22
Valentino sorbió su café con los ojos fijos en el césped. El sol todavía no llenaba el cuadrado del patio y podía disfrutar de la suave frescura que traía el viento del mar. En un rato, el calor se tornaría insoportable. Se preguntó, con los nervios a flor de piel, si la camioneta se habría quemado por completo o quedaría algún sitio de donde extraer una huella. Pero estaba cubierto. Él sí había estado en esa camioneta, lo había dicho en la indagatoria. Entonces, ¿por qué se sentía tan inquieto?
Entró en la casa, directo al placard, abrió las puertas y se quedó observando. Hasta a él mismo le costaba reconocer cuáles prendas no eran suyas entre las decenas de remeras, pantalones y camisas. No. Nadie sabría cuál había pertenecido al infortunado chatarrero. Podría quemarlas, pero estaba seguro de que eso sí, llamaría la atención.
Un timbrazo fuerte y penetrante lo sobresaltó. Cerró el armario, se alisó el pelo frente al espejo y fue a abrir. El corazón se le detuvo en cuanto lo vio. Y a sus acompañantes.
—¡Cucho! ¡Te hacía todavía en el hospital, justo pensaba ir a verte esta tarde!
—¿Puedo pasar?
Le molestaba el martilleo de su propio corazón. Los otros policías no hicieron el menor amago de querer entrar, simplemente se quedaron afuera, como si disfrutaran de su descuidado jardín.
—Sí, claro. Todavía estás muy pálido, ¿estás seguro de que no tenés que estar internado?
—Estoy seguro. —Coronel se ubicó en uno de los sillones—. Tenemos que hablar.
No le gustaba cuando se mostraba así, tan serio, tan hermético a que uno adivinara qué pensaba.
—¿Querés tomar algo? ¿Un vaso de agua? ¿Jugo? ¿Gaseosa?
—No, gracias, Valentino, quiero que hablemos. Sentate por favor.
Por la ventana vio que los policías conversaban entre ellos y reían, tal vez no fuera algo tan malo. Tal vez lo habían acercado en auto patrulla porque el pobre Cucho no podía conducir.
—¿Te sentís bien? —preguntó, ubicándose en el sillón de al lado.
—Sí. Un poco débil, pero estoy bien. Valentino, necesito que me vuelvas a contar cómo fue que volviste del taller del Loro, a qué hora llegaste, a quién reconociste en la camioneta que decís que viste pasar. Todo.
—¿Pasó algo?
—Sí. Encontramos objetos junto a la camioneta incinerada.
—¿Qué encontraron?
—Secreto de sumario, por ahora.
—¡Pero yo quiero ayudar!
—Entonces empezá por decirme la verdad. La verdad, Valentino.
Cucho estaba demasiado serio para su gusto.
—Pe... pero yo ya dije la verdad, vi que no era la bicicleta de Matías, las otras no me gustaron y me volví.
El comisario tomó aire. Necesitaba mantener a raya su paciencia.
—¿Dónde estaban las bicicletas?
—En unos ganchos. En el fondo del galpón.
—Y el Loro te llevó hasta ahí para que las vieras.
—Sí.
—¿Y no viste la bicicleta de Matías?
—No. No estaba ahí.
—¡Sí, estaba, Valentino¡ ¡Sí estaba! ¡Las pericias lo demostraron!
—¡Cuando yo fui no estaba! ¡La habrá puesto el asesino después!
—¡El único que estuvo en ese galpón aquella tarde, además del Loro, fuiste vos!
Valentino quedó rígido por un segundo.
—Evidentemente no —dijo, tras pensar un momento. Habló despacio, cuidando cada palabra—. El asesino estuvo ahí también, aunque yo no lo vi. —Era necesario descomprimir la tensión—. ¿Querés una cerveza? Ah, no claro, perdoná. ¿Un mate? —Se levantó y abrió la heladera—. ¿Pongo la pava?
—No. Dejá esa lata y vení acá. Traete agua si querés, pero no tomes cerveza.
Ya era el colmo.
—¡Pará, loco! ¡Está bien que seas poli pero no me vas a decir qué puedo y qué no puedo tomar en mi propia casa!
—¡Se encontró un encendedor al lado de la camioneta incendiada! ¡Tiene tus huellas y las del Loro! Que yo sepa, vos no fumás.
«¡Puto encendedor! ¡Sabía que había algo!»
—No sé de qué me hablás... Tal vez uno que siempre tengo por si me piden fuego, viste que a veces pa...
El comisario se tambaleó al ponerse de pie, pero se recuperó enseguida.
—¡Basta, Valentino! ¡Soy yo! ¡Uno de tus dos mejores amigos! ¡Decime la verdad, carajo!
—Bu... bueno, no te agites que te va a hacer mal.
El timbrazo en la puerta lo obligó a caminar a pesar del temblor en las piernas.
Eran los policías, que, al escuchar los gritos del comisario, acudieron. Éste les hizo una seña indicando que todo estaba bien. Se alejaron, aunque mantuvieron la puerta abierta.
Valentino se secó las palmas en el pantalón y comenzó a hablar atropelladamente.
—La verdad es que... yo fui con el Loro hasta allá, me mostró la bici de Matías y cuando quise acordar, entraron dos tipos y le empezaron a pegar. Yo corrí, como dije, me fui. La camioneta realmente pasó por al lado mío, pararon, uno de ellos me preguntó si tenía fuego y sí, yo tenía el encendedor, ese que tengo siempre, así que se lo dí, porque tenía miedo. Y me amenazaron, me dijeron que si decía una palabra, era hombre muerto.
—¿Cómo eran esos tipos?
—Mas o menos de nuestra edad, feos como la peste. Bueno, el que me pidió el encendedor era feo, al otro no lo vi muy bien... Tuve miedo, Cuchito. Tengo miedo. Creo que escuché que le decían al Loro que les devolviera la plata, mientras le pegaban...
Coronel volvió a llenar sus pulmones.
—De acuerdo. Vamos a suponer que te creo. Ahora contestame esto otro: ¿Qué hacías en la casa Albatros con Matías Melchor mientras todo el pueblo lo buscaba?
—¿Qué?
—¡Buenaventura tiene pruebas, Valentino, en la casa hay restos de comida, hay huellas de Matías, en la cama hay ADN de Matías, yo mismo encontré una cadena que le pertenecía y vos sos el único que sabía cómo entrar!
Los ojos de Valentino se abrieron de par en par. Con un paño que encontró sobre la mesa se secó la frente y el cuello.
—Una lata, Cucho. Dejame tomar una lata de cerveza y te cuento. Igual quedate tranquilo que yo no maté a nadie, pero necesito tomar algo para..., dale, ¿sí?
El comisario pensó que con una pequeña dosis de alcohol tendría menos capacidad de hilvanar mentiras; de todos modos, frunció el entrecejo.
—Con alcohol en sangre no me sirve de nada lo que me digas.
—Es que una vez que te lo largue no va a haber vuelta atrás. Después me tomo dos litros de agua, me llevás a la comisaría y te firmo la declaración, porfi, dale?
—Está bien, una sola. —Mientras Valentino iba por la lata, el comisario activó la grabadora de su teléfono y lo apoyó en la mesita, sin intención de ocultarlo. Al regresar, Valentino se quedó viendo el aparato por un segundo y suspiró profundo. Volvió a sentarse.
—Me crucé a Matías aquel miércoles. Yo salía de la playa. Se le había salido la cadena de la bici y me ofrecí a ayudarlo, él aceptó, estaba medio de mal humor... ¡Te juro, Cucho, lo vi tan parecido a mi papá que lo supe! ¡Supe que era mío! Entonces se lo conté... y... accedió a hacerse la prueba, me dijo que ahora le cerraban muchas cosas de su papá, de Sergio; que no lo trataba bien, que siempre le exigía más que a Lautaro y a Camila, que le criticaba todo, que hasta le había pegado varias veces cuando era más chico. Que se peleaban todo el tiempo, que quería irse de su casa; entonces yo... le aconsejé que no lo hiciera, que era chico todavía, que tenía que pensarlo muy bien. Entonces me dijo que quería desaparecer por un tiempo, estar solo. Le dije... así, con inocencia, ¿viste?, que podía quedarse en la casa Albatros si quería, yo le llevaría comida y le haría compañía de a ratos, nadie se enteraría hasta que él quisiera. Me dijo que sí. Metimos la bici en el baúl del auto y lo llevé. Estaba contentísimo; de paso, me dijo, nos íbamos conociendo mejor. Ahí nomás pactamos hacer la prueba. Él mismo me dio el nombre de la web, me contó que ahora entendía por qué su papá estaba registrado ahí... El pibe era medio hacker, ¿viste?, entraba a las computadoras como quería y se metía en todos lados. Le revisó la máquina al viejo a ver si le encontraba algo turbio para presionarlo con eso, para que lo dejara en paz, ¿entendés?
»Así que charlamos un rato, yo me fui a casa, busqué unas mantas, porque viste que a la noche está fresco, escribí a la página del ADN y volví con unas milanesas y unas cervezas, estuvimos hasta tarde; hasta que se acostó a dormir. Entonces fui al auto para irme y me di cuenta de que la bicicleta había desaparecido del baúl. La busqué y la recontra busqué, y no estaba. Por eso, cuando el Loro me envió aquel mensaje, me cagué todo, ¿entendés?
»Bueno, al otro día me mandaron los materiales para hacernos el estudio, las instrucciones y unos hisopos. Fui a Albatros e hicimos lo que decía. Le pregunté a Matiás si quería irse, porque lo estaban buscando, él se rió. «Que se cansen de buscarme, dijo, y recién después voy a aparecer». Lo estaba disfrutando, ¿entendés? Cada vez me convencía más de que era mi hijo. Estuvo ahí dos días y el sábado desapareció. No supe más de él. Te lo juro, Cucho, lo busqué por todos lados, iba a Albatros a ver si había vuelto y nada. Y no le podía contar a nadie que había estado conmigo porque iban a pensar que le hice algo, Y te juro que yo no le hice nada.
—¿Quién más sabía que estaba ahí?
—Que yo sepa, nadie.
—Valentino, ¿me estás diciendo la verdad?
—Te lo juro, Cuchito.
—¿No fuiste capaz ni siquiera de decírselo a esa pobre madre que estaba sufriendo desde que el chico desapareció?
—Quería decírselo, pero ¡esa zorra me ocultó que Matías era mi hijo!
—¡Pero eso no lo supiste hasta después!
—¡Ella no lo defendía de su maldito padrastro! ¡Dejaba que le pegara! ¡Que lo castigara! ¡Isabel es una turra que no merece llamarse madre! ¡Matías los odiaba a todos! —Coronel no cabía en sí de asombro. No reconocía al Valentino que estaba frente a él—. Yo no lo maté, Cucho, te lo juro. ¡Jamás le hubiera hecho daño! ¡Dios! ¡Ni siquiera pude compartir nada con él por culpa de esa maldita atorranta!
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