Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Diecisiete

No puedes sanar este corazón

❧ ⊱✿⊰ ☙

El sonido del cantar de las cigarras reverberaba dentro de las paredes de una habitación inundada por completo por la oscuridad y la rápida respiración de una cría minina que buscaba con sus pequeñas patitas y sus ojos cerrados a su madre que continuaba intentando encontrar a sus hermanos perdidos.

Sobre la cama, una silueta inerte yacía sentada debajo de una delgada manta puesta ahí para que la persona bajo ella no muriese de frío, pues a pesar de estar viva, no tenía la voluntad suficiente como para darse cuenta de que necesitaba respirar y comer.

Solo miraba al vacío mientras miles de arrepentimientos pasaban por su mente.

Habían pasado horas desde que dejó de llorar por la pérdida de quien, alguna vez, fue su mejor amiga.

Sin moverse ni un centímetro, observaba la cama desordenada en la que alguna vez durmió, así como la máscara de loza rota en pedazos sobre ella.

«Nuevamente, alguien murió por mi culpa»pensó, sin pestañear ni una sola vez.

Pero, por primera vez, sintió dentro de ella una voz conocida que luchaba contra sus pensamientos. Como si estuviese dentro de ella, intentando consolarla.

«No podías hacer nada para evitar la muerte de Ophelia».

«Y, sin embargo, no intenté hacer nada. Si hubiese ido con ella...»

«Te habrían atrapado a ti también».

«No es cierto, yo habría podido...»

«No lo sabes, Irene».

¿Con quién hablaba? ¿Qué era esa voz que irrumpía en su cabeza como se tratase de un lugar abierto al que podía invitar a otras personalidades?

El peso en su espalda se hizo mucho más notorio. Era él. Esa alma cálida que la seguía a todas partes y que no la dejaba descansar tranquila. Un intruso, alguien que no debía estar allí y que solo se concentraba en incomodarla. Parecía pretender ser una guía, pero solo era un estorbo, uno que no le permitía pensar libremente como lo había estado haciendo hasta ese día.

Cuando el sol volvió a salir, un pequeño rayo de luz atravesó la habitación desde la puerta. El alma que entró con un ruidoso plato en sus brazos observó la figura tapada de Ina que no mostró reacción alguna. Llevaba un día entero sin comer, pero no sentía hambre ni voluntad para ponerse de pie o voltear la cabeza para siquiera saber quién interrumpía sus pensamientos.

—Sé que estás triste, pero por favor come un poco —pronunció la voz.

Ella escuchaba cada palabra que decía, pero no significaban nada más que murmullos inentendibles y sin sentido uno vez que intentaba comprenderlos, como si se tratase de una lengua completamente extraña.

—Ina, sé que quizás no quieres hablar, pero, por favor, al menos dame una señal de que estás ahí.

La chica permanecía en silencio observando la máscara del oso, esta vez con la mente por completo en blanco.

—Ina, por favor. —La figura se interpuso en su campo visual en completa oscuridad. Podía ver sus rasgos faciales y sentir su aliento sobre el de ella, pero no lograba identificar de quién venía. ¿Era un hombre o una mujer?

—Traeré a Evee para que te haga tragarte esa comida, aunque sea a la fuerza.

Lo siguiente que se escuchó en la estancia fue el fuerte sonido de un portazo para luego dar paso a un silencio doble. Por un lado, el proveniente del lugar físico en el que se encontraba y, por otro lado, el de su mente, que solo repetía la imagen de Ophelia colgada en el ágora, completamente vacía.

«Te extraño tanto», no dejaba de repetirse.

Ahora que ella no estaba, no encontraba razones para salir o probar un bocado.

De pronto sintió que aquella sensación le era extrañamente familiar. Había pasado por una pérdida de ese calibre antes, pero en medio de su felicidad temporal aquel suceso parecía tan lejano e irreal.

Ireia había sido como una madre para ella, y la había perdido, al igual que...

¿Quién era?

¿Había alguien más aparte de Ophelia e Ireia que le había mostrado esa clase de amor?

¿Acaso había perdido a alguien más a quién no recordaba?

Su cabeza dolía. Se sentía frustrada por no ser capaz de recordar algo que deseaba tanto traer a la vuelta.

¿Cuántos recuerdos más estaban perdidos en las inmediaciones de su mente?

Cerró los ojos, esforzándose. Su corazón quemaba y el alma que pesaba en su espalda la abrazaba acogedoramente, intentando susurrarle lo que ella ya conocía.

Vio la silueta de un hombre sonriente a punto de morir, una sonrisa que se quedaría grabada en sus pupilas por años hasta desaparecer y quedar en el olvido absoluto.

«Vive por ti misma », fue lo último que dijo.

Luego el dolor que consumía su corazón en ese momento se hizo presente en el pasado.

Vivir por ella misma significaba ser egoísta, algo que no podía permitirse. El general Cross y sus antecesores jamás habrían accedido a ello e incluso la habían castigado siquiera por planteárselo. Si ella no hacía lo que le decía, mucha gente inocente moriría a manos de los sanguinarios zodinnenses, ellos eran sus enemigos, a quienes debía detener para mantener a salvo las miles de familias que se refugiaban detrás de los muros del fuerte Treng-Cai.

Si ella se iba, la República de Líter caería en manos del enemigo, no podía permitirse pensar en ella misma ni en ser egoísta. Vivir por ella misma no era una opción. Lo que debía hacer era tomar la placa y...

La placa ya no existe. Y ya no se encontraba en Líter. Los zodinnenses habían ganado la batalla que ella había abandonado por sus deseos egoístas de libertad que muy probablemente culminaron en derramamiento de sangre inocente.

¿Por qué había saltado? Si no lo hubiese hecho, las cosas seguirían igual que antes. Seguiría bailando en territorio enemigo y jamás habría conocido el calor reconfortante que conoció en su nuevo hogar. Si no se hubiese ido jamás habría sido feliz y si no hubiese sido feliz jamás habría conocido la decepción.

Estaba arrepentida de haber pensado en ella ese día.

La puerta volvió a abrirse. Esta vez fue un alma distinta la que dio paso dentro de su habitación para dirigirse directamente hacia ella y llevar una mano a su frente.

Dijo algo a lo que no prestó atención. Lo siguiente que sintió fue una textura suave en su boca y, por reflejo, tragó repetidas veces. Luego de un nuevo murmullo inentendible, la puerta se cerró, dejándola sola en la oscuridad de nuevo.

Durante las siguientes puestas de sol, las visitas de las dos almas continuaron. La primera hablaba mucho con ella, pero la segunda jamás decía nada.

Solo pudo prestar atención a uno de los monólogos, el que la hizo reaccionar moviendo su cabeza ligeramente para desviar su mirada de la máscara para dirigirla al piso de madera oscura.

—Ese día...Hakone estaba tan furioso que pensé que el palacio entero ardería solo por cómo miraba a sus subordinados. Me dio escalofríos y entendí por qué le temen tanto. Ordenó que...la bajaran y él mismo encontró a los culpables. Pero si no fuese por el mismísimo rey que dio la orden de dejarlos libres, estoy segura de que los habría hecho sufrir como no te lo imaginas. Hasta el día de hoy no hemos podido verlo en los pasillos como solíamos hacerlo. Yo sé que es tu amigo, pero por un pensé que había tenido algo que ver con lo que le pasó a Ophelia porque estaba por completo desaparecido cuando sucedió. No sé qué estaba haciendo, pero por su reacción me di cuenta de que me había equivocado.

Era cierto. Él había estado ausente cuando gran parte del palacio ovacionaba el cadáver de su mejor amiga colgado en el ágora. ¿Cómo iba a perdonarle el haber permitido que eso sucediera? ¿Acaso no era alguien lo suficientemente importante como para saber lo que se tejía frente a sus narices? No podía considerar que fuera su culpa, no lo era, pero no era posible que sus propios hombres estuviesen actuando a sus espaldas sin que él supiera nada.

Pero ¿Y si no fueron los guardias? ¿Acaso había una forma de poder averiguarlo?

¿Qué haría si lograba dar con el culpable de la muerte de Oliv, Ophelia y los demás niños?

Ese pensamiento rondó por su cabeza por tanto tiempo, que no se dio cuenta cuando volvió a amanecer una y otra vez.

Sus manos, brazos y piernas estaban rígidos y dolían, pero podría recuperarse de eso, siempre lo había hecho.

La última vez que la puerta se abrió, pudo ponerle nombre al alma que caminó y se sentó frente a ella y se interpuso en su campo de visión.

Por primera vez, hizo contacto visual con unos ojos grises que derrochaban cansancio. Los rincones azules de esa alma eran un poco más grandes que la última vez que los sintió. También sufría.

—Sé que no se suicidó —fue todo lo que dijo para que reaccionara.

¿Suicidio? No había ni un mínimo de posibilidades de que eso hubiese sucedido.

Levantó la cabeza, aun sumida en la oscuridad de la habitación y la manta que llevaba encima descubrió ligeramente su cabello por primera vez en días. Su boca estaba seca y sus ojos dolían, por lo que pestañeó repetidas veces y mojó sus labios en un acto de reflejo.

—No —susurró ella con dificultad. Su garganta dolía ligeramente, por lo que no fue capaz de hablar más alto.

Hakone dirigió su mirada al sobre que se encontraba tirado a su lado y lo tomó. Al abrirlo, leyó su contenido y frunció el ceño, ella sabía exactamente qué era lo que pensaba.

—Puedo probar que...

—Yo sabía que Ophelia era una felaia —lo interrumpió.

Él asintió.

—Ella no escribió esto. Las chicas me contaron de la carta. Tamara también tenía una que decía que había tomado la decisión de acabar con su vida.

Había olvidado por un momento que tanto su compañera de habitación como la de trabajo eran cercanas.

—Ella logró salir de los muros cuando mataron a Oliv.

Hakone ladeó la cabeza, se le dificultaba oír la voz rasposa y débil de Ina.

—¿Estuviste ahí?

—Ella y otros tres niños que no conocía murieron encerrados en el puesto de vigilancia frente a nuestros ojos.

—¿Había alguien más?

—Sí.

—¿Lo viste?

—No.

Pero podría reconocer su alma si se presentaba frente a ella una vez más.

Luego de su respuesta, reinó el silencio por unos segundos. Fuera de esas paredes, las personas debían estar convencidas de que Ophelia había acabado con su propia vida, pero era imposible, había huido y la carta no tenía sentido alguno.

Hakone dijo que tenía pruebas para creer en lo mismo que ella, pero decidió no preguntar. Normalmente los asuntos que correspondían a las fuerzas militares y policiales no les incumbían a los simples civiles.

Se mordió la lengua. Quería saber.

—¿Cómo estás tú? —preguntó él, finalmente, rompiendo el silencio.

No sabía que responder. ¿Qué respuesta debería darle a él, a ella misma y a su corazón?

Se había ido sin poder ser ella capaz de impedirlo. Aún tenía tantas cosas por decirle, pero no siempre se le pueden decir todas las palabras atoradas en la garganta, a veces, estas se quedarán solo allí, amontonadas, como cartas sin destinatario.

El adiós era tan amargo, pero no tanto como admitirlo, pues hacerlo significaría que Ina solo se quedaría con las memorias cálidas como si de la luz del sol se tratase.

No estaba bien. Si extendía su mano hacia ella solo se encontraría con una sombra y una promesa que jamás dejará de volar.

Aquella pregunta tan simple era tan difícil de contestar.

—Estoy bien.

—Ina...

Él quería que fuese sincera, que no mantuviera todo su dolor encerrado dentro de su cuerpo hasta hacerlo explotar. No la conocía lo suficiente, pero sabía lo importante que Ophelia había sido para ella. La había visto crecer de una forma impresionante gracias a ella y sabía que probablemente habría situaciones que no lograría comprender sola. Si embargo, ahora que no estaba, temía que lo peor le sucediera a aquella chica de ojos tristes que se robaba su corazón cada día.

Observó a su alrededor y pudo notar el desastre de los artículos hechos pedazos en el piso y la ventana rota. No se había movido ni hecho nada desde aquella noche que sintió el grito que le partió el alma mil veces, haciéndolo acudir hacia ella tan rápido como si fuese él mismo quién sufría de aquella manera.

Había sido testigo repetidas veces de cómo el dolor y la soledad hacía que las personas cometieran los peores errores, llevándolos a caer a un abismo del cual nunca se recuperarían.

No quería eso para Ina, pero también era consciente de que él no era la persona ideal para contenerla emocionalmente y recibir sus lágrimas.

Por su parte, ella no dejaba de pensar en el alma de aquellos hombres que habían comenzado con el fatal destino de Ophelia. El que había disparado el proyectil que la dejó al descubierto y el que directamente asesinó a Oliv. Si había unos reales culpables de la situación, eran ellos.

Es cierto, no tenía que recriminarse nada ella misma. Si ella no hubiese estado, Ophelia habría muerto de igual manera. Ella no era la culpable esta vez, solo había sido una espectadora, un personaje secundario que solo se limitaba a observar todo lo que los protagonistas hacían a su alrededor.

¿Quería seguir siendo realmente eso?, ¿Iba a dejar morir a Ophelia y a Oliv sin hacer nada?

Ahora, había encontrado una razón para ser fuerte, por ellas. Decidió abrazar su desolación y aceptarla como parte de ella para avanzar para superar ese camino de espinas al que había comenzado a llamar vida, asumiendo que cada vez que se tropezaba con una de ellas, se levantaba más capaz de continuar.

El dolor, la ira, la melancolía, los buenos y los malos momentos. Todo lo abrazaría.

La primera vez que decidió pensar en ella misma y ser egoísta terminó en ese lugar que había comenzado a amar y detestar al mismo tiempo, pero había conocido la felicidad, aunque fuese temporal; había conocido a Ophelia, a Hakone, a Yunis, a San, a Oliv, Aline, Tamara, Minerva, Evee...y seguiría conociendo a más personas que impactarían positiva o negativamente en su vida, pero al menos formarían parte de ella.

Nunca había estado más cerca de ser lo que había soñado ser, todo por una decisión egoísta, así que volvería a hacerlo una y otra vez. Seguiría sus deseos hasta donde la llevasen y, el primero de ellos era hacer justicia por Oliv y Ophelia.

Era capaz de ver las almas. Si había alguien capaz de juzgar a las personas, era ella misma.

Hakone seguía de pie frente a ella, observándola con preocupación.

Se sentía culpable por haber dudado de él por un segundo a pesar de saber exactamente que su alma estaba compuesta por arrepentimientos y heridas con un toque de esperanza. Era la primera persona que la había tratado con dignidad en años y siempre estaría agradecida por ello.

Era capaz de juzgar a las personas y ella lo calificaba como alguien en quien podía confiar pese a todo lo que no sabía de él, lo que incluía aquellas cicatrices que atravesaban su alma de lado a lado que no había visto en nadie más y que no lograba darles explicación.

—Gracias —fue todo lo que dijo.

Por un segundo pareció confundido, pero luego su mirada cambió a su natural semblante de seriedad.

Asintió y le dio la espalda por un segundo, solo para que Ina pudiese darse cuenta de que recogía los pedazos de la máscara del oso entre sus manos. Temió por lo que haría con ella, pero ese temor de disolvió cuando tomó una de sus manos y comenzó a, uno a uno, entregarle los fragmentos de loza pintada.

—Deberías repararla y guardarla como recuerdo —al terminar, agregó—. En dos días enviaré a mis hombres a buscar evidencia de tu complicidad con el grupo de los enmascarados, así que tendrás que esconder tus dagas y la máscara fuera de esta habitación. Buscarán en cada rincón para intentar hacerte parecer culpable, pero debes mantener la calma. Yo no estaré presente en la búsqueda, así que no te confíes.

Ina no podía creerlo. Estaba revelándole información confidencial a una simple civil, pero lo agradeció enormemente. Si llegaba a ser castigada, no podría llorar a las caídas.

«Levántate, por Ophelia»escuchó en su interior.

Mihria era una ciudad sucia y llena de secretos que aún no descubría. Aquel manto de paz que cubría toda la miseria escondida bajo una alfombra algún día desaparecería y reinaría el pánico y el descontento.

Aquellas sonrisas que recorrían el palacio se borrarían para dar paso a las lágrimas y a la ira.

Ahora comprendía el actuar aparentemente irracional de los enmascarados. Intentaban mostrarles a los ciudadanos el verdadero rostro que se escondía detrás de los muros.

El mundo era cruel. Y ella era parte de él como una de las principales hacedoras de cadáveres que iba desechando a su paso como si de un juego se tratase.

La ilusión había jugado con su mente en repetidas ocasiones y continuaba encegueciendo la vista de los habitantes de esa asquerosa ciudad. Era natural, pues ella sabía que lo más común era creer en el mundo que podían ver y tocar, un mundo en que todos tienen alas como pájaros y pueden volar sin ser conscientes de que se encuentran dentro de una jaula.

Cuando Hakone ya se hubo ido, la noche volvió a caer.

—No quiero vivir solo por vivir —fue lo último que se dijo a sí misma antes de recostarse para caer dormida por primera vez en días.

❧ ⊱✿⊰ ☙

Al mañana siguiente, dos guardias tocaron su puerta.

Aún era muy temprano, por lo que se sorprendió por la visita, aunque estaba preparada. Había obedecido al comandante la noche anterior y escondió su caja con pertenencias en un agujero en la tierra sobre las raíces de los pequeños arbustos que adornaban la salida de su ventana.

Ya conocía a uno de los chicos. Lo había visto la noche del festival de la luna roja evacuando a quienes festejaban dentro de la taberna. Su alma era amable y llena de miedos, mientras que la de su compañero derrochaba confianza.

Sin decir nada, ambos entraron a la habitación y comenzaron a buscar entre sus cosas y las de Ophelia. Todo lo que parecía de valor o importante fue guardado en una caja que el muchacho amable llevaba en sus brazos.

—¿No nos preguntarás qué estamos haciendo? —rompió finalmente el silencio el otro hombre.

Ina negó con la cabeza.

—Ophelia era mi compañera, me sorprende que se hayan tardado tanto en venir.

El otro chico reprimió una risa, aunque parecía muy triste, especialmente cuando mencionó el nombre de la felaia. Pensó con seguridad que se habían conocido.

—Eres Irene a secas, ¿no es así? —dijo él.

—Sí.

—Bien, no hay nada que te comprometa con el incendio de la otra noche, así que puedes estar tranquila.

—Asami... —comenzó el chico más confiado.

—...pero necesitamos que pagues los daños a ese vidrio y a los muebles pertenecientes al palacio.

El lugar estaba por completo desordenado y lleno de pedazos de vidrio y loza, además de la evidencia que había quedado grabada en el piso de cuando intentó apuñalar la madera.

Ina aceptó. Sabía que aquel acto de pérdida de cordura debía costarle algo, pero decidió tomarlo como parte de su desahogo, por lo que no tenía nada de qué reprocharse.

Luego de eso, ambos la saludaron y se retiraron del lugar, volviéndose a quedar sola.

No demoró en ducharse y vestirse con el uniforme de las herboristas. Aunque no supiese en qué día se encontraba, sentía que era su deber presentarse para al menos excusarse y pedir perdón por ausentarse tanto tiempo. Su trabajo en la biblioteca también debió retrasarse muchísimo, pero lo último que quería ver era la cara del viejo Aris enojado.

Apenas dio un paso fuera de su habitación, sintió que las miradas de los extraños se posaban en ella y la escaneaban sin fingir disimulo.

Se sentía diferente, caminaba de una forma mucho más segura de lo que hacía antes, pero no creía que tal cambio se reflejara de tal forma en que todos pudiesen darse cuenta. Quizás la razón de sus miradas correspondía a algo más. Quizás sabían algo que ella no.

Al pararse frente a la puerta del laboratorio de herbología, esta se abrió de par en par y, sin darle tiempo de sorprenderse, Yunis y Aline se abalanzaron sobre ella en un fuerte abrazo que ella solo disfrutó cerrando los ojos y rodeándolas con sus extremidades.

No era consciente de que también las echaba mucho de menos.

—Dioses, pensamos que no te recuperarías —lloraba Yunis, frotando sus ojos en su blusa.

Detrás de sus compañeras, una imponente Minerva se asomaba por la puerta con los brazos cruzados sobre su pecho. No era muy difícil adivinar lo que pensaba:

«Nos debes una explicación».

Y la daría, era por eso que se encontraba allí. Para explicarles, hacerles saber que se encuentra bien y para volver a empezar, esta vez tomando las riendas de su propio destino.

—Minerva —comenzó, decidida a convertirse en la protagonista de su propia historia y dar el primer paso para empezar a vivir con la idea de que Ophelia se sienta orgullosa de ella desde donde sea que la estuviese mirando—, quiero que me pruebes de nuevo. Dejaré de ser aprendiz.

❧ ⊱✿⊰ ☙

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro