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12 | ¿No te diviertes?

Capítulo 12 : “¿No te diviertes?”

Naima Stone.

Las personas a mi alrededor me invadían, había ido a pocas fiestas en mi vida, pero nada se comparaba con esto. Era como estar en una fiesta privada, había camareros, un DJ que ponía todo tipo de música y varias zonas donde podías estar. No me había quedado claro de quien era la casa, pero deducía que era de Nacor, por sus increíbles muebles lujosos. Cuando quise darme cuenta, mi hermano se había ido de mi lado sin saber a donde y el cumpleañero también había desaparecido.

Estaba completamente sola, en una casa desconocida, con personas desconocidas.

Pude visualizar a Kaden a lo lejos, con su típica chaqueta de cuero y pantalones negros. Llevaba dos vasos de bebida en la mano y se dirigía hacía algún lugar en específico. Quise ir hacía el y seguirlo, dado que era el único que conocía, pero había tantas personas a mis costados que ni siquiera podía moverme.

Maldita sea.

—¡Naima!—gritó alguien a través de la horrible música house que sonaba alrededor.

Miré como se acercaba hasta mi la amable chica de anoche, justamente la rubia. De nuevo sentí envidia de su outfit, estaba guapísima. Sonreí, pero algo insegura.

—¡Hola!—me fije mejor en ella.—¿Nora, verdad?

Ésta asintió con un movimiento de cabeza, como feliz de que la hubiera reconocido.

—¿Qué haces aquí tan sola?—me preguntó.

—No conozco a mucha gente.—me sinceré encogiéndome de hombros.

—Tranquila,—imitó mi gesto.—yo tampoco.

La miré extrañada,—¿No eres de aquí?

—Soy de aquí,—afirmó.—pero me fui a Canadá durante tres años y cuando he vuelto a Mississippi he visto que las cosas han cambiado un poco.

—Entiendo.—fue mi turno de asentir con timidez.—Puedo decirte donde está tu novio si quieres, le he visto hace cinco minutos.

—¿Mi novio?—frunció el ceño mientras bebía de un vaso que tenía en la mano.

—Sí,—volví a asentir.—Kaden.

Enseguida Nora se atragantó con la bebida y me sobresalté del susto. Empezó a toser como una desquiciada y se agarró de la pared que tenía al lado, seguramente para no marearse y caerse al suelo. De repente, agarró el vaso de una chica que pasaba por su lado sin su permiso y lo bebió todo sin importarle.

Esperaba que al menos fuera agua.

—Nora, ¿estás bien?—escuché la voz de Nacor y levanté la mirada para ver como en sus ojos había un destello de preocupación hacía la rubia.

Me dio envidia.

—Perfectamente—Nora respondió dándose unos leves golpes en el pecho.—Por cierto, feliz cumpleaños.

Éste respondió dándole una pequeña, muy pequeña sonrisa. Nacor no era una persona muy alegre, al contrario, era alguien distante y poco sociable pero se había preocupado por alguien y además le había sonreído sinceramente. En ese momento no sólo sentí envidia por ella, sino también celos. Le había provocado alguna sonrisa a Nacor en lo que llevaba conociéndole, pero a base de irritarlo, no de hacerlo reír o sonreír realmente.

Me sentí inferior.

—Muchas gracias, Nora.—le dijo mientras me pasó un vaso de plástico a mí. Sorprendida le agradecí con la mirada, el se había ido para buscarme algo de bebida.—Ya conoces a mi amiga Naima.

Y entonces me dio un bajón al estómago.

Amiga, era su amiga.

—Por supuesto.—Nora sonrió mientras me miraba, sin embargo yo no mostré la misma alegría.

Un silencio nos inundó a los tres, aunque de fondo se estuviera escuchando a todo volumen la música de la fiesta. Suspiré cabizbaja mirando fijamente la bebida que tenía en la mano. Era consciente de que yo le había recordado que éramos unos simples desconocidos, pero eso había sido después que él me rechazara el beso de anoche. El se arrepentía de habérmelo dado, así que no podía haber dicho otra cosa que eso.

Sentí la mirada fija de Nacor sobre mí, pero no quise levantar la mirada, no quise mirarlo a los ojos.

—Divertíos.—habló al rato y con las mismas se fue por donde había venido.

—Hasta luego.—Nora le respondió.

Levante la mirada para verlo y me quedé observando su espalda hasta que ésta se mezcló con la multitud de personas que había en la casa. Hubiera deseado con todas mis ganas que el se quedara allí conmigo, que no se fuera de mi lado. Pero eso no iba a ocurrir, porque a el no le había gustado mi beso y como él había dicho, era un error.

—¿Te gusta, verdad?—me preguntó Nora de repente.

Abrí demasiado los ojos,—¿Qué?

—Que si te gusta Nacor.—levantó una ceja mirando mi reacción expectante.

—Eh...

—¡Fiesta!—gritó de repente la otra chica Sheila, apareciendo en acción.

Gracias a Dios, ella era mi salvación.

—Maldita sea.—Nora se apartó de ella mientras la miraba, al parecer la había gritado en el oído.

Fui consciente en ese momento de que la castaña estaba muy subida de tono con el alcohol, tenía un vaso de bebida en su mano pero deduje que ese ya sería el tercero o el cuarto de la noche. Me reí internamente, apenas podía mantenerse en pie pero no parecía importarle demasiado, sin embargo a su mejor amiga sí que le importaba.

—Intenta calmarte,—le advirtió Nora.—ni una copa más.—le quitó el vaso que tenía ignorando sus quejas.

Al segundo siguiente me volví a quedar sola, Nora se fue a dejar el vaso a no sé donde y Sheila se escaqueó para irse con John, el moreno de ojos verdes. Suspirando, me dejé apoyar en la pared que había tras de mi, sin embargo fui consciente de que no era una pared, sino una mesa. Me giré y observe como encima había miles de bolsas y cajas envueltas de papel de regalo. Hice una mueca enseguida, yo no le había traído regalo al cumpleañero.

—Zanahoria.—me llamó William y rodé los ojos, sólo el podía llamarme así.—¿Dónde está el guapísimo de tu amigo?

—Nacor no es gay, Will.—le dije.—Supéralo.

Sabía desde hace muchos años que mi hermano era gay, sin embargo no sabía con ciencia cierta si Nacor lo era. Aunque el hecho de que me hubiera besado anoche, me hizo deducir perfectamente de que al chico le gustaban las mujeres. En cambio no sabía si le gustaba yo, aunque me moría de ganas por saberlo.

—Vaya,—hizo un puchero.—que desperdicio.

—¿Dónde te habías metido?—pregunte.

—Una borracha me retuvo durante minutos, me pidió el teléfono y no tuve otra opción que dárselo.—se encogió de hombros.

—¿Le dijiste que eras...

Me interrumpió,—Sí pero aún así insistió, al parecer su sueño de siempre ha sido tener un amigo gay.

Reí a carcajadas, tenía sentido.

—¿Te está gustando la fiesta?—me fijé bien en el, quería que mi hermano se divirtiera.

—Sí, pero tengo que irme ya.—anunció mirando la hora en su reloj.—Iré caminando hasta casa de mamá, no queda muy lejos.

—Puedes quedarte en la mía, si quieres.

—No hace falta.—me dio un beso en la frente.—Que Nacor te lleve de vuelta, ni se te ocurra ir sola.

—Puedo coger un taxi.

—Ni de broma.—negó.—He escuchado historias de taxistas psicópatas, ni hablar.

Rodé los ojos, era tan dramático.

—Está bien.—accedí.

—Diviértete, pareces una amargada.—me guiñó un ojo y entonces se perdió de mi campo de visión.

Genial, por tercera vez en la noche, de nuevo sola. Acariciando mi sien porque la cabeza ya me estaba empezando a doler, decidí salir de allí y adentrarme en un pasillo lleno de puertas que me resultó jodidamente familiar. Una sensación extraña me invadió en la boca del estómago. No debería estar ahí pero no se escuchaba a la gente gritar, ni tampoco a la horrible música house.

Así que estuviera prohibido o no, iba a quedarme ahí.

Me acerqué a una de las tantas puertas, mi mano se posó en el pomo y cuando intenté abrir, descubrí que ésta estaba cerrada con llave.

Persona lista, yo haría lo mismo.

Suspirando, decidí sentarme en el suelo con la espalda apoyada en una de las puertas. Quería irme a casa, pero no quería joderle el cumpleaños a Nacor y pedirle que me llevara de vuelta a mi hogar. Estaba segura de que tenía a un montón de invitados a los que atender y además me daba demasiada pereza el ir buscarlo entre tantas personas.

Sin embargo por una vez, el universo quiso ayudarme y me plantó al rubio enfrente.

—¿No te diviertes?—me preguntó.

Levante la mirada y lo observé sin ningún tipo de vergüenza. Esta vez, su pelo estaba perfectamente hacía un lado, ni siquiera el aire podía mover algún mechón. Tenía una camisa de vestir negra con las mangas remangadas hasta los codos y un pantalón vaquero de un gris oscuro misterioso. Para no mirarle tan obviamente, me quedé mirando sus ya conocidas vans negras, le sentaban bien.

Maldita sea, todo de el le sentaba bien.

—Sólo me tomé un descanso, me divertí mucho.—mentí descaradamente.

—Claro.—dijo y supe que no me creía.—Vamos, te llevo a casa.

—No quiero molestarte.—admití.

—Tranquila, ya se ha vuelto una costumbre.

Solté una risa, no de esas risas alocadas que se escuchan desde la otra punta del mundo, sino una risa tranquila pero sincera, muy sincera.

—Eres experto en hacer sentir bien a las personas.—dije con sarcasmo.—Ahora sé cien por cien que soy un estorbo.

—Un estorbo que no disfruta de las fiestas, ni siquiera te has bebido el vaso que te di.

Fruncí el ceño, mirándole fijamente.

—¿Cómo sabes que no lo he bebido?

Nacor desvió la mirada,—Tu hermano me ha dicho que te lleve a casa, vamos.

Como siempre, evadiendo mis preguntas. Por un momento, me ilusioné al pensar que el me había estado observando durante la fiesta, que me había prestado atención sólo a mí. Sin embargo no iba a brindarme esa información y quizás yo me estaba ilusionando por nada. Así que me levanté y dejé que me llevara a casa, quería irme de allí pues era lo mejor.

—Siento no haberte traído un regalo.—dije cuando ya estaba acomodada en el asiento del todo terreno.

—No necesito nada.—respondió frío.

—Tampoco hubiera sabido qué regalarte, no sé nada de ti.—admití sincera.

—Es mejor así.

Jugué nerviosamente con mis manos, estaba harta de esa contestación.

—Sí que hay una cosa que puedo regalarte.—lo miré, sus ojos fijos en la carretera.

—No quiero saberlo, además ya sé lo que es.

—¿Acaso eres adivino?—cuestione.

—No, pero eres como un libro abierto.

—¿Entonces qué es lo estaba a punto de decir?

—Que quieres regalarme un espejo para el local.

Me quedé en silencio, mirándolo estática. Creo que verdaderamente era alguien predecible y que las páginas de mi libro eran fáciles de leer. Me giré hacia la ventana, algo indignada de que hubiera adivinado mi regalo, escuché como Nacor rió un poco y juro que el corazón me dio un vuelco.

Le había hecho reír.

—Cada vez que estoy contigo descubro más cosas sobre ti.—comentó.

—No puedo decir lo mismo, cada vez que te veo te siento más desconocido.

—Te lo he dicho, tú eres un libro abierto.—se encogió de hombros.

—¿Qué se supone que has descubierto de mí?—quise saber.

—Que eres igual que una niña pequeña, te enfurruñas cuando algo no sale como quieres, pero eres sensible y las cosas te afectan por doble.

Tuve varios sentimientos contradictorios, por una parte me sentí bien al saber que Nacor se había fijado en esas cosas de mi personalidad, sin embargo también me sentí mal, por que yo no sabía casi nada sobre el. Quería saber más cosas sobre su persona, sobre el verdadero Nacor detrás de esa actitud fría. Suponía que debajo de ese corazón congelado que poseía, había un corazón cálido y puro.

Justo el que quería conocer.

Me quedé callada el resto del trayecto. Seguía pensando exactamente lo mismo, no se podía mantener una conversación con alguien distante y frío como el. Me pregunté entonces como seria al revés, como actuaría si fuese yo la cortante, la seria. Seguro que me abandonaría y no se pararía a leer mi historia.

—Gracias por invitarme a la fiesta.—hablé cuando el coche aparcó en mi casa.

Nacor me observó,—De nada.

Se venía otra despedida pero antes de eso, me acordé de algo que me hizo volver a hablar.

—Antes dijiste que seguías sintiéndote culpable de cosas.

—Así es.—me afirmó.

Lo miré fijamente,—¿Vas a decírmelas?

—Es tarde, quizás otro día, cuando no estemos tan cansados.—evitó mi mirada.

Asentí y sin decir más, me bajé del coche. La impotencia me estaba carcomiendo el cuerpo, odiaba que me evadiera las preguntas, que no se atreviera a darme respuestas. Caminé hasta la puerta principal de mi casa acariciando mis brazos, había una ligera brisa que me hizo tiritar. Metí la mano en el bolsillo derecho de mi pantalón, buscando mis llaves. Pero había un problema, un jodido problema.

Las llaves no estaban ahí.

Busqué en mi bolsillo izquierdo desesperadamente, pero tampoco estaban. Empecé a registrar todos los bolsillos posibles de mi ropa donde las malditas llaves pudieran estar, sin embargo no estaban por ninguna parte. Cuando Nacor vino a buscarme hace unas horas, estaba en pijama y para no hacerlo esperar demasiado, me vestí casi a la velocidad de la luz para ir a la fiesta, olvidando algo fundamental.

Las llaves de mi casa.

No, esto no podía pasarme a mi.

Me giré como en un acto reflejo, buscando alguna solución como si ésta estuviera en la calle, pero entonces me di cuenta de que el coche de Nacor seguía aparcado en el mismo lugar y que su conductor me estaba mirando fijamente a través del cristal. Fruncí el ceño, ¿por qué seguía ahí? Pensaba que se había ido hace bastante rato.

Al ver que algo ocurría, éste bajó del coche, acercándose a mí.

—¿Qué pasa?—preguntó sin rodeos.

No podía mentirle, como el había dicho, era un libro abierto.

—He olvidado las llaves dentro.—dije estúpidamente.—No puedo entrar.

—Puedo llevarte a otro sitio.—ofreció.—¿La casa de tus padres?

—Me matarán.—dije con miedo.

—¿Algún otro familiar?—preguntó.

—Todos viven en Texas.

Nacor se quedó callado, seguramente pensando en alguna otra solución. Mi mirada sin quererlo se fijó en la casa de mi queridísimo vecino, de una de las ventanas salía una luz y entonces una idea brillante me inundó el cerebro.

—Jacob me dejará dormir en su casa.—dije segura.—Mañana será otro día y buscaré soluciones.

—No puedes dormir ahí.—respondió inmediatamente.

—¿Por qué no?—quise saber.

—Por muchas razones.

—Nacor son las dos de la mañana, ninguna otra persona estará despierta y el lo está.

—Yo también estoy despierto.—dijo señalándose.

—Lo sé pero él es mi vecino, lleva años viviendo a mi lado, tenemos confianza.

—No debes tener mucha confianza si ni siquiera sabes a lo que se dedica ese imbécil.

Lo miré fijamente, parecía muy irritado.

—¿A qué se dedica?—pregunté.

Nacor chasqueó la lengua,—Vámonos.

—¿Por qué debería irme contigo? Tampoco sé a lo que te dedicas tú.

El rubio se quedó inmóvil, había dado en el clavo.

—No dejaré que duermas en el mismo techo que el.

—¿Por qué no?—cuestione.

—Porque siento que debo seguir salvándote la vida.—respondió.—Dormirás en mi casa.



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Capítulo 12.
No sé vosotros, pero las escenas de #Naicor en este capítulo me han encantado. Nacor es tan idiota pero a la vez tan sexy. ¿Qué opináis?
Por cierto, darle las gracias a AimiiOfficial23 por ella actualicé hoy.
MÁS NOTICIAS: KADEN Y NACOR YA ESTÁN EN INSTAGRAM.
Aquí os dejo los usuarios.

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