Spin Off 2.2
Con los cuchillos no se juega
Parte dos
Teresa frunció el ceño cuando vio a aquel hombre de pie frente a su puerta. Estaba por completo lleno de tierra y sudado, acompañado de dos pacificadores que buscaban con la mirada dentro de la casa.
—¿A quién buscan?
—Vein Hakone ¿Está allí?
Al escuchar su nombre, el chico se escabulló donde no pudiesen verlo.
—Depende, ¿Para qué lo necesitan?
—Debemos llevárnoslo.
Teresa sacudió la cabeza.
—No es posible. No les entregaré a un niño para que hagan lo que quieran con él.
El hombre gigante apoyó un brazo en la puerta y se inclinó hacia ella.
—¿Irás tu en su lugar?
Solo pudo sentir asco.
—Lo llaman para trabajar en las minas, como castigo extra por intentar asesinar al alcalde.
—Pensé que había bastado con marcarlo y haberlo dejado casi sordo.
—El evitó uno de sus castigos, por lo que le será reemplazado por otro.
—¿Qué castigo evitó?
—Iban a cortarle la oreja.
Teresa se quedó en silencio. Trabajar no parecía tan terrible como su antiguo castigo, pero ya había pagado por ello entregando algo más.
Por su lado, el chico se asomó detrás de su hermana con determinación. Sabía que no tenía la edad adecuada para trabajar en las minas, pero no podía seguir perdiendo el tiempo siendo solo un estorbo. El trabajo al que lo estaban enviando podría ser su salida para no morir de hambre en un futuro.
—Solo espérenme un momento.
Desde que comenzó a trabajar en las minas sintió algo diferente en él. Ya podía dejar de considerarse un niño, a pesar de ser el menor por un amplio margen de todos sus compañeros.
Al cumplir catorce, comenzó a tomar la masa muscular adecuada para un chico adolescente que trabajaba en lo que hacía y muy de acuerdo con su edad. Fue entonces cuando notó el cambio más grande: Definitivamente estaba creciendo y, en algunos años más, se convertiría en un adulto capaz de cumplir con la promesa que se había hecho de pequeño. No pensaba olvidar lo que aquel hombre le hizo a su madre, aunque eso significara perder la audición.
La marca había dejado de ser un problema, pues los chicos mayores se lo pensaban dos veces antes de meterse con él, pues decían que no era solo aquel tatuaje lo que los asustaba, sino también la actitud y la mirada siempre seria del muchacho.
Al cumplir quince, una chica de su edad se interesó en él por parecer alguien de temer, pero a medida que lo fue conociendo, más se convencía de que solo se trataba de una fachada, pues era muy amable y preocupado, características que adquirió de tantos años viviendo con Teresa a quien visitaba todos sus días libres antes de tener que irse a dormir con sus compañeros de trabajo en una choza donde no cabían todos juntos al mismo tiempo.
La noticia de su supuesto carácter blando llegó a oídos de los chicos mayores, quienes en grupo lo aprisionaron un día para retarlo a una pelea, a lo cual se negó porque no tenía razones para querer golpear a alguien a quien con suerte conocía.
—Esperable del hijo de una prostituta —dijo uno de ellos.
Mientras lo demás reían, Hakone estampó su puño contra la nariz y los dientes superiores del chico, quien terminó con uno de sus huesos nasales rotos y un diente frontal menos.
Nunca más se metieron con él y comenzaron a referírsele como "La bestia arruinada".
Quizás la parte de arruinada sí era cierta.
Solo sonría cuando estaba con Teresa, ella era la única persona con quien podía sentirse feliz y libre de decir cualquier cosa que se le viniese a la cabeza sin ser juzgado. Era su hermana y su mejor amiga a la vez.
Quizás fue por eso mismo que se sintió tan mal cuando arreglaron su matrimonio con uno de los hijos del alcalde. De haberse tratado de cualquier otra persona, no le hubiese importado, los hijos de aquel hombre no tenían la culpa de lo horrible que era su culpa.
Si Teresa hubiese estado feliz con el arreglo, él se habría sentido contento por ella, pero aquel no era el caso. Se sentía desdichada y utilizada, de no ser por la historia de su familia, jamás tendría que haberse visto expuesta a esa situación. No podía decir que no.
Afortunadamente para ella, la boda estaría planeada para realizarse en dos años más.
Al llegar a los dieciséis años, Hakone ya estaba cansado. Pensaba en salir cuanto antes de aquel lugar, por lo que se dio el plazo de un año, hasta que su hermana se casara, para encontrar la forma de salir de allí y encontrar un nuevo hogar. Llevaba muchos años pagando su deuda, no era posible que aún no se hubiese saldado.
—Conocí a Mike —le contó Teresa una vez.
El chico dejó a un lado los platos que lavaba para prestarle más atención.
—¿Cómo es?
—Pues...no parece ser una mala persona.
—Teresa, si vas a casarte con él, no solo tiene que parecer buena persona.
—Ya lo sé, solo estoy intentando hacerme la idea de todo lo que está sucediendo. Pienso que, si recibo este matrimonio como una maldición, no podré ser feliz en toda mi vida.
—Pero, ¿Y si realmente no lo es?
—Entonces tendré que huir.
Su querido Konnie rio. Ya no era el mismo chiquillo de antes, el que se enojaba por cualquier razón. Había madurado mucho, estaba más alto y más fuerte tanto mental como físicamente. Sonrió al darse cuenta de que aún le quedaba mucho camino por delante, quería estar presente en cada uno de sus pasos.
—Konnie —comenzó, tocando su hombro para que le prestara atención—. Quiero verte casándote.
El soltó una risa diminuta mientras continuaba en lo suyo. Para responder, mostró la marca de su muñeca.
—¿Con esto?
Ella asintió.
—No te vas a casar con nadie que no la acepte.
—O simplemente nunca lo haré.
—No seas tan pesimista.
—No, no es eso. Es solo que no me interesa, al menos no por ahora.
—Entiendo. Al principio creí que estaba perdida, pero ahora pienso que es nuestra salida.
El dejó el plato donde correspondía y se dio la vuelta para mirarla.
—¿Salida de qué?
—De la miseria. Quizás pueda hacer algo por ti y por mamá.
—Sé que mamá estaría feliz de ser ayudada por ti, pero no es mi caso. Siento que te debo demasiado.
—Entonces sé bueno conmigo y acepta mi propuesta. No por ti, sino por mí.
Hakone se lo pensó un momento.
—Lo tomaré en cuenta.
Pocas semanas después, recibirían la visita de una importante persona de la capital. Esta traería recursos alimenticios, ropa y agua. Todo el pueblo estaba feliz con el anuncio, por fin tendrían algo para comer sin tener que raspar los restos de los cuencos y podrían cambiar de menú, todo parecía una bendición caída del cielo gracias a los dioses.
Por donde caminara, se escuchaba sobre la visita del comandante Rist, de Mihria. Se decía que se trataba de un hombre bondadoso y gentil, pero feroz. Ayudaba a quien creía que se lo merecía y aquel pequeño poblado había salido elegido, por fin, luego de muchísimos años sin ayuda de nadie.
Las casas estaban adornadas y las calles por completo limpias. Los mineros tuvieron libre la semana completa para recibir al hombre y presenciar el acontecimiento, por lo que Hakone aprovecho para pasar tiempo en casa con su hermana.
—¿Te emociona este evento? —preguntó ella un día.
—Por supuesto que sí. Quiero volver a probar una fruta dulce.
—Dicen que existen las ácidas también
—No me las imagino.
El día esperado, para desgracia de los vecinos, tuvo un despreciado clima lluvioso. No tanto como para inundar las viviendas, como había pasado años atrás, pero sí lo suficiente como para dejar las calles embarradas y arruinar parte de las preparaciones.
Cuando la lluvia se detuvo, el alcalde salió por primera vez en años de su casa, solo para verificar que los preparativos no se hubiesen estropeado. Aquel nombre envió a limpiar el desastre que había dejado el barro a cada una de las personas que consideraba "los moradores de su patio trasero". Hakone se aguantó las ganas de golpearlo en cara y apoyó a su madre y a su hermana con la limpieza, a pesar de que no le correspondiera según los criterios del mandamás, por ser un hombre.
Esperaba no tener que pasar por una situación vergonzosa con ese hombre para evitar los castigos a su familia, pero cuando el enorme hombre se detuvo frente a su casa para charlar con su futura nuera, ignorándolo por completo a él, por supuesto, su madre comenzó a llorar escandalosamente.
—¿Qué le pasa a esta mujer? —escupió el alcalde.
—¡Draven!, ¿Ya no me recuerdas?
Por supuesto que el hombre la recordaba, y muy bien. Solo pretendía no hacerlo.
—¡Quítenme a esta loca de encima!
La mujer se le había abalanzado encima para abrazarlo y besarlo.
—Perdone, señor. No ha podido tomar sus medicamentos —la excusó Teresa mientras Hakone intentaba separarla de él.
—¿Qué medicamento, chica loca? No necesito nada.
—Mamá... —comenzó Hakone.
—Mamá me dices, ¿Sabes quién es él?, ¡Es tu padre! Son igualitos, mira esos ojos.
Por supuesto que se parecían. Lo sabía desde un principio, pero no le daría la satisfacción a ese hombre de creer que era capaz de reconocerlo como tal.
—Ah, ya te recuerdo —el alcalde se tocaba la barba mientras modulaba, dirigiéndose hacia el chico—. Eres el que olvidó un cuchillo en mi habitación.
No iba a responderle.
—¿Te has quedado callado?, te hizo muy bien el tiempo en las minas. Me alegra que hayas aprendido disciplina, hijo mío.
No iba a responderle, no iba a mirarlo, no iba a escucharlo.
—Mamá, entra por favor. Nosotros nos encargamos —fue todo lo que dijo.
La mujer comenzó a gritar, llamando la atención de todos los vecinos. Debido a la sorpresa, esta se soltó y corrió directamente hacia el alcalde, a través de gritos y un fuerte abrazo del que no podía despedirse.
—Draven ¿De verdad no me recuerdas?
—¡No! Vieja loca —Mientras más se alejaba, más fuerte lo abrazaba— Ya me aburrí, mátenla o córtenle el resto de los dedos.
Aquella orden dicha con tanto desprecio hizo que Hakone rápidamente apartara a su madre de aquel hombre. La abrazó tan fuerte que esta comenzó a quejarse y a pellizcarlo para que la soltara.
—¿No te gustó eso, hijo?
—No soy tu hijo.
—¿Qué?, ¿No ves que somos iguales?
—No nos parecemos en nada.
—No creo que alguien acá piense lo mismo que tu —luego se dirigió a sus hombres— ¿No escucharon mi orden?
Cuando los pacificadores comenzaron a moverse, su madre ya se había rendido en su lucha. Se la entregó a Teresa para que la cuidara.
—¿Te estás poniendo en su lugar? —pregunto uno de los uniformados intentando contener la risa.
—No le harán nada —sentía que estaba a punto de explotar. Tan solo la presencia de ese hombre lo volvía loco. Recordó la vez que intentó vengar a su madre sin éxito y fue entonces cuando decidió que su verdadera venganza sería no dejar que jamás volviera a ponerle un dedo encima. Ni él ni sus subordinados.
—Bien, chico. Te tengo una propuesta.
No confiaba en él, no quería escucharlo.
—Pelea contra uno de mis hombres —continuó—. A muerte, tú eliges quién. Si ganas, dejaré tranquila a tu mamá y le daré la oportunidad a tu hermana para arrepentirse del matrimonio. Si pierdes, continuaremos con el plan.
Hakone negó con la cabeza. No iba a caer en su juego.
—Que sea contigo.
El alcalde se echó a reír, fuertemente.
—Bien, quieres jugar a eso.
El hombre desenvainó la espada de uno de los pacificadores de su lado y la blandió hacia la madre rendida.
En una fracción de segundo, Hakone reaccionó y lo empujó, haciéndole perder el equilibrio cayendo de espaldas en el barro. Tan rápido como pudo, el hombre se levantó y, esta vez, dirigió su ataque al chico, quien recibió un ligero corte en su brazo.
Su hermana gritaba de angustia, mientras que su madre no parecía entender lo que sucedía.
—No intervengan —pronunció Draven al ver moverse a los pacificadores al mismo tiempo que esbozaba una desagradable sonrisa.
Atacó nuevamente al chico, pero el solo se limitaba a retroceder para no ser alcanzado por esa espada tan mal manipulada. En ese momento deseó saber pelear.
Al pasar muy cerca de su cabeza, aprovechó el momento para golpearlo con todas sus fuerzas en el brazo que sostenía el arma, esta cayó al piso y, antes de que se detuviera a pensar en lo que estaba haciendo, la sostuvo para enterrarla en el estómago de su padre, quien no volvió a moverse luego de caer al suelo lodoso.
Aquella batalla fue la más corta presenciada por todos. En menos de un minuto, el chico había evitado, desarmado y vencido a su oponente, lo que sorprendió a los pacificadores presentes quienes no consideraban la clara desventaja del físico del corpulento alcalde.
Al ver a su superior allí tendido, la mayoría de los uniformados no supo cómo reaccionar. Pero solo bastó con que uno de ellos tomara una decisión para que resto lo siguiera.
Mientras Hakone intentaba entender lo que había hecho, una gruesa soga pasó por su cuello y lo arrastró por varios metros hacia la plaza principal del pueblo donde se celebraría el evento. Lo único que escuchaba al intentar zafarse eran los gritos desesperados de su hermana, quien clamaba por ayuda y piedad.
Ya inmóvil, pero consciente aún, sus brazos fueron amarrados a unos postes que se encontraban a su lado y sus piernas lo fueron entre sí. Por mucho que intentara moverse, no podía hacer nada, solo observar hacia el frente para presenciar el horror que estaban por cometer los pacificadores.
—¡Teresa! —gritó este al darse cuenta.
Uno de ellos la tomó por el cabello y la arrojó hacia el suelo. Solo bastó una patada para que esta quedara completamente rendida sobre el barro. Lo mismo hicieron con su madre, ambas mujeres estaban siendo golpeadas por nombres armados ante los ojos de todos los vecinos, quienes miraban con horror la escena mientras no hacían nada.
No le vio el caso a seguir gritando ni resistirse. Si se entregaba, quizás se detendrían, pero la voz no quería escapar por su boca. Quería llorar. Pensó que había logrado protegerlas, pero por su culpa estaban siendo duramente golpeadas y pateadas como si fueran ellas las que habían errado en su actuar.
Dos hombres desenvainaros sus espadas tras de él y las cruzaron formando una gran y brillante X en su garganta. Quizás esa era la verdadera manera.
Ambas se encontraban ya inconscientes, siendo solo unos bultos cubiertos de sangre y barro. Su madre tosió, eso lo hizo estar un poco más tranquilo, pero Teresa no se movía ni un poco. No podrían haberla asesinado, ella era inocente de todo.
—Cumpliremos con la parte del trato del alcalde —pronunció uno de los hombres—. Ellas serán libres, pero no dijo nada sobre ti.
Por supuesto. Podían hacer lo que quisieran con él. Si eso de verdad significaba que Teresa y su madre podrían vivir tranquilamente el resto de tiempo que les queda, estaba dispuesto a recibir a la muerte con los brazos abiertos. Pero no quería, quería vivir y ver a su hermana cumpliendo sus metas.
Cansado, apoyó la cabeza en el filo de las espadas.
Un fuerte sonido interrumpió sus pensamientos. Parecía una campana.
Tanto él como todo el pueblo, se había olvidado por completo de la esperada visita. Los pacificadores quitaron con cuidado las espadas de su cuello, pero no se retiraron sin antes golpearle el rostro al chico.
Me parece justo —pensó divertido y aliviado por la oportuna llegada de los suministros.
Escondieron el cuerpo del alcalde y a las mujeres golpeadas dentro de la casa donde él vivía. Dejando un rastro de sangre que no engañaba ni siquiera al ojo más inexperto. Antes de que se propusieran taparlo, la escolta de un corpulento y anciano hombre montado sobre un caballo negro se asomó por la única calle del pueblo.
Las personas aplaudían y agradecían al verlo pasar, mientras el, aún amarrado observaba los hechos desde las alturas.
El comandante solo pudo fijar su mirada en aquel chico ensangrentado.
—Agradezco la bienvenida —comenzó. Su voz era tranquila y uniforme. —Pero, ¿acaso esto es una ofrenda?
Los pacificadores rieron mientras la gente del pueblo no sabía que expresión poner.
—¿Dónde está el alcalde? —continuó luego de no recibir ninguna réplica.
—El muchacho lo asesinó —respondió una mujer.
—Ah, así que sí es una ofrenda.
El hombre se bajó del caballo y caminó lentamente hacia Hakone, quién lo observaba con dificultad. Este sacó de su bolsillo una vara que usó para levantar su mentón y mirar bien su rostro, analizando cada parte de él.
—¿Qué te hizo cometer una locura así?
Con un ojo hinchado y la nariz sangrante, el sonrió.
—No es tan difícil adivinarlo.
El comandante dejó caer su mentón, lo que hizo que su cuello doliera.
—¿Tienes familia?
—Allí está —respondió apuntando la casa de donde salía el camino de sangre.
—Entiendo. —Se dio media vuelta y, con la misma tranquilidad que lo caracterizaba, le ordenó a su escolta: — Desátenlo y llévenselo. Dejen aquí las provisiones, no tenemos nada más que hacer aquí.
¿Qué?, ¿Qué pensaba hacer ese hombre con él? No solo le había perdonado la vida, sino que quería llevárselo a algún lugar. Probablemente a Mihria o probablemente planeaba dejarlo medio muerto en un pantano.
—Espere —dijo con dificultad cuando liberaron sus brazos—. Mi hermana y mi madre...
—Ah, ¿Están vivas?
Hakone miró al suelo. No lo sabía realmente.
—Está bien. Traten las heridas de las mujeres y luego nos iremos —le ordenó a un par de mujeres que viajaban con él.
Mientras esperaba sentado en la carreta, frotándose las muñecas, las dos mujeres salieron de la casa para informarles que ambas estaban en un estado crítico, pero que tenían muchas posibilidades de sobrevivir. El problema era que la chica más joven probablemente no fuera a despertar.
Esa noticia alivió y afligió al mismo tiempo al muchacho. Por su culpa ambas estaban en peligro de muerte, por su culpa su hermana no podría ver de nuevo la luz del sol. Pero, de no haber hecho nada todo hubiese terminado peor. Al menos ambas estaban vivas, pero ¿A qué costo?
Esos pensamientos no dejaban de revolotear en su cabeza.
—¿Quieres verlas antes de irnos? —preguntó el comandante.
—No —respondió rápidamente. Si las veía no iba a irse nunca, y estaban mucho mejor sin él.
Luego de visitar dos pueblos más, llegaron a un lugar enorme y amurallado a la orilla del mar. Todo su alrededor era frondoso, por completo cubierto de árboles y arbustos floridos. Jamás había imaginado siquiera un paisaje como aquel.
¿Acaso era el sueño que Teresa le decía que quería para él?
—¿Dónde estamos? —preguntó, realmente curioso.
—Este es el palacio de Mihria, pero tú y yo no venimos realmente aquí.
Ahora sí que lo asaltaba la duda.
—Chico, dime tu nombre.
—Vein Hakone.
—Hakone, "El que nace desdichado". Es un nombre terrible, ¿piensas conservarlo?
Solo demoró un segundo en tomar la decisión.
—Sallow Hakone.
El comandante arqueó una ceja. Realmente no era la respuesta que esperaba.
—¿Por qué cambias tu apellido?
—Es el que llevaba mi hermana.
Al palacio solo pasaron a dejar a los acompañantes y la carreta. Su verdadero destino era una cabaña inserta en medio del bosque, donde vivían tan solo él y su hijo adoptivo. Cuando ya estaban adentro, le preguntó formalmente si viviría junto a ellos.
El lugar era realmente acogedor. Nada parecido a lo que acostumbraba en su pueblo. Se preguntó un millar de veces el qué había hecho bien para merecer que le ofrezcan un lugar para vivir como ese.
—Ese hombre era un auténtico tirano —comenzó el anciano como si estuviese leyendo sus pensamientos—. Admiro mucho que te hayas atrevido a enfrentarlo y, más aún, salido victorioso.
—Tuve suerte. —No quería sentarse en los sillones, pues pensaba que estaba demasiado sucio como para siquiera intentarlo. —Estuve a punto de no salirme con la mía.
—Valor y suerte. Tuviste ambas y eso es admirable —dijo mientras se sentaba y cruzaba una pierna sobre la otra— No se lo diré a nadie. ¿Eres humano?
Esa pregunta lo había tomado por completo desprevenido. ¿Qué otra cosa sería sino humano?
—Imagino que sí.
—Ya entendí. Viviste en una burbuja por mucho tiempo y no sabes nada de lo que te rodea.
En ese momento, un chico delgado, pelirrojo y de apariencia impecable bajó las escaleras. Al ver a Hakone de pie frente a él, dirigió su mirada al hombre pidiéndole explicaciones.
—San, te presento a tu hermano, Hakone.
—¿Qué?, aun no acepto nada.
—No seré hermano de nadie —respondió San cruzándose de brazos.
—Bien, compañeros entonces.
Finalmente, Hakone aceptó quedarse en ese lugar. Allí, el hombre le enseño lo básico de las batallas y del mundo en el que vivía. Así fue como se enteró que San no era humano y que tenía la habilidad de engañar los sentidos de cualquiera que se encontrara a un radio de medio kilómetro de distancia, aunque luchaba duro para superar ese margen.
Se sorprendió tanto cuando hizo desaparecer la marca de su muñeca que tuvo miedo de que le causara pesadillas por la noche, lo que sí sucedió durante los días posteriores.
Entrenaba y estudiaba durante los tiempos libres con Rist, así llamaba al hombre que lo acogió como un padre. El hombre nunca dejaba de sorprenderse con su progreso y su potencial. Sabía analizar las situaciones rápidamente y tomar decisiones acertadas en una fracción de segundo. Peleaba como su tuviera ojos en todo su cuerpo, razón por la que se sintió miserable al enterarse de que era parcialmente sordo.
Su relación con San mejoró con el tiempo hasta volverse buenos amigos que no se reconocían como tal entre ellos, pero disfrutaban cada minuto de su tiempo juntos.
A la edad de dieciocho años, fue admitido como parte de las "Tropas de Defensa de Kaslob" con el título honorífico del Ingreso más Joven, para ser derivado a la especialidad de guardia del Palacio de Mihria.
—Estoy muy orgulloso de tu progreso, Hakone —lo felicitó Rist la primera vez que lo recibió en sus filas por privado.
Desde el primer momento en que pisó el palacio, escuchaba como la gente que caminaba cerca de él murmuraba algo que más tarde se enteró que sería el rumor de que había asesinado a su propio padre y que se referían a él como "La bestia arruinada", nombre que le pareció ridículo, pues ya no era el mismo chico que antes.
Cuando recibió las llaves de su habitación en el lado este del palacio, se sintió acompañado, a pesar de no tener a nadie con quien compartirla. Una presencia que lo reconfortaba y le daba energías para comenzar su nueva vida como guardia del palacio de Mihria.
—Mira, Teresa —susurró antes de quedarse dormido—. Estoy cumpliendo tu sueño.
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