40 | ¿Una foto juntos?
Capítulo 40 : “¿Una foto juntos?”
Naima Stone.
Ni siquiera las tres horas que pasé dentro de un coche junto a Nacor, fueron tan emocionantes como el ver la Torre de Pisa justo frente a mis narices. Aquella torre era enorme y preciosa a la vista. Jamás había imaginado que una foto podía cambiar tanto que verlo allí, en vivo y en directo. Tenía una enorme sonrisa en mi cara mientras observaba aquel monumento, sin embargo, me puse a pensar qué es lo que estaría haciendo el rubio a mis espaldas.
Cuando me giré a buscarlo, este estaba parado justo detrás de mí, con sus manos dentro de los bolsillos delanteros de su pantalón, mostrándose despreocupado. Su mirada estaba fija en mi cara y entonces me reí.
Se le veía aburrido.
—¿Has estado aquí muchas veces, no es así? —pregunté.
—Bastantes —admitió.
—¿Pero cuántas veces has hecho de guía turístico? —levanté una ceja.
El rubio sacó su mano izquierda del pantalón y luego el dedo índice, respondiendo a mi pregunta que solo lo había hecho una vez. Seguí hablando.
—Se nota —dije burlona—. Los guías turísticos cuentan datos curiosos de los monumentos, tú no.
—He conducido más de tres horas para que estuvieras aquí, ¿eso no te vale? —cuestionó riendo.
—Vamos —reté divertida—, a ver si sabes decirme algo sobre la Torre de Pisa.
El chico rodó sus increíbles ojos azules. Sabía que podía hacerlo, en el Museo Vaticano me había hablado de la escultura de Paolina Borghese, deleitándome los oídos.
—Está bien —dijo acercándose hasta estar a mi lado, cuando ambos miramos la Torre, él comenzó a hablar—. Tiene una altura de cincuenta y cinco metros, pesa catorce mil toneladas y sólo tiene cuatro grados de inclinación hacia el sur.
Abrí los ojos sorprendida, él me miró.
—No te sorprendas, nos obligaban a aprenderlo en el colegio —me informó.
—Nacor Hardin Hudson —lo llamé por su nombre completo—. Eres experto arruinando momentos.
El nombrado se encogió de hombros.
—¿Puedes sacarme una foto? —le pedí algo sonrojada, dándole mi móvil.
—Claro —me respondió abriendo la cámara y enfocándome.
Posé frente a la Torre de Pisa y sonreí lo más que pude. Cuando Nacor terminó de hacer la foto, pensé que me devolvería el teléfono, sin embargo, hizo todo lo contrario. Visualicé como llamaba la atención de una chica que pasada por su lado, le dijo algo en italiano que de nuevo no supe entender. Después, la chica asintió agarrando mi móvil y cuando vi como el rubio se acercaba a mí, me quedé paralizada.
¿Él había pedido que nos hicieran una foto juntos?
—A ver como sonríes, pelirroja —me dijo observándome.
Mi mirada se alzó para mirarlo, su brazo había rodeado mis hombros, acercándome a él. Nuestros costados pegados, nuestras caras a escasos centímetros. Ambos nos mirábamos fijamente, fue una mirada intensa que me provocó mariposas en el estómago. Me las ingenié para sonreír porque sabia que la chica nos estaba tomando la foto, pero solo había un pensamiento en mi cabeza repitiéndose constantemente.
Bésame, bésame, bésame.
—È già. [Ya está] —habló la chica con una sonrisa.
Y entonces el rubio se separó de mí, mientras yo lamentaba su lejanía. Agradeció a la fotógrafa y luego empezó a hacer algo en mi móvil que desconocí por completo, supongo que el chico estaría pasándose la foto a su teléfono o algo así. El chico al notar mi mirada sobre él, sin saber qué más hacer, decidió decir algo, como para romper el hielo por el momento tan extraño que habíamos tenido hacia un escaso segundo.
Y sí, hacernos una foto juntos era bastante raro.
—Sonríes muy bien, Naima —comentó.
—Me sorprende que tú sepas sonreír, siempre estás tan serio...
—Sé sonreír —dijo obviamente.
—Entonces deberías hacerlo más a menudo —aconsejé.
Y se lo decía muy enserio, el idiota tenía los dientes más perfectos que había visto en toda mi vida. Le pediría sonreír todo el tiempo si pudiera, pero se cansaría. Lo miré atentamente mientras llevaba su mano a su nuca para rascarse y con la otra me devolvía el teléfono. Parecía nervioso de repente.
—Tengo hambre, ¿vamos a comer algo? —preguntó.
—Sí, por favor —asentí.
Mi estómago empezaría a rugir como de costumbre si no le metía algo de inmediato. De vuelta en el coche con Nacor —no sin antes hacerle como mil fotos a la Torre de Pisa y despedirme de ella—, me llevó por las preciosas calles italianas sin saber a dónde nos dirigíamos. Aquello era maravilloso. Para algunas personas, estar en una ciudad desconocida con una persona que apenas conoces ni de medio año, podría ser caótico. Pero yo me sentía tan bien, que ni siquiera sabría como definirlo.
—Espero que te guste —dijo el rubio tras unos minutos.
Cuando alcé la mirada, visualicé una hamburguesería ambientada en los años 80’ que me hizo particularmente gracia. Adoraba esos bares, cafeterías o restaurantes que me hacían sentir como en la película de Regreso al futuro. Bajé del coche con una sonrisa y cuando el ojiazul llegó a mi lado, ambos entramos.
Pero de repente unos gritos de mujer me hicieron pegar tal salto, que sin querer me eché hacia atrás y casi tropiezo cayendo al suelo. Sin embargo, el brazo de Nacor estuvo presente en mi espalda para impedir que eso sucediese.
—Te tengo, tranquila —me susurró en el oído.
Mi corazón palpitó más fuerte.
—¡Nacor! —siguieron gritando más personas.
Cuando el italiano se aseguró de que me estabilicé, enfrentó a la persona que lo llamaba. Segundos después, descubrí que un par de cocineras de mediana edad, abrazaban a mi acompañante. Mientras, mi mirada se dirigió a un chico tras el mostrador, este observaba a Nacor sonriente, pero sin evadir su sorpresa. Me hizo reír el bigote que poseía, tenía unas curvas y dos puntas que apuntaban una a la izquierda y otra a la derecha.
—¡Il mio miglior cliente è finalmente tornato! [¡Mi mejor cliente finalmente ha vuelto!] —dijo emocionado.
—Vengo solo per una settimana, Fenix. [Sólo vengo por una semana, Fenix] —Nacor dijo.
Yo no entendía nada.
—Sei venuto per presentarci la tua ragazza? [¿Viniste a presentarnos a tu novia?] —volvió a hablar el chico tras el mostrador.
Y absolutamente todos me miraron a mí. Me sentí tan expuesta, que me faltó poco para salir corriendo fuera de allí. Suponía que habían dicho algo que me incumbía, pero no sabia el qué. Una de las camareras dejó de abrazar al rubio y se acercó a mí con una sonrisa radiante.
—Sei una ragazza molto fortunata, signorina. [Eres una chica muy afortunada, señorita] —me dijo guiñándome un ojo.
No sabia que mierda decir, pero Nacor pareció saltar a mi rescate.
—La stai facendo sentire a disagio, Fiorella. [La estás haciendo sentir incómoda, Fiorella]
La mujer pareció sentir culpabilidad.
—Oh! Perdonami, bella. [¡Oh! Perdóname, linda] —se lamentó.
—Siamo venuti solo per mangiare qualcosa. [Solo vinimos a comer algo] —Nacor volvió a hablar—. Quindi, Felix, sai cosa fare. [Así que Felix, ya sabes qué hacer]
Las cocineras volvieron a su sitio y mi acompañante se acercó a mí, su mirada fue justamente a mis labios y se acercó tanto que casi pensé que iba a besarme ahí mismo. Sin embargo, solo se acercó para susurrarme algo.
—Fenix hace las mejores hamburguesas italianas, te encantarán.
—Estupendo —respondí.
Su cercanía me ponía nerviosa.
Cuando nos dieron nuestras hamburguesas —junto a la bebida y las patatas fritas—, caminamos por el local en busca de un asiento. Descubrimos un lugar perfecto en una esquina del local, había una mesa y a sus lados dos sillones azules, haciendo que Nacor y yo quedáramos uno frente al otro. Me acomodé mientras miraba mi hamburguesa, tenía muy buena pinta.
—Te hubiera llevado a otro restaurante pero créeme, en la boda de mañana acabarás harta de tanta comida italiana —él se carcajeó —Y una hamburguesa siempre apetece.
—Estoy de acuerdo —asentí comiendo una patata—. ¿De quién es la boda? ¿Ese tal Federico es un primo tuyo o algo así?
—Uno de mis mejores amigos —me respondió.
No sé por qué, pero hice una mueca.
—Debió ser duro para ti alejarte de ellos —comenté distraídamente.
—Lo fue, pero Kaden y John hicieron que el dolor fuera ameno —admitió.
Como el ambiente se estaba poniendo un poco nostálgico, decidí cambiar de tema y hablar sobre algo verdaderamente importante.
—¿Puedes enseñarme algo de italiano? —casi le rogué—. Es frustrante no entender a la gente.
—Que yo te enseñe algo en cinco minutos, no te hará entendernos, Naima.
—Bueno, por algo se empieza —seguí insistiendo.
Nacor dejó de prestar atención a su hamburguesa y levantó la mirada para observarme a mí. Uno de sus mechones rubios le caían por la frente pero no pareció importarle en ese momento. Sus ojos azules estuvieron un buen rato en mis verdes, analizándome, seguramente pensando en lo que podría enseñarme. Instantes después, su mirada se desvió de mis pupilas, para empezar a observarme las mejillas.
—Repite conmigo —ordenó—. Amo le mie lentiggini. [Amo mis pecas]
—Amo le mie lentigginni —obedecí a su orden.
El italiano sonrió de oreja a oreja y me deleité por unos segundos, hasta que quise saber lo que había dicho.
—¿Qué acabo de decir? —cuestioné con algo de miedo.
—Que te encantan tus pecas —respondió contento.
Me sonrojé inmediatamente.
—¿Qué tienes con las pecas? —quise saber.
—Me parecen especiales —admitió.
—Y a mí insignificantes. Es curioso como las personas pueden tener diferentes tipos de opinión —dije pensándolo.
Nacor se quedó momentáneamente en silencio, temí que hiciera como la otra noche en la que se levantó de la silla del balcón y se fue sin decir nada, tardando tanto que hasta me quedé dormida. Sin embargo, el chico no se inmutó y para mi bien, volvió a hablar.
—La Torre de Pisa no es lo único que quiero que veas hoy —dijo entonces.
—¿Qué más lugares quieres enseñarme? —quise saber.
—Algo que no es turístico, pero que siempre que estoy aquí intento visitar —carraspeó—, y quiero que lo veas conmigo.
Sonreí.
—Entonces vamos a verlo.
[...]
Estaba nerviosa. Ya hacía aproximadamente cinco minutos que nos habíamos alejado un poco de la ciudad, el coche no paraba de moverse y yo cada vez me estaba preguntando con más ansiedad dónde era el lugar al que me llevaba el italiano. Dos minutos después, Nacor giró el volante y aparcó enfrente de algo que jamás pensé que visitaría con él.
El cementerio.
Me puse algo tensa, pero no dejé que aquello me afectara. Cuando bajamos del coche en silencio, mi cabeza empezó a dar vueltas rápidamente pensando que quizás la tumba de Ray estaría allí, y que por eso Nacor quería ir conmigo y enseñármelo. Por un momento el pecho se me llenó de alegría al pensar en aquello, que me enseñara algo tan importante para él, suponía que también me hacía importante a mí.
Sin embargo, cuando el rubio frenó en una lápida grisácea con un nombre totalmente desconocido para mí, me replanteé mis pensamientos.
Naldo Hudson.
1999 - 2009
Me quedé totalmente callada sin saber qué decir. Nacor no apartaba los ojos de aquel nombre y yo solo esperaba a que él dijese algo. Pero le dejé su tiempo, su espacio. Entendía que hacía mucho tiempo que no visitaba aquel lugar, aquella tumba.
—Sé que no es un lugar bonito —declaró en un susurro—, pero quería terminar por contártelo todo.
Un escalofrío me recorrió la espina dorsal.
—¿Quién era? —pregunté, curiosa mirando la lápida.
—Mi hermano —respondió.
Me quedé estática, ¿Sam no había sido su única hermana?
—Mi madre quiso llamarlo Naldo —comentó—, significa fuerte, fuerza —explicó—. Los médicos dijeron que tenía que abortarlo porque no sabían si sobreviviría, al parecer el parto se complicó. Pero mi hermano luchó por su vida, fue fuerte en todo momento.
Lo escuchaba mientras permanecía muda, sonaba a una historia trágica.
—Nació alegrándonos a todos —sonrió melancólico—. Era muy ocurrente, siempre se imaginaba locuras y muchas aventuras. Éramos él y yo, porque Sam era demasiado mayor para jugar con nosotros —mencionó—. La diversión personificada, siempre sabia qué hacer, siempre sabia cómo pasarlo bien.
Pero de repente su rostro se convirtió en tristeza, intrigándome a más no poder sobre la respuesta de su muerte. La vida de su hermano parecía haber sido feliz, con salud y bienestar a pesar del difícil parto de su madre. Entonces, ¿qué es lo que había pasado para que aquello se hubiera arruinado de aquella manera? No pude evitar preguntar lo que en mi cabeza no dejaba de repetirse.
—¿Qué le pasó?
Nacor tomó una larga bocanada de aire antes de responder, directo, pero con muchísimo dolor en su timbre de voz.
—Yo lo maté.
Su mirada se unió a la mía y entonces no supe lo que estaba pasando. No sabía si había oído mal, no sabía que cara tenía en ese momento, ni si lo que estaba viviendo era real. Mi mente me gritó que aquello era una pesadilla, negándome a aceptar que Nacor hubiera hecho algo así. Pero al ver como los ojos del rubio empezaban a cristalizarse, entendí que aquello estaba pasando de verdad.
—Mi padre quiso entrenarnos desde pequeños —siguió hablando—, quería que fuéramos boxeadores como él. Pero Naldo y yo teníamos opiniones tan diferentes sobre el boxeo... —recordó y yo entendí por qué en la hamburguesería me había mirado fijamente al decir lo de la diferencia de opiniones—. Él quería ser aventurero, porque odiaba las peleas.
Tragué saliva.
—Pero mi padre no toleraba que Naldo quisiese ser otra cosa, él quería que los dos siguiéramos dejando huella. Así que nos entrenó durante semanas, aún con las constantes quejas de mi hermano.
Quería llegar ya al final de aquella historia.
—Un día, nos preparó un combate —me contó—. Ambos nos subimos al ring y mi padre dio la señal para empezar a pelearnos. Naldo decía que no era fuerte para aquello, pero mi padre le gritaba una y otra vez que se defendiera. Éramos unos críos, ninguno quería decepcionarlo así que intentamos enorgullecerlo.
Estaba a poco de comerme las uñas.
—Entonces, yo fui el primero en darle un golpe en el estómago —explicó—. Él rápidamente se defendió propinándome a mí un golpe en las costillas, creí que él seguiría defendiéndose, cubriéndose de mis ataques. Pero fue cuando le di un golpe en la cabeza...
Un silencio nos inundó a ambos.
—Cayó al suelo, inconsciente, sin conocimiento —le tembló la voz—. Mi padre corrió hacia él y yo me quedé quieto, empezando a sentir la culpabilidad —recordó con tristeza—. Cuando llegó la ambulancia y se lo llevaron, ni siquiera llegó con vida al hospital —me informó en un murmuro.
Lo miré, con las manos tapando mi boca por el shock.
—Murió, murió haciendo algo que no le gustaba, algo que no quería hacer —empezaron a caerle lágrimas y mi corazón se encogió entonces—. Yo fui el culpable —sollozó—. Si no le hubiera golpeado quizás aún seguiría con vida.
Y entonces sin poder evitarlo, me acerqué a él y acogí su cuerpo entre mis brazos, abrazándolo, sin poder verlo llorar. Prefería mil veces verlo serio, borde y haciendo bromas que en ese estado. Porque dándome cuenta, el rubio se había ganado una parte de mí y una profunda agonía me inundó al saber que él había sufrido tanto. Que no tuvo una infancia feliz, una que se mereciera verdaderamente.
Y cuando su cabeza se metió en el hueco de entre mi hombro y cuello para llorar libremente, lo supe, jamás abandonaría a aquel chico.
Porque intentaría hacerle feliz hasta que mis fuerzas se agotasen.
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Capítulo 40.
Sí, lo sé. Esa no se la esperaban. ¿Qué les ha parecido?
Este capítulo fue algo triste, ¡PERO EN EL PRÓXIMO SALDRÁ LA BODA!
¿Cómo quieren que Nacor y Naima vayan vestidos? Comentar aquí abajo y veré que comentario me gusta más.
Votar mucho muchísimo, darme amor. (Estoy a falta de cariño, lol)
¡Os quiero!
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