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Capítulo 7

Miré el reloj por enésima vez aquella mañana. Las manecillas se negaban a acelerar su marcha y se burlaban de mí al moverse a la velocidad de mi tía abuela Corissa; tan lento que me provocaba girarlas yo misma para ver si así habría cambio alguno en el tiempo.

Todavía faltaban veinte minutos para que acabara la primera clase y ello me sacaba de mis casillas. Quería que llegara rápido la hora del almuerzo para poder comenzar con la fase número uno de mi plan, el cual había nombrado "B.P.P.E.A.L.C.D.L.T.H." para resumir mi "Brillante Plan Para Encontrar A La Chica De La Toalla Higiénica". Sin embargo, creo que acortarlo sería lo mejor, puesto que se me dificultaba recordar tantas letras y ordenarlas correctamente.

—Jun, ¿qué suena más detectivesco? ¿Misión T.H. o B.P.P.E.A.L... lo que sea? —le pregunté a la chica de rasgos asiáticos con la que compartía asiento.

Ésta estaba concentrada en los ejercicios de matemáticas que se suponía que debíamos resolver antes de finalizar la lección. Yo los había terminado hacía mucho, sintiéndolos demasiado fáciles como para estar dirigidos a estudiantes de preparatoria. Eso sólo podía significar que mi cerebro se había despertado con el pie derecho, si tuviera uno, o que lo había hecho mal.

Decidí ser optimista y descartar la segunda opción.

Jun se mordió el labio inferior y, con el ceño fruncido, dirigió su mirada hacia mi cuaderno.

—¿Qué pusiste en el séptimo problema? —pidió saber.

«Ignorada.com», pensé.

Giré mi libreta hacia ella y le indiqué con el bolígrafo la ecuación —que era 1+2-3x2-3x4+3x4+3-3— y los números que había obtenido al realizar el procedimiento que la señorita Evans nos había enseñado la clase pasada.

—Me dio -3x4+3 —respondí con orgullo.

Lo meditó detenidamente, comparando su resultado con el mío.

—¿Por qué cuatro? —cuestionó Jun, refiriéndose al pequeño dígito que se elevaba junto a la X.

—Es el que más se repite —justifiqué.

La confusión se dibujó en el rostro de la trigueña por unos segundos, mas pronto desapareció para dar paso a una nueva emoción que no me vi capaz de descifrar. ¿Acaso era resignación?

Tras negar con la cabeza como si sintiera lástima por algo, Jun se levantó de su silla y se encaminó hacia la parte de atrás del salón. La observé detenerse enfrente a la mesa en la que reposaba Carter, quien parecía haber despertado de un sueño profundo, y dirigirle un par de palabras que no alcancé a escuchar por la distancia.

No me había fijado en él desde esta mañana, cuando atravesó media hora tarde la puerta del aula y saludó a la maestra con un somnoliento "Hola" antes de dejarse caer en el único asiento libre. Se me hizo extraño que la señorita Evans —que de señorita no tenía nada porque su cabellera platinada, los dobleces de su piel y el vestido de los años setenta que llevaba, que era de un desteñido tono carmín, delataban su verdadera edad— no lo sermoneara del mismo modo en que me reprendió a mí el día anterior.

«Muy injusto», me quejé para mis adentros.

Pensándolo bien, ¿qué hacía Carter en nuestra clase de matemáticas? Si mi memoria no fallaba, él era por lo menos un año mayor que nosotras y debería estar con los de segundo curso. ¿O es que también estaba repitiendo aquella asignatura?

Estiré el cuello para ver a Jun por encima del hombro de una chica morena que se había colado en mi campo de visión; asentía una y otra vez con un ligero movimiento afirmativo, absorta en lo que fuese que Carter le decía. El pelinegro arrancó una hoja de su cuaderno, escribió algo en él y luego se lo entregó a mi amiga, la cual aceptó el pedazo de papel con una sonrisa.

El corazón me dio un vuelco. Era la primera vez que los labios de Jun formaban una curva perfecta y no la mueca a la que me había acostumbrado. Incluso llegué a pensar que tenía algún tipo de problema facial que le impedía sonreír adecuadamente. Tal parece que me había equivocado.

La curiosidad por saber qué ponía esa nota me embargó de inmediato.

Cuando Jun retornó a su asiento, me pegué a ella como chicle y le dediqué una mirada cómplice.

—¿De qué estaban hablando? —solté sin más. Me aparté el cabello de la frente y lo fijé tras mi oreja con fingida calma.

—¿Ah? —Jun se alejó unos centímetros de mí, incómoda.

—¡Ya sabes! —Hice ademán de señalar a Carter con la barbilla—. ¿Qué te dijo?

Una chispa de reconocimiento cruzó sus oscuras pupilas.

—Oh, ¿te refieres a esto? —Me mostró el pedazo de papel, que agarré a la velocidad de la luz, y leí su contenido. Tuve que tragarme mi decepción al encontrar sólo una fórmula matemática—. Me ayudó a resolver el ejercicio que no entendía. Lo explicó de una manera bastante fácil, por lo que me quedé impresionada.

—¿Por qué acudiste a él y no a la profesora? —inquirí, tratando de rellenar mi burbuja de fantasía.

—Porque es el monitor —respondió Jun, como si fuese lo más obvio del mundo; comenzó a transcribir los números en su libreta y se concentró en el procedimiento.

Mi cerebro se tomó un momento para procesar la información.

—¿Qué? —Acerqué de nuevo mi rostro al de ella con un movimiento tan repentino que la sobresaltó y la obligó a retroceder hasta tener la columna vertebral pegada al espaldar de la silla—. ¿No está aquí por perder la materia?

La pelinegra tragó saliva.

—No —Fue todo lo que salió de su boca. Se llevó una mano al pecho, el cual subía y bajaba de forma irregular, y trató de calmar su ritmo cardiaco.

Me giré en mi asiento y fingí que mis manos se convertían en un par de binoculares mientras buscaba la ubicación de Carter por todo el salón. Lo encontré sentado sobre un escritorio al otro extremo del aula. Tenía las piernas cruzadas y jugaba a sostener un lápiz entre su nariz y su labio superior, al tiempo que revisaba los ejercicios de un chico que esperaba de pie junto a él.

Su cabello alborotado y su ropa arrugada le daban un aspecto de recién levantado. Y quizá tuviese razón, puesto que vestía la misma chaqueta de cuero y el jean de ayer. Ni siquiera se había cambiado la camiseta blanca en la que estaban dibujadas las palabras "BREAK THE RULES".

Sin importar desde qué ángulo lo mirase, Carter no transmitía un aura de monitor académico, ni tampoco la de alguien bueno en matemáticas. Se asemejaba más a un intento de chico malo, de esos que salían en las películas y libros juveniles, aunque no fuese del todo guapo. O por lo menos, no era mi tipo.

«Si estuviésemos en una historia cliché, lo cual sería maravilloso, él sería el rebelde que resulta ser un genio oculto y que, por ende, termina enamorado de la nerd», comenzó a maquinar la vocecita en mi cabeza. «Él cambiaría por ella, se harían novios, o incluso se casarían, y al final del rodaje vivirían felices por siempre».

¡Hermoso!

¿Por qué no puedo tener yo una relación así? Hasta intenté usar gafas durante los últimos meses de secundaria para llamar la atención del chico más popular de la escuela. Sin embargo, lo único que conseguí fue que me preguntara si era miope o si tenía algún astigmatismo, a lo cual no supe responder y terminé contándole la verdad sobre lo sexy que me parecía. Sobra decir que no me volvió a hablar después de eso.

El punto es que me había imaginado a Carter como al vago de la clase. ¿Quién podría culparme? ¡Es más tiempo el que pasa dormido que despierto!

Caminé hacia el lugar en donde reposaba el pelinegro, quien sólo se percató de mi presencia cuando estuve plantada frente a él, y cruzándome de brazos, lo fulminé con la mirada.

—¿Te encuentras bien? —me preguntó tras unos segundos de silencio. Me negué a contestarle y entrecerré más los párpados—. Tus ojos están bizcos.

Una ola de calor inundó mis mejillas. Saqué rápidamente mi teléfono del bolsillo del pantalón y abrí la cámara frontal para verme en ella. Mis pupilas se habían dilatado, pero todo lo demás estaba en orden.

—¡Mentiroso! —le recriminé, señalándolo con el dedo índice en la punta de la nariz—. ¡Por eso ya no tengo intenciones de darte a Jun!

—¿Ah? —Su expresión denotaba confusión.

—¡De seguro eres A negativo! —proseguí, molesta.

—Soy B positivo —puntualizó. Reposó la barbilla en la palma de su mano y la sostuvo con el codo apoyado en una pierna.

—Oh, mi papá también —Mi mal humor se extinguió como la llama de un fósforo luego de recibir un suave soplo—. ¿Qué signo eres?

—Tauro —indicó él—. Y supongo que tú eres Aries, ¿no es así?

—OMG, ¿cómo lo supiste? —Me asombró el hecho de que lo descubriera por sí mismo. ¡Ni siquiera yo interpretaba tan fácilmente a las personas!

—A mi mamá le gusta leer el horóscopo en el desayuno —explicó, encogiéndose de hombros.

—Vaya, Carter, ahora tengo una nueva opinión de ti —le dije. Sonreí al palmear un par de veces su brazo izquierdo.

—Gracias —Pareció rebuscar algo en su memoria—, ¿Juliette?

—Juliet —Corregir mi nombre se estaba convirtiendo en una rutina a la que poco a poco me habituaba.

—¿Y quién es Jun? —preguntó. Un bostezo escapó por su boca, la que abrió cual rugir de león, y sus ojos se achicaron por el cansancio—. Lo mencionaste al comienzo.

—Es una chica —declaré, y me volteé para señalar a la trigueña. Ésta seguía enfrascada en los ejercicios de su cuaderno, ajena a cuanto le rodeaba—. Es la de la camisa azul.

—Ah, Junwèi —pronunció mal. Estiró las piernas, cuello y brazos para desperezarse —. ¿Es tu novia?

—¿Qué? —Aquello me tomó por sorpresa—. ¡No! ¡Somos amigas!

—Lástima, me gusta el yuri —Se puso en pie y, sin siquiera despedirse, se alejó en dirección a la salida del salón.

OK, creo que nunca podré acostumbrarme a que me dejen hablando sola. ¿Acaso tengo la cara de adorno? ¿O es que hoy en día se han perdido los buenos modales? ¿Qué pasó con la caballerosidad? Es como si se hubiese extinguido junto a los dragones.

Me fijé en el reloj de pared que estaba sobre el pizarrón. Faltaban cinco minutos para que acabara la clase, lo que significaba que pronto iniciaría el plan "Chica T" —sí, decidí re-bautizarlo de nuevo. Y es que sonaba mejor de esa forma, ¿no?— y que tendría una oportunidad de almorzar con Jun. La sola idea compartir con ella mi sándwich de atún me emocionó.

Regresé a mi asiento en el instante justo en que la señorita Evans pasaba a revisar nuestro trabajo. El primero que calificó fue el de Jun. Todos los problemas estaban bien desarrollados y sus respuestas eran correctas, por lo que sacó la nota más alta. Me alegré por ella.

—¿Tu cuaderno, Juliet? —preguntó la maestra, con un tono de voz demasiado agudo para su edad.

Le entregué mi libreta, confiada en que obtendría un buen puntaje. Mientras que la señorita Evans hacía círculos sobre el papel con su marcador rojo, empecé a guardar mis pertenencias en mi mochila.

Me entretuve imaginando cómo mi búsqueda por la misteriosa chica T podía compararse con la investigación de un detective privado. Quizá debería vestirme con una gabardina oscura y un gorro al estilo de Sherlock Holmes el día siguiente. Qué pena que no tuviera ninguna de las dos cosas.

«Los compraré por Amazon», pensé.

La señorita Evans me devolvió los ejercicios corregidos. El alma se me cayó a los pies en el momento en que vi el gran cincuenta y seis que se imponía en la esquina superior de la hoja. Al compararlo con el cien de Jun, mi decepción fue más profunda. Me recordé que ella había recibido ayuda y la presión en mi pecho se aligeró.

Al parecer, tendría que pedirle unas cuantas lecciones a Carter.  

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Aquí les dejo el nuevo capítulo. <3 

Espero que sea de su agrado. Lo hice con mucho cariño. (uwu)

A partir de este punto trataré de ser un poco más seria, ya que hay que empezar a golpear a Juliet con la dura realidad. (?)

Nos vemos el próximo sábado. <3 (Si siguen leyendo la historia. :c)

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