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41 | Sí quiero.

Capítulo 41 : “Sí quiero.”

Nacor Hudson.

Suspiré con nerviosismo como por cuarta o quinta vez, la verdad es que ya ni lo recordaba. De nuevo, agarré los mechones que caían por mi frente y los tiré hacia un lado. Tenía el pelo aún mojado por la ducha que me había dado hace una media hora, haciendo que el color rubio de mi cabello se volviese un poco más oscuro. Me miraba en el espejo sin terminar de convencerme con el peinado, no sabia si echarme todo los mechones hacia atrás o hacia la derecha u izquierda. Sin darle mucha importancia, decidí que este cayera por donde quisiera.

Me terminé por colocar la corbata y supe que ya estaba preparado para la boda.

Para la ceremonia de uno de mis mejores amigos.

Miré mi traje. El color negro era lo único que se podía ver en mi atuendo. Mis zapatos eran elegantes y brillantes, recordándome por un momento a los zapatos de claqué, dejando a un lado mis queridas y amadas vans. En mis piernas vestía un pantalón de vestir negro, junto a una camisa negra abotonada hasta el cuello y una americana encima del mismo color. La corbata también iba a conjunto con todo el traje y me gustó mucho ver el resultado de todo el esmoquin al completo.

Sin embargo, cuando mi mirada se desvió hasta el pequeño bolsillo que había al lado derecho de la chaqueta, observé que allí dentro no tenía pañuelo. Observé a mi alrededor, pero no encontré absolutamente nada que pudiera poner ahí, así que no me quedó otra opción que dejarlo así. Seria una chaqueta de traje sin decorativo.

—¿Nacor? —escuché su voz, llamándome.

Salí de la habitación, con la vista fija en los botones de las mangas de mi camisa. Estos estaban sin abotonar.

—¿Ya estás lista? —pregunté entonces.

—Dímelo tú —respondió.

Y fue cuando alcé la mirada y la observé, dejando los botones a medias. Cuando mis ojos se posaron en la pelirroja, solo pude sentir como el mundo se había paralizado de repente. Inhalé una bocanada de aire, parecía que me había quedado sin oxígeno. Por un mísero segundo pensé que le había dado al pausa a mi universo y que podía estar observándola durante el tiempo que me diera la gana, pero solo fueron un par de segundos los que me bastaron para admirar su belleza.

Un precioso vestido color vino cubría su cuerpo. Era largo, llegándole hasta los pies, pero con una abertura en la parte derecha haciendo que viera su pierna desnuda volviéndome completamente loco. Observé que tenía un escote en forma de corazón, ajustándose a su diminuta cintura y dejando a mi vista su sensual clavícula. Los anchos tirantes del vestido caían sobre sus hombros, calzaba unos tacones blancos haciéndole ver más alta y llevaba un recogido en el pelo con unas horquillas decorativas en forma de mariposa.

Me obligué a tragar saliva y después inesperadamente mi voz salió aterciopelada.

—La persona que diseñó ese vestido moriría si te viera con él puesto.

La pelirroja sonrió agachando la mirada.

—¿Te gusta? —quiso saber.

Ni siquiera tenía palabras. Solo me dediqué a seguir observándola, aprovechando que ella no veía que lo hacia. Un deseo se apoderó de mi cuerpo sin poder controlarlo, pensando inevitablemente en devorarla como un animal hambriento. Sacudí la cabeza, estaba deseando salir de allí y entrar en la boda con ella a mi lado, solo para que la gente viera lo preciosa que estaba y que yo era su acompañante.

La pelirroja al ver que no contestaba a su pregunta, volvió a alzar la mirada y entonces fue ella la que observó mi traje. Ladeé la cabeza mientras la miraba, parecía tener en sus ojos las mismas chispas de deseo que las mías. Sin embargo, carraspeó antes de que me diera tiempo a analizarla con escrutinio. De su espalda sacó algo que tenía entre las manos y se acercó dos pasos más cerca de mí.

—Aimara y yo fuimos a comprar un pañuelo para tu americana —informó enseñándome una pequeña tela del mismo color que su vestido—. Esperaba que fuéramos conjuntados.

Sonreí sin poder contenerme. Buscándole una metáfora a la situación, ella era como el pañuelo que le faltaba a mi traje. Ella era lo que le faltaba a mi vida.

—Estaré encantado de llevarlo —dije sincero.

La chica se terminó de acercar a mí y yo posé las manos tras mi espalda, dándole a entender que quería que fuera ella la que pusiera la tela dentro del bolsillo. Me mantuve sereno, tranquilo a la espera de que ella lo hiciera. Sonrojada, dobló el pañuelo de una forma bonita y lo colocó con una perfección que me abrumó. La tela color vino quedó añadido a mi traje y me encantó el contraste que hacia con todo mi esmoquin negro.

Pero más me encantó poder ir a juego con la chica frente a mis ojos.

—Listo —avisó, pero sin apartarse ni un centímetro.

—Genial —dije volviendo a colocar mis manos delante.

Los ojos verdes de la pelirroja bajaron hasta fijarse en las mangas de mi camisa negra. La observé detenidamente y sin esperarlo, sus pequeñas manos fueron las que terminaron de abrocharme los botones, provocándome una emoción desbordante en mi interior.

—Tengo miedo —murmuró entonces.

No pude evitar reír.

—¿De nuevo pensando que no les caerás bien? —quise adivinar.

—En el restaurante de tu familia no había más de diez personas —recordó—, pero en la boda habrá cientos.

—¿Y qué? —cuestioné.

—Pues que ahí estarán muchas más personas que conoces, más familia y amigos, y yo...

—Tú les caerás estupendamente —le aseguré en un susurro, acercándome a ella.

Su respiración se entrecortó.

—¿Cómo estás tan seguro? —quiso saber.

—Porque he descubierto por mí mismo que eres una persona increíble.

Y de nuevo sonrió, haciéndome sentir satisfecho.

[...]

Pasé por el ancho pasillo donde dentro de unos minutos la novia caminaría hasta el altar. Naima estaba con su brazo entrelazado con el mío, mientras mis ojos buscaban dos asientos donde ambos pudiéramos sentarnos para la ceremonia. Para nuestra suerte, mi madre nos hacía señas a lo lejos al tener exclusivamente dos asientos reservados para nosotros. Rodé los ojos divertido, aquella mujer no podía esconder su alegría.

—¡Pero mirar que guapos os habéis puesto! —exclamó feliz.

—Muchas gracias —Naima dijo algo avergonzada.

Mi madre llevaba un vestido de color púrpura, resaltando sus preciosos ojos azules y su largo pelo dorado. Antes de que pudiera piropearla, mi mirada se desvió hasta el altar, donde Federico esperaba con Eric, casi mordiéndose las uñas por los nervios.

—Disculparme un momento —dije, no sin antes acompañar a Naima hasta su silla y guiñarle un ojo como despedida.

Mis pies se dirigieron hasta mis dos viejos amigos, coloqué la mano en la espalda de Fede para llamar su atención y le hice un gesto de cabeza a Eric, porque a él ya le había visto en menos de cuarenta y ocho horas. Los ojos del novio se centraron en mí y éstos se abrieron como platos inmediatamente.

—¡Nacor! —me abrazó con fuerza—. Mierda, Eric me dijo que estabas aquí pero no le creí.

Me fue inevitable no reír.

—Solo quería darte la enhorabuena —le dije—. La pequeña Carina pareció ganarse tu corazón.

—Desde el momento en que la vi —suspiró enamorado—. Pero aún no me felicites, todavía no hemos dicho el sí quiero.

—Si la chica es lista, te dejará plantado —el asiático comentó riéndose.

Federico le miró asesinamente y yo me reí otra vez. Lo cierto es que estar con ellos me estaba trayendo muchos recuerdos, aquellos idiotas no se caían bien el uno con el otro, pero yo sabia muy en el fondo que se querían como dos hijos de la misma madre. Hablando de mi madre, la miré distraidamente y visualicé como hablaba feliz con Naima y ésta sonreía contenta.

—Nacor —escuché que Fede me llamaba—, ¿con quién has venido, hermano?

—Con una pelirroja que le hace caérsele la baba —Eric levantó las cejas en mi dirección, con un gesto picarón.

—No sabia que tenías novia —Federico comentó sorprendido.

Antes de que pudiera contestar, el sacerdote que casaría a mi mejor amigo con Carina, apareció por detrás nuestro avisando que la novia ya estaba a punto de entrar.

—Nacor, sería un honor que me acompañaras como padrino —admitió el moreno.

—Me encantaría Fede —le sonreí sinceramente—, pero tengo acompañante y no conoce a mucha gente...

—Anda, ve con esa pelirroja —Eric casi me echó del altar— y haz que se sienta cómoda.

Riéndome por su mandato, caminé de vuelta hasta donde esperaba mi progenitora y la chica de pecas incontables. Esta última ya me estaba mirando y le volví a dedicar otro guiño de ojo, haciendo que se sonrojara. Me senté en la silla que había a su lado y esperé pacientemente hasta que la ceremonia comenzara. Me fijé en Naima, estaba sentada elegantemente sobre la silla, con una pierna encima de la otra, dándole una pose educada pero sensual que me hizo apretar los puños. Su pierna desnuda estaba a mi alcance y tuve que hacer de tripas corazón para no posar mi mano sobre su blanca piel.

—¿Todo bien? —ella me preguntó entonces.

La miré fijamente, temiendo que se hubiera dado cuenta de que literalmente quería lanzarme sobre ella y besarla. Sin embargo, su mirada se desvió hasta mis dos mejores amigos y supe que me estaba preguntando sobre mi charla con ellos, ya que aún tenía los puños apretados y supongo que para ella había sido un gesto evidente de que algo había ido mal.

Le dediqué una media sonrisa para tranquilizarla.

—Sí —respondí—. ¿Tú cómo estás? ¿Mi madre ya te ha provocado dolor de cabeza?

Ella negó con la cabeza, divertida.

—No, ella es muy agradable.

Mientras asentía para darle la razón, una melodía ceremonial dio paso a Carina con su vestido blanco de camino al altar. La observé, recordando el momento exacto en el que nos conocimos en clase de arte hace más de siete años. Días después, le presenté a mi mejor amigo Federico. Al parecer, se cayeron bien al instante, aunque aquello fue más amor a primera vista que otra cosa.

El sacerdote empezó a hablar y me acomodé en la silla despreocupado, hasta que vi como Naima fruncía el ceño todo el tiempo. Pensando en el por qué de sus muecas, me di cuenta de que el cura estaba hablando obviamente en italiano y que la pelirroja no entendía absolutamente nada. Divertido, esperé hasta que el sacerdote pronunciara las palabras más importantes. Entonces, mi cuerpo se inclinó un poco y mi boca quedó a la altura de su oreja derecha.

Y entonces empecé a susurrarle solo a ella.

—¿Aceptas a esta mujer como tu legítima esposa, para amarla y respetarla, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte os separe? —dije, traduciendo cada palabra del cura mientras él iba hablando.

La cara de Naima se giró hacia mí, hasta que estuvimos frente a frente y casi pude contar los milímetros que nos separaban. Mi mejor amigo respondió a la pregunta, y sonriendo traduje.

—Sí quiero —aseguré.

A Naima se le cortó la respiración.

—¿Y tú? —seguí traduciendo mientras oía al pastor hablar—. ¿Aceptas a este hombre como tu legítimo esposo, para amarlo y respetarlo, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte os separe?

Nuestras miradas unidas sin despegarse y entonces, sentí como si ambos no oyéramos nada más. La pregunta quedó en el aire y me di cuenta que esperaba más la respuesta de la pelirroja que de la propia novia en el altar. Aquello se había vuelto una escena extraña, dado que no sabia si la pregunta que le había hecho era para traducir o simplemente para escuchar lo que ella tenía que decir. Parecía que aquello había tomado un segundo sentido, no solo para los novios, sino también para nosotros.

Y yo había dicho que sí.

Pero... ¿Y ella?

Esperé unos segundos que para mí fueron eternos, ella no respondió, solo esperó a que tradujera algo más. Así que cuando escuché de nuevo al sacerdote, hablé firmemente.

—Ya puedes besar a la novia.

Y la gente explotó en aplausos y gritos cuando supuse que la recién pareja se estaban besando. Sin embargo, Naima y yo ni nos inmutamos. Solo nos quedamos ahí, observándonos mutuamente. Su mirada verdosa bajó hasta mi boca y yo no me pude contener hasta mirar la suya también. Mi cuerpo se terminó de acercar a ella, hasta que nuestras frentes se pegaron y entonces, esperé. Quizás para impacientarla o para torturarme a mí mismo a la tentación que era tenerla tan cerca.

Y sin poder más, mis labios se rozaron con los suyos. Solo un momento, solo un instante, pero aquello me provocó una electricidad fuera de sí. Un suspiró placentero salió de la boca de Naima, como cuando bebes agua después de estar horas completamente seco.

Como algo necesario, como algo que anhelas.

Tragué saliva, dispuesto a hablar.

—Tan solo me vale rozar tus labios para que me quites la cordura, Naima.

Y entonces me aparté. Porque el beso que me estaba muriendo por darle no se realizaría ahí, porque no era el momento, porque no era el lugar.

[...]

La carpa donde se celebraba la fiesta después de la ceremonia estaba justo enfrente de la Fontana Di Trevi, estar allí era algo mágico. Un manto negro ya había cubierto el cielo de Roma y hacía que las luces de la fiesta se notasen todavía más. La increíble decoración del lugar me dejó abrumado; del techo colgaban lámparas de cristal, había mesas con velas doradas, muchas flores de color morado, comida a montones, una tarta enorme de siete pisos, un pequeño escenario, pista de baile y mesa con regalos.

Cuando los recién casados llegaron, todos empezaron a bailar. Mi mirada se desvió hasta Naima, que estaba en una de las esquinas de la carpa hablando con mi madre y fingiendo desinterés cuando la había pillado más de dos veces mirarme a escondidas. Cuando estuve mentalmente listo para lo que iba a hacer a continuación, lo llevé a cabo.

Me acerqué sin prisa hasta donde estaba la chica de pecas incontables. Una vez allí, tendí mi mano con caballerosidad y pronuncié claramente:

—¿Quieres bailar?




Trajes de Nacor y Naima:

¿Qué os parecen?

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Capítulo 41.
Estoy demasiado emocionada con este capítulo, ha sido difícil y a la vez fácil de escribir. Nacor le tradujo la ceremonia a Naima, casi hubo beso y... ¡Van a bailar juntos! ¿dónde están esas lectoras FANGIRLEANDO?
Pósdata: El beso real viene pronto, de verdad, prepararos.
¡MUCHÍSIMAS GRACIAS a todas esas personas que participaron en la elección de los outfits de #Naicor!
Os quiero, de verdad.
¡Hasta la próxima! ♡

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