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Capítulo 5


Me estiré en la silla en un intento por despertar a mis adormilados músculos. La última campana acababa de sonar y eso significaba que ya podía volver a casa y descansar. No es que tuviera muchas ganas de regresar todavía, pero el dolor de cabeza no había desaparecido por completo y sentía un segundo y ardiente corazón palpitando en donde debería estar mi estómago.

La última asignatura que me tocaría diariamente era historia. Genial, ¿no? Como si para esa hora del día mi mente pudiera procesar algo a parte de "¿Cuánto falta para que esto acabe?". Las personas encargadas de hacer el horario deberían pensar más en la condición psicológica de los alumnos.

Guardé mis cosas en la mochila y, al llevármela al hombro en un movimiento brusco, sentí el impacto de la punta de un libro en mi costado. Solté una palabrota. Aquello me recordó que no había tenido oportunidad de dejar en el casillero las guías de matemáticas y biología, las cuales consistían el setenta por ciento del peso que cargaba.

—Será mañana —me resigné.

—¿Qué? —preguntó Jun, quien a medio camino de la puerta se giró para mirarme.

—Oh, nada. Sólo estaba hablando conmigo misma —respondí, sonriendo de oreja a oreja.

Ella no dijo nada más y salió tan rápido del aula que ni siquiera alcancé a despedirme. Creo que estaba frunciendo el ceño en el momento en que me dio la espalda. ¿O habrán sido imaginaciones mías?

«Quizá necesita ir al baño», razoné.

Abandoné el salón tras ella y me encaminé en dirección al estacionamiento, donde los autobuses escolares esperaban en fila india para ser abordados por enjambres de adolescentes. El mío era el número treinta y cuatro y estaba al final de la cola. A pesar de ser el más lejano, ya se encontraba medio lleno para cuando me subí a él.

Busqué un asiento disponible y, al hacerlo, divisé una cabellera de fuego ardiente al fondo del vehículo. Descubrí que era la misma chica que acompañaba al moreno durante la hora del almuerzo. Y hablando del diablo, éste estaba sentado junto a ella. Parecían tener una acalorada discusión mientras que, a su lado, Ethan se cubría los oídos y entornaba los ojos.

«OMG, ¡está libre!», chillé internamente al notar que no había nadie en el espacio de su derecha.

Sin embargo, la rubia que había subido antes que yo también se dio cuenta del puesto vacante y se dirigió hacia él. Con el corazón desembocado, traté de alcanzarlo primero, esquivando a un par de chicos que se pusieron de pie para intercambiar algo a lo que no presté atención. Al ver que no lo lograría a tiempo, alcé con determinación mi mochila de My Little Pony y la lancé con fuerza. Ésta atravesó el aire para luego caer cual martillo a la diestra de Ethan, quien se sobresaltó por la repentina aparición del pony azul.

No sólo eso: la rubia paró en seco y la conversación de la pelirroja y el moreno cesó de repente. Por mi parte, me escurrí entre ellos y me acomodé en el sitio vacío, dibujando en mis labios la sonrisa más inocente que pude. Ante la expresión sorprendida de todos, me encogí de hombros.

—Hola —me limité a decir.

El silencio duró varios segundos en los que me removí en mi lugar, incómoda por tener tantas miradas clavadas en mí.

—Hola —saludó por fin el chico de la playera turquesa, devolviéndome una sonrisa cómplice—. Buena forma de reservar un asiento.

Sentí que las mejillas se me encendían de vergüenza. Tal vez había exagerado al arrojar la maleta.

—Gracias —musité, sin saber qué otra cosa responder.

—No sabía que compartíamos ruta, Juliana —manifestó Ethan. Se rascó el antebrazo como si tuviera hormigas danzando bajo la piel—. No te vi esta mañana.

—¿La tuve al lado medio recorrido y no te diste cuenta? —intervino el pelinegro, dejándome con la corrección de mi nombre en la punta de la lengua—. ¿En qué mundo estabas? ¿Idiotalandia?

—Eso sería un país. Por algo tiene el "landia" al final, idiota —se defendió el rubio, dándole un empujón en el pecho.

El moreno simplemente lo ignoró. Sus ojos verdes me observaron de arriba a abajo con detenimiento, haciendo una especie de análisis o examen que, por la forma en que mostró su perlada dentadura cuando reparó en mi calzado bicolor, supuse que aprobé.

—Joshua —se presentó, y me tendió la mano a escasos centímetros del rostro de su amigo.

—Juliet —anuncié al juntar nuestras palmas. Su agarre era firme y pude sentir los cayos que tenía en la parte baja de los dedos.

—¿No era Juliana? —preguntó el ojiazul.

—No te preocupes, este idiota es malo con los nombres —prosiguió Joshua, sin prestarle atención al rubio—. A duras penas recuerda el suyo. Hey, ¿te puedo decir "Juls"? Es práctico y corto. Así no se nos olvida.

—Me gusta Juls —declaró Ethan.

—Juls será —sentenció el moreno.

«Espera, ¿qué?», pausé mi mente.

Aquellos dos hablaban demasiado rápido y no me daban tiempo ni para abrir la boca. Es más, me costaba seguir el ritmo de la charla. Ese chico, Joshua, saltaba de un tema a otro sin detenerse más de un minuto en cada uno. La única que le mantenía el paso, por llamarlo de alguna forma, era la la pelirroja, la cual, debo aclarar, poseía unos rasgos faciales muy bonitos. Lo que más me gustaba de ella eran sus pecas, a pesar de que eran bastante oscuras y le cubrían casi todo el rostro.

Lástima que no parecía tener intención de cruzar palabra alguna conmigo. O eso me dio a entender el que se negara a incluirme en lo que fuera que estuviera conversando con Joshua. No directamente, claro está, sino con esa manera sutil que tienen las mujeres de hacer como que los demás no existen. Incluso me miró con cierto recelo un par de veces.

Al darse cuenta de mi desconcierto, Ethan me dedicó una sonrisa a modo de disculpa por la conducta de su compañera. Agradecí el gesto.

—Te acostumbrarás a Kathe —me aseguró, dándole la espalda a sus amigos. Éstos se hallaban sumergidos en una discusión que carecía de sentido para mí. ¿Quién diablos era Magnus Bane y por qué era tan importante que no tuviera sexo con sirenas?—. Es un poco tímida y le cuesta relacionarse con nuevas personas. Su fase número uno es la hostilidad, pero después de una o dos semanas muestra su lado amable.

—¿Y si no lo hace?

—Entonces te estancas en su "Pantano de Desprecio y profunda Animadversión" —pronunció esto último con fingida voz de película de terror—. Así es como ella bautizó a su lista de gente que no le agrada.

—Wow, hasta tiene una lista —silbé—. ¿Quién la encabeza?

—Si Joshua no le da la razón en los próximos quince minutos, será él —observó Ethan. Noté que todavía se rascaba el área del antebrazo, la cual se había tornado de color rojizo y estaba poblada por diminutos puntos de sangre; vasos capilares rotos, supuse. Si no me equivocaba, eso era consecuencia de recibir mal un pase en voleibol. Bueno, por la cantidad de punzadas carmesí, que superaba la docena, debió ser una numerosa racha de fallas—. Aunque es normal que se juren eterno odio cada tres horas.

—¿Una práctica difícil? —le pregunté, cambiando de tema.

—¿Ah? Oh, ¿te refieres a esto? —Cesó de frotar la zona irritada—. Podría decirse que hoy no brillé en la cancha precisamente; golpeaba el balón con la parte alta del antebrazo en lugar de usar la baja y no lograba enviarlo en la dirección correcta. Incluso erré varios saques. Pero sé que mañana me irá mejor. Sólo tengo que soltarme un poco. Siempre llego entumecido al primer entrenamiento del año.

—Al primero, al segundo, al tercero y a los que le siguen —interrumpió Joshua, llamando nuestra atención—. Por cierto, Juls, ¿no es esta tu parada? Lo digo porque no nos movemos desde hace varios minutos y el conductor no deja de repetir que tienes que bajarte, aunque parece que no lo has oído.

Miré a través de la ventana y, efectivamente, vislumbré las coloridas casas de mi sector. Maldije entre dientes; al parecer, ser la primera en la madrugada significaba ser también la primera en la tarde. ¡Qué injusto! Y yo que estaba disfrutando de la charla con Ethan.

—¡Señorita, tengo que continuar la ruta! —se quejó el hombre detrás del volante.

—¡Lo siento! —me disculpé con nerviosismo. Tomé mi mochila y, poniéndome de pie, me deslicé por enfrente del rubio para salir al pasillo—. Hasta mañana.

—Te veo luego —se despidió éste, sonriendo de forma encantadora. Y por "encantadora" me refiero a "simpática"; de esas sonrisas que le dedicas a alguien que acabas de conocer y con quien te gustaría interactuar más.

—¡Chao, Juls! —dijo Joshua en español—. ¡Lindos zapatos!

—Gracias.

Abandoné el vehículo a la velocidad de la luz, avergonzada por retrasar el trayecto de los demás. Hubo algunos que me taladraron con la mirada mientras caminaba hacia la puerta y otros que bufaron con desgana cuando bajé los cuatro escalones del autobús. Me concentré en ignorarlos, a pesar de que mi corazón latía súper rápido y de que la cara me ardía como si hubiesen encendido un par de bombillos de navidad en mis mejillas. Lo único que necesitaba era alejarme del paradero para librarme de la incómoda sensación que me causaban sus muecas de fastidio.

.

Cuando llegué a casa, la llave dio problemas en el interior de la cerradura de nuevo. Logré girarla por completo al tercer intento, pero creo que haber oído una especie de click que no me gustó. Definitivamente tendría que decirle a papá que la cambiara.

Arrojé la mochila sobre el sillón de la sala y me dejé caer de cara en el sofá. Estaba agotada tanto física como psicológicamente y lo último que quería hacer de momento era el ensayo de literatura inglesa, el cual tenía que entregar mañana. Sentía que el cerebro me iba a explotar si no cerraba los ojos un rato. Además de eso, mi estómago permanecía en huelga y mi útero aún me propinaba una que otra punzada de dolor.

—Juliet, ¿cómo te fue? —Escuché a mi madre acercarse y sentarse junto a mis costillas. Sin embargo, no moví ni un músculo para voltear a verla, sino que me limité a gruñir por toda respuesta—. ¿Doble Grrrr? ¿"Muy bien"?

Grrrrrrrrrr.

—¿Tienes hambre? —acertó—. Hay alitas de pollo en el refrigerador y la ensalada de zanahoria que no te comiste ayer todavía te está esperando. ¿Acaso no almorzarte en la escuela?

Grrr.

—Juliet, salí temprano del trabajo para saber cómo te fue en tu primer día de clase, no para oírte refunfuñar contra el cojín. ¿Qué sucedió con esa desbordante energía que tenías en la mañana?

—Me duele la cabeza —declaré, colocándome en posición fetal. Hambre, menstruación y sueño se combinaban despiadadamente en mí. Ya ni siquiera identificaba cuál me causaba qué.

—Ay, cariño... —Me acarició la parte posterior de la cabeza con maternal afecto, pero el contacto de su roce sobre mi coronilla sólo logró empeorar el malestar.

—¡Auch!

—¡Juliet! —exclamó de repente—. ¡Tienes un chichón del tamaño de mi puño! ¡¿Qué te pasó?!

Me llevé las manos a la cabeza y, en efecto, encontré un bulto que no había notado hasta entonces. Aquello me hizo recordar el golpe que me había dado contra la ventana del autobús y la sensación de ardor que incluso opacó a los cólicos.

—Te traeré una bolsa de hielo para bajar la hinchazón.

El lugar que ocupaba mamá se sintió como un nido vacío y el sonido de sus pisadas desapareció al cruzar el umbral de la cocina. Me encogí sobre mí misma, abrazándome las rodillas, y esperé su regreso.

«Vaya primer día», pensé.

OK, admito que, a pesar de todo, me había encantado la preparatoria. ¡Me sentía como una aventurera superando los obstáculos que el destino pone en su viaje! No me imagino una buena historia siendo fácil para la protagonista.

¿Y ustedes?

JULIET. 1 DE AGOSTO.


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¡Lo logré! ¡Completé el primer día escolar de Juliet! Sólo se necesitaron cinco capítulos. (?)

Espero que les haya gustado, y que sigan acompañando a esta niña soñadora a través de toda la preparatoria. <3 

¡Mil gracias por todo su apoyo! ¡Los quiero con todo mi corazón!

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