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Cuarenta


Adagio por los engaños

¿Por qué sopla así?

tan oscuro tu nombre

❧ ⊱✿⊰ ☙

Glosario. 

Fatis: No humanos.  Considera una forma

 más integral y corta para mencionar

 a feericos y felaias.

Caren(s): Tribu feérica con la capacidad de

 engañar los sentidos de las demás criaturas

 vivientes.Se caracteizan físicamente por

ser similares a los humanos, a excepción de las 

marcas comparables a tatuajes dorados que abarcan

 todos sus cuerpos. Son capaces de ocultarlo de ser necesario.

 Sujeto conocido: San.

❧ ⊱✿⊰ ☙

Aquella noche estaba intranquilo. No era normal que el rey Oryn lo llamara tan tarde.

Sus manos dolían por el frío, al igual que sus pies, por lo que es esperaba que dicha reunión no fuese tan extensa como acostumbraba a serlo. Siempre hablaba de lo mismo: más seguridad, más guardias, mejor entrenados, más armas, menos descansos, buscar a los kemono, rastrear fatis y asesinarlos como parásitos.

Pero ahora que estaban declarados a la guerra, la situación podría ser distinta, pese a que no estaba dentro de sus facultades perseguir a los enmascarados, sino solo mantener el palacio en "orden".

Tenía razones para creer que su trabajo no sería bien evaluado, pero no por su culpa.

Cuando supo del llamado, Asami se ofreció a acompañarlo. Ella había sido obligada a volver a sus deberes luego de la declaración pese a que aún su brazo no se encontraba recuperado, sin embargo, Hakone se las arregló para asignarle trabajos que no requirieran esfuerzo físico.

Y, honestamente, prefería tenerla cerca. Eran pocos los guardias bajo su mando quienes de verdad eran dignos de confianza.

Al llegar a la sala de reuniones dentro del palacio interior, pudo notar que era el último en llegar, pues tanto el rey como los otros tres comandantes ya se encontraban allí. Demani se escontraba sentado en  el costado izquierdo del rey con los brazos cruzados analizándolo con la mirada, como si buscara alguna manda que opacara su uniforme. Lyon solo se concentraba en mirarse las uñas, como si se aburriera de tan solo estar allí. Keaton se mantenía en silencio, observando hacia el frente con los dedos de sus manos entrelazados. 

Se pregúntó qué diría Ina de su alma.

Cada uno de sus iguales llevaba consigo a su mano derecha. Perfecto, no había sido el único; todos los muchachos acompañantes parecían nerviosos.

Luego de darle la bienvenida, el rey le indicó su asiento y se puso de pie.

¿Está en pijamas? —reflexionó él, puesto que vestía un amplio conjunto blanco bajo lo que parecía ser una bata roja.

El rey acarició su barba y contó a los presentes. Un hábito sin sentido que tenía, pues siempre eran mínimo cinco y máximo diez.

Aquel día eran diez, contando a la acompañante del rey, su hija, quien permanecía en silencio sentada junto a él y sin quitar la vista de encima a Hakone con una sencilla y diminuta sonrisa que, de alguna forma, aún era visible.

—Lamento sacarlos de la cama para venir conmigo hoy.

¿Sacarnos de la cama? Aun estábamos trabajando.

—Estamos para servirle, su majestad —respondió Demani. Los demás comandantes, incluyendo a Hakone, asintieron de acuerdo.

—Perfecto —dicho esto, el hombre juntó sus manos frente a su rostro para comenzar a hablar, volviendo a tomar asiento—. Hay un asunto urgente que necesito hablar con ustedes.

Los presentes solo se quedaron en silencio, esperando que el rey continuara hablando.

La incomodidad de Hakone iba en ascenso ante la mirada de la princesa, mirada que decidió ignorar mostrando un rostro de desinterés que solo él era capaz de lograr en una situación como esa. 

Pese a lo pequeña e inocente que era su apariencia, realmente le temía. No por lo que ella fuera a hacer, sino por la influencia que aquella mente retorcida tenía en su padre y en sus subordinados.

—¿Ustedes saben cómo se reproducen las alimañas?

Aquella pregunta los dejó pensativos a todos.

—¿Por huevos? —preguntó Demani, dubitativo.

—¡Por montones!, ¡son plagas en las aldeas más pobres!, ¡se comen todo y no dejan tranquilos a los aldeanos!

Demani volvió a intervenir.

—Entonces, ¿tenemos un problema de alimañas, su majestad?

Hakone no podía creer el poco intelecto de aquel ser humano. Y, al parecer, Keaton tampoco, pues pudo verlo cerrando los ojos al mismo tiempo que suspiraba.

—Por supuesto, comandante Dimeni. Tenemos un problema de alimañas aquí en el palacio, se reproducen por cientos, se roban nuestra comida y queman nuestras edificaciones y, dentro de poco, harán lo posible para apoderarse de este castillo.

—Imagino que tiene un plan para controlarlas, su majestad —reflexionó Lyon, entendiendo la metáfora del rey.

—En efecto. Y para ejecutarlo necesitaré la cooperación de todos. Quizás el menos útil aquí será el comandante Keaton, pero no deja de ser importante para la misión que les quiero encargar.

—¿De qué se trata?

El rey peinó su cabello hacia atrás. Aquella vestimenta que llevaba en ese instante lo hacía parecer más anciano, sin embargo, Hakone calculaba que debía tener alrededor de unos cincuenta años, pues las arrugas alrededor de sus ojos y las canas en sus patillas habían comenzado a aparecer hacía muy poco.

—Búsqueda y captura —respondió él apuntando hacia el cielo—. Necesito que concentren sus fuerzas en buscar a los enmascarados y los eliminen uno a uno. No importa si se trata de un miembro o no. Si es sospechoso, debe ser exterminado.

Hakone frunció ligeramente el ceño. Aquel plan implicaba un genocidio en su propia población. Jamás pensó que el rey sería capaz de llegar tan lejos.

—Sus deseos son órdenes —pronunció Demani inmediatamente.

—Como desee, su alteza —lo siguió Lyon.

Luego de un par de segundos de silencio, el rey dirigió su mirada a los dos sujetos restantes.

—¿Señores?, ¿comandantes Keaton, Sallow?

—¿El comandante en jefe sabe de estos planes, señor? —preguntó Keaton con cuidado.

—Sí y estuvo de acuerdo con esto. Lamentablemente no pudo venir a esta reunión para darles los detalles él mismo. ¿Alguna otra pregunta?

—¿Qué tan eficaz puede resultar este método? —continuó el comandante de las fuerzas marinas— Básicamente, debemos ejecutar a cualquier persona que pueda ser un enmascarado, con pruebas o no de que lo sea. Eso arrebataría las vidas de muchos inocentes.

—Es un riesgo que estoy dispuesto a tomar. Si quieres exterminar cucarachas no puedes evitar matar alguna hormiga o abeja en el proceso.

Keaton no supo qué responder, así que se mantuvo en silencio mientras ocupaba una postura pensativa sobre la extensa mesa oscura de madera.

—¿Señor Sallow?

—¿A raíz de qué evento surgió esta idea? No puedo evitar encontrarle sentido a la inquietud del comandante Keaton. Morirá mucha gente inocente.

—Tengo información que confirma que tenemos enmascarados y bestias entre nuestros trabajadores.

Necesitaba saber más de aquella información que tenía el rey.

—¿Bestias? ¿Cómo sería eso posible?

El rey suspiró.

—¿Usted recuerda a Cassie Penya? La mujer lagarto que usted mismo me entregó. Ella trabajaba para nosotros como sirvienta en los muros exteriores, usted lo sabe. Bueno, el caso de Abbey Ophelia es otro ¡Cuidando a nuestros niños! ¿Quién puede creerlo? ¿De verdad es posible que sean las únicas dos?

Evee. Estaba en peligro.

—Aun así, es difícil creer que puedan esconderse tan bien. Necesitarían ayuda, no son razas capaces de camuflarse.

—Ellos no, pero un Caren puede hacerlo —intervino la princesa— ¿Has oído hablar de ellos?

Un escalofrío recorrió su espalda. San. Sabían de San.

—Son extremadamente escasos.

—Pero son reales —apuntó el rey—. Y uno lo suficientemente poderoso es capaz de esconder a un gigante frente a nuestras narices.

San. Tenía que irse ya y advertirle.

Pero, ¿cómo obtuvieron esa información? Tuvo que morderse la lengua. Si preguntaba demasiado iban a sospechar de él.

—Entonces —continuó el monarca—, ¿entendidas las instrucciones? No les pedí que opinaran. Tendrán que hacerlo.

Demani y Lyon respondieron afirmativamente. Keaton luego de unos segundos que parecieron eternos, también lo hizo.

Hakone podía entenderlo. Tenía alguien a quien proteger: una familia, una hija pequeña. No podía permitirse ser desobediente.

Sin embargo, él se negó. No iba a apoyar esa masacre.

El rey mostró una blanca y amplia sonrisa.

—Sabía que Sallow se negaría. Has dado problemas desde que fuiste nombrado: demasiado bueno para ser un simple soldado, demasiado blando para ser un comandante. O quizás demasiado joven, la vida no te ha golpeado lo suficiente aún. Aunque, debo admitir que eras la mejor opción en ese momento, mucho mejor que los generales que te superaban en experiencia y habilidades.

No tenía ni idea.

—Recuerdo a tu antecesor, el comandante Rist Eveleine —continuó—. Un hombre virtuoso sin duda, muy hábil y sabía mantener a los suyos a raya. Me agradaba bastante. Hubiese preferido que se fuera de este mundo de otra manera.

En eso sí podía estar de acuerdo Hakone. Lo había visto enfermo; había visto como su piel poco a poco perdía el color y su cuerpo la fuerza. Nadie merecía irse así.

—... fue horrible darse cuenta de que era un traidor.

Esta vez, la expresión de Hakone sí cambió. ¿De qué hablaba? Rist había muerto de una enfermedad que devoraba su estómago poco a poco y jamás fue descubierto.

Nadie más que él y los kemono sabían que era el zorro.

Keaton alzó una ceja.

—¿Un traidor dice?

—Sí. Le dijimos al mundo que había muerto de una enfermedad. Es verdad, sí estaba enfermo, pero no murió por eso. Nos dimos cuenta de sus planes y lo obligamos a hablar. Aunque lo intentamos durante semanas no soltó ni una sola palabra, lo que es impresionante teniendo en cuenta su estado.

Hakone no sabía nada de eso. Solo supo que Rist había muerto gracias a un comunicado oficial del escriba del rey, lo que le había hecho mucho sentido en ese momento, pues incluso se había despedido de él y de San.

No tenía sentido... sin embargo, lo que decía el rey era bastante probable que fuese verdad. Rist no habría hablado incluso si le cortaban todos los dedos. No tenía a nadie más a quien perder y San y él, que habían sido como sus hijos en ese último tiempo, eran su gran secreto.

—Sería una pena tener que despedir a otro comandante así.

Hakone apretó los puños. No podía perder la calma en ese momento. Debía ser inteligente, como tantas veces le dijo Teresa. Ahora más que nunca debía mantenerse firme. Por ella.

Entonces, Demani intervino.

—¿Está diciendo que Sallow es un traidor?

El rey alzó las cejas.

—Comprobémoslo.

Keaton soltó una risa por lo bajo, para murmurar haciendo que solo Hakone lo oyera:

—Te niegas a un holocausto y te califican de traidor.

Él solo pudo encoger los hombros en respuesta.

El rey susurró algo al oído de su hija y esta salió de la habitación, para luego volver acompañada de una sirvienta y una niña que tenía alrededor de doce años.

¿Qué hacía ella ahí? Le había dicho que tuviera cuidado.

Llevaba puestas las mismas ropas que llevaba cuando la encontró vagando en camino al palacio desde el este. Ella jamás le había dicho su nombre ni qué hacía allí, solo le dio a entender que tenía hambre.

—Esta es Ana —la presentó el rey—. Bueno, en realidad no sé su nombre, pero digámosle así. La encontramos robando comida que fue desechada aquí, dentro del palacio. No es hija de ninguno de nuestros trabajadores y está demasiado sucia incluso para ser una huérfana de las que tenemos aquí. No sabemos cómo llegó al basurero, pero a juzgar de como te mira, comandante Sallow, podemos darnos cuenta de que tuviste que ver.

Maldición. Maldición. ¿Y ahora qué?

Hakone suspiró.

—La encontré vagando fuera de las paredes.

—¡Fuiste tu entonces!

—Sí, su majestad.

—Perfecto, eres perdonado —aplaudió el rey ante las miradas atónitas de Demani y la niña, cuyo pecho subía y bajaba por la tensión al respirar. —Sin embargo, no podemos dejarla sin castigo a ella. Es una ladrona. Tú la convertiste en eso.

—Sí señor.

—Vienes de Koica, ¿no es así? —Luego de ver a Hakone mover afirmativamente la cabeza continuó— Tengo entendido que las costumbres allá son algo diferentes a las nuestras. Aquí, nosotros apresamos a los ladrones; allá, los marcan.

Instintivamente, llevó una de sus manos a su muñeca marcada con tinta.

El semblante sonriente del rey se tornó serio de pronto.

—Tendrás de cortarle un dedo.

Amaia comenzó a aplaudir al mismo tiempo en que Demani mostraba una expresión de desconcierto, pero sonriente que le dio nauseas a Hakone.

Puedes hacerlo. Debes hacerlo, sino Teresa...

Cuando se puso de pie, la princesa le hizo un gesto, sacando un artefacto parecido a unas tijeras y un cuchillo afilado de su bolso.

¿Qué clase de persona llevaba algo así?

Respiró hondo una vez y tomó el cuchillo acercándose a la niña, quien comenzó a gritar frenéticamente en la estancia. Demani decidió ponerse de pie y tapar su boca mientras extendía una de sus manos sobre la mesa, obligándola a mantenerse quieta.

—Estarás bien —dijo Hakone, con intenciones de calmarse a sí mismo.

Sus palmas habían comenzado a sudar, al igual que su espalda. Tenía que hacerlo, lo estaban probando y si fallaba esta prueba todo su esfuerzo sería reducido a cenizas.

Tendría que irse antes de lo planeado, tendría que ir con Teresa y llevársela a un lugar lejano, tendría que romper su compromiso con las victimas del régimen del rey, con los kemono, con los bandidos que habían jurado ayudarlo. Tendría que dejar a Ina.

Cerró los ojos e inspiró, posando el cuchillo sobre el dedo meñique de la niña ante las miradas de todos los presentes.

Uno... dos...

—No lo haré, señor —dijo, finalmente, retirando con cuidado la presión del cuchillo de la piel de la niña—. Puede tomar mi dedo en su lugar.

El rey suspiró para luego volver a sonreír.

—Es lo esperable del hijo de una prostituta.

Aquella frase hizo click en su cabeza. Iba a matarlo, iba a hacerlo ahí mismo. Tenía el cuchillo en su mano y podía huir siendo bendecido con el factor sorpresa. No era malo escabulléndose pese a su tamaño, lo había hecho durante años y nunca había sido encontrado.

Nadie tenía el derecho de hablar mal de Keen. No de su madre.

Sin embargo, un pensamiento llegó a su mente, lo que hizo que recobrara la cordura: ¿Cómo sabía el rey eso? Él modificó toda su información antes de entrar como soldado a las fuerzas de orden.

Si sabía que era hijo de Keen, eso quería decir que sabía mucho más de él de lo que decía.

No necesitaba una prueba para saber que sí era un traidor. Lo sabía a ciencia cierta.

—¿De qué habla, su alteza? —fue todo lo que pudo decir.

—No te llamas Sallow Hakone, ¿cierto, Vein?

Estaba perdido. Les había fallado a todos.

Le echó un rápido vistazo a Asami, rezando por que desconocieran su secreto antes de tomar con fuerza el cuchillo y correr hacia la puerta de salida.

De inmediato, Demani se interpuso entre él y el umbral, alzando los brazos para impedir que pasara.

—¿Dónde vas?

Tenía que tomar una decisión rápida antes de que los demás se pusieran de pie, por lo que presionó la punta del cuchillo sobre una de las manos abiertas de Demani, atravesándola para quedar estampada en el umbral de madera que tenía detrás suyo.

Aprovechando los gestos y gritos de dolor, se abrió paso para lograr salir del salón. No le gustó deshacerse del cuchillo tan pronto. Pensó que, quizás, lo necesitaría más tarde, pero no tenía otra opción en ese momento.

Corrió por los pasillos del castillo ante las miradas de las sirvientas que aún no se enteraban de lo ocurrido sin saber realmente hacia dónde ir. Se maldijo por no haber estudiado el mapa de aquel lugar antes.

Mientras tanto, los hombres de Lyon deberían estar en su búsqueda. No podía permitir ser apresado por ellos, aún tenía muchas que hacer.

Encontró una habitación abierta de donde salía una mujer bien vestida, entró sin mirar a su alrededor, fijándose solo en la ventana que tenía frente a la entrada que daba a un balcón.

Entonces, pudo escuchar los gritos de los guardias.

En el balcón tenía dos opciones: Ir hacia arriba o hacia abajo. La caída era alta, equivalente a unos cinco o seis pisos, así que decidió trepar como pudo hasta el techo.

No podría esconderse allí mucho tiempo, los vigías de Lyon hacían bien su trabajo, no como los suyos. Cualquier movimiento extraño detectado activaría las alarmas y lo encontrarían en poco tiempo.

Observó a su alrededor buscando los puestos de aquellos vigías. Desde donde se encontraba, puso divisar a tres: dos a su izquierda y uno en frente. Se movió arrastrándose hacia la derecha, intentando hacer el menor ruido y movimientos posibles, sin planificar aún cómo iba a hacer para bajar.

Tenía un as bajo la manga, pero aquello implicaría delatar su ubicación.

—¡Por el balcón! —escuchó decir la voz de una mujer, probablemente la misma que se había topado al entrar a la habitación.

Rezó para que pensaran que se había lanzado, aunque descartó la idea de inmediato. Irían por él y lo encontrarían.

Se puso de pie nuevamente cuando se dio cuenta de que sus esfuerzos por mantenerse oculto habían sido en vano, al menos tres guardias habían subido al tejado tras él y mientras más tiempo pasara, más se sumarían.

Corrió sin rumbo, esperando que sus perseguidores no tuvieran armas de largo alcance.

Silbó con su mano izquierda cuando sintió una de las tejas deslizarse bajo sus pies, haciéndolo perder el equilibrio. Eso les dio tiempo a los guardias para llegar ante él.

Tres contra uno. No podría ganar ni siquiera teniendo las armas del zorro. Sallow Hakone solo acostumbraba a llevar una pesada espada que odiaba. Solo lo hacía por la norma.

Apresúrense, apresúrense —pensó, agitado.

Observó a sus cuatro oponentes. No iban a intentar asesinarlo, así que no pelearían con todas sus fuerzas ni usarían sus armas ofensivamente.

Pateó con fuerza la pierna de uno de ellos, haciéndolo rodar por el tejado inestable. El segundo blandió su espada, levantando sus brazos, lo que Hakone aprovechó para golpear sus costillas y darle algo de tiempo para ponerse de pie nuevamente y seguir corriendo.

Volvió a silbar y, entonces, los vio.

Decenas de aves negras sobrevolaron el castillo. Todos los presentes, guardias, sirvientes, civiles, se detuvieron a ver el espectáculo aunque fuera por un segundo antes de la lluvia de flechas que cayó sobre los guardias que cada vez eran más numerosos sobre el techo.

Hakone suspiró de alivio. Los cuervos habían llegado. Y con ellos, los bandidos que habían jurado cooperar con él.

Volvió a silbar. Y fue entonces cuando todos se dieron cuenta de que no eran cuervos normales, sino aves del tamaño de un caballo pequeño. Uno de ellos cayó en picada hacia donde se encontraba el zorro desenmascarado, volando lo suficientemente cerca como para que este lograra saltar al vacío y caer sobre el lomo del ave ante las miradas atónitas de los presentes que no sabían si dar crédito o no a lo que veían.

—¡Nuestra venganza sacudirá la tierra! —gritó uno de los bandidos que sobrevolaba la cabeza del rey y del herido Demani seguido de los gritos victoriosos de los demás jinetes alados con rostros cubiertos.

Mientras tanto, Hakone dejó que Ti-Kaya se lo llevara de aquel lugar, sabiendo que ya no tendría que volver a usar esa máscara que llevaba todos los días en Mihria y también siendo consciente de que su destino lo esperaba mostrando sus colmillos y garras.

Desabotonó la capa blanca que lo había acompañado por casi dos años y dejó que el viento se la llevara o la hiciera desaparecer.

Un peso menos sobre sus hombros.

❧ ⊱✿⊰ ☙

Dato curioso: 

Hakone es un limpiador compulsivo.

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