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Veinticuatro

Cuando no se escuchan sus latidos

❧ ⊱✿⊰ ☙

De no haber sido por el fuerte viento que corría fuera de la cabaña, Ina habría olvidado por completo el frío de la intemperie. Los árboles golpeaban violentamente las pequeñas ventanas a su alrededor, haciendo que sonaran como si estuviesen desesperados por entrar para resguardarse del agua frente a la cálida chimenea.

Ella permanecía sola, sentada en el mismo taburete incómodo donde había despertado mientras Shi-Vy preparaba el almuerzo en una enorme olla donde pensó que perfectamente podría esconderse con el esfuerzo suficiente.

En otra esquina de la cabaña, sus acompañantes restantes discutían algo que ella decidió no prestarle atención. Seguía hipnotizada por el alma de Pari en el cuerpo de ese hombre.

¿Por qué se veía así? O, más importante, ¿por qué estaba viva?

No había olvidado el momento en que esa misma alma se deshizo en el aire junto con el resto de sus compañeras y los tres guardias que murieron accidentalmente por su descuido.

Quería hablar con ella, aclarar las cosas y pedirle perdón.

Aprovechó la oportunidad cuando se separó del grupo. Se puso de pie y, en ese instante, recibió la misma mirada de siempre: como si no estuviese teniendo un buen día y el solo hecho de hablar con personas lo hacía aún peor.

—¿Qué quieres? —preguntó el dueño del alma sin dudar. Parte de su cabello lo había abandonado, pero podía ver unos pocos vellos blancos sobre sus orejas. Las arrugas de su frente y bajo sus ojos le hizo recordar que nunca había visto ni siquiera una persona en el palacio con esas características. Todos parecían joviales y felices.

Otra mentira.

—Yo... —comenzó. No sabía realmente qué decir— no entiendo cómo es posible que estés aquí.

Estaba tan confundida que sentía que podría llorar en cualquier momento. No sabía que sentir: alivio por haberla encontrado y saber que estaba bien o miedo por las consecuencias de haberse encontrado.

—Esfuerzo se le llama —respondió, mientras uno de sus ojos comenzaba a palpitar—. ¿Quién te crees que eres para criticar mi participación? ¿Eres otra de esos imbéciles que creen que los ancianos no podemos trabajar? Soy cien veces más capaz que todos ustedes juntos.

—No, Pari. No quise decir eso.

—¿Pari? —resopló, conteniendo una risa burlona— No soy Pari, soy Rio.

¿Acaso no la reconocía? No. Podría haber olvidado quien era luego de llegar a ese cuerpo, no era posible haberse equivocado. Las almas de esas doce mujeres las reconocería en cualquier lado, mucho más que cualquier otra.

Decidió insistir.

—Tu eres Pari, te reconocería en cualquier lado. Perdón por lo que te hice, sé que estás enojada, pero por favor te pido que me perdones. Sabes que fue un accidente.

—No soy Pari, niña tonta. ¿No te das cuenta de que soy muy hombre como para que me trates como a una mujer?

—Señorita Ina —Shi-Vy había dejado un momento su olla para participar en la agitada conversación—. Rio de verdad no la reconoce ni a usted ni al nombre que le menciona. Pero, por otro lado —se dirigió al hombre—, ella sí lo reconoce a usted. Quizás se conocieron en una vida pasada.

Ina no entendía a qué se refería ella con una "vida pasada". De las incontables veces que había visto a las almas desprenderse de sus cuerpos, ninguna de ellas había llegado a detenerse en un cuerpo distinto, solo se deshacían en el aire, haciéndole perder sus rastros.

—¿Te das cuenta de que debo tener cuarenta años más que ella? —refutó Rio— En mi vida pasada, ella aún no nacía.

Pero sí era posible. Ina sabía perfectamente que, si de verdad ella era la luz de luna roja de la que Ione hablaba, podría haber estado viva incluso antes de que Rio naciera.

Pero aún no entendía a lo que se refería con las vidas pasadas.

—Interesante —susurró Shi-Vy.

—¿Qué es tan interesante? —Úzui se despedía del grupo para prestarle toda su atención a la discusión que se formaba a su lado.

—La señorita Ina es capaz de reconocer almas incluso después de años de haberlas visto, pero no sabe dónde van después de la muerte.

Por alguna razón, la chica de ojos pálidos había omitido su pensamiento que la ubicaba incluso antes del nacimiento del anciano. Quizás le había parecido ridículo.

—¿Entonces no reencarnamos?

No comprendía de qué hablaba.

—La reencarnación es una teoría, señorita Ina —comenzó a explicarle Shi-Vy—. Algunas personas creen que las almas se van al cielo luego de morir, pero otras piensan que regresan a la Tierra para habitar otros cuerpos.

Era posible. Si ella de verdad había vivido más años que Rio, podría tratarse de la reencarnación de Pari. Sería una persona diferente, no la mujer que había conocido antes.

Pero el parecido era indiscutible.

—Ella cree que Rio es la reencarnación de una de las doce de Alantra.

—¡Eso es ridículo! —gritaba Caeru desde el otro lado de la habitación— Para reencarnar, deben morir.

—Están muertas —dijo Ina con apenas un hilo de voz. No dejaba de mirar el firme suelo de madera brillante.

—¿De qué hablas? —El obispo estaba atónito, no parecía creer ni una sola palabra de lo que Ina decía.

—Yo las maté. A todas.

—Las doce de Alantra son mujeres inmortales. Son ángeles que lucharon codo a codo con los dioses. Una chica, por muy hábil que fuese, no es capaz de acabar con doce de ellas.

—Ella tiene los recuerdos, padre —La voz de Shi-Vy era firme.

Ella le creía, más de lo que la misma Ina lo hacía.

No quería hablar demasiado. Tenía miedo de que si lo hacía pudiesen aprovecharse de ella tal y como lo habían hecho los soldados de Líter.

De pronto, detestó la habilidad de Shi-Vy. No podía ni siquiera pensar tranquila. Sus recuerdos eran suyos y siempre lo habían sido, pero su cabeza estaba siendo explorada por una persona que apenas había conocido hacía un par de horas atrás.

No debía pensar en ello. Sus recuerdos de Líter eran solo para ella, pero su cabeza regresaba a ellos cada vez que buscaba un refugio en otro lado.

Ni sus mejores recuerdos con Ophelia podían salvarla.

—Solo es una extraña coincidencia— Caeru seguía sin querer creer una sola palabra.

—¿Sigues pensando que todo lo que tus libros dicen es la verdad absoluta y sin manipulaciones? — contradijo Úzui— Las coincidencias son demasiadas: Ella dice haber vivido con doce mujeres, a quienes asesinó; existe una representación de las doce de Alantra incluyendo a una niña que desconocemos; sabemos que ellas eran inmortales, y la señorita aquí presente no puede ser herida; también sabemos que eran ángeles que enjuiciaban las almas de quienes morían antes de la guerra del tercer cielo y ella puede ver las almas de las personas. Imagino que eres capaz de decirnos si alguien es buena o mala persona.

Ina asintió, aunque hacer aquella separación entre el bien y el mal no era sencillo, pues no sabría en qué lado dejar a la mayoría de quienes la acompañaban en la cabaña. Ninguno era completamente bueno, ni completamente malo, ni siquiera ella misma.

—Entonces, felicidades, señorita Ina. Eres un ángel.

—Eres demasiado simple, príncipe —rio Caeru.

—Y tu demasiado terco.

—Creo que te saltaste algunas de tus clases. Todos sabemos que los ángeles no pueden pisar la Tierra porque, de hacerlo, estallaríamos en llamas.

A Ina le picó la curiosidad. Había comenzado a mentalizarse con la idea de ser realmente una de ellas, pero aquella información la regresó a su estado inicial de dudas y más dudas.

—¿Qué quiere decir?

—Los ángeles no son solo doce. Son miles y habitan en los cielos. Si un mortal lograra toparse con uno, su sola imagen haría que ardiera, pues no tienen un cuerpo físico, son solo luz cegadora. Eso eran las doce de Alantra, por eso no es posible hayan tenido hijos, ni tampoco que estén muertas.

Sintió que su corazón daba un vuelco. No sabía por qué se sentía decepcionada.

No. Sí lo sabía. Nuevamente sentía que no sabía dónde pertenecía ni quien era.

—Pero, ¿y el alma de Pari?

—Ina. Creo que todo lo que dices y piensas es cierto. Viviste con doce mujeres, las asesinaste y una de sus almas reencarnó en Rio. Pero no son quienes crees que son.

Entonces, ¿quiénes eran?, ¿quién era ella?, ¿dónde había estado realmente Ione?

La confusión la consumía al mismo tiempo que el alma sobre ella temblaba, intentando decirle algo, pero ella sin lograr comprender ni siquiera una sola idea.

Observó a San, quién había estado callado todo ese tiempo. Tenía un papel enrollado en sus manos, probablemente que tuviese que ver con los planes de aquella noche. Él miraba todo en silencio, pareciendo esperar pacientemente su turno para hablar.

Si tuviese que elegir si catalogar su alma como buena o mala, sería una de las decisiones más complicadas para tomar. No era alguien malo, pero sentía cierta resistencia con él, tanto, que no podría hacerle tomar el camino de las almas bondadosas.

¿Qué sentía? ¿Estaba enojada con él por ponerla en aquella situación? ¿Estaba decepcionada porque confiaba en él pese a que él le dijo que no lo hacía con ella? Quizás eran ambas.

Las personas que estaban junto a ella habían seguido hablando sin que ella se diera cuenta, pero se detuvieron al ver a San levantar el papel.

—Li-ja irá a avisarles a los demás los planes para hoy. Dejando a un lado a Ina, irán cuatro personas más. No será un grupo muy grande para no llamar demasiado la atención, pero tampoco pequeño para no quedar desprotegidos. No volveremos a cometer el mismo error que llevó a Oh-Filia a la muerte. Y tiene que ser hoy, antes de que Hakone regrese.

San lo sabía. Sabía dónde estaba él.

Se tragó sus ganas de asaltarlo con preguntas. No era el momento, no debía pensar en él.

En su lugar, decidió formular una pregunta que llevaría sus pensamientos hacia otro lado.

—¿Qué haremos esta noche?

Úzui sonrió.

—¿Recuerdas el día en que nos conocimos? Probablemente te diste cuenta de que algo sucede dentro del castillo.

❧ ⊱✿⊰ ☙

Siete almas desconocidas contó cerca de ellas, almas que Ina deseaba que jamás lograran darse cuenta de los cercanos que estuvieron.

Si su misión era un éxito, saldrían de ahí sin ser siquiera rastreados.

La única vez que estuvo en los interiores del palacio como invitada especial, pudo ver como las tentadas sirvientas desechan alimentos en buen estado, entre ellos frutas, vegetales, postres y platos preparados que incluían carne.

No podía soportar la idea de que las vidas de aquellos animales hubiesen sido arrebatadas solo para terminar en la basura.

—No te asustes— pronunció Ti-Kaya, la mujer de las cicatrices que, en ese momento, vestía la máscara del lobo—. Solo síguenos, hemos hecho esto miles de veces.

—No estoy asustada.

Y era verdad. En su lugar, se encontraba ansiosa de que algo pudiera salir mal.

Las reglas generales eran: Si los veían, debían correr lo más rápido posible; si lograban capturar a uno, no había que regresar por él; cuidarse a uno mismo y después a otros; tomar todo lo que se pueda y luego irse.

La segunda regla la inquietaba un poco, pero luego de explicarle que se debía a la propia seguridad de cada uno y que se las arreglarían para rescatar al apresado en otro momento, pudo quedarse un poco más tranquila, pero no sin dejar de pensar en el caso de Ophelia.

Tuvieron que dejarla, para salvarse ellos. Una regla con sentido y egoísta con la que su amiga estuvo de acuerdo, por lo que no había nada más que cuestionar.

Junto a ella, participaban otras cuatro personas: el lobo, el gato, el mapache y el cuervo. Solo conocía la identidad de los dos primeros.

El plan era simple: debían esperar a que la noche fuera la suficientemente oscura como para evitar ser vistos y para asegurarse de que no hubiera trabajadores rondando el depósito. Una vez que eso sucediera, el gato y el mapache correrían con los cinco bolsos vacíos y los llevarían hasta el tope. Mientras tanto, el cuervo y el lobo se mantendrían vigilando en la distancia, encargados de avisar en caso de que alguien se acercara. Si eso sucedía intentarán llamar la atención hacia otro lado.

El trabajo de Ina era simple. Solo debía esperar que las mochilas estuviesen llenas para repartirlas entre los cinco participantes, pues los dos vigilantes no podían moverse de sus lugares e Ina era lo suficientemente rápida y sigilosa como para hacer el trabajo bien.

Antes de llegar ahí, le habían permitido pasar a su habitación por sus cosas, por lo que nuevamente vestía su traje negro proveniente de Líter, su capa que cubría su cabello y la máscara de oso destruida.

Le gustaba la ligereza de sus zapatos, pero no los extrañaba especialmente.

—Vamos —susurró el cuervo y, de inmediato, unas enormes alas negras salieron de su espalda. Li-Ja y el mapache se sostuvieron de sus brazos mientras él los ascendía por sobre la pared, dejándolos suavemente sobre el muro.

Cuando regresó para ayudarla a subir a ella, Ti-Kaya ya no estaba a su lado, la mujer había logrado subir por si misma.

Aceptó la ayuda del cuervo y, al llegar arriba, notó que ninguna de las siete almas cercanas correspondía a guardias.

—¿Dónde están los vigilantes? —preguntó, recordando que las paredes interiores estaban infestadas de uniformados.

—Nadie vigilaría un depósito de basura—le respondió el cuervo.

Eso tenía sentido para ella.

Corrieron hasta llegar a un lugar donde el muro era más bajo, junto a un enorme árbol que albergaba a decenas de aves e insectos, protegiéndolos del frío. Desde ahí, justo frente al depósito desprotegido, pero cerrado con un candado, Li-Ja y el mapache se lanzaron hacia el piso, aterrizando sin dificultad alguna, como si de felinos se tratara.

Ina hizo lo mismo. Había estado acostumbrada a saltar desde alturas incluso mayores. Era capaz de trepar los muros de ese lugar sin dificultad, lo había hecho la noche en que se encontró con los comandantes.

Li-Ja, al ver el candado cerrado, no me inmutó ni por un solo segundo, en su lugar, sacó de su bolsillo un pequeño alambre, lo dobló y lo introdujo dentro del orificio de la llave. Luego de lo que Ina contó como cuatro segundos, el candado se abrió, dando paso a la apertura del depósito.

Ina esperaba encontrarse con un olor desagradable y miles de insectos descomponiendo la comida y los otros desechos que allí pudiesen encontrarse, sin embargo, no solo nada de eso estaba presente, sino que también los alimentos parecían cuidadosamente colocados en su lugar, algunos envueltos en bolsas, otros en cajas. Las frutas y verduras que habían comenzado a pasar de su tiempo de maduración también estaban allí, comestibles, cuidadosamente dispuestas, como si alguien se hubiese tomado el tiempo de dejarlas allí para que ellos las recogieran.

—El príncipe —comenzó a decir el mapache— les ordenó a sus sirvientes el dividir los tipos de desechos. Aquí solo encontrarás comida, nada más. Además, este cubículo se limpia todos los días.

—¿No se dan cuenta de que la comida desaparece?

—Es basura. No les importa.

De inmediato, abrieron dos bolsos y comenzaron a llenar uno de ellos con comida de diversos tipos, hasta hacer que costara cerrarla.

Ina ayudó solo en el primero, pues al cerrarla para llevársela a Ti-Kaya, quien permanecía sobre el muro, ya habían comenzado a llenar la segunda, por lo que cuando regresó con las manos vacías, rápidamente tuvo que darse la vuelta para entregar el segundo.

El tercero sería para ella, por lo que lo dejaron en un rincón mientras llenaban el cuarto.

El mapache puso el bolso en su espalda y le pidió ayuda a Ina para llegar a la cima del muro, a lo que ella accedió mientras Li-ja terminaba de llenar el quinto bolso.

El chico era ligero, como un niño, pero al mismo tiempo era también más alto que ella. Aun así no fue difícil darle un impulso para que la mano de Ti-Kaya llegara a la de él, ayudándolo a llegar arriba.

Al darse la vuelta, para ir a buscar a la máscara del gato, sintió dos almas acercarse. Rápidamente, se escondió detrás del árbol mientras el cuervo emitía un graznido, señal de que alguien se acercaba.

Ina y los demás solo debían quedarse quietos, estaban ocultos y a salvo si no se movían ni hacían un ruido, pero Li-Ja estaba completamente expuesta con dos bolsos llenos de comida a su lado y el depósito abierto.

Necesitaban la distracción para que ella pudiese huir sin ser notada.

—¡¡¡Ahh!!! ¡Ayuda! —escuchó gritar a una voz femenina a lo lejos.

Pensó que había alguien en problemas, hasta que se dio cuenta de que el cuervo no estaba con ellos. Se había movido rápidamente para crear la distracción.

Los guardias que iban hacia ellos se dieron media vuelta y corrieron hacia el sonido.

Entonces, Ina respiró nuevamente. Salió de su escondite y corrió hacia Li-Ja, quien aprovechaba de cerrar el depósito y su candado como si nada hubiese pasado. Pusieron sus bolsos en sus espaldas y se encaminaron hacia el muro.

—Espera —susurró ella, tocando su ropa—. Dejé caer la ganzúa.

—Olvídala, vámonos rápido.

—No puedo, tiene mi olor y pueden rastrearla hasta mi o a la cabaña. Ya nos pasó una vez.

Ima entendió rápidamente que alguna vez habían cometido un error que les había costado caro por algo así, un error del que habían aprendido y que habían prometido no cometer nunca más.

Asintió y se escondió nuevamente tras el árbol, solo por si acaso.

Mientras ella buscaba su objeto, Ina se concentró en el alma que se encontraba bajo sus pies, la misma que había visto el día de su visita. Seguía igual de carmesí, pero había un ligero cambio que pudo notar de la última vez: era más grande y contenía más ira.

Deseo jamás toparse frente a frente con su dueño.

Cuando Li-Ja encontró su ganzúa, levantó el brazo para hacerle a Ina la señal de que estaba lista. En ese momento salió de su escondite y pudo ver como una mano tapaba la máscara de la muchacha y agarraba su brazo fuerte mente.

—¿Quién eres, ladrona? —dijo el hombre uniformado.

¿De dónde había salido? Había estado tan concentrada en la otra alma que no se había dado cuenta de que él estaba cerca, pero tampoco lo habían hecho los demás. Parecía como si se hubiese estado escondiendo en las sombras, esperando el momento en que su presa bajara la guardia.

Recordaba las reglas y debía seguirlas: Tomar todo e irse; abandonar a quien capturen.

Huir por sobre todas las cosas.

Cuando ella aún no decidía qué hacer, los demás habían comenzado a alejarse, pero Ina no. No sabía qué hacer.

No. Sí sabía qué hacer, pero no era capaz de tomar una decisión. Debía dejarla a irse. Tenía su bolso, su parte, debía asegurarlo.

Pero no podía dejar a Li-Ja a su suerte.

Debía cuidarse a ella.

Así trabajaban los enmascarados.

Pero ella no era parte del grupo.

Ella era una persona independiente.

Podía tomar decisiones.

Y lo haría de nuevo.

No soltó su bolso cuando se acercó corriendo a Li-Ja, cuya alma demostraba su sorpresa.

El hombre estaba atando sus manos en su espalda con una cuerda, por lo que su arma se encontraba a en el piso, a su lado. Ina aprovechó eso para patearla y alejarla aún más. Sería más sencillo sin filos de por medio.

—¡Vete de aquí! —le gritó Li-Ja, pero Ina la ignoró por completo.

En su lugar, decidió pelear. Levantó la pierna en dirección a la sien del hombre, pero este alcanzó a darse cuenta de sus intenciones, por lo que logró cubrirse con su brazo, lo que implicó soltar a su prisionera, quien se alejó corriendo en dirección al muro.

No podía llegar a la cima por si sola, menos con las muñecas atadas.

Cuando Ina notó que el hombre iba a gritarle a sus compañeros, golpeó su mandíbula, haciéndolo callar. Eso lo enfureció, pues comenzó a lanzar golpes y patadas en su dirección.

Agradeció el haber lanzado su arma lejos, pues, definitivamente el combate sin ellas no era su fuerte.

Necesitaba hacer algo de tiempo para liberar a Li-Ja y así huir. Noquearlo estaría bien.

Golpeó su cuello, pero no sucedió nada. No importa, había fallado también otras veces y no había significado nada.

Mientras él intentaba darle, ella se movía alrededor de su cuerpo, buscando el punto exacto a través de golpes ligeros con sus brazos y patadas. Había perdido la práctica, pero sus bailes con Hakone la habían ayudado a recobrar parte de su memoria perdida acerca de los combates.

—Vienen más —escucho decir a Li-Ja agitada, con un volumen ni muy alto, ni muy bajo.

En el momento en que miró hacia los lados, supo que había cometido un error. El hombre la tomó de la nuca y, desequilibrándola desde sus piernas, hizo que su mentón se golpeara contra el piso. La había tocado una sola vez, pero fue suficiente para mantenerla inmóvil parcialmente.

Apoyó su peso contra su espalda para que no pudiera levantarse. Le dolían sus costillas y el mentón, pero, una vez más, ya había pasado por esa situación antes y sabía perfectamente que hacer.

Sin pensarlo dos veces, golpeó fuertemente la suela de uno de sus zapatos en el piso y, de desde sus tobillos, salió una puntiaguda y afilada hoja de metal.

Con toda la fuerza de su cuerpo, se impulsó para poder doblar sus piernas lo suficiente como para que la hoja se enterrara en alguna parte de su espalda o, si tenía, suerte, en la nuca, dándole una muerte rápida y así lograr huir.

«Es inocente»escuchó decir a una voz en su cabeza.

La hoja se detuvo a milímetros de su cabeza. No podía matarlo, su alma era del tipo más común, sin maldad. Además, solo hacía su trabajo: atrapar a los ladrones e intrusos.

Y ella era exactamente eso.

Cambió de opinión y, al darse cuenta de que sus brazos estaban libres, se impulsó para darse media vuelta en el piso, quedando cara a cara con el guardia. No se tardó en usar su ventaja y golpeó con los dedos unos puntos específicos de ambos brazos del hombre, los que perdieron su fuerza y dejaron caer su cuerpo bruscamente sobre el de ella.
Finalmente llegó a su cuello y cayó inconsciente.

Su cuerpo era pesado, pero logró hacerlo un lado para escapar. Pensó en la comida que llevaba en su bolso, la cual estaría aplastada, pero aún comestible.

Se puso de pie y se quitó el zapato que llevaba la cuchilla, la que usó para liberar a Li-Ja y así poder huir lo más rápido posible antes de que los demás guardias encontrasen a su compañero desmayado.

Esa noche le costó quedarse dormida. Habían pasado horas del suceso y su corazón seguía latiendo rápidamente al recordarlo, especialmente desde que se enteró de que esa comida iba a parar a las aldeas aledañas y a los refugios que albergaban gente sin hogar a sus alrededores.

Quizás los había juzgado mal. Quizás estaba locos. Quizás en el fondo sí eran buenos.

Aun así, se cuestionó a volver a hacerlo o no. Entendía bien las reglas, pero no era capaz de seguirlas, algo que San no se había demorado en hacérselo saber. Pero si su vida dependía de hacerlo o no hacerlo, definitivamente sí lo volvería a hacer.

Pensó en Li-Ja. Sabía que estaba agradecida con ella y que al mismo tiempo se sentía culpable, pero no le había dirigido la palabra ni tampoco la había mirado después de lograr huir.

Pero Ina lo entendía. Probablemente estaría sintiendo un millón de emociones entrelazadas como...

Sus pensamientos se detuvieron en un instante.

Estaba allí, cerca de ella, caminando a tan solo unos metros de su puerta en medio de la noche, completamente solo.

Sin pensarlo, se levantó de su cama y se puso un abrigo encima de su camisón para dormir y no salir semidesnuda ni desabrigada, pero olvidó ponerse zapatos. Abrió la puerta y corrió hacia el alma que no había sentido en días y que la mantenía en permanente angustia pensando qué había sido de él y por qué había desaparecido tan repentinamente y sin avisar.

Cuando sus ojos lo vieron frente a ella, aún de espaldas, no pudieron retener la gota de agua salada que comenzó a resbalar por su mejilla.

—Hakone —lo llamó.

Él se dio media vuelta y, al verla, sonrió.

—Es muy tarde para que estés despierta.

No lo escuchó ni le importó lo que decía. Caminó unos cuantos pasos en silencio para llegar hasta él y rodearlo con sus brazos. Con su cabeza sobre su pecho, pudo escuchar los latidos apresurados que le daban la vida al mismo tiempo que él la apretaba ligeramente con un brazo mientras que con el otro acariciaba su cabello.

—Te fuiste sin avisar.

—Perdón.

—Me asusté mucho. Pensé que te había pasado algo.

—Pasó algo, pero no a mí. Por eso me fui sin decirle a casi nadie.

—Te eché de menos.

En ese instante, Ina no escuchó ningún latido, pero después, se volvieron aún más veloces.

Hakone suspiró. Su alma mostraba tristeza y felicidad al mismo tiempo.

—Yo también, Ina.

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