Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 16

Paula había sido siempre una chica muy reservada. Desde que era pequeña, había aprendido a oír, escuchar y callar. Su madre no había podido estar muy atenta de ella, y había crecido casi sola. Adrián y Samuel habían jugado con ella cuando eran pequeños, pero pronto sus intereses fueron distintos. Ella quería aprender, conocer mundo, mientras que ellos preferían estar bajo las órdenes de Oclania y ser sus marionetas.

Había aprendido a valerse por sí misma, y no necesitaba ni la ayuda ni la compañía de nadie. Sus mejores amigos: los libros que habitaban en la gran biblioteca. Era capaz de pasar allí horas y horas enteras, sentada, con la única compañía de libros de hechicería y magia oscura.

Un día, sin que ella pudiera elegir, su madre la cogió. La separó de todo lo que había conocido, y se la llevó, lejos, mucho más lejos de lo que ella había viajado.

Cuando tenía quince años, pasaba mucho tiempo fuera, ya que su madre se lo ordenaba. El castillo de Oclania estaba rodeado por un foso, pero una vez cruzado, podía divisar las murallas. Si andaba unos diez minutos, podía llegar hasta ellas, y como los guardias debían hacerle caso, generalmente le permitían subir. Se sentaba entre las almenas, y permanecía ahí hasta que el sol se ocultaba. Un día, distraída por unos ruidos, debido al cambio de turno, miró hacia abajo, y vio a un chico, que tendría más o menos su edad. El pelo rojo como el fuego le caía por la frente desordenadamente, sin sentido, y levantó la mirada, para clavar sus penetrantes ojos azules en los de Paula.

Ella supuso que sería uno de los muchos aprendices de Oclania, pero no era así. El chico también disfrutaba de las vistas, y por eso, cuando el sol ya se ocultó tras las montañas, se levantó, y anduvo por el camino. Paula lo siguió con la vista, hasta que se perdió por el horizonte.

La mañana siguiente, había estado muy despistada, y por la tarde subió corriendo de nuevo a la muralla. A eso de las seis de la tarde, volvió a verle llegar. Iba esa vez cubierto por una capa, debido a que el invierno se acercaba.

Ella bajó corriendo, y se sentó a su lado, sobre la húmeda hierba.

Desde ese día, nada en su vida volvió a ser igual. Ansiaba la llegada de las tardes, y deseaba que las horas que pasaba con Liam durasen perpetuamente. La primavera llegó, y una tarde, él no apareció. Paula permaneció sentada, como una estatua por si aparecía, pero no se dio la casualidad. A la tarde siguiente, sucedió lo mismo, pero cuando estaba a punto de perder la esperanza, él apareció. Tenía la cara llena de rasguños, y cojeaba levemente, pero eso no le impidió echarse a sus brazos.

-¿Qué te ha pasado? -preguntó ella mientras se alejaba un poco.

-Me han hecho trabajar, y yo hubiera aceptado, si no me hubieran prohibido venir por las tardes. Hoy he logrado escaparme, pero puede que otros días no tenga tanta suerte.

Paula volvió a abrazarle, y lo introdujo dentro de las murallas. Los guardias pusieron mala cara, pero con una simple mirada de advertencia bastó, apartaron sus lanzas y le permitieron el paso. Ella lo llevó hasta su cuarto, y por cosas de la vida, no se topó con nadie.

Lo tendió en la cama, e hizo aparecer una infusión. Él se la tomó sin rechistar, y mientras mantenía la taza apoyada en sus labios, la observaba. Esa tarde ella llevaba un vestido azul claro, y el pelo recogido en un moño alto, y aunque tenía la mirada cansada, estaba hermosa.

De pronto, ella levantó su mano, y la apoyó en su frente. Murmuró unas palabras, y los rasguños se cerraron inmediatamente después. Liam la miró asombrado, y negó anonadado. Ella sonrió, ladeó la cabeza y se encogió de hombros.

-¿Entonces... entonces eres una bruja? -preguntó.

-No -se apresuró a decir-, soy maga, que es distinto. Ahora mismo estás en el castillo de Oclania, a salvo.

-¿¡Oclania!?

Él se levantó de un salto, la dejó ahí y salió. Ella le logró dar alcance, cuando ya estaban en el camino.

-¿Qué te pasa? -preguntó enfadada mientras le agarraba del brazo.

-Para tu información -contestó-, es la culpable de mi situación. Mató a mis padres, y por eso estoy viviendo con otra familia, que me obliga a hacer todas las cosas que no quiero.

-No puede ser.

-Lo es.

Paula se quedó quieta, en mitad de la tierra, mientras lo veía alejarse impotente. Regresó andando despacio, derrotada. Liam se giró algo después, y la vio. Sintió lástima, y ganas de correr hacia ella, pero algo en su interior le decía que no podía, que no debía hacerlo.

Ella perdió la ilusión por todo, y Catalina no sabía que hacer para alegrarla. Pasó más tiempo con ella, pero nada sucedió. Una mañana, harta ya de la situación la obligó a mirarla a los ojos. Exploró el interior de su mente, y descubrió el motivo de su cambio de humor.

-Ay, cariño -le dijo mientras la acercaba hacia sí-, no debes dejar que te rompa el corazón. Si lo ha hecho, es que no te merece.

-Pero... yo le quiero -dijo ella sollozando.

-Pues lo buscaremos, te lo prometo.

Algo más animada por la promesa de su madre, volvió a la rutina. Evitaba pasar por esa zona, y en cambio se encerraba en la biblioteca. Una noche, mientras leía sobre los conjuros irreversibles, la puerta se abrió con un chirrido. Paula dejó el libro en la mesa, y se giró sobresaltada. En la oscuridad, tan sólo alumbrado por una vela la observaba Liam.

-¿Qué haces aquí? No quiero verte -le dijo fríamente.

-Lo siento -respondió él.

Comenzó a andar hacia ella, y aunque quería aparentar indiferencia, su corazón latía a mil por hora. Cuando él estuvo ya lo suficientemente cerca como para notar su aliento, se echó a sus brazos, y se sinceró con él. El resto de la noche la pasaron en la biblioteca, abrazados.

Catalina observó que su hija, se escapaba más a menudo, y comprendió que se debía al muchacho. Sonrió al recordar lo feliz que había sido ella con Marcelo, y decidió que lo mejor para su hija sería que Oclania jamás se enterase. Una tarde, aprovechando que la mujer había salido, Paula abordó a su madre en el salón. Catalina notó la presencia del chico tras la puerta, pero no dijo nada. Sonrió mientras escuchaba todo lo que ella le decía, todos sus sentimientos. Luego, cuando Paula consideró que ya se había explayado lo suficiente, le hizo entrar.

Liam cruzó la puerta, y sonrió con vergüenza. Para la ocasión se había peinado, y arreglado un poco. Llevaba una camisa gris, con el cuello abierto. Los pantalones eran amplios, y grises. Un trozo de tela hacía a su vez de cinturón.

-Buenos días -dijo, no sin esfuerzo.

-Por favor, basta de formalismos -dijo Catalina.

Lo que quedaba de día lo pasaron riendo y jugando, y la mujer se alegró al ver tan feliz a su hija. Ella estaba disfrutando tanto, que sus ojos brillaban de felicidad, y Catalina fue feliz, después de mucho tiempo.

A Oclania no le había pasado nada desapercibido, y decidió pedirle explicaciones a la chica, pero no logró asaltarla, ya que Liam no se separaba de ella. Tal vez, nunca lograra interrogarla.

Una noche, Catalina entró en la habitación de su hija. Los encontró sobre la cama, mirando al techo, sonriendo. Llamó con los nudillos delicadamente a la puerta, y ambos se giraron a mirarla. Sonrieron, y se incorporaron.

-¿Pasa algo, mamá?

-Sí. Debemos irnos -contestó ella.

-¿Irnos? -preguntó esta vez Liam.

-Sí. Oclania no va a tardar en ir a por vosotros, y yo, como madre de Paula que soy, debo protegerla. Una característica de Oclania es que no soporta que seamos felices, ya que ella no lo fue en su juventud, y si ella no lo es, nadie puede serlo.

-¿Y a dónde iremos?

-Se me ocurre un sitio, pero Liam va a tener que ocultarse unas pocas semanas, hasta que la situación esté estabilizada -dijo dirigiéndose al chico.

Ya había cumplido los veintisiete, y se había dado cuenta de que todo lo que había vivido hasta ese momento no era nada en comparación a lo que le quedaba. Ahora era un miembro activo de la Orden de Roca, y disfrutaba al ver cómo Oclania comenzaba a ser derrotada. Se había casado hacía ya nueve años con Liam, y eran muy felices con sus hijos.

Esa mañana estaba nerviosa, y apenas prestaba atención a lo que pasaba a su alrededor. Llevaba todo el día sentada en el sillón, mirando a través de la ventana, pero sin fijarse en las plantas. Por la puerta le llegaba el típico estruendo de sus hijos gritando, y por la puerta apareció Liam. Llevaba en brazos a Ángel, un adorable bebé, de tan sólo un año de edad, que se chupaba el dedo mientras miraba a su madre.

Agarrada a su pierna, estaba Brithany, que había heredado de su padre el pelo rojo y los ojos azules, aunque Liam siempre decía que era igual de lista que su madre.

-Cariño, tenemos que enseñarte algo, ¿No es así? -dijo mientras miraba a sus hijos.

-Sí -contestaron ambos con sus graciosas voces.

Se agachó para dejar a Ángel en el suelo, y consiguió zafarse de los brazos de Brithany. Los niños se cogieron de las manos, y dieron un temeroso paso. Paula les sonrió, y les aplaudió. Animados por su madre, continuaron andando. Pasito a pasito se acercaban más a ella, y como veía que se iban a caer, cuando estuvieron ya casi a sus pies, se agachó y los abrazó.

-Muy bien.

Los niños se sonrojaron, e intentaron volver hacia su padre, aunque esa vez dieron varios traspiés.

-Cariño, ¿puedes llevar a los niños con Rodrigo? -preguntó Paula dirigiéndose a Liam.

-Por supuesto.

Rodrigo era el hijo de Ana y Laurie, y los niños eran muy amigos. Vivían en casas contiguas, en Ochagavía. La Orden les había proporcionado casas a todos sus miembros, y vivían todos lo suficientemente cerca como para saber si alguno tenía problemas.

Liam llamó a la puerta, y fue el niño quien le abrió. Tenía dos añitos, y era muy gracioso. Tenía el pelo de su padre, pero los ojos de su madre. Levantó la cabeza, y comenzó a dar palmas cuando vió a los otros niños. Liam los dejó en el suelo, y todos se pusieron a jugar en el exterior, dejando la puerta abierta.

Desde el interior de la casa lo observaba Ana. Se estaba peinando, pero le dijo que pasara. Liam no cerró la puerta, por si los niños necesitaban ayuda, y entró. Laurie fue quien le recibió. Lo acompañó hasta la habitación de Ana, y le hizo sentarse en una silla. Ana ya había acabado con su pelo, y se sentó. Suspiró, y puso los brazos tras su espalda.

Dentro de poco, iba a tener a su segundo hijo, y esa vez esperaban que fuera una niña. Laurie estaba muy emocionado, y había decidido que la llamarían Victoria.

-Parece que los niños se lo pasan bien.

Se les oía reír desde fuera, y sonrieron al recordar que ellos de pequeños también suponían que la vida era igual de hermosa, aunque no fuera verdad.

-Paula está muy preocupada -dijo Liam para romper el silencio.

-Lo sé, y todos lo estamos -respondió Ana.

-Lo que planea la Orden es algo muy gordo, que si sale mal puede costarle la vida a mucha gente, tanto de nuestro bando como del otro.

-¿Y qué podemos hacer?

-Rezar, y que todo salga bien -le dijo Ana.

-Deberíamos volver a pensarlo, ¿no creéis?

Al día siguiente iban a tener una reunión en la sede, todos los miembros, además de las personas que se habían unido a la lucha sin tener ni idea de que la magia tomaba parte y que podía darse el caso de que no regresaran. Pese a eso, Liam pensaba que era muy precipitado.

Ya estaban todos sentados alrededor de la mesa, y de nuevo, como había pasado al intentar encontrar a Ana, ya diez años atrás, tuvieron que realizar el simple hechizo de la lupa, o mucha gente se quedaría sin ver.

Debían entrar por la puerta trasera, y estuvieron planeando cosas largo y tendido, y cuando creían que ya tenían un plan definitivo, alguien habló.

-Jamás lo lograréis -dijo una voz sobresaltándolos-. Está todo muy bien protegido.

Todos se giraron a una, y miraron a la pared del fondo. Apoyado en el centro estaba Samuel, con actitud desinteresada, la pierna derecha cruzada sobre la izquierda y los brazos uno sobre el otro, giraba el cuello cual buho, y los miraba con sus penetrantes ojos verdes.

-Creemos -dijo Jesús resumiendo los pensamientos de todos- que aquí no eres bien recibido, ya que eres uno de los hombres de negro.

-Era -corrigió-. Me he dado cuenta de que nunca lograremos encontrar la poción, y puede que para no conseguirlo tengamos que matar a mucha gente inocente, y no estamos dispuestos.

-¿Nos harías el agradable favor de irte?

-No, os quiero ayudar.

Al final aceptaron, aunque a regañadientes.

Desde ese momento, Samuel se sinceró con todos ellos, les contó los malévolos planes de su hermano, que cuando era más joven se había enamorado de Ana, y que si no lo hubiera hecho, ahora mismo no estaría ahí. Se le veía derrotado, harto de todo. Finalmente, le permitieron sentarse, y gracias a su ayuda, dos días después iban todos hacia la fortaleza, dispuesto a darlo todo, en una lucha que, tal vez, fuera la última.

N.A.
Ayyyyy!!!  Que llegamos al final.  Volved la semana que viene para leeros el epílogo.
Gracias por haber llegado hasta aquí, se os quiere.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro