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Malas Intenciones

Helga se hallaba de pie frente al pórtico de su casa, esperando por el transporte escolar y aun sin poder entender exactamente cómo fue que sus padres la pudieron abandonar tan descaradamente en una fecha que se supone debería ser íntegramente familiar. Lo único que la mantenía alegre era que en unos cuantos minutos más podría ver a su amado, a su sol, a su motivo para despertar cada mañana. Tan distraída se encontraba pensando en el chico de cabellos rubios, que no se percató de que el autobús ya se encontraba estacionado frente a la acera de su casa tocando la bocina.

—¡Auch! ¡Mis oídos! ¿Desde cuándo fue que usted perdió el gusto por su trabajo? Claro, eso si es que alguna vez lo tuvo. —Helga le recriminó al chofer luego de subir al autobús, a lo que este simplemente se limitó a gruñir.

Helga caminó por el pasillo, mirando de reojo a los chicos y chicas que se encontraban sentados en los asientos de los extremos, como si estuviera buscando a alguien. Finalmente, al llegar a mitad del transporte, fue finalmente cuando lo vio a lo lejos, acurrucado dentro de su asiento con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Ahí, en la parte posterior del camión se encontraba el verdadero motivo de sus suspiros, de sus sueños y anhelos más profundos desde que ambos asistían juntos al jardín de niños: Arnold, el chico más simpático y gentil con la cabeza de balón más pronunciada de toda la creación.

Helga se acercó con nerviosismo y cautela como lo haría un minino acechando a un ratón, estando completamente convencida de que quería sorprenderlo lo antes posible dándole anticipadamente su regalo de navidad con el fin de romper el hielo y así tener más confianza en sí misma para tomar valor y posteriormente confesarle sus verdaderos sentimientos. Sin embargo, el brazo de otro muchacho le detuvo el paso antes de que pusiera acercarse un solo centímetro más hacia Arnold.

—¡Oye! ¿Qué demonios es lo que te pasa cabeza de cepillo? ¡Déjame pasar!

—¡Mira Helga! —Gerald la encaró—. Por lo general siempre he tratado de ignorar y pasar por alto todas las atrocidades que siempre cometes contra el pobre de Arnold. En cualquier otro caso no me importaría, pero te recomiendo que esta vez no vayas hacia allá. Es más, lo mejor sería que ni te acerques a él.

—¿Y se puede saber el por qué no, Geraldo? ¡Tú no eres nadie para decirme que hacer o qué no hacer, mucho menos para decirme en donde debo sentarme o en donde no debo de estar!

—Escucha Helga, si tienes pensado molestar a Arnold como siempre con tu arsenal de bromas o con uno de tus molestos insultos será mejor que te lo pienses mejor y lo dejes para otro día. Como ya te habrás dado cuenta; en estas últimas semanas no ha sido precisamente el mismo y a estas alturas puedo concluir diciendo que esta peor que nunca. Ni siquiera quiere escuchar a sus amigos más cercanos. Imagina lo que podría pasar si lo comienzas a molestar.

—¡Sí...! De acuerdo... Lo entiendo a la perfección cabeza de cepillo. Tampoco pienses que soy un ogro sin sentimientos y sin el más mínimo ápice de sentido común. —Se cruzó de brazos y frunció el ceño—. Tomare el dato. Ahora quítate de mi camino antes de que te deje bien marcados a los cinco vengadores en toda tu carota de menso.

—¡Lo que tu digas Helga...!

Helga apartó a Gerald de forma violenta y se fue a sentar a unos tres asientos por adelante de donde se encontraba el rubio. Para entonces, Arnold aun no se había percatado de la presencia de Helga, pero ella lo había estado observando todo el tiempo durante el transcurso del trayecto luego de girar la cabeza en repetidas ocasiones. Helga lo miraba sentado ahí, triste... Contemplando la ventana como si nada a su alrededor le importara o como si no tuviera el más mínimo interés en la vida. Todo lo que él buscaba era una respuesta, una que probablemente nunca llegaría.

Helga miraba hacia el muchacho en pequeños lapsos de diez segundos cada uno, mostrando cada vez más una mayor preocupación por su amado cada vez que volteaba a verlo. Nunca en su vida lo había visto así de melancólico y disperso a la vez. Ni siquiera con todas las bromas juntas que ella le había hecho durante toda su vida bastarían para hacerlo llegar al grado en el que él se encontraba.

—Pobre de ti amado mío, tan solo mírate... Tan solitario, tan abatido... —Suspiró—. Como me gustaría no haber sido tan tonta y tímida como para no haberte apoyado desde hace tiempo. Si lo hubiera hecho, en este momento tendrías mi hombro para reposar tu preciosa cabecita en forma de balón y así contarme tus traumas y tus miedos más profundos. Haría lo que fuera por ver nuevamente esa sonrisa que ilumina todas mis mañanas, esa sonrisa la cual hace que mi vida se llene de alegría y gozo, esa sonrisa que...

De repente, algo o mejor dicho alguien; interrumpió el verso de Helga con la ayuda de un intenso jadeo. Ese alguien no era otro sino Brainy, el chico sin habla más extraño y peculiar de toda la escuela. Un chico que aparentemente para lo único que servía era para vivir y respirar cerca del cuello de la chica desde atrás y de manera muy inquietante cuando esta se encontraba en el punto más alto del nirvana de la inspiración. Helga no se lo pensó dos veces y le soltó un golpe de revés directamente sobre el rostro, rompiendo ambos cristales de sus anteojos y dejándolo inconsciente por el resto del trayecto.

-o-

Después de recorrer unas cuantas calles más y luego de terminar de recoger al resto de los pequeñines a sus respectivos hogares; el autobús finalmente llegó al colegio deteniéndose en la entrada. Curiosamente, este era el único día del año en el que los alumnos de todas las escuelas de la región tenían tantas ganas de comenzar las clases, ya que prácticamente se arremolinaban en la entrada sin excepción alguna desde la primaria 118 hasta la enriquecida 127. La locura era total y no era para menos; los alumnos sabían que con cada minuto transcurrido dentro representaba un minuto menos para ser completamente libres y comenzar a disfrutar de las tan esperadas y añoradas vacaciones de invierno.

Los alumnos bajaron apresurados y en total desorden del camión mientras la campana sonaba en todo lo alto; indicando que el último día de clases había dado al fin comienzo. Arnold, con una cara de pocos amigos se fue directamente a su clase, siendo seguido muy de cerca por Gerald y Phoebe, con la cual se había encontrado en la entrada principal después de que su padre la dejó en la entrada del colegio deseándole un feliz fin de curso. Ambos charlaban acerca de la situación de Arnold. Mientras tanto, Helga seguía muy de cerca a la pareja para tratar de escuchar aunque sea un poco y descubrir una forma; aunque fuese mínima para ayudar a su querido cabeza de balón.

—Te lo digo Phoebe...No quiere escuchar a nadie, ni siquiera a mí, a su mejor amigo. ¿Puedes creer eso? Hoy en la mañana traté de hablar con él, pero no le bastó simplemente con ignorarme... Es más... ¡No vas a creer lo que hizo! ¡Estuvo a punto de soltarme un fuerte puñetazo entre las cejas! —Mencionó cabizbajo.

—¡Cielos Gerald! Eso es más grave de lo que imaginé. Su estado cada vez empeora. Ya tiene casi dos meses así. Incluso podría ser hasta más tiempo. —Contestó la chica, ajustando sus gafas y cargando sus libros entre sus brazos.

—¡Dos meses y medio para ser exactos! A todos nos tiene muy preocupados. Pero desafortunadamente no se puede hacer nada, no mientras él no lo quiera así.

—Creo esta vez ni siquiera la pobre de Helga podrá hacer algo para ayudarlo...

En ese momento, Helga sintió un escalofrío mortal en su espina dorsal y de un momento a otro le nacieron unos deseo increíbles de ir personalmente y estrangular a su mejor amiga o mandarla en un cohete directo y sin retorno hacia los rincones más recónditos, lejanos y fríos de la galaxia. Phoebe se dio cuenta de lo que había dicho, pero solo hasta cuando ya era demasiado tarde; percatándose de que se le había ido la lengua más de la cuenta. Acto seguido, se tapo rápidamente la boca con su mano derecha para no decir algo aún peor que comprometiera la existencia del secreto más y mejor guardado de su mejor amiga.

—¿Helga? ¿Y qué razón ella tendría ella para hacer algo al respecto? —Gerald no se aguantó las ganas de preguntas—. Ella lo odia con todo el corazón.

—¡Sí...! —Rió torpemente y comenzó a sudar—. No sé en qué rayos estaba pensando... Disculpa...

Ambos estaban ya en la entrada del salón de clases cuando Phoebe se despidió del chico afro.

—Bueno Gerald, entonces nos vemos hasta la hora de la salida para ir a cenar a tu casa como lo habíamos acordado. ¿De acuerdo...? Hasta luego... —A continuación, la chica se fue a sentar en su respectivo asiento en el fondo del salón, con un gesto de vergüenza y con la cara roja con motivo de su error.

—Chica tímida, un poco torpe, ingenua, pero muy interesante... ¡Definitivamente me gusta! —Exclamó Gerald, haciendo un genuino gesto de Casanova hecho y derecho, para enseguida seguir los pasos de Phoebe, pero desviándose y sentándose en su lugar correspondiente en el frente del aula junto a su supuesto mejor amigo.

Segundos después, la rubia entró al salón tal cual como el resto de sus compañeros de clases; lanzándole un par de ojos asesinos a Phoebe luego de sentarse a su lado.

—¡Gracias Phoebe! ¡Gracias por casi delatarme!

—¡Ehh...! ¿Acaso nos escuchaste...? ¡Dios! lo siento mucho Helga, en verdad... Yo no quería decirle nada acerca de tu preocupación por Arno... Digo... Por el mantecado.

—Está bien Phoebe, no hay por qué preocuparse tanto. Después de todo, el cabeza de cepillo es igual de bobo y atolondrado que ese cabeza de balón. No sospechara nada de nada.

Los demás chicos y demás chicas iban entrando poco a poco de uno en uno al salón de clases; localizándose entre todas ellas la siempre dulce y amigable Lila. Hubo varias reacciones y algunos suspiros dentro del salón, donde casi la mayoría de los muchachos se encontraban de alguna forma enamorados de ella, entre ellos y especialmente: Arnold, el cual cada vez que la veía se le desorbitaban los ojos, sentía mariposas en el estomago y su cabeza viajaba hacia otro lugar muy lejos de ahí donde se imaginaba a si mismo junto con Lila en un campo de flores tomados de la mano. Helga se percató de la escena completa y de como Arnold comenzaba a babear con el simple hecho de tenerla cerca, lo cual le provoco mucha rabia con deseos de asesinarla.

—¡Y aquí tenemos a la señorita perfección en persona! No sé qué diablos le ve Arnold. Está bien, tiene una sonrisa perfecta, dientes tan blancos que reflejan la luz el sol como un espejo, cabello brillante y la cualidad de ser tan sofisticada como una marmota en tiempos de apareamiento, pero hay que verlo por el lado subjetivo; ni todas esas cualidades le quitarán nunca lo boba y lo pretenciosa que es.

—Helga... No deberías fijarte solo en las cualidades físicas que posen los demás, especialmente si hablamos de los atributos de Lila. Sé que ella es una chica muy linda, pero debes enfocarte en ti misma, aunque no necesariamente comenzando por la apariencia; sino en la forma en la que tratas a Arn... Digo al mantecado... Tú sabes... —Sugirió su amiga.

Helga volteó a ver a Phoebe y le frunció el ceño de una forma muy poco común.

—Phoebe, ya no tienes porque hacerte la disimulada y fingir que no sabes nada... Sabes perfectamente mejor que nadie que me gusta Arnold. Así que te agradecería que lo dijeses tal y como es.

—¡Sí...! ¡Lo siento Helga...! —Contestó la chica de anteojos un tanto avergonzada.

—No te fijes en detalles hermana. Ahora lo único que importa aquí es encontrar la forma de hacer que Arnold deje de estar en ese estado tan depresivo, pero sobretodo que deje de fijarse en esa niña tan creída y entrometida de Lila. Y eso solo puedo lograrlo entregándole sus respectivos regalos de navidad a cada uno de ellos. —Dijo, sonriendo sínicamente y frotando ambas manos como una señal irrefutable de que planeaba algo indebido y malicioso.

—¿También le darás un regalo a Lila, Helga? —Phoebe preguntó intrigada.

—¡Por supuesto! —Aclaró la niña del moño rosa, sacando una caja hecha de cartón sin adorno o moño alguno desde el interior de su mochila, una que por cierto no parecía ser propia de ser un regalo digno para la ocasión—. Todo está perfectamente planeado y calculado Phoebe. Aunque el punto aquí es que no seré yo la que le de este regalo tan especial.

—No comprendo Helga.

—Es muy sencillo Phoebe, cuando llegue la hora del almuerzo me deslizare hasta la mochila de Arnold, le quitare la envoltura que tiene el regalo que tiene para Lila y se la pondré a esta pequeña cajita que tengo aquí. Ahora... Apuesto a que te estarás preguntando como es que fue que di con el ancho y el largo exacto. Bueno, lo que pasa es que casualmente me encontraba en la misma tienda de zapatos mirando el nuevo modelo de botas de nieve de Nancy Spumoni; cuando de repente Arnold entró y compró el dichoso regalo, aunque no pude ver exactamente qué fue lo que le compró, pero estoy casi segura que no fueron más que unas simples zapatillas invernales o algo por el estilo. El punto es que justo en el momento en el que Lila lo abra se llevara una no muy grata sorpresa.

—¿Y qué es lo que contiene esa caja, Helga?

—Una broma que no pude jugarle al cabeza de balón durante el día de los inocentes pasado. —Helga se detuvo para reír un momento—. En vez del lindo obsequio que Arnold tenía pensado darle, el cual tendría que ser para mí por derecho; Lila por fin recibirá lo que se merece: Una tarta de crema de banana directamente sobre su rostro.

—¡Eso es muy malo, hasta para ti Helga! Sabes perfectamente que a Lila no le gustan ese tipo de bromas. ¿Recuerdas cuando le jugamos una broma del mismo estilo y la hicimos llorar a tal grado que estuvo a punto de abandonar la escuela?

—¡Precisamente! Al ver lo cruel que será Arnold a tan solo unos cuantos días de navidad; ella quedara con el corazón destrozado y ahí es donde haré mi entrada triunfal. Iré con Arnold, el cual estará a un más herido que antes por el rechazo de Lila y en ese momento le ofreceré mi consuelo y mi compasión. Todo lo demás se dará por sí solo. —A Helga le brillaron los ojos después de decir esas palabras, tenía la total certeza de que nada podía fallar.

—No lo sé Helga, debo insistir en que mejor deberías decirle la verdad y confesarle tus sentimientos a Arnold directamente.

—¡Despierta Phoebe! Tú sabes perfectamente que... —Helga agacho la cabeza y suspiró—. Tú sabes perfectamente que yo nunca tendría una oportunidad contra una chica como Lila sin al menos utilizar alguna sucia artimaña. Ella es casi perfecta en todo sentido aunque me duela decirlo. Ella podrá tener una belleza digna de una modelo infantil para la portada de una revista, pero yo tengo mi ingenio y mi capacidad superior para planear las cosas con el mínimo margen de error.

—La tendrías si mostraras quien eres en realidad. —Sugirió la chica de ascendencia japonesa—. Eres una buena persona en el fondo y una de las más sensibles que he conocido a mi corta edad.

—¿Qué? ¿Estás loca? Simplemente no puedo hacerlo, Phoebe. ¡Tan solo imagina en lo que dirían los demás zopencos! Mi reputación como la niña mas mandona de la escuela se vendría abajo en cuestión de segundos. Conseguiré la atención de Arnold a mi manera o no me llamo Helga G. Pataki.

Pasaron solo unos cuantos minutos y el estruendo de todos los chicos en el salón se detuvo cuando el Sr. Simmons dio unos pasos dentro del mismo.

—¡Silencio! ¡Silencio niñas y niños! Vuelvan todos a sus lugares por favor, que la última clase del año está a punto de comenzar. —Acto seguido todos los chicos y las chicas alzaron los brazos gritando y aplaudiendo repetidamente.

—¡Calma! ¡Calma! Sí lo sé, todos estamos muy emocionados por este día tan "especial", las vacaciones están a punto de comenzar y la navidad está a solo una semana de llegar. Por lo tanto, comenzaremos con el pie derecho realizando nuestra última actividad académica y "especial" del año.

Este último anuncio pareció no agradarles mucho a los muchachos, ya que hicieron un gesto de disgusto al unísono.

—¡¿Qué?! ¡Pero si en los demás salones los otros grupos ya no harán nada durante todo el día! —Se quejaron Harold y Rhonda casi al mismo tiempo.

—¡Sí...! ¿Cuál es su problema? —Replicó Helga.

—¡Vamos! ¡Vamos! No sean tan aguafiestas, será algo verdaderamente divertido. —Insistió el Sr. Simmons.

—Si usted lo dice... —Comentó Gerald.

—Además descubrirán que es una actividad muy sencilla de hacer. ¡Ahora...! Cada uno de ustedes escribirá un pensamiento, un verso o un poema, algo navideño, algo que quieran decirle a esa persona que elijan lo que sienten en su corazón, puede ser a un amigo, a un familiar o hasta ese amor platónico que tienen en secreto. —Helga abrió completamente los ojos después de oír esas palabras—. Pueden firmarlo por anónimo si es que así lo consideran mejor, el objetivo de esta actividad es que compartan su espíritu festivo y la alegría que esto representa con sus compañeros. Ahora todos a trabajar.

Muy a pesar de las lamentaciones de todo el salón, los jóvenes se pusieron manos a la obra y cada uno comenzó a escribir algo para una persona en especial de su preferencia. Arnold no dejaba de voltear a ver a Lila mientras escribía en aquella tarjeta improvisada lo que sentía por ella, o al menos eso era lo que intentaba. Gracias a su frustración y depresión, no podía concentrarse plenamente en lo que estaba haciendo, su mente estaba bloqueada a pesar de estar a escasos centímetros de la chica que le encantaba.

—¿Qué rayos me está pasando? Si tan solo nunca hubiera encontrado ese maldito diario entonces yo... Probablemente... —Suspiró—. ¿Por qué no puedo sacarme esto de la cabeza? ¡Todo es tan confuso! ¡Maldición! Quiero ver a mis padres o quiero saber al menos cual fue la razón por la cual no han ido a visitarme o la razón por la cual no me llevaron con ellos aun siendo un bebe.

—Arnold... ¿Te encuentras bien...? —Preguntó meticulosamente una chica pelirroja con coletas trenzadas junto a él, la cual llevaba un suéter verde, una falda larga del mismo color y una bonita bufanda de color purpura.

—¡Oh! ¡Lila! Eres tú. —Dijo Arnold sonriendo levemente.

—¿Cómo te sientes Arnold? He escuchado que últimamente andas un poco deprimido.

—Un poco Lila, abatido... Supongo... —Contestó el rubio, intentando no verla a los ojos.

—Aun no encuentras la respuesta con respecto a lo de tus padres... ¿Cierto?

—No aún no. —Confirmó—. Y la verdad es que no sé si algún día encontrare una respuesta satisfactoria.

Helga se dio cuenta de la conversación que se estaba dando a pocos metros de ella e intentó escuchar todo lo que podía desde su asiento, al mismo tiempo que apretaba con fuerza el lápiz que tenía más cerca de su mano.

—¿Sabes algo, Arnold? Yo estoy completamente segura de que algún día lo conseguirás Arnold. ¡Te lo garantizo! —Aseguró la chica de coletas trenzadas.

—¡Gracias...! Por cierto Lila...

—¿Qué ocurre Arnold?

—Bueno... Hay algo que me gustaría decirte... Lila quisiera... Quisiera decirte que... —Arnold luchó por varios segundos para tratar de encontrar las palabras adecuadas—. Lila... Me gustaría mucho poder hablar contigo durante el almuerzo. Es decir... ¿Podría sentarme a almorzar contigo el día de hoy?

—¡Claro Arnold! —Le sonrió dulcemente—. Estoy segura de que me encantaría que tú y yo almorzáramos juntos. Creo que hace mucho tiempo que no lo hacemos.

—¡Gracias lila! Entonces... Nos vemos hasta el almuerzo. —Corroboró la cita.

—Ahí nos veremos entonces, Arnold. —Afirmó Lila guiñándole un ojo, logrando que el niño se derritiera por dentro.

Helga rompió el lápiz que sostenía en su mano al observar la melosa escena. Estaba tan enfadada que sentía unas enormes ganas de estrangular a Lila.

—Esa presumida, siempre tratando de parecer linda frente a Arnold para después desecharlo a la basura, y ahora resulta que ellos almorzaran juntos. ¡No puedo creer lo que estoy viendo, Phoebe! Definitivamente no puedo dejar que esto interfiera con mis planes. ¡Muy bien! Antes que nada tengo que hallar alguna forma de que Arnold vea que me intereso en él y la única forma que se me ocurre es haciéndolo por medio de esta tarjeta navideña, veamos:

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Querido cabeza de balón, hay varias cosas que quiero decirte y comenzare con una sincera disculpa, siento haberte causado tantos problemas que yo nunca te quise dar, siento haberte lastimado tanto cuando yo solo te quise amar, siento haberte hecho sentir tantas cosas tan desagradables, que ahora ya desgraciadamente no puedo reparar o simplemente hacer algo para darte felicidad, estoy tan triste al ver la vida pasar, que todos los días te veo y ya no aguanto más, quisiera decirte lo que siento pero esto quizás lo arruinara. Sin embargo, mi corazón y mi cabeza no dejaran de gritar tu nombre en medio de la oscuridad, se que nunca me veras de otra forma diferente a la que me ves ahora, después de lo que te he hecho no merezco tenerte, pero si hay algo que es más fuerte que el odio, son los sentimientos de una chica enamorada.

 

Tu amor secreto:

 

 HELGA G. PATAKI

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—¡Cielos! Helga, eso es muy profundo. Con esa actitud tan mala leche que siempre tienes, a veces me sorprende como eres capaz de escribir cosas así. —Dijo sorprendida la chica de gafas.

—Gracias Phoebe, pero como bien dicen, nunca juzgues a un libro únicamente por su cubierta.

-o-

El tiempo transcurrió mas aceleradamente de lo habitual y la hora del almuerzo finalmente había llegado. A pesar de las quejas iníciales, los muchachos se habían entretenido y divertido bastante realizando sus respectivas tarjetas de navidad. Arnold fue el primero en salir del salón, pero se quedó parado afuera para esperar a Lila, la cual tampoco tardo en salir.

—¿Nos vamos, Lila? —Preguntó Arnold con mejor humor.

—¡Por supuesto! —Afirmó Lila.

Arnold y Lila se dirigieron hacia la cafetería, mientras que Helga y Phoebe permanecieron dentro del salón hasta el final, una vez que ya no había nadie con la excepción de ellas dos, Helga puso manos a la obra para efectuar su malévolo plan.

—Phoebe, vigila la entrada. —Helga le ordenó a su amiga mientras que se dirigía hacia la mochila de Arnold y sacaba el regalo que este tenía para Lila.

—Veamos... ¿Qué tenemos aquí...? —Dijo, poniendo la mochila de Arnold sobre su escritorio—. Es un paquete mucho más grande como para ser solo un par de zapatillas. Me pregunto que podrá ser. ¿Qué fue lo que le compró a esa engreída?

La chica rubia sacó el regalo y comenzó a quitar cuidadosamente la envoltura, la cual era de un color rojo carmesí con impresiones de una serie de ositos sonrientes, tomados de la mano y con un simpático gorro navideño que adornaba las cabezas de cada uno. Era sin dudas un hermoso decorado. Helga se puso celosa en el acto, ya que Arnold nunca le había regalado algo parecido en toda su vida. Incluso recordó que el único obsequio que él le había dado, había sido en el día de los inocentes anterior, el cual solo resulto ser una broma cruel provocándole a la chica una ceguera temporal.

Con sus finos dedos, Helga permaneció quitando uno por uno los pedazos de cinta adhesiva transparente que cubrían la envoltura. Eso sí, sin desacomodar el borde superior que contenía el moño blanco. Y así, poco a poco, fue como la envoltura quedo apartada completamente del obsequio casi intacto.

—¿Cómo va todo por allá, Phoebe? ¿No hay moros en la costa?

—¡Todo bien, supongo...! ¡No hay nadie en el pasillo y tampoco logro escuchar nada!

—¡Excelente! En cuanto más rápido terminemos con esto, más pronto dejaremos de preocuparnos por esa idiota. Finalmente, después de este día esa zopenca y entrometida de Lila deseará jamás haberse aparecido por estos lares y pretender que podía arrebatarme a Arnold. ¡Qué boba! —Dijo, para enseguida remover el último pedazo de la envoltura que aun cubría la caratula de la caja que contenía el regalo. No obstante, su solida expresión de victoria no prevalecería por mucho tiempo, luego de que descubriera con desdicha la clase de regalo que Arnold pretendía darle a Lila—. ¿Qué rayos es esto? ¡No puede ser!

Helga se interrumpió a sí misma, expresando su sobrada sorpresa mientras contemplaba el presente.

—¿Qué sucedió Helga? —Pregunto Phoebe asustada—. ¡Ocurre algo malo?

—¡No puedo creerlo! ¡No puedo creer que este sea el regalo que Arnold le va a dar a Lila! ¡Es simplemente inconcebible!

—¿Qué es?

Helga estaba atónita, no sabía que decir, lo que estaba viendo era la cosa más increíble para ella y su pequeño universo, sin duda era algo que simplemente no quería o no podía admitir.

—¿Acaso son...? ¿Las botas de nieve de Nancy Spumoni edición dos mil quince? Estas son las mismas botas que yo me encontraba viendo ese día cuando me encontré con Arnold en esa tienda.

—¡¡Vaya!! —Dijo Phoebe sorprendida—. Escuche que solo hicieron un stock extremadamente limitado de esas botas. Creo que para estas fechas son casi imposibles de conseguir, inclusive mucho más complicado que la edición del año pasado.

—¡Cielos Phoebe! Creo que es ahora cuando me doy cuenta de muchas cosas. Tal vez hice mal todo este tiempo, tal vez, si tan solo tal vez hubiera tratado a ese cabeza de balón con delicadeza y no con tanta agresividad injustificada, entonces cabe la posibilidad de que estas botas pudieron haber sido para mí y no para esa lagartija campirana. —Dijo, encogiéndose de hombros.

—¡Ahora lo ves, Helga! ¡Te lo dije! Si le hubieras mostrado a Arnold quien eres en realidad desde un principio entonces no estarías metida en esta clase de problemas.

—Lo sé Phoebe, lo sé, pero ya no puedo retractarme después de haber llegado tan lejos. —Dijo decidida.

—¡Espera Helga! ¿Tan siquiera te has puesto a pensar en las consecuencias que traerá consigo esta treta? ¿O tan solo te has imaginado en lo que dirá Arnold si te llega a descubrir? Si es que corres con la suerte de que no te pille en el acto, tú serás la primera en aparecer en su lista de sospechosos.

—¿Como estas tan segura de ello? —Preguntó la rubia frunciendo el ceño.

—¡Piénsalo de esta forma Helga! Tú eres la única persona en todo el colegio que le hace bromas de ese tipo y que lo molesta en cada momento que encuentra la oportunidad, haciéndole llevar una vida casi imposible. Si descubre que tú lo hiciste te odiara por el resto de su vida y lo lamentaras por el resto de la tuya. ¿O a caso prefieres que te recuerde aquella vez que fracásate al tratar de separar tanto a Arnold como a Lila durante el festival del queso?

—¿De qué diablos estás hablando, Phoebe? —Preguntó, fingiendo no saber de lo que estaba hablando su amiga de gafas—. Yo no recuerdo haber hecho algo así. ¡Estás loca!

—Hablo de aquella vez en la que estabas tan empeñada en hacer que la cita de Arnold y Lila se echara a perder, que fuiste la única que no disfruto del festival propiamente. Eso sin contar que ninguno de tus planes funciono y Arnold tuvo una de las mejores citas de su vida. Puedo decir que incluso fue mucho mejor que aquella vez que te hiciste pasar por la amiga francesa de Arnold.

—¡Ni siquiera lo menciones! Tú ni siquiera sabes cómo ocurrió todo, tú estuviste todo el tiempo con el cabeza de cepillo. —Explotó la rubia apretando los dientes.

—¡Sí! Pero aunque estuve en compañía de Gerald durante todo el festival; ¿Tú crees que no te observe durante todo el evento? Fuiste demasiado obvia, me sorprende que Arnold no se haya dado cuenta de tus acciones.

—Como sea, ya no se qué hacer, mi cabeza está a punto de estallar. Es demasiado estrés, mi conciencia dice no, pero mi corazón insiste que si, ¿A quién debería de hacerle caso?

—Escucha a tu sentido común, si Arnold estuviera en tu lugar; ¿Qué es lo que el haría?

Estas palabras hicieron entrar en razón a la chica rubia, entonces Helga se dio cuenta que por más que Arnold quisiera estar con alguien, su buen corazón le impediría hacer algo como lo que ella estaba a punto de hacer.

—Tienes... Tienes toda la razón Phoebe. —Suspiró profundamente—. El único ogro aquí soy yo. Admito que soy una niña excesivamente caprichosa, cruel, mezquina y que no merezco la atención de Arnold. Digo... ¿Cómo él podría llegar a amar alguna vez a una persona tan mala como yo?

—No seas tan dura contigo misma, Helga. —Trató de consolarla—. Te recomiendo que reconsideres las cosas, si no te comportaras así todo el tiempo, incluso la que pudo haberlo acompañarlo al festival del queso ese día pudiste haber sido tú. Comienza a mostrar ese lado tierno de ti, y dándole ese regalo por el que tanto te esmeraste en conseguir es un muy buen comienzo.

—Pero... ¿Qué es lo que pasara ahora, Phoebe? No me quiero ni imaginar el momento posterior al intercambio de regalos después del almuerzo. Seguramente ella le corresponderá finalmente y se aceptará ser su... ¡No...! ¡No quiero ni mencionarlo...! Tal vez estoy exagerando las cosas, pero me da la impresión de que se volverán aun más cercanos. Me da asco el tan solo pensarlo.

Helga le dio cierta razón a su amiga, después de pensarlo un poco se dio cuenta de que su actitud estaba resultando ser muy infantil. Ella deseaba tanto a Arnold, que ya no contemplaba las cosas con total claridad y el simple hecho de verlo con otra chica, fuera Lila o no, la destrozaba lentamente por dentro. Sin embargo, dentro de su corazón sabía que lo único que quería era verlo feliz, aun si no fuese totalmente a su lado.

—Pasará lo que tenga que pasar, así son esta clase de cosas Helga y no puedes hacer nada, tuviste muchas oportunidades en el pasado y no las supiste aprovechar, ahora solo te queda esperar a que Lila no le corresponda a Arnold. —Dijo la chica de ascendencia japonesa, colocando su mano sobre la espalda de su amiga.

—¿Sabes...? Tal vez tengas razón Phoebe, creo que será mejor dejarlo por la paz.

—Simplemente haz lo que tenías planeado hacer desde un principio. Dale ese regalo a Arnold. Estoy segura de que lo apreciara mucho si se lo entregas de corazón.

—¡Pero ya no será lo mismo Phoebe! —Dijo Helga desilusionada consigo misma.

Helga tomó la caja de las botas con mucho dolor en su corazón y le volvió a colocar la envoltura con mucho cuidado para no dañarla. Al cabo de unos segundos, el regalo volvía a estar tan perfecto como estaba antes de abrirlo.

—¡Bueno Phoebe...! Eso ha sido todo por ahora... Creo que hasta aquí llegó todo... Se terminó finalmente... Sin mi familia cerca y sin el cariño de Arnold dentro de mi pecho solo espero que al menos pueda pasar contigo y con tu familia esta navidad, claro si no hay algún inconveniente para recibirme en tu casa.

—¡Ehm...! De hecho Helga... Sí lo hay... Hay algo que aun no te he contado.

—¿Qué ocurre?

—Pues... Veras Helga... Resulta que para esta navidad próxima voy a realizar un viaje hacia Japón junto con mis padres. Pasaremos la navidad en la casa de una tía muy lejana por parte de mi padre. ¡Lo siento mucho Helga pero no será posible! —Dijo Phoebe incapaz de ver a los ojos de su amiga.

—Entonces... ¿Eso quiere decir que estaré completamente sola en navidad?

—Me apena mucho decirlo pero eso parece. —Bajó la mirada—. Pero no te preocupes Helga, prometo que te llamare ese día para desearte una feliz navidad.

—Gracias por la intención Phoebe, aunque no sé si eso ayude. —Su voz se entrecortó.

—En verdad lo siento... Bueno, pero ahora vayamos a la cafetería por algo de comer o nos quedaremos sin almorzar toda la mañana. —Sugirió la chica de gafas.

—Está bien, solo adelántate primero Phoebe, yo te alcanzare en un momento.

Phoebe obedeció sin chistar y se fue corriendo hacia la cafetería de la escuela, mientras que su amiga rubia se quedaba con un shock mayor al que ya traía. Sin el amor de Arnold, sin su familia y ahora sin su mejor amiga; sin duda serian unos días difícilmente de olvidar para la chica uniceja. Acto seguido, sus ojos dejaron escapar una pequeña lagrima que se limpio de inmediato.

—¿Pero qué estás haciendo Helga? —Se preguntaba a sí misma—. Te estás comportando como una niña tonta e infantil. Recuerda que tú nunca has dependido de alguien para ser completamente feliz y no lo harás ahora. No necesito de nadie para pasarla bien esta navidad, ni siquiera del tonto de Arnoldo.

Helga frunció el entrecejo de nuevo y salió del salón de clases para poder alcanzar a Phoebe en la cafetería. Sin embargo, ninguna de las dos niñas se había dado cuenta que alguien afuera de la ventana había estado escuchando la conversación entera a escondidas.


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