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Treinta

Teresa

❧ ⊱✿⊰ ☙

El brillo de la luna se asemejaba a la nieve que cubría las piedras de las pequeñas rendijas de las paredes del calabozo VI, pero, al contrario que esas pequeñas esponjas de agua fría, esta le daba tranquilidad. Sentía como si Diana, la deidad lunar quisiera decirle algo cada vez que aparecía tan plena, visible y redonda.

Todas las noches en que aquella medalla plateada se alzaba gloriosa en el cielo, Ina lograba percibir las almas de una manera mucho más sencilla. Pensó que, quizás por eso, era capaz de ver el rastro que Teresa parecía dejarle, quizás intentando comunicarse con ella.

Podía ver claramente los pequeños fragmentos del alma de la hermana de Hakone regados en piso, como uvas aplastadas luego de ser arrancadas brutalmente de su racimo. Brillaban fuertemente, reflejando la luz plateada que atravesaba el cielo sin nubes.

—Tendrás que decirme qué quieres hacer con ella.

Hakone parecía cuidadoso y preocupado. Era lógico, Teresa era lo más importante en su vida. Se reprochó a sí misma no haberlo considerado al momento de abrir la boca para expresar sus intenciones.

Así que solo asintió. No sabía cómo empezar.

—Yo estaba de pie justo aquí —continuó Hakone—. No pude hacer nada cuando sucedió, pero, a veces pienso que, si hubiese intervenido, quizás la situación sería peor.

—Dijiste que eras un niño cuando sucedió.

Pero él negó.

—No era un niño, ya era algo mayor —suspiró—. No sé por qué te mentí.

Algo le decía que no era la única vez.

—Culpa —sentenció Ina.

—Revivo ese día en mis pesadillas más frecuentes. A veces estoy atado observando, otras, soy libre pero no soy capaz de hacer nada. En las peores, soy yo quien lo hace.

—¿Hacer qué?

—Hacer que pierda la conciencia.

Ya no había rincones fríos en su alma, sino una gran capa de nieve gruesa que cubría todos los sentimientos y emociones que la componían. Todos, excepto el picor de la culpa.

—¿Qué fue lo que le sucedió? —se atrevió a preguntar.

Hakone suspiró, para luego detenerse sin emitir ni un solo sonido.

Ya no sentía el calor de su presencia junto a ella. Por primera vez, parecía como si estuviese sola en aquel pueblo.

Observó su rostro tapado suavemente por las sombras, dejando visibles sus labios apretados en una expresión que intentaba buscar la serenidad en sus venas, conteniendo el impulso de explotar en catarsis.

—Fue golpeada hasta quedar inconsciente.

Una serie de imágenes regresó a su mente. Bastones, rocas, empuñaduras azotándose en su propio rostro y piel, chocando contra sus huesos y provocando corrientes eléctricas que recorrían cada célula, haciéndola desear dormir para siempre, pero sin éxito. Botas embarradas golpeando y pisando su estómago solo para saber hasta dónde resistiría. Cinturones arrancados. Botones desabrochados.

«Mira al cielo».

Pestañeó dos veces.

«Mira a Hakone», se dijo a sí misma para deshacerse de aquellas imágenes que juró que jamás volverían a evocarse en su memoria.

Sus mejillas estaban rosadas y su aliento se visibilizaba en el aire. El cuello de su camisa estaba desabrochado, mostrando con dificultad unos centímetros de su clavícula.

Sintió una fuerte punzada en su corazón. ¿Qué significaba? Su mente no podía dejar de pensar en el rostro molesto de la chica que salió apresurada de la pequeña casa en dónde se encontraba él.

Deseó taparlo, pero no sabía cómo ni con qué. Fue entonces, que se dio cuenta de que tenía frío.

—Eso no puede ser culpa tuya.

—Pero, lo es —Movió su cabello y, con un movimiento torpe, abrochó aquellos botones que llamaron su atención tan solo milisegundos atrás. Al contrario de lo que ella se esperaba, el comandante sonrió, observando a la nada—. Ellos actuaron en venganza por algo que yo hice. Pero, es extraño, siento que, si tuviera la oportunidad de volver a ese momento, haría exactamente lo mismo.

—Entonces fue una buena decisión.

—No lo sé. Quizás si me hubiese marchado de esta ciudad mucho antes, nada de esto habría pasado.

—Pero no serías la misma persona que eres hoy —suspiró un aliento helado—. Tu alma es hermosa por lo que has vivido.

Hakone no pudo evitar la sensación de necesitar tapar su cuerpo con sus brazos, como si eso pudiese evitar que ella la observara. No tenía un alma hermosa, de eso estaba seguro. Él era un mentiroso, un asesino y, en ocasiones, un estúpido. No era nadie que mereciera sus halagos, aunque fuesen involuntarios y sin dobles intenciones.

Cuando volteó a verla, Ina observaba con los ojos desorbitados hacia la nada, con su rostro por completo enrojecido, sin entender ella misma qué era exactamente qué era lo que la hacía sentir avergonzada. Su corazón latía a un ritmo apresurado, agitado, tal y como lo hacía luego de los bailes que compartían en el Centro de Entrenamiento de las Fuerzas de Orden, en Mihria.

—Entonces... —comenzó Hakone luego carraspear, incómodo— ¿qué es lo que dices que quieres hacer con Teresa?

Ella pestañeó dos veces, volviendo en sí. Apretó los labios cuando se dirigió hacia él, buscando las palabras adecuadas.

—En ese lugar —murmuró levantando su brazo para apuntar hacia la tierra, pocos metros frente a ellos— hay pequeños fragmentos de su alma. Parecen querer volver a juntarse, pero no saben cómo hacerlo ni donde ir.

La respiración de Hakone se volvió inestable. Ina podía oírla en conjunto con los bailes de los copos de nieve en su alma, que vibraban amenazando con comenzar a derretirse de una vez por todas.

—Y tu... ¿puedes dirigirlas? —farfulló, cuidando sus palabras, como si quemaran al salir por entre sus labios— ¿Teresa puede despertar si esos fragmentos se unen?

No lo sabía. Probablemente ni siquiera sería capaz de guiar los fragmentos de su alma, pero debía intentarlo. De todos modos, ya estaba condenada a deshacerse en el viento como todas las otras.

Aquel paseo hacia Koica había resultado demasiado conveniente como para no aprovechar la oportunidad de hacer algo por Hakone y probarse a sí misma.

—Puedo intentarlo, si me dejas hacerlo.

—Dijiste que el alma de Teresa estaba en mi habitación, en el palacio.

—Es cierto... era cierto —se corrigió—. Lo que quiero decir es que viajó contigo, está aquí también.

Sintió el sobresalto en el alma de Hakone. Un torrente de sentimientos aplastantes hervía en su interior. Imaginó lo extraño y confuso que se sentía él en aquel momento. A ella solo le darían ganas de llorar.

—Ella ya no tiene nada que perder. Merece la oportunidad, al menos.

La voz del comandante era casi un susurro.

Ina no entendía muchas cosas: el sentimiento que Hakone debía tener en ese momento, cómo haría para que sus esperanzas no se convirtieran en nieve y cenizas ni cómo el alma de Teresa había logrado moverse y viajar decenas de kilómetros junto a su hermano.

Dio un salto hacia la tierra y se ubicó frente a él, observándolo. Aquella fue la primera vez que lo sintió débil, como el humano que realmente era, alguien que podía morir en cuestión de segundos debido a una puñalada o de una enfermedad incurable. Alguna vez fue un pequeño niño que necesitó ayuda para vestirse y limpiar su nariz. Y algún día moriría.

Pero ella no.

Miedo. Esperanza. Incertidumbre. Anhelo. Los ojos grises que la observaban le mostraban todo eso.

Y a su lado, una llama que amenazaba con apagarse parecía que le tomara la mano, como si de aquel niño se tratara.

Se preguntó qué diría Teresa al ver a su hermano del mismo modo en que ella lo veía en aquel momento, ¿qué diría al conocer al comandante Sallow?

Al darse media vuelta, el racimo de trozos de alma se encontraba frente a ella, a tan solo unos pasos. Parecía como si bailaran, pero sin dejar jamás su punto de partida. Si tuvieran brazos, los extenderían unos hacia los otros, pero sin llegar a tocarse, buscando a ciegas.

—Hakone —tartamudeó.

Todos los pedazos, incluyendo el más grande, temblaron.

—¿Qué ocurre?

—Ella reacciona a tu nombre, pero no puede escuchar. También reacciona a tu voz y a tus movimientos, aunque no puede verte ni tocarte.

—¿Qué significa?

—No lo sé. Que probablemente te ama más de lo que somos capaces de comprender.

—Así funciona. A veces, amamos lo que no podemos alcanzar.

Le habría encantado entender ese sentimiento y a qué se refería.

¿Qué haría? ¿Le hablaría a Teresa y le explicaría dónde moverse? Arreglar almas no era a lo que se dedicaba, tampoco comunicarse con ellas. Estaba perdida y, como era la única persona que conocía capaz de sentirlas, completamente sola.

Tendría que improvisar.

Se puso de rodillas frente a los fragmentos de alma y cerró los ojos. Siempre había sido capaz de percibirlas mejor cuando se encontraba a ciegas, especialmente cuando la luna llena la ayudaba.

El calor que emanaban se perdía en el aire, sin conectar ni siquiera una sola vez. Susurró nuevamente el nombre del comandante y estas volvieron a reaccionar, pero sin suceder nada diferente.

Una pequeña vibración era todo lo que conseguía.

Pudo deshacer las almas de sus compañeras, quienes terminaron los ojos calcinados y vacíos, pero también evaporó la de Tobías junto a todo su cuerpo. Aquellos eventos funcionaron de forma distinta, sin embargo, no sabía por qué ni cómo lo había hecho. Mucho menos el qué era capaz de hacer.

¿Cuántas veces se había dicho ella misma que solo era capaz de destruir? Era probable que se tratara de la irreparable verdad, pero, si había una pequeña posibilidad de ser capaz de hacer algo más, necesitaba tomarla.

Pero primero, necesitaba lograr comunicarse con ella.

Sintió un pinchazo en su nuca al enfocarse en aquel racimo.

«No la destruyas, por favor, no la destruyas», gritaba su voz interior.

Teresa tenía un alma hermosa, del color de la primavera, de las anémonas, azaleas y jazmines, lisa como el mismo cielo y con aroma a geranios y tierra que reposaba bajo el rocío de los días fríos. Todo en ella le recordaba a las flores, todo en ella decía que quería despertar y ver el cielo azul una vez más.

Su mente recorrió cada uno de los fragmentos, cada rincón y cada esquina. Así como el más grande, aquellos habían comenzado a desvanecerse a paso lento. Aquellos pedazos se mostraban incompletos y, por cada segundo que pasaba, aquel vacío se hacía más y más grande.

Eso significaba una cosa, e Ina lo sabía muy bien. Si lograba unir todos los fragmentos, su alma seguiría incompleta. ¿Podría despertar Teresa con un alma en pedazos?

Necesitaba reconstruirla, de alguna forma.

—Teresa —escuchó decir a una voz a su lado. Hakone se había sentado en la tierra junto a ella—, ¿recuerdas el día en que te conté que había peces en el canal? Yo quería ir por ellos para comer algo distinto a pan con motas de polvo, pero tu me advertiste que era una mala idea, porque me considerarían un ladrón y me castigarían. Siempre fuiste cuidadosa conmigo, pero yo no fui capaz de retribuirte siendo un niño bueno. Ahora soy algo peor que un ladrón y por mi culpa te encuentras así.

Las palabras de Hakone hacían reaccionar a Teresa, haciendo que las líneas finas que contorneaban su alma se tornaran más duras y fuertes, más visibles para Ina.

¿Hacia dónde iban las almas una vez que se mezclaban con los rayos del sol y la luz de la luna? Shy-Vy había afirmado que se transportaban hacia otro cuerpo, pero, ¿dónde iban mientras esperaban que aquello sucediera?

Había logrado comunicarse aquella vez con el alma del invunche. La había buscado para pedirle ayuda, ¿por qué Teresa no hacía lo mismo?

Tendría que encontrar la forma de hacerlo ella.

—Cada día que pasa —continuaba el comandante— pienso en las palabras que solías decirme: que encontrara mi propio camino y viviera una vida digna fuera de esta ciudad. Tu me diste la fuerza para salir adelante, pero no puedo seguir avanzando si tu no haces lo mismo contigo. Quiero volver a hablar contigo y enseñarte todo lo que he aprendido en tu ausencia. Mereces una segunda oportunidad, ayúdame a dártela.

Mientras Hakone hablaba, Ina era capaz de observar el racimo de fragmentos de almas con detenimiento, pero su llamado no era respondido de ninguna manera. Era como si estuvieran ausentes, sin prestarle atención y sin encontrar el lugar exacto donde debían unirse.

¿Y si los fragmentos de su alma no habían logrado unirse no porque no se buscaban entre sí, sino que intentaban encontrar a algo más?

—¡Hakone! —exclamó sobresaltada por la idea— ¿Qué ocurrió exactamente ese día?

El comandante parecía sorprendido por su osadía al preguntar aquello.

—Era el día en que el comandante llegaría con los suministros, tal como lo hicimos nosotros. Habían preparativos y todo el pueblo lo estaba esperando, pero el alcalde en aquel momento perdió la paciencia y ordenó que asesinaran a mi madre. Yo actué sin pensar...

—La protegiste, ¿no es así?

Hakone apretó los labios, pensativo.

—No sé si realmente lo hice, pero en ese momento creía que sí. Los pacificadores me castigaron por mis actos golpeándolas a ambas.

—¿Dónde?

—Justo frente a nosotros, recuerdo el punto exacto donde ambas se desmayaron.

—¿Qué sucedió después?

—Antes de ejecutarme, el comandante llegó junto a su caravana. Hizo su trabajo y me llevó con él.

Ina detuvo su interrogatorio un momento. No sabía exactamente qué buscaba, pero sí que necesitaba respuestas con respecto a lo ocurrido aquel día, algo que pudiera decirle por qué el alma de Teresa se había fragmentado y separado de su cuerpo.

—¿Te fuiste sin despedirte?

Aquella pregunta parecía irrelevante. Probablemente sí lo era, pero la reacción de Hakone, quien, apretando sus puños y sus parpados, desvió la mirada que dirigía hacia ella, le dio a entender que quizás no estaba tan perdida como creía.

—Sí. No quise verla.

—Ella te siguió, Hakone. No sé por qué lo hizo, pero...

—Yo se lo prometí —la interrumpió él—. Le prometí que la llevaría conmigo cuando lograra salir de este lugar hacia un sitio mejor, donde ella podría ser feliz.

Entonces, lo entendió.

—Una parte de ella se fue contigo a Mihria, pero, imagino que tampoco quiso dejar sola a tu madre. ¿Era la clase de persona que se dividiría en dos para acompañarlos?

—En dos y en mil, de ser necesario.

—Es una persona admirable.

Movió los dedos de sus pies. El frío había comenzado a calar sus huesos y lamentó el no haber usado zapatos. ¿En qué había estado pensando al salir corriendo de aquella forma, evitando a los guardias de la casa del alcalde como si hubiese hecho algo malo?

Su mente se detuvo un segundo. Había huido por alguna razón, pero no había sido consciente de ella sino hasta ese momento.

Esperaba que Teresa la llamara para poder comunicarse. Y sí que lo había hecho, desde el momento en que pisó Koica, una casa vacía en cuanto almas, pero llena de flores muertas que rodeaban a una joven inerte, había gritado su nombre con todas sus fuerzas, pero sin emitir ni un solo sonido.

Un murmullo inaudible que había logrado escuchar.

Se puso de pie y corrió, pero sin saber exactamente dónde. ¿Cuál era la casa de la que Hakone había salido tan solo unos minutos atrás? Eran todas iguales.

Era obvio. Todas estaban habitadas con almas adentro, excepto una.

Al entrar, el aroma a las flores invadió sus fosas nasales por completo. Estaba en el lugar correcto.

—¡Ina! —escuchó decir a Hakone tras de sí— ¿Qué haces?

—Muéstrame dónde está ella.

El comandante tomó su muñeca con cuidado y la guio dentro de la pequeña casa hacia una habitación que le había parecido algo escondida. Allí, el rostro apagado de una chica con largos cabellos oscuros iluminaba la estancia como si de la misma luna en plena noche se tratara.

Su nariz y la forma de los labios eran idénticos a los de su hermano. Ver eso hizo sentir una calidez en su corazón que no pensó que encontraría.

Al observarla más de cerca, notó una pequeña luz cálida en el centro de su pecho. Era del tamaño de un insecto pequeño, pero brillaba con la intensidad de las estrellas.

—Estoy aquí —le dijo a su cuerpo.

Aquel diminuto fragmento de alma en su pecho era todo lo que la mantenía con vida. Admiró la fuerza que necesitaba para hacer algo como eso durante años. Teresa era increíble.

—Hakone te ama mucho y quiere que regreses. Sé que puedes hacerlo, ayúdame un poco para que puedas volver a abrazarlo.

Estuvo esperando por una respuesta, pero ninguna reacción acaparó el alma de Teresa. Si ella no iba a comunicarse con Ina, tendría que ir en su búsqueda.

«Concéntrate en nuestras almas, y sentirás un cosquilleo en la nuca» recordó haber oído alguna vez.

Ya lo había hecho otras veces, pero ¿qué seguía? ¿Cómo haría para unir aquellos fragmentos que vagaban sin rumbo?

Volvió a cerrar sus ojos para concentrarse en aquella alma diminuta. Había una manera y debía encontrarla.

Buscó y buscó a Teresa allí adentro, hasta que la encontró. Era una conciencia dormida cobijada por un entorno amable y cálido.

«Despierta»,quiso gritar, pero tan solo un susurro fue lo que logró pronunciar dentro de su mente—. «Estamos aquí».

Fuera de la mente y alma de Teresa, lo único que Hakone podía ver era a Ina petrificada, sosteniendo la mano de su hermana mientras sus ojos habían dejado de lado aquella dulce tonalidad acostumbrada para convertirse en unas aterradoras pupilas rojas rasgadas verticalmente. Las mismas que había visto aquella tarde en su habitación, cuando intentó arrancarle la garganta.

¿Cómo era posible que fuera la misma persona?

No quiso pensarlo más. Tomó su mano libre con las suyas. Estaban frías y no reaccionaban a su tacto, pero imaginó que, si hacer eso no le transmitía seguridad a ella, al menos se la daría a él mismo.

Sus ojos comenzaron a brillar en una luz blanca cuando ella se encontró a sí misma caminando por la orilla de un río lleno de piedras y rodeado por vegetación. El agua era cálida y aliviaba el dolor de sus pies mientras que el sol hacía lo mismo con el resto de su cuerpo, como un abrazo reconfortante de parte de una madre preocupada.

¿Dónde estaba? Olía a tierra y geranios pese a que donde se encontraba no había nada de eso, al menos no de manera abundante.

Entre las hojas de las plantas que se escapaban por entre las piedras, la silueta de una muchacha recostada con la cabeza apoyada en sus brazos se asomaba para observarla, como si quisiera darle la bienvenida.

—¿Quién eres? —preguntó la chica de oscuros cabellos con curiosidad.

—Ina —contestó con cuidado—. Tu eres Teresa, ¿verdad?

Ella asintió.

—¿Cómo sabes mi nombre?

—Me han hablado de ti.

Teresa pestañeó rápidamente, como si buscara una respuesta dentro de su cabeza.

—¿Quién?

—Tu hermano.

—¿Tengo un hermano?

Aquella pregunta rompió el corazón de Ina. Sin embargo, Teresa no parecía decepcionada, sino emocionada por la idea.

—Sí, te quiere mucho.

—¿Por qué no lo recuerdo?

Aquella era exactamente la pregunta que tenía en mente, pero la respuesta saltó tan rápido como la impresión lo había hecho segundos atrás.

—Sí lo recuerdas. Pero esa memoria no está aquí justo ahora, necesito que me ayudes a encontrarla, junto a las otras que has olvidado.

La chica se puso de pie rápidamente con el ceño ligeramente fruncido. Se parecía tanto a Hakone que no pudo evitar retirar su mirada de ella por un segundo.

—¿Qué tengo que hacer?

—Me estuviste llamando. ¿Puedes hacer lo mismo con los pedazos que te faltan?

Ella negó con la cabeza.

—No recuerdo haber llamado a nadie.

—¿Estás segura de que no hay nadie a que quieras que esté aquí contigo en ese momento? ¿No hay algo que sientas que te haga falta?

Teresa se llevó una mano al mentón, pensativa. Ina deseó tener la habilidad de Shy-Vy para averiguar qué pasaba por su mente.

—Sí. Me siento incompleta.

Aquella respuesta la dejaba satisfecha. Teresa lo intentaría, debía tener la voluntad para encontrar sus otras mitades y volver a unirlas, pues, algo le decía a Ina que aquel trabajo no podría realizarlo ella sola.

Se tomaron de las manos y, juntas, entraron al agua. Primero mojaron sus pies, luego, sus muslos, sus rodillas. No importaba que esta empapara sus ropas, por lo que, cuando tuvieron solo sus cabezas siendo atrapadas por el suave y cálido viento, no tardaron en hundirlas sin molestarse en tomar una bocanada de aire antes.

Allí abajo, sentían como si volaran. El sonido del agua en sus oídos burbujeaba como una caricia, las hacía sentir tranquilas.

Apretaron el agarre de sus manos e Ina esperó, observando la pequeña alma de Teresa.

Luego de lo que le parecieron horas bajo el agua, sintió como esta comenzaba a hacerse más y más grande. Teresa las estaba llamando, pero Ina las guiaba hacia donde debían llegar sin perderse en el camino.

Sintió una fuerte presión en su garganta cuando el fragmento más grande, el que había acompañado a Hakone a Mihria llegó hasta donde se encontraban. En el momento en que se unió al resto, Teresa abrió los ojos y movió las piernas para impulsarse hacia la superficie, agitada, asustada.

—¡Konnie! —gritó mirando alrededor— ¿Dónde está?

—Está afuera, esperándote —respondió Ina sin saber si realmente se refería a Hakone.

Pero no podía despertar. Su alma seguía incompleta por aquellos fragmentos que se habían desvanecido en el aire.

Había llegado al punto en que no sabía que hacer. Su alma, incluso con todas sus partes unidas seguía desapareciendo poco a poco. Si no hacía algo, ella no despertaría jamás, pero ¿qué?

«Dale la tuya», escuchó la voz de Ione en su cabeza.

¿La suya? ¿Su alma? Lo primero que pensó fue en lo indigno que sería para Teresa el recibir un alma como la que tenía. Nunca la había visto, pero estaba segura de que era horrible, llena de heridas sin sanar y oscura como siempre sucedía con los asesinos.

Pero, ¿qué otra opción tenía? ¿Era más importante hacer que despertara o mantener su alma intacta? No quería corromperla con su propia maldad. No lo merecía.

«Ina, tu alma puede sanarse de la misma forma en como lo hace tu cuerpo».

Pero ella tenía cicatrices en su piel.

«El arrepentimiento sincero hace que tu alma brille como cualquier otra».

¿Qué sabía Ione de las almas? Él era un humano y lo más probable era que nunca había sentido una en toda su vida. Pero estuvo con sus compañeras. Quizás ellas le habían dicho algo.

¿Podía arriesgarse? Las consecuencias le daban tanto miedo que no se detuvo en pensar en el futuro inmediado.

Si lo hacía, Teresa podría despertar, pero, de no hacerlo, su conciencia quedaría encerrada en ese lugar hasta que decidiera desaparecer.

Al salir del agua, a sus pies, una reluciente daga blanca reflejaba el sol, encandilando sus ojos. Tenía que hacerlo y lo haría.

Tomó la daga y, contando hasta tres en dos ocasiones, la enterró directo en su corazón. Lo primero que pensó era que esta se rompería en mil pedazos, pero al no suceder, se le ocurrió la idea de que aquello podría ser irreversible para ella misma.

Del agujero que el arma dejó en su pecho no brotó ni una sola gota de sangre, sino que un casi imperceptible vapor de color blanco para recorrer sus dedos y dirigirse hacia la persona que tenía frente a ella, llenando los espacios vacíos y completándolos como si siempre hubiese estado allí.

Cuando Teresa volteó la mirada hacia ella, las lágrimas que caían desde sus ojos chocaron con las comisuras levantadas de sus labios.

—Vamos a verlo, el amanecer nos espera, Ina.

Tomó una fuerte bocanada de aire al regresar a la habitación oscura donde se encontraba. El frío volvió a poseer su cuerpo, a excepción de su mano derecha que se encontraba extrañamente cálida sin saber por qué.

Su respiración continuaba agitada. Tocó repetidamente su ropa, buscando el agujero que se había hecho en el pecho con la daga por sobre y bajo la tela, pero no había nada.

—¡Ina! —exclamó Hakone por tercera vez, tomándola por sus hombros y obligándola a mirarlo— ¿Estás bien?, ¿te sucedió algo?

—Yo... —comenzó a responder, sin saber realmente qué decir— no sé qué pasó.

—Por favor, dime que te encuentras bien.

—Estoy bien, eso creo.

Un sonido similar a un susurro interrumpido atravesó la habitación, llamando la atención de ambos. Los ojos de Teresa habían comenzado a moverse involuntariamente bajo sus párpados al mismo tiempo que sus labios sufrían pequeños espasmos sin energía.

Ina no pudo evitar notar el alma de Teresa. Estaba allí, completa, intacta, junto a ella y no en la tierra fuera de casa.

Ella sintió como los brazos de Hakone comenzaron a temblar, al igual que cómo lo hizo su mandíbula. Teresa estaba despertando y él se había dado cuenta.

Unos ojos verdes se asomaron por un segundo entre sus párpados solo para cerrarse rápida y abruptamente, pero no sin lograr echar un fugaz vistazo al rostro que se encontraba frente a ella. El rostro de un hermano que la esperó por años y que deseó estar presente el día en que ella decidiera irse definitivamente o regresar a su mundo con él.

Lo había logrado.

Tomó aire y se dispuso a salir. Lo mejor que podía hacer en un momento como aquel era dejarlos solos. Además, sentía que necesitaba descansar.

Sin embargo, un fuerte tirón la detendría, lo que la hizo chocar contra el cálido cuerpo del comandante, que la rodeaba con sus brazos con fuerza. De un momento a otro, sus piernas cedieron, obligándola a arrodillarse con él, pero sin que este la soltara. Lo entendió cuando sintió húmedo su cuello y su hombro.

Le había regresado la vida a una buena persona. Sus habilidades no solo estaban destinadas a destruir tal como había pensado hasta ese instante. Era capaz de hacer más que solo arrebatar.

Cuando la primera lágrima cayó por sus mejillas, apretó fuertemente a Hakone. Lo sabía, estaba agradecido, no necesitaba que se lo dijera. Ella también lo estaba. Teresa estaba despierta y el mundo había recibido nuevamente el alma viva de una persona asombrosa y buena como ella misma nunca sería capaz de ser.

—Te dejaré solo con ella, ¿sí?

—Sí —fue todo lo que respondió.

Pero no la soltó, sino hasta que el cuello de su ropa logró secarse. 

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