Catorce
Bajo la luz lunar carmesí
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Ina llevaba tan solo dos minutos en su nuevo trabajo en la biblioteca cuando comenzó a sentir una pesadez en su pecho.
Todo le recordaba a los sucesos del día anterior: las palabras del obispo, la muerte del Invunche y la pérdida de los hijos de Laurel. Aquellos recuerdos daban vuelta constantemente en su cabeza, impidiendo concentrarse.
Hakone la había ayudado a darles un entierro digno a los gatitos, para luego marcharse silenciosamente mientras ella aún lloraba sentada en la tierra con un fuerte dolor de cabeza que la hacía sentir como si su cerebro retumbara dentro de su cráneo.
—Lo lamento mucho por Laurel —dijo Ophelia cuando se enteró—. No soy capaz de imaginar qué me sucedería a mi si me entero de que Oliv está muerta. Probablemente queme todo el palacio —al no ver reacción en su compañera, continuó—. Cuidaremos al gatito que sobrevivió como si se tratara de nuestro hijo. ¡El hijo de las dos y de Laurel!
Aquello había animado escasamente a la chica. Sentía que le debía una disculpa a la gata por no haber estado pendiente. Ese día había sido la responsable de la pérdida de muchas vidas inocentes. Una de ellas a conciencia, pensando que era la mejor decisión, pero seguía lamentándose, solo era un niño.
—Un gatito con tres madres —respondió finalmente a Ophelia, hundiendo su rostro en sus rodillas mientras se sentaba sobre se cama.
—Nadie más tiene ese privilegio. Nos aseguraremos de que crezca fuerte y gordo.
Esa mañana, recogió una flor que se encontraba cortada en el piso frente a la cocina del palacio para ir a dejarla a la tumba improvisada de los bebés.
«Nadie más vendrá a llorar por ellos», pensó al retirarse, lo que era totalmente cierto.
—¿Vas a trabajar? —su jefe interrumpió sus pensamientos mientras aún intentaba elegir con qué libro trabajar primero— Si no escoges en cinco minutos, buscaré a alguien más competente. No tenía que haber contratado una mujer —murmuró alejándose.
El olor a libro viejo inundaba por completo su sentido en conjunto con el polvo y las miles de almas de insectos que era capaz de percibir dentro y alrededor de muchos de ellos.
La instrucción era simple. Solo tenía que buscar algún libro que estuviese en condiciones deplorables y copiar su contenido en hojas nuevas. En caso de haber un dibujo, dejaba el espacio para que alguien especializado en los trazados trabajara en esa parte. Podría elegir el libro que más le interesara, lo importante era avanzar con el cuidado de cada uno de ellos.
Apenas entró a la sección de libros para reescribir, uno de ellos llamó su atención, pues brillaba como el alma que cargaba en su espalda. Decir que expedían un aura idéntica se quedaba corto, pues Ina pensó en ello como si aquel libro tuviera un pedazo de lo que cargaba.
Cuando se acercó para tomarlo, sintió como su mano se prendía fuego, pero no había nada allí ni tampoco era algo que afectara las antiguas hojas escritas, eso hizo que se asustara para tomar el libro que se encontraba justo a su derecha, titulado "Cómo derribar a una bestia y salir ileso (con ilustraciones)".
El libro no parecía tan deshecho como el que había elegido en un principio, pero sí tenía severos problemas en los bordes mordidos de las hojas y muchas palabras tachadas que dificultaban la lectura.
—Inteligente decisión —murmuró el hombre detrás suyo—. No está tan roto como otros y tiene muchas imágenes, es un trabajo sencillo para comenzar y, si no puedes con este, es porque tendrás que irte. Empieza inmediatamente, por favor.
—Sí —respondió Ina.
—Sí, señor. ¿No te enseñan a hablar correctamente en el hoyo de dónde naciste?
—Sí, señor —se corrigió.
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—¡Finalmente!, ¡Confirmaron el festival de la luna de sangre! —Aline volvía a entrar con el periódico por completo abierto al laboratorio de herbología, mostrándole a todas, un dibujo que representaba la configuración de las distintas atracciones del evento.
—¿Dónde y cuándo? —Yunis parecía la más animada de todas.
—El sábado, frente al muelle —arrugó al nariz al pronunciar eso último—. Me gusta el lugar porque es amplio, pero habrá olor a pescado.
—El año pasado fue un caos por ser muy pequeño, no cometerán el mismo error —Tamara hablaba mientras vertía el contenido de una emulsión aún caliente sobre su recipiente.
—Casi muero ese día.
—¿Qué pasó, Yunis? —Ina sentía curiosidad, pero también quería quitarse de encima aquellos pensamientos que la perseguían por todo el día.
—Era un lugar muy cerrado y hubo un temblor. La gente corrió despavoría hacia todos lados —mientras Yunis hablaba, gesticulaba exageradamente con sus manos—. Muchas personas intentado salir se acumularon en las entradas y se aplastaron entre sí y finalmente muchas personas fueron pisoteadas por el pánico.
Ina recordaba los gritos de las personas cuando eran aplastadas por quienes aún peleaban en las batallas entre Líter y Zodinni. Una vez, sin ser consciente de ello, pisó el tobillo de un hombre que aún no moría y sintió como sus articulaciones rechinaban bajo su zapato.
—¿Qué te pasó?
—Nada, solo me dio miedo —Yunis emitió una sonora risa, al mismo tiempo que Tamara le lanzaba una mirada que claramente decía "trabaja".
Ina regresó revolver los aceites que Tamara le había encargado. En ese momento deseó ser capaz de hacer más cosas para mantener su mente ocupada, pues su estancia en la biblioteca había hecho que se distrajera mucho más que en ese lugar.
—¿Llevarás a tu novio, Yunis? —Aline parecía igual de ansiosa que Ina de entablar una conversación.
—¡Por supuesto! Como acabo de enterarme aún no le pregunto si iremos, pero espero que se anime.
Sus compañeras se miraron a los ojos sin decir nada por un segundo.
—¿Quieres decir que sí él no va, tú tampoco? —Tamara pronunció sus palabras con cuidado.
—Claro. No le gusta cuando hago cosas sin preguntarle, mucho menos salir.
Volvió a reír, pero esta vez parecía un susurro forzado. Ina sintió que algo no estaba bien.
—Te desconozco. Antes habrías dicho que no te interesa y que irías igual.
—Pues la gente cambia cuando encuentra el amor.
—No, no lo hace. Y cuando pasa es porque algo malo está sucediendo —Aline parecía preocupada.
—¿Qué sabes tu del amor si estás tras un hombre que planea acostarse con tu compañera?
—¡Yunis!
Tamara dio un fuerte golpe en el mesón, haciendo que Ina se salpicara unas pocas gotas de aceite sobre el delantal. Era la primera vez que usaba uno y lo agradeció, no podría volver a comprar otro uniforme ni quitar las manchas amarillentas de la blanca blusa.
El laboratorio se mantuvo en silencio por algunos seguros. Podían escucharse las respiraciones de cada una y los ligeros temblores de las piernas de Aline que se proyectaban sobre el mesón. Así se mantuvieron hasta que Yunis decidió hablar para romper el silencio que ya se volvía incómodo para todas, incluso para Ina.
—Ina, querida. ¿Irás al festival?
Pensó en Ophelia, quería salir a divertirse con ella. Lo necesitaba y exponerse a la energía de la pequeña Oliv no le vendría para nada mal.
—Imagino que sí —contestó.
—¡Sí! Imagino que no tienes nada para vestir, así que te prestaré algo.
—Tu solo quieres jugar con ella como si de una muñeca se tratase.
—Solo porque ustedes nunca me dejaron.
Esa tarde se sentía especialmente cansada. Llevar dos trabajos no era sencillo, a pesar de que ninguno de los dos le suponía un gran esfuerzo. Pasó a ver nuevamente la tumba de los gatitos, cuando se le ocurrió que el pequeño fallecido en sus manos jamás tendría un entierro digno.
Decidió cavar un pequeño agujero con sus dedos desnudos y buscó a su alrededor. No pensaba en enterrar el regalo que el chico le había dado por aceptar ayudarlo, por mucho que fuera lo más cercano a él que tenía. No sabía su nombre, ni su edad, solo su título.
Pensó en él, en su aspecto y cómo había sido de haber podido evadir su destino. Un niño de unos diez años corriendo detrás de otros de su misma edad y manchando su ropa con pasto y barro para luego llegar a su hogar solo para ser regañado por su madre. Jugar con insectos y mostrárselos a quienes les tenían miedo. Reír por los chistes aburridos creados por él mismo que nadie entendía. Sentirse pleno gracias al amor recibido de su madre en conjunto con sus caricias cálidas y un pequeño beso en el pelo seguido de un "te quiero mucho".
Abrió sus ojos, sintiendo una ligera incomodidad. ¿Cómo sabía lo que se sentía ser querida por una madre y jugar en la infancia? Toda su vida la había pasado dentro de una celda fría y solitaria, hablando solo con ella misma y con su conciencia que no dejaba de gritarle por todas las decisiones que había decidido no tomar.
Pero...antes de eso había algo. Tuvo una madre, había visto el sol, había jugado con insectos y se había manchado sus ropas de pasto y barro.
Su cabeza comenzó a doler. Tenía un nombre, pero no la recordaba. Había una mujer que le sonría y le fruncía el ceño. Parecía tan lejano. ¿Dónde estaba ella? Lo sabía perfectamente, la había asesinado.
Cavó un segundo agujero al lado del que había hecho recientemente. Se puso de pie y, desesperadamente comenzó a buscar a su alrededor. Solo había hojas y flores cerca de ella, eso serviría. Tomó una hoja seca y una flor pequeña y sola.
En el primer agujero puso la hoja seca. Era pequeña y sentía que representaba perfectamente al chico. Su final había llegado demasiado pronto, e iba a hacerlo de todas formas, pero de una forma dolorosa y triste.
«Tobías», escuchó.
Miró a su alrededor, buscando a alguien más que hubiese sido capaz de hablarle al oído, pero no había nadie. Poco después lo entendió.
—Tobías —repitió en voz baja, cerrando los ojos frente a la tumba. Ese debía ser el nombre del muchacho, no tenía ni idea de cómo lo sabía, pero no importaba. Solo pensaba en devolverle la dignidad que sentía que merecía.
Tapó el agujero y escribió su nombre sobre él con una rama. El tiempo lo borraría, al igual que su recuerdo ante los mortales, pero ella sería capaz de darle significado a ese nombre, a esa hoja seca enterrada.
Cuando puso la flor en su lugar rompió a llorar. La echaba tanto de menos, todos esos años que había estado sin ella, todos los días sentía que la necesitaba.
—Ireia —murmuró, entre sollozos—. ¿Cómo fui capaz de olvidarte? Perdóname.
Su madre. Quién no la había tenido biológicamente, pero que se hizo cargo de ella. Le enseño lo básico sobre las plantas y sus usos. Jugó con ella en la tierra y en el agua, también la regañó y la hizo reír. Era una de ellas, una de las doce mujeres que la acompañaron durante sus mejores días y ahora no estaban, por su culpa, por su error.
La echaba tanto de menos. No era capaz de recordarla totalmente, pero su voz y su rostro eran reemplazados por los de Ophelia, fue entonces cuando entendió lo muy afortunada que era de tenerla. Su amiga había sido durante esos días como una madre para ella. ¿Qué haría si la perdiera?
Cuando regresó a su habitación, su compañera ya estaba allí, acompañada de su hija, con quien jugaban cantando al ritmo de unas palmas compartidas.
—¡Buenos días, cariño! —saludó— ¿Cómo estuvo el trabajo?
Ina sonrió. No sabía que le pasaba, pero culpaba a Oliv de todo su buen humor. Laurel amamantaba a su única cría mientras dormía.
—¡Ina! —gritó Oliv— ¿Te sabes el yacayaca?
—¿Qué es eso?
—Un juego de palmas —respondió Ophelia— por favor, juega con ella. Se me acalambraron los brazos.
Era impresionante sentir el contraste que se percibía en esa habitación. De un lado, una madre que perdió a sus hijos, cuidando a lo único que le quedaba en el mundo. Del otro lado, una madre feliz con su única hija, que también era la único que le quedaba. Ella era una hija que lo había perdido todo, pero que había encontrado una madre en el reflejo de su amiga. Distintos escenarios y distintas heridas, contradicciones que coincidían en un punto importante: la necesidad.
—Ophelia —comenzó, mientras la niña le daba las instrucciones acerca de cómo jugar— ¿Llevarás a Oliv al festival?
La madre, quien estiraba muy animosamente, cambió de semblante de un momento a otro, pasando de estar visiblemente contenta a mostrar una expresión de preocupación.
—No la llevaré.
—¿Por qué no?—pensó que quizás, se trataba a una restricción de sus visitas.
—Tu tampoco vayas. Y, si hay alguien que te importe, dile que tampoco lo haga.
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La semana pasó muy rápidamente. El mantenerse ocupada, ayudaba a Ina a concentrarse en lo que hacía y así, no invertía tanto tiempo en pensar en sus más recientes heridas. Sin embargo, al regresar del trabajo, visitaba las tumbas todos los días.
El sábado en la mañana, alguien tocó su puerta.
—Ina, ¿estás ahí? —era la voz de Yunis.
Había planificado trabajar en la biblioteca ese día, haciendo caso a la sugerencia de Ophelia, por lo que simplemente no se había mentalizado con la idea de ver a sus compañeras ese día.
Abrió la puerta y vio a la chica con una enorme bolsa en sus brazos. La invitó a pasar.
—Te traje lo que te prometí. No me digas que ya elegiste que vestir.
—No —se limitó a responder—. No iré hoy.
Yunis se cruzó de brazos y frunció el ceño.
—Es una broma, ¿cierto?, ¿por qué no? Será divertido y si hay alguien que de verdad necesite algo como esto eres tú... Y Aline, pero ella si irá.
—Yo... tengo un mal presentimiento. Quizas ninguna de nosotras debería ir.
No iba a decirle que Ophelia parecía estar advirtiéndole acerca de algo.
—Un mal presentimiento. Ok. Si es por lo que dije a Aline la otra vez, perdón. No quiero que pienses mal y evites a personas solo por mí.
—¿Qué? —De verdad no entendía a qué de refería.
Yunis rio.
—Olvídalo, no se trata de lo que dije. ¿Crees que algo malo puede suceder? No te preocupes por eso, es normal que surjan problemas, además, estaremos rodeados de militares que nos cuidan, ya no solo los gordos guardias del palacio.
Ella de verdad quería ir. Pero no podía ignorar la advertencia de Ophelia solo por su deseo. Podría estar en juego su seguridad y la de sus compañeras.
—¿De verdad quieres ir? —preguntó Yunis.
—Sí.
—Entonces vamos, estaremos juntas todo el tiempo, no tienes de qué preocuparte. Y si las cosas se ponen extrañas, solo nos vamos y ya.
Estaba viendo un lado diferente de su compañera. Era cálida y amable, muy distinta a la conflictiva que solía ver en el laboratorio. Le gustaba esta faceta de Yunis.
Ina asintió, finalmente, aceptando su propuesta. Si algo salía mal, solo se irían.
Yunis aplaudió y abrió su bolsa. —Pruébatelos y escoge el que más te guste.
Se decidió por un vestido rosa claro, largo hasta sus tobillos, que dejaba ver sus brazos y su cuello en un pequeño escote V que no mostraba más de lo que ella consideraba cómodo. Yunis recogió la mitad superior de su cabello en una delgada coleta y la observó detenidamente.
—Si esta noche no vuelves con un hombre a la habitación, me retiraré. Te ves hermosa.
Ina creyó sonrojarse un poco.
—Gracias. Pero, ¿puedo volver sola?
Su compañera no fue capaz de contener la risa.
—Sí, si así tú lo prefieres.
Como el evento comenzaba en las últimas horas de la tarde, decidió dedicar su día al plan original, trabajar en la biblioteca. Cuando llegó la hora en que acordaron juntarse frente a la habitación de Aline, regresó para darse un baño y vestirse, incluyendo el pin que Hakone le había regalado en su atuendo. Le encantaba como se veía.
Cuando lograron encontrarse, se dirigieron hacia el lugar anunciado, en compañía de Kairos, el novio de Yunis. Nunca lo había visto, así que se tomó la molestia de concentrarse en él. Tenía un alma que le parecía bastante normal, pero con un poco más de rojo de lo que acostumbraba. Parecía una persona algo irritable e intolerante a la frustración, la misma impresión que le dio cuando su novia habló de él la última vez.
Era físicamente atractivo, no muy alto, pero tampoco bajo. El color de sus cabellos era rubio, un poco mas oscuro que el suyo y sus ojos cafés con largas pestañas. Lucía un brillante aro azul en su oreja derecha.
Durante el camino, las chicas no dejaban de alargarse entre ellas por lo bellas que se veían esa noche. Yunis llevaba un vestido verde, largo y Aline uno de color amarillo con tirantes que mostraba ligeramente sus rodillas.
Ina se sorprendió cuando se vio a sí misma salir del palacio. Desde que había llegado, no había puesto ni un solo pie fuera de él, pero pronto comprendió que se encontraban en dirección correcta, pues el evento se encontraba junto a la playa.
El lugar estaba lleno de personas que saltaban y bailaban felizmente, al mismo tiempo que otras se mantenían tranquilas conversando con sus conocidos mientras comían. Pudo ver niños correr libremente caerse sobre la arena para luego ser levantados por sus madres, quienes les limpiaban sus rodillas para que pudieran seguir jugando.
Sentía cierta nostalgia.
—¿Les parece si nos quedamos en la taberna mientras esperamos la Luna? —sugirió Kairos. Era la primera vez que lo escuchaba hablar.
—¡Sí! —exclamó Yunis— Necesito algo para beber.
—No beberás alcohol, no me gusta.
Ina sintió la mirada de Aline.
—Claro, amor. Solo jugo —parecía decepcionada y triste, pero sin querer mostrarlo.
El interior de la taberna era ruidoso y alegre. Por alguna razón, Ina imaginaba que se trataría de un lugar sucio y lleno de hombres, pero le sorprendió ver que todo estaba impecable y que eran las mujeres quienes dominaban el lugar.
Una de ellas se le acercó repentinamente.
—¡Oye! Que hermoso ese pin, ¡es carísimo!
Por el evidente aroma a alcohol, supuso que ella no se encontraba del todo bien, además de que casi podía ver uno de sus pechos salir de su escote.
Conversaron durante horas, mientras esperaban el aparecer de la luna roja. Así, se enteró de que Kairos era un guardia que llevaba en ese puesto tan solo tres años, tenía dos hermanos y había sido criado por su madre soltera. Aline era la hija de un importante mercader de mariscos de la zona, pero que gracias a él y a un evento con "monstruos" no lo había pasado bien durante su adolescencia. Por su parte, Yunis había nacido en el palacio, pero así que no conocía mucho más allá de las paredes, pero deseaba con todas sus fuerzas el juntar dinero suficiente para marcharse.
—Yunis, perdona si me atrevo mucho con esta pregunta, pero ¿por qué no te has cortado el cabello?
Yunis solía llevar su cabello corto, mostrando sus orejas, pero desde hace unos días que habían notado que lo había dejado crecer, algo inusual en ella.
—Pues, hace tiempo le pregunté a Kairos cómo le gustan las mujeres y me respondió que femeninas y de cabello largo. Así que decidí dejármelo crecer.
Ina observó a sus acompañantes, Yunis parecía ligeramente nerviosa y Aline solo asentía, pero pudo sentir la mirada intimidante de Kairos hacia ella. No quiso voltearse a ver.
Una mujer gritó dentro de la taberna que la luna había comenzado a teñirse. Apresurados, salieron de la taberna para ver el espectáculo.
No podía dejar de mirar la luna, la consideraba simplemente hermosa, pero, cada vez que iba cambiando de color hacia un rojo sangre, sentía dentro de ella algo extraño, como si su cuerpo estuviese cambiando. De pronto, sus sentidos se agudizaron, todo era mucho más claro y las almas parecían más encendidas que nunca. Era capaz de captar incluso las pequeñas almas de los peces que se encontraban en el mar, a varios metros de donde se encontraba ella.
Esa sensación duró tan solo unos minutos, hasta que sintió un dolor en su corazón. Miró hacia los lados y todos sus compañeros solo miraban hacia arriba, encantados con el espectáculo.
Cuando la luna regresó a su tonalidad original, luego de los vitoreos y a aplausos, los chicos regresaron a la taberna, pero Ina quiso quedarse a seguir mirando y sentir la brisa. Se sentía tan bien allá afuera, pero Yunis protestó diciendo que iban a estar juntas toda la jornada.
—Estaré bien —respondió.
Así, mientras los demás bailaban, dentro y fuera de la taberna, al ritmo de los tambores y guitarras, Ina se sentaba en la arena observando la luna.
Se trataba de una diosa, sentía que quería pedirle y agradecerle cosas, pero no sabía que decir. Así que solo observó.
No pudo evitar sentir una y varias almas conocidas cerca de ella, pero no la de Ophelia. No la había visto en todo el día.
Sim necesidad de mirar hacia los lados, supo que Hakone se encontraba frente al mar, sentado en la arena, solo, justo como ella. Meditó sobre si acercarse a él o no durante unos minutos, pero finalmente decidió ponerse de pie y caminar.
—¿Acaso estoy recibiendo una muy agradable visita? —pronunció primero él.
—Pensé en acompañarlo.
Hakone, quién había mantenido su mirada en las olas del mar, se volteó para verla. No pudo evitar una sonrisa cuando vio lo que llevaba puesto.
—Estás usando el pin, ¿te gustó?
—Sí, muchas gracias.
—No pienses que fue un regalo de consuelo, solo quería dártelo.
—No lo había pensado.
Se quedaron en silencio unos segundos, pero al contrario de lo que ambos esperaban, no era incómodo, sino que, muy por el contrario, los calmaba y los hacía sentirse cómodos con el otro.
—La luna está hermosa —dijo Hakone, rompiendo con aquel silencio.
—Si. Nací una noche de luna de sangre.
Ina no tenía ni idea de cómo sabía ese dato.
—¿De verdad? Justo como hoy.
—Sí. Me gustó mucho verla, no sabía que se teñiría por completo.
Hakone abrió los ojos, observándola.
—¿Nunca habías visto una?
Ina negó con la cabeza. Sabía que sucedía de vez en cuando, lo había oído cientos de veces, pero nunca había tenido la oportunidad de verla, era un evento único para ella.
—Mi hermana nació un día de lluvia.
El rostro de Ina mostró un repentino y genuino interés.
—¿Tienes una hermana? —dijo mientras Hakone veía como sus ojos brillaban al mismo tiempo que acercaba inconscientemente su rostro hacia él.
El comandante vestido con ropas casuales volteó el rostro para evitar que viera el tono colorado de sus mejillas.
—Sí, es mi hermana mayor, vive con mi madre.
—¿Cuál es su nombre?
A Ina le interesaba mucho saber acerca de una hermana de él. Por alguna razón la imaginaba como alguien digna de admirar y sentía muchas ganas de conocerla.
—Teresa.
Decidió callarse, cuando sintió que aquellas manchas azules de su alma se acentuaban mucho más. Hablar de ella lo ponía triste, tal como lo había visto en Ophelia, Laurel y en Tobías.
Muy al contrario de lo que esperaba, siguió hablando, esta vez con la mirada en la luna.
—Cayó en un coma hace años y no ha despertado. Yo aún era un niño, pero la recuerdo bien, fue por ella que decidí trabajar duro, es mi manera de cuidarla.
—Perdón, es algo que te pone triste.
—¿Sabes qué me hace muy feliz? —su expresión había cambiado, pero su alma continuaba igual— Ya me has tuteado dos veces hoy.
Ina apretó la arena en sus puños. No se había dado cuenta de que se había comportado con tanta confianza ante él, pero no sentía arrepentimiento, se sentía sorprendentemente... bien.
—¿Puedo preguntar algo? —al responder afirmativamente, prosiguió— ¿Cómo le... cómo te gustan las mujeres?
Hakone se llevó una mano a su rostro, sabía que estaba por completo colorado y deseaba que la luz de la luna no fuese suficiente para que Ina se diera cuenta. Un momento después se dio cuenta de que probablemente no se tratara de lo que pensaba, no era posible que esa chica le estuviese intentando coquetear, menos sin inmutarse teniendo en cuanta de que no era capaz de dejar de tratarlo de "usted".
—¿Por qué me preguntas eso?
Ina hundió su rostro entre sus rodillas.
—Una amiga está cambiando su forma de ser porque su novio le insinuó que le gustan las mujeres que no son como ella.
—Pues ella debería huir de ahí. Creo que es un mensaje claro de que quiere moldearla a su gusto.
—¿Eso es malo?
—Si no es lo que ella quiere, sí.
—Entonces tendré que decírselo.
—Será difícil pero sí.
—Gracias.
Durante un silencio doble, se pudo escuchar, aún lejos, un agudo sonido, similar a un pitido, seguido de gritos que se mezclaban con la música.
Las personas que se encontraban cerca se miraron entre sí con pánico y algunos comenzaron a huir, gritando palabras inentendibles. Los hombres uniformados de un color verde oscuro que se encontraba a cuidando el evento, se pusieron en alerta.
—¡Corre, Ina!, ¡No te veas involucrada en donde no quieres estar!
Cuando vio una luz verde saliendo de entre los árboles, se dio cuenta exactamente de lo que iba a suceder. Entre las decenas de almas, pudo reconocer un par, pero una de ellas brillaba más que el resto, un alma que no supo si hacerla sentir aliviada por haberla encontrado al fin o miedo por las circunstancias.
Ophelia.
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