Dos
El palacio de árboles bailarines
❧ ⊱✿⊰ ☙
Pequeñas agujas se enterraban sobre su piel. Le dolía mucho y se retorcía buscando la posición perfecta para que el dolor se detuviera. Pronto se dio cuenta de que era frío. Uno que le calaba los huesos y amenazaba con arrebatar el calor de sus órganos internos.
Sentía como la temperatura se escapaba a través de sus oídos y de su garganta, donde el sabor a salado del mar la inundaba por completo.
Abrió los ojos y, de alguna forma, pudo ver claramente. El sol se asomaba por encima de su cabeza y un rayo de luz atravesó el agua, mostrándole la silueta de una mujer que nadaba hacia ella.
Su cabello color cobre le era familiar, pero no podía recordar su nombre. Solo que la amaba mucho y la había perdido...había sido ella quien la había asesinado.
Cuando la mujer se encontró frente a ella, sus ojos cafés desplegaron una luz blanca, que luego se consumió en fuego, dejando a la vista unas cuencas vacías y oscuras.
—¿Cómo puedes seguir viva? —murmuró ella bajo el agua—. ¿Olvidaste la cantidad de personas que has asesinado?, ¿Olvidaste que le quitaste la vida a tu madre, a mí, y a todas tus compañeras? Lograste huir y nosotras perecimos. No podrás llevar una vida tranquila cargando con tantas almas. No eres igual a nosotras, eres todo lo que Dios no quiso que fuéramos, pero aquí estás. Parece que veintiocho veces no son suficientes.
La figura de la mujer se desvaneció en el mar, dejando atrás una estela de angustia y dolor. Ya lo recordaba.
Ella tenía una familia, y las había asesinado a todas.
Fue por lo que hizo que sufrió tanto todo ese tiempo: la encerraron, la dejaron ciega, la obligaron a asesinar gente en contra de su voluntad, hicieron lo impensable para averiguar si podían crear más sujetos como ella, la humillaron, se quedó completamente sola porque lo había decidido al quitarle la vida a sus compañeras. Y todo fue por su culpa.
Oyó el ruido de los cañones funcionando y el golpe de una de esas gigantes bolas de metal en el agua, justo frente a ella. En el momento en que desapareció, vio el rostro del sujeto a quien más le temía acercándose a toda velocidad.
El general Cross se veía furioso. Aunque P. Irene solo había visto su cara una vez, cuando se encontraba sobre las paredes del fuerte gritándole que asesinara a todos los presentes, lo recordaba plenamente.
El hombre nadó en dirección a la chica, pero no podía escapar por más que moviera sus brazos y piernas frenéticamente. Cuando la alcanzó, tomó su cuello con ambas manos y con fuerza apretó. Sintió cómo se quedaba sin aire, a pesar de encontrarse bajo el mar, junto con un repentino calor que subía desde la punta de sus pies hacia su rostro.
—Te regresaremos a tu país —dijo. Pero aquella no era su voz.
❧ ⊱✿⊰ ☙
Cuando despertó, notó que tenía sus propias extremidades alrededor de su cuello, por lo que las retiró suavemente.
Todo su cuerpo le dolía y, aún sin abrir los ojos, sintió un olor particular que no reconocía de ningún lado, pero que le daba tranquilidad.
A través de sus párpados pudo dar cuenta de que se encontraba en una habitación bien iluminada, algo muy por el contrario a lo que acostumbraba. Apretó con fuerza y colocó sus manos sobre su rostro, para apaciguar la intensidad con que esa luz le hacía doler sus ojos y su cabeza.
Escuchó a dos personas hablando cerca de ella. No tenía duda de que una de esas voces era la misma con la que había soñado.
—Le estás agregando más carga a mi trabajo, Hakone —oyó decir a una voz femenina, muy calmada, pero algo irritada. P. Irene identificó de inmediato un poco de color amarillo en su alma.
—Puedes decir que yo te lo ordené —respondió la otra voz.
Luego de unos segundos de silencio y de un interminable suspiro, la voz femenina volvió a tomar su turno.
—Este es el último favor que te hago. No puedes venir a dejarme extranjeros al hospital donde atiendo a los trabajadores formales. Estoy gastando recursos que no están destinados a ellos. La próxima vez que encuentres a alguien medio muerto tiene que ir al centro de salud, con los suyos —la voz masculina había comenzado a protestar—. Y este favor lo estoy haciendo por ti, no por el comandante de las fuerzas de orden.
Se encontraba en un hospital. Había escuchado hablar de ellos a los civiles y soldados del fuerte, era el lugar donde llevaban a los heridos para que se recuperaran.
¿Acaso lo estaba? No era posible.
Abrió los ojos con cuidado y se palpó todo el cuerpo en busca de sangre, pero solo se encontró con un tubo que llevaba una sustancia líquida hacia su boca y, cerca de su brazo, una aguja rota.
—No puedo prometerte eso. Pero lo haré como siempre: cuando se recupere, la enviaré de vuelta a su país.
De vuelta a Líter. No, por ningún motivo.
Si regresaba, nada valdría la pena. Su desobediencia a una orden directa haría que el castigo que le esperara allá fuera mucho peor que toda su estancia en el fuerte.
No podía imaginarse qué le haría el general Cross, pero definitivamente no sería bienvenida con los brazos abiertos. Tenía que impedirlo de alguna forma.
Abrió la boca para protestar, pero no logró sacar ni siquiera un hilo de voz. Cuando lo intentaba, su garganta dolía tanto que creía que se iba a romper.
Tenía que encontrar una manera de hacerles saber que no quería regresar, así que retiró el tubo de su boca y se levantó de la cama que la sostenía medio metro por sobre el suelo, pero al colocar un pie sobre las frías baldosas sus piernas cedieron y, provocando un gran estruendo, se estrelló violentamente en el piso, dejando caer la bandeja con utensilios que se encontraba a su lado.
—¡Dioses! —exclamó la mujer, al tiempo que dejaba solo a su acompañante y corría a auxiliar a P. Irene, quien intentaba levantarse sin fuerzas para luego rendirse a permanecer sentada, con sus largos cabellos sobre su frente rosando suavemente la túnica blanca que desconocía.
El dolor de su garganta se hizo más intenso, pensó que lloraría, pero ninguna lágrima salió de sus ojos. Estaba frustrada por no poder decirles sus deseos a quienes probablemente podían ayudarla.
—No intentes hablar —dijo la enfermera, mientras revisaba las rodillas y codos desnudos de la chica en busca de heridas—. Mi nombre es Evee y soy quien se encargará de tu salud mientras estás aquí. El irresponsable de atrás es Hakone. —Apuntó directo a un espacio vacío, pues él se había movido para ayudar.— Tienes una deshidratación severa. Parece que perdiste mucho peso, masa muscular, además tus labios y tu piel están muy secos. Tus ojos hundidos son lo menos grave que tienes, pero te recomiendo no mirar directamente a la luz. No sé cuanto tiempo estuviste en el mar, pero nadie habría sobrevivido a eso.
Con una señal de Evee, Hakone se acercó a P. Irene con la intención de levantarla para que volviera a recostarse en su cama. Fue en ese mismo momento que la chica gritó a pesar del dolor de su garganta que no la había dejado hablar minutos antes.
Se arrastró rápidamente hacia la mujer que la atendía y la abrazó con fuerza, escondiendo su rostro entre su ropa. Había reaccionado de forma inmediata ante su inminente tacto y no sabía por qué le aterraba que aquello sucediera, pero fueron sus temblores y su resistencia al contacto visual lo que le dieron a Evee la pista que necesitaba.
—No puede ser...aléjate, Hakone —dijo cubriéndola con su bata.
—Te juro que no la he tocado. —Estaba visiblemente confundido. Había sacado a la muchacha del mar, pero no recordaba haber hecho nada incorrecto. Aún así decidió hacer caso y retrocedió varios pasos.
—Te creo. —Intentó levantarla con cuidado. Aunque ella no gozaba de mucha fuerza física, podía hacerlo sin problemas, pues era pequeña y los kilos que le faltaban le hicieron un favor al momento de dejarla descansar sobre la cama.— No es el momento de explicártelo y tampoco me parece respetuoso hacerlo si ella no lo consciente. Dudo mucho que esta vez tu idea de deportarla sea la correcta.
P. Irene soltó un suspiro, estaba muy aliviada.
Evee se había dado cuenta. Su alma era cálida como el sol que renace después de la lluvia. Le recordaba el sabor de los cítricos que rara vez había comido y a aquellas flores que, de forma rebelde, crecían entre las rendijas de los muros del fuerte. No habían heridas ni cicatrices, era una mujer que salvaba y jamás arrebataba vidas.
—Está bien —respondió Hakone—. Me iré ahora, pero enviaré a uno de los chicos para que te acompañe. Buscaré a Midna para ver qué podemos hacer con la extranjera.
Acto seguido cerró la puerta detrás de él, dejando un silencio que se rompió con los gritos de otro hombre que se encontraba durmiendo en una cama cerca de P. Irene. Evee se disculpó y se separó de ella para ir a atender el herido.
Cuando regresó, la chica se encontraba sentada, abrazando sus piernas y mirando a la ventana.
La grieta de su celda en Treng-Cai jamás le había permitido ver tantos árboles juntos y, menos aún, divisar las aves que se posaban y cantaban sobre ellos. Había un mundo fuera de esas paredes y ahora podía disfrutarlo.
—¿Quieres que te acerque a la ventana? —preguntó Evee cuando la vio tan ensimismada.
Ella asintió.
La enfermera empujó lentamente la cama con ayuda de las ruedas que hacían mucho más sencillo el trabajo. Una vez acomodada, llegó un hombre con cabellos claros y una mujer de baja estatura y de piel oscura, al igual que sus cabellos y sus ojos. P. Irene nunca había visto a una persona así, por lo que le parecía fascinante.
—Gracias por llegar tan rápido, Midna —comenzó Evee, haciendo caso omiso de la presencia del hombre que solo quedó de pie frente a la puerta—. Se trata de ella —apuntó hacia la chica que aún no podía dejar de ver a la mujer—, tiene estrés post traumático, por algo que probablemente pasó en su país de origen. Puedo apostar que fue abusada sexualmente y quizás qué otras cosas más le sucedieron allá, así que no podemos enviarla de vuelta.
—Si no puedes hablar, asiente o niega con tu cabeza si lo que dijo tu enfermera es verdad. —La voz de Midna era agradable, pero no tan cálida como la de Evee.
P. Irene asintió.
—Comprendo —prosiguió—. La ley nos prohíbe acoger a migrantes indocumentados, sea cual sea el motivo de su viaje.
La enfermera cerró los ojos y llevó una de sus manos a la frente. No quería enviar de vuelta a su paciente.
—...a menos que le ofrezcan sus servicios al reino. Tiene que trabajar si quiere ser acogida aquí, entonces se convertirá en una ciudadana Kaslobiana.— Llevó su mano hacia el enorme bolso que llevaba consigo y sacó de su interior una carpeta forrada con cuero. — Aquí tengo la lista con los trabajos femeninos disponibles y lo que se necesita para postular a ellos. Falta mucha mano de obra, pero eso no quiere decir que vayan a aceptar a cualquier persona con ganas de vivir dentro de un palacio que se les acerque, deben mostrar que son útiles. Ahí está el verdadero desafío para ella. —Luego apuntó con la carpeta a Evee, levantando una ceja.— No debería estar aquí, sino en el centro de salud con los demás extranjeros y obreros, pero haré vista gorda solo por lo que me acabas de contar. Una vez que le des el alta, debe trabajar para comer o irse. Es todo.
Dejó la carpeta al lado de la cama de P. Irene y le deseó suerte antes de marcharse sin decir nada más. El hombre que la acompañaba se mantuvo inmóvil frente a la puerta, hasta que Evee le indicó que no necesitaba su ayuda.
Por primera vez en años pudo ver el ciclo del día y la noche completarse durante más de dos semanas.
Las asistentes de Evee le dieron abundante agua y comida, pero se irritaban notablemente cuando P. Irene les rechazaba las carnes y trataban de explicarle que para mantenerse sana debía comer de todo.
—No la obliguen —musitó la enfermera un día—. Puede no parecerlo, pero no es humana, lo que les hace bien, no necesariamente es lo mismo que nos beneficia a nosotros. No creo que haya comido carne alguna vez así que está bien.
Evee le explicó el funcionamiento del palacio de Mihria para que estuviese preparada al momento de darle el alta. Existían trabajos exclusivamente para hombres y otros solo para mujeres.
Los feéricos o no-humanos no eran bienvenidos dentro de las paredes del recinto, pero era muy bien valorados para trabajar fuera de ellos, por lo que era necesario esconder todo indicio de pertenecer a una raza distinta.
Evee era uno de ellos. Le mostró sus orejas puntiagudas a P. Irene que solía esconder con su cabello o un sombrero. Sin tomar en cuenta ese detalle, parecía completamente una humana normal, pero un poco más alta que la media. Tenía el cabello oscuro y largo hasta la cintura, sus ojos eran de un intenso verde que hacía que la muchacha no pudiese evitar mirarlos, hipnotizada.
El día anterior al alta, su cuerpo recuperó parte de la musculatura perdida, así como la hidratación de su cuerpo y también volvió a caminar gracias a los ejercicios de las asistentes de enfermería, aunque aun tenía que ayudarse con un bastón prestado. Sus ojos también se habían acostumbrado a la luz.
Como su cabello era demasiado claro para una humana de su edad, Evee decidió buscar un tinte color rubio claro, para que el cambio no fuera demasiado perturbador para P. Irene, pero ella jamás había visto su reflejo, así que no le importaba que su cabello se viera diferente.
Leyó la carpeta que había dejado Midna, pero ninguno de los trabajos le convencía. Se preguntó si alguno de los masculinos le llamaría más la atención.
Decidió postular a un puesto de herborista. Recordaba escasamente lo que una de las mujeres con las que vivía antes le había enseñado. Solo esperaba que su poco conocimiento fuera suficiente para quedarse.
—Una última cosa —dijo Evee antes de ir a dormir cuando cayó su última noche en el hospital. Tenía un montón de papeles en sus manos—. Necesito tu nombre para dejar registro de que estuviste aquí o me meteré en problemas.
—P. Irene —respondió con un hilo de voz. Ya podía hablar sin sentir dolor, pero prefería no hacerlo. Aún no se sentía cómoda.
—¿Qué significa esa "P"?
—No lo sé.
—Bien, te inscribiré solo como Irene. Borraremos esa "P". —Mientras anotaba, observaba a la chica.— Diré que no tienes apellido.
Irene. Le gustaba mucho más que su antiguo nombre, pero había algo que le faltaba y no se trataba del apellido. No lo necesitaba.
❧ ⊱✿⊰ ☙
Aquella noche, un fuerte ruido la despertó, venía desde afuera.
Movió las cortinas y, a lo lejos, logró divisar un grupo de personas con rostro cubierto quemando un edificio que parecía una casa. A su alrededor, la gente les lanzaba piedras. Otros, celebraban abrazándose.
Uno de los sujetos llevaba una máscara blanca que parecía la cabeza de un zorro pintado que tapaba todo su rostro. Su cabello y espalda estaban cubiertos por una piel de animal oscura. Irene lo observaba cuidadosamente, no era capaz de ver su alma con claridad, pero logró percibir una furia desbordante, lo que llamó la intención de la muchacha.
Escuchó los llantos de unos niños, todos tomados de las manos, lejos del fuego y acompañados por una mujer que los abrazaba, consolándolos. Ella también llevaba una máscara que hacía honor a un animal. Esta vez se trataba de un oso.
Los enmascarados gritaron algo que le pareció ininteligible, alzando los brazos antes de huir de una multitud de hombres uniformados de una forma muy similar a como estaba vestido el hombre que la sacó del mar.
Finalmente, apagaron el fuego, pero su corazón no dejaba de latir apresurado.
¿Qué había sido eso? No parecían estar en guerra ni nada parecido, pues no logró ver ningún alma desvaneciéndose, indicando alguna muerte.
Cerró los ojos buscando el sueño, pero el calor y el brillo de las llamas se había quedado grabado en su piel y en sus párpados.
Esa noche, no soñó nada.
❧ ⊱✿⊰ ☙
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro