Esa noche, se dedicó a ver sus cuadernos, con la luna de acompañante. Leyó su cuaderno y una de las cosas que escribió la dejó pensativa:

Eran tan bellas, que el sol se despertaba para admirarlas. El mundo no era capaz de cuidarlas, así que ellas, decidieron cuidarse. Bailar, a pesar del dolor. Luchar, aunque se las juzgara. Sonreír, aunque las personas que las odiaban, les hicieran las cosas difíciles. Porque sonreír y seguir con tu vida, es la cosa más valiente que una persona puede hacer.

Fue a la habitación de su madre, a dormir.

No se dijeron nada, solo compartieron su calor.

—Estoy preparada—susurró.

— ¿Para qué, hija?

—Para ir a terapia.

•••

Unos meses después, se encontraba observando el mar, donde tiraron sus cenizas. Sacó una carta, y la enrolló, para luego depositarla en el agua.

Te extraño, tanto, que desearía que mis dedos pudieran acariciar tus cicatrices.

Te recordaré con cariño, porque me enseñaste a apreciar cada segundo.

Unos podrán decirme que busque a otro amor, uno que no me haga llorar, pero sé que nunca lo hiciste a propósito. No voy a buscar a otro amor, voy a buscar que cuando te recuerde, no fijarme en el final, porque nunca lo fue, siempre fue tu sonrisa, la manera en la que hablabas, la que despertaba a las estrellas de su profundo sueño. Otro polvo de estrellas forma parte de este mundo.

Amaré hasta que me sienta completa. Recordaré cada lágrima, como un espejo roto, enseñando diferentes perspectivas. Reiré, recordando que una parte de ti me llevaré conmigo.

Es momento de dejarte ir.

Gracias, por permitirme enamorarme de tus irises.

Brilla, como una de las estrellas nunca vistas.

Greta Abara.