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33 | Siempre Pepperoni.

Capítulo 33 : “Siempre Pepperoni.”

Maratón [2/2]

Nacor Hudson.

Me encantó ver las diferentes expresiones que pasaron por el rostro de la pelirroja al terminar de decir aquellas palabras. Era muy consciente de la intensidad que mis palabras habían sido para ella y es que, no podía permitir que la hicieran daño otra vez, no por mi culpa. Su cara pasó de la comprensión a la sorpresa, y de la sorpresa a la vergüenza. Sus mejillas se tiñeron de un rojo fuerte casi idéntico al de su pelo.

—¡Eso es una injusticia! —exclamó entonces.

Me hizo sonreír su enfado.

—No me lo digas a mí —me encogí de hombros.

—¿Acaso no pudiste rechazar ese reto bebiendo un chupito? —cuestionó.

—Aquello era mucho más serio, Naima —contesté—. Beber un chupito no hubiera impedido que Jacob no hiciera daño a las personas que más me importan.

La miré fijamente, pero ella no se dio cuenta.

—No te lo mereces —susurró.

—Nadie merecemos las desgracias que nos pasan —susurré también.

Y entonces los dos nos mantuvimos en silencio, sabiendo a lo que me refería con las últimas palabras. Lo que Edward había dicho en la discoteca respecto a Naima me había dejado congelado, pensando. Ella no se merecía la desgracia que había sufrido con su familia y aunque no quería presionarla, quería saberlo todo. Pensar en ella lamentándose por la vida que había tenido me hacía sentir impotencia.

—Supongo que los dos teníamos muchos secretos que contar —dijo, mirando sus converse.

Mis manos sin previo aviso, agarraron las suyas, acariciándolas. Sus ojos verdes me observaron, pero ésta vez no había perplejidad en su mirada, sino que parecía a gusto, cómoda de que lo hiciera. La miré casi embelesado, casi pudiendo contar de una vez cuantas eran las pecas que tenía distribuidas por su cara. Lo que sí me pareció ver, fue preocupación.

Y entonces quise tranquilizarla.

—No te sientas presionada a contarme algo que no quieres.

—Pero quiero hacerlo —dijo segura—. Tú has confiado en mí y yo quiero confiar en ti.

—Sólo cuando tú estés lista —animé.

Naima asintió y supe que iba a contarme todo dado que tomó varias respiraciones profundas, como preparándose mentalmente. Mis manos aún acariciaban las suyas y no estaba dispuesto a soltarlas en ningún momento. Ya me había fastidiado bastante soltar su mano al bajar del coche, no quería hacerlo ahora otra vez.

—Mi madre biológica murió al darme a luz, fue un parto difícil —empezó—. Así que mi padre me crió solo, sin ayuda de nadie. Sin embargo, le despidieron del trabajo con el cuál podía alimentarme a mí y a sí mismo —suspiró pesadamente—. Después de eso apenas podíamos vivir, el casero de la casa quería el dinero del alquiler y mi padre no tenía nada. Los vecinos se enteraron de todo y una semana después, vino servicios sociales quitándole la custodia a mi padre.

Era evidente que sus ojos estaban luchando por no echarse a llorar y su voz estaba rota.

—Así que me dieron en adopción porque no tenia tíos ni abuelos con los que quedarme. Tiempo después, supe que trasladaron a mi padre a Texas y lo único que me queda de él era su maravillosa foto con Ray Hudson —sonrió tristemente—. Se hizo esa foto antes de que yo naciera, pero siempre me estuvo parloteando de ella hasta que tuve seis años.

Sonreí también, alegrándome de que al menos tuviera algo suyo.

—Fui adoptada por los Stone, al parecer querían una hermana para William. Recuerdo que nos caímos bien al instante y nos hicimos buenos hermanos —contó—. Mi madre adoptiva era estricta y mi padre era serio y callado. Semanas después, entendí que su personalidad era para parecerme intimidante. Abusó de mí durante los primeros meses, me amenazaba con cosas horribles y escalofriantes para una niña de apenas siete años.

Quise apretar mis puños, pero dado que sus pequeñas manos aún estaban entre las mías, lo evité a toda costa.

—Gracias a Dios, William nos pilló una vez y todo fue un escándalo. Mi madre obligó a que fuera a un psiquiátrico para ayudarle. Dos años más tarde, mi padre salió renovado, me pidió perdón infinitas veces pero yo sólo quería ser mayor de edad para poder vivir sola y lejos de él. Alejarme era lo único que veía bueno.

Todo tenía sentido ahora, el poco parecido con William, Naima viviendo sola, el por qué nunca me dejó llevarla a casa de sus padres, la foto con Ray, todo.

—Así que cuando cumplí mayoría de edad, me mudé. Me saqué el carnet de conducir para no depender de nadie y con ayuda de un trabajo a media jornada, logré pagarme todo lo que tengo ahora.

—Me sorprende lo fuerte que eres —no pude evitar decir—. Un ejemplo a seguir.

Naima se sonrojó.

—¿Sabes? Tu actitud me recordaba a mí, al principio yo también era así —admitió—. No quería que mi padre me hablara, me encerraba en mi habitación todo el tiempo y siempre intentaba dar respuestas cortas —carcajeó—. Pero me di cuenta que eso no cambiaría lo que ya había vivido, así que intenté vivir mi vida como siempre quise y siendo como mi padre biológico me enseñó; risueña y soñadora.

—¿Has vuelto a verle? —pregunté sin detenerme—. ¿Has hablado con él?

Naima hizo una mueca,—No, ha pasado mucho tiempo desde que me enteré que vivía en Texas. Ahora no sé cuál es su paradero.

—¿Te gustaría encontrarlo?

—Me gustaría saber si está bien, fue una persona importante para mí y lo sigue siendo aunque ya no estemos juntos.

—Podría ayudarte a encontrarlo —la miré fijamente—. Tengo contactos especializados en eso.

—Eso sería increíble —susurró.

Sin poder evitarlo, quizás para hacerle saber que iba en serio, me acerqué a ella y di un suave y delicado beso sobre su frente, para sellar esa promesa. Porque la cumpliría, la ayudaría a encontrarlo. Cumpliría todo lo que a ella le hiciese feliz, porque jamás se me ocurriría humillarla u ofenderla. Su felicidad, ahora también era la mía.

Aunque no fuéramos nada.

—Ven —le dije—. Quiero enseñarte algo.

Naima asintió y con su cuerpo pegado al mío, la guié hasta una de las puertas del pasillo. Siempre mantenía todas cerradas con llave, pero sobre todo aquella. Siempre escondiendo mis secretos, siempre huyendo, pero esta vez no. Esta vez quería enseñárselo, quería enseñarle todo lo que Ray Hudson fue para mí cuando era un niño. Sentí la mirada de la pelirroja sobre mi cuerpo, como preguntándome qué es lo que iba a ver. Quitando el cerrojo, dejé que la puerta se abriera y que Naima entrara con confianza.

Dejar que alguien entrara en esa habitación, era un voto de confianza que jamás había dado a nadie. Aquello era lo más parecido que tenia a hacer que alguien entrara en mi corazón.

Una vitrina gigante llena de trofeos y medallas estaba a nuestra izquierda, a su lado, otra vitrina igual solo que más pequeña, con reconocimientos míos. Pósters y fotos enmarcadas llenaban la habitación, títulos por todas partes. Había un pequeño gimnasio con todo lo que usaba Ray para entrenar, fotos firmadas y una televisión enorme para ver vídeos de los combates.

—Increíble —escuché su voz.

Su cuerpo parándose en un marco donde descansaban los pantalones de boxear de mi abuelo, unas letras doradas con el apellido Hudson estaban plasmadas en él.

—Mi padre fue a verlo cuando llevaba puesto este pantalón —informó—. Me lo detalló tantas veces que no tengo duda de que es este.

Sonreí entonces, sabiendo que aquello era importante para ambos. Que mi abuelo de alguna forma nos había unido, nos había hecho expresarnos. Su cuerpo fue caminando por la habitación hasta que se paró en una foto en concreto, la cuál tenía tamaño póster y estaba enmarcada en el mejor sitio. Una foto de mi familia en Roma, estábamos todos y por un momento, lo eché de menos.

Eché de menos verlos a todos.

—No hace falta que me digas quién es tu madre —se carcajeó—, sois idénticos.

—Y ella está orgullosa de que lo seamos —dije riendo un poco.

La extrañaba.

—¿Por qué te mudaste aquí? —Naima quiso saber, observándome.

—A Ray le ofrecieron combates aquí, él quería que estuviera a su lado y no pude negarme —informé—. Años después, Sam vino por trabajo.

—¿Y no has vuelto a Italia desde entonces?

—No.

Naima se quedó callada, mientras seguía observándolo todo. Mis ojos solo estaban en ella, como cuando la observé sin vergüenza alguna en mi fiesta de cumpleaños y no se bebió ni una triste gota de la bebida que le brindé. De repente, un sonido característico y el cuál ya conocía, se hizo oír en aquella habitación, haciendo que las mejillas de la pelirroja se pusieran como su mismo color de pelo.

—¿Con que no tenías hambre, eh? —dije, riéndome.

—Y no lo tengo —aseguró.

—Claro —dije sin creerla—. Y tu estómago ruge porque tienes un león dentro.

—No tengo apetito —admitió.

Me quedé pensando un momento.

—¿Dijiste que no sabías hacer pizza? —quise recordar.

—No sé hacerla —asintió.

—Vamos —salí de aquella habitación—, haciendo una pizza te llegará de nuevo el apetito.

Escuché su risa mientras salía de la zona del pasillo lleno de puertas y me dirigía a la cocina. Sus pies me pisaban los talones y entonces decidí parar y esperarla para estar a la par. Una vez juntos, caminamos sin prisa y con calma.

—¿Alguna vez has trabajado en una pizzeria? —preguntó intrigada.

—Por poco —respondí.

Ella frunció el ceño, pero no quiso preguntar nada. Una vez en la cocina, saqué todos los ingredientes que necesitábamos para hacer primero la masa. Le di un bol y todo lo necesario.

—Bien, hay que mezclar todo esto y amasarlo con las manos —le informé.

—¿Y luego? —quiso saber.

—Dejarlo reposar hasta que llegue el momento de decorarla.

—¿Y ya está? —preguntó incrédula.

—Te dije que hacer pizza es lo más fácil del mundo.

—¿De qué la haremos esta vez? —me observó.

—Pepperoni, siempre pepperoni.

Ella sonrió, satisfecha con mi elección.

—Bien, pues vamos a mezclarlo todo —dijo dando una palmada y empezando a hacerlo.

Creía que hacer la masa era una de las cosas más sencillas del mundo, lo creía hasta que vi como la pelirroja sufría al ver como se le caían cáscaras de huevo fuera del bol, y también harina. La masa se cortaba o no se mezclaba bien. Naima era un horror cocinando y por mucho que yo le ordenara prácticamente todo lo que hacer, aún así se las ingeniaba para hacer que todo fuera un desastre.

Quanto sei goffo [Que torpe eres].

Naima me lanzó una mirada totalmente desaprobatoria.

—¿Eres consciente de que no sé italiano? —cuestionó.

—Soy consciente —afirmé.

—¿Entonces por qué sigues hablando en ese idioma? —quiso saber.

—Porque me divierte ver tu confusión y tu intriga por saber lo que he dicho —dije simplemente.

—¿Nunca me enseñarás italiano?

—Perdería la gracia, ya no podría hablar en él.

—Porque lo entendería todo.

—Exacto —asentí.

—¿Es que acaso me insultas o algo así? Porque yo también quisiera insultarte en italiano —se cruzó de brazos.

—No te insulto —me negué—. Solo digo la verdad y es que eres una auténtica torpe.

—Oh, con que eso es lo que me habías dicho —levantó una ceja.

Reí sin poder evitarlo, señalando lo que se suponía que era una masa de pizza.

—Solo hay que ver lo que has hecho dentro de ese bol —lo señalé.

Ella se enfurruñó, indignada.

—Vamos, enséñame a decir un insulto —ordenó.

—¿Cuál quieres? —accedí.

—Capullo —dijo de inmediato.

—Estaba claro —bufé divertido.

—Es la primera palabra que se me viene a la cabeza cuando te veo.

—Ese ha sido un golpe bajo —admití.

—Solo he dicho la verdad —repitió mis palabras respecto a lo de torpe.

Rodé los ojos con fastidio y entonces procedí a enseñarle la palabra que había pedido sin pensárselo mucho.

Bozzolo [Capullo].

Bozzolo —ella repitió.

Sorprendentemente con un buen acento.

—Casi te hubiera confundido con una italiana —dije sincero.

—¿De verdad? —le brillaron los ojos.

Y deseé verla con ese brillo muchas más veces. Sacudiendo la cabeza, me levanté de la silla en la que estaba sentado —viendo el espectáculo que había hecho con la masa—, y me acerqué a ella hasta que estuve a sus espaldas. Su cuerpo estaba relajado hasta que mi pecho se pegó a su espalda, quedándose inmóvil por mi tacto.

—Déjame ver ese estropicio —dije viendo el bol—. También te tendré que enseñar como se amasa.

Espolvoreando un poco de harina sobre la encimera, tiré la mezcla que la pelirroja había hecho y empecé a amasar con mis manos. Después de hacerlo solo por unos segundos, guié sus manos con delicadeza hasta la mezcla y empecé a amasar con ella.

—Si esta pizza no esta comestible será por tu culpa —le avisé.

—¡Tú me ordenaste todos los pasos! —exclamó ofendida.

—Y tú no sabes seguir bien unas instrucciones —dije divertido por su enfado.

Sus manos amasando la harina, me hicieron hipnotizarme por un momento. Tener literalmente mi cuerpo rodeando el suyo era una de las cosas que jamás en la vida hubiera pensado hacer. Y aquello se sentía bien, jodidamente bien aunque odiara reconocerlo.

—Nacor —llamó mi atención.

—¿Mhm? —presté atención.

—¿Hay alguna otra palabra que quieras enseñarme? —preguntó.

Mi mirada bajando hasta que visualicé sus ojos verdes, la tenía tan cerca que me costaba respirar. La miré fijamente y entonces lo dije, quizás por la cercanía, por las ganas, porque quería pasar más tiempo con ella o porque contarle mi vida me había hecho tomar aquella decisión.

Vieni in Italia con me [Ven a Italia conmigo].

Ella lo repitió con una sonrisa y entonces volvió a hablar.

—¿Qué significa?

—Significa que quiero que vengas a Italia conmigo, Naima.




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Capítulo 33.
Y... ¿Qué os ha parecido este maratón? Ya habéis conocido las dos historias que escondían Nacor y Naima. ¿Cuál os ha sorprendido más? ¿Y qué hay de la petición de Nacor? ¿Habrá viaje a Italia o no?
250 votos en AMBOS capítulos y subo el próximo.
Gracias por todo, sois increíbles.
¿Cómo llamariais a los fans de "La decisión de Nacor"? ♡
¡Hasta la próxima!

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