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03

Al día siguiente, analizó cada una de sus facciones. No reconocía a la chica que estaba delante de sus narices. Sus ojos azabaches, se encontraban rojos. Su oscura piel estaba erizada. Se ató su largo cabello en una coleta alta, ocultó su presencia en una sudadera gigantesca. Antes de salir de casa, su cuerpo se preparó para sumergirse en la música.

Quería que el mundo le diera un respiro y pasara de ella.

Pero parecía ser que le daba igual.

Cuando llegó a la entrada del instituto se encontró con una escena que hizo que sus piernas se movieran con energía y rapidez.

En una esquina estaba la foto de la persona que tanto echaba de menos, con flores y velas. Pero unos chicos estaban pisándolo todo, nadie hacía nada, solo se reían, para empeorar la situación ningún adulto se encontraba alrededor.

— ¡Parad!—gritó llena de rabia, empujando a uno de los chicos, de vuelta se llevó un tortazo en la cara. Escuchaba risas, mientras se encontraba en el suelo. Pero solo le preocupaba la foto de que ella una vez estuvo en este mundo. El chico la agarró— ¡Suéltala! —Su rostro se crispó de perplejidad, en cuanto escuchó la hoja romperse— ¿Por qué has hecho eso? —susurró, quería hacerle daño, por osar a destrozar la conmemoratoria de Asteria Wang, justo vinieron unos adultos a encargarse del tema, y ella se resignó a cometer un error.

—Siento mucho lo que ha ocurrido. Sé que la apreciabas mucho—la voz de un chico se dirigió a ella. Con la capucha puesta, intentando tapar el desastre del que estaba hecha, lo miró, asintiendo con pausa. Observó las manos de este, recoger las flores. Depositó su mano encima de la suya, negando.

—Asteria detestaba las rosas rojas, pero le encantaba ver a su madre regar las flores de su jardinería. Decía que admiraba la dedicación que uno es capaz de dedicar a algo que ama con todo su corazón—apartó su mano—. Seguramente, si estuviera aquí, se reiría de esos chicos. Su risa era contagiosa. Lo más doloroso, es que no podré escucharla nunca más. Da igual, si hay risas parecidas, la suya iluminaba todo lo que se encontraba a su alrededor.

El chico no dijo nada, ella lo agradecía. No necesitaba palabras de aliento, ni disculpas. Sabía en el fondo de su ser, que no era culpable de su decisión. Por mucho que deseara haber sido su última opción para atarse a la cuerda y subir. Ya era demasiado tarde.

Salió del recinto. No sería capaz de escribir ni una sola palabra, cuando su alma se encontraba perdida. Vagando en el mundo de los dolidos. ¿Aunque no es donde todos nos hemos encontrado alguna vez?

Se montó en un autobús. Observó a las personas que la rodeaban, ¿no estaban cansados de caminar? ¿No les dolía mirar sus pantallas y saber que nada era real? No se miraban, no había casi contacto visual, nadie observaba a las nubes llorar con insistencia. Buscando ayuda.

Cuando llegó a su destino, caminó por el campo. Todo estaba aislado. Respiro hondo, estiró sus brazos y cerró los ojos. Sus pestañas entremezclaron las gotas con sus lágrimas. El miedo no podía morderla, debía curarse, pero debía liberar la carga que llevaba dentro. Contó hasta tres. Y sus gritos se desataron.

— ¡No quiero tener miedo de la oscuridad!

— ¡Quiero poder recordar tu rostro, sin derrumbarme en el suelo!

— ¡No quiero pensar que no fui importante para ti!

— ¡Estoy cansada de intentar fingir que estoy bien, cuando no lo estoy!

— ¡¿Por qué mi corazón no deja de sangrar, aun sabiendo que se está privando de oxígeno?!

— ¡No creo que pueda enamorarme de otra persona, porque mi corazón se enamoró de tus imperfecciones y se ancló al tuyo!

— ¡Estoy harta de ser un desastre, que busca una escapatoria!

— ¡Nadie se merece, no darse una oportunidad!

Se agarró las rodillas, respirando con un poco de dificultad. Pero se sentía mejor. Se puso los auriculares, sus pies se movieron inconscientes. La música inundo cada tramo de su cuerpo, saltó hasta que las piernas le dolieron, se carcajeo de lo compasiva que era la vida. Se empezó a enamorar del hecho de poder bailar a pesar del dolor. Asteria, se alegraría de verla intentar salir del hoyo.

Así que le dedicó un último baile a la chica que detonó cada partícula de su ser. Movió la cabeza, lloró y se abrazó, recordando sus abrazos y su amor.

—Llevó llorando por ti un mes. Qué pena que no puedas llevarte mis lágrimas contigo, donde sea que estés—miró el cielo. Dio un paso, hasta que estuvo preparada para irse. Era hora de irse a casa. Cuando llegó, estaba totalmente empapada, su madre ya lo sabría todo, pero no le regañó, solo le avisó de que era mejor que se duchara para no resfriarse.

—Es mejor que os vayáis, ella no está en condiciones—escuchó a su madre decir a alguien. Greta bajó a ver que ocurría.

En su casa se encontraba la familia Wang, los padres y su hijo pequeño. Con un gesto, le detuvo a su madre. Era asunto suyo, quería saber que ocurría. Sus rostros apagados, le hicieron tragar saliva. La madre de Asteria fue la que le habló, para decirle que podía ir a su casa, a por cosas de su hija, con la mirada le preguntó a su madre. Esta asintió, no podría detenerla.

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