Capítulo 9
Llegó el día de la boda. Tomás estaba demasiado nervioso como para pensar con claridad. Iba a casarse con Claudia. Era consciente de que ese matrimonio iba a ser un engaño por su parte, debido a que la confundía con Felicia. Cada vez que había besado sus labios había pensado en ella, cada vez que la había visto bañarse en el río, recordaba los momentos que había pasado junto a ella.
Le habían cosido una camisa especial, además de una pequeña capa. Las alianzas las llevaría el cura de la ciudad, el mismo que los iba a casar. Él no había podido verla con el vestido, pero suponía que estaría tan preciosa como siempre. Su vecino le transmitió ánimos y le acompañó hasta la iglesia. Ahí estaba todo el pueblo congregado, y en el centro lo colocaron. Apenas habían pasado unos minutos cuando Claudia llegó. Llevaba un precioso vestido blanco, con la cintura de un hermoso color crema. Llevaba el pelo recogido en una larga trenza, y portaba un velo. La falda del vestido rozaba el suelo a cada paso que daba. La música comenzó a sonar. Ella llegó finalmente a su lado, y le cogió la mano. Comenzó la ceremonia de unión.
Pese a todos los esfuerzos que puso Tomás en prestarle atención al cura, no lo logró. Pensaba que la mujer que tenía al lado era su adorada e inolvidable Felicia, pero no era así. Finalmente, el cura dijo la célebre frase de: "a ojos del señor ya sois marido y mujer, puede besar a la novia". Le apartó el velo con delicadeza de la frente, y se aproximó a ella para besarla. Fue un beso apasionado, y al finalizar, le susurró al oído: "te quiero, Felicia".
Ella se quedó descolocada, pero había logrado su objetivo. Ahora sólo tendría que disimular sus sentimientos.
Al acabar la ceremonia, toda la gente se acercó a ellos para darles la enhorabuena y besar a la novia. Él la cogió de la mano y se la llevó a la gran mesa en la que tendría lugar el banquete de bodas. Él se entretuvo hablando con todos los hombres mientras ella intercambiaba opiniones con las mujeres. La comida estuvo buenísima, y a eso de las seis ya les permitieron estar solos. Ella le pidió primero entrar en la casa para ponerse otro vestido más sencillo. Así lo hizo, y cuando regresó, continuaba deslumbrante.
Había escogido un sencillo vestido verde, con el borde blanco. Tenía un cuello precioso, y el pelo le caía desordenadamente sobre los hombros. El maquillaje se le había estropeado un poco, pero seguía deslumbrante. Se sentó junto a él en el río que cruzaba Rascafría. Metieron los pies en el agua, que pese al calor del verano continuaba fría. Ella comenzó hablando.
-Tomás, yo te quiero tanto que es el día más feliz de mi vida.
-Para mí también lo es -aseguró.
-Quisiera preguntarte -continuó- quién es Felicia. Antes la has nombrado.
Tomás palideció, y ella al observarlo retiró su pregunta. Permanecieron así unos cuantos minutos, y la tensión creció considerablemente. Ella se inclinó de repente sobre él y le besó. Se metieron juntos a bañarse en el río, con la ropa y todo. Rieron durante un rato, y cuando el sol comenzó a ocultarse, regresaron a su casa. Rosa había regresado a la casa el año anterior, y había sido lo suficientemente inteligente como para prepararles la cena y marcharse con su marido. Los jóvenes comieron rápidamente y subieron al cuarto en el que dormirían juntos todas las noches a partir de ese momento.
Tomás se giró para quitarse la camisa, y cuando miró de nuevo hacia la cama, la vio a ella sin el vestido. Le miraba con ansias en los ojos y lo arrastró hacia la cama, convenciéndole con un beso.
A la mañana siguiente, Tomás se despertó desconcertado, y al girar la cabeza, recordó todo lo que había pasado la noche anterior y enrojeció. Claudia dormía a su lado profundamente y él decidió despertarla con un suave beso. Ella abrió los ojos de golpe, se incorporó y le acarició el pecho con ternura. Volvieron a ocultarse bajo las sábanas, y si en esos momentos alguien hubiera entrado en la habitación, tan sólo hubiera oído las risas de Claudia.
Finalmente se decidieron a bajar a desayunar. Rosa ya había regresado, y los humeantes cafés llenaban de olor la cocina. Se sentaron uno frente al otro, y mientras con la mano izquierda comían, con la derecha se acariciaban mutuamente. Tomás estaba rebosante de felicidad, y Claudia también, aunque ella debía fingir felicidad.
Los días pasaban, y la tercera cosecha era igual o más próspera que las otras anteriores. Tomás estaba muy contento, y había guardado en una caja todos los objetos que pudieran recordarle a su añorada Felicia. Acabaron de recoger todo el trigo, y cerraron el último de los sacos. Se sentaron exhaustos en el sofá, y se abrazaron. Tomás le acariciaba el pelo con cariño, y ella se dejaba.
Comenzó la feria de verano, y vendieron casi el ochenta por ciento de su mercancía, obteniendo así mismo muchos beneficios. Llevaban ya dos meses casados, y habían sido los más felices de la vida de Tomás.
Una tarde Claudia se acercó a la casa de su vecina. Ya comenzaba a refrescar, debido a que el mes de septiembre estaba comenzando. Ella llegó hecha un manojo de nervios, y Engracia la acogió en su casa. Se sentaron una al lado de la otra y la dueña de la casa le pidió que le contara lo que le sucedía.
-Pues verás, la noche de bodas...
-Entiendo lo que pasó, pero no sé cual es el problema -la interrumpió.
Estuvieron hablando mucho tiempo, casi media hora, y finalmente cuando salieron, Claudia le dio las gracias repetidamente. El marido de Engracia entró con curiosidad, y le preguntó abiertamente.
-Pobrecilla, va a ser muy desgraciada. No le quiere.
Teofilo se quedó más sorprendido. Definitivamente, jamás lograría comprender a las mujeres, siempre con sus secretismos y esos comportamientos tan extraños, sin tener en cuenta los dobles sentidos. La cabeza de los hombres no estaba preparada para entenderlas. Jamás lograrían comprenderlas.
Cuando Claudia llegó a su casa, Tomás había salido para negociar con unos compradores de trigo, y le había dejado una nota en la que le indicaba que volvería al acabar la semana. Ella se levantó desolada, y corrió a los reconfortantes brazos de Rosa. Ella no hizo preguntas, y se limitó a consolarla. Aquella noche, Claudia experimentó por primera vez las náuseas, y Rosa comprendió de pronto lo que le sucedía.
A la mañana siguiente, llegó un joven, de no más de quince años y le entregó un pequeño papel, que estaba dirigido a Claudia.
Me han ofrecido una oportunidad que no puedo dejar
escapar. Si sale bien, nuestros campos crecerían, y podríamos
llegar a emplear a mucha gente, para no tener que trabajar
tanto. Estaré un mes fuera.
Te quiero mucho,
Tomás.
Claudia estaba muy triste. No creía que fuera capaz de soportar un mes más sin su compañía. Bajó corriendo y llegó a la cocina.
-Rosa, el señor no va a volver en un mes, y te tengo que pedir que por favor te encargues tú de todo lo referente a la casa. No me veo capaz. Avise también a Casimiro. Nos tiene que ayudar a la siembra.
-Como guste, señora.
Aquella misma tarde Rosa le avisó para que comenzase a la mañana siguiente con la siembra. Casimiro aceptó encantado. Tenía tan solo catorce años, pero quería trabajar ya que su familia necesitaba ingresos. Su padre estaba muy enfermo, y su madre no podía trabajar porque tenía que cuidar de su hermanita, que tenía tan sólo un año.
Claudia volvió a subir a su cuarto y se echó sobre la cama a llorar. Notaba cosquillas en la barriga, pero decidió no hacerles caso. Necesitaba desahogarse, y lo logró. Se metió directamente en la cama y se durmió. En la madrugada se despertó con un hambre voraz, y bajó a por algo. Vio sobre la mesa un plato de lentejas, y agradeció en silencio la consideración de Rosa. Comió con muchas ganas y se volvió a acostar. Cuando el sol comenzó a salir, se obligó a sí misma a levantarse.
Bajó y se encontró con Casimiro.
-Buenos días, señora.
-Buenos días -respondió.
No había dormido demasiado bien, y por eso mismo, debía tener unas ojeras tremendas. De pronto se dio cuenta de que el chico le estaba hablando.
-... entonces no he comenzado todavía, porque quería asegurarme de plantarlo correctamente, como usted quisiera, y por eso he pensado en que venga conmigo y así me lo explica.
Claudia se obligó a sí misma a sonreír. Se levantó rápidamente y acompañó al chico al exterior. Le explicó más o menos cómo quería todo, y le estuvo ayudando esas cuatro semanas. Su compañía la ayudaba a olvidarse de sus problemas, y la última noche que iba a dormir sola, había luna llena, y podía observar su cuerpo bajo las sábanas. Su vientre comenzaba a marcarse ya bajo las sábanas, y se durmió algo inquieta.
A la mañana siguiente, Rosa la despertó con delicadeza. Ella abrió los ojos de sopetón y vio recordó todo lo que iba a pasar ese día. Se vistió con rapidez y bajó corriendo. Se quedó pegada a la puerta toda la mañana, hasta que finalmente el timbre sonó. Abrió y vio a Tomás. Se echó a sus brazos, y le besó con avidez. Él la separó con delicadeza y la miró extrañado. Sus ojos se posaron en su vientre.
-Tomás, tengo que decirte una cosa.
Él la miró con curiosidad, y con un rápido gesto de cabeza le indicó que siguiera hablando.
-Estoy embarazada.
N.A.
¿Qué opináis del capítulo? Dejad vuestros comentarios aquí.
La pregunta de hoy es... si te pegan con un diccionario, ¿es agresión física o verbal?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro