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34 | Buenos días pelirroja.

Capítulo 34 : “Buenos días pelirroja.”

Naima Stone.

Juro que si mi mandíbula no estuviera encajada a mi cuerpo, ésta hubiera caído al suelo sin ningún problema. Estar sorprendida era uno de los tantos sentimientos que me abrumaron por completo cuando soltó aquellas palabras. Estaba perpleja por el hecho de que se hubiese atrevido a decirme tal cosa, pero es que además, a proponerme algo tan personal. Viajar con él, los dos solos a su ciudad natal, era algo personal e íntimo que no sabía si estaba preparada para hacer.

Significa que quiero que vengas a Italia conmigo, Naima”.

Sus palabras repitiéndose una y otra vez en mi mente, mi corazón acelerado y mi cabeza sólo gritándome una cosa.

Dile que sí.

—¿Qué? —logré decir tras unos segundos.

Nacor no se separó ni un milímetro de mí.

—Una semana es suficiente para ir y volver —explicó—. No solo te he contado toda mi vida, sino que también quiero enseñártela. En Italia está toda mi infancia y parte de mi adolescencia. Quiero que veas lo bonito que puede ser Roma, y que en el desastre siempre queda algo especial.

No tenía palabras, pero intenté hablar.

—Nacor, ¿estás seguro? —quise saber—. Hace unos minutos has dicho que no pisas Italia desde hace mucho tiempo, ¿y ahora quieres ir?

—Lo sé —asintió con su intensa mirada en la mía—, pero no quería volver solo. Quiero volver acompañado, contigo a mi lado.

La perplejidad no me cabía en el cuerpo.

—¿Por qué? —no pude evitar preguntar.

Una sonrisa se deslizó por sus preciosos labios.

—Supongo que la idea de que intentes aprender mi idioma, me obligue a llevarte donde realmente se habla.

Fruncí el ceño.

—¿Por qué me da la sensación de que esa no es la verdadera excusa por la que me quieres llevar allí?

—Porque haces bien en desconfiar —respondió en una carcajada.

Su mano volvió a agarrar la mía por tercera vez en la noche y entrelazó nuestros dedos con una delicadeza que me abrumó por completo. La calidez de sus palabras junto a su fija mirada y la suavidad de su mano, me hizo sentirme completa por un segundo. Aquello se sentía bien y pedí a gritos internamente que aquella sensación no acabara.

—Quiero que vengas conmigo —pidió en un susurro—. Déjame enseñarte Italia.

Su boca peligrosamente cerca de la mía.

Y cuando estuve a punto de contestar, me puse tan nerviosa, que di un manotazo sin querer a un vaso de naranja que justamente había a mi lado izquierdo. No sé como pasó, pero fue como si el hecho de volver a besarlo me pusiera jodidamente ansiosa. Sus besos me gustaban demasiado. Pero si el derrame del líquido era lo peor que podía pasar para arruinar el momento, estaba equivocada. El zumo salpicó en la camiseta blanca de Nacor, haciendo que ésta se empapara.

Ahora tendría que quitársela.

Dios, ayúdame a no tener pensamientos indecentes. Rogué sabiendo que seria imposible.

—Lo siento —me disculpé.

—No te preocupes —dijo alejándose de mí—, iré a por otra camiseta limpia.

Asentí lamentando su distancia y entonces mientras se iba, observé como agarraba el borde de la camiseta mojada y se la quitaba por la cabeza. Su espalda fue totalmente descubierta para mí y entonces lo volví a ver. Ese hueco en blanco sin tatuar que había visto el día de las ferias. Me sonaba tan extraño que practicamente todo el cuerpo del rubio estuviera tatuado sin esa parte de la espalda, que no me pude resistir a preguntar sobre ello cuando volvió a mi lado.

—¿Puedo preguntarte algo? —dije antes.

—Claro —me prestó atención.

—¿Por qué tienes un hueco sin tatuar en medio de la espalda?

Nacor alzó las cejas, como sorprendido de que le hiciera esa pregunta o de que hubiera sido capaz de darme cuenta de ese detalle. Y entonces quise decirle que era imposible no fijarse en eso, era bastante notorio ese espacio en blanco. Como en una hoja de papel y miles de garabatos por todas partes, menos en una zona en concreto.

Y él, procedió a responder la pregunta sin ningún problema.

—Empecé a hacerme tatuajes a los dieciséis años, después del primero fue un no parar —explicó acercándose a mí—. No me arrepiento de ninguno, pero siento que me he tatuado cosas sin sentido, salvo uno o quizás tres. Así que guardo esa zona para tatuarme algo especial, para algo que me haya marcado de verdad.

Asentí comprendiéndolo.

—Yo todavía no tengo ningún tatuaje —quise informarle —. Me dan miedo las agujas.

—Quizás algún día seas lo suficientemente valiente para enfrentarte a ese miedo —me observó con una media sonrisa.

—¿Te dolieron? —eché un vistazo por los tatuajes de sus brazos.

—Algunos más que otros.

—¿Cuándo sabrás que algo ha sido lo suficientemente especial para ti como para tatuártelo en esa zona? —me referí de nuevo a su espalda.

—En realidad ya lo sé —admitió— pero quiero esperar al momento idóneo para tatuármelo.

Y entonces deseé saber qué era eso tan especial que había logrado hacerse un hueco en la vida del rubio, qué era tan especial para que él decidiera tatuárselo en la espalda. Pero decidí no preguntar sobre eso, no saber qué es lo que iba a ser. Porque deducía de alguna manera, que tarde o temprano iba a verlo por mí misma. Y aquello quisiera o no, lo estaba deseando más que nada. Él ya me había contado sus secretos y ver ese nuevo tatuaje, seria como la guinda del pastel para depositar en mí toda su confianza.

—Espero que ese tatuaje tenga el sentido que no tienen los otros —le sonreí.

—Créeme, tiene todo lo que necesito saber —respondió.

[...]

Estaba increíblemente cómoda en un sitio que no recordaba, lo cuál era bastante raro. Normalmente te acuerdas en el lugar en el que te vas a dormir, en el que vas a pasar la noche. En todo caso, aquello no era lo importante, sino que estaba sintiendo una pesada mirada de alguien sobre mí. Gracias a Dios, casi nunca tenía esa sensación y es que era terrorífico pensar que alguien te está mirando mientras duermes. En todo caso, si eso no fuera lo suficientemente extraño, también estaba sintiendo como esa misma persona, me daba ligeros pero notables toques en mi mejilla con su dedo.

Frunciendo el ceño, me obligué a abrir los ojos por muy cómoda que estuviera durmiendo.

Entonces, un par de ojos mieles estaban prácticamente a medio metro de distancia de mi cara. Su dedo índice estaba a la altura de mi nariz y entonces paró en seco al verme despertar. Instantes después, procedió a pegar gritos.

—¡Nacor! —se hizo oír—. ¡No está muerta! ¡Me debes cinco pavos!

Fue entonces cuando escuché su risa a lo lejos, su melodiosa risa.

—¡Lizzy! —exclamó llamándola—. ¿La has despertado?

—Ella lo hizo sola —mintió la pequeña.

Como para no notar sus toquecitos en mi cara, pensé.

Me incorporé, sabiendo por fin ese sitio en el que había pasado la noche. Y sí, había pasado la noche en la casa del rubio. Volviendo al caso, tenía una manta cubriendo mi cuerpo y una almohada bajo mi cabeza. Miré entonces, descubriendo que estaba ni más ni menos que en el sofá del salón de Nacor y aunque eso sonara de lo más incómodo del mundo, lo cierto es que aquel sofá, era más cómodo que mi cama.

El chándal y la camiseta blanca seguían intactos en mi cuerpo.

—¿Así que apostáis para que me muera? —cuestioné a la niña.

Lizzy me observó.

—¡Él dijo que habías muerto! —gritó con un puchero—. Esa fue su explicación a mi pregunta del por qué estabas tan quieta. Yo le dije que aún no eras viejita para morir y él quiso apostar dinero.

—Gracias por preocuparte, Lizzy —le sonreí.

—También te traje el desayuno —avisó, sacando de su espalda un donut algo derretido y un café.

Era tan tierna.

—¿Pudiste visitar el mariposario? —pregunté, recordando el regalo que le hice para su ascenso.

—Otra vez no —escuché a Nacor lamentarse en alguna parte.

Y no lo entendí, hasta que Lizzy practicamente pareció un coche de carreras de tan acelerado que habló. Abrió la boca y empezó a parlotear tan deprisa que apenas podía entenderla bien.

—¡Oh sí! —gritó—. ¡Fue el mejor día de mi vida! Vimos un montón de mariposas de todos los colores, había unas moradas que me gustaron mucho ¡y una azul se me posó en la nariz! —se carcajeó ella sola—. Dos de la tropa corrieron detrás de una y yo estuve sacando fotos a una de color rojo. ¡Estuvimos allí seis horas! Y después quise llevarme a casa una pequeñita, pero no me dejaron. ¡Había mariposas bebés! ¿Y sabes qué? Allí tienen un...

—Bueno, ya está bien —Nacor apareció en escena interrumpiéndola—. Anda, ve a preparar unas tostadas.

Y pareciendo no importarle la interrupción, la pequeña aún con el brillo en los ojos por haberme contado su experiencia, se fue corriendo hasta la cocina, dejándonos a Nacor y a mí a solas. Ahora entendía definitivamente el por qué el rubio se lamentó, y es que suponía que la niña había estado parloteando toda la mañana sobre su visita al mariposario.

Tenía sentido.

Mientras él se sentaba en otro sofá enfrente de mi, me permití observar que tenía prácticamente el mismo outfit que el mío, pero en él quedaba extrañamente más sexi. En aquél momento no supe diferenciar si le quedaban mejor las camisetas blancas o negras.

Cuando sus ojos conectaron con los míos, no pude evitar tragar saliva.

—Buenos días pelirroja —dijo con voz aterciopelada.

La conversación de anoche viniéndome a la cabeza de inmediato. Pero sus ojos azules me hicieron volver a la realidad, junto a su ceño fruncido por el hecho de que no le estaba contestando al saludo mañanero. Y es que estaba tan atontada observándolo, que no me di cuenta de que tenía que contestar, hasta que una voz interna me gritó que lo hiciera.

—Hola —dije avergonzada—. Siento haberme quedado dormida anoche.

—No te disculpes, después de la pizza a mí también me entró sueño.

Y sí, la pizza que hice anoche fue totalmente comestible.

Reí entonces, divertida.

—Me alegra no haberte intoxicado —dije satisfecha.

—Se agradece seguir vivo —dijo con la mirada fija en mí—. Así podré seguir deslumbrándome con tu belleza.

Tragué saliva, sintiéndome jodidamente sonrojada.

—¿Cómo te has atrevido a decirle a la pequeña que estaba muerta? —cuestioné cambiando de tema, porque era raro recibir un piropo.

Él, soltó una carcajada que me embobó por un segundo.

—Lo siento, intentaba tocar mi tostadora y no supe como distraerla.

—¿Por qué no quieres que toque la tostadora? —quise saber.

—Porque ya me ha roto cuatro electrodomésticos, no quiero uno más —sonrió a medias.

Abrí los ojos como platos y él sólo asintió a mi perplejidad. Cuando nos quedamos sin temas de conversación —básicamente porque nos estábamos mirando fijamente el uno al otro—, me volví a sonrojar sintiendo mis mejillas jodidamente calientes. Su mirada azul era de lo más intensa y única.

—Debería irme —avisé—, William dijo que me llevaría a comer fuera.

—Claro, te llevaré a casa cuando termines de comerte ese donut derretido —señaló mi mano, la cuál ya estaba manchada de chocolate por esa causa.

Cuando estuve a punto de hablar, escuchamos una dulce voz.

—¡Nacor! ¡Naima! —nos llamó—. ¿Cómo se arregla una tostadora?

Y entonces ambos reímos, sin poder evitarlo.

[...]

Me senté en una silla frente a mi hermano William, me había llevado a una hamburguesería para comer y lo cierto es que agradecía que lo hubiera hecho, porque tenía que contarle varias cosas. Había pedido una hamburguesa completa, pero había ordenado que le quitaran el tómate y la cebolla frita. Cuando ésta estuvo frente a mis narices, mi hermano habló llamando mi atención.

—Parece que estás mejor de la pierna —comentó.

—Sí —sonreí falsamente.

Le mentiste, me recordó mi conciencia.

—Puede que nuestros padres se tragaran esa trola de que te tropezaste con Estrellita, pero yo no soy ellos Naima.

Tragué saliva, me había pillado.

—Por favor, no me hagas hablar —rogué.

Éste levantó las manos, dando a entender que no haría eso, que no me presionaría para que le contara la verdad de la situación. Suspiré aliviada y empecé a comer mi sabrosa hamburguesa mientras él seguía hablando.

—Sea lo que sea, supongo que no quieres preocuparme —me miró—. Pero quiero que sepas, que ocultándomelo haces totalmente lo contrario.

Quise darme una palmada en la frente.

—William estoy bien, lo juro —le aseguré.

—De acuerdo —dejó de insistir.

Y suspiré aliviada mientras cambiaba de tema.

—¿Recuerdas a Elliot? —pregunté—. ¿El chico que vi en las ferias?

—Sí, el moreno —asintió.

—Pues necesito que seas su nuevo compañero de trabajo.

—¿Qué? —frunció el ceño—. ¿Por qué?

—Porque tienes que cubrir mis turnos.

Mi hermano frunció más el ceño si es que aquello fuera posible.

—¿Desde cuando trabajas con él? —quiso saber.

—Desde hace un par de semanas —dije sin darle importancia.

—¿Y por qué no puedes trabajar tú?

—Porque me voy de viaje a Italia con Nacor.




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Capítulo 34.
¡Se viene viaje a Italia lectores!
¿Cómo estáis? ¿Contentos? ¿Emocionados? En Italia van a pasar muchas cosas, así que es mejor irnos preparando.
NOTICIA: Al parecer se ha escogido el nombre de este fandom, y es: "Nacorianas" realmente me gusta y me hace reír al mismo tiempo.
Si no me sigues aquí en wattpad, sólo dale click aquí y empieza a hacerlo! 》》》NazarethLeon
¡Hasta la próxima!
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