Dos
Había llegado el primer día de clases y, con su mochila a la espalda, salió de casa sin despedirse. Sus progenitores la observaron extrañados, se miraron y se encogieron de hombros.
Se habían dado cuenta de que llevaba unos días preocupada por algo, su comportamiento era delator y, además, la habían escuchado llorar. Decidieron darle espacio para que se serenase, esperando que acudiese a ellos tarde o temprano, por lo que no decían ni preguntaban nada al respecto. Ella lo agradecía, porque no sabía cómo enfrentarlos.
Al llegar al edificio vio a sus amigas en corrillo junto a las puertas, donde Elena y Gaby compartían las últimas caladas de un cigarrillo y las demás charlaban desganadas por tener que entrar. Odiaban estudiar, era la única del grupo a la que le gustaba y, a veces, se sentía un poco fuera de onda por eso. Parecía que la moda era ser todos iguales, gustar y odiar todos las mismas cosas, escuchar la misma música, y saber entretenerse solamente con un teléfono y redes sociales.
Ella, en cambio, disfrutaba leyendo, aprendiendo cosas nuevas, odiaba el reguetón —que era lo que todo el mundo escuchaba pero a ella le parecía deplorable— y adoraba a sus padres mientras los demás renegaban o detestaban a los suyos. Quería ser educadora social, a su alrededor la gran mayoría quería ser simplemente conocido o hacer algo que no conllevase esfuerzo: influencer, youtuber, gamer y cualquier cosa de ese tipo.
Y ella, que quería ser algo en la vida, que quería tener las herramientas para ayudar, que tenía anhelos y sueños, lo iba a tener que dejar todo de lado por haber sido una mocosa que no midió las consecuencias de sus actos. No cesaba de repetirse cuán irresponsable había sido, destrozando su propia vida por el camino. Se torturaba, creyendo que era eso lo que merecía.
No se detuvo junto a sus amigas, pasó de largo y buscó la lista de salones para ver en cuál estaba asignada. No mucho después se hallaba sentada en el centro del aula, donde podía ver perfectamente la pizarra ya que desde ese punto la luz de la ventana no molestaba con su reflejo.
A la hora del descanso, puso rumbo a la cafetería, donde siempre se encontraba con sus amigas antes de ir al patio. Cuando ya estaban todas y se disponían a salir, Sarah se detuvo en seco observando con sorpresa a Elías frente a ella.
Tras recuperarse de ese primer instante de asombro, frunció el ceño y le dedicó una mirada gélida. Las adolescentes que la acompañaban se detuvieron al notar que ella estaba más atrás. Siguieron su mirada, llegando hasta Elías, quien le dedicaba una expresión seria a Sarah. Ella, finalmente, retomó el camino y se dispuso a pasar a su lado para reunirse con las demás.
Él sujetó su brazo y habló con firmeza: «Tenemos que hablar».
—No —negó con una seguridad que no supo de dónde sacó—. Tú ya dijiste todo lo que tenías que decir.
Trató de soltarse de su agarre sin conseguirlo, bajo la atenta mirada de seis chicas con semblantes preocupados.
—Suéltame, Elías —exigió.
—No, nena. Hay que hablar.
—No tengo nada que hablar contigo, ya dijiste suficiente y no tengo interés en volver a escuchar la misma mierda.
—Te callas y me escuchas —espetó ejerciendo mayor fuerza.
—Para —pidió—. ¡Me estás haciendo daño!
Era consciente de que ya había cotillas observando la escena y, en aquel momento, su mayor temor era que él hiciese un comentario sobre el embarazo ante ellos. Aún no había hablado con nadie sobre ello, solamente ellos dos sabían de ese detalle.
Elena se dispuso a acercarse a ayudarla, pero ella le hizo un gesto con la mano libre y ésta se detuvo, confundida. Él comenzó a hablar bajo, cerca de su oído y sin soltarla.
—Seré directo. Yo no pienso tener un hijo, no quiero saber nada de críos ni nada de eso. Pero sigues siendo mi novia y no puedes seguir evitándome como has hecho los últimos días —Sarah le escuchó atónita—. Nos vemos esta tarde, nena.
—Ni hablar...
—Vamos, nena —la interrumpió mientras la acercaba a él por completo y la rodeaba con el otro brazo—, llevamos casi una semana sin sexo y estoy que me subo por las paredes. Necesito follar.
Aquello enfureció a Sarah, quien con determinación e inusitada fuerza reaccionó.
—Si quieres follar, búscate una puta, porque conmigo ya no más —habló bajo ella mientras se liberaba de su agarre—. Me llamaste zorra, te equivocaste; lo sería si siguiera contigo. Tú y yo ya no estamos más juntos, lo que había —señaló a ambos— lo eliminaste tú solito el otro día. Se acabó.
Él, perplejo, la observó en silencio. Ella comenzó a caminar hacia sus amigas, escuchando cuchicheos y murmullos que no lograba entender bien. Se dio la vuelta y añadió: «Y no vuelvas a llamarme nena».
Tras aquello, salió al exterior dejando a su otrora novio plantado allí, en medio de miradas burlescas y con un creciente enfado dominando su ser.
Sarah pasó el resto del día como pudo, sin contar lo que celosamente guardaba en secreto ni responder las preguntas de sus amigas. No podía contarles lo que sucedía todavía.
Durante aquella semana salió el primer número de la revista del instituto, donde venía la ficha para las actividades y toda la información que necesitaba. Lo que no esperaba encontrar era una nueva sección que, debía reconocer, era realmente inesperada. Una especie de consulta donde pedir consejo si lo necesitabas, sin usar nombres reales y de forma anónima. Todos hablaban de ello, todos hacían apuestas sobre quién sería la responsable de dicha sección y ella, mentalmente, también le daba vueltas.
Solamente se le ocurría una persona: Ona.
Si era ella, sin duda serían buenos consejos, pensó. Aquello la animó y decidió enviarle una consulta porque, sin duda, lo que más necesitaba era consejo. Parecía que el destino había escuchado sus plegarias de los últimos días, donde lo único que pedía era alguien con quien hablar porque se sentía completamente perdida.
Sí, iba a enviar esa consulta con la esperanza de obtener una respuesta.
—Ojalá sea Ona —deseó en voz alta al tiempo que se sentaba ante su escritorio y disponía frente a ella lo necesario para redactar su problema lo más brevemente posible.
En aquellos momentos no se percató de que se sentía mejor, pero alguien en aquella misma vivienda sí lo hizo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro