Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Tres

Cenizas, escombros y una daga en el barro

❧ ⊱✿⊰ ☙

Cuando despertó, la mayoría de las camas estaban ocupadas. Decenas de hombres gritaban de dolor, alterando los nervios de las asistentes de Evee.

—Señor, tranquilícese por favor —suplicaba una de ellas—, usted está completamente ileso.

—¡Me quemaron! —gritó el uniformado al que atendía. Parecía ser uno de los que persiguió a los sujetos enmascarados la noche anterior— ¡Esos terroristas nos quemaron a todos! ¡Mire mi brazo!

—Perdóneme, señor, pero usted no tiene nada en su brazo. Le daremos un tranquilizante para que pueda irse.

Así como él, muchos uniformados asistieron al hospital, denunciando haber sido agredidos, pero ninguno mostraba lesiones de carácter grave. Incluso, una de las asistentes le comentó a Irene que algunos tenían heridas autoinfligidas.

—Me mata lo corrupta que puede ser nuestra policía —le comentaba, aparte—. Y yo que pensaba que el cambio en la comandancia iba a hacer las cosas diferentes. Es más de lo mismo, un puñado de charlatanes.

Irene no entendía mucho de lo que le hablaban, pero comprendió que había una gran distancia entre la policía y los ciudadanos, pues el rencor en sus miradas le hizo pensar que quizás su probable estadía en Mihria no sería tan fácil.

❧ ⊱✿⊰ ☙

Evee se acercó con una caja en sus manos mientras Irene jugaba con lo que sería su última comida en el hospital. La dejó junto a sus pies y comenzó a sacar algunas de las cosas que se escondían adentro luego de cerrar las cortinas que daban al pasillo, asegurándose de que nadie viera lo que sucedería adentro.

—Estas son tus pertenencias —comenzó— solo tienes la ropa que llevabas puesta. Las chicas la lavaron porque estaba completamente sucia y llena de sal. —Estiró su top negro impecable, mostrando los bolsillos donde solía guardar sus dagas—. Esto me preocupa. Tenías muchas armas dentro de la ropa.

Irene no pudo evitar retirar su mirada sin saber si se sentía avergonzada o arrepentida. Probablemente se tratara de las dos. 

Que Evee hubiese encontrado esos objetos quería decir que sabía en parte a lo que dedicaba en Líter.

—Deberías hacerte un favor —continuó—, no le digas a nadie más de esto, solo lo sé yo. Escóndelas y no las lleves contigo por ningún motivo si es que logras quedarte aquí, que sé que así será. —Luego frotó su frente y guardó la ropa dentro de la caja, tapando con ella las hojas brillantes que se asomaban—. También hay otro asunto del que necesito hablarte, es importante —se tomó un segundo antes de proseguir— ¿Qué es lo que eres?

"¿Qué es?"

¿A qué se refería con esa pregunta? Ella era una chica, probablemente muy joven que había sido obligada a cometer las peores atrocidades que alguien puede hacer. Era una persona que había quedado sola por sus propios errores y ahora no sabía como reaccionar ante la amabilidad que le daban. Era quien podía asesinar gente sin siquiera tocarlos, pero no podía acabar con su propia vida. Era quien solo había tenido contacto con el exterior a través del canto de las aves y peleas a ciegas. 

En realidad, no era nadie que quisiera ser.

—Perdón, quizás fui muy confusa —adivinó Evee ante la mirada atónita de Irene—. Me refiero a tu raza. Desde que Hakone te recostó en la camilla y yo intenté ponerte una inyección me di cuenta de que no eras humana, aunque por suerte el no. Pensó que mis nervios habían roto la aguja, pero en realidad fuiste tu. Probablemente estuviste en el mar por semanas y eso no hay nadie que haya sobrevivido y mucho menos sin un bote. Él me comentó que te vieron flotando cerca de la orilla de la playa y pensaron que eras un cadáver, pero cuando te rescataron, pudo sentir tu corazón y luego de darte los primeros auxilios, vomitaste mucha agua. Debiste haberte ahogado y, perdón por decirte estas cosas así, pero la verdad es que no sé como puedes estar viva. Nunca había visto a alguien como tú y me impresiona.

—Veintiocho veces —respondió ella. Cuando vio el rostro de Evee mostrar una confusión del porte del palacio continuó—. Han sido veintiocho veces las que he intentado quitarme la vida. —Tocó sus brazos, y luego comenzó a peinarse el largo cabello con los dedos.— No puedo ser herida de ninguna manera física, pero, como pudo notarlo, necesito comer y beber, aunque no hacerlo tampoco me mata. Aún así puedo sentir dolor.

Evee se llevó sus manos a su boca. ¿Cómo era posible que alguien hubiese intentado suicidarse tantas veces? Eso solo significaba que la vida de aquella chica había sido una verdadera miseria sin escape además de la muerte. 

Tomó sus manos con fuerza, queriendo decir algo, pero ninguna palabra de motivación que pudiera hacerla volver a reencantarse con la vida salía por su boca.

Finalmente dijo lo único que podía ante una confesión como aquella.

—Lo siento —aunque esas palabras la reconfortaban más a ella que a Irene.

—Sobre su pregunta —continuó—, no sé a qué raza pertenezco, tampoco recuerdo mucho de mi pasado como para tener pistas.

Se quedaron así unos segundos, tomadas de la mano y sintiendo la tristeza de la otra, hasta que el puño de una sirvienta del palacio tocó la puerta. Ya era hora de irse.

❧ ⊱✿⊰ ☙

—Entonces, buscas el laboratorio de herbología— dijo la mujer entre rápidos pasos que Irene no podía seguir con el apoyo del bastón—. Debería estar en el fondo de... ¡Ay!, ¡Perdón, había olvidado que estás con esa cosa! Bien, ehm...debería estar en el fondo de este pasillo, cerca del invernadero o no tendría sentido.

La mujer tenía piernas cortas, pero su velocidad al moverlas resultaba inalcanzable para una chica en recuperación que no había caminado en semanas como se debía, sin embargo, logró adaptarse al ritmo de su acompañante haciendo un esfuerzo que jamás pensó que sería capaz de lograr. 

En el camino, Irene divisó a lo lejos los escombros de la casa que había visto ser quemada por los enmascarados. Anotó en su mente que iría a visitarla una vez que hubiese terminado lo que tenía que hacer con las herboristas. 

Los hombres de las fuerzas de orden, o como Evee prefería decirles, simplemente guardias, controlaron su acceso durante todo el camino, pero gracias a la mujer que la guiaba, logró pasar sin ningún problema.

Se detuvieron ante una enorme puerta de roble que llevaba una placa con la inscripción "Armería siete" tachada y reemplazada por un pequeño "Laboratorio de herbología" con tinta azul. A través de las ventanas se podían observar a las mujeres trabajando, lo que hizo que Irene sintiera un repentino nerviosismo que recorrió toda su columna y que la obligó a respirar voluntariamente para controlarse. 

Inclinó la cabeza ante su acompañante y empujó la pesada puerta, provocando un fuerte sonido al cerrarse detrás suyo.

El olor del lugar le recordó repentinamente a un jardín que alguna vez visitó, no sabía cuando ni con quién, pero sabía que eran buenas memorias.

—¡Bienvenida! —dijo una mujer con largos cabellos rubios, ojos cafés y anteojos sobre ellos. Se encontraba escribiendo sobre un escritorio en el fondo de la habitación, separada por una pared de las mujeres que había visto trabajando desde la ventana. Su alma parecía normal, con tonos de azules y amarillo como la brisa primaveral, aunque sin la presencia del rosa y con patrones regulares. Era una buena persona, concluyó Irene, pero probablemente también era muy severa— Si vienes por los ungüentos aún no están listos, le dije a Evee que estarían a las dos, y apenas son las diez de la mañana.

Ella habló sin quitar la mirada de lo que estaba escribiendo, pero ante el silencio de Irene se vio obligada a dejar sus deberes a un lado durante unos segundos. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la chica no llevaba uniforme de ningún tipo, sino ropas que le quedaban evidentemente grandes y una caja con sus pertenencias. No reparó en el bastón, pues era lo que menos llamaba su atención.

—Disculpe...—comenzó Irene— en realidad vengo por...

—Sí, ya entendí —la interrumpió—. Por tu acento, eres una foránea. Por tus ropas, no tienes hogar y quieres que yo te dé trabajo. —Se llevó el lápiz a la boca y la examinó con la mirada antes de ponerse de pie.— Nos faltan manos, pero no aceptaré a cualquiera. Las tuyas no se ven muy trabajadas como para ser alguien que se dedique a esto, es mi primera impresión. Pero te haré un favor y te interrogaré de todas maneras.

Irene sonrió. 

Una oportunidad. Nunca había tenido una de esas.

—Bien. —La mujer dejó su lápiz y regresó con un libro entre sus brazos. Hizo una señal a la chica para que se sentara junto a ella en el pasillo, pero no lo entendió de inmediato.— Toma asiento aquí. ¿Sabes leer?

Irene se sentó, dejando la caja entre sus piernas y sintiendo el alivio en sus músculos. Asintió con la cabeza, respondiendo la pregunta.

—Lo básico para entrar es conocer las plantas y sus funciones. Es todo lo que pido, pero, aunque no lo creas, hay mucha gente que ha fallado. —Abrió el libro y le mostró el dibujo de una semilla con forma almendrada de color café claro.— ¿Sabes cómo se llama esto?

Irene negó con la cabeza.

—¿Y esto? —volvió a preguntar, mostrando otro dibujo. Esta vez de una hoja verde, alargada y con espinas que tenía un interior transparente.

Volvió a negar.

—Increíble, estas son las fáciles, ¿Qué hay de esta?

Irene negó conocer los nombres de diez plantas distintas de un total de diez preguntas. 

La mujer se frotaba la cabeza mientras murmuraba palabras inentendibles. 

Cuando cerró el libro, provocando un fuerte ruido que resonó en toda la habitación, se puso de pie y dio su veredicto:

—Mira, sinceramente creo que acabas de hacerme perder el tiempo. Lamentablemente tendrás que encontrar otra cosa a qué dedicarte. Las plantas pueden llegar a ser peligrosas si no se usan adecuadamente, tanto para ti como para quienes se la aplican. Así que lo siento mucho, cierra la puerta con cuidado al retirarte.

No, no, no. Irene no podía irse así no más. Necesitaba hacer algo. Quizás volver otro día o pedir ayuda, pero sabía lo que tenía que hacer. 

Apretó los puños, contando hasta tres. Podía hacerlo. Protestar. Uno. Dos...

—No, espere, por favor —dijo, por fin con un volumen tan bajo que probablemente solo los murciélagos podrían oírla— ¡Por favor!, ¡no conozco los nombres, pero sí sé otras cosas!

La mujer se volteó y abrió lo ojos, acomodando sus gafas. Una pequeña sonrisa se asomó en sus labios, mostrando que iba a gastar un poco más de su tiempo para dárselo a ella.

—Está bien, —Extendió sus manos y le entregó el libro— dime todo lo que sabes.

Irene lo acogió con cuidado entre sus manos y lo abrió, admirando los dibujos. No tenía texto de ningún tipo, por lo que imaginó que se trataba de un espacio exclusivo para probar a quienes sí podían leer. 

Observó las plantas y apuntó con su dedo a dos que se veían idénticas.

—Esta de aquí crece cerca de los ríos y muere con el agua salada. Las abejas y las mariposas se acercan a su flor cuando crece. Una vez, comí una de ellas. Era dulce en un principio, pero después dejé de sentir mi lengua.

—Dices que es anestésico entonces.

—No sé lo que significa esa palabra. Pero se puede usar para que las personas dejen de sentir dolor o para evitarlo. Esta otra que es igual no tiene sabor y sus hojas tienen espinas pequeñas que no se ven, duelen mucho, pero se sumergen en agua caliente y lo bebemos sin las espinas. Calma el dolor de estómago.— Continuó revisando las imágenes, prestando especial intención a aquellas que había fallado en nombrar.— Esta es aceitosa y huele bien. Cura las heridas. Esta otra sirve mucho lo que hay dentro, la parte transparente y viscosa, se puede comer y alivia las quemaduras y su dolor.

Irene y la mujer pasaron varios minutos hablando de las imágenes del libro. Aunque no conocía sus nombres, sí sabía mucho acerca de las funciones de cada una y eso impresionó a la jefa de las herboristas, quien se entretuvo haciéndole preguntas como nunca lo había hecho con alguna de sus trabajadoras. 

Le faltaba mucho por aprender, pero tenía experiencia suficiente con las plantas. Eso la tranquilizó y la empujó a tomar una decisión.

—Podemos dejarlo hasta aquí —sentenció—. Lamentablemente, a pesar de que me mostraste que conoces mucho y tienes una vasta experiencia, no puedo admitirte como herborista.

Irene sintió que su corazón se rompía en pedazos. Estaba decepcionada, pero no dejaría que ese sentimiento la detuviera. 

Tendría que intentarlo de nuevo o buscar otro trabajo que no le gustara tanto, pero regresar a Líter no era opción.

—Lo que sí puedo hacer —continuó— es admitirte como aprendiz. No ganarás tanto dinero, pero también aprenderás mucho y yo tampoco tendré problemas por contratar a una inexperta que podría poner en peligro la vida de los demás. —Extendió su mano con una sonrisa en sus labios.— Si lo aceptas, puedes estrechar mi mano. Me llamo Minerva, el gusto es mío.

❧ ⊱✿⊰ ☙

El día siguiente sería su primer día como aprendiz de herborista en Mihria. Aun sentía la emoción de haber conseguido trabajo, aunque no fuese exactamente el que planeaba. 

Eso hizo que tuviese ganas de caminar por los pasillos del palacio dando saltitos, pero esos, de momento, solamente podían estar en su mente. 

Dedicó sus primeros minutos fuera de la oficina de Minerva a recorrer con las yemas de sus dedos la insignia de herborista que había dejado dentro de su caja. Tenía la forma de una pequeña planta recién salida de la tierra con dos pequeñas hojas verdes en la punta. Era hermoso. 

Tenía que llevarlo consigo a todos lados para que los guardias no creyeran que era una extraña. 

Junto con la insignia, le habían dado lo que sería su uniforme: una falda larga de color rosa claro con una gruesa franja verde a la altura de sus tobillos, una blusa blanca abotonada que llevaba bonitos pliegues de tela en la zona de su pecho con mangas que llegaban hasta bajo sus codos y unos zapatos cafés bajos que tapaban sus dedos. Todo era de su talla y no podía evitar sentir la emoción de probárselos al día siguiente.

—Puedes dar un paseo por el palacio, solo muestra la insignia cada vez que te la pidan y podrás ir donde quieras —le comentó Minerva antes de salir—. Como ya eres oficialmente parte de mi equipo, tendrás una habitación, pero alguien vendrá a buscarte cuando las gestiones estén listas, así que regresa a esta misma puerta antes de que el sol se ponga.

No sabía qué hora era, pero aún faltaba para que el sol se pusiera y no tenía hambre, así que decidió partir donde se había dicho en un inicio que iría. Visitaría las ruinas de la casa.

Recordaba bien el camino que había tomado para llegar al laboratorio de herbología, así que solo siguió sus pasos hasta divisar a lo lejos los restos chamuscados. 

Luego de mostrar al guardia su insignia, caminó con dificultad por el piso aun húmedo y lodoso alrededor de la casa. Desde ese punto podía ver las ventanas del hospital perfectamente.

No había tanto olor a quemado como esperaba encontrar. Algunas de las vigas negras aún goteaban, al igual que los objetos que no habían logrado quemarse pero que se encontraban arruinados de todas formas gracias al actuar del agua. 

Se acercó para ver mejor sin soltar su caja ni su bastón, entrando hasta donde los escombros se lo permitían. No es como si le fuera a pasar algo si un pedazo de manera le cayera encima.

Había una gran cantidad de juguetes chamuscados y restos de espaldares de camas hechos de metal. ¿Acaso era un lugar donde dormían niños? Había visto algunos resguardándose del fuego, pero ¿cuál sería la razón para que unos sujetos enmascarados quemaran un refugio infantil?

—Lamento decirle que no puede estar aquí, señorita— dijo una voz en el oído de Irene.

El instinto de la chica hizo que soltara el bastón y su caja, pero no sin antes tomar una de las dagas que se escondían en su interior para apuntarla directamente a la yugular del hombre que se encontraba detrás suyo. 

Gritó y cerró sus ojos para no verlo desangrarse, pero, para su sorpresa, con un golpe esta voló, enterrándose en el lodo fuera de las ruinas. No quería hacerle daño, pero sintió que debía defenderse. 

No había sentido sus pasos y su aliento cerca de su cuello fue lo que provocó que reaccionara tan violentamente.

—Uh, qué precisión. Casi me asustas.

Irene abrió los ojos intentando no caerse. ¿Dónde había dejado el bastón? 

Como sentía que ya no estaba en peligro, recogió sus cosas y recuperó su equilibrio para luego reparar en el sujeto que se encontraba detrás suyo. Era el hombre de capa blanca que la había sacado del mar y que la había ayudado en su primer día. 

De pronto sintió una oleada de vergüenza que hizo que su rostro se enrojeciera.

—Ah, pero si te conozco —pronunció él mientras se volteaba para ir a buscar la daga y ponerla de nuevo en su lugar luego de limpiarla—. Te ves...bastante mejor.

No sabía que responder a eso, así que simplemente no dijo nada. Ya se sentía lo suficientemente culpable por intentar asesinarlo sin pensar, así que solo lo observó. 

Tenía los ojos grises en una expresión severa que se contradecía con las palabras que acababa de pronunciarle, el cabello oscuro tapaba ligeramente sus cejas y era tan alto que sintió que si lo miraba mucho iba a terminar con dolor de cuello. 

Sin duda su apariencia estaba acorde al uniforme, aunque parecía demasiado joven para tener un cargo de importancia.

—Si cualquier pedazo de madera cae, podría matarnos. Así que mejor salgamos de aquí.

No era que realmente le importara, pero se había esforzado mucho en pasar la prueba de Minerva, así que no iba a desperdiciar su vida en un accidente, por lo que le hizo caso al muchacho y salió de la zona de peligro.

—Si alguien más te hubiese visto, probablemente te habrían golpeado o sacado a la fuerza.

—Perdón —pronunció finalmente Irene, ante la mirada atónita de él.

—No me hiciste nada, no tienes de qué disculparte. Pero iba a ser una buena puñalada —respondió mostrando una no muy amplia sonrisa.

—No, perdón por tratarte como lo hice en el hospital. —Era sincera. No había olvidado cómo se había arrastrado del miedo al verlo acercarse.

Al notar que la chica tenía problemas cargando con su caja y con el bastón al mismo tiempo, se la quitó de sus brazos sin mirar en su interior, lo que alivió notablemente a Irene.

—No tienes de qué preocuparte, quizás me lo merecía —al decir eso apartó la mirada, como si estuviese escondiendo algo—. Sé que Evee te lo dijo, pero no está de más repetirlo. Mi nombre es Hakone.

—Soy Irene.

—Me gusta tu acento.

—Gracias.

Irene siguió observando las ruinas desde afuera. Había puntos en que todavía había humo, indicando que una pequeña flama seguía consumiendo la madera que quedaba, pero sin probabilidades de llegar a provocar un incendio nuevamente.

—Esto era un restaurant.

¿Con camas y juguetes? —pensó.

—El dueño había secuestrado unos niños y los mantuvo ahí durante semanas. Nos costó mucho encontrarlo. —Se aclaró la garganta para luego continuar.— No, en realidad nunca lo hicimos, no hasta el incendio porque los ciudadanos entraron para ver si había alguien adentro y los encontraron ellos ahí. Eran cinco.

Pensó en los niños que abrazaban a la mujer enmascarada.

—¿Los enmascarados hicieron bien?

—No, para nada. Solo se nos adelantaron y supieron donde estaban escondidos. Pero crear un incendio para hacerlo salir o hacer salir a los niños es extremo, podría haber muerto mucha gente.

Irene asintió. Realmente en su momento le había impresionado no ver ningún alma desvanecerse, sin embargo, jamás se puso a pensar en si los enmascarados habían actuado bien o no. En realidad, solo sentía mucha curiosidad.

—Veo que te quedarás un tiempo —pronunció Hakone para romper el hielo luego de varios segundos de silencio—. Suelo enviar de vuelta a los extranjeros que llegan acá porque son un problema la mayoría de las veces para la administración, pero es la primera vez que alguien me ruega que deje a una desconocida buscar trabajo —al decir estas últimas palabras soltó una pequeña risa—. Hiciste que Evee me lo pidiera, es impresionante ¿Dónde trabajarás?

—Seré aprendiz de herborista.

—Felicidades. Para celebrar, te invitaré al almuerzo.

❧ ⊱✿⊰ ☙

Cuando el sol se puso, Irene se encontraba sentada frente a la puerta del laboratorio de herbología. 

Vio salir a las trabajadoras, quienes hablaban entre ellas sin prestarle atención para dirigirse a sus hogares. Todas ellas eran tan distintas unas de otras, pero pudo percibir un vínculo tan fuerte que sus diferencias parecían sin importancia.

La mujer que caminaba rápido llegó a la puerta con una carpeta idéntica a la que Midna le había entregado a Irene. Pensó que debía entrar a la oficina de Minerva, pero la mujer solo se limitó a entregarle una llave a la que le colgaba un número seis en papel. 

El mismo número que mi celda —pensó, tratando de dejar ir las imágenes de aquel lugar.

La mujer se fue sin darle indicios de dónde se encontraba la habitación número seis, pero afortunadamente para ella, Minerva salió de la oficina para explicarle que el palacio tenía tres secciones de descanso: La masculina, la femenina y las familiares. 

Obviamente la habitación de Irene era la seis de la sección femenina y esta se encontraba en el primer piso del ala oeste. Los hombres estaban en las habitaciones del ala este y las familiares al norte.

Cuando se encontró frente a la puerta de la habitación número seis del ala oeste se preguntó cómo usar la llave que le habían entregado. Luego de unos minutos mirando la cerradura entendió lo que debía hacer y entró.

Dentro de la habitación, una muchacha con cabellos del color de las hojas de otoño y ojos azules lanzó algo por la ventana. La habitación esta por completo cubierta de humo y de un olor que desconocía.

—¡Maldición! ¿No te enseñaron a tocar la puerta?

Irene negó.

La chica suspiró.

—Está bien, perdón, pero es que me pillaste desprevenida. ¿Eres la que va a dormir conmigo, cierto?

—Sí —respondió ella y entró.

La habitación era muchas veces más grande que su celda en Líter y estaba divida en dos. Imaginaba que el lado derecho era de quien iba a ser su compañera y el izquierdo de ella, puesto que uno se encontraba desordenado, pero adornado y el otro no. Solo tenía una cama, una mesa al lado de esta y un mueble para guardar sus pertenencias.

—¿Cómo te llamas? —preguntó la chica mientras Irene colocaba su caja sobre la cama y se sentaba cobre ella, agotada.

—Irene.

—Yo soy Ophelia —mientras hablaba, buscaba en su bolso un objeto que la chica no conocía—. Tenemos que llevarnos bien o nuestra existencia será insufrible, pero no te preocupes, sé portarme bien. Solo espero que no te importe que sea un poco desordenada. Un gusto, Irene. Es un bonito nombre, pero siento que le falta algo.

Ella estaba de acuerdo, era exactamente lo que había pensado la vez que Evee le quitó la "P".

—Te llamaré Ina. Es un placer conocerte.

❧ ⊱✿⊰ ☙


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro