Cinco
Habían transcurrido tres meses desde la visita de los padres de Sarah al instituto, y las cosas empezaban a ponerse mal para la muchacha.
Ya se le notaba la barriga, no siempre se encontraba bien y, como ya todos lo sabían, escuchaba demasiados comentarios hirientes mientras estaba allí. Le sorprendía que hubiese habido una etapa de calma en que no recibiera insultos como sucedía ahora. Elías se había encargado de hablar de ella hasta cansarse, contando detalles que no debía contar, referentes al sexo y a su relación. Además, había corrido el rumor de que el padre del hijo que esperaba era otro en lugar de su exnovio. Ella sabía que no era cierto, y eso le bastaba. Elías y sus amigos le hacían la vida imposible, pero ella pasaba de todo y seguía adelante como siempre había hecho, con una sonrisa dibujada en el rostro.
Como perdería un par de semanas de clase cuando diera a luz —no estaba dispuesta a perder lo que restase de curso y se ausentaría solamente lo necesario— estaba intentando adelantar temario para no atrasarse en dicha ausencia y los exámenes que hubiese en ese periodo los rendiría al regresar.
Estaba ansiosa por tener a su hijo y el tiempo le pasó volando.
En ese tiempo, había perdido a sus amigas dado que se enojaron con ella por no contárselo desde el principio y, por otro lado, una de ellas había empezado a salir con Elías y había puesto a las demás en su contra. Al principio le dolió, pero después determinó que no debían ser verdaderas amigas si no les había costado ningún esfuerzo dejarla de lado. Se conocían desde el parvulario, así que fue chocante, pero Sarah se repetía las palabras de Ona como una letanía cuando se iba a la cama —en parte tratando de convencerse de que todo era como debía ser—: «Tú, bonita, vas a poder con esto y más. Tú puedes salir de esto, decidas lo que decidas».
En marzo ya lo pasaba mal yendo a clase; subir y bajar las escaleras con aquel panzón era un verdadero suplicio y los comentarios y las burlas no ayudaban. Ver a Elías y Elena juntos tampoco, no por celos sino porque temía por la que había sido su amiga, pues ella misma estuvo ciega durante la relación con él, pero ahora, con la cabeza en frío, se daba cuenta de lo tóxico que era. Desgraciadamente no podía hacer nada, pues cualquier acercamiento era rechazado por la otra chica. Finalmente, Sarah se rindió.
Llegó abril, y con él la recta final. Iba como loca con los estudios porque veía el momento llegar y quería estar preparada. El día dieciocho pasadas las once de la noche comenzó a tener molestias y, poco después, contracciones.
Aaron, un chiquitín de cerca de cuatro kilos y cincuenta centímetros, nació el diecinueve de abril a las tres y ocho minutos de la tarde. Estuvieron en el hospital cuatro días y, cuando llegaron a casa, se sintieron todos felices. Los padres de Sarah estuvieron con ella y su nieto todo el tiempo. A Sarah le daba miedo bañarlo, pero en lo demás aprendió a defenderse bastante rápido.
En los ratos que podía, pues dormía cuando lo hacía Aaron y no le quedaba demasiado tiempo que emplear, repasaba lo que los demás estaban dando en clase. Debía estar agradecida a sus maestros por enviarlo tareas y decirle qué trabajar durante aquel tiempo.
Cuando regresó a clases, dejando a Aaron con sus padres, hizo tres exámenes pendientes y sorprendió a todos estando incluso más al día que los demás alumnos. No estaba dispuesta a perder de vista sus objetivos, aunque ahora hubiese uno más: su hijo, por quien iba a darlo todo.
A la hora de salir, encontró a su madre ante la puerta del instituto con una gran sonrisa en el semblante y con el carrito en que iba su pequeño, esperándola. Corrió emocionada, porque ese día le había resultado duro al estar, por primera vez, separada de él desde que nació. En la distancia, la observaban. Fue consciente de ello, pero le dio completamente igual. Tenía todo lo que necesitaba.
Llegando al final del curso, se graduó con unas notas magníficas que ella sola había logrado. Se sintió orgullosa de sí misma y era importante para ella saber que sus padres, a pesar del error que cometió tiempo atrás, también se enorgullecían de la hija que tenían.
Había recibido la lección más importante de su vida, también los mejores consejos y el mayor apoyo que se puede esperar en esos casos. Estaba agradecida con el destino y con sus seres queridos, porque, sin ellos, no podría haber salido airosa de aquella situación.
Con dieciséis años, Sarah estaba mucho más segura de sí misma que con catorce o los quince recién cumplidos. Era mucho más fuerte ahora, con un hijo, que un año atrás con un novio que no valía la pena.
Por supuesto, Elías no había tratado de ver al niño aunque sí había tratado de aproximarse a ella, quien no lo permitió. Sarah era feliz ahora, y lucharía por seguir siéndolo, porque sus padres y ella habían tomado la mejor decisión, la que la haría madurar y también volver a sonreír.
Sin duda, fue la mejor decisión.
***
Solamente recuerda: tengas el problema que tengas, todo se soluciona menos la muerte. Lucha, esfuérzate, afronta lo que venga, alza el rostro y convéncete de que puedes con todo. Tienes que sentirlo para lograrlo.
Gracias por leer este texto, por dedicarle un pedacito de tu tiempo. Confío en que lo hayas disfrutado.
¡Nos leemos en otro relato!
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