
44 | Cárcel italiana.
Capítulo 44 : “Cárcel italiana.”
Nacor Hudson.
El aire golpeándome en la cara me hizo cerrar los ojos momentáneamente. El inconfundible olor del mar me inundó las fosas nasales, calmando mi cuerpo por completo. Volviendo a abrir los ojos, observé como el cielo ya estaba empezando a ponerse oscuro, dando la bienvenida a la noche. Naima estaba a mi lado, aterrada literalmente agarrándose a los barrotes del enorme barco al que estábamos subidos. No pude evitar reír a carcajadas mientras hablaba.
—¿También le tienes miedo a los barcos? —cuestioné.
Ella me miró.
—¿Estás de broma? —preguntó—. ¿Acaso no has visto Titanic?
—Claro que la he visto —dije para luego añadir—; es una película.
Naima pareció captar mi indirecta.
—Una película basada en hechos reales —informó.
Rodé los ojos.
—No vas a morir por culpa de un iceberg, es verano y hace sol —aseguré mirando el océano. No había ningún trozo de hielo por allí.
—El barco se puede hundir por otras diversas causas —comentó.
—No me interesan —fui sincero.
—¿Cuántas horas más nos quedan en este ferry? —quiso saber.
Levanté mi muñeca para ver el reloj que tenía decorando mi piel.
—Dos —respondí.
Los ojos verdes de la pelirroja se abrieron de golpe.
—¿Dos horas más de tortura?
—Oh sí, ni siquiera sé como puedes soportarlo —dije sarcástico.
Ni que la estuvieran torturando.
Solo estábamos navegando en un barco para ir hasta Santorini. Me alegré considerablemente cuando la chica de pecas incontables accedió a venir conmigo. Quería irme de Roma cuando Naima ya hubiera conocido Grecia. Y hablando de Roma, habíamos tenido que coger un avión de dos horas de trayecto hasta Atenas, para después ir en ferry hasta la isla azul y blanca. Nos habíamos despedido de mi familia y amigos, los cuáles se sintieron alegres pero a la vez tristes por nuestra huida.
Pero volvería de nuevo, pronto.
—¡No te burles de mí! —exclamó—. Nunca había subido a un barco.
—No se nota —dije de nuevo en sarcasmo.
Naima me lanzó una mirada asesina, mortal.
—Venga vamos, te enseñaré lo divertido que tiene ir en ferry —agarré su mano y entrelacé nuestros dedos.
—¿Qué se puede hacer en un barco? —cuestionó riéndose.
—Algo muy interesante —dije, tirando de ella.
—Eso tengo que verlo.
Dejando a un lado el mar que estábamos mirando y que ya me estaba causando mareos, decidí llevarla a la barra de bebidas que tenía el bar del ferry. Nos sentamos en una silla cada uno y llamé al camarero pegando un silbido. El chico con pajarita se acercó sonriente, por un momento me recordó a Elliot.
—¿Qué desean? —preguntó.
Me acerqué a su cuerpo lo suficiente, para poder susurrarle la siguiente palabra.
—Apostar —contesté y entonces sus ojos se abrieron como platos.
Él sabía exactamente a lo que me refería.
Sentí como Naima me miró extrañada, sin entender absolutamente nada. Pero lo entendería pronto y yo sería la persona que se lo explicaría. El barman salió del mini bar y entonces empezó a caminar, dejando a su otro compañero al mando. Con mi mano aún entrelazada a la de la pelirroja, la arrastré de nuevo para seguir al camarero. Noté como la chica se aguantó las ganas de preguntar qué es lo que estaba pasando y a dónde nos dirigíamos, pero solo pude guiñarle un ojo para intentar tranquilizarla. En menos de dos minutos, logramos bajar hasta la planta más baja del ferry y cuando el barman me señaló una puerta con un ligero movimiento de cabeza, asentí y éste se fue de nuestro campo de visión.
—Nacor, ¿qué es eso de apostar? —preguntó finalmente mi acompañante.
—Dijiste que no podías permitirte un todo terreno —le recordé, mirándola—, pero te encantaría tener uno, ¿no?
Sus ojos verdes me miraron extrañados.
—Sí, ¿y qué?
—¿Me aceptarías uno si lo pagara yo? —pregunté.
—¿Qué? ¡No! —exclamó, sabiendo que diría aquello.
—¿Y si lo pagara otra persona? —cuestioné entonces—. Un desconocido —especifiqué.
—Eso seria diferente —admitió pensándolo.
—Entonces lo pagará un desconocido —acaté y me dispuse a sujetar el pomo de la puerta, dispuesto para entrar.
Pero Naima me lo impidió.
—¿Estás loco? —preguntó seriamente—. ¿Qué estás diciendo?
—Solo quiero ganarte un buen coche —me encogí de hombros—. Ese mini vehículo que tienes es horrible.
La pelirroja rodó los ojos.
—¿Te piensas que esto es un juego de feria? Estamos hablando de un coche.
—Lo sé —afirmé.
—¡No quiero ir a la cárcel italiana por un delito! —se lamentó.
—No vas a ir a ninguna cárcel, solo no te mantengas lejos de mí —le advertí.
—¿Te das cuenta de que eso no suena bien?
—Lo sé —repetí riendo.
Naima al ver que me reía, entendió que aquello no era tan grave como parecía y para mi sorpresa, accedió a mi plan. Sabia que ella adoraba mi Jeep y en más de una ocasión lo había alagado e incluso adorado. Lo único que podía hacer era regalarle uno. La pelirroja pareció interesarse por lo que pasaría a continuación, sus hombros habían dejado de estar tensos y se veía más tranquila.
—¿Qué juego es? —quiso saber.
—Un juego complejo y muy estúpido, pero en el que se pierde mucho dinero —informé viendo como me prestaba atención—. Solo vale una cosa, o decir la verdad, o mentir.
Observé como tragó saliva.
Y evitando que me hiciera más preguntas, acerqué su cuerpo al mío y la mantuve detrás de mí mientras abría la puerta finalmente y entraba junto a ella. Su mano enseguida apretó la mía en cuanto vio el interior de la habitación. Había escasa luz, pero era suficiente para ver una mesa grande en el centro, una estantería a nuestra izquierda y muchos sillones con personas sentadas encima. Hombres de cincuenta para arriba y también alguna mujer.
Parecía que de un momento a otro, de estar en un alegre ferry, habíamos entrado en un barrio chungo de Nueva York.
Automáticamente, todas las miradas se posaron en nosotros.
—Creo que os habéis confundido jóvenes —habló uno, con un cigarro entre sus dedos—, la discoteca de adolescentes está al otro lado.
—Sé perfectamente donde estoy —aseguré—, tengo mucho tiempo y dinero para apostar. ¿Quién me desafía?
Noté la perplejidad de Naima a mis espaldas, ni siquiera se oía su respiración.
—Vaya con el muchacho... —El mismo de antes habló, acercándose a mí—. Será un privilegio ser tu contrincante.
—Perfecto. Mi nombre es Nacor —me presenté.
—Robert.
Y con eso, un apretón de manos.
—Adelante, sentaros —invitó, caminando hasta el centro.
Y en un instante, los dos estuvimos sentados en la gran mesa. Naima estaba a mi derecha, con su mano todavía entrelazada en la mía, como si esta se hubiera congelado y no pudiera apartarla de allí. Pero no me importaba, de hecho, me gustaba. Robert estaba a una distancia prudente de mí, más de dos metros y medio. A su lado, una chica que supuse era alguien pagada por él. Por un momento me acordé de cuando Edward dijo que el padre adoptivo de Naima la pagaba por violarla.
Me sentí mal, pero no dejé que eso me afectara.
—¿Cuánto puedes apostar, joven? —preguntó intrigado.
—Lo suficiente, así que diga una cifra —le pedí.
Robert observó que no iba con idioteces.
—¿Qué tal cincuenta mil?
Sonreí, con eso servía para comprarle el coche de sus sueños a la pelirroja.
—Cincuenta mil está bien —asentí.
El hombre mayor dejó sobre la mesa un fajo de billetes con el dinero que prometía, yo sin embargo, dejé una tarjeta de débito. Robert hizo un gesto de cabeza para otro de los hombres que habitaban allí en la habitación, se acercó al instante con una moneda entre sus dedos. Me miró fijamente y respondí.
—Cruz —dije.
Enseguida la moneda voló por los aires, cuando cayó y se posó, cruz era justo lo que había salido. Sonriendo, el mismo hombre mayor pasó a darme un papel y un bolígrafo. Empezaría yo. Mirando fijamente a Robert, observé que se había dado la vuelta para no mirar la opción que estaba a punto de escribir en dicho papel. Tras haberlo comprobado, procedí a escribir lo que siempre escogía en aquel juego.
Verdad.
Lo escribí bajo la atenta mirada de Naima, después, al dárselo al hombre de mi lado, éste lo guardo en uno de sus bolsillos.
—Listo —avisó.
Cuando mi contrincante volvió a darse la vuelta, apartó su dinero dejándolo a un lado. Él no jugaría, pues la moneda había hablado, pero ese dinero acabaría siendo mío. Sin embargo, el hombre de antes sí que agarró mi tarjeta de débito y se fue lejos. Se escuchó unos ruidos, ruidos que conocía muy bien. El hombre había ido hasta la estantería a nuestra derecha y de allí había sacado dos cajas. Después, procedió a meter mi tarjeta en una de ellas, a ciegas totalmente de Robert y de mí. Tras unos segundos, se acercó de nuevo.
—Elija —ordenó.
Miré ambas cajas de metal, sin tener ni idea de dónde estaba mi dinero. Miré a Naima, sus ojos verdes estaban fijos en los míos, me acerqué lo suficiente a ella hasta que nuestros labios se rozaron y sonreí preguntándole.
—¿Quieres elegir, pelirroja?
—La segunda —pronunció.
Alejándome de ella de nuevo, escogí la segunda caja. Esta quedó enfrente nuestro y la otra fue directamente para Robert.
—Adelante —dijo.
Y entonces abrí un poco la tapa, solo para que Naima y yo pudiéramos ver su interior. Mientras, Robert esperaba pacientemente sin abrir la suya. Cuando visualicé como mi tarjeta de débito estaba en aquella caja, casi me da un ataque de la emoción, pero no mostré absolutamente nada en mi rostro, me mostré serio, impasible. Cuando la pelirroja y yo terminamos de ver su interior, volvimos a cerrar la tapa.
Y entonces empezó el juego, empezó la estrategia.
Diciendo solo la verdad.
—La caja que tienes está vacía —fui directo—. El dinero está aquí.
Naima no entendía nada.
—¿Dices que el dinero está en tu caja? —quiso asegurarse Robert.
—Exacto —afirmé—. Si te gusta el dinero, el dinero lo tengo yo.
No me creas, no me creas, me repetía mentalmente.
—Me encanta el dinero —dijo sonriente—. ¿A ti te gusta?
—El dinero no da la felicidad —me limité a responder.
—Eso es discutible joven —se carcajeó.
Hice un encogimiento de hombros.
—Si tanto te gusta el dinero —lo miré fijamente—, lo vuelvo a repetir, tu caja está vacía.
Robert calló unos segundos, eternos para mi ser.
—Así que tu caja es la caja ganadora.
—Ahora y siempre —aseguré.
El hombre mayor, se dedicó a observarme con escrutinio, intentando ver en mi rostro si decía verdaderamente la verdad o si había escogido la opción de mentir. Miró a Naima durante unos segundos, dado que ella también había visualizado el interior de mi caja, pero para mi suerte, ésta tenía la misma seriedad en la cara que la mía. Por lo que aquel hombre no podía saber nada claro de ninguno de nosotros.
—Está bien —dijo finalmente—. Digo que mientes.
Evité sonreír orgulloso, eso era justo lo que anhelaba que dijera. El señor que nos había traído las cajas, se acercó de nuevo.
—¿Esa es su respuesta final? —quiso asegurarse.
—Sí —respondió Robert decidido.
Entonces el hombre procedió a sacar el papelito que le había dado hace escasos segundos, lo abrió lentamente y lo dejó sobre la mesa. Dejando completamente perplejo a mi contrincante.
—Decía la verdad —informó—. El joven gana.
Me había ganado sus cincuenta mil dólares.
—Vaya —dijo Robert aún sorprendido—, no me lo esperaba.
—A veces es mejor no esperar nada —me limité a decir.
—¿Cómo te apellidas, Nacor? —quiso saber.
—Mi apellido no dirá nada sobre mi partida.
—Lo sé, pero se nota que has jugado a esto antes —afirmó.
—Así es —dije levantándome de la silla—. Ha sido divertido.
El hombre que repartió las cajas me dio el dinero que había ganado y también mi tarjeta.
—Exijo la revancha —escuché las palabras que no quería.
—Es tarde, tenemos que irnos —pronuncié.
—Oh vamos —dijo riéndose—, has dicho que tienes mucho tiempo y desearía disfrutar un rato más de la preciosidad que traes contigo.
Naima se tensó y yo no pude evitar apretar la mandíbula.
—La partida ha terminado —dije con seriedad.
—Termina cuando yo lo digo, jovencito.
Me estaba empezando a arrepentir de haber entrado allí.
—¿Qué es lo que quiere? —pregunté ya malhumorado.
—A tu chica —señaló a Naima.
Inmediatamente solté a la pelirroja y me acerqué con paso decidido hasta el idiota que estaba diciendo estupideces por la boca. No hizo falta que me preparase mentalmente para lo que iba a decir a continuación, porque ya lo sabia de sobra.
—¿También quiere un puñetazo en la cara por un Hudson?
Sus ojos automáticamente se abrieron como platos al escuchar mi apellido. Nunca, en la corta vida que llevaba me había hecho falta decir mi apellido para esas cosas, de hecho, siempre lo había evitado a toda costa. Pero aquella vez era necesario, quería que ese capullo dejara de pensar en Naima como alguien a quien podía tener.
Pero mi amenaza pareció motivarlo aún más.
—Mejo todavía —dijo—, la novia de un Hudson es lo que necesito para mi colección de mujeres.
Y de la nada, mi cuerpo actuó sin mi consentimiento.
Un puñetazo voló en menos de un segundo a la cara de Robert tumbándolo al suelo, después, aquello se convirtió en una locura. La chica que lo acompañaba pegó un chillido que me anuló los oídos por completo, Naima salió corriendo por alguna parte y varios de los hombres que estaban allí sentados, se levantaron a punto de golpear. Pero cuando pensé que me golpearían a mí, absolutamente todos fueron a propinarle puñetazos a la persona que había querido ser mi contrincante.
Perplejo, observé como Robert empezó a ser rodeado de hombres que lo pegaban como si no hubiera un mañana.
—¡Quien se mete con un Hudson, se mete conmigo! —exclamó uno.
—¡Ray era una leyenda, no te atrevas a desafiarlo! —advirtió otro.
Supe entonces que aquellas personas eran de mi tierra, eran italianos orgullosos y fanáticos de mi abuelo. Ray no solo había sido uno de los mejores boxeadores del mundo, sino que también había sido uno de los italianos más famosos del país. Italia estaba encantada con él y eso se veía en la gente. Aún en shock mirando la escena, mirando como aquellas personas me habían defendido ante Robert, una mano agarró la mía con firmeza y tiró de mí.
En pocos segundos, me encontré de nuevo con la luz del pasillo del ferry. Al instante, los ojos verdes de Naima quedaron frente a los míos y pude divisar algo de preocupación en su mirada. Entonces, los dos hablamos al mismo tiempo e hicimos la misma pregunta.
—¿Estás bien?
Al decirlo a unísono, ella sonrió porque le hizo gracia y aquello bastó para tranquilizarme.
—Lo siento —solo pude disculparme por la escena que acabábamos de presenciar—. Pero toma, espero que haberte ganado cincuenta mil dólares sean disculpas suficientes.
—No sé si debo aceptarlo —miró el dinero en mis manos.
—Tómalo como regalo de cumpleaños adelantado —dije, pillándola desprevenida—. ¿Es dentro de cuatro días, no?
Sus ojos fijándose en los míos, paralizada.
—¿Cómo sabes eso? —cuestionó.
Esta vez fue mi turno para sonreír.
—Una persona muy especial me informó de ello.
-----
Capítulo 44.
ESTAMOS EN EL TOP 10 DE LAS HISTORIAS MÁS POPULARES DE WATPPAD EN EL GÉNERO NOVELA JUVENIL.
Específicamente en el #3.
¿Os dais cuenta de lo que es eso?
¡MUCHÍSIMAS GRACIAS!
Gracias por el apoyo de todos mis lectores y bienvenidos a los nuevos.
Votar mucho para que suba el siguiente capítulo. (Nacor le pedirá algo muy interesante a Naima)
*sonríe con picardía*
¡Hasta la próxima!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro