Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Treinta y dos

Cantar todos los colores del mundo

❧ ⊱✿⊰ ☙

Las sombras de un ocaso lluvioso caían en forma de cascada atravesando las transparentes paredes del invernadero inundado de almas quietas y silenciosas.

Entre los pequeños pasillos que dividían unas hierbas de otras, los cabellos blancos de una herborista se extendían de un lado a otro, queriendo ser uno con los adoquines. La espalda de Ina estaba fría por el contacto con el suelo, pero poco importaba, pues su mente solo se enfocaba en una sola cosa: la carta que tenía en sus manos.

Desde que habló con la tumba de Ophelia, sintió que una pequeña estría dentro de su corazón comenzaba a sanar poco a poco. Pero, no lo entendía, pues seguía extrañándola como el primer día, viéndola al despertar solo para darse cuenta de que no estaba en su cama; escuchando su estruendosa risa entre las multitudes; en el aroma del tabaco que tanto le gustaba inhalar para tranquilizarse.

No iba a volver a ver a Ophelia, sino solo en sus sueños.

Quiso imaginar que pudiesen ser reales.

Arrugó la carta durante ese breve instante en que su mente se desvió hacia su compañera. Lo que en ese minuto le inquietaba, nada tenía que ver con ella, sino con el hombre vestido de burdeo que había ido a visitarla tan solo unos minutos atrás, mientras se dedicaba a cortar las hojas secas de las hierbas que estaban en temporada. Sus manos aún olían a eucalipto.

No quería hacerlo. No quería regresar a aquel lugar donde los príncipes vivían su acomodada vida ajena a las penurias del exterior, aunque uno esté consciente de ellas.

Aquella carta no era un llamado de Amaia, sino de Úzui para invitarla a una visita protocolar por formar parte de su lista de pretendientes. En dos días, solo porque su nombre estaba escrito allí, debía asistir a los interiores del palacio y compartir con él para conocerse mejor. Pero, ella ya sabía todo lo que necesitaba.

Úzui le provocaba un sentimiento muy distinto al que había tenido con otras personas: miedo. Pero no miedo porque sintiera que él fuera alguien malvado o que le fuese a hacer daño, sino un temor que tenía que ver con que era incapaz de comprenderlo y, por lo tanto, no sabía que esperar de él.

Esa noche, tocó la puerta de la habitación de Hakone. No quería bailar, sino hablar con alguien acerca de sus inquietudes y sintió que debía hacerlo con él.

Supo que no había sido buena idea cuando lo vio abrir la puerta ligeramente despeinado y vestido con una ropa tan enorme y simple, que le dio a entender que se trataba de lo que usaba para dormir, acompañado de unas cuadradas gafas que enmarcaban sus ojos. Sin decir nada, hizo ademán de cerrar su puerta e irse a su propia habitación. Podría hablar con él al día siguiente.

—Hoy sí estás abrigada.

Era cierto, ese día, incluso llevaba guantes puestos.

—Sí —respondió ella sin saber qué más decir. Luego de una larga pausa, impulsada por la mirada interrogante de Hakone, añadió: —. Solo quería hablar con alguien.

Apenas hubo terminado de hablar, el comandante abrió la puerta e hizo un gesto apuntando hacia adentro.

—Pues, pasa. No me dormía todavía.

Ina asintió y obedeció. No recordaba cómo había visto la habitación de Hakone anteriormente, por lo que se sorprendió al notar el orden casi obsesivo de sus objetos: libros ordenados por tamaño y color; las puertas de los armarios perfectamente cerradas, sin ninguna prenda sobre un lugar que no correspondiera; la funda de su almohada sin lucir ni una sola arruga y una carta similar a la suya sobre el escritorio, justo en el centro.

—También tienes una de esas —susurró, recordando que el nombre de Sallow Hakone era parte de la lista de Amaia.

Sintió como si una estalactita atravesara su pecho.

—Sí —respondió él, indicándole con una señal que podía sentarse donde quisiera—. ¿Cuándo debes ir tú?

—En dos días.

Hakone arrugó el entrecejo.

—Entiendo. No sé si se trata de una coincidencia o si, por alguna razón, nos quieren a ambos allí ese día.

¿Al comandante de las fuerzas de orden y a una simple herborista?

—Perdón, estoy divagando —se disculpó él—. Quería decirte que también iré ese día.

No sabía si sentirse afortunada o profundamente desdichada.

El alma de Hakone había cambiado por primera vez desde que lo conocía. Era normal que mutaran de vez en cuando según sus estados de ánimo y eventos recientes que los afectaran, pero siempre mantenían una misma esencia, una misma base. Eso era lo que había mutado en él desde el viaje a Koica.

Aquellos rincones fríos que demostraban su tristeza se habían reducido, siendo reemplazados por el color del mar, turquesa.

Había recuperado parte de su felicidad, lo que hacía que su propio corazón sintiera ánimos.

—Estoy nerviosa —admitió, finalmente.

Él le sonrió solo con sus labios, pues sus ojos no parecían concordar con lo que la otra mitad de su cara quería expresar.

—Lo harás bien.

—No quiero hacerlo bien —pronunció ella, con un hilo de voz—. Tengo miedo de que todo salga excelente y también de que todo resulte horriblemente y tener que lidiar con las consecuencias.

En ese momento, el rostro de completo de Hakone mostraba una misma expresión.

—Puedes fingir que hablas conmigo cuando estés con el príncipe. Él no es una mala persona, intentará que estés lo más cómoda posible.

—Tú también estarás allí ese día.

—Sí, pero no podré ayudarte. Sabes cómo es la princesa. Aunque me duela, tendré que fingir que no te veo cuando nos crucemos y te sugiero que hagas lo mismo. Puedes relajarte, mirar los árboles y oír a las aves como te gusta.

Pero ese lugar no solo le inquietaba por el alma perversa de Amaia y la incomprensible de Úzui, sino también por la terrorífica que se escondía bajo sus pies, aquella alma que deseó no conocer jamás.

Sintió que los ojos del guardia se posaban sobre ella entre el silencio. Ella misma no acostumbrara mirar a los ojos a nadie mientras hablaba, ni siquiera a Ophelia, ni siquiera a Hakone, pero, aquella vez, se encontró a sí misma haciéndolo.

Dirigió rápidamente su mirada hacia la tinta visible en la muñeca de quien tenía en frente. Sus mejillas ardían como pequeños soles en su rostro, haciéndola creer que aquel sentimiento de vergüenza sería visible para su acompañante.

Cuando vio que su muñeca salía de su campo de visión, se sintió obligaba a volver a levantar la mirada. Ya había aclarado su malestar y había expresado sus inquietudes, por lo que no tenía nada más que hacer en aquel lugar y sentía que debía marcharse.

La mano de Hakone tomando con sus dedos un mechón de su cabello detuvo el impulso de ponerse de pie producto de una pequeña corriente que viajó por su espina dorsal.

El comandante sonrió antes de soltar una corta risa.

—No sé cómo haré para lograr ignorarte ese día.

El amanecer llegó a Mihria, así como un nuevo anochecer seguido de una nueva puesta de sol. El día de la nueva visita a los interiores del palacio, Yunis había vuelto a dormir con ella, bajo el pretexto de estar a primera hora ayudándola con su peinado.

Nunca la había visto tan entusiasmada con el cabello de las personas, lo que se le hizo paradójico teniendo en cuenta que a su compañera le encantaba su melena corta.

Terminó presentándose frente a las rejas que la llevarían a su encuentro con el príncipe vestida con el mismo atuendo que había llevado la vez anterior, con la diferencia de que, en esa ocasión, un grueso abrigo prestado por Yunis cubría su espalda.

Hakone se veía igual que siempre, con su uniforme perfectamente calzado e impecable. La única diferencia con su apariencia cotidiana era la ahora invisible cicatriz detrás de su oreja izquierda.

Un par de segundos antes de que las puertas fueran abiertas, guiñó uno de sus ojos en su dirección. ¿Una señal de deseo de buena suerte, quizás?

La misma sirvienta que la vez anterior le había advertido sobre Amaia escoltó al comandante hasta dentro del castillo, mientras que una mujer completamente desconocida hizo lo mismo con ella, separándolos cuando las escaleras que subían hasta la primera planta de dividieron en dos.

Apenas hubo reconocido el alma del príncipe acercándose a ella, sus nervios se incrementaron cual estrellas apareciendo junto con la noche.

Solo quería huir, correr de aquel lugar y hallarse a sí misma en el invernadero o al interior del aviario, rodeada de almas que interactuarían entre ellas sin perturbarla.

Úzui se quedó quieto cuando se encontró frente a ella. Sintió la mirada de la sirvienta en su sien, esperando alguna reacción por parte de la herborista.

¿Qué debía hacer?, ¿saludar?, ¿inclinarse?

Recordó las palabras que Yunis le había dicho alguna vez: en el dorso de la mano, un beso de cortesía.

Levantó con nula seguridad su mano en dirección al príncipe, quien no tardó en tomarla entre las suyas para depositar un beso sobre su piel.

Al primer contacto, Ina sintió que su corazón saltaba y miles de imágenes regresaban a su mente una vez más. Quiso alejarlas, se sentía incómoda, fuera de sus propios límites y completamente expuesta.

No quería que la tocara.

No sabía a qué le tenía miedo, pero el sentimiento estaba ahí y no abandonó su cuerpo durante toda la velada.

El príncipe hablaba con ella como si nunca se hubiesen visto en la vida. Se presentó a sí mismo de forma tan cordial que Ina de verdad se cuestionó si era él realmente uno de los cabecillas de los enmascarados. No parecía ser el mismo sujeto que le había contado la leyenda del rey Roldán frente a las ruinas del restaurant que él mismo había autorizado quemar.

Recorrieron los jardines del castillo, repletos de las flores más coloridas y aromatizadoras. No logró distinguir ni una sola hierba ni flor comestible, pues solo las decorativas dominaban aquel lugar. Jamás había logrado imaginar que aquellos ejemplares podrían estar abiertos en plenitud a la merced del frío del invierno.

Mientras recorrían los pasillos en dirección a la torre más alta, acompañados de la sirvienta, Úzui intentaba mantener una conversación estable con Ina a base de preguntas insignificantes como sus gustos con respecto a los colores o su comida favorita. Jamás mencionó a su hermana, a su padre ni absolutamente nada relacionado con lo que ya habían hablado en ocasiones anteriores.

El único tema de conversación mínimamente interesante para ella se dio justo cuando la sirvienta les indicó que podían sentarse en las terrazas para comer. Desde allí, Ina podía observar los árboles con sus hojas intactas resguardando del frío a las aves que vivían en sus copas.

—Señorita Irene —comenzó él con aquella cortesía sobre la cual Ina no lograba acostumbrarse—, no tengo palabras para agradecerle lo mucho que me alivia el que usted haya estado presente el día en que mi hermana fue intoxicada.

¿De qué hablaba? Él mismo había dicho que la quería muerta.

Frunció el ceño ligeramente mientras pensaba en una respuesta y se llevaba un trozo de pastel a la boca. Estaba delicioso.

Logró ver cuando, en silencio, los ojos Úzui iban rápidamente desde ella a la sirvienta que los acompañaba.

Claro. Ella no solo estaba con ellos para servirles, sino para vigilarlos.

—La fortuna estuvo de mi lado diciéndome lo que tenía que hacer. Es a ella a quien debe agradecer.

—A la dama de la fortuna le agradezco el haber hecho que usted estuviera ahí.

Mentiras, mentiras y más mentiras. Pero no podía hacer algo distinto a eso.

Su corazón, que había estado latiendo más rápido que de costumbre durante todo el día, se detuvo por un instante al ver a una bella joven de cabellos dorados con rostro satisfecho y sonriente apegada al brazo de su acompañante, rodeándolo con sus extremidades como si temiera que fuese a escapar.

La princesa Amaia y Hakone se sentaron cerca de ellos para disfrutar de su comida luego de su propio paseo.

Quería mirarlos, pero, dado que ella les daba la espalda desde su asiento, intentar hacerlo mostraría su evidente interés por la otra pareja. No podía hacer eso, debía intentar ignorarlos tal y como Hakone dijo que haría con ella.

No tenía que sentirse mal, volverían a ser amigos una vez que lograran salir de ese incómodo lugar.

La emoción de Amaia desbordaba los rincones de su alma y vibraba emocionada cada vez que Hakone emitía una palabra. Parecía que todo estaba yendo bien por aquel lado.

Pero, lejos de hacerla sentir bien y feliz por él, por su triunfo aparente, un agujero comenzaba a consumir todo su cuerpo desde el centro de su pecho. Aquella imagen de la princesa abrazando el brazo del comandante rodeaba su mente una y otra vez, sin dejar que huyera de allí, como si se hubiese quedado grabada en su retina.

La mano que sostenía el cubierto que usaba para comer el pastel temblaba ligeramente. Pero, ¿por qué? No sentía frío.

Aline, Evee, la chica que en Koica salió de la casa de Teresa y Amaia ocuparon su mente, sin saber por qué. No se sentía furiosa, pero un sentimiento muy similar que no logró identificar se anclaba y rodeaba sus imágenes.

Él y ella era amigos. Al menos así lo había sentido hasta aquel día. Si todo iba bien ese día y resultaba ser él el elegido de la princesa, ¿habría espacio para ella en la vida de Hakone?

—Señorita Irene...Ina, ¿me escuchas?

Parpadeó, saliendo de su trance. La voz de Úzui la había hecho despertar nuevamente.

—Sí —respondió ella moviendo sus dedos al mismo tiempo que cerraba los ojos para respirar.

—Solo quería decirle que usted es una acompañante muy agradable y, de ser posible, me gustaría que...

Pero no terminó la frase, pues, mientras hablaba, había estirado lentamente su mano hacia la de ella, provocando que, con tan solo un roce, la chica soltara un grito ahogado y se impulsara hacia atrás, cayendo estrepitosamente de su silla para encontrarse con el frío del suelo.

«No me toques, no me toques, no me toques», se repetía ella misma sin levantarse del piso, tapando sus ojos con sus manos para intentar alejar los recuerdos que su piel habían grabado de hace tantos meses atrás.

No controlaba el ritmo de su respiración, ni de su corazón, ni de sus temblores. Quería irse, huir de allí. Su mente se lo rogaba entre sollozos.

—Shh... Estás bien —escuchó decir al alma que deseaba tener cerca mientras la rodeaba con sus brazos cálidos.

Estaba en Mihria. Estaba bien. Estaba segura allí.

❧ ⊱✿⊰ ☙

¿Qué había hecho? No solo había echado a perder su propia reunión, sino también la de Hakone junto con sus oportunidades para ascender al trono que le correspondía por apellido.

Por su culpa, había roto su promesa de ignorarla. Ojalá pudiese volver al pasado para no reaccionar de aquel modo, pero ¿qué le garantizaba que no se volviera a repetir exactamente la misma situación una y otra vez?

Se había espantado involuntariamente por el roce de la mano del príncipe. Una parte de su mente le había advertido que se encontraba en peligro de revivir las mismas pesadillas que había tenido en Líter, pese a que sabía que el príncipe no tenía nada que ver y que no se encontraban en aquel horrible lugar.

Y si ella lo sabía ¿por qué su cuerpo había actuado así sin consultarle?

El atardecer olía distinto visto desde la orilla del río Roldán que atravesaba Mihria de lado a lado. Pensó que, quizás observando como siempre hacía, su mente podría tranquilizarse y volver a como acostumbraba hacerlo antes de recibir la carta que la había convocado al castillo del rey Mihrii.

La falda blanca de su vestido revoloteaba junto con el viento, como si tomados de las manos bailaran la más dócil de las melodías.

No había logrado quitar la imagen de Amaia y Hakone de su mente durante todo el día. Necesitaba tomarla, arrancarla de su cabeza y quemarla volviéndola llamas y cenizas que se esparcirían por la tierra con ayuda del viento.

¿Llegaría el día en que pudiesen bailar juntos de verdad? Sin golpes, sin competencia. Un baile de verdad.

Sentía como si tuviese algo atorado en la garganta. No sabía si eran palabras o algo más, pero estaba segura de que se trataba de algo que necesitaba salir de su cuerpo con urgencia.

Cuando el cielo rosa se tornó nuevamente oscuro, iluminado solo por el brillo de las hijas de la luna, se encaminó hacia él. Tenía que decirle algo, pero no sabía qué. ¿Una disculpa? ¿Una explicación quizás?

Se lo cuestionó durante todo el camino, hasta llegar a la habitación donde antes hubo un alma solitaria flotante. No necesitó acercarse demasiado para darse cuenta de que Hakone no estaba allí, lo que en parte la alivió, pues no tenía la verdadera fuerza para enfrentarse a él.

Quizás esa fue la razón por la que sus piernas comenzaron a correr apenas hicieron contacto visual mientras se dirigía a dormir.

Corrió, escapó sin tomar en cuenta la dirección. Solo se alejó de él sin pensarlo hasta terminar en el único lugar que la había calmado de verdad desde su llegada a Mihria: el aviario.

Sin embargo, no podía entrar en él, por lo que se conformó observando su reflejo en una de las paredes de vidrio que la separaban el cantar de los chucaos.

Deslizó su espalda por aquella pared y no se detuvo hasta llegar a la tierra. Abrazó sus piernas y analizó las almas brillantes de unos insectos que volaban frente a ella. Nunca había visto que estos llevaran algo distinto al rojo del instinto, sin embargo, no eran la excepción, pues al poco tiempo pudo darse cuenta de que lo que sus ojos contemplaban era el brillo real que sus cuerpos emitían.

Mientras más miraba, más luces aparecían revoloteando en el aire, interactuando entre sí frente a ella.

Aunque sabía que ya había llegado, no se hizo plenamente consciente de la presencia de Hakone sino hasta que sintió su abrigo cubrir su cabeza y espalda.

Abrazó la prenda. Olía a él.

—Me da frío con solo verte —pronunció con cuidado sentándose a su lado—. El invierno puede ser traicionero, no deberías descuidarte.

Ella asintió sin despegar su mirada de los insectos.

—¿Cómo se llaman?

—Esas son luciérnagas. Dicen que guían el camino de las almas de los animales hacia el paraíso.

—Imposible, las almas de los animales también se deshacen en el viento.

Al suspirar, el aliento de Hakone se volvió visible. Ina no había sido consciente, hasta aquel momento, de que él probablemente también estaría sintiendo frío, por lo que se puso de pie quitándose su abrigo de encima para taparlo a él.

Pudo sentir su risa reprimida.

—Mejor hagamos esto.

Entonces, Hakone se acercó un poco más a ella luego de que volviera a sentarse, juntando sus brazos para cubrir ambas espaldas.

Ina se sorprendió a sí misma pensando en lo injusto que era que ella tuviera menos tela para cubrirse.

—Hakone, yo... —comenzó, sin saber realmente lo que quería decir.

—Ni se te ocurra disculparte por lo que pasó allá.

Ina pestañeó repetidas veces, sin poder creer lo que oía.

—Eché a perder tu oportunidad con la princesa.

—¿Tú crees que eso es lo que quiero?

Realmente no se había puesto a pensar en ello. Los deseos de Hakone eran un misterio para ella, lo único de lo que había hablado como si de verdad le importara era su hermana.

—Creo que harías cualquier cosa por Teresa.

Él solo sonrió, como si hubiese leído sus pensamientos.

Aquel sentimiento de inquietud que había tenido minutos antes volvió a ella. Haría lo que fuera por Teresa, eso lo tenía claro, incluso casarse con una mujer cruel como Amaia.

—Ina, ¿alguna vez te has preguntado qué es lo que quieres tu?

Aquellas palabras paralizaron su respiración. ¿De verdad lo había hecho? Alguna vez creyó que sí, cuando sufría la reciente muerte de Ophelia. Creyó que quería darle sentido a su partida, creyó que quería hacer que aquellas personas que la habían hecho sufrir, sufrieran con ella.

Pero, realmente no quería multiplicar la agonía de las personas, nunca había sido su prioridad. Había decidido que su venganza sería vivir, pero, ¿no tendría tiempo suficiente para eso después? Su mente divagaba por ambas acciones como si de inhalar y exhalar se tratara.

¿Cuál era su propósito? Sintió celos de Hakone por tener claro el suyo.

«Vivirás por siempre», escucho en su interior.

Aquel pensamiento hizo que su corazón pesara. Tenía tiempo para decidir qué quería hacer con ella misma, ahora, tenía que enfocarse en lo que tenía en frente, en lo que el tiempo le permitía alcanzar con tan solo estirar su brazo.

El sentir los ojos de Hakone pegados a ella la hizo despertar de su ensimismamiento. Rápidamente, se puso de pie frente a él y desvió su mirada hacia sus manos que no paraban de temblar, pero no por el frío, sino por algo más que no sabía describir.

¿Qué quería hacer en ese momento? Quería decir algo: confesarle su miedo a dejar de formar parte de su vida, contarle los pensamientos que ocupaban su mente, aquella imagen que no dejaba de ver, aunque cerrara los ojos con fuerza, su parcial alivio por arruinarlo todo. Quería confesarle que quería su atención solo para ella, incluso sin saber lo que aquello implicaba.

¿Por qué su corazón dolía como si se lo arrancasen del pecho, pero se calmaba una vez que él estiraba su brazo para tomar sus manos temblorosas, sin decir absolutamente nada? A veces, sentía que se comunicaban a través del silencio.

Abrió la boca para hablar, pero ningún sonido salió de ella. Sintió como sus ojos se llenaban de lágrimas debido a la frustración. Allí estaba, encerrada en su propio cuerpo intentando salir a gritos sin hacer que este reaccionara.

El calor de las manos de Hakone hizo darse cuenta de algo: ¿Por qué no le molestaba?, ¿por qué no sentía ganas de escapar como sí le había pasado cuando se encontraba cerca de Úzui? No, no se trataba del príncipe. Había tenido esa misma sensación con otras personas: con el comandante Lyon cuando intentó abrazarla por salvar la vida de la princesa, con Caeru, incluso con San.

Aunque, con Hakone también había sucedido una vez: en el hospital, cuando ni siquiera conocía su nombre. ¿Qué había cambiado desde entonces?

Se atrevió a dirigir su minara a su rostro iluminado por la carente luz de la luna menguante. Apenas podía ver su expresión en ese momento, pero sintió que sus ojos le recordaban a la gran diosa de la luz plateada de la noche.

Iba a hacerlo, ¡esta vez sí iba a soltar todo lo que tenía que decir e incluso más!

Sin embargo, nuevamente las palabras se quedaron estancadas en su garganta.

Sintió su frustración, su respiración entrecortada y el dolor en su mandíbula por apretar demasiado fuerte.

Solo tenía que responder. «¿Qué era lo que quería ella?»

—Ina... —comenzó el comandante.

Cuando su mente le ordenó inclinarse hacia él, solo fue capaz de sentir su respiración mezclarse con la suya. A su alrededor, no había más almas, no había luciérnagas, no había aves cantoras al otro lado de la pared en que Hakone apoyaba su espalda, no había árboles, solo estaban ellos.

No era la primera vez que unos labios se unían a los de ella, pero se sentía tan distinto, tan seguro, tan cálido, que se cuestionó si sus recuerdos eran reales o no. O quizás lo falso era lo que sucedía en ese momento.

La expresión atónita de Hakone era indescriptible en palabras, tanto, que pensó que lo había echado todo a perder y que no podría volver a mirarlo a la cara nuevamente. Sintió ganas de salir corriendo nuevamente, y probablemente lo habría hecho si sus manos no hubiesen estado sostenidas con fuerza.

«Un beso en los labios significa decir "te quiero"», recordó decir a Yunis.

¿Acaso eran esas las palabras que se habían quedado estancadas en su garganta?

—Tenía tantas ganas de hacer esto.

Toda inseguridad de esfumó de su cuerpo cuando Hakone soltó sus manos para tomar su rostro y atraerlo hacia el suyo.

Aquella vez se sintió diferente, segura, bienvenida en su totalidad. ¿Era eso a lo que se refería Ione en sus escritos?

Sus temblores cesaron por completo, haciéndola sentirse cómoda incluso ignorando el golpe que sus rodillas dieron en suelo húmedo al ceder.

Allí estaba. Con su confianza y voluntad de vuelta, sintiéndose capaz de hacer cualquier cosa. Capaz de cambiar las reglas, de bailar bajo el yugo, de cantar todos los colores del mundo.

❧ ⊱✿⊰ ☙

Cuando la luna se hubo encontrado en su cénit, un viento frío recorrió las columnas vertebrales de todos aquellos que habían acordado encontrarse en los interiores del bosque de Verni, justo en el centro del círculo de cenizas creado por la rabia y la pena de la felaia conocida como el oso.

Un total de cuarenta y dos personas a rostro cubierto esperaban pacientemente la salida del hombre que los había convocado. Nunca habían hablado directamente con un kemono, un miembro del grupo de enmascarados que aterraba la ciudad capital de Kaslob.

Cuando Nolan, el líder de aquellos bandidos estuvo a punto de darse por vencido esperando, la silueta de un hombre salió caminando tranquilamente desde el interior del bosque.

Su apariencia era tal y como lo describían: no dejaba ni un centímetro de su piel a la vista, incluso su nuca y espalda estaban cubiertas por una oscura piel peluda que bailaba al compás del viento. Su cara estaba cubierta por su característica máscara que imitaba a un zorro.

Los bandidos esperaban que llegara con alguien más, sin embargo, se encontraba solo. ¿Para qué los habría llamado uno solo de ellos?

—Desármate —ordenó Nolan titubeante cuando se encontraron frente a frente.

El hombre llevó sus manos a su espalda y desenvainó sus espadas dobles, lanzándolas frente a sus pies. En esa ocasión, no llevaba nada más.

El grito ahogado de un par de encapuchados pudo oírse fácilmente cuando el zorro se despojó también de su máscara.

—Trabajaremos juntos desde ahora en adelante —exclamó, alzando la voz—. Así que será mejor que nos veamos a la cara. ¡No quiero a nadie escondiéndose!

Muchos esperaron a que Nolan se quitara la tela que cubría su rostro para hacerlo ellos también.

—¿Para qué nos llamó, señor? —preguntó este, frunciendo el ceño.

—Seré breve para que puedan ir a sus casas y dormir con sus seres queridos.

El hombre de la máscara de zorro recorrió a paso lento las filas de bandidos que se habían formado para oírlo. Contó trece mujeres y el resto, todos hombres, tenía suficiente con ese número.

—Mihria tiene un arma —comenzó a vociferar—. Y no me refiero a algo que sus soldados puedan usar, sino que se trata de alguien, un ser vivo, una bestia. Intentarán encontrar el momento adecuado para soltarla y, cuando lo hagan, arrasará con todo a su paso. No le importará si asesina civiles, a los suyos o a los enmascarados. Se presume que es indestructible, así que, mientras más manos tengamos, mejor.

Los corazones de los bandidos latieron al mismo ritmo acelerado.

—Ustedes —prosiguió— son famosos por ser escurridizos y bien organizados. Yo creo en eso y por esa razón los llamé. Necesitaremos su ayuda en el próximo asalto. Serán inteligentes, esperarán al momento adecuado y actuarán. Solo debo aclararles que su seguridad es lo primero y por ningún motivo se acerquen a la bestia cuando la suelten y pierda el control.

Una de las mujeres comenzó a reír en medio de su discurso. El enmascarado no tardó en pararse frente a ella para interrogarla con la mirada.

—Señor, creí que planeaba sacrificarnos a todos por su causa.

Él sonrió.

—Solo tengo una vida que dar por la causa. En concreto, la mía.

Luego, llevó uno de sus dedos a sus labios. Todos sabían lo que quería decir con eso.

—Los demás kemono no lo saben. Este es nuestro secreto.

❧ ⊱✿⊰ ☙

Ok. ¡Lo hice! 

¿Y ahora qué?

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro