01 | Nacor.
Capítulo 1 : “Nacor.”
Naima Stone.
Nunca imaginé que Alex, mi ex novio, pudiera engañarme con Jane, mi ex mejor amiga. Me sentía sumamente engañada y triste. Muchas veces había oído decir que el amor era una pérdida de tiempo, que encontrar el amor verdadero era una farsa y que siempre salía mal. Pero yo siempre tuve fe en Alex, era el típico chico educado, fiel, leal y comprensivo.
Pero al parecer me había equivocado de pleno.
Y por su culpa aquí estaba yo, borracha hasta las cejas en mitad de la fiesta de cumpleaños de Darla, la chica más popular de toda mi Universidad. La discoteca en la que estábamos era excesivamente grande y lujosa. Podía jurar que hasta el suelo tenía pequeñas piedras preciosas. Pero tenía la vista tan borrosa por las lágrimas y el exceso de alcohol, que no era capaz de apreciarlo.
Estaba harta de que me tomaran como una niña buena, como alguien inocente y poco atractiva. Quizás por eso Alex me engañó, porque siempre vivía a la sombra de Jane. Tenía mejor cuerpo que yo, mejor pelo, mejores ojos, mejor sonrisa...
Mi mamá siempre me había dicho que nadie es mejor que nadie, que cada uno es único a su manera. Pero odiaba que todos los chicos siempre me preguntaran por ella, ni siquiera les importaba cómo estaba yo, sólo iban directos al tema.
Directos a por Jane.
Me sentía como su Duff.
—Otro Whisky por favor.—pedí sin importarme el ardor que ya había en mi garganta.
—Ya llevas demasiados, Naima.—me dijo el barman.
Me sorprendí.
—¿Cómo sabes mi nombre?—pregunte.
El chico rodó sus ojos azules, molesto.—Tú me lo has dicho.
Fruncí el ceño y asentí, seguramente tuviera razón.—¿Y quién te crees que eres para decirme que no debo tomar más?—gruñí molesta.
El chico sin decir una palabra más, fue a prepararme el Whisky. La verdad era bastante atractivo, el tipo de chico con el que Jane saldría. Suspire, no entendía porque ella me había hecho esto, le había contado todos mis secretos y vergüenzas. Compartido un montón de momentos desde risas y lágrimas, hasta enfados y peleas.
Ni siquiera pudo decirme a la cara que se sentía físicamente atraída por mi novio. Porque sólo era eso, noches de pasión, nada serio. Sin embargo, lo mío con Alex sí era serio, llevábamos juntos más de un año y nuestras peleas eran mínimas.
Pero creo que necesitaba mucha más acción en su relación.
Me dije a mi misma no volver a confiar en nadie, si tu propia sombra te abandona, cualquiera puede hacerlo.
—Aquí tienes.—escuché de nuevo al barman mientras me daba el vaso de Whisky.
Le dediqué una mirada de agradecimiento y lo bebí sin pensármelo dos veces.
Mi garganta era puro fuego en aquél momento, quemaba tanto que se me hacia dificultoso poder pronunciar cualquier palabra. Agarrando bien el vaso en mi mano, empecé a caminar hacia la pista de baile, pero mis piernas no correspondieron. En cuestión de segundos mi mandíbula sufrió un gran golpe al darme contra el suelo. Me dolía, pero no tanto como debería por culpa del alcohol.
Realmente hacía efecto.
Odiaba haber llegado hasta ese punto por un chico. Mi abuela decía que nadie merecía mis lágrimas, ni siquiera cuando los protagonistas de un libro no terminaban juntos. Aunque eso fuera extremadamente doloroso para mí. Pero no sólo había perdido a Alex, sino también a Jane y eso era doble dolor para mi.
Me había quedado sin novio y sin mejor amiga.
A mis dieciocho años de edad, nunca había bebido más de la cuenta. Mis notas eran buenas en la Universidad, intentaba no meterme en líos y ser fiel a las tareas. Mis padres eran demasiado estrictos y manipuladores. Siempre me decían que tenía que ser algo en la vida y en ese momento más que ser alguien, me sentía un fracaso total.
Alguien me cogió por la cintura y me levantó del suelo, intenté visualizar su cara pero en ese momento, veía trillizos de lo que parecía ser Edward, el hermano de Jane. Debería sentirme enfadada con el o simplemente alejarme por el hecho de que su hermana fuera una desgraciada, pero el chico en realidad era agradable.
—¿Estás bien Naima?—preguntó con una ligera chispa de preocupación en sus ojos.
—Muy bien.—asentí y me solté de sus brazos para seguir caminando hacia la pista de baile.
Podía jugar igual de sucio que Jane. Era consciente de las miradas que me tiraba Edward cuando estaba en su casa. No era demasiado tonta para adivinar que él sentía algo por mí, sin embargo el salía con otra chica y sinceramente, no quería meterme en más problemas amorosos.
Pasé la mano por mi cara, mi cabeza dolía y mis pies ya no soportaban más aquellos tacones de aguja. Una multitud de personas me rodeaban mientras bailaban, estaba en mitad de la pista. Fui consciente de como el agobio y el asfixio se apoderó de mi cuerpo, necesitaba aire. Con pasos torpes y empujando a varias parejas, logré salir allí. Tras haberlo hecho, miré el vaso que tenía en la mano, completamente vacío. Estaba segura de que sin querer había derramado todo el Whisky encima de alguien al salir.
Fantástico, también me había quedado sin bebida.
Miré a mis lados, no había nadie en la calle salvo un chico durmiendo en el suelo con una botella de Vodka en su mano y los guardias de seguridad de la discoteca. Me acerqué a el y las pocas gotas de líquido que había en mi vaso, acabaron en la frente del muchacho medio inconsciente.
Pero seguía sin despertar.
Encogí mis hombros y empecé a caminar lejos de allí, el aire golpeaba mi cara y en aquél momento era lo mas satisfactorio del mundo. Aún podía escuchar la música a todo volumen dentro de la lujosa discoteca, no entendía como podían aguantar todo aquél ruido.
—Estarán sordos.—murmure.
Mi mirada viajó a un pequeño coche de color azul, aparcado perfectamente en doble fila. Sonreí y corrí hacia el, mi tobillo se dobló en el acto y empezó a quemar de dolor.
Maldigo el día en el que me compré aquellos zapatos.
Bajé mis manos y con torpeza, pude quitármelos. Sentí como mis pies se sentían libres, como un pájaro fuera de una jaula.
—Hola estrellita.—susurre acariciando mi coche cuando estuve cerca.
Fue el regalo de graduación de mis padres, era como un hijo para mí, siempre iba a todos lados con el y nunca me fallaba salvo cuando había que reponer la maldita gasolina. Sonriendo, abrí la puerta pero paré en seco cuando iba a subir.
No podía conducir en este estado, seguramente tendría un accidente bastante grave.
Solté un suspiro cansado, no quería caminar y menos descalza como estaba. Entonces recordé algo, cosa que me sorprendió ya que ni siquiera me acordaba de mi nombre.
Caminé torpemente hasta el maletero y entonces las vi. En una caja bien cuidada estaban las zapatillas de mi hermano mayor, eran de color verde brillante, el color que más odiaba en este planeta. Suspire y las cogí en mis manos, su número era como cinco tallas más grande que el mío, pero sabía que no había otra solución.
—¿Por qué no me pudo tocar un hermano con mi misma talla de zapatos?—murmuré mientras me los ponía.
¿Habéis visto alguna vez unos zapatos de payaso?
Pues en ese momento solo me faltaba el traje y la nariz redonda y roja.
Cerré el coche con llave y me la guardé entre mis pechos junto a mi teléfono. Sí, sabia que no era un buen lugar, pero mi vestido no tenía bolsillos y no había otro lugar donde podía poner mis cosas preciadas e importantes.
Decidí dar un paseo para ver si así se me pasaba un poco la borrachera y poder conducir de vuelta a casa, la cuál estaba a media hora sobre las ruedas. En parte si quisiera, podría avisar a Edward y decirle que me llevara el, pero no quería tener nada que ver con su persona y su hermana la roba novios.
Cerré los ojos y respiré hondo antes de caminar con los zapatos enormes de mi hermano William. Obviamente hay una historia del por qué de sus zapatillas en mi maletero, y es que mi madre se las compró por su cumpleaños. Dije que iría a verle ayer para dárselas, pero al final me olvidé y terminé yendo a casa de Jane, por supuesto en ese entonces no sabía lo desgraciada que era.
Me sentía bastante mal, había olvidado el cumpleaños de mi hermano para ir donde alguien que no merecía mi atención. Tendría que pedirle disculpas y comprarle un buen regalo.
Mientras caminaba, pude notar que estaba completamente sola en la calle, había dejado la fiesta muy atrás y prácticamente todo el mundo estaba durmiendo. No os voy a engañar, tenía miedo por si podía salir alguien a secuestrarme o algo parecido. La típica paranoia que tiene una adolescente cuando esta sola en lugares como estos.
—No pasará nada...—susurré para mí misma.
Y como si el universo estuviera en mi contra, visualice a un borracho de unos cincuenta años caminando cerca de mi.
Entré en pánico.
La gracia de todo aquello era que yo estaba igual o peor que él, pero todo el mundo sabe que un hombre ebrio siempre era problemático si veía a una chica a su alcance, y por desgracia como había dicho antes; yo era la única en la calle.
Antes de que pudiera verme, corrí lo más que pude hasta el escondite más cercano. Odiaba que me pasaran estas cosas, gracias a Dios no me habían pasado muchas situaciones como aquella, pero las pocas que había vivido habían sido horribles.
Visualice casi a mi lado una puerta entre abierta de lo que parecía ser un local abandonado, en ese momento no sabía que me daba más miedo, si meterme ahí y que hubiera alguien, o ser violada y maltratada por el señor que estaba caminando cuál zombie detrás de mi.
Aunque pensándolo bien, el hombre apenas podía mantenerse de pie, mucho menos para abusar de alguien.
De repente, cuando estaba a punto de darme la vuelta decidiendo y dando por hecho de que el hombre no iba a poder siquiera tocarme, me gritó.
—¡Eh preciosa, ven aquí!
Mierda.
Abrí la puerta del local de un tirón y cerré lo más rápido que pude, después empecé a correr escaleras abajo sin apenas luz. Ni siquiera sabía que había unas escaleras y menos tan grandes como aquellas, casi tropecé un par de veces, pero supe mantenerme en pie gracias a un poco de luz que se colaba por los cristales.
Presa del terror, miré hacía atrás mientras aún bajaba las malditas escaleras. Un fallo muy grande del cuál me arrepentí segundos después. Cuando menos lo esperé, tropecé con mis propios pies y caí de morros contra el suelo. Al final terminé besándolo más que pisándolo.
Era un poco torpe.
Escuché varios sonidos al caerme, entre ellos algo de metal, un cristal haciéndose añicos y algo esponjoso que botó en el suelo. Sacudí la cabeza sintiendo encima de ésta una toalla y una botella de agua rodando a mi izquierda.
¿Qué mierda?
Al parecer, me había llevado varias cosas por delante, pero era lo que menos me importaba en aquél instante. Me quité dicha toalla de la cabeza y fue imposible no soltar un pequeño gemido de dolor, el labio me ardía y sabía a la perfección que me había hecho una herida grave, pues sentía el sabor de la sangre.
No sólo sentía dolor en mis labios, sino que también en mis rodillas, pues éstas chocaron fuertemente contra las escaleras. Era propensa a las heridas, por lo que estaba bastante acostumbrada, pero en ese momento me dolía tanto todo, que apenas podía mover el dedo gordo del pie.
Hablando de mis pies, los sentí desnudos. Sabía que las zapatillas de mi hermano habían salido volando por alguna parte, quizás no las volvería a encontrar y desgraciadamente mi madre me obligaría a comprar otras. Pero no era mi culpa, en mi defensa, fue mi obligación salir corriendo de un borracho que a saber lo que querría hacerme. Además de que las zapatillas me quedaban enormes y el pie quedaba fuera cada vez que daba un paso.
La verdad ni siquiera supe como pude correr con ellas puestas.
Corrijo, era muy, pero que muy torpe.
Gracias mamá, por heredarme tu torpeza.
De repente escuché unos pasos apresurados y quise volver a salir corriendo, pero no podía moverme. Estaba con tanto dolor encima, que me daba exactamente igual si venía el hombre a violarme o si venía cualquier otra persona. Si iba a morir, moriría allí, junto a aquellas escaleras tan duras.
—Maldita sea...—murmure por tercera vez aquella noche.
—¿Qué demonios ha pasado aquí?—escuché una voz calmada pero ronca, muy ronca.
Hice un movimiento lento de cuello hacía la fuente de aquella voz y me encontré de pleno con unas zapatillas negras de Nike, éstas estaban a la altura de todo mi cuerpo tumbado. Me hubiera gustado levantar la mirada para ver de quién se trataba aquella persona, pero no podía mover más la cabeza.
—Podrías...—carraspeé sintiendo la garganta seca.—¿Podrías ayudarme, por favor?
Me daba igual quién fuera, sólo quería levantarme y seguir huyendo.
—¿Por qué?—habló cortante.—Tú has creado todo este desastre.
Mi detector de estúpidos se activó enseguida.
Fui consciente de que además de idiota, seguro que era de mi edad, ya que su voz no parecía ser de hombre muy mayor, pero sí que la tenía bastante ronca, tanto que me asustaba.
Reuní toda la paciencia que pude para volver a hablar.
—¿Cómo te llamas?—le pregunte.
—¿Por qué quieres saberlo?
Suspire, agotada de la situación.
—¿Cómo te llamas?—repetí sin darle explicaciones.
—Nacor.—respondió seco.
Fruncí el ceño al oír nombre tan extraño, aunque extrañamente me había encantado. Nunca había escuchado nombre como aquél.
—Bien.—dije más tranquila.—Nacor por favor, necesito ayuda para levantarme, no puedo.—casi sollocé.
—La vida te va a golpear una y otra vez, no digas que no puedes hacer algo, puedes hacerlo, estoy seguro.
La tranquilidad se había vuelto a ir.
—No tengo tiempo para frases poéticas, de verdad necesito que me ayudes.—dije con cansancio.
—Tampoco tengo tiempo para personas torpes y quejicas.—respondió simplemente.
No sabía que me enfadaba más, que me llamara quejica o que no me ayudara a levantarme. Yo siempre había ayudado a personas como mi abuela cuando pillaba un resbalón o se caía al suelo. Sé lo que era vivir una vida de patosa, sé lo que duele y lo estúpida que te sientes al respecto.
Pero más estúpida que el chico que tenía delante, seguro que no era.
—Eres muy poco caballero.—le dije con rabia intentando ofenderle.
Lo cuál al parecer no resultó.
—No me importa, no estoy en la obligación de ayudarte. Has destrozado algo de mi propiedad, podría denunciarte y llamar a la policía.—dijo mientras veía sus zapatos alejarse de mi.
Maldito imbécil.
De repente sentí como mis ojos se iban cerrando, mi labio no paraba de sangrar y mi cabeza dolía como los mil demonios. Sentía que estaba muy lejos de casa, y en parte así era. Pero nadie en aquél lugar tenía tantas ganas como yo de darme un baño relajante y dormir por al menos tres días.
Aunque viendo como estaba, iba a quedarme dormida en menos que cantaba un gallo.
Y como predije, allí me quedé dormida. En un maldito suelo frío con un vestido demasiado corto y un desconocido a cinco metros de mi. Lo último que pude ver, fue a Nacor con algo entre las manos.
Las zapatillas de mi hermano.
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¡Primer capítulo!
¿Qué me decís? ¿Vais a darle una oportunidad a Naima y a Nacor?
Os amaré eternamente si os quedáis.
Gracias por leer.
Mi Instagram / nazarethleon
Abrazos enormes ♡
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