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Siete

Ruidos, colores y sombreros inquietos

❧ ⊱✿⊰ ☙

—Si se enteran de que te traje hasta aquí, podrías ir olvidando eso de tratarme como un comandante.

Hakone abrió la puerta de un gran edificio vacío lentamente, pero el sonido metálico del movimiento era más fuerte y agudo mientras menos velocidad tenía al moverse. Maldijo por lo bajo e invitó a Ina a entrar a través de una pequeña abertura.

La puerta se cerró tras de ellos, provocando un estruendo.

El lugar era amplio e iluminado solo por unas pequeñas ventanas en la parte superior de las ventanas y olía ligeramente a sudor y polvo. Abundaba el color gris y las almas de pequeños insectos que habían acomodado su hogar ahí. 

Hakone dio un pequeño salto al encontrarse una pequeña araña en su hombro, lo que divirtió inmensamente a Irene. Se preguntó si les temía, pues pudo notar cómo observaba cada rincón del lugar con atención.

—Este es el gimnasio donde antiguamente entrenaban los guardias. Ahora lo hacen al aire libre.

—Los he visto —recordó todas las veces que pasó frente a los uniformados pelear unos con otros con instrumentos hechos de madera. Claramente tenerlos a la vista daba la sensación de seguridad que podría perderse si hiciesen sus deberes a escondidas, parecía una buena medida—. ¿Por qué se empeña tanto de hacerme venir? —La ocasión la emocionaba de cierta manera, echaba mucho de menos entrenar, pero Hakone no podía saber eso.

—Me gustaría que te sintieras cómoda. La otra vez no pude ayudarte siendo que se trata de mi trabajo. Podríamos decir que es una forma de disculparme.

—Usted no tiene nada de qué disculparse, pero de todas formas no entiendo cómo venir aquí sería eso que dice.

—No. Venir aquí lo he hecho por capricho mío, pero también me interesa que conozcas este lugar. ¿Luchabas por cuenta propia o eras obligada?

Eso parecía una pregunta demasiado personal. Aún así respondió luego de varios segundos de titubeo.

—Cuando lo hacía, me imaginaba a mí misma bailando.

Hakone abrió los ojos, dejando de lado su expresión seria que lo caracterizaba.

—Nunca había escuchado algo como eso. Es difícil concentrarse en otra cosa cuando ves a toda la gente alrededor tuyo.

Ina negó con la cabeza, ella nunca se distrajo de aquella manera. En su mente, ella nunca blandió una espada o una daga para asesinar a nadie.

—Siempre estaba con los ojos tapados.

Hakone rio. No sabía que era lo gracioso, ella estaba contándole cosas que le prometió a Evee que jamás diría. 

Se cuestionó brevemente si aquella persona era de fiar o no. De no serlo, solo tendría que huir otra vez.

—Si no fueras tan joven diría que eres la bailarina espectral.

Eso sí la había tomado por sorpresa.

—¿La qué?

—Hay una leyenda que debe tener decenas de años. Se supone que cuando peleas con alguien en una batalla seria en que hay muchas personas alrededor tuyo, debes tener cuidado con la aparición de la bailarina. Te degollará sin que te des cuenta y, según cuentan las personas que dicen haberla visto, sí parece como si bailara y al parecer es ciega. Algunos dicen que es real, otros dicen que es un fantasma buscando venganza o que se alimenta de la sangre de los que asesina.

—Entonces solo soy una imitación.

—Eso ya lo veremos —extendió su mano ante ella. Quedó mirándolo durante un segundo sin saber qué hacer— ¿Quieres bailar?

❧ ⊱✿⊰ ☙

—¡Dioses, Ina! —exclamó Ophelia al ver llegar a su compañera despeinada y notablemente cansada. Algunos de sus cabellos aún se encontraban pegados en su frente y su cuello. La observó de pies a cabeza y mostró una sonrisa picarona, levantando una de sus cejas— ¿Te divertiste?

La chica tocó sus manos y su rostro aún caliente. Su pulso continuaba acelerado y no pudo evitar sonreír al recordar lo ocurrido en aquel lugar. 

No recordaba la última vez que se había divertido tanto entrenando, si es que se podía llamar así. 

Durante su estancia en Treng-Cai, sus entrenamientos siempre fueron encabezados por hombres estrictos que la reprendían severamente en caso de cometer algún error. A lo largo de su vida había tenido muchos de esos, pero solo uno de ellos había sido amable con ella...y terminó muerto.

Hakone era extremadamente hábil. Su fuerza superaba con creces la de Irene, algo que ya había imaginado. Tenía un estilo distinto al de la chica, pues mientras ella se movía con sus ojos cerrados sintiendo los movimientos de su contrincante y jugando con ellos, él era paciente y esperaba el momento perfecto para arremeter. 

En ocasiones percibió que quedaba completamente quieto e intentó darle el golpe que la haría victoriosa, pero en el momento exacto la detenía. 

Acordaron que el ganador sería Ina, pues él no pudo hacer nada contra los golpes en las extremidades que lo dejaron segundos sin sentir absolutamente nada ni moverlos. Era algo que había aprendido en Treng-Cai y que había puesto en práctica pocas veces, pues la orden solía ser asesinar a cualquiera que no llevara la insignia de la república.

—Me divertí —respondió al fin.

Ophelia abrió los ojos como platos y soltó una ruidosa risa.

—No estamos en la misma sintonía, perdón. ¿Por qué estás tan sudada?

—Hace mucho que no me ejercitaba —se limitó a responder. Sabía que no tenía nada que esconderle, pero le había prometido a Hakone que no le diría nada a nadie acerca de donde habían estado.

—No me ayudas a que no malinterprete las cosas, pero dejémoslo así. Si llego a averiguar que lo que pensaba era lo correcto, se la cortaré.

«¿Cortar qué?», pensó.

Luego de una no muy larga, pero merecida ducha, Ina observó a la mujer que se encontraba sentada en su cama, leyendo un libro y acariciando una de sus colas con una mano. En ocasiones olvidaba que Ophelia era la mujer con la máscara del oso, solía presentarse con su disfraz humano incluso cuando estaban a solas después de conocer su secreto, pero aquella era la primera vez que se mostraba tal como era. 

Pensó en como convirtió esos cuerpos en cenizas como si se tratase de encender un papel. Su compañera era una persona increíblemente poderosa, pero no sabía si ella pertenecía al bando de los buenos. 

La misma duda carcomía su cabeza con respecto al hombre de la máscara de zorro. Tenía tantas preguntas y tenía la persona perfecta para responderlas, pero algo le decía que no era lo correcto.

—Mañana podré salir con Oliv —Ophelia interrumpió sus pensamientos—. Si quieres, puedes venir con nosotras, para que la conozcas a ella y al palacio durante un día festivo. Es algo totalmente diferente, te va a encantar.

—¿Un día festivo?

—Sí. Mañana es el cumpleaños de los príncipes y se mostrará la lista de las personas aptas para casarse con ellos. Es una especie de tradición, si llegas a estar en esa lista tu popularidad se dispara, aunque a los simples mortales como nosotras jamás nos consideran —Mientras hablaba, una de sus colas se movía, distrayendo a Ina. Ella no era una simple mortal, era una felaia muy hábil— Esa lista se publica cuando cumplen veinte. Sé que no sabes nada de la realeza, pero cuando digo príncipes me refiero a los mellizos, uno es hombre y la otra es mujer. La princesa es terrible, una pesadilla que lleva una bonita corona en la cabeza, así que nunca hables mal de ella o te arrancarán los senos a mordiscos.

Un escalofrío recorrió su espalda.

—¿Es humana? —preguntó sin poder creerlo. ¿O estaba hablando en sentido figurado? De todas formas, ya sabía de qué eran capaces los humanos comunes, lo había vivido en carne propia.

—Totalmente. Incluso me da un poco de miedo.

—Imposible, puedes volver cenizas a las personas en tan solo unos segundos.

—¡Pensé que jamás lo mencionarías! Y ya que lo haces, permíteme decirte que, para ti, soy completamente inofensiva —Se detuvo un segundo para reflexionar acerca de lo que acababa de decir—. No me refiero a literalmente. Quiero decir que jamás te haría daño si pudiese. Te quiero mucho.

Ina se quedó viéndola durante unos segundos. No sabía cómo responder a eso, era la primera vez que se lo decían. 

Miró hacia los lados como si buscara ayuda en alguna de las paredes para que le dieran una respuesta.

—Se supone que debes decirme que también me quieres o un simple gracias si no lo sientes en realidad —dijo, adivinando sus pensamientos.

—Yo también te quiero, Ophelia.

—¡Ay, Ina, mi amor!, ¡me harás llorar!

❧ ⊱✿⊰ ☙

La pequeña Oliv no era una copia exacta de su madre, excepto por sus ojos. Llevaba su corto cabello amarrado en dos coletas, una a cada lado de su cabeza vistiendo un brillante vestido anaranjado. 

Su alma era lo más bello que había sentido alguna vez. Era luminosa y cálida, de un color amarillo muy claro, le recordaba el aroma de la tierra húmeda y al sonido de los capullos de las flores al abrirse. 

No había visto muchas almas de niños, pero sin duda la suya sería una de las más puras que había presenciado.

La niña corría y saltaba alegremente, ignorando la quemadura que se exponía en uno de los lados de su rostro. En ese fragmento de piel pudo notar distintos tonos de la misma en zonas rugosas y otras demasiado lisas. 

Lo sentía mucho por ella, pero decidió pensar que era una niña muy valiente y fuerte, pues parecía no importarle que los demás niños la observaran y les preguntaran a sus madres qué le había pasado. Solo se concentraba en ser feliz.

—Oliv no te alejes demasiado —advertía Ophelia.

La niña corrió de vuelta, acercándose de Ina. Estaban en uno de los patios del palacio que jamás se había visto tan lleno. Las personas recorrían de un lado a otro el lugar, vestidos con sus mejores trajes, comprando comida en los puestos dedicados a ello y observando los artículos que otros vendían. 

Ella había decidido calzar un vestido rosa que mostraba sus rodillas y sus brazos, se sentía algo extraña con esas ropas, pero Ophelia había insistido en que lo usara para conocer a la persona más importante de la vida de su amiga. Aún así no se sentía cómoda y se encontraba a sí misma bajando los pliegues de su falda y tapando sus brazos, cruzándolos como si muriese de frío.

—Pareces una muñeca —fue lo primero que Oliv le dijo—. Tienes el cabello muy largo y lindo, ¿puedo peinarlo?

—No es el momento, linda, puedes peinarla después.

Ophelia parecía otra persona cuando estaba cerca de su hija, mucho más radiante. Su alma brillaba como el sol y se apagaba cuando se alejaba de ella.

El palacio estaba decorado como nunca antes lo había visto, lo que le hizo preguntarse cómo fue posible tener todo listo en tan poco tiempo. Guirnaldas hechas de papel de diferentes colores adornaban el cielo a través de cuerdas que se cruzaban unas con otras sobre las cabezas de bailarines que usaban brillantes ropas y se movían al ritmo de la música que resonaba en todo Mihria. 

Los sonidos y los colores llenaban sus sentidos confundiéndola ligeramente, no era el orden que acostumbraba y menos aún cuando los hombres se acercaban a ella o a Ophelia para bailar juntos, quien los rechazaba mostrando el dedo medio de una de sus manos haciendo que se alejaran haciendo muecas. 

Ina no entendía la reacción de ellos y simplemente se limitaba a mover su cabeza hacia los lados y cruzar los brazos con los ojos fuertemente cerrados cuando alguien la tocaba. 

Las multitudes la hacían sentir increíblemente incómoda, en especial cuando no conocía a nadie, por lo que no se separaba de Ophelia ni siquiera por un metro.

—No me gusta venir a estas ferias, me recuerdan lo pobre que soy —admitió ella—. No se puede vivir con solo cien ducados al mes.

«¿Solo cien ducados?» 

Ina ganaba mucho menos.

—¿No se puede? —preguntó.

—Técnicamente se puede, pero no dignamente. Si quieres comprarte algo bonito o darte un gusto, no. Imagina cómo es cuando tus amigos están de cumpleaños. Se supone que tienes que llevarles regalos y tienes que elegir si comerás ese pastel que tenías tantas ganas de probar o conservar su amistad.

—Mamá, ese hombre te está mirando mucho.

—Sí, lo sé mi amor. Es un amigo mío y lo saludaré luego.

Ina no vio a nadie entre todo el tumulto de personas que se empujaban para entrar a dicha feria, donde los comerciantes gritaban a viva voz los productos que vendían al mejor precio del mercado.

—Yo gano treinta y siete.

—¡No puede ser cierto!, ¿de dónde sacaste esa ropa, entonces?, ¿tienes un amante ricachón que no me has presentado?

Ina negó con la cabeza y Oliv la imitó.

—Me la regaló Yunis.

—Increíble, ella bota su dinero y yo tengo que estar mendigando. Ni hablar de ti —apuntó hacia el frente, alzando la voz—. Pero, ¡desde aquí veo a alguien que gana lo suficiente para comprarnos helados a todas!

—¡Mamá!, no se apunta así con el dedo.

Ina observó de lejos mientras Ophelia tomaba su muñeca y la de Oliv para dirigirse corriendo a una espalda que le era muy conocida. Por alguna razón no tenía muchas ganas de acercarse a él en ese momento.

Ophelia tocó el hombro de un hombre no mucho más alto que Ina, que estaba sorprendentemente bien vestido. Usaba pantalones apretados en las pantorrillas, una camisa blanca impecable bajo un abrigo oscuro que se hallaba solo sobre su espalda, sin usar los brazos. Un sombrero adornaba su oscuro y largo cabello que caía sobre sus hombros junto a un solo arete enorme que parecía una botella de veneno. 

Jamás había visto a alguien que cuidara tanto de su apariencia, algo que incluso se reflejaba en su alma energética que relacionó con las tormentas que iluminaban los cielos de invierno en Líter.

El hombre se dio vuelta y frunció el ceño observándola. Quitó bruscamente su mano de encima.

—Mi amor, ¿ya cobraste?

—Cállate, zorra inmunda —respondió este, con calma.

—¡Estoy con mi hija, imbécil!

—Hola, Oliv. Qué linda te ves hoy.

Había sentido su alma antes, pero no lograba ubicar cuando ni dónde. Este pensamiento habría ocupado su cabeza durante todo el día de no haber sido por la presencia de Hakone a su lado, quien se mantuvo en silencio mientras Ophelia y el desconocido discutían.

El comandante hizo una reverencia frente a la niña usando su blanca capa. Aquel día sí estaba vestido como era costumbre. Ina juntó los labios y observó la más impecable respuesta por parte de Oliv. 

Cada vez se convencía más que ella y su madre no se parecían en nada.

—Sallow, si le haces algo a mi hija que no sea comprarle un helado, haré que te tragues mil espinas.

Hakone la ignoró y se dirigió a la niña.

—Sigue cuidando que tu madre no se meta en problemas.

Oliv asintió tal como lo hacía Irene y no pudo evitar sonreírle.

—No sabía que Ophelia y tu fueran amigas.

—Es mi compañera de habitación. Vivimos juntas.

Sosteniendo una parte de la camisa del muchacho del sombrero, Ophelia escupió— Y yo que quería evitar que le hablaras para mantenerla a salvo.

—¿A salvo de mí? No tienes cara para decirme eso si aun no eres capaz de dejar el humo.

—¡Solo lo hago cuando estoy nerviosa!

—Veintitrés horas al día —intervino el otro hombre.

—Cállate y preséntate —Ophelia no esperó que empezara a hablar y continuó ella misma—. Ella Ina, tiene... ¿Cuántos años?, no importa. Es herborista y una muy buena persona. Si alguno de ustedes dos le hace algo —apuntó a ambos—, se las verán conmigo —Luego se dirigió a Ina, cambiando radicalmente de tono—. Ya conoces al grandote, el pequeño es San, creo que es traficante de órganos.

—No le hagas caso —Ina sentía como la vena de la frente de San amenazaba con salir.

Un fuerte sonido se escuchó desde la zona más poblada de la feria, donde hombres y mujeres se gritaban entre sí palabras inentendibles. Hakone cerró los ojos un segundo y suspiro. Parecía agotado y eso reflejaba su alma.

—Aunque me gustaría quedarme escucharlos discutir, estoy trabajando. Espero verlos más tarde.

Dirigió por última vez su mirada hacia Ina, quien solo se limitó a quedarse en silencio y se marchó hacia la zona de la discusión. San metió sus manos a sus bolsillos y entonces fue cuando se dio cuenta que también llevaba guantes que no tapaban sus dedos. Pensó en el calor que debía sentir.

—Yo invito los helados —pronunció adivinando los pensamientos de Ina. 

❧ ⊱✿⊰ ☙

San se recostó sobre el pasto y llevó su sombrero a su rostro mientras esperaba que Oliv terminara su helado, que se había derretido por la lentitud de la niña, mojando sus zapatos y manos.

—Avísenme cuando esta mierda termine —sentenció.

—Ni hablar. Al menos quiero esperar que anuncien los candidatos para convertirse en reyes.

—No me digas que crees que alguien que conoces puede estar en esa lista. ¿O es solo un capricho femenino?

—No creo que a Ina le importe mucho —La observó para captar su reacción. Ninguna—. Y nunca sabes qué familia noble puede estar escondida entre estos muchos haciendo un trabajo que no quería.

Recordó la historia de Ophelia. ¿Había una posibilidad de que ella se encontrase en la lista del príncipe? No quiso descartar la idea, ahora sí estaba interesada.

—No me digas que esperas que un príncipe se fije en ti. —San parecía realmente sorprendido, tanto, que levantó su cabeza, dejando caer el sombrero a su lado.

—No él, pero sí las personas que crean la lista.

—Deben tener la aprobación del príncipe.

—Es un detalle. Se vale soñar —Limpió la cara de Oliv con un paño que llevaba consigo, preparada para momentos como ese—. Cuando sea reina, prohibiré los sombreros.

Cuando escucharon los gritos y personas corriendo hacia el ágora del palacio, decidieron que era el momento de oír al vocero del rey y los príncipes. 

San se negó a ir, pues alegó que no quería estar presente en el momento en que se prohibirían los sombreros, así que se quedó disfrutando de él poniéndolo sobre su rostro tal como lo había hecho anteriormente.

El ágora se encontraba repleto de personas que se empujaban entre sí para lograr llegar a los mejores puestos, algo que Ophelia e Irene declinaron hacer, por lo que se limitaron al quedar lo suficientemente cerca para oír al vocero leer los escritos de un pergamino que parecía tan largo que podrían estar horas enteras de pie bajo el sol.

—...bajo el mandato del rey, así como de las tradiciones de nuestra patria, les presento la lista de mujeres dignas, cuyas manos podrían llegar a ser tomadas por el menor de los herederos del reino de Kaslob: el príncipe Uzúi.

Dicho eso, el silencio se tomó todo el lugar. Si prestaba atención, podía escuchar las respiraciones alteradas de los presentes y el aliento que el vocero tomaba para ir pronunciando los nombres de las "afortunadas" elegidas.

Observó a Ophelia y Oliv. Ambas juntaban sus manos frente a sus rostros y cerraban los ojos. En ese momento sí se parecían bastante. 

Pensó en las posibilidades de su amiga y se dio cuenta de que era mínimas y que todo lo que había dicho antes no era en serio. El príncipe de aquel lugar jamás escogería a una felaia y menos aún si esta ya tenía una hija. 

Había aprendido cómo funcionaba el matrimonio en Líter: los hombres no aceptaban a una mujer que no consideraran "pura" y, menos aún, con hijos, aunque ellos no hubiesen gozado jamás de esa categoría.

—Abbey Ophelia.

Oliv gritó de felicidad, pero su madre le hizo una señal de silencio que captó y obedeció inmediatamente. Sus rostros no podían esconder la felicidad, algo que hizo que Ina se sintiera muy curiosa al respecto. No entendía por qué Ophelia estaría interesada en una oferta como aquella, quizás solo se equivocaba.

—Felicidades —susurró.

—Muchas gracias —respondió ella, moviéndose hacia los lados, tratando de mantener la compostura.

Después de unos minutos que le parecieron eternos, pues el calor del sol era tal que sentía como sus hombros y frentes dolían por su quemadura.

—...les presento los nombres de aquellos varones calificados para tomar posesión del reino de Kaslob al desposar a la hermosa princesa Amaia.

Ophelia le hizo un gesto para retirarse. Oliv había comenzado a quejarse del calor y su nariz se había tornado roja, así como su espalda que había estado expuesta al sol durante todo el discurso. 

Preferían esperar escuchar los nombres desde una zona segura en la sombra.

Ina sintió que su corazón daba un salto y se detenía durante un segundo.

—Sallow Hakone.

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