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Capítulo 13

Desde una de las ventanas vieron cómo el polvo enterraba las plantas. Un estruendo hizo que todos los miembros de la Orden de Roca se congregasen en la biblioteca. Sobre la mesa descansaba una bola de cristal, a través de la que vieron cómo estaba el exterior. Decenas de caballos con sus correspondientes jinetes cruzaban a toda velocidad el camino que los separaba de la sede.

Antes de que eso sucediera, Honorio organizó a todos los luchadores. Unos se quedarían dentro, las mujeres con los niños, levantando una barrera protectora. El resto saldrían fuera, a combatir.

Ya estaban todos preparados. Portaban en los cintos sus armas, y los característicos pañuelos y brazaletes azules.

Los jinetes se acercaban más y más, hasta que los dos bandos estuvieron cara a cara. Se empezaron a tirar unos encima de otros, y pelearon como si no hubiera un mañana. Lamentablemente, muchos miembros de la Orden murieron, al igual que otros del bando contrario. Pese a eso, algunos sobrevivieron, y lograron entrar.


Mientras todo esto ocurría en Ochagavía, en Carcasona estaba Felicia. Había iniciado una nueva vida. La niña ya había cumplido los ocho años, y era muy feliz. Nunca había preguntado por su padre, ni por el resto de su familia. La mujer sabía que, cuando lo hiciera, iba a tener muchos problemas. Echaba mucho de menos a Ana, pero la pequeña la ayudaba.

Ella echaba mucho de menos a Tomás, pero si volvía con él, su vida jamás sería como antes, y existía el riesgo de perder a Lucía, cosa que no iba a permitir.


Samuel y Adrián se toparon con Honorio. Le miraron a los ojos y Honorio supo que iba a ser su fin. Los hermanos eran unos magos buenísimos, casi de los mejores de entre todos los que había en el mundo. Honorio hubiera podido escapar, pero estaba herido, así que no tuvo escapatoria. Mientras veía cómo el menor de ellos sacaba la espada, el otro se adentró en la fortaleza. Apenas logró abrir la boca para chillar cuando la daga de Samuel se hundió en su pecho. Los ojos se le abrieron de par en par, y cayó hacia atrás, muy sorprendido.

Samuel se agachó junto al cadáver, y extrajo su arma de él. La limpió en la ropa del muerto, y se la volvió a guardar. Apenas lo había hecho cuando notó cómo una fuerza invisible tiraba de él hacia atrás. Contactó con sus compañeros, y notó cómo todos cruzaban el portal. Abrió los brazos, formando una cruz y dejó que la fuerza lo apresara. Viajó a la velocidad de la luz, y fue absorbido por el portal, que tenía la forma de un óvalo, con bordes azulados y rayas verdes. Se apareció en el salón de Oclania, y apenas el portal se hubo cerrado, ya estaba hablando.

-Honorio está muerto, señora.

-Y yo he robado un plano -añadió Adrián, molesto por el protagonismo de su hermano.

-Felicidades, Samuel.

Adrián le pidió permiso, y le tendió el papel. Oclania lo abrió con creciente curiosidad, y sonrió.

-Ay, lo que te queda por aprender. Este mapa, es una copia, de nuestro castillo.

Adrián enrojeció, y salió corriendo. Una vez más, Samuel se había llevado todo el protagonismo. Adrián ya estaba harto, y decidió enterrar el mismo a Honorio, así Oclania le prestaría más atención. Cuando llegó la mañana siguiente, corrió a la habitación en la que se hallaba el cadáver y se lo llevó al jardín. Lo dejó en el suelo mientras iba a por una pala, y cuando volvió, se encontró con algo alucinante. Honorio estaba de pie, muy desorientado al parecer, pero estaba vivo, el mismo Honorio que habían matado el día anterior, estaba vivo. Le sorprendió, pero pensó que esta podía ser su oportunidad. Llamaría a Oclania y, cuando ella llegara, le enseñaría que Samuel no le había matado del todo, y como él si que le mataba de verdad, y entonces él se llevaría el protagonismo, y así hizo.

-Señora -dijo el chico con miedo pero a la vez orgulloso de su plan.

-¡¿Qué quieres ahora?! -dijo con enfado Oclania.

-Tengo una cosa que enseñarle.

-Está bien.

Cuando Oclania llegó a su lado, Adrián estaba pendiente de su hermano, que jugaba en el parque. Oclania le miró sorprendida.

-¿Cómo?... ¡¿Cómo te atreves?!

-Señora -respondió anonadado-, Honorio... Estaba aquí.

-Pues no hay nadie.

Efectivamente, en el patio no había nadie. La mujer se dio la vuelta y entró de nuevo en la fortaleza. Adrián se quedó ahí, derrumbado.


Era ya de noche cuando Honorio apareció en la sede de la Orden de Roca. En cuanto cruzó el portal, se derrumbó en el suelo. La herida del pecho volvía a sangrar, y su magia no lograba parar la hemorragia. Permaneció así una hora, y finalmente aparecieron Laurie y Fabián.

-¿Ves lo mismo que yo?

-Sí.

Llamaron a gritos al resto de los miembros, y mientras tanto intentaron curar a Honorio. Llegaron Benito y Elías, y lo cogieron entre los dos. Lo echaron en la cama, y comenzó el sueño curativo.

Ya estaban todos sentados alrededor de la mesa, incluidos los más jóvenes. Honorio se había quedado durmiendo, y por eso mismo debían hablar en voz baja.

-Es un milagro -comenzó Fabián.

-Sí. Ahora más que nunca podríamos atacarles -continuó Laurie-. Estarán demasiado sorprendidos para contraatacar.

-Estoy de acuerdo.

Pese a su corta edad, Laurie y Fabián tomaban muchas decisiones. Pensaban los planes, mientras los guerreros más experimentados los llevaban a cabo. Parecía que tenían muchos años más, pero en algunos aspectos se comportaban como niños.

-Debemos entrar en la fortaleza, y atacarlos, pero no como estáis pensando -continuó Laurie-, sino raptando a Oclania. Adrián y Samuel vendrán a buscarla, y será una oportunidad de oro. De esa forma, mataremos tres pájaros de un tiro.

Ya era sabido que los chicos tenían mucha rivalidad con los otros, que eran más o menos de la misma edad, pero parecía que tenían más poder.


Dos días después ya estaban preparados para dar el golpe. Avisaron a Felicia, y ella se quedó en la sede, vigilando que todo fuera como esperaban. Por su parte, Tomás se encargaría de abrir los portales correspondientes. Laurie y Fabián se quedarían en la sede, e irían en caso de peligro. Aquella tarde afilaron sus armas, y se prepararon. Se pusieron la ropa de lucha, camisas amplias, negras, para poder perderse en la oscuridad, y pantalones algo más ajustados. Los pañuelos azules decoraban los cuellos de las mujeres, y los antebrazos de los hombres.

El portal se abrió majestuoso, y les permitió el paso. Se cerró tras ellos, y los tres que se quedaron se sentaron inquietos.

La fortaleza se encontraba frente a ellos, y no podían apartar la mirada de ella. No había apenas guardas, y supusieron que estarían todos dentro, reunidos. Se sentaron todos a la sombra de un árbol, y esperaron pacientemente a que el sol se ocultase.

Mientras esperaban, Elisabeth hacía trenzas a Marta, y Esperanza miraba una mariquita, que se desplazaba sobre una hoja, que giraba entre sus dedos. Alán estaba muy nervioso, y el resto tampoco estaban más tranquilos. Benito y Elías les infundían ánimos, pero era una lucha definitiva, si fallaban, no tendrían ninguna otra oportunidad. Ángela miraba cómo el sol iba ocultándose por el oeste. Finalmente, la luna se asomó vergonzosa. Estaba creciente, y medio tapada por las nubes. La Orden comenzó a andar, y pudieron ver cómo se hacía el cambio de turno.

Les había parecido que no había guardas, pero estaban ocultos tras las almenas. Esa vez no llegaron para relevarlos. Se acercaron a los que estaban en la puerta, y los sorprendieron. Les ataron las manos y les pusieron cintas en la boca, para que no pudieran avisar a nadie.


Una vez estuvieron dentro, comenzaron a andar. Se toparon con unos cuantos magos somnolientos, que no se fijaron en ellos. Siguiendo el camino por el que habían aparecido, se adentraron en el gran salón. En el centro había una silla, y quien se sentaba en ella estaba de espaldas. Su largo pelo negro caía como una cascada por el respaldo, y sus pies se podían ver por debajo de la silla. De pronto, su cabeza se cayó, y fueron sus hombros quienes la sujetaron.

-¿Estará dormida? -preguntó en un susurro Elisabeth.

Juan y Mario se habían quedado en la puerta, vigilando que no llegara nadie. El resto se habían acercado más y más a la silla, hasta que estuvieron a tan sólo unos metros de Oclania. La mujer no se movía, y por eso mismo, los miembros salieron, debido a una orden de Alán. Se congregaron fuera.

-Parece que está dormida -comenzó uno.

-Sí -continuó Elías-, iremos todos acompasados, Benito conmigo. Formaréis un círculo a su alrededor, y mientras tanto nosotros le ataremos las manos. Debéis aseguraros de que duerma. Luego, la cogeremos, abriremos un portal, y se acabó.

Volvieron a acercarse a ella. Todos se agarraron las manos, y comenzaron a cantar. Era un canto monótono, que sumió en un sueño aún más profundo a Oclania. Mientras eso sucedía, Benito le ató las manos, y Elías los pies. Los hombres se la cargaron a hombros, y cruzaron el portal que Alán había abierto.


-Menos mal que ya estáis aquí -dijo Felicia cuando organizaba todo.

-La verdad es que ha sido muy fácil -respondió Jesús-, no había casi nadie, y estaba dormida. Solamente nos topamos con unos cuantos principiantes, pero que estaban lo suficientemente dormidos como para no darse cuenta de nuestra presencia.

Mientras hablaban, se iban adentrando en las mazmorras. Oclania ya se había despertado, y ejercía algo de resistencia. Aunque no era necesario, tres de los hombres la sujetaban, porque era una prisionera muy valiosa.


Una mañana como otra cualquiera, Fabián había encontrado una carta en la cama.

Estimados Laurie y Fabián:

Me veo en la obligación de escribiros porque mi hija ha desaparecido. Mi mujer ha fallecido hace apenas unos días, y la pequeña sigue estando desaparecida. Vuestro padre, como bien sabréis, era detective. Necesito de los servicios de uno de ellos para que me ayude. Estoy desesperado. Tengo la extraña sospecha de que ha sido una de las sirvientas, aquella que se despidió el otro día. Me preocupa mucho dónde puede estar.

Ya sé que tan solo tenéis once años, pero no puedo más. Esta situación está comenzando a superarme.

Os agradecería muchísimo vuestra ayuda. Y, ya si eso, si la encontráis, dejadme verla.

Afectuosamente, Sr. Halston.

-¿Pero qué?...

Unos golpes en la puerta hicieron que los hermanos se girasen. Habían permanecido casi toda la tarde hablando sobre la carta, sentados en unas sillas, y descansando. La puerta se abrió, y una chica entró. Era alta, tenía unos ojos preciosos, y el pelo le caía como una cascada por la espalda. Era algo mayor que ellos, pero era muy atractiva. Ella llevaba un vestido sencillo, y unas zapatillas ligeras. Esperanza se quedó mirando a Laurie, olvidando los motivos que la habían llevado ahí. Soñaba con estar al lado de él toda su vida, pero no creía que eso fuera a pasar.

-L-la-laurie -dijo avergonzada.

-¿Qué pasa Espe?

La chica se sonrojó.

-Oclania quiere hablar con vosotros. Ahora -completó.

-Gracias -respondió Fabián mientras se levantaban.

Los hermanos pasaron a su lado, y Laurie le rozó el brazo sin querer. Se giró un poco, y entre el pelo que le caía desordenadamente por la cara al chico, Esperanza pudo ver una sonrisa. Eso sólo hizo que se sonrojara aún más, y se quedó en el marco de la puerta, suspirando, mientras los veía alejarse.

-Hermanito, tienes una admiradora -dijo Fabián bromeando.

-Lo sé, pero si te digo la verdad -le respondió-, no es mi tipo.

-Pues más te vale acostumbrarte -le aconsejó.

Continuaron hablando, hasta que llegaron a la puerta de las mazmorras. Abrieron rápidamente la puerta, y no más despacio la cerraron. Cruzaron todo el pasillo, y giraron a la derecha. Abrieron la tercera puerta de la derecha, y entraron. Agazapada en un rincón, atada de manos y de pies, Oclania les observaba. Tiempo atrás, habían temido a esa mujer, pero ahora parecía inofensiva. Laurie murmuró unas palabras, y se hizo la luz en la estancia.


-¿Querías vernos? -preguntó lo más fríamente que pudo Fabián.

-Así es -respondió ella, haciendo un gran esfuerzo.

-Y, ¿se puede saber que quieres?

-Quería hablaros acerca de Ana.

-¿Y esa quién es?

-La hija de Tomás, ignorantes.

-¿Y qué quieres decirnos?

-Pues veréis, hace unos años, Tomás y Felicia tuvieron dos hijas, la mayor se llamaba Ana, y la pequeña Lucía. Cuando Ana tenía dos años, hace exactamente nueve años, yo la rapté. La llevé a un convento de monjas, donde dije que sus padres la habían abandonado, y la aceptaron, y desde ese día vive allí.

Llegados a ese punto, hizo una parada, para dejar que los hermanos comprendiesen toda la información.

-Y ya que estamos -continuó-, también os confesaré que a la primera hija de Tomás, la que tuvo con Claudia, Julia, la rapté también, pero a esta me la lleve yo, y la cuidó Catalina, hasta que la dejó escapar, así que ahora no se donde está. Además -continuó ella-, habréis encontrado una carta esta mañana, ¿no es verdad?

-Sí.

-Os la mandó Tomás, hace mucho tiempo. La cogí y oculté, pero creo que ya es hora de que la tengáis.

-¿Y por qué has decidido contarnos todo esto ahora? -preguntó sorprendido Laurie. Le extrañaba mucho que la mujer les contase todo, pero era demasiada información seguida, y no estaba seguro de haberlo entendido todo.

-Porque me estoy muriendo, y si te digo la verdad, me dan pena, sobre todo Ana, pero esto no se lo digáis a nadie, moriré siendo Oclania, la persona más malvada del mundo, pero por favor, buscar a Ana, y ya de paso a Julia también.

-Está bien... -dijo Laurie muy confuso.

Los hermanos se extrañaron por la reacción de Oclania, pero en vez de pensar en eso, decidieron ponerse manos a la obra para encontrar a las chicas.

-Pero, ¿dónde se supone que está el convento, y Julia?

-Ya os he dado demasiada información, no os creáis que me he vuelto buena, solo me daban pena.

-Bueno, gracias igualmente. Que descanses -dijo Fabián con tono irónico.


Tres días después, en una de las muchas reuniones de la Orden, les dieron la noticia. Oclania había muerto, y todavía no les había dado más información. El alivio se reflejaba en la cara de todos, pero los hermanos no podían pensar en otra cosa que no fuera la suerte que habían ocurrido las niñas. Les seguía sorprendiendo que Oclania les hubiera contado la verdad, pero al final lo entendieron. Si todos se ponían a buscarla, dejarían en paz a sus protegidos.

Ellos no sabían por dónde empezar, y decidieron que lo principal era encontrar a Ana, ya que podían comenzar buscándola en los conventos, pero de la otra, Julia, no tenían ni idea. Nunca habían oído hablar de ella, y dudaban que lo fueran a hacer.

Las celebraciones duraron muchos días más, pero tenían que seguir buscando el bien.


N.A.

Si intento fracasar pero lo consigo, ¿qué he hecho?

Gracias por seguir ahí <3

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