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52 | Gian.

Capítulo 52 : “Gian.”

Nacor Hudson.

Su cara llena de pecas era todo un poema, por un mísero segundo quise correr hasta la taquilla que había en mi camerino —donde había dejado mi móvil—, y hacerle una foto ahí mismo. Su rostro reflejaba perplejidad y también supe que se estaba cuestionando si aquello era real, si las palabras que habían salido de mi boca eran de verdad o de su simple imaginación. Sonriendo, esperé impacientemente a que dijera algo, sin embargo las caras de Kaden y John aparecieron de la nada frente a mis narices.

Evitándome ver la reacción de Naima a mi declaración.

—¡Has ganado, Nacor! —John exclamó abrazándome.

—¡Hermano, eres una leyenda! —me sacudió Kaden el brazo.

De seguido, una masa de personas nos rodeó a los tres en cuestión de segundos, haciendo que perdiera por completo la vista de la pelirroja. Un periodista con cámara entró en el círculo que la gente había formado y entonces empezaron las preguntas, otra vez. Como aquella mañana en el aeropuerto.

Me aguanté las ganas de rodar los ojos con irritación.

—¿Qué se siente el haber ganado este combate, Hudson? —cuestionó uno.

—¿Esta pelea significa que volverás al boxeo? —quiso saber otro.

—¿Echabas de menos dar honor a tu apellido? —preguntó el último.

Los flashes de las cámaras me cegaron por un momento los ojos, noté las miradas expectantes de todos sobre mí, incluso las de mis mejores amigos. Sin embargo, éstos últimos me conocían tan bien, que supieron al instante de mi molestia hacia aquellas personas, así que simplemente, hicieron el papel perfecto de lo que significaba la amistad para mí.

—A ver, a ver, a ver —Kaden habló el primero—. Échense un poco para atrás, ¿saben lo que es el espacio personal?

Las cámaras de televisión retrocedieron dos pasos, obedeciendo a mi amigo.

—¿Cómo tienen el descaro de acercarse así a una celebridad? —John cuestionó a los periodistas.

Quise reír, pero lo hice internamente.

—¿Quiénes sois vosotros? —un chico con un micrófono en su mano, cuestionó alzando una ceja.

—Soy su... —Kaden calló entonces y miró a John, después rodó los ojos—. Somos —recalcó—, somos los representantes del señor Hudson.

Y entonces, las cámaras se volvieron a acercar con emoción, como si su vida dependiera de ello. Mis dos mejores amigos eran ahora los que estaban siendo rodeados por la prensa y mientras yo parecía pasar desapercibido, les dejé abandonados en esa situación. Riéndome con diversión, alguien se acercó a mí por la espalda, sacudiéndome el bordillo del pantalón. Cuando me giré, no vi absolutamente a nadie frente a mí, hasta que agaché un poco la mirada y observé a un niño de cabellos dorados y ojos celestes.

—¡Tío Nacor! —exclamó alzando los bracitos hacia mí.

Tragué saliva, mis ojos quisieron llorar, pero no salió ninguna lágrima. Me quité los guantes de boxeo con rapidez.

—Gian —lo nombré, agarrándolo después entre mis brazos.

—¡Hemos ganado! —exclamó aplaudiendo con sus diminutas manos.

Mi sobrino apenas alcanzaba la edad de cinco años.

—Hemos ganado —afirmé, asimilándolo yo también.

Una sonrisa se formó en sus labios, aunque sus dientecitos fueran pequeños e incluso alguno estuviera caído. Alcé la mirada hasta su cabeza, donde aún descansaba esa gorra roja con letras blancas. Nuestro apellido bordado en la tela me hizo sonreír, aquella noche me sentía más Hudson que nunca antes. Sin esperarlo, abracé al pequeño con todas mis ganas. Quizás porque lo sentía o quizás porque no me había atrevido a volver a verlo después de lo que pasó en su nacimiento.

—Vaya, cuanto amor —escuché una voz—. ¿No hay un abrazo para tu hermana?

Mis ojos se reencontraron con Sam, pude ver chispas de emoción y alegría en sus pupilas, pero todavía habitaba algo de preocupación por mi bienestar. Y es que aunque no quisiera admitirlo, Jacob me había dado una buena paliza encima del ring.

Con Gian aún entre mis brazos, me acerqué a mi hermana sin pensármelo dos veces y la abracé con todo lo que daba mi cuerpo. Mi cabeza se enterró en su cuello y sin poder evitarlo, solté algunas lágrimas. Noté como los brazos del pequeño también nos rodeó a ambos y sentí de nuevo como me sentía en familia, con los míos.

—Lo siento —fue lo único que pude decir—. Siento haberte puesto en peligro Sam, a ti y a Gian.

Me obligó a que la mirara.

—Nacor, no tienes que pedir disculpas —me acarició la mejilla—. Estamos bien, a Gian no le pasó nada.

—Me entró el pánico —le informé—. Cuando Jacob quiso matarlo...

—Pero lo impedimos a tiempo —me recordó—. No hay nada que lamentar.

Suspiré calmado.

—No volverá a haceros nada —le aseguré—. La disputa ha terminado aquí.

Sam se quedó mirándome, hasta que visualicé como sus ojos se cristalizaron y entonces volvimos a fundirnos en un abrazo. Hacia tanto tiempo que me había privado de aquellos momentos con ella, que hasta me costaba respirar al volver a sentirlo. Durante más de cuatro años, pensé que la decisión de alejarme era la mejor opción, sin embargo, esa maldita elección me hizo sentirme solo durante mucho tiempo.

Pero ella y mi sobrino estarían a salvo.

Y eso era lo más importante.

—Me alegré mucho de que fueras a Italia a visitar a mamá —Sam me dijo—. Estoy muy orgullosa de ti, Nacor.

Me quedé estático.

—¿Cómo lo sabes? —pregunté curioso.

—¿Crees que la abuela Mari guardaría el secreto? —se carcajeó—. Ella me llamó al teléfono nada más verte.

—Es una bocazas —rodé los ojos divertido.

—Mencionó también que llevaste a una super modelo contigo —frunció el ceño observándome, como cuestionándome aquello.

—Naima —dije de inmediato, con una sonrisa de imbécil.

Sus ojos azules se abrieron de golpe.

—¿Llevaste a Naima a Italia? —dijo sorprendida.

—De hecho —hice una pausa—, ella fue la que me motivó al volver a Roma.

Mi hermana miró una zona en específico del local, mi mirada siguió la suya y entonces volví a ver a la pelirroja. Sus brazos estaban rodeando a su padre Marcus mientras hablaba animadamente con él. No quería interrumpir su momento, sabía que tenían mucho de que hablar por todos estos últimos años sin contacto alguno, así que no merecían interrupciones de ningún tipo. Fue por ello, que dije lo siguiente a Sam.

—Algún día te la presentaré como es debido —sonreí—. Sin llevártela a urgencias por un accidente, aunque créeme, es bastante patosa.

—Estaré encantada de atenderla siempre —mi hermana aseguró, guiñándome un ojo.

Un sonoro bostezo nos sacó a ambos de nuestra conversación, hasta que me di cuenta de que los pequeños brazos de Gian me habían rodeado el cuello y éste estaba acurrucado contra mí, con los ojos cerrados a punto de dormirse. Sonreí acariciándole la espalda mientras noté como alguien se acercaba hacia nosotros. Cuando alcé la mirada, observé a mi cuñado animado contando billetes con sus manos.

Ni siquiera me había dado cuenta de la ausencia de su presencia.

—Aposté por ti esta noche —comentó dándome un ligero golpe en el hombro, como saludo cariñoso—. He ganado más de doscientos dólares.

—Le dije que no lo hiciera —Sam admitió.

—¿No confiabas en mí? —alcé una ceja.

—¡Ese idiota te estaba haciendo pedazos! —se defendió—. No pensé que ganarías.

—Yo en cambio, sí puse mi fe en ti —mi cuñado me chocó un puño.

—Genial, ahora yo soy la mala —mi hermana se cruzó de brazos.

Ambos reímos.

—Toma —de repente, el padre de mi sobrino me dio el dinero.

—¿Por qué me lo das? —fruncí el ceño.

—Porque te lo has ganado.

Rodando los ojos, sujeté los billetes entre mis dedos con mi otra mano libre y entonces volví a mirar al pequeño que yacía acurrucado en mi pecho. Su gorra estaba hacia arriba, por lo que pude ver que sus ojos celestes estaban entre abiertos, así que aproveché para hablarle.

—Eh, Gian —lo llamé—. Quiero darte algo.

Su cabeza se alzó con lentitud, su cara adormilada me hizo reír un poco.

—¿Qué es lo que quieres ser de mayor? —le pregunté intrigado.

—¡Boxeador! —exclamó entonces.

Mi hermana Sam puso cara de preocupación, entendía que no quisiera que su hijo entrenara ese deporte. El boxeo implicaba fuerza, peleas, dolor y también la duda de si saldrías vivo del cuadrilátero cada noche. Suspirando, dejé a Gian en el suelo y me agaché a su altura. Sus ojos azules me miraron curiosos y entonces le dediqué una sonrisa.

—Eso está muy bien —admití—. Pero prométeme que empezaras a entrenar cuando tengas al menos catorce años.

—¿Queda mucho para eso? —me miró.

Diez años, pensé.

—No demasiado —le aseguré—. Pero hasta entonces, toma— su mirada azulada se paró en los billetes que tenía entre los dedos—. Con esto podrás comprarte los guantes de boxear que más te gusten —informé.

—¿Cuánto valen los tuyos? —cuestionó.

Abrí los ojos sorprendido.

—¿Quieres los míos?

Su cabeza asintió y entonces, sin dudarlo ni un segundo, agarré mis guantes rojos y se los extendí para que los agarrara. Ni siquiera uno de mis guantes se asimilaba al tamaño de sus dos manitas juntas. Tenía que crecer demasiado para que les quedara perfectos, pero eso no impidió que el pequeño sonriera como si le acabaran de dar un caramelo.

—Gracias, tío Nacor —se abrazó a ellos.

La imagen me enterneció.

—Prometo ser tu entrenador cuando cumplas catorce años —le aseguré—. Te enseñaré los mejores trucos de un Hudson.

Sam sonrió con nostalgia, seguramente acordándose de Ray. Después habló, no queriendo entristecerse con el recuerdo.

—Tenemos que irnos —avisó—. Es tarde para Gian.

Y entonces me di cuenta de que era verdaderamente tarde para un crío. El combate había empezado de noche y entre una cosa y otra, calculaba que eran pasadas las dos de la madrugada. Despidiéndome de mi hermana, le aseguré mil veces que estaba bien y que no necesitaba de sus cuidados de enfermera. Prometí a Gian volverlo a ver y le devolví el dinero a mi cuñado. Cuando los tres se fueron, me giré hacia mis amigos, descubriendo que solo eran ellos los que quedaban en el local.

—¿Dónde está todo el mundo? —cuestioné.

Ni siquiera Jacob estaba presente.

—Tranquilo —John habló—, tus representantes han desalojado el lugar.

Reí con diversión.

—¿De verdad se han creído que sois mis managers? —pregunté intrigado.

—¿Acaso dudas de mí? —Kaden dijo—. Aparte de artista, soy un increíble actor.

Rodando los ojos, mi mirada recayó en Naima.

Su cuerpo sentado en una de las sillas del local me hicieron hacerla un repaso. Su pelo suelto estaba liso, con un pañuelo atado a su cabeza. Llevaba unos vaqueros simples y una sudadera de color aqua. Mis ojos pararon en el tatuaje de su dedo, donde estaba la pantera negra de las dos caras, inspiradas en nosotros. Sonriendo, miré a su lado, sin embargo allí no había nadie. La siguiente silla estaba vacía y eso me hizo fruncir el ceño.

¿Dónde estaba su padre?

Como si nuestras mentes coincidieran, su cuerpo se levantó y se acercó lo suficiente a mí, hasta que me pudo susurrar.

—Se ha ido a casa a descansar —me informó.

—¿Por qué no te has ido con él?

De repente, sonrió, quedándose en silencio por unos largos segundos. Cuando pensé que no iba a contestar, lo hizo dejándome perplejo.

—¿Crees que me iba a ir tan fácilmente cuando por fin me has confesado que me amas?

Tragué saliva.

—No hubiera pasado nada si te hubieras ido —le hice saber.

—Lo sé, pero te habrías quedado sin respuesta, Hudson.

Me quedé callado entonces y ella aprovechó para volver a sonreír.

—Desde que Alex me engañó con Jane —empezó—, creí que el amor era una basura y un engaño —agarró mis manos—. Pero en el momento que te vi, cuando me llevabas a casa en tu Jeep, cuando esperabas a que cerrara la puerta para asegurarte de que estaba a salvo, cuando me curaste las heridas y cuando me besaste, supe que el amor puede ser muchas cosas.

—Demasiadas cosas —aseguré.

Ella asintió.

—Puede ser horrible y doloroso, pero también puede ser lo mejor que te haya pasado en la vida.

Sonreí observando sus preciosos ojos verdosos.

—Así que agradezco que el amor volviera a mi corazón —admitió—. Porque gracias a eso, te conocí y también me enamoré de ti.

La alegría no me entraba en el cuerpo y sin poder evitarlo, agarré sus mejillas entre mis manos y me acerqué para fundirnos en un beso. Ya la añoraba y ni siquiera hacía dos horas desde nuestro último beso. A los segundos, suspiré aliviado y me separé unos milímetros de ella para confesarle algo.

—¿Recuerdas cuando tiré una moneda en la Fontana Di Trevi, y dije que mi deseo era que accedieras a venir conmigo a Santorini?

—Lo recuerdo —asintió en una carcajada.

—Pues no era ese el verdadero deseo que pedí.

—Me mentiste —abrió la boca sorprendida—. ¿Cuál era entonces?

—El deseo que pedí era que ambos nos enamoráramos el uno del otro.

Su shock me sacó una sonrisa y seguí hablando.

—Te dije que los deseos se cumplían en esa fuente, pelirroja.



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Capítulo 52.
No me voy a extender mucho con esta nota de autor, solo decir una cosa: MÁS DE MIL VOTOS EN EL ANTERIOR CAPÍTULO.
¡EL CAPÍTULO MÁS VOTADO DE LA NOVELA!
MUCHÍSIMAS GRACIAS ♡
Posdata; este capítulo no está muy corregido, así que no juzguen si hay algún fallo. Es tarde.
VOTAR MUCHO.
¡Hasta la próxima! ♡♡

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