Veinticinco
¿Puedes sentir las mariposas?
❧ ⊱✿⊰ ☙
El frío de la noche estrellada junto a una brillante luna menguante se apoderaba poco a poco de su cuerpo. Sus pies descalzos, sus manos y la punta de su nariz ya armonizaban con la temperatura del aire, provocando una ligera dificultad para mover sus articulaciones.
Ya estaba acostumbrada al frío. Nunca había tenido problemas realmente con él, pero no le gustaba la sensación de rigidez que este le daba.
Pese a eso, Hakone tapó sus pies con su aún cálido abrigo. A pesar de estar sentados en la tierra, dándole la espalda a un árbol, no se había preocupado de que su ropa se ensuciara hasta que se dio cuenta de que no se trataba solo de la suya la que corría el riesgo.
—No —Lo detuvo mientras él extendía la tela sobre sus piernas descubiertas —. No. Te dará frío a ti.
—Yo estoy abrigado, pero tú...
Ella intentó ver su rostro, el cual fue desviado de su dirección inmediatamente, como si quisiera ocultar algo.
Finalmente, aceptó la ayuda. En realidad, sí la hacía sentir mejor, pero no quería hacerlo si eso significaba que él estuviera incómodo.
Se preguntó desde cuándo comenzó a importarle eso.
—No quiero importunar nuestro silencio —comenzó Hakone—, pero ¿qué era lo que querías decirme?
Cierto. Había sido ella quien le había pedido hablar a solas y quien había elegido el lugar. Se arrepintió de no haber pensado antes en su propia habitación, pero ya era demasiado tarde.
—¿Cómo está Teresa? —preguntó, dudando. No sabía si aquella era precisamente la mejor forma de introducir el tema.
Esta vez sí pudo ver su rostro que la examinaba detenidamente, como si intentara mirar en su interior buscando la respuesta.
—¿Quién te dijo que me fui por ella?
Eso la tomó por sorpresa.
—No...no sabía que había sido por eso.
Hakone soltó un suspiro de alivio, pero su alma mostraba todo lo contrario.
—Me llegó una carta del pueblo donde crecí. Me avisaron que la habían visto moverse y pensaban que despertaría pronto. Y yo quería estar allí cuando eso sucediera.
Ina sabía perfectamente que Teresa no iba a despertar.
—Yo... —comenzó, titubeando mientras miraba a los alrededores, buscando alguna alma que pudiese importunarlos— yo vi a Teresa esta mañana.
Nunca había visto los ojos de Hakone abrirse tanto, fue entonces cuando se dio cuenta de que sus iris grises brillaban al igual que la luna.
—¿Cómo sabes que se trataba de ella?
—Ella ha estado contigo desde siempre, te acompaña y te observa. Sé que está muy feliz de lo que has logrado desde el día en que llegaste al palacio y comparte todas tus dichas y tus penas. Es una persona maravillosa.
Hakone se quedó callado. ¿Había dicho algo mal? Pensó que sí cuando lo vio apretando los labios y mirando hacia arriba, como si intentara reprimir la pena que se convertía en la protagonista de su alma.
—Sí, lo era —pronunció al fin.
—Hakone, no sé cómo decirte esto...
Había repasado en su mente centenares de veces el cómo se las arreglaría para darle la noticia de que el alma de su hermana se estaba consumiendo y desapareciendo poco a poco. Él aún tenía esperanza de que algún día despertaría, pero decirle algo así haría que todo eso se esfume.
E Ina sabía lo que significaba estar privada de ella.
—Si tiene que ver con ella, solo dilo.
Le dolía saber que era ella quien hacía que él se sintiera así.
—Pues, sabes que yo... —¿cómo empezaría? —yo no soy del todo humana.
Decirlo en voz alta la hacía sentir extrañamente mal.
—Lo sé.
Hakone mantenía su mirada en la tierra, concretamente sobre una piedra que estaba medio enterrada y húmeda por el frío del aire.
—Hay algo que yo puedo hacer desde que tengo memoria y que nadie más de los que conozco pueden —tomó aire y procedió a continuar en un arrebato de voluntad—. Yo soy capaz de ver las almas de todos los seres vivos.
En ese momento, él quitó su mirada de la piedra para dirigirla sobre ella. Sintió como la ansiedad comenzaba a consumirla poco a poco. ¿Había hecho mal en decirle?, ¿pensaba que era extraña?, ¿acaso planeaba tomar ventaja de eso ahora que lo había admitido?
—Eres impresionante —fue todo lo que dijo.
Estaba siendo complicado llegar al punto.
—Puedo ver la tuya en este momento, al igual que la de las hormigas y las aves que están sobre nosotros en el árbol. Las plantas también tienen una, aunque no se parece a la de los animales e insectos, pero las nuestras tienen características propias y reaccionan frente a ciertos estímulos.
—¿Y puedes reconocer a alguien solo por su alma?
—Sí, puedo.
Hakone soltó una pequeña risa nerviosa. Junto con eso, sus dedos comenzaron a bailar entre ellos. La pena se había comenzado a convertir en inquietud.
—Entonces, sabes más de mí de lo que yo pensaba.
Ina asintió, avergonzada. Por alguna razón pensaba que ahora estaba invadiendo su privacidad.
—Pero eso no quiere decir que conozca todo de ti ni lo que has hecho —Ella también había comenzado a inquietarse, hasta que recordó la razón por la que le estaba contando su secreto—. Mi información es bastante limitada.
—Espero no haberte decepcionado.
—¡No! Perdón —No sabía por qué se disculpaba—. Lo que quiero decir es que aquel día en tu habitación vi un alma que no tenía cuerpo que flotaba en el aire sin que tu ni nadie más pudiera sentirla. No le di importancia al principio ni tampoco me molesté en intentar averiguar quién era. Solo sabía que era gentil y con eso me bastaba.
—Teresa es muy gentil.
—Lo imaginé cuando hablaste de ella, pero no la relacioné con el alma hasta esta mañana, cuando pasé cerca de ella.
No iba a decirle la razón por la que había estado ahí.
¿Cómo iba a comunicarle lo que tanto le preocupaba? No sabía exactamente qué hacer con esa información ni cómo podría tomarse la noticia, pero ya había dado el primer paso y debía terminarlo.
Ella había sufrido hace muy poco el dolor de perder a alguien querido y no quería que él pasara por lo mismo.
—De alguna forma supe que era ella —continuó—. Y, Hakone —tomó aire para reunir el valor de continuar hablando—, su alma se está desvaneciendo.
Su reacción de fue todo, menos lo que esperaba. El comandante rápidamente se puso de pie y miró al cielo, luego sacudió su cabeza y le sonrió. Una sonrisa que mostraba todos los sentimientos que ella había llegado a conocer juntos.
¿Cómo podía decir tanto y tan poco al mismo tiempo?
Luego de unos segundos que le parecieron eternos, habló.
—Gracias por contármelo.
Ina pensó que el debería estar triste y apenado por la noticia, pero, por el contrario, parecía aliviado. ¿Cómo era posible que una muerte inminente le produjera ese sentimiento? ¿Acaso no había entendido lo que había querido decirle?
—Pero, eso significa que...
—Sé lo que significa —la interrumpió, no quería escuchar como terminaría esa oración—. Y también imagino que no puedes hacer nada.
No lo sabía realmente. Había acelerado el proceso con Tobías, pero esta vez la situación era distinta: no había un cuerpo unido a esa alma.
Así que negó con la cabeza.
—Ahora que sabes que está ahí, podrías hablar con ella. Te escucha.
—Sí, lo haré. Tengo muchas cosas que contarle.
Luego reinó el silencio. Había olvidado el frío del aire y el de su cuerpo hasta que pudo ver cómo el aire caliente de su respiración flotaba frente a ella.
Hakone también debía sentir frío, pues su respiración también se había vuelto visible, sin embargo, él se mantenía sentado nuevamente observando la luna parcialmente cubierta con las nubes nocturnas.
En ese momento deseó poder ser como Shi-Vy para poder leer sus pensamientos y saber qué pasaba por su cabeza. No lo entendía, para nada, pero deseaba hacerlo.
—Gracias —dijo Ina sin pensarlo. Nunca le habían incomodado los silencios, pero aquella vez sentía que aún tenía cosas por decir.
Él la miró extrañado.
—¿Por qué?
—Por no juzgarme ni sacar provecho de lo que sabes de mi —suspiró para continuar—. Otras personas probablemente ya me habrían mantenido cautiva o utilizado para su favor...o probablemente me habrían quemado.
Sabía de casos como aquellos que habían ocurrido mientras ella se encontraba aun encerrada tras cuatro paredes sin una sola ventana.
—¿Cómo sabes que no lo he hecho o no planeo hacerlo?
Ella negó con la cabeza.
—Nadie con un alma como la tuya haría eso.
Pensó que quizás, como Ophelia, preguntaría cómo era su alma, sin embargo, solo se mantuvo en silencio. Quizás no quería saberlo tal y como ella tampoco estaba segura de hacerlo. Probablemente él pensaba que la belleza de lo que tenía adentro no era ni parecido a lo que ella podía ver.
Ophelia, cada día sentía que le hacía más falta. El saber que ella era parte de los enmascarados no había cambiado nada su relación, de hecho, la había hecho más fuerte, pero pensó como sería su caso con Hakone. Ahora que Ina había comenzado a colaborar con ellos a cambio de información, se encontraban en bandos opuestos.
Él protegía el palacio mientras que ella pretendía destruir su funcionamiento. Desde que aceptó el trato, habían comenzado a caminar en sentidos contrarios.
Y no quería pensar en qué terminaría eso. Uno de los dos tenía que perder.
Cuando había decidido a ponerse de pie para despedirse, sintió su mirada y respiración cerca de ella, demasiado cerca. Volteó a verlo y sus ojos se toparon con los suyos, iluminados por un tenue brillo lunar que la hacía sentir tranquila.
Sintió como si el tiempo se hubiese detenido en ese momento. Él había levantado una de sus manos en dirección a su mentón, o eso pensó hasta que vio que esta siguió su camino hasta su cabello.
Cuando se alejó, sostenía una pequeña rama entre sus dedos.
¿Por qué su corazón latía tan rápido mientras que su respiración estaba por completo detenida? Solo era una rama.
Tocó su cabello en busca de más, pero no había ninguna.
—Hace frío —terminó por decir él—. Te acompañaré a tu habitación.
Esa noche, Ina tuvo un sueño intermitente.
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El olor a sangre, sudor, orina y otras cosas que prefería no considerar llenaban sus pulmones atravesando su gruesa mascarilla. Si aquel lugar hubiese tenido más ventilación, muchos de los pacientes ya se sentirían mucho mejor, pero el centro de salud no estaba hecho para para la comodidad de nadie, solo de quienes no querían ver el horror que se escondía allí adentro.
Minerva había enviado a sus cuatro herboristas a cubrir a las asistentes de enfermería que se habían ausentado. Yunis había regresado, al parecer, su ánimo había vuelto a ser el de antes y había convencido a todas de que su herida había sido provocada por sus tijeras al intentar cortarse el cabello, lo cual no era mentira, pero omitía la parte más importante.
Ina no paraba de preguntarle cómo estaba mientras trabajaban juntas, aunque esa pregunta escondía otra detrás:
«¿Has vuelto a ver a Kairos?»
No sabía qué era lo que había sucedido luego de enfrentarlo, pero tenía miedo de haber provocado el efecto contrario al que pretendía. Él no parecía ser un hombre con mucho criterio y pudo confirmarlo cuando ignoró sus advertencias para burlarse de ella.
—Usted huele bien, señorita —le comentó la mujer cuyas heridas estaba tratando sola, mientras sus compañeras se encargaban de otras personas.
—¿Cómo se hizo estas heridas?
El cuerpo de la mujer estaba casi por completo cubierto de moretones: en sus rodillas, sus codos, brazos, piernas, caderas y espalda. En su frente, tenía una gran herida que aún no había comenzado a cubrirse con sus costras y sus manos estaban cubiertas por pellejos desprendidos que dejaban ver el color carmesí bajo su piel.
—Caí por una colina y rodé varios metros.
¿Colina? No había colinas dentro del palacio.
—Me sorprende que no se haya hecho más daño.
—Créame que no es lo peor que tengo.
Ina se detuvo un momento de limpiar la herida de su cabeza.
—¿Hay algo más?
Ella asintió.
—Vengo de un pueblo cercano —comenzó susurrando y acercando su cabeza a la de Ina para que pudiera escucharla—. Me dijeron que aquí podrían ayudarme con mi problema, pero ya venía muy debilitada y tropecé en el camino y me sucedió esto. Afortunadamente alguien me encontró y me trajo aquí, pero no pude decirle nada.
—¿Puede decirme qué fue lo que le sucedió?
—Verá, yo estoy...estuve —se corrigió rápidamente— embarazada.
—¿Sucedió algo después de su pérdida?
—No hubo pérdida. Yo quise abortar y no quedó del todo bien. Me dijeron que cometieron un error y que estaría bien hasta que el efecto de la medicina pasara, pero antes, debía venir y conseguir un médico.
—¡La obligaron a caminar!
—Por supuesto, no hay más transportes donde vivo.
—Y sola.
—Todo fue un secreto. No quería que nadie más se enterara de lo que hice, mucho menos mi marido.
Ina llamó a Tamara, quien se había desocupado recientemente para pedirle que fuera en búsqueda de Evee. Solo ella sabría que hacer en su caso.
—¿Puede quedarse conmigo hasta que llegue la enfermera? —preguntó la mujer.
—Por supuesto.
No se le había pasado por la mente dejarla sola ni un segundo.
—Este lugar es un paraíso. Acaban de darme pan relleno para que comiera. En mi pueblo solo nos podemos conformar con pan y un huevo si las gallinas se dignan a darnos uno. Es todo lo que comemos en el día.
Ina estaba consciente de que Mihria no era un paraíso, pero ante los ojos de las personas que vivían en aún peores condiciones sí que lo era. En algún momento ella había pensado en lo mismo.
—Me alegro mucho de que haya disfrutado su comida.
—Claro. Podría quédame aquí para siempre. Eso me permitiría escapar de mi marido.
Escapar. Al parecer todos los que conocía habían llegado al palacio por huir de algo o alguien.
—¿Puedo preguntarle por qué querría usted huir de su marido?
Los ojos de la mujer se abrieron de par en par. Al parecer, no esperaba esa pregunta.
—Lo amé cuando nos casamos, pero algo cambió en él —Luego, comenzó a reír nerviosamente—. Tenemos siete hijos y los amo mucho, pero cuando le dije que quería parar, se molestó mucho y cambió su actitud hacia mí. Le mencioné que había una medicina que podríamos tomar para poder seguir disfrutando del sexo sin que terminara embarazada otra vez, pero me lo prohibió.
—¿Por qué? —Era capaz de sentir el dolor de la mujer al hablar.
—Según él, Flora nos castigaría por no permitir que una vida llegara al mundo.
Anotó mentalmente descubrir quién era Flora.
Ina no supo qué responder. La historia de esa mujer era otra que estaba llena de injusticias, al igual que la mayoría de las que conocía. ¿Por qué la gente disfrutaba haciéndole el mal a otros? No era como si eso les diera mejor vida o se las hiciera más larga. La crueldad no tenía recompensa.
—Señorita, ¿puedo pedirle un favor?
—Lo que desee —respondió Ina.
—Si ve al hombre que me trajo aquí, ¿podría agradecerle?
Ella asintió.
—Claro, ¿cómo era?
—Era muy alto, de cabello oscuro, muy guapo y llevaba una capa blanca.
Antes de su descripción, Ina ya sabía de quién se trataba.
—¿Su uniforme era azul muy oscuro?
—Diría que negro.
—Sé quien es, le haré llegar su mensaje. ¿Cuál es su nombre?
—Dina.
Cuando Evee irrumpió por la puerta delantera junto con varias asistentes, Tamara les hizo una seña a sus compañeras, indicándoles que ya podían retirarse.
Ina se despidió de Dina y le deseó poder recuperarse y encontrar la felicidad con o sin su marido, lo que dejó perpleja a la mujer, pero feliz.
Esperó que Yunis terminara lo que hacía para salir junto a ella. Dejarla sola la hacía sentir incómoda, por alguna razón, tenía la necesidad de permanecer junto a ella, evitando que cualquier persona se le acercara.
Pero no podía hacer eso todo el día.
Al abrir la gran puerta, Yunis dio un salto al toparse con dos personas desconocidas cuyas distancias entre sus rostros era tan mínima que ni siquiera una delgada hoja de papel sería capaz de pasar entre ellos.
A Ina no le llamó la atención, solo se estaban besando.
—¡Vayan a buscarse un lugar con techo y cuatro paredes! —les gritó Yunis— ¡Están en público!, ¡dioses!
La pareja se separó rápidamente y se alejó rápidamente del lugar mientras la herborista no paraba de gruñir.
—No entiendo cómo no son capaces de aguantarse ni un poco —continuó ella— ¿No se dan cuenta de que algún niño podría verlos?
Ina no entendía cual era el problema de todo eso.
—¿Estaban haciendo algo malo?
—Ay, olvidaba que vivías en una cueva.
Esas palabras hirieron ligeramente a Ina, pero entendió que no era su intención. Yunis solo era Yunis.
—Perdón —continuó, quizás dándose cuenta de que lo que había dicho no había sido del todo considerado—. Quizás en tu país era distinto, pero aquí no es normal ver a personas demostrando su afecto de esta manera en público. Es vulgar y desagradable de ver.
Por supuesto que para Ina era distinto. Nunca había relacionado el acto de besarse con mostrar afecto. Ella pensaba que no significaba nada, si es que no todo lo contrario.
Intentó retirar los recuerdos que había logrado expulsar de su mente. No debía pensar en eso en aquel momento. Todo lo que había sucedido en Líter era parte del pasado y le habían sucedido a P. Irene. Ella ya no era esa persona, era Ina.
«Solo quédate quieta», recodó que una voz le decía mientras presionaba su boca contra la suya.
Se secó la lágrima que sintió que corría por su mejilla y desvió la mirada hacia el lado contrario en el que se encontraba Yunis, para que no la viera recordar esos momentos que no le habían sucedido a Tsuki Irene ni a Ina.
«¿Estarán todos muertos?», pensó esperando una respuesta afirmativa que cayera del cielo.
—Háblame más de eso —le pidió a Yunis para que su mente le diera un significado distinto.
—Pues aquí —dijo ella mientras se detenía para tomar la mano de Ina— un beso en el dorso de la mano significa cortesía, en la mejilla es amistad o agradecimiento, en la frente sirve para dar tranquilidad y en los labios para decir "te quiero".
Seguía sin entender el problema de los besos en público.
De pronto, recordó algo. Para salvar la vida de Amaia, ella había juntado sus labios con los suyos. Quizás eso explicaba las reacciones de todos los que la estaban mirando.
Quiso hundirse por la vergüenza. Hakone estaba allí.
Yunis hizo un ruido largo con la garganta.
—Ya suéltalo. ¿Quién te besó o a quien besaste sin saberlo?
—A la princesa Amaia —susurró.
Hubo un silencio que se interrumpió por la ruidosa carcajada de su compañera.
—¡Creo que entendió que fue para salvarle la vida!
—Aun así, me da algo de vergüenza.
—No te preocupes por eso, cariño. ¡Ah! Olvidé mencionarte algo.
Ina la miró, prestando atención para comprender lo que estaba por escuchar. Sentía que sería importante.
—El beso en la mano está reservado para la realeza. Solo hazlo si ves a alguien más hacerlo. El beso en la mejilla y en la frente es para tus amigas, pero el beso en los labios es para esa persona por la que sientes amor.
—Pero yo siento amor por mis amigas.
Yunis se ruborizó.
—Qué linda eres, pero no me refiero a ese tipo de amor.
Ina sabía que existían muchos tipos de amor, lo estaba aprendiendo poco a poco.
—¿A cuál entonces?
—Pues... —Yunis se tomó una pausa, no sabía realmente como explicarlo—es el tipo de amor que te hace sentir cosquillas en el estómago, que tu respiración se acelera y tu pulso se agita. ¿Tienes en mente a alguien que te haga sentir así?
—No realmente.
—Sé de alguien que se pondrá muy triste.
La charla se acabó cuando llegaron a la puerta del laboratorio de herbología. Yunis siguió su camino hacia su habitación pese a los reclamos de Ina de dejarla sola mientras ella se dedicó a abrir la puerta para ir a recoger las cosas que se habían quedado allí.
Sobre el mesón de entrada, vio a una cansada Minerva tendida, secándose las lágrimas.
—Tus cosas —fue todo lo que dijo.
Quería hablarle, pero no sabía qué palabras escoger, así que solo se quedó de pie frente a ella.
—Ve a buscarlas —continuó Minerva—. Necesito cerrar para irnos a casa, estoy bien, solo recordé algo.
Su alma estaba triste, no sabía que tan bien estaba realmente.
—Minerva...
—Por favor, déjame sola.
Y lo hizo. Entendía muy bien ese sentimiento. Si ella no quería hablar con nadie, lo mejor era dejarla tranquila.
Su libreta y lápiz estaban sobre su mesón, pero cuando los tomó para llevárselos, una nota cayó sobre sus pies. Tenía una clara y bella caligrafía que nunca había visto.
Miró hacia ambos lados antes de leer el mensaje:
Sé quién mató a Ophelia.
Veámonos detrás de los escombros del restaurant quemado, cuando el sol se guarde. Ve sola.
U.
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Quiero compartir este hermoso mockup hecho por @.moon_pur.ple_ en Instagram.
Me encantan sus trabajitos. Por favor, síganla si tienen la oportunidad ✿
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