Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Cuarenta y uno

Nota: estoy consciente de las inconsistencias con capítulos anteriores. A medida de que la historia ha avanzado, también ha evolucionado el mundo en el que se encuentra inserto. Prometo corregir lo que debe ser corregido e informar los cambios.

❧ ⊱✿⊰ ☙

Susurros de lluvia

Qué hermoso suena el silencio

que prepara el paso al tifón

❧ ⊱✿⊰ ☙

El rocío de la fría noche empapaba los cristales, vaticinando el conticinio silencioso en que la luna blanca posada en su cénit parecía susurrar su nombre entre el viento que golpeaba las hojas de los árboles.

Mordía sus uñas con nerviosismo sin dejar de pensar en los temblores que las palabras de Yunis habían provocado, pero al mismo tiempo no podía sentirse molesta. Ni con ella, ni con Aline. Las entendía a ambas.

A veces, la niebla que enceguece el juicio de las personas puede causar daño en otras. Daño que puede no ser intencional.

¿Realmente había sido tan mala persona con Aline? ¿Se merecía todo ese odio que le tenía?

Ella estaba celosa, tal y como la mismísima Ina lo estuvo una vez, cuando vio a la princesa Amaia aferrada al brazo de Hakone.

¿Dónde estaría él en ese momento? De las pocas veces que había dormido en su habitación, él nunca se había demorado tanto en llegar.

Se calzó sus zapatos y salió de la habitación, pero luego de que una brisa levantara su falda haciendo que un escalofrío recorriera su espalda, volvió a entrar para abrigarse un poco más.

No sabía dónde la llevaban sus pies, solo estaba dispuesta a seguirlos donde quisiera que fuesen.

Pocas almas se movían a su alrededor. La mayoría estaban quietas dentro de sus habitaciones mientras que las otras se encontraban de la misma manera inmóviles en los pasillos. Cada día había más guardias en el palacio y cada día se veían más agotados, pues muchos de ellos tuvieron la obligación de reemplazar los horarios de aquellos que fueron heridos.

Una fuerte ráfaga de viento voló sobre ella junto a una bandada de cuervos que se dirigían en dirección al palacio interior. Eran hermosos y fugaces. Nunca había visto tantos juntos, parecía como si hubiesen sido llamados hacia aquella dirección.

Su atención se desvió cuando, al sentir un alma roja y conocida, volteó su cabeza hacia abajo. Entre las ramas y las hojas de un arbusto muy cercano a donde se ubicaba su propia habitación logró ver un par de ojos verdes asomados fijando su mirada en ella mientras sus pupilas se dilataban. Había visto esos ojos antes. Era Laurel, y no estaba sola, sino que la acompañaba Monoi, el pequeño gato que había logrado sobrevivir aquella vez que se los llevaron sin razón.

El pequeño minino definitivamente había crecido. Sus patitas anteriormente rosadas se habían poblado generosamente de blancos pelos, muy distintos a los grises que cubrían su cabeza, su lomo y su cola. Era muy distinto a su manchada y tricolor madre.

Ina se puso de rodillas e intentó llamarlos, pero al primer intento de querer acercarse, ambos se dieron media vuelta y volvieron a internarse entre las hojas. Algo esperable si no los había visto en tanto tiempo.

Al ponerse de pie, comenzó a dirigirse a su antigua habitación. Parte del edificio había sido quemado y se encontraba rodeado por una valla improvisada con incontables letreros cuya leyenda decía "Prohibido acercarse. Peligro de derrumbe". Pero algo así en aquel lugar era la menor de sus preocupaciones. Necesitaba recuperar algo que se escondía allí adentro.

El acceso por la puerta de entrada estaba bloqueado, por lo que decidió dar la vuelta al edificio y entrar por la ventana trasera. Estaba cerrada, pero romperla no sería problema ni tampoco le haría daño a un edificio medio destruido. Después de todo, lo haría ella en ese momento o alguien más un par de días después con la intención obvia de saquear.

El olor al encierro, polvo y a Ophelia la obligó a morderse los labios. Sus cosas seguían ahí.

No, no había ido a eso. Había ido a buscar su caja con sus antiguas pertenencias: el traje negro, sus dagas, la máscara rota del oso. Nadie más que ella podía tener acceso a ellas.

Buscó dentro de su armario y suspiró de alivio al encontrar la caja tal y como la había dejado. Tenía que llevársela, pero ¿a dónde? No podía dejarla en la habitación de Hakone.

Solo había un lugar donde podía quedar. Iba a ir a dejarla en ese momento, de todas maneras, no podía dormir.

Cuando regresó de la cabaña, su corazón se aceleró al encontrar la habitación de Hakone vacía nuevamente. Parecía que esa noche no llegaría después de todo.

❧ ⊱✿⊰ ☙

A Ina le encantaban los días lluviosos. Especialmente trabajar bajo el efecto relajante que dejaban las gotas de agua caída del cielo sobre ella. Como si la calmara, como si la abrazaran fusionándose con ella y aumentando su frío. Como su purificara su alma.

Trabajó medio día, sin cruzarse nunca con Tamara, Yunis ni Aline. Así pasaba a veces, no podían coincidir todos los días, sin embargo, Minerva sí que se acercó a ella.

—¿Te sientes bien como para trabajar hoy?

Ella asintió. Aunque no dejó de pensar en lo ocurrido el día anterior.

Por un lado, agradeció que Hakone no apareciera esa noche, pero por otro, deseó más que nunca que estuviese allí con ella.

¿Cómo era posible querer dos cosas totalmente opuestas a la vez?

Caminó por el palacio con la esperanza de sentir su alma por accidente, pero nada ocurrió. No estaba dentro de las paredes de Mihria. ¿En el palacio interior quizás? Era posible. O quizás podría estar fuera. No iba a olvidar su otra faceta. Si no estaba Hakone, quizás el zorro sí.

No lo pensó dos veces para dirigirse al bosque en dirección a la cabaña Kemono, aunque no estaba segura de qué podría estar haciendo él allí.

El viento sopló fuertemente antes de dejar caer un torrente de agua dulce sobre su cabeza en el camino. Su cabello se humedeció tan rápido como lo hubiese hecho si se zambullía en un lago, del mismo modo lo hicieron las hojas de los árboles y sus cortezas habitadas por hormigas y otros insectos que continuaban trabajando o huían de las gigantes gotas.

Tomó aire y se permitió hacer algo que había omitido hasta entonces: observar el bosque. Bajo el agua aquel camino mostraba una panorámica diferente, una que le hizo notar por primera vez aquel árbol que parecía caerse a pedazos poco a poco. Se encontraba entre otros árboles a unos cuantos metros de ella y lucía un gran agujero que parecía invitarla a refugiarse allí adentro, donde cabría de pie perfectamente. Decidió llamarlo "el árbol no muerto" pues imitaba aquella etapa en que no te encuentras plenamente vivo, pero tampoco te encuentras con tu alma hecha pedazos; era un árbol que rogaba por energía pero que aún así daba todo de sí para mantenerse de pie. Era hermoso.

Atravesó las raíces que brotaban de la tierra hacia arriba, tocando con sus yemas el musgo que vestían las cortezas de los árboles abrazados que le daban la bienvenida al bosque. Hasta que sintió el olor a la leña. Había sido su viaje más corto percibido hasta la cabaña.

Como siempre, Shi-Vy se encontraba ahí con su chimenea encendida dándole calor al lugar. Luego de darle un cálido abrazo de bienvenida, se limitó a decir:

—Escondí sus pertenencias. ¿Necesita que las traiga?

Ina negó con la cabeza. Realmente no había ido por eso.

—El señor Hakone fue hacia el norte —susurró como si hubiese alguien más en la habitación escuchándola—. Lo escuché pasar por aquí, la está esperando, pero no puede ir a buscarla.

Su corazón dio un salto. ¿Por qué no podía ir a verla?

Salió rápidamente de la cabaña y corrió hacia el norte, buscando su alma entre las cientas y cientas de animales y de insectos que la rodeaban.

Hasta que lo encontró.

Aún llovía, pero aquellas gotas de agua habían aminorado su intensidad al caer.

El agua y el sudor mojaban las ropas y el cabello de aquel hombre que parecía concentrado de golpear repetidas veces y con calma un objeto revestido de cuero que colgaba de una de las ramas de los árboles. Cada golpe emitía un fuerte sonido que se veía acompañado de una pequeña explosión de gotas diminutas de agua que abandonaban aquel saco.

No pudo hacer nada más que observarlo durante unos segundos: su cabello pegado a su frente, las vendas en sus manos húmedas y sucias en los nudillos, la ropa mojada y apegada al cuerpo.

Quiso mirarlo para siempre. Como era costumbre, sus movimientos parecían perfectamente calculados y precisos. Lentos pero certeros, como si quisiera guardar energías para un combate duradero.

Hakone relajó sus manos cuando por fin la vio. Emitió un fuerte y sonoro suspiro antes de caminar hacia ella y estrecharla entre sus brazos.

Estaba asustado, pero ¿por qué?

—Pensé que tendría que esperarte todo el día.

Ina alzó una ceja.

—Shi-Vy me dijo que estarías aquí.

Él se llevó una mano a la frente, riendo tímidamente.

—Sabía que podía contar con ella.

—¿Qué ocurre, Hakone? —preguntó directo al grano. Habían prometido hablar y eso era exactamente lo que esperaba que hicieran.

Su alma se tornó un poco más fría de pronto. Algo le preocupaba.

—Anoche ocurrió algo... algo malo dentro del palacio y no podré volver allí sin que me atrapen o me asesinen.

Ina sintió como el calor abandonaba su cuerpo, al igual como su corazón se detenía por un segundo.

—¿Estás diciendo que descubrieron quién eres?

—Más o menos. No sé si saben exactamente que llevo la máscara del zorro, pero sí quien no soy.

Ella pestañeó rápidamente. No lograba entenderlo del todo.

—¿A qué te refieres?

—Saben que estoy en contra del rey y, lo que es peor, conocen exactamente mis raíces.

—¡Saben que eres descendiente de Angra!

Ante aquel diminuto grito, Hakone se quedó mudo. Ella definitivamente sabía algo, pero no conocía la historia completa.

Se puso a su altura y movió uno de los cabellos blancos que cubrían su rostro. Ella, como pocas veces, mantuvo su mirada fija en la de él.

—Perdón. Nunca te dije que mi verdadero apellido no es Sallow. El de Teresa sí.

Ina ahogó un grito. No sintió decepción porque él le hubiese ocultado eso, en realidad, no sintió nada, pues su atención se fue directo a lo último que había dicho. ¿Qué implicaba que el rey supiera quién era realmente Sallow Teresa?

—Teresa está en peligro, ¿no es así?

Hakone asintió.

—E iré a verla ahora mismo. Me la llevaré de Koica no sé a dónde. El rey está furioso conmigo y hará lo posible para que yo me entregue. Y si tiene a Teresa definitivamente cederé y le daré todo lo que quiera.

El pecho de Ina dolía como nunca antes. Iba a dejarla. Iba a dejarla tal y como Ophelia había hecho. Iba a quedarse sola de nuevo. No quería pasar por ese sufrimiento de nue...

—Ina, quiero que vayas conmigo a Koica.

Entonces, se le agotó la respiración.

—¿Qué?

—Por eso te estaba esperando. Quiero que vayas conmigo a Koica, busquemos a Teresa, a mi madre y marchémonos. Necesito ocultarlas.

No daba crédito a lo que sus oídos escuchaban opacados por el ruido de la lluvia golpeando los suspiros del bosque.

Le estaba pidiendo que dejara todo: su trabajo, a sus amigos, a los kemono, la causa por la que luchaban, por la que ella luchaba ahora.

—Sí —respondió entonces ignorando su capacidad de razonar. Quería irse de allí, pero no sin él.

Hakone apretó los labios, como si no esperara aquella respuesta afirmativa.

—No quiero que te sientas presionada. Sé que es una decisión difícil.

—Quiero ir.

Aquella vez volvía a tomar una decisión basada solamente en sus deseos.

El pulgar de Hakone recorrió suavemente su mejilla, acariciándola como si se tratara de una piedra preciosa o un objeto completamente delicado que pudiese romperse con el tacto.

Podía sentir su calor acercarse a ella al igual que su respiración coqueteando con la suya. Definitivamente quería permitirse ser egoísta para estar con él lejos de todas las injusticias y de la guerra.

Ser feliz sería su mayor acto de egoísmo.

Pero había algo en su interior que no la hacía sentirse completamente conforme con la idea.

—¿No volveríamos jamás? —preguntó.

Hakone se mordió el labio, como si temiera aquella pregunta.

—Tampoco quiero dejar a esta gente a su suerte.

Por supuesto. Ambos se sentían igual. Aún así, la fantasía de dejarlo todo y reconstruir sus vidas en otro lugar abrazó sus corazones.

Ina tomó su rostro con ambas manos y lo acercó al suyo, sintiendo el calor de su cuerpo mezclarse con el frío del ambiente, ignorando que cada segundo que pasaban allí significaba que la lluvia los empaparía cada vez más.

—Me preguntaba por qué comenzó a correr el rumor de que cierto comandante tenía una fuerte enfermedad contagiosa y no podía presentarse a servicio.

Aquella voz solo podía pertenecer a una persona.

—Señor obispo Caeru —pronunció Hakone irónicamente, separándose de Ina, hastiado.

—Comandante Sallow Hakone —respondió este, acercándose. Llevaba consigo un objeto para evitar mojarse con la lluvia, lo que llamó la atención de la muchacha presente—. Cuando me dijeron que uno de ustedes era colaborador de los kemono, el primer rostro que se me vino a la mente fue el tuyo.

—Vein. Ahora soy solo Vein Hakone. El comandante murió.

Vein Hakone. Ese nombre le gustaba más a Ina que el que anterior.

—Imagino que fue asesinado por un descuido de su parte.

—Es posible. No siempre se pueden cubrir todos los cabos sueltos, usted sabe bien de eso. ¿Cómo está su esposa?

Caeru soltó una sonora risa.

—Lucila está bien, como siempre. ¿Cómo lo averiguó?

—Me gusta observar.

—Bastante de cerca, diría yo —pronunció dirigiéndole una mirada a Ina.

No tenía por qué avergonzarse y, sin embargo, lo hizo.

—¿Qué buscas? —soltó Hakone, dejando de lado toda cortesía fingida.

—A ti. Usaste los cuervos para sacarte la soga del cuello.

—Tu nombre sería el primero que soltaría si me hubiesen atrapado. Agradece que me había adelantado al peor escenario.

—Usarlos para salvarte el cuello no era parte del trato.

—Deshacerme del antiguo obispo para que tomaras su lugar tampoco lo era —luego de unos segundos de silencio en los que no dejó caer su mano del hombro de Ina, continuó—. No somos enemigos, Caeru. No hagas que me den ganas de serlo.

El obispo bufó.

—Me gustabas más con la máscara encima.

Fue entonces cuando Ina logró percibir un poco del zorro en él. Astuto, ágil, agresivo. Tan solo esperaba que lo que le gustaba de Sallow Hakone no fuese una mentira ni algo que estuviese ausente en Vein. Aquello era un miedo que se había instalado recientemente en su corazón y su mente.

Después de transcurridos unos segundos de incómodo silencio, Caeru volvió a hablar.

—¿Qué planea su destino ahora?

—Iré a poner a salvo a mi hermana.

—¿Sallow Teresa?, ¿ella no es también...?

—No —negó Hakone—. Teresa es una auténtica Sallow. Hija de Sallow Grim, el héroe del valle helado y Sallow Keen. Yo soy su medio hermano.

Caeru volvió a sonreir.

—El héroe del valle helado. Sin duda irán por ella. ¿Cuándo partes?

—Hoy mismo.

No esperaba que fuese tan pronto, pero, dadas las circunstancias, le hacía sentido.

—Siento decirte que no es lo más prudente que vayas tu. Te necesitamos —entonces, volvió a mirar a Ina— y la necesitamos a ella también. No te la puedes llevar.

El alma de Hakone se tornó cálida. No le gustaba que le cortaran las alas.

—¿Tienes información que yo no?

Caeru asintió.

—Hay un buen lugar en el puerto de Gracia. Allí pueden tener a salvo a tu hermana. O quizás sería mejor en la comunidad eel-kju de luz, en Ordún. Los hombres del rey les temen y jamás irían a enfrentarse a quienes los pueden dejar en plena oscuridad.

El tacto de Hakone se suavizó.

—¿Estás ofreciéndome soporte?

—Los fatis, especialmente los felaias apreciarían darle asilo a la descendiente de Angra.

Él movió su cabeza, dirigiendo ligeramente su oído derecho en dirección hacia el obispo. Ina sabía que hacía ese gesto cuando lo que la otra persona estaba diciendo captaba realmente su atención. Aunque no dejaba de mostrar aquel ceño fruncido que demostraba que estaba a la defensiva.

—Realmente me necesitas aquí.

El obispo suspiró.

—El rey va a dar su primer paso hacia el frente en contra de nosotros. Y no sabemos de qué se trata.

—¿Cuándo?

—Cuando se detenga la lluvia.

—Esta noche o mañana.

—Me inclino por que será durante la madrugada. Ellos tienen la creencia de que los fatis son salvajes y duermen de día y viven de noche, así que buscarán un horario que los tome desprevenidos.

Ina seguía sin entender algo importante: ¿cuál era el motivo de declarar la guerra y destinar a todos sus hombres a detener a un grupo pequeño de personas? ¿A qué le temían tanto realmente? ¿Tan grande era el ansia de poder del hombre?

—Irene —continuó el hombre, haciendo que ella se sobresaltase—, ¿recuerdas lo que dijiste sobre el arma?

—Sí. Creo que se trata una persona.

—Tengo mis razones para creer que lo soltarían en esta ocasión. Necesito que me cuentes todo lo que sabes o sospechas de eso —luego de una pausa, añadió: — pero no aquí. Nos estamos mojando gratuitamente.

Hakone tomó fuertemente su mano cuando ella se dispuso a moverse hacia la cabaña.

Ella pensaba que iba a decir algo, sin embargo, se quedó en silencio.

Cuando Shi-Vy abrió la puerta, les ofreció inmediatamente toallas secas a los recién llegados seguido de una caliente taza de té.

No pudo evitar quedarse mirando el rostro de Hakone por varios segundos.

—Perdón —dijo ella cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo—. Todo este tiempo pensé que sería diferente su rostro, señor.

El solo juntó los labios, incómodo.

—Bien, Irene —rugió Caeru dejándose caer sobre un sillón—. Habla.

Hakone parecía preocupado por lo que podría estar a punto de oír.

—Las veces que estuve en el palacio interior sentí una fuerte presencia —comenzó ella—. Se trataba de un alma furiosa, consumida por la ira y con una sed de sangre como jamás había sentido antes.

Tan solo recordar aquella alma hizo que se le pusieran los pelos de punta.

—¿De qué se trataba? ¿Era un fati?

Ella negó con la cabeza.

—No puedo distinguir eso. Solo sé que es una criatura que ha sufrido mucho y está dispuesta a hacer que el mundo pague por ello, probablemente no le importaría asesinar aliados o enemigos.

—Entiendo. ¿Dónde estaba?

—Bajo el castillo.

Caeru reflexionó unos instantes.

—Los calabozos. Ahí lo encierran. —Llevó sus manos a su rostro, pensativo para luego continuar— Shi-Vy, ¿podrías aletargar algo como lo que define Irene?

Shi-Vy se encogió de hombros.

—Entiendo lo que la señorita Ina siente ante esa criatura. Pero no logro hacer una comparación entre ella y otras que ya he aletargado antes, señor.

—Veamos. Esa alma que dices tú, ¿es mínimamente similar a alguna otra que hayas visto antes?

Miró a Hakone. Si bien la furia y la ira de él teñía su alma, no lograba parecerse a lo que había bajo tierra. Era un alma que le daba auténtico miedo, que hacía su cuerpo temblar y le hacía desear acercarse a ver más de cerca al mismo tiempo.

Algo como...

Su mirada se fijó en la clavícula de Hakone.

Algo como lo que le había pasado cuando aquella mujer lo había atacado en su habitación, pero a una escala mucho mayor.

—¡Un mi-qua! —exclamó Shi-Vy.

—¿Un qué? —preguntó extrañada Ina sin poder evitarlo.

—Un mi-qua es un fati que ha sido corrompido por un trozo de infinium. Es una roca que absorbe todo lo que toca: líquidos, minerales, todo lo que no sea más grande que ella. Consume lo que hay a su alrededor si pasa el suficiente tiempo en el mismo lugar. Si una persona la toca por unos segundos no pasa nada, pero si la llevas contigo durante unas horas comenzarás a sentir hambre, sed, cansancio, dolores de cabeza hasta llegar a hacerte perder la razón. Aunque todo depende del tamaño de la roca, si es pequeña el límite de lo que consuma sería mucho menor al límite de una roca más grande.

Entonces, Hakone se puso de pie.

—¿Hay una forma de revertir el efecto?

Era obvio que él estaba pensado en esa mujer que no pudo salvar.

—No que sea conocida, al menos.

Suspiró y volvió a sentarse, mirando a la nada.

—Si esa criatura que está bajo tierra es un mi-qua, estamos en dificultades —reflexionó Caeru—. No miden fuerza ni temen perder la cabeza o sus sentidos.

—Están por completo desconectados y ausentes —aportó Shi-Vy—. No puedo aletargar un mi-qua.

—¿Entonces, la única solución es...? —comenzó Hakone.

—Asesinarlo —terminó Ina.

Todos asintieron con la cabeza.

Caeru echó su espalda hacia atrás soltando un largo suspiro.

—Eso no sería un gran problema, pero no sabemos qué habilidades tiene.

—Si es un caren estamos perdidos —apuntó Shi-Vy.

—Si fuese un caren ya nos habría hecho creer a todos que ha destrozado el palacio —bufó Hakone.

—Podemos descartarlo entonces.

—¿No puede ser un humano? —preguntó Ina con inocencia.

—Aunque no lo creas, querida —se apresuró a responder Caeru—. Los humanos tienen una resistencia muy grande al infinium. Para llegar a los niveles de corrupción de los que hablamos tardarían años.

—Pero no es imposible.

—Dime, querida ¿qué nación tendría a un humano como arma definitiva?

Tenía razón. En Líter la tenían a ella por una razón.

Hakone volvió a tomar su mano, acariciando su dorso con uno de sus dedos, mientras Shi-Vy la observaba con una mirada estupefacta. Probablemente ella no sabía que Ina también era un arma y se había enterado en ese momento.

—Hay que enviar a San a ver —concluyó el obispo entonces.

Hakone se mostró inquieto, pero no dijo nada.

—Si es que no es demasiado tarde.

Ina también podía ir a verlo. O eso pensó ella hasta que recordó lo que le había pasado aquella vez que vio a su primera mi-qua. Hambre, hambre y más hambre, pero no como la que describía Caeru como reacción al contacto con infinium. Quería comerse su alma.

Tragó fuerte. Cada vez las preguntas acerca de qué fati era ella se hacían más difíciles de contestar. No pertenecía a ninguno de los que conociera, tampoco se sentía identificada con nadie, solo con aquella figura con el agujero en el pecho que vio alguna vez en el templo.

¿Qué clase de fati sentiría la necesidad de tragar un alma?

—Señor obispo —dijo Shi-Vy suavemente, moviendo sus blancas orejas—. No puedo oír bien.

Ina se sintió extrañada, pero luego lo entendió.

Almas, muchas de ellas se dirigían hacia la cabaña.

❧ ⊱✿⊰ ☙

Dato curioso:

A Shi-Vy le encanta coleccionar cosas brillantes.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro