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Veintiséis

La leyenda del rey Roldán

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Ina sentía que su reflejo se encontraba constantemente acompañado de problemas que cargaban todo su peso encima de ella y que la perseguían donde quisiera que fuese. Tenía un millón de razones para desear que, al caer el atardecer, el viento que soplaba de norte a sur lograra aminorar el peso que llevaba sobre sus hombros.

Pero al instante en que leyó la nota, supo que nada de eso pasaría.

Allí se encontraba, completamente sola tras lo que alguna vez había sido un restaurant incinerado. El mismo lugar donde casi le quita la vida a una de las personas que, con el pasar del tiempo, se había vuelto uno de los pilares que sostenía su cabeza sobre su cuello. El frío y la humedad del aire habían provocado que los trozos negros de madera quemados brillaran en conjunto con la fina capa de agua que los cubría. Poco a poco, la hierba comenzaba a crecer sobre ellos, mostrándole cualquiera que pudiese verlos la fuerza y determinación de la naturaleza por sobrevivir incluso en las situaciones más difíciles.

El rosa coloreaba el cielo jugueteando con el naranja y el azul. Una mezcla que pocas veces reproducían las almas de los trabajadores de Mihria. A Ina le pareció una vista preciosa y deseó que su alma tuviera al menos un rincón donde los colores armonizaran de tal forma.

Supo que todo iba en serio cuando sintió un alma conocida acercarse a ella, pero no se veía como el príncipe Úzui, sino más bien a una joven muchacha vestida como una de las sirvientas de los muros interiores, cuyos rasgos no destacaban por sobre el promedio de los habitantes del palacio.

Un disfraz simple y efectivo.

—Sabes quién soy —afirmó su femenina voz.

Ina asintió.

—Bien —continuó entonces—. Necesito que seamos discretos. Así que no mires mucho alrededor temiendo que nos puedan escuchar. Trata de ser casual.

Ella se preguntó si de verdad podría ser capaz de hacer eso. Los nervios la embargaban.

Suspiró y entrelazó sus propios dedos frente a su vientre.

—¿No vas a pedirme nada a cambio?

—Solo que utilices bien la información que estoy a punto de darte.

—No puedo prometer eso.

Saber el nombre del asesino de Ophelia, algo que había querido desde aquel horrible día. Iba a matarlo ella misma, quería hacerlo y así romper su promesa de no evaporar más almas.
Era solo una, una más y se acabaría.

¿Cuántas excepciones sería capaz de soportar?

«Te mueves entre el blanco y el negro», escuchó decir a su voz interior. «¿Dónde acabarás?»

Obligó a su conciencia a mantenerse en silencio.

—Entonces, te ofrezco un trato.

Observó los pilares quemados. Ya habían pasado meses desde el incendio y el rescate de los niños secuestrados, pero aun nadie había sido capaz de retirar los peligrosos escombros. ¿Había sido a propósito o solo un descuido?

Al igual que la vista que tenía en frente, no sabía descifrar el significado de la postura del príncipe. Hacer un trato con él podría ser arriesgado, pero al mismo tiempo, podía ser una forma de avanzar.

—¿De qué se trata? —preguntó con desconfianza.

—Tú me prometes que no le tocarás ni un pelo a esa persona hasta que llegue el momento adecuado. A cambio, yo te daré su nombre y el honor de ser quien le corte la cabeza

Esperar. No sabía si podía hacer eso.

Tener su nombre significaría tener un objetivo al cual apuntar, un enemigo identificado, un antagonista para su historia. ¿Como sabía si podría ser capaz de esperar? Aunque lo prometiera, no tenía nada seguro.

—Está bien —dijo al fin, pese a sus inseguridades.

Úzui estiró su femenino brazo y con la punta de una daga que llevaba escondida en su uniforme de sirvienta, cortó ligeramente la palma de su mano, provocando que un pequeño hilo de sangre comenzara a correr.

No entendía ni un poco las intenciones del jóven príncipe.

—No puedes sangrar, ¿cierto?

Ina negó. Había sangrado una vez, no lo olvidaba, pero luego de la muerte de Ophelia, había vuelto a su estado anterior. Su cuerpo tenía tantas preguntas sin responder que pensó que tardaría un milenio entero solo en terminar de conocerse.

—Bien, entonces tendré que cambiar de estrategia.

Al decir esto, con su propia sangre, el príncipe escribió en su brazo algo que Ina no pudo comprender. No eran letras, tampoco un dibujo, pero debían significar algo, pues no parecían solo líneas hechas al azar. Si hubiese tenido que apostar, habría dicho que se trataba de un alfabeto distinto al que conocía.

Úzui murmuró unas palabras e Ina sintió que su mano izquierda picaba. Al voltearla frente a su rostro, puso ver un fino hilo de sangre idéntico al que el príncipe había tenido unos segundos antes.

Su corazón comenzó a latir fuertemente. Los símbolos en su brazo y las palabras que salieron de su boca habían hecho que su cuerpo se comportara como el de cualquier otra criatura, pero cuando buscó la herida, no había nada ahí.

Úzui hizo un ademán de tomar su brazo justo antes de que ella lo retirara rápidamente. No iba a dejar la tocara, aunque se viera como una mujer.

—Repite conmigo —dijo él—: juro por los dioses, diosas y celestiales que, si rompo mi promesa, la dama negra se llevará mi alma a las tinieblas.

Ina repitió sus palabras, sin creer realmente que fueran a convertirse en realidad. Ni siquiera llegaba a entender por qué hacía todo eso, pero no podía dejar de pensar en lo que había hecho el príncipe para hacerla sangrar sin tocarla.

¿Había una forma de vencer la inmortalidad de su cuerpo?

No quiso pensar en eso. Meses atrás quizás sí había querido morir con todas sus fuerzas, pero ahora tenía razones para sobrevivir. P. Irene jamás habría pensado que aquello era posible.

Úzui suspiró y tapó su brazo. Miró a Ina directamente a los ojos, mostrándole que, detrás de esos ojos oscuros estaba la determinación innegable del príncipe que había querido asesinar a su hermana. Ella tenía miedo de estar confiando en la persona equivocada, tenía miedo de él y tenía miedo de las consecuencias que significarían el hablar con él.

—El nombre del hombre que armó la operación para capturar a Ophelia se apellida Demani, es el comandante del ejército. Él tiene la misión especial de encontrar a todos y cada uno de Kemono o, como se les conoce, "Los enmascarados", liderados por mí y por otras personas importantes que no expondré.

—Él mató a Ophelia? —preguntó Ina con impaciencia.

Pero el príncipe negó con la cabeza.

—Demani hizo un buen trabajo y la capturó ilesa cuando escapó, pese a que eso le costó muchas bajas —Antes de continuar, miró sus propios zapatos—. Ophelia era una de nuestros miembros más fuertes.

Claro que lo era, se trataba de Ophelia, una mujer que había criado sola a su hija luego de la traición de su propia familia y del hombre que pensó que amaba. Había vivido situaciones que solo se ven en las pesadillas y aun así se mantenía sonriente y con esperanzas en su futuro y en el de Oliv.

Era la mujer que le enseñó a amar y a amarse a sí misma.

Su pecho dolía. Quería verla, quería abrazarla y pedirle perdón, pero ya no era posible. Solo tenía que caminar mirando hacia el frente pensando en un futuro del que ella estaría orgullosa.

—¿Quién fue? —preguntó con un hilo de voz. No se había dado cuenta de que había comenzado a llorar y a abrazarse a sí misma con fuerza.

Úzui tragó.

—Mi padre.

Ina levantó la vista rápidamente, ¿había oído bien?

—¿El rey?

—Sí —asintió el príncipe—. Demani la capturó a salvo y la llevó al interior del palacio. Ella ya estaba cansada y rendida, sin Oliv, sentía que ya no tenía nada. Se unió a nosotros por ella, pero ahora veo que solo fue ampliar su miseria —Tapó su rostro para luego continuar hablando, por primera vez, a Ina le pareció que era abierto y honesto—. Le ofrecimos protección y ni siquiera fuimos capaz de hacer eso. Le fallamos y ahora debemos enmendarlo.

No podía seguir oyendo sobre aquella noche en que dormía plácidamente en una cama mientras ella sufría y caminaba hacia su muerte. El sentimiento de arrepentimiento, miseria e impotencia se apoderó de ella del mismo modo que aquel día en que se enteró de que su mejor amiga ya no podría volver a verla pese a los esfuerzos inhumanos que estaba dispuesta a hacer.

—Mi padre pidió un momento a solas con ella y cuando salió del calabozo, ella ya estaba muerta.

—Se rindió —susurró Ina—. Ella podía luchar contra el rey, pero decidió no hacerlo —Sus piernas estaban comenzando a temblar, sin saber cuánto tiempo más serían capaces de mantenerla de pie—. ¿Como sabes que eso fue lo que paso?

—El mismo me lo contó —Se tomó un momento y mordió su labio inferior para continuar—. Verás, Ina, él cree que mi hermana y yo estamos con él cien por ciento y mi madre no tiene ninguna voluntad...

—¿Es por eso que elegiste a Ophelia y luego a mi para ser tus candidatas? ¿Quieres jugar a ser el bueno con él y esperar el momento para reemplazarlo?

—Eso es lo que he estado planeando desde que fundé Kemono hace años. Pero al parecer mi padre sabe que tengo unos pocos desacuerdos con él.

—¿Eso justifica matar a tu propia hermana para tener una vía para llegar al trono?

Detrás del ceño fruncido de la sirvienta, pudo ver claramente al joven que estaba detrás.

—Tú puedes ver su alma, ¿es buena o mala persona?

—Está consumida por la locura —pronunció sin pensar.

—Alguien así no debe sentarse en ese sillón jamás.

—¿No sientes nada por ella o por tu padre? Acabas de ofrecerme su cabeza luego de terminar tu plan.

—A Amaia le habría hecho un favor. Se habría convertido en una mártir, la gente le habría ido a rosas a su cripta y se mantendría hermosa para siempre en los recuerdos de la gente. Además, se habrían olvidado de todo el daño que les hizo a sus sirvientas —Suspiró y tocó su cabeza para luego continuar —. Eso es todo lo que mi padre no debe tener, por eso no puede morir ahora.

—Aun así, amas a tu hermana —observó Ina— pero no a tu padre.

—Compartir sangre no significa nada si en la relación no hay ni un tipo de afecto. Mi padre nunca hizo nada por mí, ni siquiera darme un nombre, y yo no le debo nada a él. Sé que abusa de su poder y que solo piensa en sí mismo y en su ombligo, pero no por ser mi padre debería quedarme haciendo como si nada de esto sucediera. ¿Alguna vez has visto un anciano?

Ina se quedó pensando. Solo había visto a un hombre así, Rio. Pero él no estaba dentro del palacio, ni siquiera sabía si el siquiera vivía allí.

—Solo fuera de las paredes.

—Apuesto que es Rio el único —acertó él—. El rey dio una ordenanza hace quince años que prohibía la enteada de hombres y mujeres por sobre los sesenta años al palacio. Según el, los ancianos no son útiles y, si no son útiles, solo son un desperdicio de recursos.

—Y, ¿dónde están?

—Afuera, en los pueblos muriendo de hambre o suicidándose lanzándose por un risco.

Desesperación. Sabía lo que era eso.

Era cierto. Siempre había sentido que el palacio estaba lleno de jovialidad pese a las injusticias que conocía. Recordó que cuando apenas era una recién llegada le habían dejado las reglas claras: ser útil o marcharse.

Cuando la oscuridad de la noche los cubrió por completo, Úzui silbó.

—Piensa en lo que te dije. Hablaremos en otro momento, no pueden notar que no estoy.

—Espera —Aún tenía demasiadas dudas sin resolver y sabía que no podría responderlas todas de inmediato, pero había solo una más que carcomía su corazón—. ¿Por qué dijiste que fuera de las paredes no eras el príncipe?

Úzui sonrió y, al voltearse, llevó sus manos a sus bolsillos, examinando con la mirada a la herborista curiosa.

—Supongo que sí puedo quedarme un momento más.

—¿Realmente eres hijo del rey?

—Soy hijo biológico y reconocido del rey Mirus, descendiente directo del rey Mihrii, el fundador de la ciudad y palacio de Mihria hace más de doscientos años, un monarca que, por cierto, jamás debió llegar al trono.

Ina entrecerró los ojos. No comprendía hasta dónde quería llegar.

—¿Qué quieres decir?

—El rey y héroe de guerra Roldán fue un hombre muy sabio y justo, según cuentan las historias. Luego de que Froi, el país donde nació y pasó gran parte de su vida fuera asediado por los zodinnenes, se vio obligado a exiliarse al extranjero. En una embarcación con tan solo cincuenta personas, que incluía a recién tomada esposa, su madre y unos pocos aldeanos y hombres fieles, navegaron sin rumbo por ochenta días y ochenta noches hasta que llegaron a una pequeña isla habitada por feéricos que los ayudaron en paz. Los alimentaron, les dieron animales e instrumentos para que encontraran un nuevo hogar sin perderse en el mar.

››Cuando volvieron a zarpar, hicieron caso a sus instrucciones y tocaron tierra en tan solo siete días. Las cincuenta personas a bordo llegaron completamente sanas y salvas. Comenzaron a construir su nueva civilización, pero Roldán sabía que sus acciones en Froi habían provocado que él y todos los demás tuvieran que huir de su hogar, por lo que, antes de autoproclamarse rey, les preguntó a todos si tenían alguna mejor opción. Todos acordaron que Roldán era el monarca perfecto para ellos, porque logró mantenerlos con vida y esperanza.

››Así fue como comenzó su nueva vida y fundaron Kaslob, en honor al nombre de la madre del rey. Sin embargo, ellos no sabían que habían parado en una tierra ya habitada por una gran cantidad de tribus feéricas y felaias. ¿Qué crees que hizo el rey?

—Los espantó —respondió Ina, dudosa.

Úzui negó con la cabeza.

—Como pudo, se comunicó con ellos y acordaron que su aldea humana solo ocuparía un pedazo de tierra cerca del mar y de agua dulce para sobrevivir. Roldán sabía que quienes no eran humanos no necesariamente eran sus enemigos, pues fue ayudado por ellos cuando vagaron en el mar. Así que todas las comunidades vivieron en paz, hasta su muerte.

››Roldán tuvo dos hijos: Angra y Mihrii. El primero se crio con feéricos y felaias, por lo que les tuvo mucho aprecio y amor; pero el segundo hizo todo lo contrario. Algunos dicen que vio algo que no debía que implicaba a las otras razas, otros dicen que una felaia intentó secuestrarlo, el punto es que Mihrii los detestaba y temía.

››El pueblo de Kaslob amaba a Angra por encima de Mihrii y deseaban que él se convirtiera en el nuevo rey. Como era el primogénito, estaba segura su ascensión al trono, hasta el día en que encontraron su cuerpo desmembrado a los pies de un árbol sagrado en territorio felaia.

—No puede ser —exclamó Ina horrorizada. Poco a poco comenzaba a entender por qué los humanos odiaban a las otras razas.

—Así es. El amado príncipe Angra muerto por culpa de los felaias. Era obvio que los humanos se enojarían y tomarían partido por el segundo príncipe, quien no tardó en ascender al trono y convertirse en el rey Mihrii. Construyó un castillo y amuralló el pueblo de Kaslob, nombrándolo en honor a él mismo.

››A pesar de las evidencias, algunos humanos no quisieron seguir las reglas de Mihrii. Amaban a su príncipe que creía firmemente que humanos, feéricos y felaias eran iguales, por lo que huyeron del régimen del rey y construyeron una nueva aldea al sur del palacio a la que bautizaron Koica, junto a la única hija de Angra.

››Poco a poco, a través de las guerras de conquista creadas por Mihrii y sus descendientes, el territorio de Kaslob se volvió más y más grande, absorbiendo todos los poblados aledaños y convirtiéndolos en parte de un mismo reino, sin discriminar entre humanos y no humanos. Pero había una regla clara: los feéricos y felaias debían trabajar por y para Mihria sin gozar de los beneficios de su trabajo como paga por el asesinado del príncipe Angra que creyó en ellos hasta que fue traicionado.

Ina apenas podía creer lo que oía, pero no encontró ninguna señal de que Úzui le mintiera. Era lógico que él había conocido esa historia y que no planeaba dejar las cosas tal y como estaban. Según él, la historia debió seguir un curso diferente, uno en el que la convivencia entre razas no estuviese restringida por el odio y la sangre.

Por eso había decidido luchar codo a codo con quienes no eran humanos.

Por eso había elegido a Ophelia.

Por eso tenía una meta tan ambiciosa.

—¿No es más sencillo para ti hacer como que nada de esto sucedió? —Su pregunta era seria, justificada por el actuar de cientos de personas durante el transcurso de la historia misma.

—Es más sencillo, sí, pero, ¿qué le haría a mi alma?

La teñiría con pequeñas tonalidades de verde.

—¿Quieres conocer lo único bueno de que Amaia sea quien se siente en el trono de mi padre? —continuó.

Ina asintió. No se le ocurría ninguna respuesta a aquella pregunta, pese a que hace tan solos unos minutos estaba defendiendo sus razones de vivir.

—Hay un registro secreto de los descendientes de Angra. De alguna manera conseguí llegar a ellos y me encontré con un dato interesante que arreglaría este pequeño problema de la sucesión del trono.

—¿Los siguen en caso de que la actual familia real sea exterminada?

El príncipe asintió sonriente, al mismo tiempo que se daba media vuelta para comenzar a caminar y dar por finalizada su charla.

—El apellido que lleva la familia real con sangre de Angra es Sallow.

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¡Hola! Primero que todo, muchas gracias por llegar hasta aquí. Te quiero mucho.

✿✿Aprovecho la oportunidad para mostrar este hermoso moodboard de P.Irene hecho por KieraSumire ✿✿ Espero que les guste tanto como a mi.

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