Capítulo 12
Una niña de dos años correteaba alegremente por el salón. En una de las esquinas, había una pequeña cunita, en la que lloraba un bebé, de tan sólo unas semanitas. Ella se acercó, y la acunó un poco. Por la puerta entró Felicia, y cogió al bebé en brazos. La niña se calmó inmediatamente después y la mujer se sentó en el sofá.
-Ana, ven aquí.
La otra niña se acercó a su madre, y se acurrucó a su lado. Apoyó su cabecita en sus piernas, y comenzó a reírse mientras su madre le hacía cosquillas.
Por la puerta entró Tomás, acompañado de dos hombres. Se llamaban Benito y Elías. Le sonrieron a la niña nada más entrar, y tomaron asiento en la mesa. Felicia cogió de nuevo a Lucía y Ana la siguió hasta su habitación. Se tumbaron en el suelo, y comenzaron a jugar.
Mientras tanto, los hombres comenzaron a hablar.
-Debemos hacer algo.
-Ya lo sé Benito, ya lo sé -continuó Tomás.
-Deberíamos luchar de nuevo. Oclania ha vuelto a recuperar poder, y su próximo golpe va a ser en Francia. Está pensando en hacerse con todos los cultivos y el ganado, y luego, tras conseguir mucho dinero, los quemará, para arruinar a las gentes.
-Se me está ocurriendo una cosa -añadió Tomás mientras se levantaba.
Se acercó al mueble sobre el cual descansaba una cajita. La abrió y sacó un papel, y nada más acariciarlo, cambió del verde al rojo. Comenzó a soltar destellos, y Tomás lo dejó apoyado en el suelo. Comenzó a lucir más, y se creó un portal. Lo atravesaron varias personas. Unos hermanos, Juan, Mario y Jesús, acompañados de Alán, hijo de Cristina. También cruzaron Elisabeth, con Marta, Esperanza y Ángela. Eran todavía unas niñas, pero con sus diez años tenían muchas ganas de luchar. También pasó Honorio, y Tomás lo miró precavidamente.
-Os he llamado porque tenemos un problema llamado Oclania. Debemos luchar.
-¿Y cómo? -preguntó graciosamente Elisabeth.
-Luchando. Tengo un plan.
Habían cruzado ya el portal interdimensional, y estaban a unos pasos de la fortaleza de su enemiga. Tomás se sentó en la piedra, y se puso a mirar. Elías y Benito entrarían con él. Honorio vigilaría por si Oclania salía o entraba, y los chicos, Alán y los hijos de Honorio lucharían al lado de Tomás. Las niñas servirían de distracción para los guardas, y Felicia, que se había empeñado en acompañarles, se encargaría de curar a los heridos y de dar la voz de alarma, y en el caso de que tuviesen que huir, también les abriría el portal.
Cada uno se puso en sus posiciones. Las niñas corrieron hacia los guardas.
-Niñas, ¿os habéis perdido?
-Sí -contestó Marta lo más agobiada que pudo-. No sabemos dónde están nuestros papás.
-Os ayudaremos a buscarles.
Cada uno de ellos cogió a dos de las niñas, y las llevaron a un trozo de tierra en la que no había nada. Aparecieron mágicamente unos planos, y los extendieron. Les pidieron a las niñas que les señalasen dónde estaba su casa, pero ellas dudaban. Gracias a ellas, Tomás, Benito y Elías pudieron entrar en el castillo.
Una vez dentro, Honorio se puso en contacto con ellos, gracias a ultrasonidos que mandaba. Dos minutos después, entraron también los chicos.
Cruzaron los largos pasillos, y llegaron al gran salón. En el centro, como si los hubiera estado esperando, Oclania permanecía sentada. A su izquierda estaba Catalina, y a su derecha Cristina. La primera les miraba precavida, y la segunda asustada. Sin embargo, una sonrisa decoraba el rostro de Oclania.
-Vaya, vaya. Parece que al final se han decidido a hacernos una visita.
-Venimos a evitar el golpe que pretendes dar.
-No lo evitarás.
Chasqueó los dedos, e inmediatamente después siete hombres entraron en la sala. Llevaban armas, y se colocaron preparados para luchar. Oclania les ordenó que comenzasen, y cada uno peleó defendiendo sus ideas.
La lucha estaba muy igualada, pero la Orden de Roca comenzaba a ganarles terreno. Alán cruzó con su espada a uno del bando contrario, y ayudó a Tomás, que tenía herido un brazo y no lograba vencer a su enemigo. Con la ayuda del chico, lo logró. Oclania estaba muy enfadada, y lanzó rayos contra los luchadores, a diestro y siniestro. Jesús fue el único que se quedó luchando, y los otros salieron. Pusieron una capa de protección alrededor del castillo, de tal forma que Oclania jamaś lograría atravesarla para llevar a cabo su golpe. Recogieron a Jesús y regresaron a su dimensión.
Volvían a estar en la casa de Tomás, y Felicia les había curado. Estaban todos sentados alrededor de la mesa del salón. Las niñas ya estaban dormidas, todas en la habitación de Ana y Lucía. Habían permanecido en silencio toda la tarde, ya que ninguno estaba seguro de que su plan fuese a funcionar.
-¿Y si consigue romper la barrera? -preguntó Alán.
-No lo creo. Haría falta mucha magia, mucha energía liberada de una sola vez.
-¿Y si lo hace? -siguió preguntando.
-Pues no nos quedará más remedio que proteger.
-Señora, parece que no podemos salir -dijo asustado un principiante.
-¡¿Qué?!
-Así es -continuó acobardado.
El joven estaba muy asustado. Todos los magos más jóvenes compartían dormitorio, y ahí se habían quedado todo el día. Siete de sus compañeros habían salido a luchar, pero no habían regresado. Uno de ellos debía decírselo a Oclania, pero ninguno de ellos quería. Lo habían echado a suertes, y Gabriel fue el desafortunado. Ahora estaba en el gran salón, frente a frente con la temida Oclania.
-¡NO!
Ella se levantó de un salto, y Catalina y su hija retrocedieron instintivamente. Gabriel hizo lo mismo. La mujer dio un pisotón al suelo, liberando toda la energía que su cuerpo había generado. Las grietas decoraron el suelo, y un temblor hizo que el suelo comenzase a caer. Gabriel intentó sujetarse, pero no fue capaz. Las chicas lo vieron mientras desaparecía por el foso. Una explosión de luz acabó con la barrera de la Orden.
-Tomás, maldito Tomás. Esta vez jamás lo olvidarás.
Dos minutos después, ya no había nadie en el salón.
Aquella misma noche, Oclania se materializó en la casa de su enemigo. Los miembros de la Orden estaban dormidos, cada uno en el sitio que habían ocupado esa tarde. Llegó al cuarto de las niñas en completo silencio. Marta y Esperanza dormían en el suelo, una al lado de la otra. Elisabeth y Ángela descansaban sobre unas mantas, que hacían de colchón. Ana ocupaba su pequeña camita, y a su lado estaba la cuna de Lucía. Asegurándose de que todas estuvieran completamente dormidas, agarró a la mayor y se fue, mientras en las pesadillas de Tomás una maléfica risa le despertaba sobresaltado.
-Oclania, pagarás por esto -juró.
Felicia se había despertado a la mañana siguiente con una terrible sensación de horror. Acudió corriendo junto a sus hijas, y solamente encontró a la pequeña Lucía, que lloraba desconsoladamente. Las otras cuatro niñas habían vuelto con sus padres a la sede, mientras que Benito y Elías habían permanecido en la casa.
Tomás, alertado por sus gritos, corrió junto a su mujer, y más tarde los otros hombres llegaron. Benito cogió a la niña, y ésta se calmó. Una vez volvió a dormirse, la acostó en la camita. Él cogió a Felicia y la ayudó a andar hasta el salón, y Elías fue el encargado de ayudar a Tomás.
-No puede ser -murmuró la mujer-, no puede ser.
-Lo es.
Tomás ya había perdido a una de sus hijas, y ahora la otra estaba en el poder de Oclania. Quién sabía si la muerte de Julia había sido planeada por ella...
La estantería que decoraba la pared de enfrente comenzó a brillar, y fue Elías quien se acercó a observar ese misterioso suceso. El esplendor salía de un libro, el mismo que le había entregado el mensaje de la Orden de Roca a Tomás. Lo abrió por la mitad, y observó como las letras cambiaban sin ton ni són.
"Si has aprendido la lección, haz que tu mujer se vaya, o iré a por la niña. Si no la has aprendido, jamás la volverás a ver. Tú decides"
Cuando acabó de leer, miró anonadado al frente. Para Felicia, no era extraño. Toda su vida la habían hecho irse del lado de Tomás, y esa era una de esas ocasiones.
De nuevo, por la noche, Tomás se quedó solo. El portal se inactivó, haciendo regresar a los magos a su lugar, y la puerta se cerró tras Felicia, como había hecho doce años atrás.
-Buenos días, hermana.
-Buenos días.
Una monja, de unos cincuenta años, le abrió la puerta. Oclania llevaba en brazos a Ana, inmovilizada. La niña seguía bajo los efectos del somnífero, pero no podía arriesgarse. Si despertaba y recordaba algo, todo su plan se iría al traste. Confiaba en que las monjas no le hiciesen preguntas de su pasado.
-Vengo a dejar a la niña, la encontré esta mañana, y me he enterado de que sus padres la han abandonado. Aquí tiene un donativo, para que la admitan -añadió mientras le tendía un sobre.
La monja alargó la mano, y cogió a la niña. La miró con expresión indescifrable, y cerró la puerta tras entrar de nuevo en el convento.
Felicia llevaba cuatro horas recorriendo las calles, y finalmente recordó que la Orden siempre la ayudaría. Rozó con las llemas de los dedos el papelito, y con sólo desearlo, se materializó en la sede.
-¿Felicia?
-Así es. Benito, por favor. Quiero quedarme aquí, con la niña. Deseo que me mandéis a las misiones, deseo luchar contra Oclania.
-¿Y Tomás?
-Si vuelvo con él, jamás regresará mi hija.
-De acuerdo -concedió-. Debemos hablarlo.
Aquella tarde dejó a Lucía con las otras niñas, que la cuidaban. Entre tanto, todos los hombres se sentaron en la mesa. Algunas mujeres también les acompañaban, y entre ellas se encontraba Felicia.
-Felicia ha hecho una petición. Desea convertirse en una misionera.
-Lo veo bien -dijo Jesús.
-Y yo -continuó Alán-, en Francia necesitamos refuerzos, y nos vendría muy bien.
Tras unas horas de negociaciones, Felicia cruzó otro portal, acompañada de su hija, yendo a Carcasona, dispuesta a comenzar de nuevo su vida.
Benito se acercó a la casa de Tomás, para ver cómo se encontraba. No quería tener que decírselo, pero debía saber que su mujer se había ido, y que no quería volver a verle. Si lo hacía, perdería definitivamente a su hija.
-¿Que me ha dejado?
-Así es. Debes comprenderla -continuó Benito-, se siente mal, dolida. Ella no quiere arriesgarse.
-Pero me ha vuelto a abandonar.
-Regresará.
-¿Y si no lo hace?
-Pues deberás comprenderla, entenderla -repitió-. Ahora mismo está de enviada. No te puedo decir dónde, ni nadie te lo contará. Es su decisión.
-Yo también quiero entrar en la Orden.
-Espero sea para convencerla.
-No.
Aquella tarde, la Orden contaba con un miembro activo más, que estaba dispuesto a todo, con tal de acabar con esa horrible mujer que le había raptado a su hija, lo que más quería en el mundo.
Tomás había tenido que irse a Rascafría, donde vigilaría. Sabían que Oclania tenía ahí unos cuantos magos, y si lograban sonsacarles información, ganarían mucho.
Había dejado todos sus negocios en manos de Casimiro, que desde ese momento se volvió más serio y responsable. Los negocios seguían prosperando, y los campos eran mejores. Logró comprar unas cuantas hectáreas más, y por eso necesitaba más trabajadores. Sus amigos eran sus nuevos socios, y estaba contentísimo.
Claudia había pasado los dos últimos años escondida en Carcasona. Un día Oclania se apareció en su casa.
-¿Qué quieres?
-Que me ayudes.
-¿Y qué gano yo? -siguió preguntando ella.
-Acabar con tu marido.
Claudia sonrió, y dejó en el suelo al niño que tenía en las piernas. Le ordenó que se fuera a su habitación, junto a su hermano. Ella se quedó pensando, y finalmente le preguntó a Oclania que debía hacer. Como respuesta obtuvo unas instrucciones claras y concisas. Debía encargarse de la educación de los hijos de Catalina, que Oclania había descubierto la semana pasada. Estaba revisando todas las habitaciones cuando los oyó. Bastó con mirarlos a los ojos para saber que eran hijos de su protegida, y debía enseñarles a hacer el mal. Catalina había evitado por todos los medios que se los llevara, pero en ese momento, se agarraban a las piernas de Oclania.
-Aquí los tienes. Este se llama Samuel -dijo señalando al más pequeño- y este es Adrián.
-Encantada -contestó mientras se agachaba junto a los niños-. ¿Queréis jugar con mis hijos? Están en su cuarto.
Los niños corrieron, alentados por Oclania.
-Me encargaré de ellos, se lo juro.
Los pequeños se habían acostumbrado rápidamente a su nueva vida, y eran muy felices. Claudia los educaba, al igual que hacía con sus hijos. Eran todos muy buenos amigos, pero sus hijos no los aceptaban del todo. Los veían superiores, más listos, y tenían razón.
Pese a las diferencias, convivieron muchos años, hasta que Oclania los volvió a coger, esta vez para nombrar a Adrián jefe.
Los días pasaban, y los niños mostraban mucha curiosidad. Cuando cumplieron los doce, estaban preparados para una nueva etapa, que comenzaría al año siguiente, tomando parte en una gran lucha.
Una tarde, Oclania sintió curiosidad por Ana. Se acercó al convento, y una vez estuvo, llamó a la puerta. Esta vez fue una monja más joven quien le abrió. Preguntó por Ana, y alegó que era una vieja amiga suya. La mujer la miró, pero como no vio nada extraño, la dejó entrar.
Se dirigieron a la planta alta, y le hicieron esperar un poco. Cuando Ana salió, estaba muy desmejorada. El pelo le caía desordenadamente sobre los hombros, y la ropa que llevaba dejaba al descubierto sus huesudos hombros. La chica la miró, pero en vez de verla a ella, vio a una señora, de unos treinta años de edad, que le sonreía amistosamente.
Una vez se hubo pasado el tiempo de la visita, Oclania continuó hablando con las monjas. Se dirigió a una, y comenzó a hablarle.
-Esa niña es una desagradecida. He venido a visitarla, y no me ha hecho ni caso. Creo que no se merece todos los cuidados que le están dando. Desde ahora, todos los días serán aislamiento, no verá a nadie, y no deben cuidarla tanto.
-¿Puedo preguntar las razones?
-Por supuesto que sí, hermana. Es la hija de mi marido, pero él no la quiere. Su madre la abandonó -mintió-, y no la quiero criar.
-Entonces no es digna de estar en un convento.
-No, la niña no tiene nada que ver. Es sólo que quiero que su padre sufra.
Oclania sabía que no era muy católico por su parte decir eso, y por eso le tendió una bolsa llena de dinero. La monja intentó no aceptarlo, pero Oclania era muy persistente. Finalmente cedió, y se adentró en el convento.
Oclania se volvió a transformar, y sonrió.
N.A.
La pregunta de hoy es: si un genio te concede tres deseos pero dice que no puedes desear más deseos, ¿puedes desear más genios?
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