Capítulo 6
Los días pasaban, y cada vez Tomás y la chica buscaban más tiempo para estar juntos. A Isabel no le había pasado desapercibido el cambio de actitud de Felicia, al contrario de lo que pensaba que le había sucedido a Domingo. Por eso mismo, se decidió a hablar con él.
-Domingo, no sé si te habrás dado cuenta del cambio de actitud de tu hija.
-Lo sé. Los vi el otro día. Me alegro mucho por ellos -aseguró él.
No obstante, aunque Tomás estaba muy feliz, todavía albergaba dudas en su corazón. Él quería a Felicia, pero no estaba seguro por completo de sus sentimientos. En esos momentos, deseó que su madre estuviera ahí para aconsejarle. Se sentía muy solo, ya que su vida siempre había girado entorno a alguien. Podía confiar en Felicia, en su padre, e incluso en Isabel, pero no quería generarles más preocupaciones por sus problemas sin sentido. Ya se encargaría él de solucionarlos.
Una mañana como otra cualquiera, Felicia se había despertado antes de lo normal y con un mal presentimiento. Saltó de la cama, se tapó precipitadamente con la bata y corrió a la habitación de Tomás. Lo encontró sentado en el suelo cual indio, con una caja azul de fieltro entre sus pies y varios objetos en el suelo. Ella se sentó junto a él, y le cogió el rostro entre sus manos. Cuando el chico fue capaz de mirarla a los ojos, volvió a llorar, esta vez sobre el hombro de Felicia. Ella dejó que se desahogara y cogió la carta que tenía entre las manos.
Querida Meli:
Espero que todo vaya bien con mi hermano. Ya sabes que a veces
puede ser algo extraño y susceptible, por lo que te voy a pedir que
no le releves el contenido de esta carta.
He pasado unos días maravillosos con Tomás y la pequeña Rufina.
El niño se sentía algo indispuesto el pasado jueves, y por eso lo traje
de vuelta. No obstante, la pequeña se lo estaba pasando en grande.
Ayer por la tarde la dejé sola, y cuando volví no estaba. Descubrí uno
de los zapatos de tu hijo cerca del abismo, pero para la pequeña ya
era tarde. Lo siento muchísimo.
Después de comunicarte esta triste noticia, me gustaría poder
confiarte más cosas.
Federica se ha muerto y me ha dejado al cargo de cuatro niños a los
que malcrió, y no me hago con ellos. ¿Podrías ayudarme con su
educación? Además, Domingo se ha juntado con otra, Isabel, y yo
con la hermana de la misma. Ahora tengo dos bocas más que alimentar.
No obstante, Cristina me está siendo de gran ayuda, el problema es
que sabe demasiado. He planeado tu vida futura, lejos de tu hijo,
eso sí. Un día, no te voy a decir cuando llegaré a tu casa, para recogerte
y llevarte a un lugar lejos de todos tus problemas. Con Claudio acabaré
sin remordimientos, y a tu hijo es muy probable que lo haga mi siervo.
Como los niños todavía son muy pequeños, que los cuide, y a los de
Federica los abandonaré en algún monasterio.
Dentro de muy poco es probable que logre ser rey, o tal vez emperador.
Si aceptases mi ofrecimiento, gobernaríamos juntos sobre el mundo.
Como sacrificio solo te pido que abandones tu aburrida vida.
Mi madre, Sefaura, que era adivina ya me avisó de cómo iba a ser
mi vida, junto a una mujer que conocería gracias a mi hermano. Tú
te adaptas al perfil perfectamente.
Contéstame cuando llegue a tu casa.
Afectuosamente,
Honorio Haltson.
A Felicia ninguno de los nombres le resultaba familiar, y cuando se giró sorprendida para ver de nuevo a Tomás, halló entre sus manos otra carta, esta vez dividida en dos fragmentos, es decir, rota a propósito.
Honorio:
No he podido soportar la pérdida de Rufina y lo he compartido
con Claudio. Me ha dicho que no quería verme nunca más, y se
ha ido de casa.
Oh, soy tan desgraciada... He pensado en tu ofrecimiento, y sí.
Cuando vengas, que espero que sea pronto, cógeme y llévame
junto a ti. En cuanto a lo que deje, no hay problema. Tan solo
es un niño impertinente.
Efectivamente, el día de la muerte de su hermana estaba fuera, y
cuando volvió, había perdido un zapato. Tienes toda la razón
al creer que fue él el culpable.
Eso sí, nunca te perdonaré que no la salvaras a ella, vayas a
matar a mi marido ni que hagas siervo a Tomás. Eso jamás te
lo perdonaré. Recuérdalo.
Hasta pronto,
Melibea.
Tal y como Tomás sospechó, la carta nunca había llegado a enviarse. Felicia pensaba que ya no había más, no obstante, descubrió una más pequeña, metida cuidadosamente en un sobre, al que se le había corrido la tinta por las lágrimas.
-No quiero leerla.
Cumpliendo sus deseos, fue la chica quien la abrió y procedió a su lectura.
Lo siento, mi niño, lo siento de veras. Jamás me perdonaré
haberte abandonado, pero no va a por ti, sino a por mí. Así
podrás vivir tranquilo.
Te quiero.
Perdóname, por favor,
Mamá.
Felicia dejó la carta con el sobre en el suelo y se giró para estar frente a Tomás. Le cogió la cabeza entre las manos, obligándole a mirarla a los ojos, y le preguntó lo que llevaba un tiempo pensando.
-Lo viste todo, ¿verdad? -preguntó con suavidad.
-Sí -se limitó a responder.
Ella tiró de él para abrazarle. Mientras permanecían así, ella pensaba en lo cruel que había sido Honorio, y pensó en lo mal que debería haberse sentido Tomás al haber descubierto el doble juego de su madre. Debía estar sufriendo mucho, reviviendo toda aquella pesadilla, y de pronto comprendió la razón por la que nunca les había hablado de su pasado. Era demasiado duro para él recordar todo.
-Shh, tranquilo.
Tomás agradecía enormemente que ella no le hiciera preguntas, y le pidió que no le dijera nada de eso a sus padres. Ella le ofreció unos pocos días sin trabajar, sin hacer nada, tan solo descansando, pero él rechazó su ofrecimiento.
Se levantó del suelo lentamente y guardó todo en el interior de la caja y esta la metió dentro de uno de los múltiples cajones de su armario. Ella lo observaba sentada con las piernas cruzadas y las manos detrás de la espalda, y cuando vio que tenía intención de salir, se levantó de un salto y lo agarró firmemente del brazo para ayudarle a bajar al comedor.
Con la vista puesta en el tazón de caldo humeante que tenía entre las manos, Tomás se perdía en sus pensamientos, mientras Felicia, que permanecía sentada enfrente suyo le cogió la mano izquierda con delicadeza. A pequeños sorbitos, el chico acabó de tomarse el caldo que terminó reconfrotándole. No se habían dado cuenta de que Domingo los estaba observando, pero él tampoco había dado muestras de su presencia. Tan solo reaccionó cuando notó la mano de su esposa tirando de él hacia el pasillo.
Tomás se levantó bruscamente y fue a mirar a través de la ventana. Quería imaginar que tras esas montañas todavía quedaba un resquicio de esperanza.
Felicia se retiró sigilosamente, y subió de nuevo a la planta de arriba. Ahí se encontró con la calculadora mirada de Isabel y los cansados ojos de su padre.
-¿Qué le pasa a Tomás?
-Padre, no te lo puedo decir -contestó siendo fiel a su palabra.
-Está bien, de acuerdo -cedió.
La muchacha continuó su camino y se sentó en la cómoda silla de su cuarto. Ahí, sin hacer nada se puso a pensar en todo lo que había leído esa mañana. Continuaba sin entender la actitud de Honorio, y se preguntó qué había detrás de su vida, porque si Tomás, un chico de lo más cordial y formal hubiera sufrido tanto, ¿qué le podría estar ocultando su padre? Quería preguntarle y conocer sus raíces, que hasta entonces nunca había tenido claras. Sin embargo, antes de dirigirse a su progenitor, se dirigió a Tomás.
Bajó las escaleras con sumo cuidado de no tropezarse con nadie y una vez estuvo fuera, corrió al campo para tener una larga conversación con el chico.
-Hola -murmuró él al verla sentarse a su lado.
Los rubios cabellos de Felicia brillaban bajo el sol como si de una gran estrella se tratase. La muchacha había tenido tiempo suficiente para cambiarse y ponerse una ropa más decente, y había elegido un sencillo vestido del color de las rosas en verano. En opinión de Tomás, estaba deslumbrante. Se habían sentado ambos de tal forma que parecía que estaban tomando el sol en la playa.
-No sé si lo que voy a decirte -comenzó-, es lo más acertado debido a tu estado de ánimo.
-Habla, por favor.
-De acuerdo. Verás, he estado pensando sobre todo lo que he leído hoy, y me he preguntado sobre mi pasado. Nunca me han dicho nada sobre mi madre, y sé perfectamente que no es Isabel. Recuerdo a otra niña, pero ahora mismo no sé de quień se trataba. Quería pedirte consejo. Tú que harías, ¿les preguntarías abiertamente o no? Por mi parte deseo hacerlo, pero harán demasiadas preguntas. Hoy mi padre ya me ha preguntado por ti, y sé que no va a parar hasta que le responda. No les he dicho nada porque creo que deberías ser tú el que les contases tus problemas familiares.
Tomás se había quedado algo descolocado después de lo que ella le había contado. Efectivamente, si lo pensaba con tranquilidad, en el caso de que ella preguntara, él se vería en una situación muy comprometida.
-Debes preguntarles.
Ella lo miró muy sorprendida, ya que si lo hacía, él se vería obligado a dar muchas respuestas. No obstante, si lo miraba fríamente, él había conocido la verdad, y ella también tenía derecho.
Domingo era probable que no quisiera decirle nada, pero debía intentarlo. Tomás estaba dispuesto a indagar, a preguntar todo para que ella supiera más cosas. Felicia no estaba demasiado segura, porque le daba mucho miedo enterarse de cosas, y luego arrepentirse de haberlo hecho.
Lo había preguntado porque la noche anterior había soñado con una niña, algo mayor que ella. Se parecían mucho, como si fueran hermanas. Ella era muy pequeña, tal vez sólo tuviera uno dos años. La otra le enseñaba a leer, pero Felicia se entretenía más mirando las imágenes que decoraban los libros. La puerta del salón se abría, y una señora de ojos verdes que no era Isabel la cogía en brazos, duchaba y acostaba. Le contaba también un cuento, del que no recordaba casi nada. La otra niña llegaba algo más tarde, le daba un beso en la frente y se acostaba en la cama de arriba. Cuando la niña se giraba, los muelles crujían, y eso calmaba las pesadillas que de vez en cuando Felicia tenía.
Cuando Domingo y la mujer se iban a la cama, se acercaban, con pasos muy suaves a taparlas de nuevo y entrecerraban la puerta lo suficiente como para enterarse si alguna se movía inquieta en el lecho.
Felicia todavía tenía algunas dudas, pero debía decidirse. Si quería conocer la verdad sobre su pasado, debía ser fuerte, no albergar miedo en su interior, y desmentir la frase hecha de mejor malo conocido que bueno por conocer. Ella quería saber lo que escondía su pasado, y estaba dispuesta a hacer todo para comprender las razones por las que la habían mentido.
-¿Me acompañas?
De esa forma, Felicia se enfrentaría a una verdad de la que no sabía nada.
N.A.
¿Qué creen que pasará?
Tomás ha descubierto la verdad de lo que sucedió con su familia, pero... ¿y Felicia? ¿Logrará descubrir la verdad?
Por cierto, este libro todavía está en proceso de corrección, así que si ven alguna falta ortográfica, agradecería mucho que me lo dijeran.
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