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Treinta y tres

Oda a los dioses blancos

❧ ⊱✿⊰ ☙

Habiendo tantas noches estrelladas hermosas en Mihria, Ina solo podía tener su mente ocupada con una sola: la brillante luna menguante del séptimo ciclo del año iluminada por las siempre acompañadas estrellas blancas y los insectos resplandecientes.

Recordaba el viento frío que se colaba por sus tobillos descubiertos y el calor de otras manos sosteniendo parte de su cuello y de su nuca, firme, pero también, desesperadamente, como si el usuario de esas manos temiera que ella se asustara y saliera corriendo.

Pero no, no lo iba a hacer ni en un millón de años. Por primera vez en toda su vida, no solo no le repugnaba el calor que emitía otra piel, otra alma, sino que lo deseaba. Le dolía el corazón pensar que aquellos segundos o, tal vez minutos, se terminarían. Deseó que aquel sentimiento permaneciera allí para siempre, con ella y Hakone hablando sin palabras, pero comunicándose mejor que cualquier otra vez.

Aprovechando la prácticamente nula distancia que los separaba en aquel momento, tocó la cicatriz de Hakone con sus fríos dedos. Su cuerpo era como sus dagas: tenía estrías y grietas que contaban una historia con cada línea y manchas de sangre que, aunque se limpiasen dejarían su rastro entre sus tejidos.

¿Podría su alma sanarse de aquellas grietas, siendo forjada nuevamente?

—Ina, despierta —escuchó decir a la lejana voz de Tamara—. Tu cera de abejas se está sobrecalentando.

Emitió un insonoro chillido al darse cuenta de que quizás había estropeado parte de los ingredientes esenciales para elaborar su ungüento para golpes y moretones que había esperado cuarenta días para preparar.

Retiró la cera del fuego y esperó que se entibiara. Nunca se había distraído tanto dentro del trabajo, pero ¿qué podía hacer al respecto? No podía darle órdenes a su cerebro.

Una vez que hubo llegado a su temperatura ideal, mezcló la cera con los aceites de gaulteria y árnica, el que había tardado cuarenta días en preparar y, al finalizar y envasar, llegó a darse cuenta de que había usado los recipientes equivocados.

—¿Qué te sucede? —inquirió su compañera, observándola con el ceño fruncido. Ina no solía equivocarse en cosas tan simples— Sabes que no puedes poner esa mezcla en recipientes claros.

—Lo siento, Tamara. Estoy distraída. Los etiquetaré y los guardaré en cajas para que no les llegue la luz.

Su compañera emitió un sonoro bufido por la nariz, una de las señales que demostraban que no se encontraba nada cómoda con la situación.

—¿Necesitas hablar?

Definitivamente no estaba dentro de sus planes el decir qué era lo que había ocurrido aquella noche con Hakone, así que se limitó a negar con la cabeza.

Desde entonces, sus conversaciones se limitaban a un corto y fugaz saludo y despedida acompañados de sonrisas cómplices que alertarían de lo sucedido a cualquiera que prestase un mínimo de atención.

Afortunadamente para Ina, no parecía ser el caso. No quería darle explicaciones a nadie acerca de una situación que ni siquiera ella lograba comprender del todo.

—¡Atención! —anunció Aline entrando al laboratorio con periódico en mano, como acostumbraba a hacer cada vez que había nuevas noticias dentro y fuera del palacio. Aclarándose la garganta, leyó: — Hubo un incendio en Krona que dejó a muchas familias sin hogar, no lloverá el día de los dioses blancos y publicaron la lista de los pretendientes de los príncipes aprobados para continuar compitiendo por la corona.

—Me interesa la lista —puntualizó Yunis, inclinándose sobre su silla— ¡Suelta nombres que conozcamos! Quiero ser la mejor amiga de futura reina.

Un pequeño escalofrío recorrió la espalda de Ina.

—A ver...veamos —mascullaba Aline mientras cambiaba las páginas del periódico, reconociendo los nombres de la lista—. Diré a los hombres primero: tenemos a Tonqs, Billivier, Aikos, Gullyü y Kei. Las mujeres son: Erist, Lilyanir, Tsuki, Quendy, Sallar y Birbir.

Ina bajó la mirada entre los gritos de júbilo de Yunis. No debería sentirse para nada aliviada y, sin embargo, lo estaba.

—¿No está Sallow? —consultó, deseando que su interés por la respuesta no haya resultado evidente en su voz.

Aline la observó por un segundo para luego regresar a su periódico, buscando un nombre con cuidado.

—¡Madre mía!, ¡no está!

—¿Qué estás diciendo? —inquirió Tamara desde el otro lado del laboratorio. A Ina le pareció extraño que se mostrase interesada en el tema.

—¡Descartaron a Sallow Hakone! —Mientras hablaba, Aline no era capaz de borrar la sonrisa de su rostro, la que intentaba disimular mordiendo su labio inferior.

Aquel pequeño gesto le hizo recordar a Ina lo cuan enamorada estaba su compañera del comandante. De pronto, una oleada de vergüenza y culpa azotó su rostro. Había sido egoísta, había pensado solo en ella ignorando los sentimientos de Aline.

Recordó cómo su corazón había latido dolorosamente cuando vio a la princesa sujetándolo del brazo como si lo reclamara suyo. Ella había hecho lo mismo que la había hecho sentir mal.

Jamás habría pensado que se arrepentiría de haber besado a Hakone.

Aline no se merecía ese sufrimiento.

—Ina, lo que sea que estés pensando, nos lo contarás.

Las palabras de Tamara taladraron su cráneo. Imposible.

No lo diría jamás, menos aún frente a Aline.

Yunis chasqueó los dedos, tal y como acostumbraba a hacer cuando alguna idea llegaba a su mente.

—Estuviste con él ese día. ¿Qué sucedió?

Podía eludir la verdadera razón por la cual se encontraba distraída respondiendo esa pregunta.

—Creo que fue mi culpa —confesó, diciendo la verdad.

—No me digas que te lanzaste a sus brazos frente a la princesa.

La risa estruendosa de Yunis reverberó por todo el lugar mientras Ina se enrojecía tanto, que sintió que sería muy fácil confundirla con una granada madura.

—N-no... —tartamudeó— No. Yo fui torpe y, durante la cena, hice algo mal y caí de mi silla. Hakone fue a ayudarme y quizás eso no le gustó a la princesa.

Aline se llevó una mano al mentón.

—Le hiciste un favor. Aunque no me habría molestado ser la amante del rey en un futuro.

Al menos, podía estar de acuerdo con ella en eso.

Los días pasaban y, con ello, se acercaba cada vez más la esperada festividad de los dioses blancos, lo cual significaría que el palacio sería abierto para turistas de otros pueblos y ciudades para celebrar y honrar a los dioses. Se esperaba una gran concurrencia de artistas y vendedores, lo que emocionaba inmensamente a Ina.

Quería ver a los bailarines nómades de los que tanto hablaban en el laboratorio.

No logró juntar el valor necesario para volver a dirigirle la palabra a Hakone producto de la vergüenza que le significaba el darse cuenta de que sus acciones tenían consecuencias. Si bien Aline no era de sus mejores amigas, el herirla significaba agujerear su propio corazón consumido poco a poco por la culpa.

Sin embargo, ansiaba hacerlo. Quería volver a dirigirle la palabra y no solo eso.

El día en que ella retiró bruscamente su mirada de él cuando este la saludó desde la lejanía, tocó su puerta con el ceño fruncido.

—Entiendo que ambos estemos vueltos locos y especialmente tú que tienes dos trabajos, pero creo que un poco de comunicación nunca viene mal.

—¿Qué? —masculló Ina sin siquiera terminar de abrir su puerta.

Hakone entró a su habitación sin quitarle la mirada de encima. Sus ojos hablaban y decían todo lo que su boca no. No estaba molesto, sino confundido e Ina lo entendía bien, pues era su comportamiento el que había cambiado sin aviso.

Luego de cerrar la puerta tras de sí, llevó ambas manos hacia el rostro de la chica, obligándola a mirarlo. Los ojos tristes de Ina gritaban por asilo cubriendo su rostro de aquella tonalidad carmesí que lo hacía ablandarse tan fácilmente.

—¿Por qué me ignoras? —susurró.

Pero su mandíbula se movía como si quisiera responder sin emitir ni un solo sonido.

—Porque... no entiendo —respondió ella finalmente.

Entonces, soltó su rostro.

¿Acaso pensaba que sería distinto? Conocía a Ina y sabía perfectamente que su mente no funcionaba como la de cualquier otra persona. Estaba siendo un idiota exigiendo respuestas que sabía que ni ella misma tendría.

Probablemente lo ocurrido aquella noche significaba más para él mismo que para ella.

—Perdóname —masculló la chica, bajando la mirada nuevamente hacia sus zapatos.

Aquella disculpa hizo que su corazón saltara como si temiera que las peores palabras que podrían ocurrírsele pronunciar en algún momento como ese quisieran salir de la boca de Ina.

—¿Por qué sería esta vez?

—Lo arruiné. Arruiné tu reunión con la princesa.

Hakone se llevó una mano al rostro. Quería tapar aquella sonrisa a como dé lugar.

—Me hiciste un favor.

—No es cierto. Querías avanzar o no te habrías esforzado en darme explicaciones de por qué me tendrías que ignorar ese día.

Era cierto, cada palabra que ella decía, sin embargo, aquella necesidad de superar esa prueba no tenía nada que ver con sus deseos.

—¿No piensas que, si de verdad fueras más importante que la princesa, no debería haberme quedado sentado viendo cómo te levantabas sola?

—No soy más importante que una princesa, ni siquiera más que alguien normal. Soy...

«Un arma», estuvo a punto de decir antes de callarse a tiempo.

La risa de Hakone impidió que comenzara a divagar nuevamente.

Aquel día olía diferente. Una mezcla extraña entre metal y tierra que le recordaba a sus primeros días en Mihria, cuando lo veía dirigiendo el entrenamiento de sus guardias al aire libre. Lo sintió cuando la atrajo hacia sí para envolverla con sus brazos.

Había comenzado a acostumbrarse a ese tacto. Sentía que su corazón se calmaba y estallaba en adrenalina al mismo tiempo.

—Dejaría que el mundo entero ardiera solo por ti.

Cerró los ojos y hundió su rostro en su ropa. Quería responder algo, pero no sabía qué. No entendía lo que realmente significaban sus palabras, sin embargo, aquella mezcla entre frustración y calidez recorría todos sus huesos de extremo a extremo.

—Sentía culpa —soltó finalmente mientras su voz era aplacada por la tela de la ropa de Hakone.

—¿Dijiste culpa? —preguntó extrañado, sin entender si realmente había escuchado bien.

—Sí, pero no por lo de Amaia, sino porque creo que pude hacerle daño a una amiga.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

—Yo me sentí horrible cuando vi a la princesa sosteniendo tu brazo. No quiero que ella se sienta igual por algo que yo hice. Está enamorada de ti.

Esperaba alguna reacción de sorpresa de parte de Hakone, sin embargo, su respuesta fue todo lo contrario a lo que imaginaba.

—Ah. Ya lo sabía.

No pudo evitar separarse de él para ver su expresión. ¿Cómo podía decir esto estando tan tranquilo?

—¿Ya lo sabías?

—Sí, pero no puedo corresponderle y ella lo sabe. Estás en una situación difícil y el que te preocupes por eso solo demuestra lo asombrosa que eres, pero, por una vez...

Entonces, sus manos volvieron a dirigirse hacia su rostro, esta vez para acercarlo al suyo, tal y como lo había hecho respondiendo al beso que Ina le había regalado aquella noche.

¿Cómo podía una persona acelerar su corazón y calmarla tanto al mismo tiempo?

—...por una vez —continuó él— sé egoísta.

❧ ⊱✿⊰ ☙

El día de la festividad, el color blanco inundó todos los rincones del palacio. Estaba allí, en todos lados: en las vestimentas de los asistentes, en los adornos colgados en las paredes de los edificios, en las flores de papel posadas en los árboles deshojados.

Ina pensó en aprovechar la mitad de su día leyendo en la biblioteca, pues nuevamente el plazo para entregar la copia de su libro estaba por acabar.

—Ve a disfrutar un poco —le ordenó el viejo Aris—. Es un día dedicado a los dioses, ya habrá más tiempo para trabajar.

Poco a poco, un hombre amable aparecía detrás de los ojos de aquel cascarrabias. Ina se cuestionó por qué cuando le preguntaron si conocía algún anciano dentro de Mihria no pensó en él. Quizás tenía que ver con que no era tan viejo realmente, sino que solo lo parecía.

La cantidad de gente dentro del palacio superaba con creces la habitual, lo que llegó a perturbarla notablemente. Todas aquellas almas compartiendo un solo espacio, mostrándole su brillo y sus texturas terminaron agotando sus sentidos.

Sin embargo, fue cuando escuchó la música el momento en que su mente volvió a ser controlada por ella misma. ¿Qué sonido era aquel? Parecía una sinfonía de sonidos individuales que se mezclaban y concordaban perfectamente cuando estaban juntos, como el canto de las aves femeninas y masculinas, como las gotas de agua deslizándose por las piedras para estrellarse en sus lomos.

Sin poder evitarlo, se movió hipnotizada por el sonido, atravesando la multitud, atravesando a las decenas de vendedores que la aprovechaban para ganar un par de ducados más.

Las notas pasionales acompañadas de los golpes rítmicos de los cascabeles rodeaban a una solitaria mujer que bailaba descalza. Su piel oscura brillaba con el sol, al igual que como lo hacían los ojos de Ina mientras la observaba.

Su vestimenta holgada y escasa hondeaba con el viento, imitando las olas del mar, a la trayectoria errante de algunas de las aves más grandes y a las hojas tomando su lugar como participantes en la suave y agresiva danza de un ciclón. Aquellos abanicos que la mujer llevaba en sus manos se asemejaban a unas emplumadas alas y sus pies se movían con tal gracia que, al despegarse de la tierra, imaginaba que sería capaz de volar.

Cuando se volteó, contuvo el aliento.

Los ojos de la bailarina estaban cubiertos por una fina tela negra.

Deseaba con todas sus fuerzas haberse visto como ella en su anterior vida, bailando entre las almas como si se tratara de la última hoja cayendo de su árbol empujada por la brisa invernal.

Pero sabía que las cosas eran distintas.

Quedó embelesada nuevamente cuando, al ritmo de un pequeño y cuadrado instrumento de cuerda, la mujer acelero sus pasos. Dejó de lado los abanicos para hacer parte de su coreografía una delgada y larga tela que revoloteaba en el aire haciéndose una con él en algunas ocasiones, pero rompiéndolo en otras, emitiendo un sonoro azote. Era brutalidad y delicadeza al mismo tiempo.

—Te encontré.

Lo había oído perfectamente, pero no era capaz de quitar sus ojos de la danza.

—Hakone, ¿crees que se puede encontrar la belleza en la maldad?

—Para una lombriz, las aves que tanto amas son malvadas.

Hakone no lo entendía. No hablaba de lombrices o del ciclo de la vida, sino de ella misma.

¿Quién encontraría bella la danza de la bailarina espectral?

Nadie. Su danza nunca sería representada en un escenario con música de fondo y bellos vestidos.

El show finalizó y, con ello, se dio inicio al resto de las actividades. Debido a que Hakone debía hacerse presente en sus labores, Ina se vio obligada a separarse de él, pero no sin antes encontrarse con una recuperada Asami, quien aun con su brazo inmovilizado no vio mermado su entusiasmo.

—Me alegra haberme encontrado contigo —confesó la guardia mientras compartían una bebida caliente que nubló todos los sentidos de Ina. Era dulce, quizás demasiado.

—Es agradable volver a compartir con una compañera de viaje.

Se quedó en silencio un segundo. No debía hablar de ella en femenino en público, había sido parte de su promesa.

—Al menos puedo disfrutar de la festividad sin estar de servicio. Me sorprende que haya tantos guardias.

—Hay demasiada gente para cuidar.

Asami asintió.

—Aún así, es extraño que no hayan llamado a los soldados, especialmente después del incidente de la taberna en la playa.

Aquellas últimas palabras las pronunció con cuidado, como si temiera romperse al modularlas.

No había necesidad de hablar de eso. Compartían el mismo dolor.

De pronto, una fuerte campanada vibró en sus oídos. Su primer pensamiento fue creer que se encontraban bajo ataque, sin embargo, el vitoreo de la multitud le indicó algo completamente distinto, parecía que algo se celebraba.

Asami sonrió y la invitó a acercarse al templo junto a la enorme masa de personas que caminaban en esa misma dirección.

Frente a su entrada, una enorme caja del tamaño y forma de un ataúd para un adulto recibía a sus visitantes uno a uno, quienes lanzaban algo a su interior para luego quedarse callados durante un segundo y retirarse.

¿Qué era todo eso?

—¿A qué dios pretendes hablarle, Ina? —preguntó Asami con calma— Yo me encomendaré a Quillitas, la diosa de la paz, como todos los años.

La mirada de confusión de Ina debió ser demasiado evidente como para que ella mostrara una mueca de desasosiego.

—No lo sé.

—¿Nunca habías estado en un templo antes?

Negó con la cabeza. Sí había entrado a ese lugar anteriormente, pero nunca había presenciado un evento como ese.

—Te explico, no hay problema —Entonces, apuntó con uno de sus dedos a la caja que, aunque visible, se encontraba aún a varios metros de ellas—. En ese ataúd no hay nadie, pero están todos al mismo tiempo. Todos los dioses blancos están reunidos frente a nosotros y escucharán nuestras peticiones, sin embargo, son celosos, así que solo puedes elegir a uno. Debes lanzar una moneda de un ducado y susurrar el nombre de tu dios, luego, le pides que te ayude con algo o le agradeces.

—¿Cómo sé que el dios con el que quiero hablar está ahí?

—Están todos, menos uno: el dios de la muerte.

«Erdys», escuchó a su voz interior.

—Creo que le hablaré a Diana.

Asami levantó una ceja. Era la primera vez que la veía hacer eso.

—¿A la luna?

—Sí. Siento que hay algo que debo preguntarle.

No tardaron en encontrarse con Yunis y Aline, quienes planeaban encomendarse a Meret, el dios del vino y Lavis, el dios del amor, respectivamente.

Pasar el tiempo con Asami era como observar un limpio y puro rio avanzar. La superficie era tranquila, pacífica y transparente, tanto que daban ganas de adentrarse en él y nadar para dejarse llevar por la corriente; el fondo, sin embargo, era ruidoso y torrentoso, capaz de devorar al descuidado ante la más mínima pérdida de desconcentración. Era una persona amable y buena, pero con el corazón hecho añicos.

—Creo que el obispo es guapo —soltó Aline de repente.

Todas sus acompañantes la quedaron mirando, incluyendo Ina.

—Tú estás loca, amiga —sentenció Yunis.

—¿Lo negarás?

Ella se quedó pensativa por un minuto, mientras observaba la silueta de Caeru dando la bienvenida a todos los que acercaban con ducado en mano.

—No, no lo negaré.

Cuando llegó su momento de hablar con los dioses, Yunis fue la primera en dar un paso hacia adelante, lanzó la moneda, sonrió mostrando los dientes y se dispuso a salir de la multitud.

Ina no pudo evitar notar la gran cantidad de monedas en el fondo del ataúd al momento de lanzar la suya. ¿Qué harían con eso después de haber terminado el evento? Sabía que realmente no había ningún alma dentro de la enorme caja, así que esas monedas no deberían llegar a manos de los dioses. O al menos eso creía.

—Es por un bien mayor —susurró el obispo, como si hubiese adivinado sus pensamientos.

Ina no respondió. Se limitó a decir el nombre de Diana y susurrarle lo que había querido decirle:

—Si puedes oírme, respóndeme: ¿qué hago aquí?

Caeru levantó ambas cejas al escucharla.

Realmente no sabía si su pregunta tendría resolución.

Las siguientes horas se mantuvieron las cuatro chicas juntas paseando por las distintas atracciones: juegos, bailes, comida y presentaciones musicales.

Logró cruzar miradas con Hakone nuevamente en dos ocasiones, intercambiando sonrisas, pero sin acercarse. Yunis, por su lado, saludó animosamente a Kairos sin importarle que este se encontrara trabajando en ese momento.

Cuando el sol se escondió, reconoció a los lejos un par de almas que no creyó que aparecerían en el evento: los príncipes. Ambos.

Sobre el ágora, sentados cada uno en unos cómodos y elevados asientos, observaban a la multitud pulular por los alrededores. La enorme sonrisa de Amaia era visible desde la distancia mientras les ordenaba a sus sirvientas permanecer arrodilladas frente a ella y su hermano, quien parecía aburrido por la exposición.

Detrás de ellos, el alma de San se asomaba sin un cuerpo visible, como si lo cuidara...o como si lo asechara.

Vio una leve sonrisa en el rostro de Úzui al momento en que la campana volvió a sonar, pero aquella voz no lo hizo suave como antes, sino con un ritmo estrepitoso y apresurado. Alarmante.

—¡Fuego! —gritó una mujer.

De inmediato, los gritos de los presentes hicieron eco en todo el palacio. Algunos huían, otros se acercaban al humo que emanaba uno de los edificios.

¿Por qué atacarían nuevamente los kemono durante una festividad?

Cuando volteó a ver al príncipe, él ya no estaba ahí. Era obvio, serían los primeros en ser evacuados.

De un momento a otro, una gran cantidad de hombres uniformados de color azul se dirigían en dirección a las llamas, las cuales cada vez se hacían más y más visibles.

Tenía que ir a ver. Si los enmascarados estaban detrás de eso, probablemente se trataría de otro escondite. Ella podía volver a ayudar a hallar las almas encerradas.

—¡¿Dónde vas?! —escuchó gritar a Yunis antes de alejarse corriendo.

El camino que tomó para llegar al lugar de donde provenía el humo ya lo había tomado antes, una decena de veces desde que se había convertido en herborista profesional. Cuando llegó al Centro de Salud, se encontró con Hakone y sus guardias cargando a los enfermos para sacarlos del recinto.

¿Por qué los kemono quemarían ese lugar?

Cuando volvió a cruzar miradas con Hakone, el mensaje que transmitían sus ojos era completamente diferentes a los anteriores.

«Aléjate».

Estaba agitado y confundido. Miraba a su alrededor como si esperara ver a alguien asomarse y gritar por el crédito del incendio.

Pero nada sucedía.

Fue él quien se acercó a ella cuando los pacientes dejaron de salir.

—Dime, ¿queda alguien más adentro?

Ella negó con la cabeza. No había más almas adentro del Centro de Salud.

Hakone suspiró, aliviado, llevándose sus manos a su cabello en señal de confusión.

¿Por qué quemarían el Centro de Salud, especialmente si no había almas ocultas?

Algo extraño sucedía.

Sintió como el alma de Hakone volvía a alarmarse mientras observaba un punto específico a lo lejos, detrás de ella.

Al voltearse, lo entendió.

Otras tres columnas de humo cubrían el cielo oscurecido. Una de ellas en el norte; otra, al noroeste; y la última, al suroeste.

Había muchos edificios en aquellas direcciones, pero Ina ya conocía lo suficientemente bien el palacio como para comprender que, de tratarse de instalaciones de gran magnitud, las posibilidades disminuían considerablemente.

Los enmascarados no atacarían las zonas residenciales. Ellos no atacaban civiles, habían evitado hacerlo cada vez que los había visto en acción.

No entendía nada y Hakone parecía tan confundido como ella.

¿De dónde salían las columnas de humo?

—¡Sallow! —escuchó decir a un hombre apresurado que corría en su dirección, vestido con su uniforme gris y capa blanca acompañado por otros uniformados que llevaban el mismo color distintivo. Ya lo había visto antes.

—¡Keaton! —respondió Hakone— ¿Dónde es?

—Las armerías y la biblioteca —anunció el comandante de la marina, recuperando el aliento—. Hay una tercera que está más lejos. No sé de dónde proviene ese foco.

Armerías. El laboratorio de herbología era la antigua armería siete.

La biblioteca.

El libro de Ione.

❧ ⊱✿⊰ ☙

En mi defensa, tenía muchas cosas que decir en este capítulo.

:(

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