Duodécimo.
Mi padre es un hombre débil. Ha prometido a mi madre
muchas veces cambiar, que dejará la bebida,
que irá a terapia de control de la ira,
nos llevará al parque cada sábado
y nos iremos a tomar un helado después.
Mi madre es una mujer tonta. Nunca ha visto cumplir
ni una sola promesa a mi padre, jamás ha hecho el mínimo
esfuerzo por cambiar de verdad. No se ha planteado
dejar la bebida, ni pasar más rato con nosotros.
Él se va de bares y después pasa la noche en casa
de su amante, y ella aún espera que cambie por nosotros.
Mi padre ha dejado su alianza sobre la mesa de la cocina
y no ha dicho ni una sola palabra.
Su amante está esperándole fuera, dentro del coche, para irse
a vivir a no sé dónde. Lejos de nosotros, por suerte.
Mi madre no sabe vivir sin él, por eso nunca le ha dejado.
Se ha pasado todo el día llorando, por la noche ha dejado
de hacerlo y he ido a buscarla para decirle que todo estará bien.
Está ahorcada de la viga del garaje. Tiene el rostro morado
y los ojos llenos de lágrimas.
Nunca seré un mal hombre como mi padre,
no haré que nadie tire su vida a la basura por mí.
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