Capítulo 2
A la mañana siguiente, pequeños tirones en la manga de su pijama lo despertaron. Se giró hacia el culpable de su despertar prematuro. En cuanto lo hizo, se dio cuenta de que los hermanos estaban a su lado, con cara triste. No pudo evitar sentir pena por ellos, y se incorporó en la cama. Los niños subieron con un ágil salto, se metieron entre las sábanas y abrazaron con fuerza al otro. El habitante principal se quedó sorprendido, ya que los otros no habían intentado que quedara bajo su dominio.
-¿Qué os pasa? -preguntó con suavidad.
-Estamos muy tristes. Catalina me ha dicho que vinieramos para que nos consolaras.
-¿Catalina? ¿Así se llama tu hermana?
-Sí -respondió la niña-, aunque papá no nos deja decir nuestros nombres, nos da igual. Mi hermano se llama Severinto -se presentó.
-¿Y qué queréis hacer?
-Estar contigo. Tenemos mucho miedo, papá es malo, muy malo -le confió Severinto-, mata a mucha gente sin razón. Y lo peor -terminó susurrando- es que quiere que hagamos lo mismo.
-Vaya -fue lo único que logró articular el otro.
Logró zafarse del abrazo de los niños, y bajó a prepararles algo de desayuno. Tras haber comido algo, se sintieron mucho mejor, y tuvieron más ganas de jugar. Propusieron muchos juegos distntos, tantos que el otro se perdió. Finalmente, él fue quien propuso una cosa.
-Escuchad -comenzó-, uno de nosotros se va a esconder por la casa, solo en la casa. Mientras tanto, dejará un rastro de hojas, por donde se ha escondido. Tiene un minuto. Después, los otros deben seguir las hojas para encontrarle, y si lo hacen en menos de dos minutos, le tocará volver a esconderse. En el caso de que no lo consigan, uno de los buscadores lo hará. ¿Lo habéis entendido?
-Sí -respondieron.
Lo echaron a suertes, y le tocó a Catalina esconderse. Mientras los otros contaban en la puerta, la niña se agenció unas cuantas hojitas y se las guardó en uno de sus bolsillos. Se colocó tras su hermano, y esperó pacientemente a que el tiempo se acabara. Ambos chicos se giraron a la vez, lo cual le dió una ventaja significativa. En ese momento, se puso tras el otro. De esa forma, comenzó a avanzar tras ellos, mientras dejaba caer algunas hojas.
-Mira, hay hojas por aquí.
-Es verdad.
Pasaban los minutos, y todavía no la habían descubierto, por lo que Severinto gritó su derrota. Riendo, Catalina apareció tras él. Les había parecido muy gracioso, y estuvieron riéndose mucho rato. El niño se sintió orgulloso: había logrado que los hermanos se olvidaran de todo.
Fueron a comer, y más tarde se acostaron a dormir la siesta. El chico aprovechó a ordenar un poco, y recogió las hojas. Se sentó en el sillón y se durmió sin darse cuenta. De nuevo, se repitió la escena de la mañana, los niños tirándole de la camisa y trepando por sus piernas.
Les había gustado tanto el juego que el dueño les había enseñado, que jugaban todos los días, sin excepción alguna.
La semana pasó sin que se dieran cuenta, y la llegada de Honorio estaba cada vez más cerca. Habían decidido que, en el momento que entrase, el mayor se sentaría en una silla, asustado y los otros mirándole fijamente, actuando como los dueños. Así lo hicieron, y cuando llegó, al ver que, como él deseaba, los niños estaban aparentemente sanos y contentos, se alegró mucho y el otro se salvó de una buena reprimenda. El mayor había planeado varias veces escaparse, pero después de haber hablado con los mellizos, no podía dejarlos ahí solos con su padre, no sabiendo que iban a sufrir y que su padre iba a pagar su enfado con los niños, como hizo su madre con él, día tras día, noche tras noche.
Honorio se quedó unos cuantos días más en la casa, e inmediatamente después volvió a marcharse, ya que no había logrado hallar a su hermana.
En cuanto se fue, regresó la diversión a la casa. Un día, se cansaron del juego, pero para que otro fuera tan divertido, tenían que buscar y rebuscar. Por eso mismo, aquella tarde permanecieron todos sentados sobre el frío suelo sentados con las piernas cruzadas, cuales indios. De pronto, el mayor de ellos recordó que había un campo, algo descuidado, pero que, afortunadamente, todavía estaba. Los niños estaban muy emocionados, y por eso salieron corriendo hacia la gran explanada. El trigal estaba algo descolorido, pero aun así, a los chicos les emocionó. Les explicó rápidamente qué debían utilizar, y se pusieron todos a trabajar.
El trigo estaba ya preparado para cosecharse, y estuvieron trabajando mucho rato. Más tarde, cuando ya habían cortado más de la mitad del campo, volvieron al porche, donde acumulaban los sacos de trigo. Aunque habían estado entrando constantemente para llenarlos, no se habían parado a mirarlos, y cuando contaron las dos veintenas, se sintieron muy orgullosos de su trabajo, tanto que permanecieron tres largos minutos observándolos fijamente. Cuando fueron conscientes de lo absurdos que parecían, regresaron a la casa y, cansados como estaban, solo pudieron echarse en la cama y dormir durante diez horas del tirón.
-Oclania, querida.
-Llevo doce años intentando contactar contigo, pero no lo he logrado. Me gustaría saber el motivo -inquirió la mujer, cortándolo.
-Vaya, qué sutil eres. Te lo contaré. Me casé con Federica...
-¡No me invitaste a la boda! -parecía más enfadada por eso que por no haberlo visto en tanto tiempo.
-Déjame acabar. Me casé con ella por obligación. Tres años después, tuvo cuatro hijos. Los llamamos Jesús, Santiago, Mario y Juan. No lograba darme descendencia femenina, pilló una depresión y se tiró por un río. Supuestamente sabía nadar, pero la verdad, no lo sentí demasiado. Más tarde, me volví a casar, esta vez con Josefina. Ya sabes que escapó al ser partícipe de los planes que tenía para nuestros hijos. Se fue a la casa de tu marido, ya sabes que era la hermana de Isabel. Más tarde, Domingo me trajo la cesta con los niños. Estaba muy enfadado, y me dijo que si no me los quedaba yo, los ahogaría. Como comprenderás, me los quedé. Les dí la poción y ahora los estoy entrenando. Todavía no han preguntado por su madre, y tampoco saben de sus poderes. Tal vez lo sospechen, pero no son conscientes.
-Me alegro, pero sospecho que no es esa la razón por la que has venido, ¿me equivoco?
-Como de costumbre, tienes razón. He conseguido una nueva casa, en la otra dimensión. A ver si con un poco de suerte nos libramos de la Orden esa.
-Ni que fueran contrincantes dignos de nosotros. De todas formas, iré contigo en dos semanas.
Honorio sonrió sutilmente y se retiró a su habitación.
-Oye.
-Oigo.
-Mi hermano ha desaparecido.
Una mañana como otra cualquiera, Severinto y Catalina tuvieron una discusión. Catalina había soportado bastante bien los gritos de su hermano, ya que al cabo de unos días, se le había olvidado por completo, pero por otra parte, su hermano no se lo tomó a bien. Este se enfadó mucho. El plan tardó en ser ideado varios días, pero al fin, después de una semana, decidió que el día había llegado. Salió de la casa con una bolsa en la que tenía unos pantalones, una camiseta y muda de ropa interior. Se dirigió al campo de trigo y allí se escondió. En los días que habían estado trabajando en el campo, se había dedicado a buscar cuevas, y había encontrado una.
-¡¿Cómo que se ha escapado?! -chilló.
-Ahora me acuerdo, discutimos.
-¡¿Eres consciente de lo que me hará tu padre si no aparece?!
-¿Puedes parar de gritar?
-¡NO! -el niño se pasó la mano por el pelo, nervioso.
Catalina ayudó al chico a salir de la casa, ya que se hallaba paralizado y rezando para que Honorio no regresara ese día, ni el siguiente se internaron en el campo.
Miraron por todos los rincones posibles, pero la única zona que no barrieron fue la montañosa. Al no encontrarle, desesperado, le dijo a Catalina que debían adentrarse en esa zona, para ver si tenían suerte, cosa poco probable, pero posible. Se habían alejado mucho de la casa, y por lo tanto se vieron en la obligación de pasar la noche al raso. Tuvieron muchos sueños, todos protagonizados por un niño pequeño que desaparecía. La niña no fue capaz de conciliar un sueño tranquilo, ya que la discusión volvía a estar muy reciente.
-Te digo yo que no sabemos nada de nuestras raíces.
-Te recuerdo que papá nos dijo que Federica era nuestra madre.
-Nunca la conocimos -le recordó Severinto.
-Cierto, pero papá no es un mentiroso.
-¿Eso crees? -inquirió el niño.
-Bueno, no lo sé.
-Además, hay magia en nosotros.
-No -desmintió Catalina-, eso es imposible. La magia no existe -afirmó mientras ponía énfasis en el no.
Para demostrarselo a su hermana, el chico se concentró en mover una piedra, ya que ninguna persona sin poderes lograría hacerlo. Apenas unos instantes después, la piedra corría ladera abajo, movida por un fuerte viento salido de la nada.
Ahora comenzaba a tener sentido. Nunca había conocido a Federica, y tampoco había fotos suyas en la casa. Su padre y Oclania eran hermanos, pero no sabían nada ni del marido de su tía ni de su familia. Por esa razón, Domingo, su tío los había llevado a su casa. No quería tener a los hijos de su cuñado. Supusieron que como convivir con Oclania era muy complicado, Domingo tendría un amante, la que podía ser su madre. No era del todo cierto, pero estaban más cerca que nunca de la verdad. Poco a poco, fue comprendiendo que, sin haberlo dudado ni un instante, su padre mintió a sus hijos cruelmente, ocultándoles una verdad muy importante sobre su vida y tratándoles como a unos ignorantes. Si la magia corría por sus venas, ¿por qué nunca lo habían sabido? ¿Por qué otros niños no poseían sus mismos poderes? De pronto, la realidad la golpeó como un jarro de agua fría. Ahora comprendía por qué tantos años sin relacionarse con otras personas. Eran distintos. Nunca lograrían integrarse.
Por su parte, Severinto también lo estaba pasando mal. Era presa de los mosquitos, y la cueva no es que fuera tan caliente como la cama que tenía en la casa. Él también volvía a pensar en la discusión.
-No es posible, ha sido solo casualidad -murmuró Catalina.
-Sabes perfectamente que no. Somos sus conejillos de indias. Te aseguro de que la magia no ha llegado a nosotros de la nada. Una vez oí -compartió con su hermana- que era por una poción, y que caracteriza la magia son ojos, de color verde.
-No es posible -repitió.
-Te aseguro que lo es. Si no, ¿por qué le tenemos miedo?
Catalina quería pensar que su hermano estaba equivocado, pero no lo logró.
En aquellos momentos, Severinto se preguntaba por qué lo había tenido que descubrir. Se acurrucó en un rincón de la cueva y pensó en el peligro que suponía para todos. Nunca le habían enseñado a manejar sus poderes, por lo que si estaba enfadado, cualquier cosa podía pasar, como aquella mañana, que incendió parte del campo.
Honorio estaba preocupado, Oclania jamás había sabido qué era de los hijos de su hermano, pero ahora que sabía la verdad, temió que fuera a arrebatarselos para llevar a cabo los planes que no había logrado llevar a cabo con sus hijas. Aunque los niños iban a sufrir mucho por su culpa, debía intentar ayudarles. Oclania había trazado en aquellos años planes maquiavélicos, y él no podía permitir que se llevaran a cabo, y menos con sus hijos. Mientras pensaba eso, había cruzado el pasillo como un autómata, y tras despojarse de su túnica, se echó sobre la cama. Intentó establecer conexión con ellos. Pese a estar en una realidad paralela, si quería podía llegar a saber qué les sucedía a sus hijos y también al entorno.
Logró hacerse una pequeña idea. Ahí era de día, y Catalina se acababa de despertar, a la vez que el impertinente muchacho. Sin embargo, Severinto no estaba allí. Se concentró mucho más, y descubrió que se hallaba sobre una piedra, solo y durmiendo. Estuvo tentado de ir a buscarle, a abrazarle, pero se sorprendió enormemente al ver que su hijo se resistía a establecer conexión con él. No tuvo tiempo a pensar en ello, ya que un mago entró en la habitación y se sentó en una silla con intención de hablar con él.
Aquella mañana hacía demasiado frío como para estar en el campo, pero aun así no dejaron de buscar a Severinto. Como no les quedaba ningún sitio más en el que buscar, se adentraron en las montañas. El muchacho sabía que era demasiado arriesgado dejar a Catalina sola, pero no tenía otra opción. Mientras él se fue a buscar por el norte, ella se fue hacia el sur.
Entre tanto, Severinto se acababa de despertar. Se sorprendió al ver las paredes de la fría cueva. Algo más tarde, se levantó aturdido y se dirigió al fondo, ya que oía pequeñas gotas caer. Le llamó la atención, ya que estaba muy dentro de la montaña. Ayudado de sus poderes y de una pequeña ramita, logró que el fuego iluminara su camino. De esa forma, logró llegar al fondo de la cueva logrando evitar los picos mortíferos que ahí se encontraban. Cuando llegó al final, se quedó sin respiración.
N.A.
Je, je. Se quedarán así, sin saber qué es lo que ha visto Severinto y sin conocer el nombre del niño misterioso.
Sí, sé que en el anterior capítulo les dije que lo averiguarían, pero... ¡era mentira! Lo siento, había que darle un poquito de emoción, no se enfaden.
Con cariño, Diana H.
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