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¡Adiós Amor Mío!

**¡¡SPLASH!!**

Eso fue todo lo que se alcanzó a escuchar dentro del salón de clases cuando Arnold abrió el susodicho regalo proveniente de la chica de una sola ceja. Todos los jóvenes presentes reaccionaron a la vez, como si una piedra hubiera sido lanzada contra uno de los cristales del aula y lo hubiera roto en miles de pedacitos. Durante los primeros instantes, todos callaron y se quedaron boquiabiertos. Pasados unos segundos, algunos no pudieron evitar soltar la carcajada. Entre ellos y por obvias razones; Gerald, mientras que el resto de los muchachos no pudieron evitar sentir cierta rabia y desprecio contra la persona responsable.

Helga sintió su sangre congelarse en un segundo cuando el ochenta por ciento del salón giró hacia ella con una evidente molestia y sin saber el verdadero motivo. Entonces de manera inocente, Helga levantó la mirada y se percató de que el rostro de Arnold estaba cubierto por aquella sustancia que se suponía que debería de haber cubierto a Lila en su momento. Su broma fallida y la cual había decidió ahorrársela por los sentimientos que aun tenía por Arnold; ahora encontraba su objetivo real desde aquel día de los inocentes anterior.

—¡Esta vez si te pasaste de la raya Helga! —Declaró Rhonda.

—¿Qué...? ¿Yo qué hice...? —La rubia preguntó muy confundida.

—¡Eso fue muy cruel de tu parte, Helga! —Se quejó Eugene.

—¿Qué...? Pero... Pero si yo no he hecho nada malo.... —Objetó la niña del moño rosado.

—Te das cuenta del estado emocional de Arnold... ¿Y todavía se te ocurre hacerle algo como esto...? Es increíble. —Le reclamó Stinky cruzado de brazos.

—¿Por qué están cargando todos contra mí? ¡Les digo la verdad! ¡Yo no he hecho nada malo! —Trató de excusarse de la peor forma sin avalar su respuesta ante el grupo.

—¡Si claro...! Dinos una cosa Helga, ese de allá es tu regalo. ¿No es así? —Continuó Sheena señalando la caja abierta sobre el suelo.

—¡Sí...! Pero yo no... Ese no era su verdadero obsequio... Sé que debe estar por aquí en alguna parte...

—¡Sí! Está en su rostro... —Dijo Rhonda sarcástica, llevando sus manos a su cintura.

—Me refiero a su verdadero regalo, zopenca. ¿Dónde diablos estas estúpida armónica...?

—Helga, en todos los años que tengo como profesor jamás había visto semejante falta de respeto hacia un compañero, estoy muy decepcionado de ti como tu maestro y como persona, ahora necesito que vayas y te reportes con el director Wartz enseguida.

—¿Por qué nadie me cree? ¡Por primera vez en mi vida les estoy diciendo la verdad! ¡Lo juro! ¡Yo no lo hice! ¡Yo no quise que su rostro ahora estuviera cubierto de crema de banana! ¡De acuerdo, admito que lo desee hace algunos meses atrás en el día de los inocentes pero no en esta ocasión! —Gritó desesperada.

—Tu mala reputación te precede Pataki. —Continuó Rhonda sin dejar de atacarla.

Entretanto que los reclamos hacia la uniceja se hacían presentes uno por uno, Arnold permanecía inmóvil. Pero lentamente, sus dos puños comenzaron a apretarse y su ceño se fue frunciendo poco a poco. Unos claramente furiosos y pequeños ojos sobresalían de entre la crema de banana. Arnold se levantó de su silla de un solo movimiento, provocando que la atención que hasta hace solo un momento estaba posada en Helga se volviera contra el mismo.

Todos callaron, y Arnold aun sin quitarse de encima el resto de la tarta de su cara y parte de su ropa se encaminó furioso hasta donde se encontraba su presunta agresora. Esta lo miró con cierto temor. Al llegar hasta ella, Arnold jaló con su propia mano el vestido de la chica por la parte del cuello, acercándola hasta que sus rostros quedaron a unos cuantos centímetros de distancia.

—¿No era una broma...? ¿Verdad...?

—¡Veras...! ¡Arnold...! ¡Escucha...! ¡Ese no era el regalo que pensaba darte...!

—¿De verdad? —Le mostró los dientes—. Entonces... ¿Dónde se supone que está?

—No lo sé... —Helga miraba hacia todas partes—. Debe estar por aquí, te lo juro, eso no era lo que pensaba darte.

—A otro perro con ese hueso Helga. ¿Acaso me crees un niño ingenuo e idiota?

—¡No...! ¡Claro que no cabeza de balón...! ¿Cómo crees...? Yo nunca pensaría así de ti...

—Esta fue la última que me has hecho Pataki. Toda mi vida desde que te conozco he soportado tus burlas, tus humillaciones y tu frecuente odio hacia mí, pero esta vez elegiste un muy mal día para cometer este error.

—¡Arnold...! ¡Yo...! ¡No...!

—Ya no digas nada más Helga... Estoy harto de ti, puedo decir con facilidad que eres la peor persona que he conocido en toda vida. Maldigo al destino por haber hecho que nuestros caminos se hayan cruzado. ¿Recuerdas cuando nos conocimos? Pues ese fue el peor error que haya podido cometer a mi corta edad. Desearía regresar en el tiempo e impedir que suceda ese momento. ¡Te odio! ¿Me entendiste? ¡Te odio! ¡Te odio! Espero que esta sea la última vez que vuelva a dirigirte la palabra. Te lo advierto, Helga. La próxima vez que trates de hacerme algo así no seré responsable de mis actos ni tampoco de lo que pueda pasar.

Después de aquellas palabras, Arnold soltó a Helga con rudeza. Ella se encontraba completamente destruida por dentro, tanto que deseaba romper en llanto. Sin embargo, eso significaría una mayor humillación de la que ella estaría acostumbrada a soportar.

Arnold salió del aula sin ningún tipo de consentimiento por parte del Sr. Simmons para ir al tocador a lavarse la cara. Mientras tanto, de vuelta en el salón, Helga seguía en shock. Los demás alumnos supusieron que algo como lo que había ocurrido sería el suficiente castigo para Helga, por lo que los reclamos cesaron al instante. No obstante, la rabia que aun tenían hacia la chica no había desaparecido del todo, así que decidieron simplemente ignorarla por el resto del día.

—Helga, ve inmediatamente a la oficina del director Wartz y cuéntale todo lo que hiciste. Dejare que él se encargue de tu castigo esta vez. —Dijo el Sr. Simmons, señalando hacia la puerta.

La chica Pataki obedeció sin quejarse. Tomó su mochila con sus manos temblorosas y salió del salón sin decir ni una sola palabra. Tenía la mirada hacia abajo, mostrándose muy pensativa y desorientada mientras que una continua aura de tristeza la cubría de pies a cabeza. Jamás en su vida creyó vivir lo suficiente para ver a Arnold en ese estado. Más allá de averiguar qué fue lo que realmente pasó con el verdadero regalo; simplemente se limito a solo caminar lentamente por el pasillo sin importarle realmente si se dirigía hacia la oficina de Wartz o no. Lo único que deseaba era que el día más horrible de su vida terminara para por fin regresar a su casa y desaparecer por un tiempo de la vista de todos. Ahora que el chico que siempre amó la odiaba con toda el alma y con la total certeza de que tampoco significaba algo para su propia familia, Helga no tenía ninguna razón para volver a mostrarse en público.

Avanzando por medio del corredor principal y sin fijarse un destino, la niña supo inmediatamente que no tardaría en llegar al cruce de pasillos que conectaba varias hileras de las aulas y salones que servían para impartir clases a los demás grados. Entonces, cuando Helga se aproximó lo suficiente, decidió girar hacia la derecha. Luego de hacerlo, la chica sintió un golpe muy fuerte que la terminó por tirar al piso, el cuerpo de alguien más que se dirigía hacia la dirección contraria se había impactado contra el suyo. Helga agito la cabeza, miró hacia adelante y sintió un ligero escalofrío al descubrir que aquel con el que había chocado era nada más y nada menos que el propio Arnold.

—Arnold... —Dejó escapar un hilillo de voz.

El muchacho rubio, esta vez ya con la cara limpia pero con su atuendo invernal aun manchado por la crema de la tarta de banana; se limitó a solo mostrarle sus blancos dientes de manera hostil. Un claro gesto que fue acompañado por una clara muestra de rechazo total hacia la joven. Por lo general, era bien sabido que cuando Arnold chocaba contra alguien frente a frente; ya fuese en la calle o dentro del colegio, este siempre le ofrecía la mano a dicha persona para ayudarla a levantarse. Sin embargo, esta vez fue totalmente diferente, dejando a la pobre chica sobre el suelo y continuando su camino de sin dirigirle la palabra.

—Arnold... Lo siento mucho mi amor... Lo siento por todo lo que te he causado... —Murmuraba mientras se incorporaba y lo veía alejándose por el pasillo con dirección hacia la clase del Sr. Simmons mientras que sus ojos azules se llenaban de cristalinas lágrimas para finalmente caer y manchar sus coloradas mejillas.

-o-

La campana por fin sonó estruendosa y majestuosamente, indicando el final de las clases y el inicio de las tan añoradas y soñadas vacaciones de invierno. Los chicos de todos los grupos y salones se encontraban exaltados y emocionados. Para ellos, el sonido de la campana más que la llegada de las vacaciones, significaba una señal de liberación absoluta y el final de una opresión altamente obligada. El simple hecho de no tener que hacer ninguna clase de esa asquerosa e inmunda tarea que tanto dejaban los maestros, representaba un gozo inexplicable que solo una persona joven puede llegar a entender.

La clase del Sr. Simmons fue una de las primeras en lograr salir, con la mayoría de los chicos y chicas amontonándose tras la puerta y sin poder moverse luego de que todos quisieran escapar de ese lugar al mismo tiempo. Sin embargo, no fue sino hasta que Harold utilizó su fuerza física puesta en una poderosa tacleada utilizada en el futbol americano que finalmente pudo despejar el área.

—¡¡¡Libertad!!! —Gritó Harold, lanzando sus útiles al aire.

Parecía que los chicos en el suelo no habían sentido ninguna clase de dolor puesto que lograron incorporarse casi de inmediato para seguir a Harold a lo largo del pasillo principal hasta la entrada principal haciendo un gran escándalo y desatando el caos.

—¡Por favor, niños! Salgamos como los seres humanos y civilizados que somos. —Advirtió el Sr. Simmons.

—¡Animales! —Exclamó Rhonda.

Las puertas principales de la primaria 118 se abrieron al compas, dejando salir a una infinidad de niños de entre seis y doce años de edad que huían despavoridos de aquel inmueble que más bien lucia como una prisión mal aventurada para ellos. Los autobuses escolares correspondientes a cada grado ya se encontraban formados en fila, pegados a la acera y con las puertas muy abiertas para recibir a los estudiantes que poco a poco fueron llenando hasta que en un lapso de menos de dos minutos no cabía un solo niño más.

Cercana a la puerta principal, se encontraba también una legión completa de padres listos para recoger a sus hijos y llevarlos a casa, probablemente para ponerlos a realizar alguna que otra actividad hogareña más que dejarlos disfrutar de la comodidad de sus vacaciones. Entre ellos se encontraba Phil; el abuelo de Arnold. El hombre mayor localizó a su adorable nieto de entre los últimos alumnos que salieron por aquellas puertas anchas notando inmediatamente su rostro lleno de desgane y tristeza combinado con rabia.

—¡Oye Arnold! —Phil gritó, agitando sus dos manos en todo lo alto para hacerse notar y llamar la atención de su nieto—. ¡Por aquí hombre pequeño! ¡Aquí estoy!

Arnold lo miró a la distancia, pero su cruda expresión no cambió en lo absoluto.

—¡Qué tal abuelo! —Se acercó y lo saludó.

—¡Y bien Arnold...! ¿A qué viene esa expresión tan fría? ¿Y por qué tu ropa está cubierta de algo blanco que parece crema batida? —El hombre mayor preguntó llevándose sus manos a la cintura.

—Lo siento abuelo... Y con respecto a eso último digamos que este no ha sido el mejor día que he tenido.

—Es extraño que tú digas eso teniendo en cuenta que este el último día de clases. A juzgar por tu expresión debió de haber sido algo muy serio para llegar a ponerte así. Dime, ¿Qué fue lo que paso exactamente? ¡Espera! ¡Platícamelo todo una vez que lleguemos al auto, la carne de gallina se me está congelando aquí afuera!

Ambos caminaron unos cuantos metros en silencio hasta el vehículo clase cincuenta y cinco, el cual yacía estacionado en una de las esquinas cercanas del colegio. Arnold metió sus manos dentro de las bolsas de su chamarra y suspiró fuertemente, dejando escapar su tibio aliento en medio de una intensa bocanada que se mostró visible debido al enigmático frío en el ambiente. Una vez que ambos abordaron el automóvil del hombre y este fuera encendido con algunas dificultades por el propietario; Arnold comenzó a hablar fluidamente mientras el auto se alejaba poco a poco del centro del saber. De alguna forma, Arnold sentía que hablar con su abuelo lo calmaría y le ayudaría a vaciar las frustraciones que hasta ese momento conservaba dentro de su pecho.

—Abuelo... Me preguntaba si recuerdas a Helga... Helga G. Pataki, la chica con el gran moño rosa y una enorme ceja.

—Claro que la recuerdo. Después de todos aquellos malos ratos que te ha hecho pasar... —Se interrumpió a sí mismo para reírse de la situación por la cual atravesaba su nieto—. Me es imposible poder olvidarla. ¿Qué fue lo que te hizo esta vez esa bribonzuela?

—Bueno... Pues digamos que ella ha llevado esto de las bromas hasta el límite y francamente ya me tiene harto. Este fue el último día en el que aguanto una de sus sucias jugarretas.

—Pues... ¿Qué fue lo que te hizo esta vez para llegar a ponerte tan furioso? Normalmente siempre terminas asimilando todas las maldades que ella te hace y terminas por olvidarlo a los pocos minutos. —Preguntó sin apartar la vista del camino.

—Me engañó abuelo, fingió ser una buena persona al pretender darme un regalo en el intercambio navideño, pero nunca imagine que ese regalo contenía una enorme tarta con crema de banana. Al abrirlo esta saltó en una especie de trampa explotándome en toda la cara, ese es el motivo por el cual toda mi ropa este manchada.

—¡Pero que qué genialidad! —Se rió a carcajadas—. Esa fue una broma excelente. Esa chica me agrada bastante, debo admitir que tiene muy buen material.

—¡Abuelo! ¿De qué lado estas? —Arnold protestó indignado.

—Lo siento hombre pequeño pero no pude evitarlo. Esto me recuerda a aquella vez en la que Gertie me hizo algo muy similar cuando ambos éramos niños.

—¿De verdad?

—¡Sí! Solamente que en aquella ocasión fue muchas veces peor. Doce veces peor para ser más precisos.

—¿Qué quieres decir con doce veces peor, abuelo?

—Bueno, digamos que ella le pagó a uno de los payasos del evento para que me lanzara una docena de pasteles en una de las fiestas del condado que se dio lugar aquí hace mucho tiempo. Debiste de haber visto la corretiza que me dio. Jamás había hecho tanto ejercicio en toda mi vida. —Rió al terminar de hablar.

—¡Cielos, no tenía la menor idea abuelo! ¿Y cómo le hiciste para no perder los estribos?

—No fue necesario hacer nada. En primer lugar no hay motivo por el cual deba molestarme con algo como eso, después de todo los dos éramos niños y Gertie únicamente trataba de divertirse como cualquier otra niña de su edad. Muy de vez en cuando le terminaba por regresar algunas de las bromas que me hacía. Pero Gertie era muy lista, no caía con facilidad. ¿Tú qué hiciste en tu situación pequeño?

—Bueno... Ahora que lo veo de otra forma... Quizás no fue la mejor forma de reaccionar ante ello por mi parte. —Tomó una bocanada de aire que soltó inmediatamente—. Le hablé en un tono muy agresivo y amenazador luego de tomarla por el cuello de su camiseta.

—¡¿Qué hiciste qué?! —El abuelo Phil se impresionó tanto después de haber escuchado las palabras de su nieto, que estuvo a punto de impactarse con otro auto que venía de frente. Aunque afortunadamente logró esquivarlo a tiempo dando un volantazo rápido hacia el lado contrario—. ¡No, No, No, Arnold! Eso fue muy poco caballeroso. A una chica no se le debe tocar ni con el pétalo de una flor por más problemática que esta pueda llegar a ser. Es en ese momento cuando un hombre debe aprender a controlarse y a sobrellevar las cosas de una manera positiva y no a reaccionar conforme sus impulsos se lo indican.

—¡Sí, lo sé y siento un gran remordimiento abuelo...! Me comporté como un animal. —Dijo, volteando la vista hacia fuera de la ventana—. Ahora sé que hice mal, pero ese momento no era el más adecuado para caer en una de sus bromas. Aun tratándose de Helga, sé que me comporte de una forma muy impropia de mi.

—Eso es lo que más me extraña de ti, Arnold. Te conozco desde que naciste y sé que eres un chico bastante noble. Eres cortes, amable y considerado. Siento que hay algo que aun no me has dicho y que pudo ser el detonante de tu ira.

Arnold presentía que su abuelo no tardaría en querer sacar el tema que se relacionaba con sus padres desaparecidos, por lo que rápidamente intentó cambiar el tema central de la conversación para llevarla hacia un nuevo rumbo.

—Bueno... A decir verdad, abuelo... Si hubo algo que pudo haber sido la causa de mi violenta reacción. —Suspiró.

—¡Vaya...! Entonces mi percepción para detectar los problemas no se ha perdido con el paso de los años después de todo. —Rió levemente—. ¿Qué paso exactamente?

—Veras abuelo... La chica que me gusta o que me gustaba desde hace algún tiempo... Lila, volvió a rechazarme después de haberle confesado de nuevo mis profundos sentimientos por ella, pero creo que esta vez fue para siempre.

—Ahora lo entiendo todo. Estabas tan frustrado por el rechazo de esa chica que al caer en la broma de tu amiga del moño rosa estallaste como una bomba llena de rencor, ira y violencia contra ella. Hombre pequeño... ¿Si ella te hubiera hecho esa broma cualquier otro día del año hubieras reaccionado igual?

—No lo sé abuelo, no he pensado en eso. Aunque probablemente no.

—¡Ahí lo tienes! A pesar de que sus intenciones eran no muy buenas creo que esa chica de enormes cejas se merece una disculpa de tu parte. ¿No lo crees chaparrito?

—¡Sí...! Tal vez tengas razón abuelo, creo que tratare de llamarla más tarde.

—¡Así se habla chaparrito! —Dijo, dándole a Arnold una palmada fuerte en la espalda que lo obligó a toser.

—¡Gracias por esta charla tan reflexiva abuelo, en verdad la necesitaba con urgencia!

—¡No tienes porque agradecérmelo hombre pequeño! Siempre que desees liberar tus frustraciones el gran Phil estará ahí para escucharte. Llueva, truene o relampaguee siempre podrás contar conmigo. Eso claro mientras no me encuentre ocupado en el trono. —Volvió a soltar una carcajada.

—¡Gracias abuelo...! Supongo... Aunque tengo una duda más.

—¿Si, dime qué pasa Arnold?

—Me gustaría saber que ocurrió con Gertie. Nunca me has contado el resto de la historia. ¿Perdiste contacto con ella? ¿Hasta cuando fue que te dejo de molestar?

—¡Ohh! Esa es harina de otro costal hombre pequeño. Aun eres muy joven y pronto descubrirás que la vida puede dar muchos giros inesperados, mas de los que uno se pueda imaginar. Tal vez tú y tu amiga del gran moño rosa tengan aun un asunto pendiente que resolver antes de llegar a la adolescencia. Después de todo, ella ha estado muy presente en cada una de las etapas de tu vida.

—¿Qué quieres decir?

—Solo digo que pienses y trates de recordar aquellos momentos en los que no ha sido del todo mala contigo, apuesto a que han sido muchos y muy agradables.

Arnold rebuscó dentro de su mente el archivero donde tenía guardados sus recuerdos, no muy convencido de encontrar algo que le sirviera tratando desesperadamente de recordar algunas de las ocasiones en las que la chica Pataki se había comportado de manera diferente a la que acostumbraba. Cuando Arnold recapacitó y encontró la representación del documento en su cerebro, se dio cuenta de que sorprendentemente su abuelo estaba en lo correcto, había diversas situaciones en las que le había resultado muy grata su convivencia con ella. Eran muy pocas, ¡Sí! Pero las había a final de cuentas. Como aquella vez en el verano pasado, cuando Arnold fue engañado por Summer para tratar de ganar un concurso de castillos de arena; fue Helga la que evitó que Arnold fuera timado de una forma muy cruel. O cuando en la última fiesta de disfraces de Rhonda, a pesar de que Helga se había disfrazado de Lila, Arnold pasó unos momentos muy agradables a su lado. No creyendo en un principio que algún día pudiera verla comportarse así.

Mientras pensaba, Arnold no se había dado cuenta de que el auto se había detenido frente a su casa, al parecer la plática con su abuelo había resultado eficaz y entretenida, tanto, que este la continuó sin percatarse de nada.

—Bueno... No recuerdo muchos en este momento, pero debo confesar que existen. —Suspiró—. Lo que aun no entiendo es el porqué siempre tiene que mostrar esa actitud tan hostil hacia mí.

—¿Acaso no es obvio?

—¡No para mí!—Se cruzó de brazos.

—Arnold, no se llega a mi edad sin haber aprendido algo en la vida y si hubo una lección que aprendí es que todas las chicas entre peor te traten más les agradas. Bueno, a menos claro de que te odien en verdad aunque no creo que ese sea tu caso.

—Creo que eso ya es soñar demasiado abuelo. —Dijo, arqueando una ceja.

—¡Vamos Arnold! Está claro que esa niña trata desesperadamente de llamar tu atención. Con cada broma pesada que te juega, su mente esta gritando continuamente tu nombre. Es prudente suponer que se encuentra enamorada de ti.

—¿Estas bromeando cierto? ¡Eso no puede ser cierto! ¡Es una locura!—Rió sarcásticamente.

—Tal y como ya te dije anteriormente, la vida da muchos reveses y giros inesperados, en un momento puede parecer tu peor enemigo y al siguiente, esa chica que te torturo durante años puede llegar a convertirse en tu querida esposa y llegar a tener a un estupendo hijo... Y por ende un maravilloso nieto.

Arnold se sorprendió ante las palabras escuchadas, sus ojos se abrieron de golpe e hizo una expresión como si hubiese sido el ganador de un millón de dólares.

—Entonces... Abuelo, no me digas que aquella niña traviesa y revoltosa que te hacia la vida imposible... Es... Es...

—¡Sí! Así es hombre pequeño, esta justo ahí. —Señaló con su dedo con dirección a la entrada de la casa.

—¡Me da gusto que hayan llegado con bien y justo a tiempo para celebrar el día de la independencia! —Dijo la abuela Pookie, la cual se encontraba de pie en el pórtico, portando un atuendo similar al que portaba George Washington—. Ya he conseguido los fuegos artificiales que encenderemos en unos cuantos días.

—Hemos llegado... ¡Por fin, hogar dulce hogar! —Dijo Phil bajando del auto—. ¡Allá vamos galletita! ¡Y por favor, quítate ese vestuario tan ridículo! Estamos por festejar la navidad, no el cuatro de julio! Y Arnold, date prisa si no quieres pescar un buen resfriado!

Sus abuelos entraron a la casa, mientras que Arnold aun dentro del auto había enmudecido completamente, como si los ratones le hubieran comido la lengua. El chico permanecía recostado sobre el asiento del copiloto, con los ojos completamente abiertos y vidriosos. Paralizado por el shock o la irónica sorpresa recibida; se quedó ahí solo hasta que los gruesos copos de nieve comenzaron a caer lenta y sinfónicamente cubriendo parcialmente el parabrisas del automóvil. Entonces, fue así como después de unos instantes, que los engranes responsables de hacer trabajar a su cerebro se volvieron a activar, devolviéndole la voz y el movimiento de sus articulaciones para que pudiera reaccionar.

—¡Tengo que llamar a Helga!

-o-

Los pasillos de la escuela primaria 118 se habían quedado vacíos cuando Helga caminó una vez más sobre ellos, la chica deambulaba solitaria como una especie de engendro zombi, conservando los ojos un poco rojos a causa del incontrolable llanto mientras que se dirigía hacia la salida, rozando suavemente con sus dedos las rendijas de los casilleros cada vez que pasaba junto a uno. Como ya era de esperarse, la cita en la oficina del director Wartz nunca se llevó a cabo, ya que la muchacha con dificultades y se podía acordar de su propio nombre o que es lo que estaba haciendo en ese lugar. Lo único que le daba continuas vueltas a su pequeña cabeza eran las hirientes palabras que Arnold le había dicho apenas unos momentos antes, las cuales resonaban fuertemente dentro de su cerebro como un agudo grito dentro de una solitaria caverna:

Estoy harto de ti, eres la peor persona que he conocido en toda vida

 

Maldigo al destino por haber hecho que nuestros caminos se hayan cruzado

 

¿Recuerdas cuando nos conocimos? Pues ese fue el peor error que haya podido cometer a mi corta edad

 

Desearía regresar en el tiempo e impedir que suceda ese momento.

¡Te odio! ¿Me entendiste? ¡Te odio! ¡Te odio!

 

Espero que esta sea la última vez que vuelva a dirigirte la palabra

Luego de caminar unos cuantos metros, la salida por fin estaba frente a ella, la cual emitía tanta luz como un farol en una callejuela obscura. La chica de cabellos rubios cruzó indiferente aquellos portones gemelos, cubriendo un poco sus ojos para poder acostumbrarse a la luz del exterior. En cuanto bajó su brazo, ésta alcanzó a observar a lo lejos a Arnold, el cual subía no con muchos ánimos al auto propiedad de su abuelo.

—Espero... Espero que pases una muy feliz navidad, Arnold. Lejos de mí y más cerca de las personas que realmente amas. —Dijo, suspirando con tristeza.

Helga finalmente apartó la vista de la calle por la cual había desparecido el automóvil donde iba el chico que tanto amaba, para solo enfocarse en lo que había frente a ella. La calle aun lucia atiborrada de niños y niñas acompañados de sus padres y madres, todos con una sobrada felicidad que se desbordaba. Mientras que algunos habían optado por trasladarse en uno de los tantos camiones escolares abarrotándolos por completo, otros abordaban automóviles de todas las categorías, modelos y colores. Todos listos para emprender el fantástico viaje de regreso a casa y olvidarse de la escuela por al menos cuatro semanas completas.

La muchacha uniceja también notó que en menor medida había algunos alumnos que regresaban a casa en compañía de aquella "personita especial", la mayoría tomados de la mano y cargando grandes obsequios que se habían hecho mutuamente con anterioridad. Entre ellos se encontraban Harold y la gran Patty. Los cuales parecían estar muy acaramelados el uno con el otro, abrazándose cariñosamente en medio del frío. Helga se imagino a sí misma con Arnold por un momento en una escena como esa aun sabiendo que jamás llegaría a hacerse realidad.

—¿Helga? —Exclamó una voz conocida detrás de ella.

—¿Phoebe?

—¡Creí que ya te habías ido a tu casa, Helga! ¿En dónde estuviste...? Me dejaste preocupada después de verte abandonar el salón y ya no regresar de nuevo.

—No estuve en ningún lado en particular, solo quería estar un momento a solas.

—¿Entonces no fuiste con el director Wartz?

—¡No!

—Helga... Me da mucha curiosidad... ¿Qué paso exactamente en el salón? ¿Por qué le jugaste esa broma a Arnold? Creí que le ibas a regalar una armónica.

—Yo no lo hice, Phoebe. No sé que pudo pasar, tal vez en medio de mi estúpido nerviosismo le di el regalo equivocado sin darme cuenta... ¡Yo que sé! El problema es que ahora Arnold me odia y será difícil que pueda cambiar su manera de verme.

—¿Y por qué no tratas de hablar con él? Todo podría solucionarse si dejan las cosas claras entre ambos.

—¡Phoebe, no tengo el coraje necesario en este momento! —Apretó los dientes—. Si llego a mirar los ojos de Arnold llenos de furia y desprecio hacia mí persona, creo no podré contener mis lágrimas.

—Pero no puedes quedarte así, si tu no lo hiciste debemos investigar qué fue lo que paso realmente. ¿Y qué tal si alguien lo cambió a propósito mientras nosotras no estábamos? Si es así, no puedo permitir que a causa de la posible travesura de alguien más tú sola tengas que pagar por los platos rotos.

—Lo sé, pero no me siento con ánimos en este momento... Me siento devastada por dentro, Phoebe. Lo único que quiero ahora es llegar a mi casa y tratar de dormir un poco.

—De acuerdo Helga... Supongo... Mientras tanto averiguare lo más que pueda y veré si puedo encontrar pistas que nos lleven al responsable. Esto no se puede quedar impune.

—¡Muchas gracias Phoebe! Sin duda eres la mejor amiga que una chica tan horrible y mala como yo podría desear. Pero ahora cuéntame... ¿Qué es lo que estás haciendo aun aquí? Para esta hora ya deberías haber llegado a tu casa.

—Estoy esperando a Gerald, se quedó atrás en el salón para ayudar al Sr. Simmons a hacer la limpieza.

—Entiendo... ¿Y lo acompañaras a su casa?

—Su familia me invitó a cenar esta noche como un gesto de despedida antes de salir de viaje con mi familia.

—Ya veo... —Levantó un extremo de su uniceja—. Y Phoebe...

—¿Qué pasa?

—Hazme un miserable favor...

—Claro Helga, lo que sea por ti. —Asintió Phoebe.

—Cuídalo mucho... Puede que te diga esto por la conmoción, pero aunque el cabeza de cepillo y yo no nos llevemos muy bien que digamos... Me da gusto por ti... Porque sé de buena fuente que él puede y es el único chico capaz de hacerte feliz. No pretendo mentirte cuando te digo que ustedes son la pareja perfecta.

—¡Cielos, gracias Helga! No sé qué decir. —Dijo ruborizada.

—Mejor no digas nada, Phoebe. Solo apégate a mis indicaciones. —Le guiñó el ojo.

Solo momentos después, el chico de tez morena salió de la escuela por las mismas puertas, encontrando a las dos mejores amigas que conversaban pacíficamente recargadas sobre el barandal de hierro colocado sobre las escaleras principales.

—Phoebe ya termine de ayudarle al Sr. Simmons, ¿Nos vamos ahora? Mis padres ya han de estar esperándonos. —Llegó diciendo e interrumpiendo la conversación de las chicas.

—¡Sí Gerald, ya estoy lista! —Mencionó Phoebe, levantando su mochila la cual había dejado en el piso hacia unos instantes—. Entonces... ¿Estás segura de que estarás bien?

—¡Sí, no te preocupes lo estaré! Mientras tenga comida suficiente estoy segura de que podré sobrevivir el crudo invierno.

—Entiendo... Entonces... ¡Feliz navidad Helga! Te veré hasta el inicio de clases. —La abrazó.

—Gracias, divierte con tu familia en Japón y que pases una muy feliz navidad tu también. —Le correspondió el abrazo.

—¡Adiós Helga!

—¡Adiós Phoebe!

La joven de anteojos se despidió alegremente, dejando a su amiga de pie sobre aquellas escaleras frías hechas de duro concreto. Gerald hizo un gesto con la cabeza para despedirse de Helga, a lo que la chica le contestó con el mismo gesto sin intercambiar palabra alguna. Poco a poco, la pareja se fue alejando hasta que cruzó al otro lado de la calle, ambos tomados de la mano, riendo y bromeando alegremente. Helga dejó de observarlos en cuanto doblaron la esquina de una de las calles contiguas al colegio, quedándose completamente sola.

—Bueno, creo que ya es momento de ir a mi casa a tratar de pensar en cómo será mi vida a partir de ahora y sin Arnold. —Se dijo a sí misma, acomodando su mochila sobre su hombro derecho y emprender la larga caminata hasta su casa, en la cual; como ya lo sabía de antemano, nadie se encontraba esperando por su regreso.

-o-

—¡Rayos Helga! ¿Por qué no contestas? —Decía Arnold una y otra vez, caminando en círculos alrededor de su cuarto como león enjaulado con el teléfono en la mano.

"¡Usted está hablando a la residencia de los Pataki, por el momento no nos encontramos, si quiere dejar un mensaje más le vale hablar fuerte, claro y procure que no se le trabe la lengua porque me llena toda la cinta. Por cierto, yo soy Big Bob el rey del localizador". —Mencionó la contestadora automática repitiendo un mensaje que el malhumorado padre de Helga había grabado con anterioridad para inmediatamente dejar sonar el clásico pitido.

Arnold colgó de golpe mostrando una clara frustración.

—¡Demonios! No sé ni porque estoy haciendo esto, es ella la que debería disculparse conmigo en primer lugar o al menos tratar de darme una buena explicación. —Se cruzó de brazos, sentándose en su sillón plegable favorito—. ¿Y por qué razón ahora no puedo sacarla de mi cabeza? Vamos Arnold reacciona, Helga es la mala de la historia, siempre lo ha sido... ¿O no? Bueno lo admito, también ha mostrado cierta sensibilidad en el pasado, pero por muy poco. No sé cómo es que descubriré lo que le ocurre a ella si ni siquiera sé que me ocurre a mí.

Arnold se levantó de su cómoda posición para quedarse contemplando la estantería de libros que tenía junto a su cama, puso una rodilla sobre la cama, estiró la mano y sacó una pequeña fotografía, la cual tenía un marco blanco a su alrededor, ni pequeño ni grande, pero lo suficiente para poder leer sobre él:

Ganadores del concurso de castillos de arena

Verano 1996

Arnold, esta vez recostado sobre su cama, jugueteó con la fotografía mirándola desde todos los ángulos posibles. En ella, se podía observar a Helga, con su brazo derecho alrededor del cuello de Arnold y sonriendo hacia la cámara, haciendo la pose de "amor y paz" con la otra mano. Arnold con el trofeo, sujetándolo fuertemente con ambos brazos y sonriendo de igual manera hacia la cámara fotográfica. Sin duda, para el rubio ese era uno de los pocos y satisfactorios momentos que recordaba había pasado con la chica uniceja.

—Si tan solo te comportaras conmigo así todos los días, ahora sé que intentas aparentar algo que no eres, se que en el fondo eres sensible y tienes un buen corazón, pero... —Pasó sus dedos repetidamente sobre el rostro de Helga en la fotografía, cuando no se había dado cuenta que había comenzado a sudar un poco y sus mejillas empezaron a tornarse de color rojo—. ¡Un momento! ¡No...! ¡No...! ¿En qué se rayos que estoy pensando? Yo no siento nada por ella y definitivamente nunca sentiré algo más que tal vez solo un poco de amistad por Helga Pataki.

Arnold guardó la fotografía donde había estado apenas unos momentos atrás.

—Pero entonces... ¿Por qué me siento tan extraño? ¿Y por qué me siento con ganas de verla de nuevo?

El muchacho de la gorra azul sacó la foto nuevamente, se giró sobre sí mismo para quedar de costado con el librero de frente y allí permaneció mirando la imagen de la chica rubia hasta que se quedó profundamente dormido.

-o-

Helga llegó a su casa cuando la gruesa nieve ya había comenzado a caer nuevamente sobre la ciudad. Se detuvo por unos momentos en el pórtico y levantó la mirada. Los abultados copos de nieve caían sobre su rostro sin importarle demasiado. A continuación, suspiró fuertemente y sacó una pequeña llave de su abrigo morado para entrar en aquella gran casa de fachada de color azul cielo. La casa se sentía vacía y solitaria y los pasos de la chica dentro de la misma producían un eco poco más que atemorizante, como si se encontrara explorando una casona vieja y encantada. Helga caminó unos cuantos metros y ya se sentía mareada, dejo caer de golpe su mochila sobre el pasillo y subió con desaliento cada uno de los escalones para llegar rápidamente a su habitación, cerrar la puerta y tratar de dormir un poco tal y como se lo había dicho a Phoebe unos momentos atrás antes de despedirse de ella.

—No sé por dónde empezar... —Dijo, tirándose de espaldas contra la cama—. ¿Cómo es posible encontrar una nueva inspiración cuando todo aquello que me causaba felicidad es arrebatado de golpe? No sé qué hacer ahora...

Helga giró su pequeña cabeza con dirección hacia la puerta del armario que se encontraba justo al lado de la entrada principal de su habitación. Entonces recordó que ahí era donde se encontraba su santuario en forma de cabeza de balón haciendo juego con toda su estantería de libros repletos con frases poéticas y románticas inspiradas en su amor platónico.

Luego de analizar la situación por unos minutos más, Helga se levantó de la cama, dando un pequeño salto y avanzó con indiferencia hacia su armario, no sin antes levantar su pequeño cesto de basura del piso y llevarlo consigo. Con nerviosismo, giró la perilla y abrió la puerta, encontrándose con su altar exactamente como lo había dejado esta mañana.

—Bueno... Creo que esta será una buena forma para comenzar.

Acto seguido, cada libro de poemas escrito, cada parte del altar en el que demostraba su intenso fanatismo y su amor incondicional hacia el chico con cabeza de balón; fue quedando poco a poco dentro del bote de la basura. Debido a las pequeñas dimensiones de este, Helga se vio obligada a sacar lo que había dentro de él en repetidas ocasiones, llevando consigo los restos hacia el bote más grande que se encontraba a un lado de la entrada de su casa. Al cabo de una hora, su armario quedó tan vacío y tan solitario como la casa donde vivía.

—Bueno, Creo que eso fue todo... ¡Adiós amor mío! Espero que así sea más fácil para mí el poder olvidarte y sacarte de mi vida de una vez por todas.

Finalmente, Helga tomó su relicario con la foto de Arnold en él y lo lanzó con mucho dolor hacia donde descansaba el resto de los objetos que conformaban su altar y sus obras literarias, cerrando así un capítulo más de su triste niñez e inocencia perdida.


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