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Capitulo 61

A primera hora del día, Abrah solicitó servicio a la habitación. Nos atendieron de la mejor manera y disfrutamos de nuestro día de enamorados. Hace unas horas hubiese pensado que Abrah se alejaría de mi para siempre, pero gracias a dios no fue así, él está aquí para mí, y yo para él. Claro, él ha cometido errores como cualquiera, pero creo que lo nuestro vale más.

—Mia, prométeme que te cuidarás, que no te pondrás en riesgo.

—¡Si! Te lo prometo. ¿Y tú?

—También te lo prometo.

—Lamento no poder acompañarte a la plataforma, ese negocio lo llevo atrasando mucho tiempo.

—No te preocupes, después me tendrás que compensar —coqueteo.

—Me encanta la idea.

—Me resulta difícil dejarte, al principio deseaba volver, y ahora... no quiero irme.

—Tranquila, solo serán unos días.

—Te extrañaré —le doy un pequeño beso en los labios.

—Yo también, no sé qué hare sin ti tantos días, me volveré loco.

—Me acabas de decir que este tranquila, que solo serán unos días.

—Olvida lo que te dije.

—Recuerda alimentar a Giuseppe.

—Claro que sí.

—Abrah... —lo miro preocupada.

—Ay, no me salgas con esa cara, no le pasara nada.

—Confío en ti.

—Deberías confiar en el personal, ellos son los que se hacen cargo —dice riendo.

—Ven acá —le extiendo mis brazos. —Necesito besos para el camino.

—¿Qué clase de cursilería es esa?

—Cállate y bésame.

—¡Carlos! —levanta la voz.

—Si, dígame, señor.

—Necesito que la cuides. No te apartes en ningún momento ¡¿escuchaste?!

—Por supuesto señor, no debe preocuparse.

—Escuchaste, no debo preocuparme —me dice tomándome la mano. —Cuídate, y llámame cuando llegues a México.

—Lo haré —lo beso.

—Espera —dice separándose ligeramente de mis labios. —¡Maldición! Me cuesta trabajo soltarte después de lo de anoche.

—¡Cállate! —digo avergonzada. —Carlos y los demás están escuchando.

—Sabes que puedes tomar la decisión de quedarte, de no regresar.

—Buen intento, pero no —le digo en un último beso y subo a la camioneta. —Te amo.

Al llegar a la plataforma de despegue noto que hay otra de las camionetas de Abrah estacionada, alguien está saliendo de ella.

—¡¿Tu qué haces aquí?! —pregunto levantando la voz.

—Así que tú eres la persona que estaba esperando.

—¿De qué hablas?

—Me trajeron hace dos horas, me han tenido aquí retenida. Acaso, ¿él te envío?

—¿Puedes ser más clara?

—Él distinguido señor Marcerano —hace una reverencia. —Sinceramente pensé que él vendría, y terminaría dando la orden de enviarme al Sahara.

—¿Por qué haría algo así?

—¿Acaso no te contó? Es lógico.

—Sigo sin entender.

—Fui a su maldita mansión a buscarte, no me dejó verte.

—¿Cuándo hiciste eso?

—Hace cuatro días.

—Ahora entiendo... —suspiro. —¡¿Que fue exactamente lo que hablaste con él?!

—¿Estás celosa?

—¡Déjate de estupideces! —levanto la voz. —Sabes qué, olvídalo.

—Señora... —habla Carlos. —El piloto está listo, ya puede abordar el avión.

— "Señora", ¿de nuevo? —agrego con ironía.

—Usted comprenda.

—¿Ella que hace aquí? —pregunto algo fastidiada.

—Viajará a México con usted.

—Entiendo, se quiere deshacer de ella, ¡otra vez!

Él asiente, le sonrío y comienzo avanzar a las escaleras.

Escucho a mis espaldas como de manera poco delicada impulsan a Gabriella para que aborde el avión. La verdad es que este pequeño avioncito es realmente lindo, y como debía ser, huele a él. ¿Acaso se va restregando en cada lugar que anda? ¿O yo tengo olfato de perro?

—Debo admitir que el imbécil ese, tiene buen gusto —dice Gabriella.

—Quieres cerrar la boca.

—No te molestes —ríe. —Es solo una broma.

—¡Wow! Que broma, deberías ser comediante.

—¿Por qué no aprovechamos el tiempo aquí arriba para hablar?

—No me interesa —me retiro a uno de los asientos del fondo. Sé que el viaje será pesado, y más teniéndola a ella cerca.

Este lugar cuenta con una gran cantidad de servicios disponibles, incluso ofrecen servicio a bordo. Cada vez que deseo algo, tan solo debo pedirlo y se me proporciona. Además, he encendido la pantalla para disfrutar de una película. Cuando Gabriella planea acercarse a mí, finjo estar dormida pues no tengo ganas de lidiar con ella, estoy cansada y extraño a mi novio como una loca.

Carlos y tres de los guardias de Abrah viajan con nosotros, son muy callados, como siempre en realidad. De vez en cuando me miran, como si se estuviesen asegurando de mi bienestar, me parece algo adorable.

Cómo aún tengo tiempo suficiente, tomo la pequeña bolsita que hace unos días me entregó Carlos. En su interior se encuentra una paca de dinero sujeto con una nota que dice "Grazie", una chequera, unos boletos de avión y una clase de carta. Abro el sobre, tomo la hoja del interior y comienzo a leer. Juro por dios que mi corazón se detuvo.

Es la letra de Abrah, en ella explica lo agradecido qué está por haberme tenido como empleada, y lo avergonzado de que me hayan contratado sin el protocolo indicado, se disculpa por ello y explica la enorme cantidad que cargo en este momento en mi mano izquierda, pues al parecer es el precio justo por dejar de trabajar en la casa Marcerano.

Quiere decir que el día que me entregó esto, el día que me llevó a mi antiguo departamento ¿fue por esto? Él me había dejado libre desde aquel entonces, él quería que me reuniera con Gabriella y dejará el país, regresará a casa.

Al final las cosas cambiaron, pero él... él ya había dejado su orgullo, había abandonado sus reglas por mí, me había dejado libre, ¡me había dejado libre! Justo como lo está haciendo ahora.

Lágrimas brotan sin cesar de mis emotivos ojos, apenas había comenzado lo nuestro, pero por su cabeza ya pensaba alejarme de su lado, ¡no puedo creer que me esté enterando de esto, hasta el día de hoy! Revisó la fecha de aquellos boletos y lo confirmo, son justo una semana después del incidente.

—¿Se encuentra bien señorita? —me pregunta una de las azafatas.

—Si, estoy bien —me limpió las lágrimas.

Las próximas horas me paso a la pequeña cama del fondo. Es muy cómoda, tiene una pequeña cortina qué me ayuda a tener más privacidad. Abrazo la almohada y me tumbo a dormir las horas restantes del vuelo.

—Señorita...

—¿Sí?

—Estamos a punto de aterrizar, puede regresar a su asiento —me dice una azafata.

—Por supuesto, ahora voy.

Gabriella tiene puestos los audífonos así que no escucha cuando regreso. Todos los demás ya se han sentado y colocado su cinturón de seguridad. Le rezo a diosito por un buen aterrizaje y cierro los ojos envuelta en nervios. En cuanto las llantas comienzan a tocar el suelo, suelto una bocanada de aire agradecida. A los minutos vuelve el personal y me ayudan con mi equipaje de mano, los guardias me ayudan a bajar lo demás y por supuesto a cuidarme las espaldas.

Al parecer ya se encuentran tres camionetas esperándonos. Me adelanto para darles una parte del dinero que traía en la maletita, se los doy a Carlos para que los pueda distribuir como viáticos. Una vez fuera cada quien viaja por separado a excepto de Carlos y su equipo.

Es extraño volver, el ruido, los olores, la estructura de las casas, todo es nostálgico para mí. En cuanto comienzo a acercarme a mi casa, siento como mi estomago comienza a revolverse, han venido a mi memoria todos aquellos recuerdos de mi infancia.

Aquí a unas calles... donde muchos años fue mi hogar, tuve la agonía más grande de mi corta vida, me he dado cuenta de que ya no tengo nada en este lugar.

Cuando llegamos saco las llaves de mi bolso y me quedo parada justo en la entrada. Coloco la llave y me quedo allí, quieta, esperando que alguien me dé la orden para poder entrar a mi propiedad. Ni siquiera sé cuantos minutos pasan, pero sé que debo llevar bastante, me han comenzado a doler las piernas.

—¡Mia! —grita una de mis vecinas. —¡Que sorpresa tenerte aquí de nuevo! ¿Dónde estuviste todo este tiempo?

—¿Acaso la familia Sánchez no le dijo?

—Mencionaron que te fuiste a las Europas con una de sus hijas, ¿fue verdad?

—Si, estuve por allá.

—¿Y te gustó?

—La verdad es que es muy lindo.

—Pues me alegra tenerte de vuelta. Por cierto, todos los vecinos estuvimos cuidándote tu casa, ya sabes para que ningún marihuano entrará.

Me rio ante su ocurrencia.

—Se lo agradezco mucho.

—Que pases lindo día, hasta luego.

—Adiós.

Bien, Mia... Es hora de entrar, ¡tú puedes!

—Señora, ¿está bien? —me pregunta Carlos que ha estado detrás de mi desde que llegamos.

—Si, estoy bien.

Introduzco de nuevo la llave y la giro lentamente, el olor a humedad penetra de inmediato mi nariz, ¡huele horrible! Ha estado cerrado mucho tiempo. De inmediato comienzo abrir todas la ventanas y puertas de la casa. No puedo creer que se penetrara tanto.

—Bien, Carlos y equipo ¿qué les parece?

Él no tiene ni idea de que responder, y los demás tienen la cara en blanco, dudo que me quieran decir lo que realmente sienten.

—Si... esta algo sucio, pero una vez limpio quedará decente.

—¿Aquí es donde vivía? —pregunta Carlos.

—Así es, aquí viví por catorce años.

—No tenía idea...

—Como podrán notar... no soy rica, ni poderosa, ni proveniente de una familia de "negocios", todo lo que aparece en internet es una farsa.

—La verdad es que siempre se me hizo sospechoso. Apareció de la nada y jamás la habíamos visto convivir con el señor.

Todos sonríen y hasta sueltan una pequeña risita.

—¿Qué les pasa?

—Nada señora —dice uno de ellos tapándose la boca.

—Creo que eso ya lo sospechábamos —añade Carlos. —Tenemos años trabajando con Abrah y jamás la vimos reunirse con él, hablar por teléfono, o siquiera mencionarla en alguna conversación. Aunque le voy a ser sincero siempre hubo una parte mía que lo creyó.

Todos los demás sonríen y hasta chocan sus puños.

—Lo bueno es que ahora trabajan para mí, ¿no? —digo con ironía.

—No se confunda, usted nos agrada. Es más que una jefa, es nuestra amiga.

—Si es así, ¿cuáles son sus nombres? —apunto a los demás.

—Me llamo Enzo —dice un joven pálido de cabello negro.

—Mi nombre es Alonzo —comenta un joven rubio, debe tener mi edad.

—¿Y tú? —le digo al tímido de ojos color miel.

—Bartolomeo, capo*.

—Pues me alegra saber sus nombres, espero que nos llevemos bien.

Lo primero que hicimos fue limpiar todo el desastre junto con el polvo que se ha colado todo este tiempo. No voy a mentir, nos llevó muchas horas hacerlo.

Después de terminar me pasé a la tiendita de la esquina a traer todo lo necesario para estos días, Carlos quería hacerlo por sí mismo, pero la verdad es que él no sabe nada de este país y mucho menos de nuestros productos. Temeroso accedió a que saliera a la calle, aunque Enzo estuvo vigilándome desde la puerta, a pesar de que la tienda esta solo a unas casas. Antes de regresar pasé a comprar un poco de pozole con mi vecina, todos tenemos hambre, y no hay como el pozole para cenar.

—¡Necesito comprar mi boleto de autobús! —me grito a mí misma al recordar que no lo he hecho. —¡Carlos! ¿puedes comprar lo boletos por internet? —exclamo llegando a la casa.

—Enseguida los compro, señora.

—Ustedes se quedarán aquí —les digo a los demás. —Solo me acompañará Carlos, sé que no fue la orden, pero entiéndanme, ¡¿de qué manera le explico a mi familia que me acompañan cuatro hombres de su complexión?!

—De acuerdo, capo* —dice Bartolomeo asintiendo con la mirada.

Ahora que lo recuerdo, debo ir por Lucas, él está en casa de Gabriella, pero no sé si sea buena idea...

Ha comenzado a hacer frio, toco la puerta con golpes firmes y sólidos. Me duelen hasta los huesos de estar aquí afuera.

—¡Mia! Que gusto —se lanza a mis brazos Violeta, la madre de Gabriela.

—Hola, señora ¿qué tal?

—Yo estoy muy bien, extrañándolas como una loca pero bien, ¿y tú?

—También he estado muy bien.

—¡Pasa! —exclama.

—Umm no, solo venia por mi cotorro.

—¿Qué dices? Es una broma, ¿cierto? Gaby y tú deben contarnos como la han pasado por allá.

—¿Acaso ella no les ha contado hace meses?

—De que hablas, casi no hablábamos por teléfono y acaba de regresar hace unas horas, esta tumbada en la cama.

Entiendo... ¡Jamás salió de Europa! Seguramente se mantuvo cerca de Italia para salir desapercibida y después aparecer fuera del restaurante.

—Mejor hable con su hija, después me entenderá.

—Bueno...—responde poco convencida. —Traeré a Lucas.

—Gracias.

En cuanto escucha mi voz comienza a gritar, cantar y parlotear.

—¡Mi amor! —le grito. —Te extrañé.

Él comienza a bailar, a caminar por aquí y por allá, hacer sonidos raros y a decir todas las palabras que ha aprendido, y por supuesto, muchas nuevas.

De inmediato abro la puerta de la jaula y él vuela hacia a mí, con su pico mordisquea por aquí y por allá, y se pasa por mis hombros y la cabeza, está muy, muy feliz, pobrecito también me extrañó.

—Vámonos a casa, tengo que presentarte a alguien —le digo acariciándolo. —¿Cuánto le debo?

—No es nada linda, cuídate.

—Nos vemos, muchas gracias.

De inmediato me encierro en mi casa y al darme la vuelta puedo ver a Carlos sentado en mi sillón.

—Él es Lucas, mi cotorro.

—Mucho gusto Lucas —responde sorprendido.

Lo único que obtiene son algunos gritos.

Como es mi primera mañana en México desde hace mucho tiempo, decido tomarme todo con calma, me levanto tranquilamente, preparo café y hago unos molletes para desayunar. Carlos desayuna tranquilamente y habla de vez en cuando por teléfono. Se me hace extraño que él me conozca demasiado y yo no tenga ni idea sobre su vida.

El autobús sale a la 1pm, así que tengo el tiempo suficiente para hacer una pequeña maleta, limpiar la casa, e irme a la central de autobuses. Lucas se quedará con mi vecina Mary, ella aceptó gustosa de hacerlo, solamente me iré por unos cuantos días.

El viaje a "Las Margaritas" no es agotador en lo absoluto, la carretera es hermosa, con mis audífonos y una buena música el tiempo pasa volando. En cuanto llegamos a la central siento el caluroso clima de aquí, me pongo una de mis gorras y salgo acompañada de Carlos a recorrer el pueblito que me vio nacer, sigue igual de lindo y pintoresco. ¿Cómo estará mi abuelita? Hace mucho que no la veo.

Cuando nos encontramos a unos cuantos pasos de aquella gran casa roja, me empiezan a temblar las piernas. ¡Estoy muy emocionada! Toco ligeramente aquella enorme puerta de madera y comienzo a escuchar ruidos dentro.


*Capo - jefa 

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