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Nueve

Oscuridad, mi dolor

❧ ⊱✿⊰ ☙

Largos cabellos rubios bailaban al compás de la música emitida por el viento susurrante. Era cálido, como el vientre de una madre amorosa y los brazos del alma compatible. Sentía que en aquel lugar podría ser feliz viviendo para siempre. 

No había árboles, pero sí un tranquilo mar que se escurría entre los dedos de sus pies. El cielo azul, casi sin nubes se reflejaba en él como si se tratase de un enorme espejo y podía observarse la lejana luna escondiéndose tímidamente luego de una ardua noche de trabajo.

Respiró hondo. Olor a lavanda, le encantaba. 

Dejó que inundara sus pulmones que anhelaban un poco de calma y aire puro.

Levantó sus brazos al mismo tiempo que cerraba sus ojos. Quería sentir la frescura que la invadía en cada rincón de su cuerpo. El viento movía su cabello y su blanco vestido. ¿Dónde lo había conseguido?

Una alta silueta se apareció ante ella caminando a paso lento. No podía percibir su alma, aunque decidió confiar en aquella persona de todas formas, su instinto le decía que era alguien mucho más cercano de lo que creía.

El hombre llegó hacia donde estaba ella. Sus cabellos oscuros caían sobre su frente y tapaban ligeramente sus orejas. Sus ojos eran del mismo color que los de ella: ni verdes, ni cafés y ambos a la vez. Sentía como si lo conociera de toda su vida, pero no podía estar segura de eso.

Sobre su túnica azul, una enorme mancha carmesí resplandecía justo en la zona en que debería estar su corazón. Él sonrió amablemente.

—¿Qué le sucedió? —Tenía muchas más preguntas que solo esa.

El hombre llevó una de sus manos a la mancha. Volvió a sonreír, pero esta vez parecía triste, sus ojos lo delataban.

—Le di mi corazón a las dos personas más importantes de mi vida.

Ina miró el suelo húmedo, con un extraño sentimiento de culpa.

—¿Valió la pena?

—Podrías preguntármelo en dos mil años más y seguiría respondiendo que sí.

Ella cruzó sus brazos sobre su propio pecho. Podía sentir el calor que emitía su propio cuerpo.

—No estarás sola nunca más, Ina. ¿Así es como te llamas?

Asintió. Era su nombre, él único y no aceptaría nunca más ningún otro.

—¿Dónde has estado todo este tiempo? —preguntó, intentando reprimir el llanto.

El hombre miró hacia arriba, como si intentara encontrar la respuesta en el soplido del viento.

—Siempre he estado contigo, pero no eras capaz de verlo.

Extendió sus brazos y tomó el rostro de Ina entre sus palmas, al tiempo que acercaba su rostro para juntar sus frentes. Ambos cerraron los ojos y de los de ella comenzaron a brotar cálidas lágrimas. 

El tacto de aquel hombre era frío y sin pulso, pero aún así pudo sentir la calidez que emanaba hacia ella. Tomó las muñecas del hombre con la intención de alejarse, pero no fue capaz. Se sentía mucho más segura a su lado.

—¿Dónde has estado? —reiteró entre sollozos.

—Ina. Tu vida siempre ha sido una jaula de pájaros que por fin ha comenzado a debilitarse. Piensas que la oscuridad ha sido tu dolor, pero es lo que te ha hecho fuerte ahora.

—Por, favor. ¿Dónde estabas cuando te necesité?

—Nunca me he separado de ti.

—¡No mientas! —La tristeza y el enojo la embargaban. Apretó fuertemente sus muñecas, pero el hombre no reaccionó como esperaba. Soltó su rostro y la abrazó, acariciando su cabeza. Ella hundió su rostro en su ropa y deslizó su tela entre sus dedos.

—Ina. Es la persona equivocada.

Ella no comprendía a qué se refería.

—No. Te he esperado todo este tiempo.

—No, Ina. Escúchame, estás a punto de cometer un error irreparable.

—Ya no me importa. Quiero irme.

—Vuelve a tomar el control. Eres fuerte.

—No puedo... no quiero hacerlo.

—¡INA!

❧ ⊱✿⊰ ☙

Su mirada se encontró con unos cansados ojos grises. En ellos, pudo ver el reflejo de una silueta que desconocía.

Sus extremidades dolían, al igual que sus rodillas y los músculos de su cuello. El olor a sangre hacía que su estómago rugiera como si nunca hubiese probado un bocadillo en su vida.

Observaba el hilo de sangre emerger desde la clavícula de Hakone, llamándola. 

La necesitaba...

El comandante tenía que luchar contra dos problemas en ese momento. Su cansancio extremo producido por la falta de sangre y una chica que, de un momento a otro, se había abalanzado sobre él para atacarlo.

Las venas se hinchaban el la cabeza y brazos de Ina, al igual que los pequeños vasos de sus ojos, que habían cambiado de su dulce tonalidad acostumbrada a un hambriento rojo. Su fuerza no había aumentado notablemente, pero las garras que habían reemplazado sus siempre cortas uñas y aquellos colmillos afilados serían un gran problema.

Su expresión hizo que se cuestionara si de verdad se encontraba ante ella. Lo observaba frunciendo el ceño y con un hilo de saliva cayendo desde su boca. Pero, poco antes de que se abalanzara hacia él como una bestia hambrienta, la había reconocido. 

Definitivamente era ella y tenía que ayudarla. Si no se hubiese encontrado en aquella condición habría dejado que hiciese lo que quisiera con él.

No podía estar consciente de lo que hacía. La Ina con la que había entrenado días atrás siempre buscaba la oportunidad para escabullirse y atestar el mejor golpe, esta solo arremetía hacia el frente como si no hubiese nada más alrededor.

«Gracias a los dioses que nadie más nos ve», fue lo primero que pensó al encontrarse en esa situación. Muy a pesar de ser consciente del peligro que corría su vida.

Sostenía sus brazos con todas las fuerzas que tenía, pero ella se acercaba cada vez más, cambiando su expresión furiosa a una de satisfacción cada vez que acortaban su distancia. Sonreía mostrando aquellos filosos colmillos que amenazaban con desgarrar su carne. 

El dolor de su clavícula tomaba gran parte de su atención. Necesitaba detener el sangrado urgentemente.

Ina. Su mirada no era la misma. No era ella en ese momento.

Golpeó sin demasiada fuerza el estómago de la chica con su rodilla, lo que provocó que cediera en su forcejeo y permitiera a Hakone tomar el control de la situación.

Su brazo derecho dolía como si lo hubiesen apuñalado.

Inmovilizó sus piernas que no dejaban de retorcerse pateando el aire contra el piso, al mismo tiempo que mantenía sus brazos controlados. 

Ina gruñía y babeaba sin quitarle la vista de encima. En aquel momento no parecía capaz de pronunciar ni una sola palabra.

Los recuerdos de la chica que siempre tenía una mirada triste y que rara vez hacía contacto visual evocaron en su mente. Pero ya tendría tiempo para entender qué estaba sucediendo.

—¡Ina!, ¡soy yo! —comenzó, pero al no ver ni un signo de reconocimiento de su parte volteó su mirada a la mujer que se encontraba con él antes de su llegada.

Ella se mantenía de rodillas en una esquina de la habitación, lamiendo sus dedos. 

Aunque le pidiese ayuda, no iba a recibir respuesta y no podía estar en esa posición por siempre. Menos aún con una herida sangrante.

Vio una silueta asomarse por la puerta abierta de su habitación. San entró quitándose sus guantes e intentando no pisar los papeles que se encontraban regados por el piso. Ya se encargaría de ellos más tarde.

—¿No puedes sacarte esas cosas más rápido? —gruñó Hakone. Todo su cuerpo pesaba.

—Vengo a salvarte la vida. Al menos déjame hacerlo a mi ritmo.

Con ambas manos, San tomó la cabeza de Ina. Hervía como la peor de las fiebres.

Su respiración aminoró su ritmo, pero su apariencia seguía siendo la misma. ¿Qué rayos le estaba sucediendo?

Ina dejó de forcejear y relajó sus extremidades. Su mirada parecía perdida en un punto que ni siquiera San podría comprender, a pesar de ser él quien la estaba calmando.

Pero su hambre no se detenía. Seguía sintiéndola cerca, pero no podía concentrarse en dónde estaba. ¿Qué era lo que tanto buscaba?

«Ina. Es la persona equivocada», recordó.

La persona equivocada.

Cuando Hakone se tendió a su lado, exhausto, lo observó. Su camisa manchada de sangre y esa herida que comenzaba a coagular había cegado sus sentidos. Había un poco de más de ella en otro lado. ¿Dónde estaba?

Movió su cabeza rápidamente, buscando su objetivo. San se quejaba sin soltarla. Le había mostrado el paisaje de un campo de lavandas. Ya parecía algo recurrente en él.

—Muéstrale el aviario —suspiró Hakone.

Y comenzó a verlo. Cientos de pájaros revoloteaban a su alrededor. Recordaba sus cantos, pero no escuchaba el que más quería sentir. Poco importaba en ese momento, ese lugar era maravilloso.

—Vas a contarme, antes de que Evee llegue, qué es lo que planeabas hacer —comenzó San. Su voz era seria y no mostraba temple alguno.

—No podrías entenderlo, aunque te lo explicara.

—¿Sabes qué es lo que veo? —San alzó la voz. Detestaba cuando su amigo tomaba sus propias decisiones, pensado que serían las mejores—. Intentaste salvar a alguien que ya no tenía vuelta atrás y casi te matas. ¿Cuántos litros de sangre planeabas darle?

—Los necesarios. —Hakone respiraba voluntariamente, controlando su ritmo y sin moverse absolutamente nada.

—Pudo haberte matado.

San observó a Ina, quien levantaba su cabeza al tiempo que cambiaba su postura para sentarse recta. Estaba por completo hipnotizada en su visión. Él no quitaba sus manos de su frente.

—No la iba a dejar morir.

—¡No los puedes salvar a todos!, ¡métete eso en tu estúpida cabeza!

San sintió un ligero empujón en sus brazos y soltó a Ina. La mujer se había abalanzado hacia ella y había enterrado sus colmillos en su cuello. Tan solo un segundo habían dejado de prestarle atención para que ella aprovechara el momento.

Las imágenes del aviario desaparecieron y, en su lugar, un oscuro techo la envolvió. La sensación del alma putrefacta cerca de ella la hizo recuperar sus sentidos.

Era ella.

¿Por qué había atacado a Hakone entonces? Quizás porque ella había bebido de su sangre. Un fragmento de su alma estaba con él y poco a poco se desvanecía. 

Sentía hambre, mucha. Y la tenía a su alcance.

San golpeó la cabeza de la mujer, quien se despegó de su cuello y cayó emitiendo un ruido sordo en el piso. Por otro lado, Hakone tomó los brazos de Ina, apretándolos con fuerza alrededor de su propio cuerpo, limitando su movilidad para mantenerla controlada.

Ella observaba su cuerpo tendido en el piso al mismo tiempo que el comandante la atraía hacia sí para evitar que se le acercase. Ina forcejeaba moviendo brazos y piernas sin quitar la vista de su objetivo. Necesitaba llegar a ella.

Movió su cabeza bruscamente y golpeó la nariz de Hakone, haciéndolo sangrar nuevamente.

Sonrió satisfecho, pero no aflojó su intento de contenerla ni un poco.

—Me lo estás haciendo difícil, cariño.

—Cállate, por favor —dijo San, abatido—. Creí que eras más prudente.

—No contaba con "este" factor —respondió el señalando a Ina con la cabeza.

—Sí, puedo notarlo.

Ina estiraba sus manos hacia el cuerpo de la mujer, queriendo alcanzarla. No entendía por qué tenía tantos deseos de llegar a ella, las almas eran un indicio de cómo son los seres vivos y no algo de lo que debía alimentarse o sentir hambre. 

Así había sido durante toda su vida.

Sabía que había asesinado a muchas personas en el pasado, pero nunca antes había sentido la necesidad de hacer desaparecer sus almas. 

Era lo que más odiaba: la vista de las almas desvanecerse en el viento para llegar a un lugar que desconocía o perderse en el espacio por siempre.

¿Qué estaba haciendo? Había atacado a alguien que apreciaba y luego pretendía volver a hacerlo a una persona desconocida, que sufría por sus propias heridas y vivía su propio infierno. 

No iba a ser ella quien terminara aquella vida. Todas eran igual de valiosas, eso había aprendido luego de arrebatar cientos.

El mundo se regía entre la vida y muerte de forma cruel. No entendía por qué había juzgado que esa alma debía desaparecer. Había arrebatado muchas vidas, quizás más que ella misma, pero no eso no significaba que no fuera una víctima.

¿Acaso era así como se sentía su alma? Llena de odio, arrepentimientos, ira. Un alma que rogaba con ser purificada o disuelta en el viento, que había tranzado tantas libertades con el fin egoístas de aminorar su propio sufrimiento.

Un alma que se sentía como el barro y olía a azufre. Quizás tenían demasiadas cosas en común.

Se agitó violentamente e intentó arañar a Hakone para que la soltara, pero él no reaccionó como esperaba, muy por el contrario, la atrajo aún más hacia él.

El tarareo de una suave melodía recorrió sus oídos y la hizo recordar el canto de los chucaos. Hakone cantaba cerca de su oreja derecha, imitando el sonido que, alguna vez, la había escuchado hacer observando los árboles sentada sobre las rocas que sobresalían del pasto frente a la cafetería.

Aquellas aves grises y anaranjadas la habían ayudado tanto cuando no tenía a nadie.

Sus músculos estaban tensos y los dejó descansar. 

El hambre se convirtió en cansancio y deseó tener a Ophelia cerca para que la acogiera de esa pesadilla y le dijera que todo estaba bien, que había sido producto de una imaginación y lo único real era que estaban juntas acompañándose.

Dejó caer sus brazos a su lado y Hakone la soltó. Aliviado, soltó un suspiro que podría oírse fácilmente a la distancia.

Sintió asco de sí misma. Cruzó los brazos sobre su pecho e intentó esconder su rostro entre ellos. 

Imaginaba las consecuencias de haber atacado al comandante de las fuerzas de orden y, encima, haber revelado su condición de ser alguien no-humana. 

Quizás Aline tenía razón y era alguien peligrosa, pero temió tener el mismo destino que aquella mujer que habían descubierto pocos días antes, y lo mal que se pondría todo una vez que descubrieran que no podían hacerle daño. 

El ciclo podría comenzar de nuevo y su fugaz felicidad desvanecerse y vivir solo como un recuerdo de algo que quizás nunca pasó. 

—¿Estás bien? —la voz de Hakone demostraba su cansancio. Olía a sudor y sangre.

Asintió. Era ella quien debería estar haciendo esa pregunta.

Evee entró a la habitación exclamando y murmurando improperios que Ina jamás había oído ni siquiera en la boca de Ophelia mientras observaba alrededor.

—Tendremos una conversación muy larga.

—Si, la tendremos —gruñó Hakone.

—¿Te das cuenta de que esto es culpa tuya?

Evee parecía ignorar la presencia de Ina. Mientras hablaba, solo se dedicaba a atender las heridas de la mujer y Hakone.

Seguía sin entender cómo habían llegado a aquella situación.

Quería decir tantas cosas. Pedir perdón por el desastre que había causado, pero no era capaz. 

También tenía intenciones de suplicarle a Hakone que no la expusiera, que la enviara lejos a trabajar a las minas si así lo deseaba, pero que no se hiciera cargo de ella como planeaban hacerlo con la persona que había mencionado Aline.

—¿Quién es ella? —fue, finalmente, lo único que pudo decir.

—Es una feérica —Evee se mantenía concentrada en Hakone—. No trabajarás, te daré algo para la anemia.

—Una feérica que se alimentó de un pueblo prácticamente entero —complementó San, mirándose las uñas—. La atraparon aquí y descubrieron que tenia una extraña piedra en la médula espinal. No hay nada que se haya podido hacer para ayudarla. Sufre de hambre voraz.

—Es una piedra de pólvora. —Hakone se quejó cuando Evee golpeó su clavícula diciendo "listo".

Ina abrazó sus piernas y hundió su rostro en sus rodillas. Eso quería decir que algo había provocado el estado de aquella mujer. Quizás eso explicaba lo extraña que le resultaba aquella alma, pues conocía personas asesinas por gusto y por obligación y ninguna de ellas lucía de esa forma.

La locura se manifestaba en un color verde, pero el alma de ella era oscura y dolorosa como las noches en Líter. Ya podía imaginar su sufrimiento al no tener el control sobre sí misma.

Evee levantó su inconsciente cuerpo. Su rostro estaba por completo cubierto de sangre seca y la herida que le había provocado San para dejarla inconsciente estaba comenzando a sanar. 

A Ina le pareció impresionante. Creía que era mucho mejor que su habilidad para no ser dañada jamás.

Pero, quizás era eso lo que la había hecho terminar así. Recibió la piedra y su herida cicatrizó incluyendo aquel elemento como parte de su cuerpo o desconociéndolo como un órgano trasplantado. 

Había aprendido de Minerva que el cuerpo muchas veces reacciona en contra de sí mismo para vencer un peligro y termina haciendo aún mas daño que la amenaza inicial.

Las paradojas del sistema inmune, lo llamaba.

Evee debía ser consciente de aquello, pero aún así no había podido ayudarla.

—¿Va a estar bien? —preguntó.

—Deberías preocuparte por ti misma —San permanecía con sus brazos cruzados observándola como si la despreciara.

Miró el piso y se quedó en silencio. Sabía que tenía que ser así, pero no podría ser capaz viendo lo que tenía en frente.

—Hakone, deberías olvidar esta idea. No tiene salvación —decretó Evee—. San, abre las ventanas, por favor.

San llevó sus manos a sus bolsillos, negando con la cabeza.

—Puedo estar muy de acuerdo contigo, pero no seré quién lo haga —Apuntó a Ina con uno de sus dedos—. Dale tu famosa inyección letal o deja que esa cosa se la coma.

—Ina no se manchará las manos —alegó Hakone.

¿Mancharse las manos? ¿Acaso...?

Entonces, fue la misma Evee quién se puso de pie y dejó entrar la luz del sol por la ventana.

En un principio, no sucedió nada. Hasta que comenzó a sentir un olor a carne quemada y la mujer del piso comenzó a gritar y retorcerse de dolor. En sus mejillas y frente pudo ver las heridas provocadas por el sol, que el humo cubría como si se tratase de un incendio. De pronto, su cuerpo se cubrió completamente en llamas abrasadoras  entre gritos y súplicas. 

Ina no podía dejar de verla, pero no a ella, sino su alma que poco a poco se consumía, deshaciéndose de todo rastro de vida.

Las llamas cesaron y, en su lugar, la vestimenta de la mujer permanecía intacta.

Hakone permanecía tenso y sin mirar. Ina percibió en él un dejo de enojo que le pareció familiar, pero no pudo identificar de dónde. Sus nudillos se tornaron blancos de tanto apretar los puños y su ceño fruncido le hizo ver la frustración que sentía. Él de verdad quería salvarla.

Pero era una feérica. Su deber era perseguirlos.

Fue entonces cuando lo notó. El estaba rodeado constantemente de feéricos y felaias. Incluso, según lo que comentaba Aline ese mismo día, había sido novio de una de ellos. ¿Acaso el también lo era?

Lo que sea que fuese, no lo había demostrado cuando intentaba defenderse. Pero, el comandante de las fuerzas de orden no podía ser uno de ellos, imaginaba que tendrían un estricto protocolo para la elección del puesto. Y alguien que no fuese humano no sería una opción.

Observó a San. Quizás el había tenido que ver, era capaz de engañar incluso sus sentidos.

—Hak... —comenzó.

—Necesito que todos se vayan de aquí —interrumpió el, frotándose la cabeza con las yemas de sus dedos—. Yo hablaré con Minerva.

Cierto, la razón por la que había llegado allí. Tenía un deber.

—No es el momento —accedió Evee, como adivinando lo que Ina tenía planeado.

San fue el primero en desaparecer, sin que se diera cuenta. Evee la obligó a ponerse de pie y salir de la habitación, dejando a un frustrado Hakone adentro, quien permaneció observando el lugar en que antes, había vivido una agresiva feérica.

Desde afuera, todo parecía normal. San era impresionante con su trabajo, aunque seguía percibiendo dos almas adentro: la de Hakone y la errante sin cuerpo.

Se sobresaltó por una exclamación de Evee, quien no dejaba de mirarla mientras se tapaba la boca con una de sus manos.

—Ina. Estás sangrando.

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