Nuevos Sentimientos
Arnold respiraba con cierta dificultad mientras observaba hacia el cielo de manera inexpresiva, dejando que unos cuantos copos de nieve cayeran sobre su despejada frente y su fría nariz. Durante el camino a la casa de Helga, tanto el frío como el viento gélido proveniente del norte se habían intensificado el doble, haciendo que las ropas invernales que los jóvenes traían puestas fueran insuficientes para protegerse. En consecuencia, Arnold comenzó a temblar.
La casa de la chica Pataki se alzaba en lo alto de una colina bastante empinada y traicionera, ubicada en una de las zonas residenciales más ricas y prominentes de todo Hillwood; la cual tanto para Arnold como para Gerald; subirla al mismo paso que Helga era algo equivalente a subir el Everest corriendo y llevando consigo una mochila llena de pesadas rocas. Los dos jóvenes esperaron en la entrada de la residencia de la rubia mientras que esta buscaba su vestido que tenía pensado usar para el baile de esa misma noche.
—¡¡Esto sí que es increíble!! No sabía que la familia de Helga era así de rica. —Exclamó Arnold, cambiando la dirección de su mirada hacia la casa de la chica; la cual tenía más pinta de ser un castillo encantado de esos que solo aparecen en los cuentos de hadas que la de una simple residencia de gente millonaria.
—¿Es una broma cierto? Comienzo a creer que realmente vienes de otro mundo. —Dijo Gerald, recargándose sobre una de las paredes del muro que rodeaba la casa—. La familia de Helga es una de las más adineradas de todo el país, casi todo mundo conoce a los padres de Helga, ambos dirigen un imperio muy grande de telefonía celular. Es por eso que no me sorprendí mucho cuando mencionaste su apellido. Aunque admito que si me aterré un poco cuando te escuché mencionar su segundo nombre.
—Ahora me doy cuenta de que este mundo está mucho más cambiado de lo que llegue a pensar en un principio, bueno... Quiero decir, es bastante diferente a como yo lo recuerdo. Pero hay algo que aun no entiendo, si los padres de Helga son tan ricos y famosos... ¿Cómo es que su hija pasa tan inadvertida ante los ojos de las demás personas? Es decir... Ni dentro del restaurante... Ni mucho menos los bravucones de mi escuela la pudieron reconocer.
—Eso es fácil de explicar viejo, Helga nunca en su vida se ha caracterizado por ser alguien a la que le guste llamar demasiado la atención, al menos fuera de la escuela, ya que por dentro cerca del noventa por ciento de todos los chicos se derriten por ella. Sin embargo, Helga es de esas chicas a las que les gusta pasar inadvertidas aun teniendo casi todo el dinero del mundo. Ella es una chica modesta, única y muy especial una vez que llegas a conocerla mejor, aunque en primera instancia su carácter pueda indicar todo lo contrario.
—Al menos me alegra que haya ciertas similitudes entre esta y la Helga que yo conozco.
—Arnold... —Gerald hizo una pausa.
—¿Si? ¿Qué pasa?
—La Helga que tú conoces... ¿Podrías describirla detalladamente? Es decir... ¿Cómo es su carácter? ¿Cómo es su forma de ser? Pero antes de que me respondas, quiero destacar que no estoy diciendo que por fin he llegado a creerte todo lo que nos has dicho hasta ahora. Únicamente es por simple curiosidad.
—Bueno... —Se cruzó de brazos—. La Helga que yo conozco siempre fue de carácter muy agresivo. Siempre trataba de hacerle la vida imposible al resto de mis compañeros. Pero sobre todo al que más le gustaba molestar era a mí. Me hacia toda clase de bromas pesadas y se burlaba de mi cada vez que encontraba la mas oportunidad para hacerlo sin tentarse el corazón. Durante mucho tiempo creí que me odiaba con toda el alma, pero después de ciertos acontecimientos, ella me lo confeso todo. Me dijo que yo le gustaba y que incluso me amaba... Hasta en su momento llegó a mencionar que hacia altares en mi honor dentro de su armario y cosas por el estilo, aunque eso nunca lo pude comprobar por mí mismo. —Soltó un suspiro y volvió a mirar al cielo—. Sabes Gerald... Al principio me pareció una locura... Pero tras descubrir que ella fue la chica que me había citado aquel día de San Valentín, haciéndose pasar por mi amiga Cecile, pude comprenderlo todo y abrir mis ojos ante la realidad. Sin embargo, en los últimos días la trate muy mal injustamente por un error que ella no cometió. Aunque eso no lo supe sino hasta horas después.
—¿Te refieres a lo del incidente con el pastel de banana que mi otro yo provocó?
—¡Así es! Y es por eso que deseo tanto volver a mi propio mundo, de alguna forma se que yo cause todo esto, inclusive le dije que no quería volver a verla en mi vida y ahora me arrepiento rotundamente de ello. Por ello ahora pago las consecuencias. —Suspiró de nuevo—. Lo siento Gerald, creo que me desvíe un poco del tema.
—No te preocupes Arnold, me ayudaste a comprender el porqué de muchas cosas.
—¿Qué clase de cosas?
—Arnold... Aunque llevamos muy pocas horas de conocernos... De algún modo ya siento una gran envidia hacia ti.
—¿Envidia? ¿Qué quieres decir exactamente con eso Gerald?
Gerald le sonrió, pero trató de ocultar sus ojos tristes volteando hacia el lado contrario de donde se encontraba Arnold.
—¿Sabes Arnold...? Hay algo que debo contarte y que me duele admitir... Desde antes de tu aparición el día de hoy, jamás llegue a imaginar a Helga con la actitud que tiene en este momento... Nunca en toda mi vida la había visto sonreír como lo ha hecho desde que te conoció hace solo un par de horas.
—¿Jamás...?
—Jamás Arnold, jamás.... Desde el momento en el que la conocí había hecho hasta lo imposible por tratar de provocarle ese gesto de felicidad que tú le provocaste tan solo con el hecho de aparecer y revelarle tu verdadera identidad. —Arnold se limitó a simplemente escuchar las palabras de Gerald—. He visto varias facetas de ella y hasta antes del día de San Valentín pasado, ella se comportaba tal y como tú la describes, ella se comportaba como una chica cruel, mandona y atemorizante. Pero a raíz de lo que pasó entre ustedes su agresividad disminuyó, pero a consecuencia de ello se volvió una chica muy fría, triste, incapaz de expresarse libremente y muy solitaria. Fue ahí cuando me acerque a ella para tratar de ayudarla y poco a poco mi corazón se fue abriendo sin querer, aunque ella no me demostraba lo mismo. Entonces supe, que se encontraba triste porque nunca llego a saber tu nombre o donde vivías o en qué escuela te encontrabas. Es por eso que siempre sentí celos de aquel chico que la había hecho pasar el mejor día de su vida. Aquel chico que la hizo cambiar.
—¿Qué tratas de decirme exactamente con todo esto Gerald?
—Quiero decirte que... Esa chica testaruda se ganó un lugar especial en mi corazón, podría decirse que me gusta, ella me gusta mucho amigo mío. —Gerald soltó una discreta lágrima que trató de ocultar por todos los medios posibles, excusándose de que una basura había entrado en su ojo—. Ese baile era solo una excusa para darle celos a ella y que me prestara un poco de su atención. Seré sincero contigo Arnold, en estos momentos daría lo que fuera por ser tú. Aunque sea solo una actuación, Helga actuara como tu novia por el resto de la noche y hasta el final del baile. Tanto yo como otros cientos de chicos daríamos lo que fuera necesario por conseguir una oportunidad como esa. Deberías sentirte afortunado.
Arnold enmudeció por unos instantes al escuchar la confesión de Gerald y se quedó así hasta que la puerta principal de la mansión de los Pataki se abrió y se cerró de inmediato.
—Helga se aproxima. Será mejor que no hablemos más acerca de esto o se molestara conmigo por ser un tonto sentimental.
—D... De acuerdo.... —Murmuró Arnold.
—¡Listo, he regresado! ¿Están listos? —Preguntó la chica, apareciendo con un gran vestido de color rojo envuelto en una gran bolsa plástica de tintorería, el cual enrollo con suma precaución para meterlo a una mochila más grande que se había traído desde su casa y que finalmente se colgó sobre su espalda.
—Sí, estamos listos. —Contestaron los dos.
—Muy bien, les diré mi plan una vez más por si no les quedó claro. Esta noche, nos colaremos al baile de la primaria del cabeza de balón. Una vez dentro, fingiré actuar como su novia, de esta forma puede que ayudemos a descifrar algo para ayudarlo a regresar a su propio mundo y de paso le podré dar su merecido a ese estúpido cobarde y engreído de Brainy por haberlo mandado golpear, en vez de venir el mismo y hacerlo como el hombre que dice ser. El ataque de celos que tendrá será más que épico. Y mientras tanto tu, Gerald; tendrás el baile entero para conquistar a todas las chicas que quieras. Es un plan simple pero efectivo, mataremos a varios pájaros de un solo tiro. ¡Ahora muévanse!
Helga terminó de hablar y le pidió a Arnold que los guiara hasta la primaria 118 donde el baile estaba a punto de dar inicio. Mientras el trío de amigos caminaban casi en silencio, la tormenta de aquel día se volvía aun más violenta y peligrosa, el frío y el viento se intensificaron mucho más, reduciendo considerablemente la visibilidad del entorno.
—¿Cuanto falta Adrian? —Preguntó Helga, mostrando dificultades para hablar.
—Ya no falta mucho, son aproximadamente doce calles más... ¡Y mi nombre es Arnold!
—¿Doce calles...? Moriremos congelados antes de llegar siquiera a la segunda. —Gerald reclamó.
—Deja de quejarte Gerald, haces que el caminar en medio de esta tormenta sea aun más difícil con toda tu aura de negatividad. —Le replicó la rubia.
—Solo procuren no separarse, estaremos bien y descuiden, que las calles son aun mas chicas de lo que realmente aparentan. —Arnold se cubrió los ojos con su brazo derecho debido al viento que arreció—. Helga, toma mi mano y también la de Gerald, si caminamos así estaremos más seguros, también bajen la mirada para que la nieve no les caiga directamente en los ojos...
La chica obedeció sin titubear y los tomo a los dos de las manos, acto que hizo sonrojar a ambos.
—Espero que sepas lo que haces Aramis. —Dijo Helga, mostrándose un poco temerosa.
—Descuida, mi abuelo me enseño lo necesario para sobrevivir en una tormenta de nieve como esta. ¡Y por enésima vez te recuerdo que mi nombre es Arnold!
Poco a poco, los tres chicos iban acercándose cada vez más a la escuela del chico rubio cuando el clima empeoró gradualmente durante los veinte minutos que duro el resto del trayecto. El frio era tal, que tanto las piernas y brazos de los tres se habían convertido en témpanos de hielo puros. No se podía saber a ciencia cierta si el estar dentro de un congelador durante el mismo tiempo fuese incluso más cálido que lo que estaban experimentando; aunque seguramente la respuesta pudiera resultar ser en un noventa y nueve por ciento verdadera.
En el exterior, el caos reinaba y las cosas parecían ser de locos, ya que más de la mitad de la ciudad estaba paralizada casi en su totalidad. Autos estancados entre los más de veinte centímetros de nieve que cubrían el pavimento, personas indefensas y resguardadas dentro de algunos comercios y locales con estrictas indicaciones por parte del personal policiaco de no abandonar el recinto por su propia seguridad, todo esto acompañado del sonido de las sirenas de las ambulancias que parecían no darse abasto para atender las emergencias. Esta era la primera vez en la historia de Hillwood que una tormenta de este calibre hacía estragos en los alrededores. Nadie la vio venir.
Arnold y compañía finalmente habían llegado a su destino tras lograr el último esfuerzo. Gerald, sintiendo un intenso frío que hacía que cada célula de su cuerpo temblara, fue el primero en adelantarse y llamar a las grandes puertas principales golpeando su exterior con su puño derecho, las cuales permanecían totalmente cerradas a pesar del intento. Tras unos cuantos intentos más y algunos minutos en espera sin recibir respuesta; Gerald trató de forzarlas, cosa que también fue inútil.
—¡Es una locura, no creo que nos abran con este clima! —El chico afro se resignó—. Además, parece como si estuvieran sujetas con un candado desde el interior. Creo que fue una muy mala idea venir hasta aquí.
—Ya estamos aquí Gerald, no nos queda otra opción, no podemos regresar o de lo contrario el último lugar donde vean nuestros cuerpos será en la autopsia de una morgue. —Arnold dijo pacíficamente—. Tienen que poder abrirnos de alguna forma.
—¿No existe alguna otra entrada? —Preguntó Helga.
—Bueno... —Pensó—. Existe una ventanilla a un costado del edificio que conduce directamente al sótano, pero no estoy seguro de que pueda estar abierta, ya que solo se puede abrir desde adentro.
—Debemos intentarlo, es nuestra única alternativa si no queremos morir congelados aquí afuera.—Recalcó Helga.
—Estoy de acuerdo, no nos queda de otra. Y por cierto, chicos... Creo que ya pueden soltarse ustedes dos. —Señaló Gerald—. Es muy poco probable que se pierdan en el camino teniendo en cuenta que la escuela ya se encuentra frente a nosotros...
Arnold y Helga tardaron unos segundos en reaccionar ante las palabras de su amigo, el cual estaba haciendo referencia a que los dos chicos aun se encontraban tomados tiernamente de la mano. Al darse cuenta del hecho, ambos se soltaron de golpe y se sonrojaron intensamente, girando su mirada hacia la parte contraria del otro para no verse directamente a los ojos. Puede que en el subconsciente de Arnold y Helga no lo hayan notado a simple vista, pero para ambos el estar agarrados de la mano los hacía sentir una sensación en el estomago bastante agradable y difícil de describir que aminoraba el frio.
—¡Ehh...! ¡Discúlpame...! —Murmuró Arnold ruborizándose un poco y soltando una tímida risilla.
—No... No te preocupes... La culpa fue enteramente mía. —Comentó Helga, disculpándose torpemente, sonriendo ligeramente y sonrojándose por igual.
—Bueno, si es que ya dejaron de derramar tanta miel, entonces tal vez Arnold pueda decirnos donde esta esa dichosa ventanilla que mencionó hace un instante.
—Sí, disculpen... Es por aquí, síganme.
Arnold los llevo hacia un costado de la escuela, donde efectivamente había una pequeña ventana a raíz del suelo, pero lo suficientemente angosta como para que unos niños pequeños de diez años como ellos cupieran sin ninguna dificultad. Sin embargo, las malas suposiciones de Arnold dieron en el blanco al adivinar que efectivamente esta se encontraba cerrada con un seguro desde el otro lado.
—¡Rayos! ¿Ahora qué vamos a hacer? Estamos atrapados como ratas, solo que al revés. Nos congelaremos y moriremos de frío aquí afuera, completamente solos y desamparados lejos de nuestros padres. —Gerald sacó a relucir su negatividad y desesperación.
—Debe de haber otro lugar donde podamos colarnos. —Arnold miró y estudió cada una de las partes del edificio por fuera—. Vamos a investigar si por el lado del gimnasio podemos encontrar otro acceso o alguna ventana por la cual puedan escucharnos.
De repente, ambos chicos vieron un cuerpo desconocido moverse a gran velocidad frente a sus ojos, el cual hizo que al impactarse rompiera en miles de pedazos el cristal de aquella ventanilla.
—¡Ahí tienen su entrada chicos! —Dijo la rubia sonriendo cínicamente, dejando a sus dos compañeros con la boca abierta tras haber lanzado un pesado ladrillo contra la ventana.
—¡¿Helga que es lo que acabas de hacer?! ¿Acaso estás loca? ¿Quieres que nos denuncien y que nos encierren por vandalismo juvenil? —Protestó Gerald.
—Descuida Gerald no exageres las cosas, con mi mesada pagare los daños ocasionados. Ahora dense prisa antes de que nos congelemos. —Dijo Helga, entrando por la ventana.
—¡No puedo creer que vaya a hacer esto!
—¡Helga eres increíble! —Declaró Arnold entrando por la apertura.
—No la alabes tanto, viejo. —Dijo Gerald haciendo lo mismo.
Helga entró sin titubear siendo seguida de Arnold y Gerald. El sótano de la escuela era un lugar bastante lúgubre, de aspecto descuidado y con un intenso hedor a moho, pero no menos frío que el exterior a pesar que la caldera responsable de la calefacción del edificio se encontrara justamente allí.
—¡Qué asco! ¿Qué es ese olor? —Se quejó la chica.
—¿Como puede ser que haga tanto frío en un lugar como este si la caldera esta justo aquí? —Gerald se abrazó a sí mismo tratando de generar calor en su cuerpo.
—Según recuerdo esta puerta da hacia uno de los corredores principales, pero parece que el mecanismo de la perilla se encuentra completamente congelado, ¡Vengan rápido! Tratemos de abrirla por la fuerza chicos. —Dijo Arnold, señalando la única salida que conectaba con el interior del edificio.
Los tres empujaban con todas las fuerzas que les quedaban, cosa que al principio parecía no dar resultado, y no fue sino que después de unos minutos de fallidos intentos de derribos que la puerta comenzó a ceder, fue así como tras realizar un último esfuerzo sobrehumano, la puerta finalmente se abrió de golpe haciendo caer a los tres chicos el uno sobre otro. De repente, Arnold escuchó en medio de la confusión una tranquila voz que le resultaba muy familiar, así como un mar de murmullos cercanos a esa voz que se hacían más sonoros con cada segundo transcurrido.
—¿Arnold...? ¿Arnold eres tú...?
—¿Sr. Simmons? ¿Es usted? —Preguntó incrédulo.
—¡Arnold! ¡Santo cielo! Permítanme ayudarlos a ponerse de pie. —Les extendió la mano a cada uno—. ¿Qué hacías metido en el cuarto de calderas? Me dijeron tus compañeros que te habías ido corriendo fuera de la escuela diciendo que habías enfermado de gravedad. Y también que te habías vuelto loco o algo parecido.
—Es una larga historia Sr. Simmons, una muy larga historia.
—¿Y quiénes son ellos? —Señaló a los jóvenes extraños.
Los jóvenes que se encontraban sobre el pasillo en ese momento, no pudieron evitar mirar hacia donde Arnold se encontraba, puesto que para ese momento, la noticia de que se había vuelto loco a la hora del almuerzo ya corría en boca de todos. No obstante, y para buena fortuna del chico con cabeza de balón, la mayoría de los murmullos provenientes de los demás no solo iban dirigidos hacia él, sino que también hacían gala de su par de acompañantes, los cuales al levantarse se sintieron acosados por todos esos ojos puestos súbitamente sobre ellos sin ningún tipo de discreción, siendo la mas grande victima de esas miradas la misma Helga, quién había logrado atraer la atención de todos los chicos del género masculino gracias a su inigualable belleza.
—¿Qué es lo que me ven toda esta bola de ineptos? —Preguntó Helga, levantando su puño contra los chicos presentes, los cuales no se inmutaron y continuaron observándola completamente embobados como si de un ejército de zombis sin cerebro se tratase.
—Ellos son Helga y Gerald, un par de amigos de fuera que vinieron a visitarme Sr. Simmons. —Explicó Arnold, mintiendo y sonriendo con nerviosismo—. Vinieron de visita y salí corriendo de la escuela porque había olvidado completamente que hoy llegaban en su vuelo matutino, así que tuve que ir al aeropuerto a recogerlos.
—Arnold, conoces bien las políticas de la escuela de no dejar entrar a nadie ajeno a la institución.
—Lo sé Sr. Simmons y lo lamento, pero la tormenta no nos dejo llegar a tiempo a mi casa y la escuela era el único lugar en el que podíamos quedarnos sin correr peligro por la tormenta.
—Ahora lo entiendo todo, siendo así no hay ningún problema con ello. Después de todo, no podemos abandonarlos allá afuera en medio de esa tormenta tan peligrosa. —Manifestó el Sr. Simmons—. Entonces, ya que están aquí pueden acompañarnos a todos a disfrutar de nuestro baile anual de invierno.
—Gracias por entender Sr. Simmons, se lo agradezco. ¡Andando chicos! Pueden dejar sus cosas dentro de nuestro salón de clase. Es por aquí, síganme.
—¡Te seguiremos a donde tú quieras, Arthur! Salgamos de aquí pronto o me saldrá roña en todo el cuerpo con toda esta manada de feos engendros mirándome. ¡Dios mío! Aunque sea traten de disimular aun poco. —Dijo la rubia.
—¡Mi nombre es Arnold...! ¿Cómo es posible que no puedas ser capaz de recordarlo?
—Sí como sea, ahora andando. —Respondió Helga tomando a Arnold de la mano para escapar del lugar.
—Oigan espérenme. —Gritó Gerald siguiendo a la pareja.
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—¡Eso fue criminal! ¿Se dieron cuenta de cómo todos me veían con ese morbo tan repugnante? ¿Qué es lo les pasa? Pareciera como si nunca hubieran visto a una chica. —Helga se quejó, dejando su mochila en el piso del salón de clases, sacudiéndose la nieve de la ropa, el cabello y frotando sus brazos y piernas para entrar en calor.
—Francamente no los culpo. No están acostumbrados a ver a una chica tan... Tan bella por estos lares. —Confesó Arnold, tartamudeando un poco y quitándose la nieve como Helga.
Helga se puso roja.
—¡Estoy totalmente de acuerdo con Arnold! —Agregó Gerald.
—¡Gracias chicos...! —Les sonrió a ambos.
—No fue nada, solo digo la verdad... Disculpa mi atrevimiento, pero hablo enserio cuando te digo que tu belleza... —Jugó un poco con sus dedos mirando apenado hacia el piso de loza—. Crece un millón de veces más cuando sonríes, la tristeza es algo que simplemente no va contigo, eres una chica fantástica y también permíteme decírtelo abiertamente, soy tan feliz por haberte encontrado nuevamente en este mundo.
La chica estaba a punto de desmayarse tras recibir tantos halagos por parte del chico que había conocido apenas tres horas antes, pero que ya la hacía sudar como loca y sonrojarse hasta con el comentario favorable más mínimo hacia su persona. Sin duda, eran sentimientos que Helga no estaba acostumbrada a sentir. La última vez que sintió esa sensación de mariposas en el estomago había sido once meses atrás, cuando según en la versión de ella, Arnold la había invitado al restaurante francés más romántico y sofisticado de la ciudad para pasar una velada inolvidable. A partir de ese momento, la misión de la joven de mechones rubios había sido la de localizar a toda costa a ese muchacho, aquel que le hizo conocer por vez primera el amor verdadero en persona. Sin embargo, ahora que lo tenía frente a ella, parecía que todas las palabras de cariño y afecto que tanto había planeado decirle desde el momento que lo conoció se hubiesen borrado como en una especie de formateo masivo a su cerebro. Por si fuera poco, Helga sabía que el tiempo junto a Arnold se agotaba, por lo que decidió tratar de pasar el mayor rato junto a él.
—¡Cielos! No sé qué decir... Gracias Armin... Digo... Arnold... —Le dirigió una sonrisa tan dulce, que el chico con cabeza de balón se sintió en las nubes por unos instantes. Pero no solo por la sonrisa, sino porque también había podido recordar su nombre. No obstante, Gerald tuvo que interrumpirlos bruscamente justo cuando ambos estaban en el momento de mayor éxtasis al estar mirándose a los ojos y en silencio.
—¡Chicos...! ¡Chicos...! —Arnold y Helga salieron del trance—. Lamento interrumpir este bello momento tan meloso, pero Helga se tiene que poner su lindo vestido y el baile está a punto de comenzar, así que sugiero que Arnold y yo salgamos del salón en este momento.
—¿Qué? ¡Sí...! ¡Sí...! De acuerdo salgamos... —Arnold balbuceó sin dejar de mirar a la chica en ningún momento, ni esta a él.
—¿Por qué el amor tiene que ser tan complicado e incomodo? —Gerald se preguntó a sí mismo, jalando a Arnold hacia afuera del salón donde ambos permanecieron mientras Helga se cambiaba de ropa.
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El corredor principal de la escuela ya se encontraba atiborrado de infinidad de chicos y chicas que pretendían asistir al baile invernal y que solo esperaban la indicación del director Wartz a través de los altavoces para poder entrar al Gimnasio, lugar donde el evento se iba a llevar a cabo. Cada uno de ellos iba vestido propiamente con todo tipo de smokings de todos los tamaños, colores y sabores existentes, entre los cuales, sobresalían algunos de los chicos menos populares, de los cuales jamás se podría llegar a pensar en los interiores de la primaria 118 que fuesen a llamar tanto la atención, pero sobre todo por parte de las chicas. Tal y como lo era el caso de Curly, el cual atraía las miradas de tantas chicas con su nuevo estilo de peinado hacia atrás, lentes de contacto y elegante atuendo, que inclusive hasta la misma Rhonda Lloyd al parecer ya recuperada parcialmente de su enfermedad; comenzó a sentir un ataque de celos alocados e involuntarios. Por su parte, la mayoría de las chicas, asistieron con vestidos largos de noche adecuados para la ocasión, formando una impresionante pasarela en el pasillo siendo un deleite para los muchachos que no se cansaban de admirar a aquellos ángeles tan hermosos que desfilaban cerca de ellos y sin llegar a estar en el cielo.
Tanto Arnold como Gerald se encontraban sentados sobre el piso, esperando ansiosamente el reaparecer de su compañera. Así permanecieron hasta que Gerald soltó un bufido para decir unas cuantas palabras y que no fueron del todo escuchadas por el chico rubio debido a estar pensando en algo aun más agradable.
—¿Por qué será que las mujeres tardan tanto para estar listas? Pareciera como si ellas mismas tejieran el vestido que se van a poner. ¿No te parece Arnold? ¿Arnold...? ¿Arnold me estas escuchando?
—¿Me pregunto porque todo se ha vuelto tan hermoso últimamente? ¿Tú sabes cuál es el motivo, Gerald? —Arnold formuló su propia pregunta ignorando a la de Gerald.
—¿Disculpa...? —Preguntó Gerald confundido, tanto que no pudo evitar el arquear las cejas.
—¿Qué por qué motivo o razón, todo es tan hermoso últimamente? Es decir, las luces, la fuente para beber agua, el bullicio de los demás chicos sobre el pasillo. —Suspiró.
—¡Cielos Arnold! Esa flecha de Cupido sí que está haciendo su trabajo a la perfección y eso que aún faltan tres meses para que llegue febrero. Pero dime... ¿Qué se siente ser el pretendiente numero uno de la galante señorita, Helga G. Pataki?
—¡Es maravilloso...! —De repente, Arnold sintió una sacudida en su cerebro como si estuviera recibiendo una descarga en la silla eléctrica—. Es decir... No sé que decir sobre eso.
—Arnold, ya deja de fingir y esconder tus sentimientos, se que Helga te gusta, es algo que podría ver incluso montado sobre un avión. No lo niegues más, viejo.
—Gerald, todo esto me parece increíblemente confuso, Helga es una chica en verdad sorprendente. Aunque su carácter pueda parecer explosivo no puedo negar que es una chica muy especial. Pero aun no puedo decir abiertamente si me gusta o no.
—¡Vamos Arnold no te contengas! Si estas pensando en Helga mientras hablamos quiere decir que tu foco de atención solo estará centrado en ella y en nada más que solo ella, eso quiere decir que irremediablemente estas profundamente enamorado.
—¿Sabes...? —Suspiró profundamente—. Creo que tienes razón, aunque me resulta extraño admitirlo.
—Entonces... ¿Trataras de conquistarla esta noche Romeo?
—Aun no lo sé Gerald, no sé que pueda pasar exactamente esta noche si me le declaro a Helga o lo que vendrá después. No sé si pueda ser capaz de regresar a mi propio mundo o si fui engañado y debo permanecer en este por el resto de mi vida. Aunque a decir verdad ya no me importa mucho la diferencia, ya sea en mi propio mundo o en este, quiero evitar a toda costa y por todos los medios posibles que Helga caiga de nuevo en ese estado de depresión que tanto la atormentó durante meses, ella no lo merece. Por lo tanto, si no logro conquistar su corazón, al menos le daré la mejor noche que haya tenido en toda su vida. Solo espero que no te moleste... Tú sabes, por lo que me revelaste esta tarde afuera de su casa.
—Descuida Arnold, desde que vi ese cambio de actitud en ella cuando te vio el día de hoy, supe inmediatamente que no me correspondía a mí el hacerla feliz... Sino a ti.
—Gracias por comprender Gerald. No cabe duda que tanto en este mundo como en el otro, tú siempre serás mi mejor amigo.
—Eres un poco extraño, pero finalmente puedo decir que te he tomado algo de afecto, viejo.
—Entonces... ¿Qué dices Gerald? ¿Amigos?
—¡De acuerdo Arnold! ¡Amigos!
Ambos chicos estrecharon cordialmente sus manos en señal de que una nueva amistad para ambos había nacido. Sin embargo, ninguno de los dos contaba con que cierto chico en estado fúrico y desquiciante se aproximaba hacia ellos, el cual era acompañado y escoltado por tres personajes que Arnold y Gerald ya conocían a la perfección y que por lo tanto, ellos sabían perfectamente de las atrocidades de las cuales eran capaces de hacer.
Al cabo de unos pocos minutos, los corazones de Arnold y Gerald se paralizaron casi totalmente a causa del imponente miedo cuando frente a ellos aparecieron nada más y nada menos que Brainy y sus secuaces de quinto grado muy bien pagados: Wolfgang, Mickey y Edmund. Todos luciendo elegantes smokings de etiqueta y que muy probablemente Brainy les había regalado como parte de sus servicios. Arnold y Gerald vieron sus horas contadas al contemplar como esa escena tan terrorífica que hasta ese momento formaba parte de sus pesadillas más oscuras; finalmente se había materializado, dándoles pocas esperanzas de escapar y salir ilesos del brutal ataque que se avecinaba.
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