Capítulo 3
Entre todos los deportes que hay en el mundo, ¿por qué tenía que practicar el que yo más odiaba? No podía sentarme en las gradas y ver un partido de voleibol sin que me diera picazón. ¡Qué fastidio! Y yo que pensaba que sería bueno ir a animarlo si nos volvíamos amigos, tal como lo hacen las chicas en las películas.
—Espera, ese cuerpo escultural no lo desarrollas jugando voleibol ni en tus mejores sueños. Lo máximo que conseguirías serían unas buenas piernas y la retaguardia de Kim Kardashian —sentencié, apreciando el hecho de que tuviera más masa muscular que los chicos promedio—. Y eso que a mí ni siquiera se me tonificaron los glúteos.
Cuando me di cuenta de que mis pensamientos se habían manifestado en voz alta, me llevé la mano a la boca y ahogué la palabrota que casi escapa entre mis labios.
El rubio frunció levemente el ceño, inclinó la cabeza hacia un lado para echar un raudo vistazo a mis piernas, y luego me dedicó una de esas miradas incómodas a las que, al parecer, debería ir acostumbrándome. Sentí la cara ardiendo de vergüenza.
—¡Perdón! —me apresuré a disculparme. Me mordí el dedo índice con fuerza, una manía que tendía a aparecer siempre que metía la pata—. A veces olvido ponerle filtro a lo que digo.
Titubeó un momento.
—No te preocupes. Es más, es cool que seas directa —respondió, su semblante un poco más relajado—. Y para responder tu duda: mi hermano es instructor en un gimnasio del norte y suele llevarme a trabajar con él dos o tres días a la semana. Digamos que tiene envidia de la paz que desprendo mientras ronco en el sofá.
Wow. Había estado esperando cualquier otro tipo de reacción, así que me sorprendió su actitud de "no pasa nada" ante mi deslenguado comentario. Le di gracias al universo por hacer que me topara con una persona tan agradable. En serio, ¡mil gracias! No habría soportado ser catalogada como rara desde el primer encuentro.
—Sí, seguro que es eso —Su manera de bromear liberó la tensión acumulada en mi pecho—. Pero, ¿no se supone que los adolescentes dejan de crecer si levantan pesas?
—Creo que un metro-ochenta y tres es una buena estatura para quedarse pasmado —declaró Ethan, con una sonrisa de la que pronto me contagié—. Me gusta atravesar una puerta sin golpearme la cabeza en el proceso.
—Buen punto —concedí.
—Así que ya sabes: cuando necesites un entrenador que te ayude a tonificar glúteos, estoy disponible los martes —Guiñó un ojo de forma juguetona.
Me reí.
—Lo tendré en cuenta —le aseguré, tratando de aparentar una seguridad que en realidad no tenía, pues en el fondo no dejaba de chillar por la emoción. ¿Aquello se podía considerar coqueto? ¡Oh, Aslan!
«Es tu oportunidad: saca tema de conversación. Sé tu misma. Espera, no. Sé alguien normal. Sí. Pero... ¿cómo es alguien normal? ¡Ilumíname, Sharpay!».
Los pensamientos iban y venían en vertiginoso tropel. Logré controlar el impulso de abofetearme para despejar mi mente y, en su lugar, abrí la boca, dejando escapar mi naturaleza curiosa, y le pregunté:
—¿Cuál es tu signo?
El repentino giro de la conversación lo tomó desprevenido.
—Leo, ¿por?
—¡Somos compatibles! —anuncié, aplaudiendo con la yema de los dedos—. O sea, ambos somos fuego —expliqué al notar su confusión.
—Oh.
—¿Sabes? Los signos de fuego tienden a ser más creativos y energéticos que los otros, aunque también son muy individualistas y con carácter fuerte. En mi caso, no creo que sea acertado. No obstante, me identifico bastante con lo de ser entes pasionales que se dejan llevar por su instinto.
Ethan asentía en silencio.
—Además, son líderes por naturaleza —proseguí—. ¡Hey! ¿Qué te parece si intercambiamos núme...? —Fui interrumpida por un fuerte "¡Ethan!" gritado desde el otro lado del pasillo, el cual se había vaciado casi por completo sin que me diera cuenta.
El rubio volteó a ver quién lo llamaba, olvidándose de mi existencia.
—¡Apresúrate o se acabará la pizza!
El chico moreno de esta mañana esperaba junto a la puerta del corredor, acompañado de una pelirroja a la que no pude detallar mucho debido a la distancia. ¿Serían amigos?
Al primero lo reconocí por su playera turquesa y porque el color naranja de sus pantalones se podía distinguir a mil kilómetros de distancia. Pero estaba segura de no haberme topado antes con aquella chica. Su vestimenta me era desconocida, y eso que había pasado gran parte de la mañana observando a quienes me rodeaban en busca de posibles amigos; fijándome en rostros, gestos faciales y, sobre todo, en las prendas que portaban.
Ahora me picaba la curiosidad por mirarla más de cerca.
—¡Voy! —Volvió su atención a mí y me sonrió una última vez—. Nos vemos luego, Juliana.
Ethan se marchó con un leve trote hasta alcanzar a ambos jóvenes, para después desaparecer de mi campo de visión al cruzar el umbral de la salida.
Nuevamente, no tuve tiempo ni para corregir mi nombre. ¿Por qué las personas siempre se iban antes de que pudiera terminar de hablar? Eso de que me dejaran con la palabra en la punta de la lengua comenzaba a molestarme.
Algo en mi interior pareció retorcerse, y recordé que mi útero seguía en huelga por ser una desgracia para mis ancestros. Me di un golpe en el abdomen para vengarme de él y el dolor se esparció aún más, como una oleada de calor que me quemaba por dentro. OK, aquello había sido estúpido.
«Debí haber nacido hombre», me quejé. «Pero un hombre guapo y gay. Algo así como el Jared Leto de los homosexuales».
Hablando de homosexuales... Quería un Ryan Evans en mi vida. Sería genial tener a alguien con una perspectiva diferente a la de una chica, pero que aun así te acompañe a ir de compras, a ver maratones de películas románticas y acarameladas sin andar bostezando a cada rato, y con quien cotillear sobre cualquier cosa durante horas al teléfono. Además, los gays tienden a tener un excelente gusto por la moda, y yo necesito ayuda para combinar hasta un par de calcetines. Sí, definitivamente lo encontraré.
Nota mental: agregarlo como prioridad en mi lista de cosas por hacer.
Otro retorcijón me devolvió al presente. Hice una mueca y busqué el baño más cercano, el cual estaba justo al lado de la zona de mi casillero. Caminé a paso raudo hacia él, apretando las nalgas y separando lo menos posible las piernas. Luego me preocuparía por los libros; por ahora, me urgía evitar una catástrofe.
Al atravesar la puerta, un intenso hedor golpeó mis fosas nasales e hizo que mis pulmones se contrajeran. Era una repugnante mezcla entre heces, orines y cloro. Me tapé la nariz con la mano e intenté respirar por la boca. Una pésima idea. Fue como si el mismísimo aire supiera a mierda. Me dieron arcadas por el asco que aquello me provocaba.
No había nadie en el baño. Al parecer, todo el mundo ya estaba en la cafetería. Debía darme prisa si quería alcanzar a comer algo.
Entré en un cubículo sólo para salir pitando enseguida.
—¿Es en serio? ¡Es el primer día de clase y ya taparon la cañería! —rugí irritada—. ¡¿Acaso cagan como elefantes?!
Pude hallar un inodoro limpio en ese mar de suciedad y me encerré en su apartado. El seguro hizo un click tan débil que no tenía dudas de que se rompería con la más mínima presión que ejerciera sobre él.
«Por favor, no», rogué al universo. No soportaría tanta mala suerte.
Sentada y relajando cada fibra de mi ser, me dediqué a lo que nadie más podía hacer por mí. Suspiré. Por fin el alma retornaba a mi cuerpo.
Cuando terminé, envolví la toalla ensangrentada en papel higiénico y la tiré en la papelera. Busqué una nueva en los bolsillos de mi mochila, que reposaba a mis pies, pero lo único que encontré fue el paquete vacío de Always Ultra Sensitive.
Mi corazón dio un vuelco.
Saqué mis pertenencias en un arranque de pánico y puse el morral de cabeza, suplicando que cayera milagrosamente de donde estuviese oculta, y sin embargo, la toalla higiénica que recordaba haber guardado no aparecía por ninguna parte.
La palabra "mierda" se convirtió en un cántico reiterado en mis labios.
Permanecí inmóvil lo que pareció una eternidad, aunque según mi teléfono sólo habían pasado quince minutos. Sumergida en mi propia miseria, me planteé la posibilidad de llamar a mi prima, quien vivía a seis manzanas de distancia y trabajaba desde casa, para pedirle que me trajera una un par de toallas de repuesto.
«Te mandará al carajo», razonó mi yo interior.
Aun así, le envié un mensaje de texto lleno de emoticones llorones y decenas de signos de exclamación.
Escuché la puerta del baño abrirse y la flor de la esperanza brotó de inmediato en mí. El golpeteo de los tacones sobre el suelo de baldosa siguió su curso hasta detenerse en el cubículo contiguo al mío. El sonido de líquido contra líquido llegó a mis oídos y las mejillas se me encendieron de vergüenza, pues me sentía espiando, de una u otra forma, un momento privado.
—Disculpa —me aclaré la garganta—, ¿tienes una toalla higiénica de sobra?
Transcurrieron los segundos y comencé a pensar que me habían ignorado otra vez.
Por toda respuesta, una mano apareció por el hueco entre ambos espacios con un pequeño y colorido paquete. Las uñas estaban perfectamente pintadas de un tono carmín, y varios anillos adornaban los largos y finos dedos que se extendían hacia mí; el más llamativo era uno con forma de corona, el cual poseía unas incrustaciones de rubí que me dejaron pasmada. A pesar de que no sabía nada acerca de joyería y que no distinguía a simple vista el oro falso del real, estaba segura de que aquellas piedras eran auténticas.
—Gracias —Fue todo lo que logré articular al aceptar el objeto.
La mano retornó a su cubículo y oí la cisterna bajarse.
Tras arreglar mi ropa y recoger el desorden que había provocado, salí con la intención de agradecer adecuadamente a mi socorrista. Sin embargo, para cuando me di cuenta ya se había ido. Debí tardar allí dentro más de lo que pensé. ¡Qué lástima!
Me acicalé frente al espejo, acomodándome la falda y bajando un poco el borde mi camisa blanca para que no se viera tan corta. Al igual que en la mañana, estudié mi reflejo desde todos los ángulos posibles, pasando de mi cabello, lacio y castaño, a mis ojos marrones y a mi cuerpo menudo. Me faltaban curvas aquí y allá; no tenía casi pechos y, como le había dicho a Ethan, necesitaba tonificar glúteos. Debería hacer sentadillas de nuevo, pero no me gustaba ejercitarme sola.
—¡OMG! ¡Eso es!
Si encontraba a la chica de ahorita, la del anillo extravagante, podríamos hacernos amigas e ir a correr al parque juntas. A fin de cuentas fue el universo quien la envió a rescatarme, ¿no? ¡Era algo así como el destino!
¡Sería perfecto! Sólo tendría que encontrar a la chica de la toalla higiénica.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro