e Irene están perfectamente calificadas para acompañarlo en este viaje.

—De eso no tengo duda, sin embargo, creo que, como son sus dos miembros más nuevos, deberían aprovechar el tiempo para continuar aprendiendo.

No lo entendía. Esa persona no sonaba como Hakone, pero era él, era su alma la que estaba junto a ella en ese momento, sin embargo, no era capaz de reconocerlo. Por primera vez en mucho tiempo pudo ver en él solo al comandante Sallow.

—Creo que es la mejor instancia para aprender —continuaba refutando Minerva—. Conocer personas nuevas, casos nuevos y lugares distintos a los que vemos entre estas cuatro paredes. Estarán en un espacio real y se les pondrá a prueba con cada paciente y con cada medicina que tengan que crear de manera improvisada de ser necesario. No hay mejor instancia de aprendizaje.

—El grupo conformado el año anterior funcionó de manera impecable. No nos gustaría que...

—¿...que esta vez se bajaran los estándares, comandante? —Minerva parecía furiosa e incrédula ante lo que estaba oyendo, al igual que Ina, que continuaba tan confundida como cuando reconoció el alma de Pari en un hombre extraño— Yo sé que eso no es lo que usted piensa. No sé quién le ha dado la orden de rechazar a mis trabajadoras más nuevas y con más potencial, pero no me gusta nada lo que está insinuando ante mí y ante ellas.

—Esto no tiene nada que ver con las capacidades de Yunis e In... Irene. Tiene que ver con las de Tamara y Aline. Tanto usted como yo queremos que a esas personas se les ofrezca el mejor servicio posible, sin importar el costo.

Minerva esbozó una sonrisa inesperada ante la incomodidad evidente del joven comandante. Se puso de pie y apoyó sus manos en su escritorio para luego tomar aire.

—Usted necesita dos herboristas y, casualmente, tengo dos disponibles para hacer el viaje con usted. Aline y Tamara estarán ocupadas conmigo, así que le sugiero que lleve a Yunis e Irene. Es mi respuesta final.

Ina sintió un amargo sabor en la boca al que no supo ponerle nombre. Aquella sensación de entusiasmo se había desvanecido por completo pese a contar con la garantía de ser ella quien emprendería el viaje hacia el sur junto con dos de las personas más importantes que tenía en el palacio.

Ahora solo sentía una sensación muy similar a la culpa.

Hakone pronunció un sonido afirmativo para luego dar su reverencia protocolar. Cuando el resto de las personas salieron del despacio, Minerva le susurró sin que nadie, ni siquiera Ina pudiese escucharla.

—Después me dirás la verdadera razón por la que no quieres llevarla.

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—Según lo que me dijo Aline, deberíamos llevar muchas mudas de ropa porque nos ensuciaremos mucho, además de algo para cubrirnos los pies porque el viaje es largo y nos dará mucho frío. Una almohada para apoyar el trasero en las cajas también estaría bien y no podemos olvidar algún juego de mesa porque nos aburriremos como ostras en una playa sin olas.

Pese a la incomodidad que había sentido antes en el despacho de Minerva, Yunis se mantenía entusiasmada y enérgica como acostumbraba a serlo. El color en su rostro había regresado paulatinamente a ser el de siempre y la herida sobre su ceja ya estaba desapareciendo. Su alma no mostraba indicio alguno de sufrimiento.

Eso alegraba enormemente a Ina, por lo que no pudo evitar contagiarse de su felicidad.

—¿Cuándo partiremos?

—Pasado mañana, muy temprano —Yunis dio un respingo muy común en ella cuando se le ocurría una idea que creía genial—. ¡Ya sé! Mañana, deberíamos dormir juntas.

Eso era algo que Ina no esperaba. Le recordaba a Ophelia.

—¿Por qué?

—Pues para acompañarnos y, de paso, no llegar tarde. Si somos dos, podremos estar más atentas a la hora de encuentro y así no llegaremos tarde.

Ina sonrió. Le gustaba la idea de estará acompañada de una amiga.

—Está bien.

Sintió un ligero pinchazo en sus rodillas. Al estar en cuclillas en el piso de su habitación, Monoi había aprovechado de clavar sus uñas en sus pantalones, tal y como había acostumbrado a hacer desde que había aprendido a caminar.

—¿Crees que pueda pedirle a Tamara que cuide a Monoi mientras no estoy? —preguntó. Le preocupaba que el único gatito que había sobrevivido desapareciera tal y como lo hicieron sus hermanos.

—A Tamara le encantan los gatos, así que creo que no te hará caras feas.

No podía imaginarse a Tamara haciendo caras bajo ninguna circunstancia.

—Oye, Ina —comenzó a hablar nuevamente Yunis, con cuidado—. Hay algo que quiero preguntarte.

Por su tono, sabía exactamente hacia donde se dirigía el tema de conversación.

—¿De qué se trata?

—¿Tuviste una pelea con Hakone?

Hakone. Por supuesto que le hablaría de él. No sabía qué era lo que había hecho mal como para que rechazara su compañía y la tratara de forma tan distante. Aunque aquello último parecía justificado por la ocasión, pues Minerva tampoco solía llamarla Irene.

—No —fue todo lo que dijo.

—Entiendo. Parecía muy insistente con la idea de dejarte aquí.

—Tú también ibas a quedarte, Yunis.

—¡Ah! Pero todos sabemos que fue por ti y no por mí. Y nadie se cree esa excusa que puso, así que, cuéntamelo todo. Te prometo que no se lo diré a nadie.

—No hay nada que contar. Realmente no sé qué fue lo que hice para que estuviera enojado conmigo.

Yunis frunció el ceño y se puso de pie, mirando al techo, pensativa.

—Quizás no estaba enojado, sino preocupado.

No quiso admitir que esa idea también se le había pasado por la cabeza a ella.

—No creo que un viaje sea algo de qué preocuparse.

—¡El viaje no! —exclamó— Pero tu pequeña cabeza blanca sí —Al decir eso, la golpeó suavemente con su palma—. Quizás piensa que veremos los peores horrores y que quizás puedas quedar traumatizada para siempre por tu experiencia fuera de las paredes.

Eso sonaba como algo que Hakone haría, pero dudó mucho de aquella posibilidad, pues ya no había nada que la horrorizara más que todo lo que había visto en Líter.

El día pasó tan fugazmente como vuelan las partículas de polvo en el viento y con él, los preparativos para el viaje avanzaban segundo a segundo. Ina no tuvo tiempo de regresar a la biblioteca para continuar con su lectura interrumpida, pero logró darle aviso a Aris de su ausencia a través de un intermediario. No quería ver su rostro al enterarse de que entregaría el libro terminado nuevamente el último día del plazo.

La noche anterior al viaje, Yunis llegó a dormir con ella a su habitación, pero, pese a la disponibilidad absoluta de la cama de Ophelia, su compañera insistió en dormir en el piso, algo que incomodó enormemente a Ina, pues no le gustaba la idea de estar cómoda mientras que su amiga no. Por esa razón, ambas durmieron en su cama.

No era lo mismo. Nunca iba a serlo. Ophelia era irreemplazable.

La madrugada del viaje, Yunis despertó primero, cuando el sol aún no salía. Eso significaba que aún estaban a tiempo, por lo que ordenaron rápidamente la habitación y se dirigieron a los comedores para desayunar. A esa hora de la mañana no había nadie despierto, ni siquiera los guardias de turno, pero a Hakone no parecía sorprenderle.

Yunis e Ina llegaron a la caravana a tiempo. Se trataba de dos grandes carretas cubiertas por una lona quemada por el sol preparadas para ser arrastradas por dos caballos cada una.

Ina observó una de ellas, se encontraba abarrotada por completo de alimentos de todo tipo y de cajas con las medicinas en las que ella misma y sus compañeras habían trabado durante semanas. No tenía ni idea de que eran para dárselas y aplicarlas a personas fuera de Mihria.

Respiró hondo. El palacio no era solo bruma negra escondida bajo un sol radiante, sino también tenía pequeñas nubes blancas que demostraban que nada, ni siquiera una ciudad, podía ser completamente malo.

—Ina —comenzó a decir Yunis en su oído—. ¿Por qué nadie nos dijo que podíamos ir sin el uniforme?

Miró a sus acompañantes. Todos, incluyendo Hakone y Asami, estaban vestidos con ropa casual, excepto ella y Yunis, quién, por alguna razón que no logró entender, parecía totalmente avergonzada de aquel pequeño detalle que nada afectaba a sus labores.

El comandante acariciaba la cabeza de un caballo moteado. La única vez que ella había estado cerca alguno de ellos, fue en una batalla en que sus contrincantes la atacaron montados en aquellos animales. Había acabado solo con los jinetes, pues ellos no tenían la culpa ni eran partícipes de una guerra humana.

Sin darse cuenta, se acercó a ese mismo caballo, maravillada por la vista que aquel animal le mostraba por primera vez en toda su vida. Posó sus ojos sobre él sin atreverse a tocarlo, pues percibía cierta incomodidad en él al estar en su presencia, casi como si supiera todo lo que había hecho.

—¿Qué es lo que más te llama la atención de él?

Era él. Era Hakone de nuevo, no el comandante Sallow.

—Sus pestañas —respondió sin mirarlo.

No dijo nada más hasta que llegó el momento se subirse a la carreta. Quería preguntarle cosas y que él le respondiera. Se sentía extraña, desconocida y hasta un poco decepcionada.

Aquel permanente silencio incómodo entre los dos se rompió cuando la carreta partió gracias a la intervención de Yunis y su perspectiva alegre acerca de un viaje donde algunos de sus participantes no regresarían siendo los mismos que cuando partieron hacia el sur, siguiendo el sentido del viento frío de invierno que se adentraba en los bosques de Verni.

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