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Capítulo 11 | Ataque

Un par de semanas transcurrieron. Los nuevos se acostumbraban al cambio y ya daban señales de mejoras. Alan se unía de vez en cuando a mis lecciones, mas la mayoría del tiempo se la pasaba a cargo de Caitlin. La acompañaba a los pueblos, para robar suministros, secuestrar humanos, o reclutar. Parecía que estaban preparándose para una guerra.

—¿No sabes a dónde vamos? —le preguntó Alan a Arsen.

—No. Tenemos que esperar qué dice Thomas —respondió.

Nos encontrábamos junto con un numeroso grupo en la fachada de la instalación. Estaban alrededor de quince Descendientes de Imm experimentados, dos Kaanes, diez Malditos de Aithan y mis estudiantes. Era una noche oscura y de abundante brisa. Había una espesa capa de nubes que anunciaban una tormenta próxima.

Thomas abandonó del edificio en compañía de Darwin. La expareja de Monique se perdió en el bosque.

—Los reuní porque esta noche vamos a atacar un campamento de Arcturus. Según fuentes, sus jóvenes decidieron acampar en el borde del bosque Avok y entre ellos está Samuel, el siguiente en la línea de sucesión. Tienen poca protección porque salieron del corazón de su territorio sin autorización. Son rebeldes y nos aprovecharemos de ello.

No solo esa semana habían dejado de incluir acónito en nuestros alimentos porque confiaban en nosotros, sino también porque iríamos a una misión. Ya había abducido a Drake, el alfa de los Cephei, así que ahora irían por el heredero de la manada vecina, los Arcturus, los guerreros de la región.

«Cada vez nos hundimos más. Seremos cómplices en el secuestro de Samuel».

«No hacerlo no nos hará menos traidores a los ojos de los demás».

—Pueden divertirse con los demás, pero quiero a Samuel con vida —agregó el líder.

Hizo pasar entre la multitud un pañuelo y una fotografía del blanco. El olor a óxido y su rostro moreno enmarcado por mechones oscuros fueron familiares. Tuve la oportunidad de verlo en un par de ocasiones visitando la instalación de los Cephei.

Con todos habiendo tenido acceso a los objetos, se subió a su vehículo acompañado de Caitlin y otros más cercanos a su círculo. El resto nos repartimos en camionetas y vanes. Había unas cuantas horas de viaje, por lo que ir a pie solo generaría un cansancio innecesario.

Cerca del destino, los automóviles se dejaron a un costado de la carretera. Los hombres lobo nos deshicimos de nuestras prendas para cambiar a nuestra forma cuadrúpeda. Los vampiros se agruparon e iniciaron el trayecto sin decir nada. Nuestra especie los siguió, con Arsen en la cabeza.

A diferencia de los Hijos de Diana, los Malditos de Aithan tenían un aspecto más aterrador. Conservaban la capacidad de desplazarse en dos patas, pero se movían jorobados. Sus músculos, su cuello y el área de la boca se ensanchaban. Sus orejas se volvían puntiagudas, sus dientes y garras eran igual de filosas. Y entre todo el mar de vellos gruesos de tonalidad oscura, resaltaban esos ojos ensangrentados dignos de cualquier demonio.

En cuanto a los otros ámbitos, eran más individualistas. No podían comunicarse telepáticamente, sino que mantenían la posibilidad de hablar, solo que de forma más bestial. Los que no cooperaban con los clanes, normalmente eran solitarios. Además pecaban con su sed de sangre e incluso de carne humana.

Avancé sin separarme de Alan, en el medio del grupo, entre los experimentados y los nuevos. Debido a sus patas menos desarrolladas debía frenarme un poco para mantener su ritmo. Ya había visto su aspecto convertido, pero no dejaba de sorprender por su tamaño inferior y el blanco de su pelaje.

El viento soplaba con fuerza. Ningún hilo de luz plateada se colaba entre los árboles. Ya estábamos en territorio Arcturus, en el bosque Avok, muy cerca de la frontera con los Cephei. Se oía la risa de adolescentes. Se veía el brillo emanado por el calor de las fogatas y se olía la madera quemándose de las mismas. Se distinguían las figuras de las carpas en la distancia entre los espacios de los troncos.

Nos detuvimos. Y, por una orden que tuvo que haber dado Thomas, nos esparcimos por el perímetro para atacar desde todas las direcciones y de esa manera no dejar vía de escape libre.

Me costaba creer que un heredero a alfa fuera tan imbécil. Los Arcturus no manejaban la cesión de línea como los Cephei, donde si la línea de sucesión principal no poseía un sucesor maduro para reemplazar al alfa, la próxima familia en la estructura jerárquica tomaba el control. Ahí el puesto se ganaba peleando y el único requisito era tener un hijo que pudiera sustituirte. Samuel era el único hijo varón de Manuel Harcos, el alfa en ese entonces de los Arcturus. Si él moría, Manuel tendría que ser despojado de su posición, produciendo inestabilidad en la manada.

«Trata de herir y dejar inconsciente. No mates a menos que no haya otra opción», le dije a Alan.

Una cosa era matar a rehenes y a aprendices, otra a miembros de manadas aliadas. Cuando todo eso acabara, cargar con muertes de Hijos de Diana pasaría sin dudas su fractura. En secreto me propuse encontrar a Samuel primero y ayudarlo a escapar ideándomela para no levantar sospechas.

«Mi plan es evitar que me asesinen. Solo eso», respondió.

Pude contar diez tiendas sencillas que rodeaban una principal algo más elaborada. Para mí fue obvio que el objetivo debía encontrarse allí: en el centro de todo y con las mejores comodidades.

Tensé los músculos con la vista puesta en mi meta. En cuanto escuchara la señal saldría disparada y arremetería contra cualquiera que se interpusiera en mi camino.

Se oyó un grito de horror, causando que los sonidos de diversión se apagaran. Mis cómplices entraron en acción y yo los imité. Maniobré entre los árboles hacia la línea de arbustos que me separaba del campamento y la salté. Ya gemidos y ruidos de lucha habían sustituido el ambiente, decorados con el aroma a sangre.

El cierre de la carpa a mi derecha se abrió, dándole el paso a una chica en pijama y cara somnolienta. Al verme y al volverse consciente de lo que sucedía a su alrededor quedó petrificada. Yo doblé las patas traseras y le mostré los colmillos con un gruñido rabioso. Ella retrocedió, una actitud indigna para una Arcturus.

Continuaba enfocada en la muchacha cuando fui embestida. Impacté contra los arbustos, las ramas dolorosamente clavándose en mi lomo. Me reincorporé de inmediato, sacudiendo la cabeza para que dejara de dar vueltas.

Desde el sitio donde yo había estado segundos antes, me observaba con furia un enorme lobo negro con manchas blancas. Samuel tenía en cambio reflejos dorados, por lo que no era lo que buscaba.

Adopté su postura amenazante, sin retirar el contacto visual. Comenzamos una especie de danza mortal, moviéndonos en círculos, manteniendo unos tres metros separándonos, esperando que el otro atacara primero.

En sus ojos amarillentos, en sus pupilas dilatas con ira, podía ver las ganas que tenía de arrancarme la garganta. Lo que más debía afectarle era mi aspecto de Hija de Diana, lo que me convertía en una traidora que por alguna razón aún conservaba el manto de la diosa. Era el peligro que podía ser como excusa para que los cazadores decidieran perseguirnos de nuevo.

Su error fue cansarse de atrasar el momento, de escuchar a sus camaradas batallando y muriendo. Vino hacia mí con descuido. Pude esquivarlo y él acabó chocando contra la tienda de la chica.

El artilugio se vino abajo. De hecho, a la mayoría les ocurrió lo mismo. El lugar se había transformado en un campo de mordiscos, rasguños y golpes letales. Me distraje por un instante intentado localizar la bola de pelos blanca, sin embargo, no tuve éxito.

Mi contrincante regresó a encararme. Todavía lucía un poco desorientado y yo estaba ansiosa por terminar con la pelea. Fui hacia él para arrancarle un buen trozo de carne y dejarlo fuera de juego. Pude tumbarlo y estuve por hundir mis dientes en su estómago, mas un dolor estallando en mi pata trasera me desconcentró.

Me había mordido. Chillé y él hizo más presión.

Busqué con desespero su abdomen. Abrí el hocico todo lo que pude y clavé mis caninos hasta el fondo. Su cuerpo se contrajo, pero no paró de morderme. Yo tampoco iba a ceder. Le di varios mordiscos, la sangre tibia y amarga disgustándome.

En un decido intento, halé con fuerza para desprender un pedazo de él. Un gemido ahogado se hizo presente al cumplir con mi cometido. Él cambió de estrategia y me liberó para enfocar sus energías en alejarse.

No obstante, no lo solté. Seguí mordiendo y quitándole trozos de su cuerpo. Trató de morderme de nuevo, pero pude evitarlo. Le causé bastante daño y en un momento determinado su lucha cesó. Al desviar la mirada a su rostro me percaté de sus párpados cerrados y de las palpitaciones débiles de su corazón. Al desencajar mis colmillos y retroceder con cautela, mi adversario por fin vencido recobró su forma humana, permitiéndome apreciar mejor la gravedad de las heridas que le provoqué.

Acabé por apartarme. Por las próximas horas no daría más batalla. Seguía con vida y si tenía suerte iba a poder sanar. Al desplazarme tuve que hacer un esfuerzo por ignorar el dolor en mi extremidad. La mordida había sido profunda y me encontraba perdiendo una cantidad considerable de sangre.

Ya había cuerpos sobre la tierra. Algunos del clan, incluida una de mis alumnas, pero la mayoría de los Arcturus. ¿Qué podía esperarse? Eran unos chiquillos con entrenamiento, mas sin experiencia.

No había transcurrido muchos metros cuando volví a ser lanzada contra el suelo. En esa ocasión se trataba de una hembra que me aplastaba con todo su peso sobre una capa de rocas cortantes. Mientras su aliento se aproximaba a mi cuello, una mancha blanca la golpeó con fuerza para alejarla de mí.

Me maldije a mí misma. Me había vuelto descuidada esos años de inactividad. Arthur estaría decepcionado, incluso el idiota de Drake. No podía permitir que siguieran sorprendiéndome así. El próximo error podía convertirse en el último.

Alan la tumbó al piso y le mostró la dentadura de manera amenazante. La mujer le rugió antes de correr a embestirlo. Él esquivó el choque, pero eligió aferrarse con sus dientes a la pierna de su adversaria. Así inició una batalla más de sacudidas y arremates mortales.

«Vete. Encuentra a Sam», instruyó.

La agresora alcanzó a morderlo cerca del ojo, desatando un río de sangre. Él soltó un gemido empujándola. Contraatacó guindándosele en el cuello.

Entre los dos podíamos acabar con ella, sin embargo, cada segundo perdido eran menos oportunidades para rescatar a Samuel. Me conformé con el hecho de que el rubio parecía capaz de controlar la situación y seguí hacia mi meta.

Me tomó unas cuantas zancadas más para llegar a la tienda rectangular. Había iluminación en su interior, escasa, pero existente. Moví con la cabeza con cuidado uno de los dos pliegues que servían como entrada.

La luz era proveniente de velas desplegadas por el suelo y las mesas cubiertas por manteles. En el centro yacía una bolsa de dormir abierta, con sábanas y almohadones encima. Había comida y flores alrededor. Algunas mochilas estaban agrupadas en una de las esquinas. La fragancia dominante era la de Samuel mezclada con la de alguien más, no obstante, el lugar se encontraba vacío.

Tropecé con una carpeta grisácea repleta de papeles. Decidí regresar a mi cáscara humana por un momento para ojear su interior. Podía ser información importante que no debía caer en manos de los vampiros.

Las heridas, sobre todo en mi costado izquierdo y la más profunda la de mi pierna, se hicieron visibles. Cojeé un poco al acercarme a una de las velas para poder detallar mejor el contenido.

Eran informes y testimonios sobre avistamientos extraños en el bosque, haciéndose más frecuente cerca de la Montaña de las Almas. Había fotos de una especie de neblina púrpura esparciéndose entre los árboles y de animales huyendo de ella. También se hablaba de cuerpos mutilados y desapariciones de lobeznos.

Un escalofrío me recorrió. Las palabras de Amanda retumbaron en mi mente. Ella fue hallada al pie de esa montaña.

—Date la vuelta. No intentes nada o te juro que te mueres —dijo una voz femenina a mis espaldas.

Antes de que hablara yo ya había notado su presencia, mas demasiado tarde. Cerré la carpeta con lentitud y me levanté para verla. Una chica de baja estatura con rizos rojizos era quien me apuntaba. Sus pequeños shorts de mezclilla y camisilla blanca estaban sucios con manchas de lodo y sangre. La había visto antes, años atrás, en una foto oculta en la billetera de Kevin.

—Cometieron un error al venir aquí y les costará muy caro, traidora —escupió.

—¿Llevaste a Sam a un lugar seguro? —pregunté alzando las manos—. Dime que fue así, Emily.

Su expresión de odio flaqueó por un instante ante el desconcierto. Pero, como su hermano, se recompuso con rapidez.

—No preguntaré cómo sabes mi nombre, porque no me interesa. Y sí, saqué a Sam de aquí. Arruiné su plan y ahora te mataré.

—Hazlo si lo crees necesario —contesté con serenidad. A esa distancia, en esa forma, no tenía oportunidad.

—¿No rogarás por tu vida? ¿No lucharás?

—¿Por qué hacerlo si tienes todo el derecho de matarme? Soy Hija de Diana. La manada es lo más importante y su estabilidad una prioridad. Eso lo sabes.

En realidad, estaba tratando de ganar algo de tiempo.

Entendí su confusión. Los Malditos de Aithan eran el ejemplo del salvajismo, del egoísmo, de la impulsividad y la autopreservación. Ninguno le hubiera respondido como yo acababa de hacerlo. En vez de dialogar, hubieran buscado tomar el control de la situación a la fuerza.

—¿Quién eres? ¿Una exiliada acaso? —interrogó.

—Conocí a tu hermano Kevin. Fue un gran amigo y lamento su desaparición.

—¿Cómo conociste a mi hermano?

El terreno por el que transitaba lució estable. Confiaba que si jugaba bien la carta de su hermano podría evitar terminar con una bala en mi frente.

El pliegue de la entrada se movió, captando la atención de ambas. Ella no vio nada, pero yo sí noté la punta de una cola cubierta por pelaje blanco escabulléndose bajo una mesa.

—Contesta —exigió enfocándose otra vez en mí.

Una de las velas cayó, enviando mi esfuerzo al carajo. La llama incendió el mantel y Alan tuvo que exponerse.

—Emily, espera...

Di un paso hacia ella, temiendo que decidiera dispararle al lobo blanco. Ella giró y antes de que presionara el gatillo anticipé lo que vino.

El dolor estalló en mi hombro y esa sensación de apoderó de todo. El resto de mi cuerpo se volvió nada, solo existía ese insoportable ardor generado por la bala incrustada en mi carne. No era una bala común, sino ligada con algo más. Tal vez acónito, o quizás otro veneno.

Quemaba al punto de tener que apretar los dientes para no gritar. Batallé contra el dolor y tanteé el área para encontrar el agujero de entrada. Con tan solo rozarlo me fue imposible contener el aullido de dolor. No iba a poder sacarla yo. Mi cuerpo temblaba. Malditos Arcturus y su innovación en armamento.

Un agarre firme me sujetó la muñeca.

—Quédate quieta. Yo lo hago —susurraron cerca.

Estaba por quedar inconsciente, así que negarme iba a ser imposible. Tenía su peso sobre mí, con sus rodillas aprisionándome por las costillas. Con una mano inmovilizó el hombro y con la otra se ocupó de introducir los dedos. No pude hacer otra cosa que hundir las uñas en la tierra mientras luchaba contra la agonía.

Pude sentir cada milímetro que tuvo que ingresar para llegar la bala y extraerla. El alivio se esparció de inmediato por mi organismo. Escuché su pesado suspiro, mas no me moví porque requerí de unos momentos para recomponerme. El frío fue apaciguado por una tela puesta sobre mí.

—Noqueé a Emily.

«Esconde la carpeta».

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