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Capítulo 3

-Buenas tardes -comenzó el mago mientras tomaba asiento.

-Igualmente -replicó Honorio-, pero tengo entendido que hay que pedir permiso para entrar en una habitación ajena.

-Lo siento, pero es de vital importancia que hable con usted.

-Pues comience.

-Es necesario que no nos oiga nadie. Con su permiso realizaré en esta habitación un hechizo de insonorización.

El mago se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y se concentró en la protección mágica. Apenas unos minutos después, nadie podría oír su conversación.

-Si no tengo mal entendido, usted es el hermano de la temida Oclania.

-Efectivamente -se limitó a responder.

-Está planeando hacerse con el poder del mundo ayudada de una poción que quiere conseguir aunque para ello se lleve por delante la vida de miles de personas.

-¿La poción? -preguntó extrañado.

-Sí.

De pronto, el mago se quedó quieto, con el ceño fruncido. De esa forma, Honorio aprovechó para aprenderse los rasgos del mago. Era joven, aproximadamente tendría veintipocos años. Supuso que era mago gracias a su hermana. Portaba la típica túnica de mago, sujeta por el cuello, con mangas amplias y largas, llegando hasta el suelo y con un amplio acabado. Bajo la capa llevaba una sencilla camiseta negra y unos pantalones del mismo color. Sus manos eran suaves, lo que indicaba que nunca había trabajado. Inmediatamente después, la protección mágica se abrió permitiendo el paso a otro mago, aún más joven que el otro.

-Elías, ¿ya estabas otra vez escuchando conversaciones ajenas?

El recién llegado se mostró arrepentido, y le pidió disculpas a su compañero, un tal Benito.

-Señor -comenzó el primero-, le presento a mi entrometido compañero, se llama Elías, y ya se acostumbrará a sus bruscas interrupciones.

-Disculpe -interrumpió a su compañero-, pero he oído que hablaban de Oclania y quería tomar parte de la conversación. No se si mi amigo le ha hablado ya de la revolución que tenemos planeada.

-¿Revolución?

-Sí -contestó impacientemente Benito-, no podemos dejar que reine, tiene planes muy malévolos. Debemos pararle los pies.

-Pues a mí no me parecen tan malos.

-Piense en sus hijos -intentó hacerlo recapacitar Benito-, forman parte de sus planes. A su hija la quiere para darle descendencia y poder hacer prácticas con ellos, en cuanto a su hijo, quiere convertirlo en un guerrero para que luche a su lado mientras ella tiene vía libre para seguir matando a la gente y manipulándola a su voluntad. Ellos serían desgraciados toda su vida, y cuando Oclania se cansase de sus hijos, acabaría con ellos de una forma cruel, mientras usted lo ve todo. El papel que tiene en esta función es dejarle vía libre para hacer todo lo que quisiera.

-Eso quiere decir que... que mis hijos son una parte más de su plan, que los va a utilizar para conseguir sus fines y que jamás reconocerá su mérito. Nos está utilizando a todos.

Honorio se había derrumbado tras comprender la verdad. Su familia era tan solo un juguete más de Oclania, necesario para llevar a cabo sus planes, pero prescindible a la hora de la verdad. Miró apesadumbrado a los magos que lo acompañaban en esos momentos. Al ver que ninguno de los dos reaccionaba, levantó la cabeza y se atrevió a preguntar.

-Entonces es cierto, ¿pero cuándo llevará a cabo su plan?

-En un mes, más o menos.

-¿Solo tenemos ese margen de tiempo?

-Así es.

Esta vez fue Elías quien le contestó. Honorio no estaba acostumbrado a planear cosas tan rápidamente, pero debía hacerlo por sus hijos.

Catalina y Tomás estuvieron toda la mañana recorriendo el campo. Iban de un lado a otro, sin parar de andar. Estaban agotados, por lo que decidieron entrar a la casa para comer algo y reponer fuerzas. Entraron y se sentaron en sus habituales bancos a comer. Comieron conejo acompañado de pan y de agua del río que cruzaba el pueblo. Decidieron tumbarse de nuevo en la cama, tan solo cinco minutos para descansar un poco las piernas, pero tenían tanto sueño que se quedaron dormidos.

Al cabo de dos horas, Tomás se despertó bruscamente, y de un salto se levantó y miró por la ventana. Los rayos del sol lo recibieron cegándolo. Se acordó de Severinto y despertó a Catalina para ir a buscar al muchacho. Esta vez cogieron agua y unas linternas para estar preparados en cuanto el sol se ocultase. Estuvieron una hora más buscando por el campo, pero como no lo encontraron decidieron ir más lejos, ya que no querían aceptar lo que indicaba su infructuosa búsqueda.

A lo lejos vieron las montañas, y decidieron ir allí. En la primera de las tres cuevas que hallaron, se toparon con una familia de conejos, con unas crías muy curiosas a las que su madre protegía colocándose ante ellas. Supusieron que ahí no iban a encontrar nada, y entraron en la segunda cueva. Esta vez no había ningún animal, salvo una pequeña lagartija en una de las paredes, pero era inofensiva. Avanzaron hasta llegar al final. La cueva se separaba en dos caminos, los cuales parecían muy largos.

-Yo iré por aquí y tú por ahí -propuso la pequeña.

-Pero no te voy a dejar sola, ¿y si te pasara algo?

-No te preocupes. Piensa que es por Severinto, y en la bronca que te va a echar mi padre como no lo encontremos.

El chico se tomó unos instantes para pensarlo, y al final aceptó.

-Está bien, pero ten mucho cuidado. Si ves cualquier cosa peligrosa sal de ahí, piensa que tu hermano no habrá conseguido pasar.

-Vale.

La niña salió corriendo y se metió en un túnel, mientras Tomás, no muy seguro de lo que hacía, se metió en el otro.

Llevaba andando ya unos cuantos minutos cuando se topó con el final de la galería. Tomás se dio la vuelta y comenzó a andar, pero como estaba harto de no hallar al pequeño, dio una patada a una de las paredes, provocando de esa forma un pequeño pero peligroso desprendimiento. Retrocedió de forma instintiva, cubriéndose la cara con los brazos. Apenas había acabado el ensordecedor ruido cuando se levantó para observar, como bien suponía la salida bloqueada por grandes trozos de piedra.

Catalina había escuchado el estruendo, pero deseo pensar que Tomás estaba bien. Era muy probable que su hermano se encontrase al final de ese túnel, y continuó decidida para encontrarle.

Severinto se había adentrado mucho en la cueva, pero pese a ello se veía luz, no blanca, como suele ser lo normal, sino de un color verdoso. Continuó avanzando, y cuando creyó que ya no podría soportar más el brillo, descubrió una pared rocosa al final del túnel. Parecía que estuviese dividida en dos, con una gran brecha en el medio. Alrededor de la misma crecía musgo, pero no como el chico lo conocía, sino más bien como el color de sus ojos, de un verde muy claro. El chico ató cabos y descubrió que era la poción que corría por sus venas, aquel líquido verdoso que le habían dado de pequeño corría por las vetas de esa pared trasfiriéndole el poder a las plantas.

Catalina había continuado andando y se quedó quieta al visualizar a su hermano observando precavidamente la pared. Se acercó a él, y aunque tardó más en completar el razonamiento, llegó a la misma conclusión. Su poder se debía a eso. La chica no tenía intención de ser tan malvada como sus padres, pero no pudo evitar pensar en fines malévolos de grandes dimensiones.

Honorio les había indicado a Benito y Elías que le agarraran cada uno de una mano y se teletransportó a la otra dimensión, para acompañar a su hijo. Se apareció detrás de Catalina, y maldijo por lo bajo su mala suerte ya que sus hijos no debían enterarse de la verdad. Se giraron los dos a la vez, y los magos que acompañaban a Honorio retrocedieron instintivamente. Severinto corrió hacia su padre, y lo abrazó aterrado. No obstante, la niña se quedó quieta donde estaba.

-Nos has engañado. No nos mereces. Severitno, ¿te vienes conmigo? -preguntó autoritariamente.

-No -se limitó a responder.

-¿A dónde? -tomó partido de la conversación su padre.

-Con Oclania, la única que no nos ha mentido en todo este tiempo.

-Pero no puedes volver con ella, te quiere utilizar, por favor, quédate aquí -suplicó.

-¿Y me lo pides tú, la persona más sincera y en la que más puedo confiar?

-Tal vez la más sincera no -reconoció su padre-, pero debes hacerme caso.

-Jamás.

Catalina había estado reprimiendo su ira, pero esta se había ido acumulando en su interior, llegando a niveles que ya no era capaz de soportar, y la expulsó en forma de llamas. A su alrededor se generó un enorme anillo de fuego, cuyo centro era la niña. Honorio retrocedió mientras abría los brazos en actitud protectora. Catalina había pasado de estar enfadada a estar asustada. Jamás había logrado hacer lo que su hermano llamaba magia. No obstante, vio una magnífica oportunidad de escapar de ese infierno, y pensó en la casa de su tía con todas sus fuerzas, deseando estar ahí. Se desvaneció junto al aro de fuego como si nunca hubieran existido.

Honorio cayó al suelo cuando sus rodillas no fueron capaces de aguantar su peso, y se puso a llorar amargamente, al darse cuenta de que su hermana le había robado a su hija y que había vuelto a salirse con la suya. Severinto temblaba de terror abrazado por el joven Elías mientras Benito se arrodillaba junto a Honorio.

Permanecieron así durante unos cuantos minutos, y finalmente Honorio se levantó. Benito lo siguió y se colocó tras él.

-Severinto, ¿dónde está Tomás?

-No lo sé -respondió con sinceridad.

Honorio cogió a su hijo en brazos y salió de esa cueva como alma que lleva el diablo. Los magos los siguieron a una prudente distancia, no sin antes haber llenado del extraño líquido unos cuantos tarros de laboratorio. Salieron al campo que había trabajado Tomás durante todos esos años. Honorio se preguntó de nuevo dónde estaría el muchacho, y si estaba herido. Lamentó haberle tratado tan mal, al final había acabado cogiéndole cariño. A fin de cuentas, era su tío por parte de padre, y se veía en la obligación de cuidarle. Aunque no había lamentado la muerte de su padre, en esos momentos el chico creía que estaba huérfano, aunque no era del todo cierto, ella seguía viva, pero en la casa de Oclania.

Los llevó a la casa de Tomás, y acostó al niño en la cama. Como ninguno tenía ganas de cenar, se sentaron directamente en las sillas del salón.

-Le pasa algo, ¿verdad? -preguntó rápidamente Benito.

-Sí, debemos hacer alguna cosa, tenemos que poner en marcha el plan.

-¿Pero...  qué plan? -inquirió Elías.

-Actuar contra mi hermana, acabar con sus planes.

-¿Y cómo?

-Pues cómo lo vamos a hacer, Benito, pues creando una orden o algo similar, lucharemos y ganaremos o pereceremos en el intento.

-Es demasiado arriesgado -puntualizó Elías-, y solo somos tres.

-De momento, tengo cuatro hijos por parte de Federica, que ya tendrán unos quince años y aunque no pueda hacer mucho, también está Severinto.

-Cuenta con nosotros -añadió Benito.

-Necesito que hagáis una cosa, y puede que contemos con otro miembro. ¿Seréis capaces de ir a la casa de Oclania y coger a Melibea, una mujer que se encuentra en el sótano, la tercera celda a la derecha?

-No veo por qué no -contestó rápidamente Benito-, y si vemos a su hija, se lo diremos.

Tomás intentó escapar pero no había salida. Se había quedado atrapado en aquella cueva tan tenebrosa, sin saber que peligros podría haber allí. Tenía miedo. No sabía cómo salir de ese horrible lugar. Le entró mucho sueño y se durmió. Cayó en una especie de hibernación.

Benito y Elías divisaron la fortaleza en la distancia. Era un gran castillo de piedra, que recordaba a los de épocas anteriores. Las almenas estaban repletas de guardas que obviamente Oclania había colocado por si los traidores volvían.

-Estimado amigo -comenzó Benito-, me parece que lo tenemos muy complicado.

-Lo sé -respondió-, pero tengo un plan.

-Podrías hacerme partícipe, ¿no crees?

-Todavía no. Sígueme y déjame hablar a mí.

Benito estaba muy sorprendido, ya que su amigo no solía tener iniciativa propia. Sin embargo, no le quedaba otra opción que no fuese hacerle caso. Llegaron a la puerta, tapándose la cabeza con la capucha que en la capa portaban. A los guardas de arriba les habían pasado desapercibidos, no obstante, con los de la puerta no tuvieron tanta suerte.

-¿A dónde van?

-Quisiéramos hablar con Oclania.

-¿De parte de quién?

-Dígale que somos sus aprendices perdidos.

Como el guarda no se fiaba mucho, los acompañó hasta el interior de la torre. Los dejó en el exterior tan solo unos segundos, pero fue suficiente para que se escaparan. Corrieron unos cuantos metros, lo suficiente para salir de su campo de visión. Una vez lo consiguieron, pensaron en el lugar que Honorio les había descrito.

Cruzaron el largo pasillo, y abrieron de un golpe la puerta de madera que delimitaba la libertad y la prisión. Se oían muchos lamentos, y desearon que ninguno fuera de Melibea, ya que era indispensable para llevar a cabo la orden. Abrieron la tercera celda de la derecha, y encontraron a una mujer, de más o menos cuarenta años de edad, con el pelo enmarañado y de aspecto desaliñado. Les miró desconfiada, pero ellos no se dejaron convencer y entraron.

La cogieron por los hombros, cada uno de un lado, y la ayudaron a dar unos cuantos pasos, los suficientes para que la magia fluyera por ellos, sin que la temible barrera de Oclania les afectase.

Mientras estaba en ese sueño tan profundo, soñó con su familia. Le extrañó mucho ya que hacía bastante tiempo que no pensaba en ella. Soñó que estaba con sus padres, pero en vez de ser como solían ser las cosas, estaban todos felices, eran una familia normal, su padre estaba en casa, su madre no estaba enfadada, así que le hablaba normal y no se enfadaba por todo lo que el chiquillo hacía.

La mujer se sentía desconcertada. Recordaba aquella casa, pero le parecían tiempos muy lejanos. Fue mirando lentamente a cada uno de los miembros que se encontraban delante de ella. Al primero lo reconoció como Honorio, los siguientes eran sus salvadores. Al lado del más joven, se hallaba un niño, de unos ocho o nueve años de edad. A su izquierda, estaba un joven, algo rubio, que rondaba la veintena. Su cuñado lo presentó como Jesús. A su lado estaba otro muchacho, más mayor que su hermano, y esta vez le dijeron que se llamaba Santiago. Los otros dos, Juan y Mario respectivamente, eran más altos y delgados que los otros, pero no dejaban de ser de la misma familia.

-Melibea, querida...

-No te atrevas a hablarme -dijo ella fríamente-, mataste a mi marido, a mi hija y también a mi hijo. No eres digno de pisar esta casa.

Al ver que Honorio iba a replicar, Benito le hizo un rápido gesto y retomó él la conversación.

-Queremos fundar una orden para acabar con Oclania.

-¿Sólo con ella?

-Bueno, y con unos cuantos más -cedió Benito.

-Contad conmigo.

Estaban todos muy satisfechos, pero a Juan se le ocurrió una pregunta más.

-¿Y cómo la llamaremos?

Pensaron durante unos cuantos segundos, y fue Honorio el que habló. Propuso el nombre de la Orden de Roca, alegando que la poción de la vida eterna, aquella que tantos quebraderos de cabeza les había dado estaba metida en una de ellas.

Tomás estaba muy extrañado por el sueño, pero siguió disfrutándolo. Había pasado mucho tiempo al parecer, pero para él solo habían sido unos cuantos días. Se despertó debido a un ruido muy fuerte y vio un tramo de luz. Consiguió por fin salir de la cueva.

N.A.

¡Ya han descubierto el nombre del niño!

Y la pregunta es...  ¿cómo creen que va a acabar en plan de Honorio?

-Bien.

-Mal.

-Fatal.

-Horripilantemente fatalmente terrible.

No sé si la última opción existe, pero da igual, todos sabemos que no lograrán acabar con Oclania...  ¿O sí?

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