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Quince

Elegía al otoño

❧ ⊱✿⊰ ☙

Ophelia le parecía simplemente hermosa mientras salía de entre los árboles. La única vez que la había visto luchando resplandecía en un luminoso azul, sin embargo, esta vez, la rodeaba un aura de color verde que se despedía desde sus manos. La máscara de oso cumplía con su deber, pues no dejaba a la vista ni un centímetro de piel de su rostro con el que se le pudiese identificar.

Observó rápidamente a sus acompañantes: La oveja, el tigre, el conejo, el cerdo y el gato. Eran pocos, pero todos imponían su fuerte presencia ante los participantes del evento de la luna roja.

Buscó al zorro, pero no se encontraba, lo que la decepcionaba un poco, esperaba verlo por alguna razón. Le había salvado la vida una vez y al menos quería tener una oportunidad para agradecer, pero no se trataba solo de eso, esa persona le intrigaba demasiado.

—¡Ina!, ¡escuchame!

La voz de Hakone, mientras sacudía sus hombros la sacó de su trance. Es cierto, Ophelia le había advertido que no estuviera allí ese día y había hecho caso omiso. Algo malo estaba a punto de suceder.

Se dio media vuelta para observar la taberna, donde estaban sus amigas, tenía que ir a avisarles.

—Tengo que buscar a Yunis y Aline.

—¿Dónde están?

—En la taberna.

—Ten cuidado.

Ina observó su muñeca, Hakone la mantenía sostenida, sin querer soltarla. Sus palabras le decían que corriera a ayudar, pero sus acciones le pedían que no lo hiciese. Al darse cuenta, aflojó sus dedos y la dejó ir.

Escuchó un fuerte silbido que venía desde su espalda e, inmediatamente después, muchos hombres tanto uniformados como no, comenzaron a correr en dirección a su comandante para que les diera una orden. Buscó a Kairos con la mirada, intentando encontrar a Yunis con él, pero fue en vano.

Cuando estuvo a punto de llegar a la entrada de la taberna, una mujer comenzó a gritar apuntando en dirección a los enmascarados. Instantáneamente, otras personas la imitaron y comenzaron a correr, la música se detuvo y el público de las distintas estaciones de entretención comenzó a a intentar huir sin ponerse de acuerdo en una dirección, pues la entrada al palacio se encontraba en dirección a la amenaza.

—¡Por aquí! —gritó un muchacho uniformado como guardia con intenciones de guiar la evacuación. Lo seguían otros hombres para mantener el orden y la calma en los civiles.

Cuando pudo finalmente entrar, se encontró con muchas mujeres y hombres confundidos con la situación, algunos de ellos totalmente dormidos sobre las mesas o en el piso.

—¡Yunis! —gritó Ina cuando se dio cuenta de que no veía a sus amigas por ningún lado.

Sentía que su corazón iba a escaparse de su cuerpo, cuando por fin, vio una corta cabellera asomarse por el mostrador de la taberna.

—Ina, ¿qué está sucediendo?

—Tienen que salir, ahora. Váyanse y sigan las instrucciones de los guardias, ¿Dónde está Kairos?

—Dormido.

El rostro de Yunis mostraba auténtico miedo y preocupación. Kairos era uno de aquellos hombres que yacía sobre una de las mesas. No podía creerlo.

—Salgan ustedes, ya se ocuparán de él y los demás.

—No quiero dejarlo solo.

—¡Haga lo que le dicen! —un chico menudo y bastante joven uniformado habló desde la derecha de Ina— Primero es usted y luego los demás. Nosotros nos encargamos.

Yunis asintió y, tomando de la mano a una muy asustada Aline, salieron del lugar. Esta última comenzó a gritar de horror cuando vio al grupo que se acercaba lentamente, como si quisieran dar tiempo para que los civiles huyeran.

—¡Asami! —gritó otro hombre al que se encontraba junto a Ina— ¡Ve y cambia con alguien más! Necesitamos músculos para sacar a los borrachos.

Asami arrugó la nariz y se fue, pero no sin antes decirle a Ina que se retirara también del lugar.

Al salir, pudo observar mejor el panorama que se avecinaba. Vio a Hakone repartir órdenes a cada hombre que se le aparecía cerca, por otro lado, otra persona uniformada de color verde oscuro, también con capa blanca hacía lo mismo con un grupo de jóvenes que se reunían a su alrededor, desenvainando sus armas y, en algunos casos, rezando.

Otro guardia le volvió a gritar que se fuera y no tuvo más opción que obedecer. El camino pasaba por entre un frondoso bosque que rodeaba las paredes del palacio. No quería irse, quería quedarse y observar y, de ser posible, ayudar en algo.

Mientras caminaba, siguiendo un sendero comenzó a preguntarse lo que harían los enmascarados. Temió que intentasen asesinar a los guardias y a los otros uniformados presentes. No, no podría ser eso. Ophelia y Hakone se conocían y hasta podrían ser amigos, ella no sería capaz de hacer algo así, su objetivo tendría que ser otro.

Recordó la noche en que incendiaron el restaurant cercano al hospital. 

La taberna tenía algo que le inquietaba, aparte de la música y los exagerados pasos de baile de los que allí se encontraban, algo relacionado a las almas...habían más de las que eran visibles.

Se detuvo en seco cuando vio que ya no había nadie caminando detrás suyo. ¿Y si era el mismo caso? Los hombres vestidos de verde intentarían detenerlos y la vida de Ophelia corría peligro.

Se desvió a propósito del camino para insertarse entre los árboles en dirección a la taberna. Cuando estuvo a punto de llegar, el vestido se le enredó en una rama, por lo que decidió hacerle un nudo entre sus piernas, imitando a un pantalón corto. Se quitó la liga que sostenía la mitad de su cabello para amarrarlo por completo, eso le daría más libertad y menos preocupaciones al moverse. 

Observó entre los árboles. Ophelia había prendido en llamas verdes la taberna. El fuego avanzaba lentamente, pero humeaba fuertemente, obligando a todos lo que se encontraban cerca a alejarse y taparse el rostro. Mientras corría, el chico con la máscara de cerdo arrojaba flechas a los hombres de verde, quienes se defendían con amplios escudos de madera. Se mantenían agrupados, lo que parecía sorprender a los enmascarados, pues parecía que los dejarían hacer lo que quisieran.

Mientras el fuego avanzaba, Ina se concentró y logró sentir siete almas que aún se encontraban dentro del lugar cerrado. Almas pequeñas y asustadas.

Salió de su escondite rápidamente y corrió hacia la taberna. Buscó a Hakone con la mirada y cuando lo encontró llevando en sus hombros a una mujer dormida, le gritó:

—¡Hakone! ¡Hay siete personas que quedan adentro!

—¿Ina? —no podía creer que todavía estuviese ahí— ¡Te dije que te fueras!

En ese instante, Ina sintió un fuerte silbido desde su espalda. Sin pensarlo, puso su mano en la trayectoria del proyectil que pasaba rápidamente junto a su oído, a punto a darle de lleno en la cabeza.

Hakone la observó con sus ojos abiertos de par en par.

—¿Desvió la flecha con la mano? —preguntó el chico con máscara de cerdo.

—¡No! ¡Tú eres pésimo apuntando! —le respondió uno de sus compañeros.

Pero sí lo había hecho. Un pequeño corte ya había comenzado a sanarse en el dorso de su mano.

—Atacaron a un civil —dijo calmadamente el hombre de uniforme verde y capa blanca.

Fue entonces cuando los soldados comenzaron a moverse. Los superaban en número con creces. Algunos de ellos arremetieron directamente contra los hombres que vestían la máscara de tigre, oveja y conejo, mientras que otros apuntaban desde lejos a los tres restantes.

Como Ophelia había prendido fuego a la taberna desde una cómoda distancia, comenzó a correr para llegar a su destino, parecía estar retrasando el actuar del fuego a propósito, pero el asedio de los soldados interrumpía su trayecto, viéndose obligada a defenderse atacando. 

La máscara de cerdo decidió ayudar al tigre, la oveja y al conejo, pero sin lograr encontrar un lugar para resguardarse, error que le costó ser derribado inmediatamente, pero no estaba muerto, Ina aún podía sentir su alma.

Hakone llamó a Asami para que lo ayudase a cargar al hombre, dejándolo completamente solo. Corría hacia la taberna en llamas cuando escuchó una voz que lo llamaba.

—Señor Sallow, ya puede retirarse —era el líder del ejército—. Puede dejarle esto a los mayores.

—Todavía no termino mi trabajo —Continuaba moviéndose, en dirección a Ina, quien, al no lograr entrar por la puerta, buscaba cómo llegar a las almas a través de otra vía.

—Le recuerdo que usted solo puede actuar dentro de las paredes. La evacuación fue un éxito, felicidades.

—¡Hay siete personas adentro aún!

El hombre frunció el ceño, ignorando por completo lo que sucedía a sus espaldas con sus soldados.

—Y lo han dejado solo.

—Métase en sus asuntos y defienda.

El hombre le dio la espalda y observó nuevamente, con calma, como sus soldados luchaban.

Por su lado, Ina había logrado darse cuenta de que esas almas no se encontraban en la planta principal de la taberna, sino que en el sótano de este. El humo había comenzado a molestarle y la hacía toser. Era capaz de escuchar los gritos que pedían ayuda desde abajo.

Encontró a Hakone intentando abrir una rejilla que estaba tapada con una tela negra que daba a donde se hallaban las personas atrapadas.

—¿Pueden escucharme? —su voz era firme y parecía no ser afectada aún por el humo.

—¡Sí! —respondieron al unísono.

El rostro tanto de Ina como de Hakone cambió instantáneamente. Aunque ya veían la posibilidad de que se tratara de eso, no podían acostumbrarse a la idea de que se trataba de niños encerrados.

—¿Pueden abrir desde adentro?

—No alcanzamos.

—No puedo abrir desde aquí —dijo en voz baja, para que solo Ina lo escuchara—. Entraré, recíbelos cuando logren salir.

Ina negó con la cabeza. Si Hakone entraba ahí, no iba a poder salir, el conducto era demasiado pequeño y regresar hacia la primera planta lo asfixiaría.

El humo era cada vez más denso. Los niños habían comenzado a toser al igual que ellos dos. Cuando Hakone rompió una de las ventanas para entrar, Ina lo empujó y entró en su lugar, mientras se adentraba era capaz de escucharlo maldecir como nunca lo había hecho, pero no intentó detenerla, era mejor que se quedara afuera.

El local estaba por completo sumido en el humo. Era casi imposible ver algo, aunque, afortunadamente para ella, aún el fuego no consumía los muebles interiores. 

Contuvo la respiración y buscó por los alrededores alguna puerta que diera al sótano. El calor era abominable y se cansó rápidamente, por lo que se vio obligada a regresar hacia la ventana para tomar otra bocanada.

—No lo encuentro —dijo exhausta.

—Entraré yo.

—Olvídalo, no vas a ahogarte aquí.

—¿En mi lugar lo harás tu? —estaba molesto de verdad.

—Teresa te quiere de vuelta vivo.

Al decir eso, respiró nuevamente y volvió a entrar, sin darle oportunidad de réplica. Continuó buscando alrededor, sin éxito. Abrió todas y cada una de las puertas que encontró, pero solo ayudaron a que el fuego avanzara más rápidamente.

«Ophelia hace un gran trabajo»pensó, pues, de haber sido provocado por una llama común, el lugar ya estaría por completo destruido. 

Sintió la madera rechinar bajo sus pies y supo que lo había encontrado. Se trataba de una compuerta que se encontraba en el piso, debajo del mostrador. Juntó todas las fuerzas que le quedaban para lograr arrastrarlo, pero era demasiado pesado, por lo que dejó a un lado todas las botellas para facilitar su trabajo, lo que ayudó bastante para que lo lograse, pero le tomó mucho más tiempo de lo que pretendía, pues si alguna de esas botellas se rompía, el alcohol haría que la situación empeorase.

Abrió la compuerta y bajó rápidamente las escaleras. Allí, se encontraban los siete niños llorando y abrazándose entre ellos. El lugar olía a orina y demás desechos. Había una sola cama y juguetes sucios esparcidos por todo el lugar. Imaginó todo lo que debiera sufrir los niños allí adentro. Todos ellos tenían almas frías y lúgubres.

—¿Hakone? —gritó, buscando la rendija. 

—Aquí —le respondió, moviendo la tela que tapaba la salida desde afuera. Era tan pequeña que no estaba segura de poder caber en ella, pero los niños sí podrían huir de ahí.

Estaba mucho más alto de lo que esperaba, por que movió la única mesa del lugar. Llegaba apenas, con mucho esfuerzo, solo para darse cuenta de que estaba atornillada. Buscó a su alrededor algo que le fuera útil.

—¿Tienen algo que me sirva? ¿Una tijera, una regla?

Una niña que se secaba las lágrimas, sacó de un pequeño bolso una regla carcomida por las orillas y de material endeble. Esperaba que le fuese de utilidad. 

Cabía perfectamente en el agujero, pero apenas quiso darle vueltas, se rompió. Maldijo por lo bajo e intentó de nuevo, volviéndose a romper. Solo tenía un pedazo de utilidad, el que al moverlo, se enterraba fuertemente en sus dedos con una de sus puntas cortadas, provocándole dolor. Poco le importó cuando se dio cuenta de que los tornillos se movían, por lo que continuó lo más rápido que pudo hasta lograr abrirla.

—Dioses, Ina —exclamó Hakone sin saber qué decir. Sentía agradecimiento y mucha culpa por no entrar él, pero sabía que era la mejor opción que él se quedase afuera, definitivamente no lograría salir.

Uno a uno, los niños subieron al mueble y luego a la espalda de Ina para ser recibidos por el comandante, quien les ordenó que corrieran en dirección opuesta a la batalla hasta que encontraran el camino que daba al bosque. Allí se encontrarían con ellos.

Cuando llegó el turno de Ina, el sótano ya se había llenado por completo de humo. Intentó salir sacando los brazos por la rendija en primer lugar, pero sentía tan poca fuerza que no sabía si sería capaz de salir sola. Hakone no se lo planteó de aquella manera, la tomó de las muñecas y luego de los codos mientras ella se impulsaba con los pies empujándose con ayuda de la pared. El espacio era muy estrecho en sus hombros, por lo que tuvo que aguantarse el dolor que le provocaba pasar por allí, el que, de ser una persona normal, le habría dejado sin dudas, muchas heridas.

Apenas logró salir, Hakone la abrazó, susurrando algo que no pudo comprender. Era cálido y cómodo, sintió ganas de llorar de alivio al mismo tiempo que sus piernas amenazaban con ceder.

Desde lejos, Ina pudo ver a la chica de la máscara de gato corriendo con las armas y municiones de los soldados, quienes gritaban y la perseguían. Le sorprendió lo escurridiza que era.

—No sé si seguir abrazándote o gritarte por lo que hiciste.

Ina solo negó con la cabeza. No iba a poder estar tranquila consigo misma si no ayudaba.

Hakone la soltó para correr hacia el camino donde se encontrarían los niños. Mientras se desplazaba, vio a Ophelia acercándose a los soldados que perseguían al gato. A su alrededor flotaban pequeñas llamas verdes que manipulaba a gusto para lanzarlas a sus uniformes. No había asesinado a nadie y eso la aliviaba.

—¡Ya se fueron! —gritó la gata. Ophelia respondió con un gesto y miró en dirección a la taberna, desde donde corrían Hakone e Ina.

«Le dije que no viniera», pensó, irritada. 

Tan solo un segundo de distracción necesitó para recibir un proyectil en el rostro, rompiendo su máscara en pedazos y exponiéndola totalmente.

El proyectil emitió un fuerte ruido que hizo que ambos se voltearan solo para ver a la felaia tambaleándose con una herida sangrante en la cabeza. Ina temió lo peor, pensó en correr hacia ella, pero esta reaccionó rápidamente, tomó algunos pedazos de su máscara rota y tapándose el rostro, corrió hacia el bosque para esconderse.

—¡Abbey Ophelia es el oso! —gritó uno de los soldados.

Ina observó la escena con horror. La situación estaba a punto de ponerse mucho peor.

❧ ⊱✿⊰ ☙

Cuando llegó a su habitación, Ophelia ya estaba allí, recogiendo sus pertenencias y poniéndolas en un enorme bolso. No llevaba su disfraz puesto, su sangre ya estaba seca sobre su frente y las lágrimas inundaban su rostro.

—Ophelia... —comenzó Ina, a punto de romperse— ¿A dónde...?

No terminó de hablar, cuando su compañera y amiga se abalanzó sobre ella en un abrazo, hundiendo su rostro en su cabello.

—¿Por qué fuiste? —dijo entre sollozos.

—Quería hacerlo.

Ophelia rio.

—Tonta. Fue una mala decisión, pero me alegra que hayas pensado en ti misma —se separó de su abrazo para tocar su rostro y limpiar sus lágrimas—. Has crecido mucho.

—Sí, gracias a ti.

—Sí. Quiero que cumplas tus deseos. Encuéntrate a ti misma y extráñame mucho.

—Perdón. Fue mi culpa.

—No seas tonta. Gracias a ustedes logramos lo que queríamos. Sin tí, esos niños seguirían ahí adentro, el gato no iba a lograrlo.

—Pero ahora también tienes que irte. ¿Dónde irás?, ¿Y Oliv?

—Oliv irá conmigo, no sé a dónde —sonrió aún con lágrimas en sus ojos—. No me distraje por ti, no te eches la culpa. No contaba con esa cosa que me llegó a la cabeza.

Ina lloraba. Perder a Ophelia sería lo peor que podría pasarle, no quería dejarla, era su amiga, su compañera, la única a la que podía confesarle todos sus miedos y sentirse segura.

Pero no podría hacer nada para que no se fuera.

—Aún no te cuento mi historia.

Ophelia puso una mano sobre su cabello, acariciándolo.

—Estoy ansiosa por escucharla, pero será otro día. Ahora tengo que ir a buscar a mi niña, se me acaba el tiempo —apuntó a los restos de la máscara rota—. Deshazte de eso por mí.

—Te acompañaré.

—No.

—Pues, solo a la salida.

—No pueden verte conmigo.

—Les diré que me obligaste.

Ella rio.

—Eres muy terca. Cuando me vaya, dile a San que se cancela mi reinado sin sombreros.

Dentro de las paredes, los gritos se escuchaban en todas partes. El nombre de Ophelia hacía eco por todos lados, estaba condenada y no había nada que pudiera hacer. 

Ina corría detrás suyo, era increíblemente rápida, pero era capaz de mantenerle el paso con un poco de esfuerzo. Cuando llegaron a la guardería, pudieron notar que estaba por completo rodeado de soldados vestidos de verde. 

—¿Puedes adelantarte por mí? Solo para saber cómo llegar a ella.

Ina asintió y caminó tranquilamente hacia los soldados.

—Disculpen. ¿Saben si los niños que salieron de la taberna llegaron a salvo?

—No están aquí. ¿Eres una madre?

—Una hermana. Quisiera verla.

—No es el momento, señorita. Todos los niños fueron trasladados.

—¿Hacia dónde?

Ina respiraba agitadamente, lo y mostraba una verdadera cara de preocupación y aflicción. Sentía que estaba a punto de llorar nuevamente, pero no por las razones que aquellos hombres creían.

—Cerca de las puertas del norte —respondió el más joven de ellos—. No pase frente al puesto de vigilancia que se encuentra al camino. Puede toparse con la terrorista suelta.

Esta vez, sí soltó una lágrima de alivio real.

—Gracias —dijo con la voz entrecortada y corrió hacia el norte.

—No sabía que actuabas —la felicitó Ophelia al unírsele.

—¿Actuar?

—Ah, era real. 

—Estoy muy preocupada por ti y Oliv, no puedes irte sin ella.

—Moriría sin ella.

El lugar estaba por completo oscuro. Cuando llegaron al puesto de vigilancia que el soldado le había mencionado, Ina no era capaz de ver ninguna alma, por lo que tuvo que acercarse un poco más.

Allí estaba. Reconoció el alma inquieta de la joven Oliv junto con otras tres dentro de aquella torre.

—Ophelia. Está ahí. Corre.

—Ina, por los dioses. Te amo, muchas gracias —la abrazó fuertemente—. Te prometo que nos volveremos a ver. Por favor, quédate aquí.

—Sí.

—Te quiero mucho, no lo olvides.

—Yo también, mucho.

Ese abrazo pareció durar tan solo unos segundos y una eternidad al mismo tiempo. Desgarraba su alma y le daba esperanzas al mismo tiempo. Quería desearle lo mejor y al mismo tiempo pedirle que se quedara con ella por siempre. 

Desde que se separaron sintió que perdía un gran pedazo de sí.

Ophelia comenzó a caminar sigilosamente hacia su hija, estaba ansiosa y con mucho miedo. No quería irse, pero, si quería lo mejor para Oliv, tendrían que irse juntas en ese momento.

Ina se quedó en ese lugar, observándola irse. 

Mientras se secaba las lágrimas, notó a la lo lejos un alma de un hombre que había permanecido escondido, probablemente esperando la llegada de la felaia.

Temió lo peor.

—¡Ophelia! —gritó con todas sus fuerzas.

Eso la hizo detenerse y mirar hacia atrás, solo para sentir, una milésima de segundo después, una fuerte explosión que venía desde el interior del puesto de vigilancia.

Las almas de los niños se deshicieron entre el fuego.

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