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¡Me Gustas, Me Gustas!

El quince de diciembre terminó como si alguien le hubiera dado la vuelta a una página de un libro para comenzar a leer la siguiente, en este caso, el dieciséis de diciembre. El día comenzaba con más frío del que se había podido sentir a lo largo del día anterior, bajando la temperatura aproximadamente unos cinco grados según el informe meteorológico que daban por la radio.

"¡Es el día más frío en toda la historia de Hillwood!" —Decían los locutores.

Sin embargo, para el chico con cabeza de balón, todo eso pasaba a un segundo, tercer o inclusive hasta un cuarto plano en la cadena personal de importancia. Lo único que realmente deseaba era llegar al meollo de todo este misterio.

Como cualquier otro día, Arnold se levantó gracias al simpático pero intrusivo ruido de su reloj despertador que repetía su nombre varias veces. Se vistió, se lavó y se dirigió a la cocina para desayunar, en la cual encontró a su par de abuelos aun molestos por lo que Arnold había hecho el día de ayer.

Durante el transcurso del desayuno hubo mucho silencio, más del que Arnold estaba acostumbrado a soportar. Arnold se sentía aun culpable, pues se había dado cuenta que les había hecho pasar por una enorme preocupación. No obstante, este se animó a lanzar una pregunta al aire, una que no tenía nada que ver con las consecuencias de sus actos.

—Abuelo...

—¿Si? ¿Qué pasa hombre pequeño? —Dijo Phil en un tono serio y muy frío sin apartar la vista del periódico.

—De casualidad... ¿Tú conoces a una chica de mi salón de clases, llamada Helga G. Pataki?

—¿Helga G. Pataki...? —Dejo el periódico de lado para concentrarse en su nieto—. No... Para serte sincero, no me suena para nada ese nombre, jamás lo había escuchado. ¿Por qué razón me lo preguntas hombre pequeño?

—No... Por nada... —Se encogió de hombros—. No es nada Abuelo, no te preocupes...

*Tal y como lo supuse... Mis abuelos tampoco saben quién es Helga.* —Pensó desilusionado.

Arnold terminó su desayuno sin muchas ganas y se dispuso a salir de la casa para esperar la llegada del camión escolar, no sin antes advertirle a su abuelo que él llegaría por cuenta propia a la casa, solo en caso de que se presentara algo como lo que había sucedido ayer. A lo que este respondió estando de acuerdo. Ya enfrente del pórtico, Mai salió de la casa para dirigirse al colegio de igual forma. La chica saludó y se despidió de Arnold deseándole un buen día. En cuando Mai se perdió de la vista de Arnold, el camión escolar apareció de nueva cuenta frente a la casa de huéspedes. Arnold se sentía extraño y observado por los demás chicos. Tal parecía que los hechos del día anterior habían pasado de boca en boca a tal grado que para este punto probablemente ya todos los alumnos de cuarto grado y de otros grados más ahora lo sabían por igual. El chico con cabeza de balón continuó su día de forma arbitraria sin muchos cambios significativos a lo que había experimentado el día anterior durante sus actividades rutinarias. A estas alturas, las clases le parecían ya tan innecesarias como un trámite burocrático, tan solo asistiendo por pura obligación y por el deseo de saber qué rayos era lo que estaba ocurriendo a su alrededor, por lo que le costó trabajo encontrar algo con lo cual entretenerse mientras que el Sr. Simmons parloteaba en frente del salón acerca del origen de las tradiciones que se realizaban en navidad en varias partes del mundo. Sin embargo, justo en el momento en el que Arnold se encontraba flotando en medio del nirvana del aburrimiento y estando a punto de quedarse dormido, fue entonces cuando la dulce voz de su vecina de asiento lo obligó a salir de su trance.

—¡Oye Arnold! ¡Arnold! ¿Estás despierto?

—¡¿Ehh...?! Lo siento Lila... —Dijo regresando a la realidad—. ¿Dijiste algo?

—Dime una cosa... ¿Es verdad que enloqueciste ayer en la salida?

—¡Por dios! ¿Qué acaso nadie puede guardar un secreto dentro de esta escuela?

—¿Disculpa...?

—No, no es nada Lila... Pero volviendo a tu pregunta, es mejor que lo sepas de mi que de otros rumores tontos e innecesarios.

—¡Ohh...! ¿Entonces si perdiste la cabeza? —Dijo en medio de una risita.

—¡Sí...! —Afirmó Arnold, apoyando firmemente su cabeza sobre sus brazos y hundiéndose en la banca.

—¡Cielos! Estoy segura de que hubiera dado lo que fuera por ver eso.

—¿Ya te habías ido?

—En realidad no, lo que pasa es que ayer me quede en la biblioteca hasta muy tarde. ¿Sabes Arnold? He sido asistente voluntaria de la encargada desde hace ya dos meses, por lo que suelo quedarme después de clases a realizar labores que tienen que ver con el acomodo, conteo y limpieza en algunas ocasiones.

—¡Que interesante...! —Dijo con sarcasmo.

—Es divertido aunque no lo parezca a simple vista. De hecho, toda labor es en cierta forma divertida si le buscas el lado positivo. Créeme puedes aprender mucho.

—Sinceramente, por más que lo pienso no puedo encontrarle el lado divertido el ser un encargado de biblioteca.

—Estoy completamente segura de que lo encontrarías si siguieras mi humilde filosofía. —Se frotó las manos—. Arnold... ¿Te gustaría quedarte y venir a ayudarme el día de hoy?

—¿Ayudarte...? ¿De qué hablas Lila...?

—¡Sí! Veras, hoy tengo mucho trabajo pendiente en la biblioteca, son demasiados los libros que hay que reordenar y me llevaría mucho tiempo el poder hacerlo yo sola. Normalmente no me molestaría hacerlo yo misma, pero pasa y resulta que una buena amiga mía ira a mi casa hoy a cenar y me apenaría mucho el poder cancelarle de imprevisto.

—¡Cielos, no lo sé Lila!

—¡Por favor Arnold! Te lo suplico, no existe otra persona en esta escuela a quien pueda pedírselo con confianza.

—¿Y qué hay de las otras chicas del salón?

—Veras... —Se miró los zapatos con cierta vergüenza por unos segundos para después devolverle la mirada al rubio—. No me llevo muy bien con ninguna de ellas. A decir verdad, no he entablado una amistad lo bastante profunda con alguna como para atreverme a pedirle ese gran favor.

—¿Y qué me dices de los demás chicos?

—Pasa lo mismo con ellos, Arnold... Pero descuida, si no quieres lo entenderé.

—¡De acuerdo Lila...! —Suspiró luego de aceptar casi forzosamente—. Te ayudare en tus labores.

—¿De verdad? ¿Hablas enserio? ¡Cielos Arnold, muchas gracias! Eres un chico realmente encantador. —Estiró su mano para alcanzar la del joven y tocarla suavemente por pocos segundos.

—D... ¡De nada Lila! —Arnold se sonrojó ligeramente al igual que la chica—. *La Lila de este mundo actúa un poco diferente a la Lila que yo conozco. Ella nunca me pediría algo así ni en broma, ni siquiera me dejaría sujetarla de la mano.*

—Nos veremos después de que terminen las clases, a las tres y treinta en la biblioteca. ¿Te parece bien? —Dijo guiñándole un ojo.

—¡Claro! ¡Ahí estaré sin falta! —Arnold le contestó con una sonrisa medio fingida.

Las clases matutinas habían pasado rápidamente a pesar del colosal aburrimiento que Arnold sufrió desde que se sentó en su respectivo pupitre en el frente del salón. Ya en el almuerzo, los chicos y chicas de todos los grados atiborraban el pasillo principal para llegar y ganar todo lo que se podía de la barra de comida. Arnold sin sentir mucha hambre, tomó uno de los últimos pudines de tapioca para sentarse en una mesa del rincón de la cafetería.

—Helga... ¿En donde podrás estar...? —Se preguntó a sí mismo sin apartar la mirada de aquel dulce postre sabor tapioca que le recordaba mucho a ella, entonces reaccionó—. ¿Por qué de entre todo lo que ha pasado desde ayer, Helga es lo primero que aparece dentro de mi mente? No logro entenderlo...

Arnold pasaba la cuchara dentro del pudín sin llevarse nada a la boca, cuando en ese momento Sid y Stinky aparecieron como el día anterior con sus charolas del almuerzo frente a él.

—¡Ehh...! Arnold... ¿Podemos acompañarte?

—¡Sí...! ¡Sí...! De acuerdo, no hay problema, chicos... Pueden sentarse con toda la confianza del mundo... Aun hay varias mesas disponibles —Dijo, tratando de disimular la embarazosa situación de la cual había sido protagonista.

—Arnold... Queremos que nos expliques a Stinky y a mí con todo y detalles ¿Qué diablos fue lo que te ocurrió ayer? —Sid no se aguantó las ganas de preguntar.

—A mi también me gustaría mucho saberlo Sid, en verdad me gustaría saberlo...

—Otra cosa que nos gustaría saber es porque estabas tan empeñado en encontrar a esa chica que mencionaste ayer... ¿Cuál era su nombre? Helga. Dinos picarón... ¿Acaso estas enamorado de ella...? —Stinky preguntó suspicazmente.

—¿Qué...? ¡No...! ¡Claro que no! —Arnold se alarmó ante la pregunta tan indiscreta que le habían formulado y trató de negarlo por todos los medios posibles que se encontraban a su disposición—. ¡Qué disparates dices Stinky!

—Solo tratamos de descifrar tus acciones de acuerdo a lo que vimos, parecías paranoico y desesperado por querer encontrarla a toda costa. Hasta la pobre de Rhonda se llevo un susto tan grande que hasta parece que se le quitó el resfriado.

—No busquen explicaciones, solo... Traten de olvidar lo que paso ayer chicos... Por favor...

—¡De acuerdo Arnold! Pero procura no volver a tener un ataque de esquizofrenia desenfrenada, al menos no frente a nosotros. Sí que nos diste un gran susto ayer, Arnold. —Mencionó el niño de la gran nariz y la gorra verde.

—Descuiden muchachos... —Suspiró—. Nunca más volverá a suceder. Eso espero...

Los tres chicos continuaron su almuerzo en silencio por unos minutos hasta que Stinky habló acerca de un evento del cual Arnold no tenía el menor conocimiento.

—Oigan... ¿Alguno de ustedes piensa asistir al gran baile de invierno de mañana por la noche? —Preguntó Stinky observando la propaganda pegada en la pared.

—La verdad es que no lo sé, no he encontrado a una chica que quiera ir conmigo y creo que ya es un poco tarde para ello faltando tan solo un solo día para el evento. —Confesó Sid.

—¿Baile invernal? ¿Qué baile invernal? —Preguntó Arnold.

—Ahí vamos otra vez Arnold... ¿De casualidad no te caíste y te golpeaste fuerte la cabeza causándote un severo caso de amnesia? —Le cuestionó Sid.

—Pues... La verdad es que no estoy muy seguro de ello.

—El baile invernal de este viernes es una especie de convivencia para celebrar el inicio de las vacaciones de diciembre. Todo el mes se ha estado hablando de ello. —Explicó Stinky.

*¿Ahora un baile invernal? Esto sí que se pone cada vez más extraño con el pasar de los días.* —Pensó Arnold para sí, para después continuar hablando con sus amigos.

—Pues ahora que lo mencionas, yo tampoco tengo una pareja o a una chica en específico a la cual invitar. Es más, no sé si tenga muchas ganas de asistir.

—Arnold, no sé cómo es que tu nariz puede permanecer del mismo tamaño después de decir tantas mentirotas. —Protestó Stinky.

—¿A qué te refieres?

—Me refiero a que no te hagas el disimulado con nosotros ya que tus actos te delatan por si solos. Es obvio que vas a llevar a Lila Sawyer al baile, no lo niegues pilluelo.

—¿A Lila? ¿De qué estás hablando Stinky? Sabes perfectamente que Lila no me quiere más que como un amigo.

—Arnold... No has notado todas las señales que te ha dado, estás completamente ciego si no las has visto. En estos últimos días pudimos notar cómo se sonrojaba cada vez que hablaba contigo y como su voz se adormece cuando te dirige la palabra.

—Stinky, creo que el paranoico es otro. —Declaró Arnold.

Por más que Arnold trataba de negarlo, en el fondo sabía que Stinky tenía una pizca de razón. Desde el día de ayer, Lila se comportaba de forma bastante extraña cuando estaba cerca de ella. Se ponía más nerviosa; lo cual provocaba que jugara con sus manos, se sonrojara y le temblara la voz, cosa que en un principio Arnold imaginó que se trataban de puras reacciones causadas por lo gélido del mal clima. Sin embargo, Arnold se mantenía escéptico ante los hechos. ¿Lila Sawyer enamorada de él? ¡Qué tonto suena...! Pero en este mundo tocado por la locura... ¿Podría llegar a ser cierto?

Arnold prefirió guardar absoluto silencio durante el resto del almuerzo, dedicándose a solo escuchar las conversaciones que tenían sus dos amigos, entre las cuales destacaban la ausencia del mandamás por excelencia: Brainy, el cual no se había aparecido a lo largo de todo el día, tanto en el salón de clases como en la cafetería, dando a entender que probablemente se encontraría en su recamara propia, dentro de la colosal mansión propiedad de su padre, recuperándose de un intenso resfriado de más de cuarenta de temperatura y con una veintena de sirvientes amaestrados al lado de su cama para cuidarle cada uno de sus estornudos por si algo se pudiese presentar.

La hora del almuerzo concluyó como cualquier otra, con todos los alumnos desanimados por regresar a clases, pero a la vez entusiasmados porque las vacaciones de diciembre estaban prácticamente a la vuelta de la esquina. Durante el resto de las clases la atención de Arnold se esfumó como la expulsión del aliento que se emana por la boca en tiempos de frío. El Sr. Simmons continuaba parloteando, mientras que Lila no dejaba de mirarlo, lo que le hizo corroborar a Arnold que ella tampoco estaba prestando la más mínima atención a la clase del buen hombre y nominado por quinta vez a maestro del año. Por otro parte, el desvalido pero oportuno comentario de Stinky cobro más fuerza en la mente de Arnold mientras los minutos transcurrían tan lentamente como el día y la noche. La idea de que Lila se encontrara enamorado de él le agradaba en cierta forma. Después de todo, era la chica con la que soñaba y tenia fantasías color de rosa. En tal caso... ¿Qué ese mundo en el que encontraba no era mejor? ¿Acaso ese mundo no era lo que tanto había deseado todo este tiempo? La idea de que Helga no lo molestara mas y que hubiera una pequeña posibilidad de que Lila sintiera atracción hacia el... ¿No debería ser suficiente para hacerlo el chico más feliz sobre la tierra? Entonces... ¿Por qué Arnold no se sentía de la misma forma? La cabeza de balón de Arnold estaba a punto de estallar después de darle muchas vueltas al asunto. Su mente estaba hecha un millón de nudos y su imaginación voló más allá del agujero del conejo y así entrar al país de las maravillas. Arnold se encontraba tan distraído que no pudo apreciar el momento en el que la campana sonó dando por finalizadas las actividades del día.

—Te veo arriba en la biblioteca, Arnold. No se te olvide cumplir con tu promesa. —Dijo Lila, dirigiéndose hacia Arnold.

—¡Sí...! De acuerdo Lila... Enseguida te alcanzo. —Le respondió al instante con su lengua entumecida.

Arnold levantó su mochila para retirarse rápidamente, no sin antes observar de reojo a Sid y a Stinky, los cuales se encontraban con el pulgar arriba deseándole suerte.

*¡Por dios! Se están comportando como mi abuelo, esos dos están viendo cosas extrañas donde está claramente obvio que no las hay y nunca las habrá.* —Pensó, mientras cruzaba la puerta del salón para dirigirse hacia los bebederos.

-o-

Después de beberse una considerable cantidad de agua fría, Arnold encaminó sus pesados pasos hacia la biblioteca, la cual se localizaba en el último piso del edificio de tres plantas. Caminaba de una forma torpe y descuidada, probablemente porque no se sentía con muchos ánimos de estar en ese lugar. Luego de avanzar unos cuantos metros, Arnold no se percató de que al girar en una esquina alguien más lo estaba haciendo también pero del lado contrario, causando un nuevo choque repentino que hizo que ambos cayeran al piso.

—¡Auch! ¡Disculpa...! ¿Estás bien...? —Arnold le preguntó a su nueva víctima sin mirar de quién se trataba.

—¡Sí! ¡No te preocupes! —Le respondió la voz de una chica.

—¿Phoebe...?

—¿Arnold...?

—¡Ehh...! Discúlpame Phoebe no fue mi intención, déjame ayudar a levantarte.

De repente, Arnold sintió otro fuerte impacto como si de una patada giratoria se tratara.

—¿Qué le hiciste a Phoebe? ¡Responde gusano infeliz o tendré que masacrarte aquí y ahora! —Dijo Gloria, saltando sobre Arnold para evitar que se levantara.

—¡Santo cielo...! —Arnold gruñó muy molesto a pesar del dolor en su cuerpo—. Solo fue un accidente... Para empezar nunca fue mi intención hacerle daño a Phoebe... ¿Ahora podrías apartarte de mí y dejarme en paz de una vez por todas?

—Él tiene razón gloria, yo también tuve la culpa por no fijarme si alguien más venía hacia mi dirección. ¡Déjalo ya por favor! —Dijo Phoebe poniéndose de pie.

—De acuerdo... —Se levantó, dejando libre al chico rubio—. Solo lo haré porque Phoebe lo dice.

—¿Acaso eres su guardaespaldas personal o algo por el estilo? —Le preguntó mientras se incorporaba.

—Exactamente, Phoebe es mi mejor amiga y por si no lo has notado aun sigue muy enferma y bastante delicada, pero afortunadamente ya no se encuentra tan grave como el día de ayer cuando te lanzaste sin piedad sobre ella. —Contestó la chica de moño rosa, levantando el puño de forma amenazante.

*¡Carambolas, esta niña tiene la misma actitud que Helga...! No, inclusive me atrevo a decir que es todavía mucho peor.* —El pensamiento le cruzó por la mente.

—Y ahora, si nos disculpas, Phoebe y yo llevamos un poco prisa.

—Sí... Está bien... Lo que tu digas Gloria... —Dijo casi ignorándola tal y como lo hacía con Helga cada vez que esta lo molestaba—. Phoebe, yo te quería pedir una disculpa por mí actitud de ayer. Me echaron tan rápido que no tuve tiempo para pedirte perdón apropiadamente. Ese no fue uno de mis mejores días, estaba confundido y un poco enfermo, solo espero que puedas perdonarme.

—¡Descuida Arnold, no pasó nada! Un error lo comete cualquiera. —Dijo, jugando con sus dedos.

—¡Gracias Phoebe! Me da mucho gusto que contigo las palabras si sirvan para poder entendernos. —Objetó, señalando indirectamente a Gloria.

—¡Te escuche pequeño gusano!

—¡Cuídate ese resfriado Phoebe, nos vemos después! —Se despidió cortésmente guiñándole un ojo.

—Cuídate tú también Arnold. —Phoebe se sonrojó ante tal gesto.

Arnold se marchó y continuó con su camino hacia las escaleras que estaban un poco más adelante. En cuanto Arnold avanzo lo suficiente como para asegurarse de que no pudiera escucharla, Gloria detalló sus propias opiniones.

—¡Es despreciable! —Se cruzó de brazos.

—Pues, a mí no me pareció nada mal. —Confesó Phoebe, en un tono de picardía.

—¿Qué dices? ¿No me digas que te gusta ese gusano? —Gloria armó un escándalo.

—No lo sé, no me parece tan mal partido. —Dijo sugestivamente para después estornudar.

—Tú mereces algo mucho mejor que un niño con una cabeza de balón Phoebe. ¡Escucha! Yo conozco a alguien que podría interesarte...

El par de mejores amigas seguían hablando a espaldas de Arnold mientras que caminaban hombro a hombro por el pasillo para finalmente proceder a salir de la escuela. Entretanto, Arnold estaba ya entrando a la biblioteca, localizando con la mirada en el fondo de la misma la silueta de Lila. Quién esperaba ansiosamente la aparición de Arnold mientras que contemplaba pacíficamente el paisaje en el exterior que le ofrecía una de las ventanas del inmueble. Lila seguía sin inmutarse ante la llegada del chico rubio, simplemente observando hacia afuera de los ventanales de la biblioteca sin pronunciar palabra que valiera la pena escuchar. Arnold la saludó propiamente, pero sin recibir una respuesta en concreto. Acto seguido, dejó su mochila cerca de una de las tantas mesas disponibles a un lado de los libreros y se limitó a mirar por la ventana como lo hacía la chica de trenzas. El silencio incomodo lo empezaba a poner sumamente nervioso, ya que al ser la biblioteca de la escuela el rastro inexistente de ruido era aun mas intolerable. Arnold se metió las dos manos en el bolsillo, jugueteó con su camisa arrugándola un poco e incluso comenzó a morderse las uñas. Después de unos momentos ausentes de palabras o expresiones, Lila alzó la voz.

—¿Es hermoso no te parece?

Arnold se sobresaltó al escucharla.

—¿A qué te refieres Lila? ¿Qué es lo hermoso?

—Pues todo. ¿Sabes, Arnold? Esta es mi época favorita del año. La nieve, el ambiente navideño en el aire, las luces de colores, el amor que se tienen las parejas cuando caminan tomados de la mano en esta época. Me gustaría poder experimentar esas emociones en pareja algún día. ¿A ti no, Arnold? Sentir la calidez de los labios de esa persona especial en un día como este.

—¡Ehh...! Sí, supongo que ha de ser muy reconfortante. —Rió con nerviosismo.

—¿Verdad que si? —La chica suspiró profundamente para sonrojarse poco después—. Dime algo... ¿Cómo le podrías decir a esa persona especial que tienes un fuerte afecto por ella?

*¿Por qué me estará preguntando este tipo de cosas?*

—Bueno... Yo creo que si hay alguien que en verdad te gusta mucho... Deberías decírselo en el momento apropiado, ni tan pronto ni tan tarde, solo cuando en verdad te sientas preparada para ello. —Contestó sin entretenerse.

—De acuerdo... Creo que aun no me siento preparada, después de todo casi no he conversado mucho con él y es probable que aun no sienta nada por mí.

—Estoy seguro de que todo llegara a su tiempo, Lila. —Sonrió—. Se nota que eres una chica excepcional y también estoy plenamente seguro que llegaras a gustarle a ese chico tarde o temprano.

*Bueno... Al menos parece ser que no soy yo el que le gusta, Aunque aún tengo la curiosidad de saber de quién podría estar enamorada en esta realidad?*

—Tienes razón Arnold. ¡Muchas gracias por darme más confianza en mí misma! Pero basta de charlas. Ahora hay que poner manos a la obra o nos quedaremos hasta muy tarde con estos libros y no podré reunirme con mi amiga. —Le hizo ojitos.

—De acuerdo Lila, dime en que puedo ayudarte.

—Bien, puedes ayudarme acomodando los libros que hay en el estante de devolución que está por allá. —Dijo, señalando con su dedo índice una enorme pila de libros que por poco y llegaba hasta el techo, la cual por cierto hizo que al pobre de Arnold casi se le desorbitaran los ojos—. Todos comienzan con una letra entre la "A" y la "H". Tu trabajo consistirá en regresarlos a las estanterías que corresponden con esas letras mientras que yo haré lo propio con los libros que comienzan después de la "H" y hasta la "Z".

Tras decir esto, Arnold y Lila comenzaron las labores de reacomodo, pareciendo a primera instancia una tarea sencilla de realizar, pues Arnold no sentía la pesadez sobre sus hombros aunque fueran demasiados libros. Poco a poco, el estante de devolución fue quedando vacío a la vez que los enormes libreros se fueron completando de aquellos volúmenes faltantes previamente utilizados por los estudiantes para los exámenes finales antes de las vacaciones. El tiempo pasó hasta que Arnold estaba a punto de acabar, únicamente faltándole solo cinco libros en total por reacomodar y a Lila otros siete más.

—¡Cielos Lila...! No sé cómo puedes hacer esto todos los días, siento como si me hubiera aplastado un tren de carga, las piernas y los brazos me duelen terriblemente. —Dijo Arnold, recargándose un momento sobre uno de los libreros.

—No lo sé, Arnold... Supongo que solo es el poder de la rutina diaria. —Rió levemente—. ¿Sabes? Cuando tu cuerpo se acostumbra a algo que realizas todos los días, llega un momento en el que simplemente lo haces por inercia y sin pensarlo demasiado aunque resulte un trabajo desgastante y agotador.

—Bueno... Creo que es muy cierto lo que dices, entonces solo llevare estos últimos libros para que podamos irnos.

—Muy bien Arnold, y muchísimas gracias por haberme ayudarme con esto. Si no hubiera sido por ti, creo que me hubiera pasado la tarde entera y parte de la noche acomodando libros y no hubiera tenido tiempo suficiente para ir a cenar con mi amiga esta tarde. Como hoy es el último día en el que la biblioteca estará abierta a los estudiantes, también es el último día que tenían todos para devolver los libros que habían sacado antes de que se les cobre un retardo. Por lo tanto se acumularon muchísimos, no siempre termino por acomodar esta cantidad yo sola.

—Ahora lo entiendo todo. ¡No hay problema Lila! Siempre que pueda estaré complacido en ayudarte.

—Eres un chico muy lindo y considerado, pero por ahora debemos apurarnos. Una vez que hayamos terminado aquí debo de cerrar este lugar con llave.

En ese momento, estando a punto de responderle, fue cuando Arnold sintió un fuerte mareo que lo hizo tambalearse. Todo le daba vueltas mientras que la suave voz de Lila repetía constantemente su nombre con un claro tono de preocupación, una voz que lentamente se hacía cada vez más distante hasta que finalmente se desvaneció en la nada. Arnold había quedado inconsciente sin motivo aparente. Con los ojos semi abiertos, su cuerpo inerte se encontraba tirado sobre en el piso frío de la biblioteca, con una pequeña mancha de sangre sobre el mismo, producto del impacto seco de su cabeza al caer.

—¡Arnold...! ¿Qué te ocurre Arnold...? ¡Por dios Arnold...! ¡Arnold...! ¡Háblame por favor...! ¡Alguien ayúdeme...! ¡Se los suplico...! ¡Ayuda! —Repetía y gritaba la chica campirana al borde de las lágrimas cuando nadie se hallaba cerca para escuchar sus lamentos.

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"La llave oculta aguarda, La llave oculta aguarda, La llave oculta aguarda, La llave oculta aguarda, La llave oculta aguarda, La llave oculta aguarda..."

—¿En dónde estoy? ¿Qué hago aquí? —Repetía el chico con cabeza de balón cuando caminó por la calle desolada en medio de una fuerte ventisca—. ¿Qué es este lugar? ¿Acaso ya he estado aquí antes?

Arnold trataba de recordarlo, pero en efecto él ya había estado en ese lugar apenas el día anterior, cuando tuvo aquella pesadilla momentos antes de que el mundo se volviera completamente loco. Sin embargo, esta vez era un poco diferente, ya que a diferencia de aquella vez, en esta ocasión el frío le llegaba brutalmente hasta sus entrañas más profundas a pesar de estar bien abrigado.

—¡Hola! ¿Hay alguien aquí? —Gritó con todas sus fuerzas, siendo su única respuesta un incremento en la intensidad del viento y el sonido de su propio eco—. ¿Qué está pasando? ¿Por qué me está ocurriendo todo esto a mí?

—¡Porque eres un pobre idiota con cabeza de balón! Tan simple como eso. —le contestó una voz femenina cargada de sarcasmo, una que Arnold conocía bastante bien.

—¿Helga? ¿Helga eres tú?

—Aquí no hay nadie con ese nombre, esa persona que respondía por el nombre de Helga ya no existe.

—¿Qué quieres decir?

—Lo que quiero decir es... —Hizo una pausa para darse paso entre la ventisca y postrarse frente al asustado Arnold—. Que esa chica llamada Helga ahora forma parte de solo un triste y vago recuerdo que alguna vez tuvo la desgracia de conocerte.

El temible espectro con todas las características y similitudes de la joven con moño rosado y largas cejas que había desaparecido, volvía a hacer acto de presencia dentro de los rincones más oscuros de la mente del propio Arnold, la cual parecía mirarlo directamente al alma con la ayuda de sus ojos cubiertos por un brillo maligno.

—Helga existe, aun puedo recordarla y mientras sea de ese modo aun queda esperanza. Sé que ella debe de estar en alguna parte y no pienso rendirme hasta encontrarla. —Dijo apretando los dientes y frunciendo el ceño.

—Que tierno de tu parte que pienses de esa forma Arnoldo. —Rió con malicia—. Pero todos tus esfuerzos serán inútiles, aunque no tanto como tú.

—¡Eso ya lo veremos!

—¡Recuerda mi amor! Te queda solamente un día y medio más para devolver todo tal y como estaba antes. Después de ese límite de tiempo no habrá vuelta atrás y ya podrás despedirte de todo.

—No permitiré que me arrebates a nadie que haya estado en mi vida. Empezando por Helga.

—Si tanto te importa tu amiguita, entonces debes apresurarte antes de que sea demasiado tarde, cariño. Aunque a estas alturas ya es imposible que puedas hacer algo al respecto. —Rió macabramente como la bruja de un cuento.

—¡Exijo saber donde esta!

—Recuerda muy bien las palabras de tu perdición, Arnold. Y que se te quede muy gravado en esa inútil cabeza de balón que tienes. Antes del anochecer del tercer día, la decisión deberá ser tomada, la llave oculta aguarda para ser amada o torturada. —Dijo, para después desaparecer con el viento.

—La encontrare. ¿Me oíste? La encontrare como sea sin importar el infierno por el que tenga que pasar.

En ese momento, Arnold abrió los ojos, levantándose de golpe para quedar sentado sobre la cama donde reposaba hace unos segundos.

-o-

—¡Arnold por fin despertaste! Pero no deberías de levantarte de esa forma, te acabas de recuperar de una fuerte caída. —Decía la enfermera del colegio mientras buscaba una venda dentro de un pequeño botiquín de primeros auxilios.

—¿Dónde estoy? —Dijo Arnold aun confundido, llevándose la mano derecha hacia su cabeza.

—Estas en la enfermería de la escuela, tienes mucha suerte de que aun estuviera yo aquí. De hecho estaba a punto de irme, de lo contrario el hecho de llevarte al hospital en tu estado y con este clima tan horrible hubiera sido sumamente arriesgado.

—Entiendo... ¿Pero qué me paso exactamente? Le confieso que no puedo recordar mucho de lo que me sucedió. —Preguntó en un estado de confusión perpetua.

—Según tu pequeña amiga Lila, te desmayaste de repente mientras la ayudabas con unos libros en la biblioteca y te golpeaste fuertemente la cabeza. Gracias a que ella actuó con mucha serenidad y te trajo hasta aquí, pude tratarte a tiempo.

—¿Y donde esta ella?

—Ella esta esperándote afuera del consultorio. Se veía horriblemente preocupada, A decir verdad nunca la había visto tan asustada, pero a pesar del susto tuvo una reacción admirable y pudo traerte hasta aquí por sí misma. Ahora quédate muy quietecito Arnold mientras reviso tu herida en la cabeza.

Arnold permaneció inmóvil como se lo habían dicho mientras que la enfermera escolar desinfectaba y aplicaba cierto ungüento sobre la herida que Arnold se había hecho al caer para después cubrirla con una ligera venda hecha de gasa.

—¡Listo! Quedaste como nuevo, al parecer el golpe no fue tan grave como creí al principio, simplemente cambia la venda cada seis horas y aplica nuevamente este ungüento sobre la herida. —A continuación se lo dio en la mano—. Sigue estas indicaciones y en un par de días estarás como si nada hubiera pasado.

—Muchas gracias enfermera Shelley, entonces ahora debo irme.

—¡No tan rápido jovencito! —Lo detuvo en seco cuando este se dirigía hacia la puerta—. Como una recomendación personal deberías ir al hospital para tratar los motivos de tu desmayo. En estos días con esa extraña enfermedad rondando por aquí y por allá no es bueno correr semejante riesgo.

—¡Sí! Creo que tiene razón enfermera. ¡Muy bien, lo tendré en cuenta! ¡Gracias por todo! —Se despidió con la mano en alto.

—¡Cuídate mucho Arnold!

—¡Igualmente!

Arnold se apresuró a salir del consultorio, cuando lo primero que vio frente a él fue a Lila sentada y preocupada sobre el piso abrazando sus piernas.

—¡Arnold! ¡Santos dios, Arnold! Me alegra tanto que te encuentres bien. —Dijo, poniéndose de pie de un salto para lanzarse a sus brazos, abrazarlo fuertemente como si su vida dependiera de ello y comenzar a soltar unas cuantas lágrimas que quedaron impregnadas en el suéter del chico rubio.

Arnold se sonrojó un poco y le correspondió el abrazo, dándole ligeras palmadas en la espalda para tratar de tranquilizarla.

—Descuida Lila, estoy bien.

—¿Qué te paso allá arriba? Me diste el susto de mi vida. —Dijo, aun con algunas lágrimas rodando por sus mejillas.

—A decir verdad... No tengo la menor idea de lo que me ocurrió allá arriba. Probablemente sea por la falta de alimento. En estos últimos días no he estado comiendo muy bien.

—Arnold, debes alimentarte adecuadamente, en estos tiempos de frío tu cuerpo necesita más nutrientes.

—Sí lo sé... Discúlpame Lila, lo tendré en cuenta a partir de hoy. Te lo prometo. —Puso su mano derecha sobre el hombro de Lila—. Pero ahora es momento de irse.

—¿Estás seguro de estar bien? —Lila quiso corroborar—. ¿No quieres ir al hospital?

—¡Ya estoy bien Lila! No te preocupes por mí. Solo fue una pequeña caída y un ligero golpe que no es grave. ¡Vamos! Que ya es la hora de que volvamos a casa, creo que empieza a hacer más frío con cada segundo que pasamos aquí.

—De acuerdo. —Le sonrió dulcemente.

—Te acompañare a tu casa, creo que es lo mínimo que puedo hacer por haberme salvado.

—¡¿Qué?! —Lila se sobresaltó, poniéndose mucho más roja que un tomate—. ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Tú quieres acompañarme a mi casa...? ¿Tú...?

—¡Claro! Sí es que no tienes ninguna objeción.

—¡No, claro que no Arnold...! De hecho... Me gustaría mucho que lo hicieras... —Comenzó a sudar por todos y cada uno de los poros de su cuerpo, emocionándose y sobreactuando ante la propuesta recibida por el chico rubio.

—¿Te sucede algo Lila? Estas muy roja, espero no sean indicios de fiebre. —Le puso su mano en la frente.

—¡No...! ¡No Arnold! No te preocupes enserio, ahora... ¿Qué tal si nos vamos?

Lila caminó deprisa por el ya conocido y muy largo pasillo que llevaba hasta las puertas de la salida, el cual se hacía mucho más largo sí es que no se tenía a un amigo en las cercanías con el cual platicar. Arnold la siguió muy de cerca. Salieron de la escuela, pudiendo notar como comenzaba a nevar de nuevo, por lo que decidieron apresurar más el paso.

—¡Mira Arnold! —Exclamó la joven campirana, señalando hacia la parte frontal de la escuela, en la cual se podía apreciar a un puñado de hombres grandes y rudos bajando desde el interior de un enorme camión de carga una gran cantidad de mesas, sillas y otro tipo de decorados para una fiesta.

—¿Qué ocurre Lila?

—Parece que todo está listo para el gran baile de mañana.

—Ya me di cuenta... Creo que será un evento que no olvidaremos con facilidad. ¿Y tú piensas ir Lila?

—Bueno... No estoy muy segura de ello... Este será un baile casi especialmente hecho para parejas y hasta el momento ningún chico me ha invitado y viceversa... —Bajó la mirada.

—Es curioso Lila, a mí nadie me ha invitado tampoco. Aunque pensaba pasarme todo el rato en compañía de Sid y Stinky. Después de todo, no considero que este baile sea en su totalidad para las parejas, sino como una forma divertida en compañía de tus amigos en el último día de clases del año.

—De acuerdo... —Puso una expresión de tristeza y bajo la cabeza.

—No se... Si quisieras estar con nosotros.

Lila asintió con su cabecita tímidamente, como si no le hubiera gustado lo que sus oídos habían escuchado. El camino hacia la casa de Lila fue en su casi totalidad bajo un silencio muy incomodo, en el cual Arnold caminaba un poco más lento en comparación a la chica, pudiendo apreciar por detrás como sus coletas eran mecidas suavemente por la brisa de invierno que les pegaba de frente. Durante el trayecto, Arnold no podía pensar en otra cosa que no fuera aquel sueño que había tenido hace unos momentos y en la manifestación de aquel siniestro espectro en forma de la chica rubia hasta ahora desaparecida. En el mismo sueño, ese misterioso espectro mencionaba una llave y un cierto límite de tiempo para poder hallarla.

*¿Pero qué significa esto? ¿Qué me quería decir exactamente cuando se refería a una llave? Antes del anochecer del tercer día... Eso solo significaba que si el primer sueño lo tuve el día de ayer, en el peor de los casos el día límite para encontrarla debería ser el día de mañana antes de que el sol se ponga. ¡Demonios...! Es muy poco tiempo, tal vez el espectro tenía razón y todo se ha perdido. ¡No! No puedo dejarme caer todavía. ¿Y qué rayos significaba la última línea de aquella clase de profecía? ¿Amada o torturada? ¡Qué locura! ¿Cómo es posible amar o torturar a una llave en todo caso de que esta se tratase de un objeto inanimado? Y en caso de que la encontrara... ¿Qué tendría que hacer con ella? ¿Donde la tendría que llevar o como se supone que la tendría que usar? ¡Maldición! Tengo tantas preguntas sin respuesta.... Pero volviendo a lo mismo... ¿Qué acaso este mundo no es mejor que el otro? Piénsalo... Helga ya no está para torturarte y complicarte la existencia y Lila se comporta de una manera que jamás en tu vida pensaste que llegarías a ver. Que tortura, que desesperación, ya no sé ni qué es lo correcto. Había ocasiones en las que deseaba con todas mis fuerzas que Helga desapareciera y que Lila fuera dulce conmigo; pero ahora que mi deseo pareciera haberse hecho realidad finalmente... ¿Por qué estoy dudando?*

La mente de Arnold se hacía trizas como un objeto de cristal luego de impactarse contra el suelo cuando Lila lo interrumpió, indicándole que ya habían llegado a su destino.

—Arnold, hemos llegado. Esta es mi casa.

Arnold levantó la cabeza tan solo para encontrarse con algo que resultaba igual de perturbador, degradante y que simplemente no podía asimilar en cuanto lo vio con sus propios ojos hasta apenas el día de ayer. Frente a él, se encontraba aquella casona pintada en azul donde sabía que tendría que vivir la persona que al parecer nadie recordaba o si quiera se sabía de su existencia más que el propio Arnold. Esa gran casa donde alguna vez vivió una niña llamada Helga G. Pataki ahora le pertenecía única y exclusivamente a Lila Sawyer.

—Entonces Lila... Te veré mañana en la escuela para después ir al baile. ¿Está bien? —Arnold dio un largo y pesado suspiro luego de querer confirmar la cita, pero justo cuando pretendía marcharse la voz tenue de Lila lo detuvo en seco

—Espera... Espera un poco Arnold... Yo... Bueno... Aun queda un poco más de tiempo para que mi amiga venga a cenar... ¿Te gustaría entrar y hacerme compañía hasta que ella llegue?

Arnold se quedó frío en cuanto esas palabras llegaron a sus oídos, pero no había sido por el clima.

—¿Disculpa?

—Perdóname Arnold... No quería ser tan descortés.

—No, no me refiero a eso... Solo que... Se me hace un poco extraño que me invites a tu casa.

—¿Por qué extraño?

*¿Lila invitándome a su casa? ¡Esto jamás lo hubiera imaginado, ni siquiera estando en este mundo de locos!* —Pensó.

—No... Por nada... —Arnold Titubeó—. Olvídalo... Lo que quise decir es que me gustaría entrar y hacerte compañía, siempre y cuando tus padres estén de acuerdo.

—Descuida Arnold... Vivo sola...

—¿Qué estás diciendo? —Arnold arqueó las cejas debido a la fuerte impresión que se llevó.

—Vivo sola Arnold, eso ya todo el mundo lo sabe. Ahora entra ya y ven conmigo antes de que baje más la temperatura. —Dijo, tomándolo de la mano y llevándolo hasta el interior de la casa.

Ambos chicos entraron a la residencia y en efecto, la casa en cuestión parecía muy solitaria y un poco vacía, no como Arnold recordaba que estaba conformada la casa perteneciente a la familia de los Pataki. Un televisor de principios de siglo, acompañado por dos lámparas a los lados, una pequeña alfombra, un sillón de dos plazas y un pequeñísimo árbol de navidad sobre una mesa de madera. Era todo lo que se podía observar en la sala.

Lila y Arnold dejaron sus respectivas mochilas sobre la alfombra cerca de la puerta principal, mientras que la chica se quitaba la bufanda que había llevado ese día y su gruesa chamarra para revelar por debajo un gracioso y singular suéter verde, adornado con una simpática imagen de Rodolfo el reno bordada a la altura del pecho. Por su parte, Arnold permaneció como estaba, siendo invitado por Lila a tomar asiento, no sin antes de que este le pidiera el teléfono para avisarles a sus abuelos donde se encontraba y donde estaría por las próximas horas. Lila sirvió dos tazas de chocolate que había calentado previamente mientras Arnold llamaba a su casa. A continuación, en cuanto la llamada había finalizado, Lila dejo las bebidas frente a la mesita frente al sofá y se sentó, haciéndole una seña con la mano al rubio para que este se sentara junto a ella. Arnold obedeció sin chistar o preguntar.

*¿Lila sirviéndome una taza de chocolate caliente mientras estoy con ella en su casa? Nunca creí vivir lo suficiente como para llegar a ver la llegada de este día.*

Arnold le daba pequeños sorbos a su bebida para no quemarse la lengua, cuando este se dio cuenta de que Lila aun sin tocar su tasa estaba petrificada mirándolo con gran interés. Pero aun sintiéndose un poco incomodo, Arnold rompió el silencio.

—Y Lila... ¿Me podrías decir donde están tus padres? ¿Por qué vives sola?

—Arnold... Bueno... Normalmente no me gusta hablar de eso con nadie, pero solo por ser tú te lo contaré todo. Creo que es justo que también lo sepas. —Recargó sus manos sobre sus piernas y comenzó a hablar—. Mis padres fallecieron.

Arnold casi se ahoga con el chocolate cuando escuchó a Lila confesar su secreto mas intimo.

—¿Fallecieron?

—¡Sí! En un accidente automovilístico cuando yo tenía solo tres años de edad. Veras... Toda mi familia se ha dedicado a las labores relacionadas con la agricultura por ya varias generaciones, pero cierto día cuando mis padres decidieron probar mejor suerte en la gran ciudad; el autobús en el que viajábamos sufrió de un terrible accidente. A decir verdad, yo fui la única sobreviviente de la catástrofe. El resto de mi familia se hizo cargo de mí hasta que tuve la suficiente edad como para asistir a la escuela. Pero debido a que no podían descuidar la granja fue entonces cuando decidieron enseñarme a vivir por mi cuenta y aunque me siguen apoyando desde lejos, he tenido que vivir de esta forma desde que tenía ocho años de edad. —Decía, manteniéndose fuerte.

—¡Eso es terrible Lila...! Lamento lo que sucedió con tus padres y también lamento mucho haberte hecho recordar esos momentos tan poco gratos.

—No te preocupes Arnold, merecías una explicación clara después de todo. Además, como mis padres murieron antes de que yo adquiriera la capacidad para recordar no me ha llegado a afectar lo suficiente como parece. Sin embargo, hay días en los que hubiera deseado conocerlos, sobre todo cuando veo a una pareja divirtiéndose con sus hijos en el parque o un sitio similar.

*Lila ha pasado casi lo mismo que yo, aunque su situación es más grave. Al menos hay una pequeña posibilidad de que mis padres se encuentren aun vivos, eso sin contar el apoyo que me han brindado mis abuelos al criarme durante toda mi vida.*

—Sé exactamente cómo te sientes Lila, el no tener cerca a unos padres que te comprendan y te escuchen cuando lo necesitas, es una situación bastante terrible para alguien de nuestra edad. Yo tampoco he tenido fácil esa parte, ya que yo aun vivo con la incertidumbre de no saber si los míos siguen con vida o no. Pero tengo a mis abuelos y tú a tu familia en el campo, ello no te han abandonado, ni a mí tampoco. Eso es algo por lo cual debemos estar agradecidos.

—Arnold gracias por decirme todo esto, son palabras que he querido escuchar desde hace mucho tiempo. No cabe duda de que eres el chico más especial y extraordinario que he conocido en toda mi vida. Me siento muy feliz cada vez que estoy a tu lado.

—¡Cielos...! ¡Gracias Lila...! —Se sonrojó levemente.

—¡Arnold...! —Se acercó poco a poco al chico.

—¿Sí? ¿Qué ocurre?

—Veras... no solo te traje aquí para que escucharas mis penurias, me disculpo por ello. La verdad es que hay otro motivo en especial por el cual te invite a mi casa.

—¿Enserio? ¿Entonces cuál es?

—Arnold... Quisiera... Decirte algo muy importante. —Dijo mientras acercaba su rostro lentamente al de su acompañante y cerrando los ojos levemente.

—Sí... Dime... —Murmuró, tragando bastante saliva y cerrando los ojos por igual, comprendiendo un poco mejor los rumbos que llevaban la extraña platica.

—Lo que pasa es que... Es que... Tú me... Tu a mi me...

Arnold no podía creer lo que estaba sucediendo al fin, el momento culminante junto a Lila y que había deseado durante tanto tiempo, por fin estaba a punto de ocurrir. Sus manos sudaban terriblemente y su corazón palpitaba a mil por hora. Pero justo en el momento en el que sus labios se encontraban a pocos milímetros de tocarse, el timbre de la puerta sonó abruptamente, haciendo sobresaltar y retroceder a los dos jóvenes debido al susto.

—Disculpa Arnold... Enseguida regreso, iré a abrir. —Dijo la chica de trenzas, mostrando un claro gesto de molestia y levantándose del sillón de un salto.

—¡Sí...! ¡De acuerdo Lila...! ¡Aquí te espero...! —Dijo Arnold, con un sentimiento de decepción por no haber concluido lo que estaba a punto de hacer.

Lila se dirigió hacia la puerta y la abrió, dejando entrar a una joven mayor aun más alta que ella, la cual llevaba entre sus manos una enorme cacerola con una especie de guisado dentro de ella. La chica se sorprendió al mirar a Arnold y viceversa.

—¿Arnold...?

—¿Mai...?

—¡Que sorpresa encontrarte aquí Arnold, no pensé que conocieras y fueras amigo de Lila!

—Digo lo mismo de ti Mai. —Arnold se salió del sillón y se acercó a la joven—. De hecho me resulta aun más difícil para mí el creer que conozcas a Lila.

—¡Esperen un momento! ¿Ustedes se conocen? —Preguntó una Lila sorprendida.

—¡Sí! —Contestó Arnold rápidamente—. Ella vive en la misma casa de huéspedes que yo, inclusive podría decir que es lo más parecido que tengo a una vecina.

—Arnold tiene toda la razón.

—¿Y cómo fue que se conocieron ustedes dos? —El niño preguntó intrigado.

—Lila y yo hemos sido muy buenas amigas desde hace algún tiempo. Ambas somos parte del programa social comunitario llamado "Hermana mayor y Hermana menor". —Explicó mientras dejaba la gran olla en la mesa de la cocina.

—Entiendo cómo funciona ese programa y me parece fascinante. Me da mucho gusto que seas una fiel amiga y compañera de Lila.

—A mi también Arnold. —Se recargó en la pared—. Ella es una chica fantástica.

—Ya lo creo.

Lila se sonrojo al escuchar tantas alabanzas a su nombre.

—Mai, a decir verdad no esperaba que llegaras tan temprano a la cena, aun falta media hora para que dé la hora que habíamos programado. —Lila se adelantó.

—Lo sé, lo se... Pero el último profesor no asistió para impartirnos la última clase que tenía en el día, así que salí temprano del colegio y como es muy probable que comience a nevar más fuerte por la tarde decidí venir de inmediato. Espero no haya sido imprudente de mi parte. —Explicó la chica extranjera.

—Descuida, no paso nada.

Era sumamente claro que Lila estaba mintiendo, Arnold lo notó de inmediato. Obviamente, la chica de cuarto grado aun se sentía un poco molesta y decepcionada por no haber podido conseguir su meta al decirle aquello tan importante a Arnold y mucho menos el haber podido concluir y consumar aquello que tenía la pinta de ser un cálido beso con delicioso sabor chocolate.

—Tomen asiento mientras que yo sirvo los platos. —Lila les dijo dulcemente, fingiendo una sonrisa.

—Espero que les guste el estofado navideño, yo misma lo prepare con mucho cariño. —Recalcó Mai.

—Estoy completamente seguro de que así será. —Respondió Arnold mirando hacia la chica adolescente.

Arnold y Mai se habían quedado sentados alrededor de la mesita del comedor a charlar acerca de cómo habían resultado los últimos días de clases para ambos, mientras que Lila servía el estofado navideño que Mai había preparado con tanto entusiasmo.

—Me siento muy orgullosa de ese platillo. —Decía Mai en repetidas ocasiones.

Al regresar, Lila estando ya más tranquila, traía entre sus manos dos platos con aquel guiso que se veía delicioso, Arnold lo miró y no pudo evitar derramar un poco de saliva, puesto que había sido desde aquella noche antes de que el mundo se volviese loco y hasta ese preciso momento acompañando a las dos chicas, que solo habían pasado por su estomago dos pudines de tapioca y un par de wafles, por lo que el hambre lo estaba matando lenta y silenciosamente. Lila puso los respectivos platos enfrente de Arnold y Mai, dándole a ambos un juego de cubiertos a cada uno para inmediatamente regresar a la cocina por su propio plato. Fue así como de esta manera el trío de amigos comenzaron a degustar el estofado con un apetito voraz.

Arnold engulló en total cuatro platos llenos hasta el topo del guiso preparado por su vecina local. Para el paladar del muchacho había sido una de las cosas más deliciosas que había probado en toda su vida. Mientras sopeaba el último plato Arnold escuchaba gustoso a sus dos compañeras hablar de temas casuales, como los planes que tenían para el día de navidad o qué regalo serían los ideales para cada una. Aunque más bien parecía que Mai era la que llevaba todo el hilo de la conversación mientras que Lila simplemente se limitaba a escuchar y a responderle de vez en cuando con un seco "Si" o un "No". Después de aproximadamente una hora casi completa de charla, Mai decidió que la hora para volver a casa por fin había llegado. Acto seguido, se levantó de la silla y le indicó a Lila que pusiera lo que restaba del estofado en el refrigerador para que se conservara apropiadamente. Arnold hizo lo propio, puesto que ya era un poco tarde y si no llegaba pronto posiblemente sus abuelos le reclamarían como lo habían hecho el día anterior.

Mai se adelantó, ofreciendo llevar a Arnold de regreso a casa ya que ambos se dirigían hacia el mismo lugar, a lo que el chico de cabellos rubios aceptó la propuesta sin pensarlo dos veces. Fue entonces, cuando Arnold había tomado su mochila y se disponía a seguir a Mai fuera de la casa para abordar el automóvil que había usado para transportarse; que una pequeña fuerza lo jaló del brazo hacia dentro de la casa nuevamente. Era Lila, sujetando la manga del suéter de Arnold.

—Arnold... Espera...

—¿Sí...? ¿Qué ocurre Lila?

—Con respecto a lo de hace un momento... Yo...

Arnold tragó saliva y la miró con mucho interés, sintiendo toda clase de sensaciones extrañas en el estomago, puesto que sabía que algo que sería muy agradable, legendario y único para él estaba finalmente a punto de ocurrir.

—Tú muy bien sabes ese dicho donde dicen que es mejor arrepentirse por un momento luego de haber hecho algo que tanto deseabas, que arrepentirse toda la vida por nunca haber hecho nada. Así que prefiero hacer lo primero y actuar conforme a lo que me indica mi corazón. Ya no puedo seguir escondiendo estos intensos sentimientos que tengo dentro de mi pecho.

Fue en ese momento, cuando Lila acercó su rostro al de Arnold tan rápido que el chico no tuvo el suficiente tiempo para reaccionar ante las acciones de la chica. Por lo que Lila encontró la oportunidad para plantarle un tierno y cálido beso en los labios. Cosa que el joven disfrutó tanto, que incluso permanecieron así por algunos minutos, abrazándose con fuerza para apaciguar el frío pero sin perder la concentración de ese beso, el cual se hacía cada vez más largo e intenso, haciéndoles sentir un calor muy agradable a la altura de la boca del estomago. Por fin, después de tanto tiempo, aquello que Arnold tanto había deseado; por fin había germinado de una forma satisfactoria. A pesar de todo aquello extraño y mundano que resultaba ese mundo lleno de loco, algo había salido bien. Lila finalmente le había correspondido. Sin embargo, la imaginación del chico voló mucho más de la cuenta, imaginando dentro de su mente ciertas escenas de momentos vividos en el pasado, unos cuantos flashbacks donde se encontraba a sí mismo sobre uno de los balcones del edificio de las empresas futuro; haciendo un claro énfasis en un hecho más especifico, siendo este cuando Helga le había plantado aquel apresurado y exagerado beso el cual finalmente después de analizarlo un poco no le había resultado ser tan desagradable. Fue entonces, cuando Arnold se dio cuenta con horror que la emoción del suculento beso que estaba recibiendo en ese momento se transformo en desconcierto, tras haber dejado de pensar en Lila para imaginar que a quien estaba besando con pasión era a la niña del moño rosado.

—¡Espera un momento Lila...! —La apartó de repente.

—¿Qué sucede Arnold? ¿Por qué te detuviste? Sí apenas estábamos comenzando.

—Lo siento Lila... Pero esto debo pensarlo con detenimiento... Te veré mañana en la escuela... ¿De acuerdo?

—Pero... Arnold... Me gustas, me gustas mucho... ¿Comprendes? No solo me gustas, sino que me gustas, me gustas de verdad. No puedo vivir sin ti Arnold.

—Y tú también me gustas mucho Lila... Lo que pasa es que por ahora hay muchas cosas en mi cabeza que no me dejan estar tranquilo, prometo solucionar todo para mañana antes del baile.

—¿Lo prometes?

—¡Lo prometo! —Le sonrió.

—De acuerdo Arnold... Entonces, nos vemos hasta mañana. Estaré esperando tu respuesta. —Lila dijo, acercándose y dándole otro pequeño pero muy tierno beso en los labios, el cual esta vez Arnold no lo disfrutó con sumo deleite.

Arnold se despidió de Lila, para luego abordar el auto que era conducido por Mai, el cual para su sorpresa resultó ser el que le pertenecía a su abuelo; dándole a entender al joven rubio que era su abuelo el que se lo había prestado. Lila se quedó en el pórtico de su casa solo hasta que vio a Arnold alejarse en el horizonte y suspirando con fuerza. Entretanto, dentro del auto un incomodo silencio era el que reinaba. El chico de los rizos rubios y despeinados se encontraba pensando en lo que había ocurrido momentos atrás. Pero lo peor de todo era que ahora que la chica por la que tanto le rogó al cielo para que le volviese a hacer caso finalmente compartía los mismos sentimientos que él, Arnold no se explicaba cómo es que no era del todo feliz.

—Arnold... —Mai rompió el silencio sin despegar la mirada de camino blanco.

—¿Sí? ¿Qué ocurre Mai?

—¿A ti te gusta Lila no es así?

Su corazón se paralizó de repente, pero dados los recientes hechos ya no era una sorpresa que alguien más lo supiera. Por lo que decidió contarle a Mai toda la verdad.

 —Bueno Mai... Siendo sincero contigo... Sí, podría decirse que Lila me atrae bastante. Es una chica muy especial.

—Me da gusto escuchar eso. Ustedes dos hacen una linda y adorable pareja.

—¿Enserio...?

—¡Claro! No cabe la menor duda de ello. Por cierto... ¿Ya la invitaste al baile de tu escuela?

—¡Sí! La invite, pero no como a mi pareja. Ella estará conmigo en compañía de otros cuantos amigos más.

—Entonces, si te gusta tanto como dices podrías aprovechar la ocasión y pedirle a Lila que sea tu novia. Encuentra el momento apropiado. Como por ejemplo mientras se encuentren bailando una pieza romántica. A las chicas nos agradan ese tipo de detalles. Estoy completamente segura que si te lo propones le resultará imposible negarse. —Sugirió.

—Lo tomare en cuenta Mai, gracias por el consejo. Y dime... ¿Desde cuándo han sido amigas? ¿Desde cuándo se conocen?

—¡Cielos Arnold! Ha sido ya tanto tiempo que no estoy segura, calculo que han sido aproximadamente seis años desde entonces. En aquéllos días sufría de una gran depresión por la probable pérdida de mi padre. Me sentía muy sola así que acudí a las oficinas de los hermanos mayores ya que quería que alguien se convirtiera en mi hermana mayor. Yo tenía más o menos la edad que lila tiene en este momento y ella rondaba los cuatro años de edad. —Suspiró—. Para mi desgracia no había hermanas mayores disponibles ese día, pero fue en ese momento cuando encontré a Lila porque las personas que la acompañaban querían encontrar a alguien que cuidara de ella. Me dio tanta ternura y tristeza a la vez que no dude en ofrecerme para cuidarla. Ese mismo día me enteré de que sus padres habían fallecido en un trágico accidente así que no dudé en ofrecerme como voluntaria. ¿Sabes Arnold? Lila es una de esas chicas que aunque parezcan que pueden ser completamente independientes y maduras no puedes dejarlas solas.

—Eso es cierto y me alegra que le demuestres todo tu apoyo al no dejarla sola.

El viaje de regreso a la casa de huéspedes culminó en un abrir y cerrar de ojos. Al llegar, Mai le devolvió las llaves del automóvil al abuelo de Arnold, agradeciéndole por las molestias causadas y despidiéndose del chico rubio deseándole las buenas noches.

Arnold se sentía extremadamente cansado y confundido, por lo que lo único que quería era llegar a desplomarse sobre su cama y no saber de nada ni nadie sino hasta el siguiente día. Se despidió de sus abuelos y se marchó a la cama, no sin antes lavarse los dientes y colocarse su pijama de ositos. Ya dentro de su cama, la sensación del beso y el sabor a frambuesa que tenían los labios de Lila aun los podía saborear sobre los suyos. Sin embargo, la imagen de la chica que Arnold tenía metida en la cabeza era completamente diferente a la que había protagonizado el beso. Por algún extraño motivo, Arnold no podía dejar de pensar en su némesis de toda la vida: Helga G. Pataki.

*¡Maldición! Lila ya te ha confesado sus sentimientos, has podido saborear y disfrutar de la calidez de sus besos y aun así te comportas como un estúpido sentimental. ¿Por qué no dejo de pensar en Helga? Por su culpa, el beso que tanto había esperado durante toda mi vida se echó a perder, esa chica solo causa problemas esté o no esté aquí. Si tan solo no hubiera desaparecido... Me pregunto en donde podrá estar esa tonta en este momento. ¿Pero que estoy diciendo? Ahora que ella ya no está, puedes vivir una vida tranquila junto a Lila. ¡Eso es! ¡Al diablo con el acertijo, al diablo con la tal llave misteriosa! Voy a permanecer en este mundo y haré una vida feliz al lado de Lila después de hacerla mi novia el día de mañana durante el baile de invierno.*

Arnold se envolvió en las sabanas, como si fuera una especie de rollo primavera para dejarse llevar hacia el país de los sueños, cosa que estaba a punto de lograr, cuando de repente; se dio cuenta de la clase de cosas que había estado pensado al ver de reojo y sobre su cama hacia aquella zapatilla de color rojo reposando junto a él. En ese momento, Arnold se quiso dar un fuerte puñetazo a sí mismo.

—¡Soy un completo estúpido...!

Arnold suspiró fuertemente para dejar salir unas cuantas lágrimas que finalmente cayeron y se desvanecieron sobre la funda que cubría su esponjosa almohada, solo para decir unas últimas palabras antes de caer rendido ante los pies de Morfeo.

—¡Extraño a Helga...!


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